LA
VIDA CRISTIANA PIDE TENER UNA RECTA INTENCIÓN Y UNA FE SINCERA.
Ni
el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios ha
preparado para los que le aman. Pero a nosotros nos lo ha revelado por su
Espíritu: y el Espíritu todo lo penetra, hasta la profundidad de Dios. (1Co
2, 9-10) Sabe de nuestra fe si es sincera, si tenemos un corazón limpio y
conoce nuestras intenciones, si somos de recta intención u somos torcidas. (cf 1
de Tim 1, 5) A Dios nadie lo puede engañar. Dios no quiere ser nuestro parche
(Mc 2, 22) Por eso para él, la gloria, el honor y la alabanza. La finalidad de
nuestra vida moral es la glorificación de Dios y el bien a los hombres. No hay
término medio, porque a esto se le llama tibieza, y a los tibios son expulsados
del cuerpo (cf Apoc 3, 15)
Por
lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que
le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio. (Rm 8, 28) Jesús
nos habló de dos árboles: Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol
malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un
árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado
y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los reconoceréis. (Mt 7, 17- 20)
Con la parábola de los dos árboles quiere enseñarnos del culto verdadero y del
culto falso:
«No
todo el que me diga: "Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos,
sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán aquel Día:
"Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos
demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?" Y entonces les
declararé: "¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!"
(mt 7, 21- 23)
Para
Jesús existen dos clases de hombres, a unos les llama verdaderos y a los otros
les llama falsos. El hombre verdadero es el que camina en la verdad, es
responsable, libre y capaz de amar. El otro, es imprudente e irresponsable, es
esclavo y no puede amar: «Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las
ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca:
cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron
contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y
todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el
hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los
torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue
grande su ruina.»(Mt 7, 24- 27)
El
que construye la casa sobre roca es sincero, honesto e integro, el otro es
falaz, falso e irresponsable. Mientras uno madura, el otro se queda en la
inmadurez. El primero hace de la escucha y obediencia a la Palabra de Dios la
delicia de su corazón, mientras que al otro le vale, escucha, pero no obedece. Frente
a las corrientes del mundo, uno permanece y el otro se va, es llevado a la
ruina. El profeta Jeremías también habla de dos árboles:
Del
primero dice: Así dice Yahveh: Maldito sea aquel que fía en hombre, y hace de
la carne su apoyo, y de Yahveh se aparta en su corazón. Pues es como el
tamarisco en la Arabá, y no verá el bien cuando viniere. Vive en los sitios
quemados del desierto, en saladar inhabitable. (Jer 17, 5- 6)
Del
segundo dice: Bendito sea aquel que fía en Yahveh, pues no defraudará Yahveh su
confianza. Es como árbol plantado a las orillas del agua, que a la orilla de la
corriente echa sus raíces. No temerá cuando viene el calor, y estará su follaje
frondoso; en año de sequía no se inquieta ni se retrae de dar fruto. (Jer 17,
7- 8)
Hay
corazones duros y hay corazones dóciles: El corazón es lo más retorcido; no
tiene arreglo: ¿quién lo conoce? (Jer 17, 9) El profeta Samuel nos dice: «No
mires su apariencia ni su gran estatura, pues yo le he descartado. La mirada de
Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero
Yahveh mira el corazón.» (1 de Sm 16, 7) Del corazón del hombre sale lo malo o
lo bueno. Malo que impide la realización y bueno lo que permite realizarla. Jesús
nos enseña: No es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre; sino lo
que sale de la boca, eso es lo que contamina al hombre.» (Mt 15, 11)
Hablemos
del árbol que está plantado a la orilla del río, sus raíces están siempre en el
agua y es alimentado desde las raíces al tronco hasta las ramas con la sabia
para que dé frutos en abundancia (Slm 1,1- 3) Las raíces son el Padre, el
tronco es Cristo y la sabia es el Espíritu Santo, las ramas somos nosotros,
llamados a dar fruto. En moral podemos decir que el tronco es la “Opción Fundamental
por Cristo” Las ramas que salen del tronco son nuestras actitudes y los frutos
que vienen de las ramas son las acciones. Lo que sale de la Opción Fundamental
de Cristo, es bueno, nuestras actitudes son de lo mejor y por lo mismo nuestras
acciones que son los frutos son sabrosas y buenas. Hay comunión con Cristo.
Por
eso podemos entender la importancia del cultivo de la conciencia recta, unida a
una fe sincera, para buscar en todo la gloria de Dios. Para esto es necesario
lavar, renovar y limpiar nuestros corazones: ¡cuánto más la sangre de
Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios,
purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios
vivo!(Heb 9, 14) Cristo no quiere ser nuestro parche, él quiere ser el todo de
nuestra vida. Como lo dice el Apocalipsis: “Conozco tu conducta: no eres ni
frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Ahora bien, puesto que eres
tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca.” (Apoc 3, 15- 16)
Dejemos
que Jesús entre en nuestra vida y purifique nuestro templo espiritual: Mira que
estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en
su casa y cenaré con él y él conmigo.(Apoc 3, 20) Jesús viene a enderezar
nuestra vida y a destruir nuestros ídolos para que podamos dar culto a Dios en
Espíritu y en Verdad.
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