EL DIÁLOGO MÁS REVELADOR Y LIBERADOR DEL ANTIGUO TESTAMENTO: ENTRE DIOS Y
MOISÉS.
Iluminación. Yahvé le dijo:
«He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto; he escuchado el clamor ante sus
opresores y conozco sus sufrimientos. He
bajado para librarlo de la mano de los egipcios y para subirlo de esta tierra a
una tierra buena y espaciosa; a una tierra que mana leche y miel* (Ex 3, 7- 8)
El Señor ha visto, ha escuchado y
ha bajado a liberar a su Pueblo de las manos opresoras del Faraón para llevarlo
a una tierra buena y espaciosa que mana leche y miel. La tierra de la Promesa
es Cristo que viene a liberar los hombres para que tengan un corazón que
produzca frutos buenos; “Del corazón del que crea en mí brotarán ríos de agua
viva” (Jn 7, 37- 38) La tierra espaciosa es el corazón grande que por la acción
del Espíritu Santo puede llegar a amar y servir. “Ensanchen sus corazones” para
que puedan responder a mí amor. (2 Cor 6, 13) en un corazón oprimido y esclavizado
no hay lugar para el Bien y sus frutos.
Moisés pastoreaba el rebaño de su
suegro Jetró, sacerdote de Madián. Trashumando con el rebaño por el desierto,
llegó hasta el Horeb, la montaña de Dios. (Ex 3, 1) Moisés después de 40 años
como Pastor se decide a ir más allá del desierto, se llega hasta la montaña de
Dios para tener la “Experiencia de Dios.” Hoy nosotros podemos ir al desierto
conducidos por el Espíritu Santo y al final “Hacer nuestra Opción por
Jesucristo.” Y aceptar su Palabra como Norma para nuestra vida, dando la
espalda a la vida mundana y pagana para decidirnos a servir al Señor (Eclo 2,
2ss) El desierto es el “Don de Dios para todo creyente que crea en Jesús y lo
acepte como su Salvador, como su Maestro y como su Señor.” En el desierto se
adquiere rostro de profeta, y se echa raíces en la fe, la esperanza y en la
caridad.
Escuchemos a Jesús que nos dice: “Remen
Mar adentro” (Lc 5, 4) “Vamos a la otra orilla” (Mc 4, 35) Dejen la orilla,
profundicen en la fe, comprométanse conmigo en favor de los demás; dejen la
mediocridad y el conformismo; abandonen y despójense del traje de tinieblas
para que puedan revestirse de luz y de la armadura de Dios, y revestirse de
Cristo (Rm 13, 11- 14) Es la disponibilidad para padecer la acción del Espíritu
Santo y conocer las manifestaciones de Dios y poder saborear los frutos de la fe:
“la bondad, la verdad y la justicia” (Ef 5, 8) Podemos afirmar que Dios a todos
ama, pero no en todos se manifiesta. Se manifiesta en todos aquellos que se
abren a su amor, confían en él, lo obedecen y lo aman (Jn 14, 21. 23)
Ir como Moisés más allá del Desierto. Allí se le apareció el ángel de Yahvé en una llama de fuego, en medio de
una zarza. Moisés vio que la zarza ardía, pero no se consumía. (Ex 3,2) Es
la experiencia de Dios en la vida de Moisés. Dios es Fuego, quema pero no
destruye, purifica y sana, nos abre caminos, pero no mete miedos, ni nos
confunde. Esa misma experiencia de Moisés nosotros la podemos tener en el “Encuentro
con Jesús” que nos ama, nos perdona, nos salva y nos da el don de su Espíritu
Santo. Es la experiencia del Padre, del Hijo y del Espíritu en nuestros
corazones. Esta experiencia hermosísima es el “Motor de la vida nueva.”
Experiencia que queda en nosotros huellas imborrables: Nos enamoramos de
Cristo, de su Palabra, de la Oración y de todo lo que Jesús ama. La experiencia
de Cristo es la madre del Compromiso cristiano que hace nacer en nosotros los
deseos de servir al Reino de Dios y a la
Iglesia.
