LA FE Y LA GRACIA DE DIOS EN NUESTRA VIDA.

 


LA FE Y LA GRACIA DE DIOS EN NUESTRA VIDA.

Hermanos: Me arrodillo ante el Padre, de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra, para que, conforme a los tesoros de su bondad, les conceda que su Espíritu los fortalezca interiormente y que Cristo habite por la fe en sus corazones. Así, arraigados y cimentados en el amor, podrán comprender con todo el pueblo de Dios, la anchura y la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo, y experimentar ese amor que sobrepasa todo conocimiento humano, para que así queden ustedes colmados con la plenitud misma de Dios. A él, que, con su poder que actúa eficazmente en nosotros, puede hacer infinitamente más de lo que le pedimos o entendemos, le sea dada la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús, por todas las edades y por todos los siglos. Amén. Ef 3, 14-21

¿Quién puede negar que nuestra fe es Trinitaria?  Creemos en el Padre, el Hijo y en el Espíritu Santo. Tres personas en un solo Dios, con una sola sustancia y una sola naturaleza. Iguales en santidad, en poder y en misericordia. Los tres son una Unidad inseparable.

Pero, a pesar que nuestra fe es trinitaria, es sobre todo Cristo céntrica, pues ha sido la segunda persona de la Santísima Trinidad la que se ha hecho hombre para salvarnos. “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14) "El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz."(Flp 2, 6- 8) "Pues conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza." (2 de Cor. 8, 9) Jesús vino a traernos la Gracia de Dios para levantarnos a la dignidad de hijos de Dios.

Pero además nuestra fe es Neumatólógica, es decir que el Espíritu Santo habita en nuestros corazones para hacernos templos de Dios (Rm 5, 5; 1 de Cor 6, 19) El Espíritu Santo, enviado del Padre por el Hijo, guía los hijos de Dios. Nos lleva a Cristo que nos lleva al Padre por la acción del Espíritu Santo, para hacer de todos una Nueva Creación en Cristo y por Cristo. (2 de Cor 5, 17)

Nuestra fe es además Eclesiológica. Es decir en la Iglesia todos somos iguales en dignidad, por la fe recibida por la Palabra y el Bautismo todos poseemos una misma fe y una misma dignidad. Todos somos hijos en Cristo y por Cristo. (Rm 10, 17; Gál 3, 26- 27) "Os exhorto, pues, yo, preso por el Señor, a que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, "(Ef 4, 1- 5)

Algo para saber cómo católicos que nuestra fe es también Mariana. Dios puedo habernos salvarnos por cualquier otro camino. Pero no  lo quiso, él quiso salvarnos por la fe y quiso darnos a Cristo nuestro Salvador por medio de María. La Madre de Jesús, el Cristo y Cristo es Dios, por eso María es la Madre de Dios. ¿Quién soy yo para que la madre del Señor venga a visitarme? (Lc 1, 43)

Nuestra fe es también Pascual. Lo que significa que por la fe pasamos de la muerte a la vida. Del pecado a la Gracia. De las tinieblas a la luz. De la esclavitud a la libertad, de la aridez a las aguas vivas (cf Jn 7, 37- 38) El que no da este paso no nace de nuevo a la vida de Dios, se queda en la muerte (Jn 3, 1- 5) Una fe sin obras está muerta, (Snt 2, 14) y la primer obra de la fe es el arrepentimiento, para luego pasar a la confianza, a la esperanza y al amor.

Por último nuestra fe es Antropológica. Al estar en Cristo, somos de Cristo le pertenecemos, lo amamos y le servimos, somos hombres nuevos y mujeres nuevas. Lo viejo ha pasado, el pecado, lo que ahora hay es nuevo: “Dónde abundó el pecado, sobre abunda la Gracia de Dios” (Rm 5, 20) Ahora somos hijos de la luz, y los hijos de la luz son la bondad, la verdad, y la justicia (Ef 5, 9)

“Me arrodillo ante el Padre, de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra, para que, conforme a los tesoros de su bondad, les conceda que su Espíritu los fortalezca interiormente y que Cristo habite por la fe en sus corazones.” La presencia de los tres están actuando en nuestros corazones. Nos ha elegido, nos ha destinado, nos ha redimido, nos ha salvado, nos han reconciliado y nos han santificado. Las palabras de Jesús lo confirman: “Mi Padre siempre trabaja, y yo también trabajo” (Jn 5, 17) Dios trabaja en nuestra salvación, en nuestra liberación y en nuestra santificación. Pero él necesita de nuestra colaboración, de nuestra ayuda, de nuestros esfuerzos, renuncias y sacrificios. La gracia es es un don gratuito de Dios a los hombres, pero no es barato, pide fe y conversión (Mc 1, 15)

