YO SOY LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA. EL QUE CREE EN MÍ NO MORIRÁ PARA SIEMPRE.
Jesús es la Vida donada, entregada,
crucificada, resucitada y glorificada, tal como lo dice san Juan: “Tanto amó
Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo para que todo aquel que crea en
él tenga vida eterna.” (Jn 10, 10) “Vida divina.” Jesús vino al mundo enviado
por el Padre como “Don” “Entregado“ a los hombres para salvarnos, para
anunciarnos el Reino de Dios, para reconciliarnos, para sacarnos del pozo de la
muerte, para que entráramos a la Vida, a los terrenos de Dios: el Amor, la
Verdad, la Vida, la Libertad, la Santidad, para así poder comer del “Árbol de
la vida que está en el paraíso de Dios” (Apoc 2, 7).
El Verbo se hizo carne y habitó
entre nosotros (Jn 1, 14) “Se hizo hombre igual a nosotros menos en el pecado”
(Flp 2, 7) Vivió como hombre y murió como hombre, “habiendo llegado la hora de
pasar de este mundo al Padre y habiendo amado a los suyos los amó hasta el
extremo” (Jn 13, 1) El apóstol Pedro nos dirá: “Se pasó la vida haciendo el
bien y liberando a los oprimidos por el diablo” (Hech 10. 39) En la última cena
lo dijo con toda claridad: “Mi vida no me la quitan, yo la entrego” (cf Jn 10,
18) ) San Pablo, iluminado por el Espíritu Santo nos dice: “Cristo Jesús, el
Señor fue crucificado, muerto, sepultado y resucitó al tercer día. (cf Rm 6,
4ss) Y murió por nosotros para que nuestros pecados fueran perdonados y
resucitó para darnos Vida eterna, para darnos Espíritu Santo (Rm 4, 25).
¿Qué es la resurrección? “Yo soy la resurrección y la vida”
(Jn 11, 25) Es la Fuerza poderosísima que ha irrumpido en el mundo para crear
la Nueva Creación (2 Cor 5, 17) Esa fuerza poderosísima irrumpió en el cadáver
de Jesús para transformarlo en un “Ser vivo. ”Por su resurrección, EL
CRUCIFICADO ES “UN SER VIVO.” Es ahora un “Ser viviente y vivificador.” Para
hacer de los hombres una Unidad reconciliada por la muerte y la resurrección de
Cristo Jesús (cf Ef 2, 16) La Resurrección no terminó con el acontecimiento de
Cristo, con él, el primero en resucitar, hoy día sigue manifestándose en cada
hombre bautizado. Por el bautismo morimos con Cristo, somos sepultados y somos
resucitados con él. (Rm 6, 4) Cada vez que el hombre se convierte a Cristo y da
la espalda al mundo hay una resurrección en nuestra vida; cada vez que hacemos
una oración bien hecha y cada vez que hacemos el bien por Cristo y celebramos
un Sacramento bien celebrado, la Fuerza poderosa que resucitó a Jesús, se
manifiesta en nuestra vida y nos hace hijos de Dios y hermanos de los demás. Con
cuanta sabiduría san Pablo nos dice: “Todo el que es de Cristo, todo el que le
pertenece está crucificado con él, muriendo al pecado y resucitando a la vida
de Dios” (cf Gal 5,24) Cruz y resurrección son dos momentos de un mismo
acontecimiento.
La señal que hemos resucitado con
Cristo es el Amor. Con palabras de san Juan: “Estamos pasando de la muerte a la
vida por que amamos a los hermanos” (1 de Jn 3, 14 ) Bajarse de la cruz
equivale a salir de los terrenos de Dios para volver a la muerte para volver a
ser oprimidos, esclavos y enemigos del Dios compasivo y misericordioso.
