3.
SE
HUMILLÓ A SÍ MISMO
Objetivo: resaltar la importancia del cultivo de
una disponibilidad sin máscaras para ir al encuentro con el Señor, buscando su
perdón, la reconciliación, la paz, para no ser despedidos con las manos vacías.
Iluminación.
Dos hombres fueron al templo a orar…
Lucas 18, 9, 14
1.
¿Qué
nos dice la Sagrada Escritura?
Dos personajes
que atraviesan la historia de la salvación: el fariseo y el publicano: dos
modos de ser y de actuar, uno es agradable a Dios, el otro es rechazado. Uno es
justificado, el otro se retira vacío. Cuánta razón tenía Jeremías al decir: “Si me buscáis de todo corazón me dejaré
encontrar por vosotros” (Cfr Jer 29, 13). El rey David nos dejó su propia
experiencia al decirnos que “Un corazón
contrito, Dios no lo rechaza” (Slm 51, 9). No sólo no nos rechaza, sino que
va a nuestro encuentro y nos espera con los brazos abiertos como un Padre lleno
de misericordia para darnos una bienvenida gozosa y liberadora (Cf Lc 15, 11ss)
2.
¿Cómo
acercarnos hoy a Cristo?
San Juan Pablo
II recomendó a los hijos de la Iglesia la búsqueda de Dios como lo primero para
esta vida: “Dedíquense a buscar a Dios”. Que esa sea la tarea permanente para
vuestra vida. En estos días de Cuaresma es una ilusión el acercarnos a Cristo
crucificado sin querer despojarnos de
nuestras grandezas; de nuestro orgullo, de nuestra vanidad. Hemos de ir a él
con la disponibilidad de entregarle todas nuestras cargas y nuestras miserias,
para poder revestirnos de la humildad de Cristo.
Escuchemos al
profeta decirnos “Será doblegado el
orgullo del mortal. Será humillada la arrogancia del hombre, sólo el Señor será
ensalzado aquel día” (Isaías 2, 17). ¿Cuál día? El día del Señor, cuando
con la fuerza del Espíritu exclama desde la Cruz: “Todo está cumplido” (Jn 19, 30). ¿Cómo doblega Dios el orgullo
de los hombres? Acaso: ¿los despojó de su poder? ¿Los humilló? O ¿los aniquiló?
No, lo ha doblegado: Anonadándose él: “se
humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la cruz” (Flp 2, 6-8). Doblegó
el orgullo y la arrogancia desde dentro. ¿Hasta dónde se humilló el Señor?
Hasta la muerte vergonzosa de cruz: hasta el desprecio, el rechazo y la burla de los hombres.
Nuevamente
Isaías nos saca de toda duda: “No tenía
apariencia humana” (Is 53, 2-4). Se humilló hasta cargar con el oprobio de
la cruz (los pecados del mundo). La cruz de Jesús es el sepulcro del orgullo,
la lujuria, y de toda arrogancia humana. En la roca del Calvario se rompen las
olas de la soberbia, del odio y de la envidia; y de allí no pasan. La Cruz de
Jesús es la “Roca” en la que se rompen las olas o los “sulamis” de nuestros
pecados. San Pablo nos da razón de todo esto: “Nuestro hombre viejo ha sido crucificado con Cristo”. “Nuestra condición orgullosa fue clavada en
la cruz de Cristo” para darle muerte al hombre viejo, a nuestras pasiones
desordenados (cfr Gál 5, 24). Comprendamos que morir con Cristo es morir al
orgullo, al egoísmo, la pereza, al odio
para abrirse a la humildad, a la bondad, a la creatividad…
3.
¿Cuál
es la Buena Noticia para esta Cuaresma?
“Qué el Señor Jesús se humilló a sí mismo, cargó con
nuestros pecados y murió por nosotros en la Cruz” (Flp 2, 8; 2
Cor 5, 14) Esta es una hermosa verdad columna y fundamento de la fe. El murió
por todos, “para que los pecados fueran
perdonados” (Rom 4, 25). Para el apóstol todo bautizado participa de la
muerte, sepultura y resurrección de Cristo (cfr Rom 6, 4-6) de manera que
podamos decir que: todos murieron, si uno se rebajó, todos se rebajaron con él,
todos se humillaron con él, y todos
resucitaron con él.
