Aprender a amar es tarea para toda la vida
Objetivo: Mostrar la necesidad de poner límites en la vida, de examinar nuestros
pensamientos y deseos, de actuar con disciplina para adquirir un rostro de
discípulo o de profeta para alcanzar la virtud probada.
Iluminación: “No todo el que me dice: Señor, Señor,
entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi” (Mt 7, 21).
1. La energía que mueve al mundo.
Todo ser humano es
manifestación del amor de Dios al haber sido llamado a la existencia por amor y
haber sido creado a “Imagen y semejanza de Dios” (Gn 1, 26). Dios es amor y nos
ha creado por amor, con amor y para amar. El hombre que nace generalmente es
fruto del amor de sus padres, es fruto del amor de las personas que lo engendran en un acto de amor
y lo esperan con amor. Podemos decir que el amor de los padres sólo será
saciado y colmado en su hijos, fruto de su amor.
Amar es más que un
sentimiento, es una elección, es una decisión. Yo elijo y yo decido amar a una
persona como es permanentemente. Amar es darse, es donarse, es entregarse a un
alguien, para que ese alguien se realice como persona en el amor que recibe y
en el amor que entrega. Cuando el amor es limpio, puro y verdadero, es fuerza
que atrae, acoge, empuja, respeta, transforma y santifica. El amor es el
fundamento y el sentido de todo vida humana; es raíz y culmen.
2. La energía que transforma
“La energía
principal que mueve el ánimo humano es el amor (¿Dónde se encuentra? ¿Quién lo
posee?). En definitiva cada ser humano tiene una sola tarea: aprender a amar
sincera, gratuita y auténticamente. Pero solamente en la escuela de Dios se
puede cumplir esta tarea y el ser humano puede alcanzar el fin para el que fue
creado”. La escuela de Dios es el camino del discipulado: Discípulos de Jesús. Son aquellos que han tenido un encuentro con
Él. Jesús el Señor lo ha llamado y elegido a estar con él y para un día
enviarlos a llevar su amor por los caminos de la vida. Discípulos son aquellos
que escuchan a su Maestro Jesús, el Señor; lo obedecen haciendo todo lo que Él
les pide; aceptan por amor pertenecer a su Maestro para toda la vida y acepten
libremente pertenecer al Grupo de Jesús.
3. El Amor de Dios.
El Amor de Jesús es Luz, es Vida, es Poder. Es amor que “ilumina la inteligencia y hace que
conozcamos mejor y más profundamente a Dios y, en Dios, a las personas y las
obras. (...) El amor produce atracción y comunión hasta el punto de que hay una
asimilación entre el sujeto que ama y el objeto amado. (...) Y esto es válido
ante todo en el conocimiento de Dios y de sus misterios que superan la
capacidad de comprensión de nuestra inteligencia: ¡Conocemos a Dios si lo
amamos!” (cfr 1 Jn 2, 3).
4. ¿Cómo amar a Dios a quien no vemos?
Quien dice que ama
a Dios que ame también a su prójimo; y, quien dice que ama a su prójimo que ame
también a Dios. Es doctrina evangélica. Ama quien elige el camino que Dios nos
propone: Jesucristo; y ama a Jesucristo quien elige el camino que él nos
propone: el amor a los pobres. Ama al pobre quien elige el camino recorrido por
Jesús: el servicio (cfr Jn 13, 13). En otras palabras el amor nos pide “guardar
los Mandamientos de la Ley de Dios” especialmente, el de la caridad y amar al
pobre de manera solidaria, generosa y servicial. (cf 1 Jn 2, 2ss)
5. ¿Qué pide el amor?
Lo primero que el
amor nos pide es dejarse amar. Dejarse lavar los pies para poder tener parte en
su Reino. Nadie da lo que no tiene, lo que no ha recibido. Sólo cuando hemos
abierto las puertas de nuestro corazón al Amor de Dios que se hizo hombre: Jesús,
podremos ser poseedores del Amor que el derrama en nuestros corazones por medio
de su Espíritu (cf Rm 5, 5)
En segundo lugar el
amor pide protegerlo y cultivarlo. Protegerlo contra todos los enemigos del
amor: la envidia, el egoísmo, el odio, resentimientos, vicios, complejos,
ataduras, y todo obstáculo que impide al hombre ser lo que tiene que ser: un
ser para los demás, un regalo de Dios.
Cuando lo contrario al amor entra y crece en el corazón del hombre, aquello a
lo que Jesús llama Cizaña, éste se atrofia y se incapacita para amar, se le
descompone la vida y se le convierte en caos. Aquí decimos las palabras del
Apóstol: “El que no trabaje que no coma”. El cultivo del corazón pide limpieza,
quema, aflojar la tierra, siembra, riego, fertilizante, poda, y… todo esto con
la ayuda de Dios que no abandona la obra de sus manos, y no descansa hasta
llegar a feliz término todo lo que él por amor ha iniciado. Recordemos las
palabras de Jesús: “Mi Padre siempre trabaja, y yo también” (Jn 5, 17). Si Dios
no trabajara en vano nos cansaríamos los obreros.
