LA CONFESIÓN SACRAMENTAL ES UN VERDADERO ENCUENTRO CON CRISTO RESUCITADO.

 


LA CONFESIÓN SACRAMENTAL ES UN VERDADERO ENCUENTRO CON CRISTO RESUCITADO.

Jesucristo resucitado dio a su Iglesia el Ministerio de la reconciliación. (Jn 20, 23) Por eso la Iglesia invita a sus hijos a un “Encuentro con Jesús en el sacramento de la Confesión.”

“Os digo, pues, esto y os conjuro en el Señor, que no viváis ya como viven los gentiles, según la vaciedad de su mente, sumergido su pensamiento en las tinieblas y excluidos de la vida de Dios por la ignorancia que hay en ellos, por la dureza de su cabeza los cuales, habiendo perdido el sentido moral, se entregaron al libertinaje, hasta practicar con desenfreno toda suerte de impurezas. Pero no es éste el Cristo que vosotros habéis aprendido, si es que habéis oído hablar de él y en él habéis sido enseñados conforme a la verdad de Jesús a despojaros, en cuanto a vuestra vida anterior, del hombre viejo que se corrompe siguiendo la seducción de las concupiscencias, a renovar el espíritu de vuestra mente, y a revestiros del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad. (Ef 4, 17, ss).

La conversión es un Nuevo Nacimiento. Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, magistrado judío. Fue éste donde Jesús de noche y le dijo: «Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar las señales que tú realizas si Dios no está con él.» Jesús le respondió: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios.»Dícele Nicodemo: «¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?» Respondió Jesús: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu. No te asombres de que te haya dicho: Tenéis que nacer de lo alto. (Jn 3, 1- 7)

Lo primero es escuchar la Palabra de Dios para quedar embarazados. La Palabra es la Semilla del Amor, de la Verdad y de la Vida, es también Luz. La Palabra es Cristo que habita por la fe en nuestro corazón para realizar en nosotros la “Obra de Dios”. Él hace en nuestro interior la Unidad entre la inteligencia y voluntad. Antes por el pecado eran enemigas, ahora son “Unidad por el Amor.” La unidad de las tres nos capacita para discernir entre lo bueno y lo malo; nos dan la fuerza para rechazar el mal y para hacer el bien. (cf Rm 12, 9) Convertirse es ir a Cristo. «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; = y hallaréis descanso para vuestras almas. = Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.» (Mt 11, 28- 30)

Lo segundo es reconocer nuestros pecados. Esa es la carga que Jesús nos invita a entregarle. Es un intercambio, yo le entrego mi carga y Jesús me entrega la suya: “el amor que Dios derrama en nuestro corazón con el Espíritu Santo que nos ha dado” (Rm 5, 5) ¿Cómo acercarnos a Jesús?

Lo tercer paso es el arrepentimiento. Acercarnos a Jesús con un corazón contrito y arrepentido. (Slm 51, 19) Esta es la condición para romper con nuestros pecados: Si decimos: «No tenemos pecado», nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia. Si decimos: «No hemos pecado», le hacemos mentiroso y su Palabra no está en nosotros. (1 Jn 1, 8- 10) Ésta palabra nos dice cuál es el cuarto paso.

El cuarto paso es la confesión. El Sacramento de la penitencia es un “Encuentro con el Señor”. En este encuentro somos justificados por la fe, (Rm 5, 1) No tardes en volver al Señor, no lo difieras de un día para otro (Eclo 5, 7) Nuestros pecados son perdonados y recibimos el don del Espíritu Santo, que hermosa experiencia, nacimos de lo Alto, nacimos de Dios. Ahora conducidos por el Espíritu Santo podemos caminar en el poder de Dios en justicia y santidad (Ef 4, 24). Ahora podemos huir de las pasiones de la juventud y buscar la verdad, la justicia la fe, la caridad (2 Tim 2, 22)

El quinto paso es aceptar la voluntad de Dios. Convertíos y arrepentíos para que vuestros pecados sean perdonados.(Hch 3, 19) Creer en Jesús, obedecerlo, pertenecerle, amarlo, seguirlo y servirle para poder vivir como la nueva Creación (2 Cor 5, 17) Como hijos de Dios, hermanos de los demás y como servidores de Cristo y de la Iglesia. Tal como lo hizo la suegra de Pedro, Jesús la levantó y ella se puso a servirles. (cf Mc 1, 29) como lo hizo el endemoniado de Geraza que sanado y liberado por Jesús quería unirse a su grupo, pero Jesús lo envió como su primer misionero en tierra de paganos para que diera testimonio de la misericordia de Dios. (cf Mc 5, 1, ss)

El vivir de encuentros con Jesús nos llena con su Poder para que seamos sus servidores, de Cristo y de su Iglesia. Nos despoja del traje de tinieblas y nos reviste de luz, con la armadura de Dios y nos reviste de Jesucristo. (Rm 13, 11- 14) la invitación de Pedro es “Huyan de la corrupción para que participen de la naturaleza divina” (2 Pe 1, 4). Y dedíquense a cultivar la fe creando nuevos hábitos como la prudencia, la justicia, la fortaleza, la templanza, la piedad, el amor fraterno y la caridad para que puedan abundar en el conocimiento de Dios. (2 Pe 1, 5- 8) PARA QUE PUEDAN LLENARSE DE CRISTO.

Arrepentíos y convertíos para que vuestros pecados sean borrados (Hch 3, 19) Arrepentíos para que vuestros pecados sean perdonados y convertíos para que se llenen de Cristo. Por esta razón la verdadera confesión pide tres actitudes que son inseparables:

Actitud de fe, es creer que Jesucristo dio a su Iglesia el Ministerio de la reconciliación: El perdón de los pecados. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos (Juan 20, 23) Es lo que en vida le había prometido a los Apóstoles, es decir, a la Iglesia: A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos.» (Mt 16, 19) Atar y desatar, equivale a perdonar o no perdonar. La Iglesia perdona los pecados que se reconocen, se arrepienten y se confiesan.

Actitud de esperanza. Esta actitud exige un verdadero arrepentimiento con el deseo de no volver a pecar. Dios perdona lo mucho y lo poco, lo grande y lo chico, pero pide el dolor de corazón: Un corazón contrito y arrepentido tu no lo rechazas (Slm 50, 19) No escondamos los pecados por miedo o por vergüenza. La esperanza me dice que Dios me ama y me perdona todo, si tengo esta actitud.

La actitud de la caridad. Si no se lleva esta actitud nuestra confesión es nula. Es la disponibilidad de hacer la voluntad de Dios, de guardar sus mandamientos (Jn 14, 21) Por amor a Dios y al prójimo rechazo el mal y me abro al bien, al amor. Que nuestro amor sea sin fingimiento, con la disponibilidad de perdonar al que nos ha ofendido. Amar aún a nuestros enemigos (Lc 6, 27).

La confesión es un verdadero encuentro con Cristo y con la Iglesia, encuentro liberador y gozoso. Liberador porque nos quita las cargas y gozoso porque participamos del triunfo de la Resurrección.

 

 

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