Dios no quiere una fe superficial, mediocre y orillera, pero eso nos pide: “Rema mar adentro” (Lc 5, 5) Y en san Pablo nos dice: "Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto"(Rm 12, 2)

Y ¿Cuál es la voluntad de Dios? Que creamos en su Hijo, y sólo, en su Hijo (Jn 6, 35-40) Creer en el Hijo es confiar, obedecerlo, amarlo, seguirlo y servirlo. El que cree en Jesús se hace hijos de Dios, hermano de los hombres, amigo de Jesús y discípulo de él. (Jn 2, 5; Jn 15, 13) Para entonces conocer y poner en práctica su Mandamiento: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 13, 34)

La fe viva, santa y agradable a Dios, es la respuesta a la Palabra de Dios que es viva y eficaz (Hch 4, 12) Para qué unidos a nuestros esfuerzos y renuncias es poder, fuerza y energía que actúa en nuestro corazón para revestirnos de Jesucristo (Ef 6, 10; Rm 13, 14) La Gracia de Dios es inseparable, de nuestras decisiones, para actualizar la obra salvífica de Dios en nuestra vida. La sola Gracia, no, nuestras solas fuerzas, tampoco. Gracia y nuestras decisiones son inseparables. Cuando queremos hacer las cosas sin Dios es separarlas, es dar muerte a la fe para caminar sin Dios.

¿Qué es entonces la Gracia de Dios en nuestros corazones?  Es el Don de Dios, es Dios mismo que se ha dignado habitar por a fe en nuestros corazones. "A vosotros, gracia y paz abundantes por el conocimiento de nuestro Señor. Pues su divino poder nos ha concedido cuanto se refiere a la vida y a la piedad, mediante el conocimiento perfecto del que nos ha llamado por su propia gloria y virtud, por medio de las cuales nos han sido concedidas las preciosas y sublimes promesas, para que por ellas os hicierais partícipes de la naturaleza divina, huyendo de la corrupción que hay en el mundo por la concupiscencia."(1 de Pe 2. 4)

La Gracia es la “Naturaleza divina” Dios Padre, Hijo  Espíritu Santo que hacen de nosotros su Casa (Jn 14, 2) "¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? "¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? "Habéis sido bien comprados! Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo."(1 de Cor 6. 19- 20)

La experiencia de Dios, llamada también el “Bautismo del Espíritu Santo” es el “Don de Dios” a los que creen, obedecen y aman a Cristo. Experiencia que nos abre la mente para que comprendamos la altura, la anchura, la longitud y la profundidad del amor de Cristo que supera todo saber, todo tener y todo poder. De la experiencia brota el amor, la paz y el gozo del Señor, El amor es la raíz y el cimiento de la fe para que podamos comprender que Dios tiene poder para darnos lo que le pidamos y más.

La Gracia de Dios es conformada por la fe, la esperanza y la caridad, acompañadas por la oración. La Unidad de las tres son el amor que ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que Dios nos ha dado (Rm 5, 5) La experiencia de la presencia en nuestros corazones nos va dejando un fruto permanente. Fruto llamado también fruto de la fe y del Espíritu Santo (Gál 5, 22)

Lo primero es enamorarnos de Jesús, el Cristo de Dios. Amamos a Jesús y lo aceptamos como él es: el Hijo de Dios. El Don de Dios, nuestro Salvador, nuestro Maestro y nuestro Señor. Non enamoramos de su Palabra que es viva y eficaz, espíritu y vida. Nos enamoramos de su Oración, se convierte en compañera de nuestra vida. Nos enamoramos de todo lo que Jesús ama. Amó a su Iglesia y se entregó por ella. Nos enamoramos de su Iglesia, su Comunidad, su Casa. Amamos sus Sacramentos, sus pastores, sus laicos, su enseñanza y sus oraciones. Nos enamoramos del servicio.

"Así pues, queridos míos, de la misma manera que habéis obedecido siempre, no sólo cuando estaba presente sino mucho más ahora que estoy ausente, trabajad con temor y temblor por vuestra salvación, pues Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar, como bien le parece. Hacedlo todo sin murmuraciones ni discusiones para que seáis irreprochables e inocentes, hijos de Dios sin tacha en medio de una generación tortuosa y perversa, en medio de la cual brilláis como antorchas en el mundo,"(Flp 2, 12- 15)

En la Iglesia todo bautizado es discípulo de Cristo Jesús, llamado a ser un servidor al estilo de Jesús que nos dejo claro: El hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir, y a dar su vida por muchos (Mt 20, 28) La Misión de Jesús es también nuestra Misión. Su destino es nuestro destino. Qué la Gracia de Dios permanezca y crezca en nosotros. La Palabra de Dios cuando la escuchamos y la ponemos en práctica es Gracia en nuestro interior, por eso no nos contentemos con escucharla, hay que ponerla en práctica para que seamos discípulos del Maestro de Nazaret (Snt 1, 22)

 

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