¿QUÉ HE DE HACER PARA TENER VIDA ETERNA?

 

¿Qué he de hacer para tener vida eterna?

 

  1. Algo sobre la pregunta.

Esta pregunta era muy común entre los judíos en la época de Jesús y en los días de la Iglesia primitiva. San Juan en su Evangelio nos da una respuesta clara y precisa: “Creer que Jesús es el hijo de Dios” (Jn 6, 39- 40). El hijo enviado por el Padre (Jn 3, 16- 17) a liberar a los hombres de la esclavitud del pecado y a darnos vida en abundancia” (Jn 10, 10). Una sola cosa es necesaria: Creer. Creer que Dios nos ama, nos perdona, nos salva y nos da su Espíritu Santo. Amor que se ha manifestado en Cristo Jesús, nacido para nuestra salvación (cfr Rom 4, 25). En su primera carta el Apóstol nos dice: Y este es su mandamiento: “que creamos en el nombre en su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó” (1 Jn 3, 23).

 

 

  1. El relato Evangélico

En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó corriendo un hombre,  se arrodilló ante él y le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?” Jesús le contestó: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio; no cometerás fraudes, honrarás a tu padre y a tu madre”. Entonces  él le contestó: “Maestro, todo lo he cumplido desde joven”. Jesús lo miró con amor y le dijo: “Sólo una cosa te falta: ve y vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y así tendrás un tesoro en los cielos. Después ven y sígueme”. Pero al oír estas palabras, el hombre se entristeció y se fue apesadumbrado, porque tenía muchos bienes. Jesús, mirando a su alrededor, dijo entonces a sus discípulos: “¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!” Los discípulos quedaron sorprendidos ante estas palabras, pero Jesús insistió: “Hijitos, ¡qué difícil es para los que confían en las riquezas, entrar en el Reino de Dios! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios”.

Ellos se asombraron todavía más y comentaban entre sí: “Entonces, ¿quién podrá salvarse?” Jesús, mirándolos fijamente, les dijo: “Es imposible para los hombres, mas no para Dios. Para Dios todo es posible”. Entonces Pedro le dijo a Jesús: “Señor, ya ves que nosotros lo hemos dejado todo para seguirte”. Jesús le respondió: “Yo les aseguro: Nadie que haya dejado casa o hermanos o  hermanas, o padre o madre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, dejará de recibir, es esta vida, el ciento por uno en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, junto con persecuciones, y en el otro mundo, la vida eterna”. Palabra del Señor. (Mc 10, 17-30)

  1. Explicación del texto.  

Aquel hombre reconoce a Jesús como Maestro que enseña y que llama a seguirlo. Jesús es Maestro que enseña con su vida y con sus palabra. Jesús dice lo que hace y hace lo que él es: Libre, totalmente libre por eso puede hablar con toda autoridad. ¿Son malas las riquezas de la tierra? ¿Es pecado ser rico? La riqueza en sí, no es mala, ni ser rico es un pecado, el pecado está en darle mal uso a los bienes de la tierra o en el enriquecerse por medio de fraudes. El dinero no es un fin en sí mismo, es tan solo un medio que debe estar al servicio del hombre. Cuando el hombre se hace esclavo de su riqueza, cuando para él el dinero es más importante que las personas; cuando la riqueza es la obsesión de su vida, entonces, su corazón se llena de apegos, se esclaviza, y le pierde el verdadero sentido a la vida. La experiencia de fe nos dice que el dinero no es la medida para el corazón del hombre: “De qué le sirve a uno tener todo el dinero del mundo, si al final pierde su alma” (Lc 9, 25 ). Ni todo el dinero o toda la fama o todo el prestigio pueden darnos vida eterna, pueden llenar y saciar realmente nuestro corazón: si nuestro corazón no tiene la libertad para hacer justicia a los hombres, estará vacío de toda verdad. Las cosas o las riquezas han de estar al servicio del hombre, son tan sólo un medio, nunca un fin en sí mismas, cuando el hombre hace de la riqueza un fin en sí mismo, se hace idolatra y se esclaviza del dinero.