6. Las vertientes del amor.
¿Hacia dónde apunta
el amor? El amor tiene cuatro dimensiones que abarcan la totalidad del ser: una
hacia arriba, otra hacia abajo, otra hacia fuera y una más hacia dentro. La
primera apunta hacia Dios a quien hemos de amarlo con toda la mente, con todas
las fuerzas y con todo el corazón (Mt 22, 37ss). La segunda apunta hacia abajo:
amar la creación que Dios no ha dado como nuestro hábitat. La tercera apunta
hacia los demás a quienes hemos de amar como a nosotros mismos. La última
apunta hacia nosotros mismos que debemos
amarnos como Dios nos ama: incondicionalmente.
De las cuatro sólo
dos son Mandamientos: Amar a Dios y amar al prójimo. Esto sólo puede ser
posible en la medida que nos amemos a nosotros mismos. Lo que nos pide cambios
profundos en la manera de mirarnos, de pensarnos, de valorarnos y aceptarnos de
la misma manera que Dios nos piensa, nos mira, nos valora y nos acepta… con
amor incondicional, gratuito e incansable. La mirada de Dios para todo hombre
es de amor, de misericordia, de bondad…
7. Los frutos del amor
Los frutos del amor
son consecuencia del cultivo permanente, tenaz, arduo que hemos realizado en
colaboración con el Espíritu Santo en el “Barbecho de nuestro corazón” (Jer 4,
3). Un amor que no se protege y cultiva, se desvirtúa y muere, estéril se
queda. Decimos que “La imagen de Dios presente en el ser humano lo empuja a la
similitud, es decir a una identidad cada vez más plena entre la voluntad propia
y la divina. A esta perfección, se le llama “unidad de espíritu”, no se llega
sólo con el esfuerzo personal, (...) sino por la acción del Espíritu Santo que
actualiza el Plan de Dios en nuestra vida, purifica nuestros corazones de toda
inmundicia y transforma en caridad todo empuje y deseo de amor presente en el
ser humano (pero que no está a la altura del amor de “ágape”). De ese modo el
ser humano llega a ser, por gracia, lo que Dios es por naturaleza”.
Los frutos del amor
(cfr Gál 5,22) son a la vez frutos de la fe o frutos del Espíritu la comunión
con Dios y con los hermanos; la paz que es armonía interior y exterior: Con
Dios, con los demás, con la naturaleza y
con uno mismo; el gozo del Espíritu; gozo que no pueden dar los sentidos, sólo
puede ser fruto de la Paz; la misericordia que nos hacer amar con libertad la
miseria de los otros y ser fieles a la Verdad de Dios… El hombre nuevo sólo
puede llegar a poseer un corazón que llegue a ser “manantial de aguas vivas” cuando ha bebido de la fuente,
ha sido purificado y ha aprendido a ser dócil a las mociones del Espíritu Santo
que guía a los hijos de Dios (cfrJn 7, 37s).
8. ¿Es fácil amar?
En la escuela del
amor que debería de ser toda familia encontramos que no es fácil amar. El amor
siempre exige negarse a sí mismo frente a la verdad del otro para amarlo por lo
que es y no por lo que tiene. Estamos acostumbrados a que se nos premie por
nuestros pequeños esfuerzos; se nos recompense cuando nos hemos comportado
bien; se reconozcan nuestros éxitos… pareciera que me escucho a mí mismo decir:
Merezco ser amado y exijo ser amado. Se nos olvida el proverbio popular que
dice: “El amor, ni se compra ni se vende”. Charles Péguy ha dicho: “Caminante,
no hay camino, el camino se hace al andar”. Lo que sí es cierto es que todo
hombre nace con la capacidad para amar… puede hacer el bien y puede, si se lo
propone, hacer el mal (Dt 30, 15s).
“Para aprender a
amar es necesario un camino arduo y largo que ha de elegirse libre y
conscientemente. Es el camino de la Pascua: muerte y resurrección. Es el Camino
del discipulado que Jesús propone a los suyos: “Niégate a ti mismo, toma tu
cruz y sígueme” (Lc 9, 23) Sin el seguimiento de Jesús, no podemos remover la
“escoria del metal precioso” (Jer 15, 19) para adquirir el brillo del Evangelio
que nos capacita para ser servidores y ministros de la multiforme Gracia de
Dios. En este itinerario la persona debe imponerse una ascesis eficaz
(disciplina) para eliminar cualquier afecto desordenado (que llene el corazón)
y unificar su vida en Dios, fuente, meta y fuerza del amor, hasta llegar a la
cumbre de la vida espiritual. Al final de este itinerario ascético, se
experimenta gran serenidad y dulzura”.
Los autores
espirituales dan “una notable importancia a la dimensión afectiva” porque en el
fondo, nuestro corazón es de carne y, cuando amamos a Dios, que es el Amor
mismo, no podemos dejar de expresar en esta relación con el Señor nuestros
sentimientos humanos. El Señor mismo, haciéndose hombre, nos quiso amar con un
corazón de carne”. Volvemos a lo mismo, para amar con un amor, puro y santo,
nuestro corazón y nuestro amor tiene que pasar por muchas purificaciones, sin
las cuales no veremos al Señor, es decir, al Amor. Ésta tarea es para toda la
vida, y es tarea de todos los días y de cada situación concreta de nuestra
vida: “Hacerlo todo con amor, y sin amor no hacer nada” esto nos pide el
cultivo de las virtudes naturales, de las virtudes morales y de las virtudes
teologales.
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