La Buena Noticia
es que tenemos un Salvador que nos ha redimido, justificado, salvado y
santificado. Si yo quiero puedo hoy, apropiarme de los frutos del Amor
manifestado en Cristo Jesús. “Por la
obediencia de uno, todos se convirtieron en justos… por la humillación de
uno, se convirtieron en humildes (cfr
Rom 5, 19) La Buena Noticia es que al ser justificados por la fe en Jesucristo
(Rom 5, 1-3) ahora somos una Nueva creación (1 Cor 5, 17); ahora la soberbia ya
no nos pertenece; el odio no es lo nuestro, la envidia no es lo nuestro. Lo
nuestro es la verdad, el amor, la vida, la libertad. Y eso porque Cristo se
humilló a sí mismo para levantarnos de la postración del pecado y hacernos
partícipes de la “naturaleza divina” (2 Pe 1, 4b).
4.
¿Qué
es lo que ha sucedido?
Que Cristo
movido por el amor a su Padre y a los hombres abrazó la cruz con amor, por
obediencia a su Padre ha dado subida para que todos seamos uno con Dios y entre
nosotros: “Todo el que está en Cristo, es una nueva creación, es hombre nuevo,
lo viejo ha pasado. Lo viejo es el sepulcro, la muerte; lo nuevo es Cristo,
nuestra Paz (2 Co. 5, 17). Hemos sido liberados, reconciliados: ahora somos
familia, somos hijos de Dios y podemos llamarnos hermanos. Ahora podemos
amarnos y aceptar la Voluntad de Dios porque el amor de Cristo ha sido
derramado en nuestros corazones (Rom 5, 5).
5.
¿Qué
significa celebrar el Misterio de la Cruz?
Significa
aceptar la invitación de Cristo a ir a él y entregarle hoy mi condición
orgullosa; entregarle mi “carga, la de mis pecados” para que pueda destruirla
de hecho en su Cruz: “Vengan a mí los que están cansados y agobiados y Yo los
aliviaré, tráiganme sus cargas y acepten la mía” (Mt 11, 25ss). En el encuentro
con Cristo se actualizan las Palabras de Jesús del Evangelio de san Lucas: “He
venido a encender un fuego sobre la tierra y cuanto ardo en deseos de verlo
arder” (Lucas 12, 49) Es el fuego de la pasión de Cristo. Existe la “Hoguera de
la Pasión de Cristo”. Vengamos todos y vaciemos en ella nuestras cargas; cargas
de soberbia, de avaricia, de lujuria, de arrogancia. Vengamos y clavemos en la
Cruz de Cristo todas nuestras miserias. Sólo entonces podemos ser libres con la
libertad de los hijos de Dios (Gál 5, 13). Ser libres para amar, conocer y
servir al Señor que se hace presente en los otros, en la familia, en los
pobres.
Hoy podemos
reconocer que la soberbia es causa de guerras, de lágrimas, de conflictos, de
pobreza y de miseria. La humildad en cambio nos hace ser más humanos, más
libres, más amables y más generosos. La soberbia es muerte, la humildad en
cambio es vida, es donación es entrega. Celebrar la Cuaresma es prepararnos
para estar con Jesús en la semana Santa y padecer con él, sufrir con él y morir
con él, para también vivir, servir y reinar con él (2 Tim 2, 11).
Para revestirnos
de humildad hemos de ir a Cristo con el corazón pobre y humilde como el del
publicano. El profeta Sofonías nos descubre los planes de Dios: en aquel día
dejaré en medio de ti un pueblo humilde y pobre que se cobijará al amparo del
Señor (So 3, 12ss). El pueblo pobre y humilde nace y brota de la Cruz de
Cristo. “Aprended de mí que soy manso y
humilde de corazón” (Mt 11,29).
6.
¿Qué
hizo Jesús, el Señor para llamarse humilde?
“Tomó la condición de esclavo” (Flp 2,
7). Se hizo pequeño para servirnos. Esta es la invitación de Jesús que hace a
sus discípulos para entrar al reino de Dios: “Sí no os hacéis como niños” para
ser servidores (Mc 9, 36) Jesús se hizo el más pequeño de todos para morir por
todos. La humildad de Cristo está hecha de sencillez, de servicio y de
obediencia. La Cruz de Cristo es humildad, es pobreza, es amor, es obediencia,
es servicio. (Flp 2, 8). El orgullo se quiebra, tanto, mediante la sumisión a
Dios y a los que Él ha puesto como Autoridad, como en desprendimiento de las
cosas, de los lujos, del prestigio, del poder y de la fama.
7.
¿Qué es la humildad en Jesús?
En Jesús la
humildad es positiva, en nosotros es negativa. La humildad para Jesús es darse,
donarse, entregarse; es amar sin límites. Jesús en la cruz practicó la
humildad, la reveló y la creó. La humildad cristiana es participar del estado
de ánimo de Cristo en la Cruz: “tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús”
(Flp 2, 5) La humildad cristiana es la fuerza de la cruz para salir de sí mismo
e ir al encuentro del otro para
servirlo, para amarlo, para cargar con sus debilidades. Sólo los humildes aman,
obedecen y sirven.