El Hombre, en cambio, sí es un fin en sí mismo; es una perla preciosa por la cual Jesús lo ha dado todo, su vida, su sangre. Qué bello sería que todo ser humano se valorara según los criterios del Evangelio. No existiría esa “brecha” entre ricos y pobres. Una brecha cada vez más ancha y cada vez más profunda; por un lado unos cada vez más ricos y por otro lado unos cada vez más pobres. Los primeros son minoría, los otros, son la inmensa mayoría. Se nos ha olvidado que Dios creó todo para todos. Hemos olvidado el mandamiento: “No cometerás fraudes”. Cometer fraude, para el Evangelio, sería en derrochar en lujos innecesarios lo que otros necesitan para vivir con dignidad. Se comete fraude cuando se acumulan riquezas injustas al quitarle a los demás lo que de hecho les corresponde en justicia: un salario digno.

  1. Las otras riquezas.

Pero las riquezas no sólo son materiales, también existen los bienes intelectuales, morales, familiares, y mas. El hombre de Dios reconoce que “todo bien perfecto viene de arriba, del Padre de las luces”  (cfr Jn 3, 27) Por eso está siempre abierto a compartir lo que tiene, lo que sabe y aún lo que es: “¿qué tengo de bueno que no lo haya recibido de Dios? Y sí lo he recibido, para que presumir, porqué mejor no compartirlo con los demás” (cfr 1 Cor 4, 7) Podemos decir entonces que se comete fraude cuando se impide que los otros beban de la fuente del conocimiento, tengan acceso a la técnica y a la ciencia. Cuando no hay una solicitud mutua entre los individuos como entre los pueblos. Cuando se rechazan los medios que nos llevarían a una reconciliación saludable para todos; cuando nos negamos a compartir, especialmente con los menos favorecidos. También se da el fraude cuando al hombre es abandonado por la mujer para irse con otro, o cuando el hombre abandona a su familia para darse a otra mujer, comete fraude. Cuando el hombre entrega su corazón a las criaturas negándose a la Trascendencia y a descubrir lo que verdaderamente da sentido a la vida, se desvía del camino, cae en situaciones de injusticia, de pobreza y de miseria, de no salvación. Situaciones que no son queridas por Dios…porque hacen daño al hombre, a la sociedad, a la humanidad.

  1. Jesús, Maestro que enseña.

“Maestro bueno”. Jesús es Maestro, y es bueno porque hace el bien y enseña a vivir el arte de la comunión: en paz, armonía y justicia, en la libertad de los hijos de Dios. Con Jesús comprendemos el verdadero sentido de los “Mandamientos”, es decir, el amor y el servicio al prójimo. ¿Por qué me llamas bueno, bueno sólo Dios? Con su respuesta Jesús nos está mostrando el verdadero sentido de la vida: Dios, es nuestro refugio y nuestra herencia. En la pregunta que Felipe hace a Jesús sobre el Padre, Jesús le responde: Felipe, quien me ve a mi ve al Padre, quien me escucha y obedece, escucha y obedece al Padre. El Padre y Yo somos Uno (Jn 14, 7ss) Una vida orientada a Dios sólo puede darse en la unión con Cristo Jesús (Jn 15, 5.7) En comunión con Cristo vivimos en Dios y a la vez, en fraternidad con los demás que están en comunión con él. En la respuesta de Jesús aquel hombre y hoy a nosotros, Jesús nos dice como hemos de vivir en esta tierra: amando a Dios y amando a los hombres. Quien así vive guarda los Mandamientos, vive en Dios y Dios vive en él (Jn 14, 21- 23) Pero,  a la misma vez, nos está mostrando como permanecer en su Amor: Permanecer siendo amados y permanecer amando. El Amor de Cristo,  se manifiesta en la donación, en la entrega y en el servicio a los demás, a la familia, a todos.