El testimonio del Padre: “El Padre nos ha dado vida, el que está en Cristo
tiene la Vida, el que no tiene al Hijo no tiene la Vida” (1 Jn 5, 12) Con las
mismas palabras de Jesús que nos ha dicho: “Yo soy el camino, la verdad y la
vida” (Jn 14, 6) Y nos sigue diciendo: “Solamente unidos a mí podéis dar fruto,
sin mí nada podéis hacer (Jn 15, 3s) La unidad con Cristo es la “Unidad en la
fe” (Ef 4, 13) que se hace confianza, esperanza y amor que nacen y crecen en la
escucha de la Palabra de Dios (cf Rm 10, 17) la clave para que esto se realice
en nuestra vida nos la propone el Apóstol Pablo: “Que Cristo Jesús, habite por
la fe en vuestro corazones para que cimentados en el amor podáis comprender la
altura, la anchura, la longitud y la profundidad del amor de Cristo que supera
todo conocimiento, todo saber, todo poder (cf Ef 4, 17ss)
¿Qué hacer para tener vida eterna? El camino es la fe que viene de la
escucha de la Palabra de Dios (Rm 10, 17). Por la fe somos justificados:
nuestros pecados son perdonados y recibimos el don del Espíritu Santo. (cf Rm
4, 25) Por la fe en Cristo Jesús somos justificados, reconciliados, perdonados,
salvados, santificados y glorificados (Rm 5,1; Gál 2, 16; Rm 8, 30) En todo
pecado perdonado hay una resurrección, somos hijos de Dios.
La voluntad del Padre es que todo
aquel que crea en Jesús, su Enviado, tenga vida eterna. (cf Jn 6, 39- 40)
Podemos entender el mandato del Padre: “Que creamos en Jesús y que nos amemos
unos a los otros (cf 1 de Jn 3, 23) Creer en Jesús es confiar, es obedecer, es
pertenecerle, es amarlo, seguirlo y servirlo. Creer en Jesús sobre todo es aceptarlo
como el “don y como el Hijo de Dios” (Jn 3, 16) “Como nuestro salvador que nos
amó y se entregó por nosotros” (Gál 2, 20; Ef 5, 2) Es aceptarlo como nuestro
Maestro (Jn 13, 13) y es reconocerlo, aceptarlo y proclamar como nuestro Señor
y cómo nuestro Dios (Jn 20, 28) La Vida que Jesús nos da en abundancia la
encontramos en su Palabra y en los Sacramentos, especialmente en la Eucaristía
y en la Confesión. Es una vida donada,
entregada, crucificada, resucitada y glorificada. Es una vida divina.
Todo discípulo tiene un Maestro,
para el cristiano es Jesús: San Juan nos dice el libro del Apocalipsis: “Yo
estoy a la puerta y llamo, si alguno me abre la puerta, yo entro y ceno con él,
y él cena conmigo” (Apoc 3, 20) Abrir la puerta equivale a escuchar la palabra
de Dios y obedecerla. Esto nos hace ser discípulos de Jesús y hacer Alianza de
Amistad con Él, para conocerlo, seguirlo y servirlo. Lo anterior nos lleva a
crecer en el conocimiento de Dios, al igual que nos lleva a la madurez en la fe
(cf Ef 4, 13)
El conocimiento de Dios pide una
doble invitación. Por un lado romper con el pecado que destruye la vida de
Dios, razón por la que Pedro nos dice: “cuídense
de la maldad, de la envidia, de la mentira, de la hipocresía y de la
maledicencia.” (1 de Pe 2,1) Lo anterior equivale a un despojarse del traje
de tinieblas, para por el otro lado, revestirse de la luz, con la armadura de
Dios, es decir, revestirnos con las virtudes cristianas (cf Rm 13, 12- 14)
Armas poderosas para vencer el mal, el ego o los vicios que están siempre al
acecho (cf Ef 6, 10) Por eso la exhortación del Apóstol: “Huyan de las pasiones
de su juventud (los vicios, las pasiones, las concupiscencias), y dedíquense a
buscar a Dios en el amor, en la verdad, en la justicia, en la misericordia, en
la humildad, en la sencillez… (2 Tim 2, 22; Col 3, 12) La fe crece con el uso
de su ejercicio y disminuye y hasta desaparecer con las obras muertas del
pecado, tal como lo dice san Pablo: “Todos pecaron y están privados de la
gracia de Dios” (Rm 3,23) “El salario del pecado es la muerte, pero Dios nos da
la vida en Cristo Jesús (Rm 6,23).