8.
¿Cómo
lograr poseer un corazón humilde y abatido?
Tres cosas son
necesarias: Pidamos ayuda al Espíritu Santo, abandonemos las defensas y
resistencias y echemos una mirada al espejo de nuestra conciencia. ¿Qué vemos?
Un corazón lleno de orgullo, vanidad, autosuficiencia; un corazón lleno de su
propia gloria y vacío de la “gloria de
Dios”. La respuesta del Espíritu Santo a nuestra petición siempre será
llevarnos a Cristo. En el encuentro con él, Satanás será echado fuera y a la
vez, seremos justificados, reconciliados y revestidos de Humildad. Bueno sería
que nunca olvidemos las palabras del Salmo: “Un corazón contrito y humillado es
un sacrificio agradable a Dios” (Salmo 51, 9) Sólo entonces podremos llegar a
decir con Pablo: “Qué tengo que no lo haya recibido de Dios? Todo don perfecto
viene de Dios, reconocer y no presumir es ya una manifestación de humildad;
para no echar a perder las cosas, la humildad nos ayuda a saber que los dones
de Dios son para nuestra propia realización y la de los demás. Cuando “todo lo
aprovecho para mi propia gloria” y me niego a compartirlos con los demás
reaparece el egoísmo que me hace ser un ladrón de la gloria de Dios (cfr 1 Cor
4, 7)
9.
¿Cómo
descubrir las barreras?
Existen
peligros, como el negar que somos pecadores; enterrar nuestros defectos y auto
justificarnos: No huyamos a otra parte, no nos enfademos diciendo este modo de
hablar es muy fuerte: Hagamos lo que el publicano, reconoció su pecado y lo
confesó; Hagamos lo que aquella multitud que asistió a la muerte de Cristo; se
volvieron a sus casas dándose golpes de pecho (Lc 23, 48) pidiendo a Dios
perdón por el crimen de haber dado muerte al Príncipe de la Gloria.
10.
¿Qué
tenemos que hacer?
Ante la
afirmación de los Apóstoles: “Ustedes mataron a Jesús de Nazaret por medio de
gente malvada” (Hch 2, 23) Aquellos hombres dijeron: “Hermanos, ¿qué debemos
hacer? La respuesta es la misma que Pedro y los Apóstoles dieron a la multitud:
Arrepiéntanse y conviértanse; háganse bautizar en el nombre del Señor Jesús
para que sus pecados sean perdonados y reciban el Espíritu Santo. (hechos 2,
36- 38).
Hemos escuchado
el Mensaje de la Iglesia Apostólica que proclamaba con toda Autoridad que
Jesucristo murió y resucitó para que obtengamos por la fe en Él la
justificación, juntamente con la necesidad de volverse a Dios para la
reconciliación.
11.
¿Cuál
es nuestro sacrificio? ¿A qué hemos venido al templo?
Hemos venido a
dar culto a Dios, a ofrecer un sacrificio: el de Cristo y el nuestro, que
consiste en: “Someter nuestra voluntad a la voluntad de Dios” tal como lo
rezamos en el Padre nuestro o como Jesús rezó en el “Huerto de Getsemaní (Lc
22, 42). Dejar de hacer lo que yo quiero para hacer lo que a Dios le agrada: la
bondad, la verdad, la justicia, la misericordia, la compasión, la donación
entrega y servicios a favor de los más pobres (Mt 7, 21ss).
La verdad es que
mientras Jesús ha destruido con su muerte el muro que divide a los hombres: el
odio (Ef 2, 16), estos se empeñan en volverlo a construir: levantando murallas
de egoísmo, de odio entre ellos y excluyendo a mucho del patrimonio que es
común a todos.
Jesús es un
buscador de “perlas preciosas”. La Perla más preciosa para Dios es un corazón
quebrantado y humillado. La alegría de Jesús: darlo todo para que los pecadores
seamos libres e hijos de Dios. Sólo en la medida que seamos libres podremos
dejarlo todo, para ser discípulos, apóstoles, servidores del Señor que nos “amó
y se entregó por nosotros para que ya no vivamos para nosotros mismos, sino,
para servirlo en nuestros hermanos.
Conclusión. La experiencia
de encuentro con Cristo nos libera y nos reviste de humildad para que sirvamos
con un corazón limpio, una fe sincera y una conciencia limpia al Señor de la
Gloria (1 Tim 1, 5). La experiencia de la cruz de Cristo nos hace humildes, nos
llena de amor fraterno y nos da el dominio propio (la castidad) para vencer las
pasiones desordenas. Muy importante es recordar las palabras de Jesús: “Vigilad
y orad (Mt 26, 41).
Vigilad y orad…
¿propuesta o mandamiento?.
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