  1. Seguir a Jesús es orientar la vida a Dios.

“Vengan a mí los que están cansados y agobiados por sus cargas” (Mt 11, 25) Es una invitación gozosa de Jesús a acercarse a él y entrar en comunión con Él. La razón es que a la vida eterna no entran los esclavos del dinero, ni del poder, ni del placer. Dios no hace alianzas con esclavos, primero los libera, los perdona, los hace hombres nuevos y luego los invita a hacer “Alianza” con Él y a seguirle. Nos dijo Juan Pablo II: “En efecto, encontrar a Cristo vivo es aceptar su amor primero, optar por él, adherirse libremente a su persona y proyecto, que es el anuncio y realización del reino de Dios. Seguir a Jesús es vivir como él vivió, aceptar su mensaje, asumir sus criterios, abrazar, su suerte, participar su propósito que es el plan del Padre: invitar a todos a entrar en la comunión trinitaria y a la comunión con los hermanos en una sociedad justa y solidaria” (I de A 68,3)

 

Seguir a Jesús es llenarse de sus actitudes y de sus criterios para realizar las obras de Dios, llamadas también frutos de la fe, frutos del Espíritu Santo y conocidas hoy día como “obras de misericordia” (cfr Gál 5, 22). Para quienes dicen que no pecan, porque según ellos guardan los Mandamientos, pero sin sentido, por obligación, por que toca, Jesús nos dice: “Sí vuestra justicia no supera la justicia de los fariseos, no entraréis en el Reino de Dios” Los fariseos guardaban los Mandamientos, oraban por lo menos tres veces al día y daban limosna a los pobres, y con todo esto no escuchaban lo voz de Dios ni habían visto su Rostro, porque no habían creído en él que Dios había enviado (Jn 5, 29).

Lo anterior nos hace pensar que no bastan ciertos comportamientos o ciertas actitudes buenas para vivir en la Verdad o para adentrarse en el Reino de Dios y de Cristo. Hemos de ser hombres nuevos por la fe en Cristo Jesús, vivir en comunión con él; purificando nuestro corazón en el caminar con él y siendo dóciles a la acción de su Espíritu que habita en nosotros para ser los que estamos llamados a ser: discípulos, misioneros, buenos, justos y santos.

  1. Jesús siendo rico se hizo pobre. 

Mas así como vosotros abundáis en todo: en fe, en palabra, en conocimiento, en toda solicitud, y en el amor que hemos inspirado en vosotros, ved que también abundéis en esta obra de gracia.  No digo esto como un mandamiento, sino para probar, por la solicitud de otros, también la sinceridad de vuestro amor. Porque conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, sin embargo por amor a vosotros se hizo pobre, para que vosotros por medio de su pobreza llegarais a ser ricos (2 Cor 8, 9).

 

La pobreza de Jesús es descrita por san Pablo con estas palabras: “Siendo de condición divina, se hizo hombre, tomó nuestra condición humana, para padecer, sufrir y morir por la Humanidad, como un signo de su amor y de su obediencia a su Amado Padre (cfr Flp 2, 6-8). Su riqueza es ser el Hijo de Dios, el hermano y servidor de los hombres. Su pobreza nos enriquece, es decir, nos hace hijos de Dios, hermanos y servidores de los demás. Todo lo del Hijo es nuestro: Su Padre, su Vida, su, Reino, su Madre, su Familia, su Misión, su Destino… Todo para que lo compartamos con los demás a quienes Él ama y quiere salvar.