Pensó, pues, Moisés: «Voy a acercarme para ver este extraño caso: por qué
no se consume la zarza.» (Ex 3, 3) Dios usa para atraernos a él de nuestros mecanismos
internos. Había tiempo que el Señor trabajaba en Moisés. El Señor lo llevó más
allá de desierto hasta la montaña santa, el monte Horeb: “Nos atrae hacia él
con cuerdas de amor y de ternura.” “Nos busca hasta encontrarnos” (Lc 15, 4) Si
Moisés se acercó a la zarza ardiente, es porque primero el Señor se acercó a él,
le abre los ojos y le ilumina la mente, hace nacer en el interior de Moisés el
deseo de Dios, aunque él no lo entienda.
Cuando Yahvé vio que Moisés se
acercaba para mirar, le llamó de en medio de la zarza: «¡Moisés, Moisés!» Él
respondió: «Aquí estoy.» (Ex 3, 4) A Dios que llama hay que darle una
respuesta. Dios pronuncia en nombre de Moisés dos veces. El llamado es grande,
es importante, el Señor tiene planes para su siervo que con prontitud responde:
“Aquí estoy” Esta respuesta es el “embrión de la humildad apostólica” que debe
de acompañar a los profetas y apóstoles a lo largo de sus vidas. Es el Señor
quien toma la iniciativa para elegirnos y llamarnos para un día ser enviados.
(Mc 3, 13)
Le dijo: «No te acerques aquí; quítate las sandalias que llevas puestas,
porque el lugar que pisas es suelo sagrado.» (Ex 3, 5) La experiencia de
Dios implica el llamado a la conversión. A la purificación del corazón para
llenarlo con la Gracia de Dios como primer paso antes de ser enviado (Rm 5, 5)
Y pensar que todo hombre es terreno sagrado llamado a la conversión: “Quítate
las sandalias por el terreno que pisas es sagrado.” Quitarse las sandalias
equivale para san Pablo en “Despojaos del Hombre viejo” para que te puedas revestirte
del Hombre nuevo para que haya conversión en tu vida. (cf Ef 4, 23) La conversión
es llenarse de Cristo, lo que implica despojarse del pecado, como lo dice el
Apóstol: “Despojaos del traje de tinieblas y revístanse de luz, con la armadura
de Dios, lo que significa revestirse de Jesucristo (Rm 13, 11- 14) “Huye de las
pasiones de tu juventud” (2 Tim 2, 22) Es decir aléjate de tus vicios: la
pereza, la lujuria, la avaricia, la comodidad, la intemperancia que es la madre
de la gula, del tabaco, del alcohol, la droga y el sexo. Despojaos de la
soberbia, del egoísmo, de toda altanería y de todo aquello que es incompatible
con el crecimiento del Reino de Dios.
Y añadió: «Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abrahán, el Dios de
Isaac y el Dios de Jacob.» Moisés se cubrió el rostro, porque temía ver a Dios. (Ex 3, 6)
El Señor se identifica, al igual que Jesús dice a sus discípulos: “No soy un
fantasma, soy yo” (Lc 24, 36ss) El Señor
se identifica como el Dios de Padre de Abraham, Isaac y Jacob. Moisés con
miedo, se cubre la cara por que los judíos decía: “Nadie puede ver a Dios y
seguir viviendo” (cf Ex 33, 20) Con Jesús se hace una diferencia, él llama a
Tomás: “Ven y mete tus dedos en los agujeros de mis clavos” (Jn 20, 27). Jesús
se apropia del Nombre de Dios: “Yo soy” (Jn 8, 58) “Yo soy la luz del mundo”
(Jn 8, 12) “Yo soy el Buen Pastor” (Jn 10 11) “Yo soy la puerta” (Jn 10, 7) “Yo
soy el pan de vida” (Jn 6, 35) “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11, 25) “Yo
soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6) Por todo la anterior pudo
decirnos con toda Verdad: Porque ustedes no creen que yo soy, no se salvaran (cf
Jn 8. 58).