¿Cuáles son los frutos de la fe? Son los
mismos frutos del Espíritu Santo: El amor, la paz, el gozo, la humildad, la
mansedumbre, la fortaleza, el dominio propio… (Gál 5,22) “La bondad, la verdad,
la justicia, la santidad (Ef 5, 9; 4, 24) Para dar frutos Jesús nos invita el
Camino a seguir: “Permanezcan en mi amor” ¿Cómo? Guardando sus Mandamientos (Jn
15, 9) “y viviendo como hijos de la Luz” (Ef 5, 8; Gal 5, 25) Lo que exige
romper con el pecado (cf 1 de Jn 1, 8) para entrar en comunión con Dios en
Cristo Jesús, nuestra Vida.
Evitemos la mezcla de la fe con los vicios. Toda
mezcla nos lleva a la tibieza espiritual. Encontramos esta verdad en el
Apocalipsis que nos dice: ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero eres tibio, y a
los tibios los vomitaré de mi boca. (cf Apoc
3, 16) “Yo a los que amo, los reprendo y los corrijo, se pues ferviente
y arrepiéntete.” (Apoc 3, 19) Para caminar en la fe por el camino de la
conversión que consiste en “llenarse de Cristo” o en “Revestirse de Cristo.”
“Al vencedor le concederé sentarse
conmigo en mi trono, como yo también vencí y me senté con mi Padre en su
trono” (Apoc 3, 21) El trono de Jesús en esta vida fue un trono de humillación,
sufrimiento y muerte, que él abrazó con Amor, la Cruz, para sacarnos del pozo
de la muerte y pagar el precio para arrancarnos del pecado y llevarnos a la
Tierra Prometida: El Cuerpo de Cristo. Ahora podemos entender las Palabras del
Apóstol: “Todo el que pertenece a Cristo está crucificado con él, muriendo al pecado
y viviendo para Dios” (Gál 5,24) Convirtiéndose en un regalo de Dios para la
Iglesia, en vida crucificada, resucitada y glorificada (cf Rm 8, 30) La Cruz de
Jesús es el camino a la Resurrección, a la Pascua para pasar de la muerte a la
vida, de las tinieblas a la luz, de la aridez a las aguas vivas; (Jn 7, 37- 38) es un volver a las manos del
Padre; es un verdadero Nacimiento, es una Conversión cristiana.
Algo para saber es que Jesús que se
pasó la vida haciendo el bien, porque Dios estaba con Él (Hech 10, 38) “Y
habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1) Lo anterior
nos dice que la vida de Jesús fue una “Vida resucitada.” Una vida donada y
entregada a la “Obra de Dios” (cf Jn 4, 34) “Mi vida no me la quitan, yo la
entrego” (Jn 10,18) Razón por la que san Pablo nos invita a vivir como Jesús
vivió: "Quien dice que permanece en él, debe
vivir como vivió él." (1 de Jn 2, 6)
¿Cómo vivió Jesús? “Como hijo de Dios” “Como hermano de
los hombres” y “Como servidor de todos.” (cf Mt 20, 28) Con las palabras de san
Pablo: “Siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2 Cor 8,
9) Se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza y hacernos la invitación de hacernos
como él: “Mansos y humildes de corazón” (Mt 11, 29)
La resurrección es la corona de
toda la vida de Jesús, une al Jesús histórico con el Cristo de la fe. Jesús de
Nazaret es el mismo “Cristo y Señor” que nos presenta la Sagrada Escritura
(Hech 2, 36) Por eso podemos afirmar que toda la vida de Jesús fue una “Vida
resucitada, donada y entregada”
"Quien dice que permanece en él, debe vivir como vivió él." (1 de Jn 2, 6)
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