  1. El mandamiento de Jesús

Jesús lo miró con amor y luego le dijo: “Ve y vende todo lo que tienes, da el dinero a los pobres y así tendrás un tesoro en los Cielos. Después, ven y sígueme”. Jesús nos invita a no dar nuestro corazón a las riquezas para no ser esclavos de las cosas. Sino, a construir un tesoro en el cielo mediante la práctica de la caridad, compartiendo lo que sabemos, lo que tenemos y lo que somos con nuestros hermanos los menos favorecidos. Poniendo nuestros bienes al servicio del Reino de Dios.

Las palabras de Jesús llenaron de tristeza al joven rico, y no encontraron acogida en él,  porque su corazón estaba atado a la riqueza; atadura que le impide seguir y subir con Jesús a Jerusalén para ser servidor del Reino y dar vida al mundo. Hoy Jesús invita a su Pueblo: Aquellos que han creído en él y le obedecen, a seguirlo. Para él no basta que seamos creyentes, quiere que seamos sus discípulos, que nuestro corazón esté consagrado al Padre del Cielo y no a las riquezas, para que podamos realizar sus obras, por amor y no por obligación; para la gloria de Dios y para el bien de los hombres y no para nuestros intereses mezquinos. No vivamos engañosamente nuestra fe, de tal forma que viniendo cada ocho días a dar culto al Señor y a escuchar su Palabra, después nos retirásemos como quien cumple un deber y no como quien recibe una misión.

 

  1. En la obediencia a la Palabra de Cristo.

“Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les digo” (Jn15, 14)  Sin obediencia a la Palabra de Dios no hay corazón limpio ni fe sincera (1Tm 1, 5). En la medida que sigamos a Jesús, nuestro corazón será su propiedad y todo él será nuestro…las cosas a medias nos hacen ser tibios…y los tibios no son del agrado de Dios (Apoc 3, 15). Sólo en el seguimiento de Jesús podemos conocer y experimentar el amor de Dios en Cristo; amor que supera todo tener y todo poder. Dios conoce hasta lo más íntimo de nuestros pensamientos e intenciones del corazón. Él bien sabe cómo nos acercamos a su presencia. Ojalá y escuchemos hoy su voz y con presteza vayamos a vivirla en nuestra existencia diaria; entonces podremos decir que ya desde ahora el Reino de Dios está dentro de nosotros y nos hace vivir en amor como hermanos, hijos de un mismo Dios y Padre.

  1. El Desprendimiento.

Es común escuchar algunos decir que seguir a Cristo es muy difícil y que se sufre mucho. Que Cristo pide y exige  mucho lo que hace difícil el seguimiento. Me atrevo a decir que eso es mentira. Seguir a Cristo es una “fiesta” y el sufrimiento es relativo. Cuando se ha probado lo bueno que es el Señor, cuando se ha hecho la opción radical por Cristo, dejar atrás o hacer a un lado lo que Cristo nos pide abandonar: grupos, personas, cosas, intereses, romper con el pasado etc. Si nuestro corazón rebosa de amor y agradecimiento a Cristo, el dolor es relativo, depende de que tan atados y esclavizados estemos a las criaturas. Lo difícil será desprenderse de uno mismo, del propio yo, para abandonarse en las manos del Señor y dejarlo hacer su obra en nosotros.

  1. Aplicación a nuestra vida

Hoy el Señor nos pide que dejemos nuestras propias esclavitudes; algunos tal vez no tengan ni un pedazo de pan, y no tengan dónde reclinar su cabeza; muchos, al contrario tengan incluso de modo superfluo alimento y cobijo. Tenemos que preguntarnos: ¿De qué tengo que desprenderme para caminar hacia la perfección en Dios? Si son los bienes temporales ¿Estoy dispuesto a compartirlos con los pobres y ser un reflejo de quien, no se aferró a su condición divina y nos enriqueció con su pobreza? Si son actitudes internas pecaminosas ¿Estoy dispuesto a dejar aquello que me impide amar como yo he sido amado por Dios, que por mí envió a su propio Hijo para hacerme partícipe del Descanso Eterno, de la Vida que Él nos ofrece a todos?.

 

 

 

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