"Así pues, el clamor de los israelitas ha
llegado hasta mí y he visto además la opresión con que los egipcios los
oprimen. Ahora, pues, ve; yo te envío a Faraón, para que saques a mi pueblo,
los israelitas, de Egipto.» (Ex 3, 9- 10)
El Señor había preparado a su Misionero desde siempre, ahora se le manifiesta y
le dice ha llegado a la hora de liberar a mi pueblo para que lo liberes de las
manos del Faraón que los oprime y esclaviza. Para eso salvó de las aguas del
río Nilo; para eso lo hizo huir al desierto y hacerlo pastor 40 años a las
ordenes de su suegro Jetró, sacerdote de Madian.
Dijo Moisés a Dios: ¿Quién soy yo para ir a
Faraón y sacar de Egipto a los israelitas?» Respondió: «Yo estaré contigo y
esta será para ti la señal de que yo te envío: Cuando hayas sacado al pueblo de
Egipto daréis culto a Dios en este monte.» Contestó Moisés a Dios: «Si voy a
los israelitas y les digo: "El Dios de vuestros padres me ha enviado a
vosotros"; cuando me pregunten: "¿Cuál es su nombre?", ¿qué les
responderé?» (Ex 3, 11- 13)
Podemos hablar y decir que este es el diálogo más revelador y liberador de la
historia. "¿Cuál es su nombre?"
Dijo Dios a Moisés: «Yo soy el que soy.» Y
añadió: «Así dirás a los israelitas: "Yo soy" me ha enviado a vosotros.»
Siguió Dios diciendo a Moisés: «Así dirás a los israelitas: Yahveh, el Dios de
vuestros padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, me ha
enviado a vosotros. Este es mi nombre para siempre, por él seré invocado de
generación en generación.» (Ex 14- 15)
"Yo soy" me ha enviado a vosotros. “Yo soy el que está aquí, para
liberarlos, para amarlos, para perdonarlos, para salvarlos para darles Espíritu
Santo. Mateo recordando al profeta Isaías nos dice: Le pondrán por nombre
Emmanuel que significa Dios con Nosotros, entre nosotros y a favor de nosotros.
(cf Is 7, 14; Mt 1, 23) Emmanuel es Jesús que significa Dios salva su Pueblo de
los pecados (Mt 2, 21)
«Ve, y reúne a los ancianos de Israel, y diles:
"Yahveh, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de
Jacob, se me apareció y me dijo: Yo os he visitado y he visto lo que os han
hecho en Egipto. Y he decidido sacaros de la tribulación de Egipto al país de
los cananeos, los hititas, los amorreos, perizitas, jivitas y jebuseos, a una
tierra que mana leche y miel."
(Ex 3, 16- 17) Ahora nuestros enemigos ya no son los egipcios, los cananeos o
los hititas, ahora son, el hombre viejo y su comunidad de vicios como son el “conformismo,
el relativismo, el
secularismo, el ateísmo teórico o práctico, las supersticiones, la pereza, la
avaricia, la lujuria, el alcoholismo, la drogadicción, la prostitución, la
soberbia, el egoísmo, etc. Para sacarnos del pozo de la muerte el Señor Jesús
entregó su vida para el perdón de nuestros pecados y resucitó para darnos vida
eterna y darnos Espíritu Santo.
“Vengo
para que tengan vida, y vida en abundancia” (Jn 10, 10) Vino a traernos a Dios
y con él, el perdón de nuestros pecados y el don del Espíritu Santo que nos
lleva a Cristo para que nos apropiemos de los frutos de la redención y haga de
nuestros corazones la “La tierra que mana leche y miel: el perdón, la paz, el
gozo, etc., y dé testimonio de que ya
somos hijos de Dios en Cristo Jesús, para gloria de Dios Padre. (cf Rm 8, 14-
17)
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