Para mí la vida es Cristo y la
muerte es ganancia.
(Flp 1, 21)
Iluminación: “Vivid, pues, según Cristo Jesús, el Señor, tal como le habéis recibido. Permaneced arraigados y edificados en él, apoyados en la fe, tal como se os enseñó, y rebosando agradecimiento.” (Col 2, 6- 7)
1. ¿Cómo vivió Jesús?
“Cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con
poder a Jesús de Nazaret, y cómo él pasó haciendo el bien y curando a todos los
oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hech 10, 38). Y se maravillaban sobremanera y decían «Todo lo ha
hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.» (Mc 7, 37) Antes de la
fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este
mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó
hasta el extremo. (Jn 13, 1)
2. El paso del hombre viejo al hombre nuevo.
Este paso tiene
su origen en el Bautismo, sacramento de la fe: “Luego les dijo: «Id por todo
el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea
bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará”
(Mc 16, 15). Leamos y meditemos estos textos de la Biblia:
“Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, magistrado judío. Fue éste donde Jesús de noche y le dijo: «Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar los signos que tú realizas, si Dios no está con él.» Jesús le respondió: «En verdad, en verdad te digo que el que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios”(Jn 3, 1- 5).
Los que os habéis bautizado en Cristo os habéis revestido de Cristo, de modo que ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si sois de Cristo, ya sois descendencia de Abrahán, herederos según la promesa (Gál 3, 27- 29).
Por medio del bautismo fuimos, pues, sepultados con él en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo resucitó de entre los muertos mediante la portentosa actuación del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. Porque si hemos sido injertados en él por una muerte semejante a la suya, también lo estaremos por una resurrección semejante. (Rom 6, 4-6).
Así que, en adelante, ya no
conocemos a nadie según la carne. Y si conocimos a Cristo según la carne, ya no
le conocemos así. Por tanto, el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó
lo viejo, todo es nuevo. Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo
por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación. (2
Cor 16- 18)
3. Vivid, pues, según Cristo Jesús, el Señor.
Vivid, pues,
según Cristo Jesús, el Señor, tal como le habéis recibido. Permaneced arraigados y edificados en él,
apoyados en la fe, tal como se os enseñó, y rebosando agradecimiento. (Col 2,
6- 7) Para san Pablo, Jesús es el Cristo de Dios, el Consagrado y Ungido con el
Espíritu Santo para recatar a los hombres de la opresión de la Ley y para
darnos Espíritu Santo: “Ya conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo,
el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su
pobreza.” (2 Cor 8,9)
ü El cual, siendo de condición divina, no reivindicó
su derecho a ser tratado igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando
condición de esclavo.
ü Asumiendo semejanza humana y apareciendo en su porte
como hombre, se rebajó a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y una
muerte de cruz.
ü Por eso Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre, que
está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en
los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo
Jesús es el SEÑOR para gloria de Dios Padre (Flp m2, 6-11)
Para
el Apóstol de los gentiles Cristo Jesús, el crucificado, murió para que
nuestros pecados fueran perdonados y resucitó para darnos “vida eterna” para
darnos “Espíritu Santo” (Rom 4, 25) y ha sido constituido Cristo y Señor
(Hch 2, 36) La justificación por la fe nos da el perdón de los pecados y el don
del Espíritu Santo. Por la presencia y la acción del Espíritu en nuestro
corazón somos: Hijos de Dios, hermanos de Jesucristo y servidores del Reino de
Dios.
4.
Permaneced arraigados.
El
verdadero crecimiento en la fe nos lleva al amor, a la entrega y a la donación.
Es un crecimiento que nos enraíza en el corazón de Cristo. Y nos pide cultivar
la humildad, la mansedumbre y la misericordia (cf Col 3, 12).
“Así
que doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el
cielo y en la tierra, para que, en virtud de su gloriosa riqueza, os conceda
fortaleza interior mediante la acción de su Espíritu, y haga que Cristo habite
por la fe en vuestros corazones. Y que de este modo, arraigados y cimentados en
el amor, podáis comprender con todos los santos la anchura y la longitud, la
altura y la profundidad, y conozcáis el amor de Cristo, que excede a todo
conocimiento. Y que así os llenéis de
toda la plenitud de Dios” (Ef 3, 14- 19).
5.
y edificados en él, en Cristo.
La
edificación en Cristo significa en primer lugar que Él sea nuestro fundamento,
para luego buscar un crecimiento integral:
¡Pero que cada cual mire cómo construye! Pues nadie puede poner otros
cimientos que los ya puestos: Jesucristo. (1Cor 2, 10-11). Para ser edificados en Cristo es necesaria la
obediencia a la Palabra.
“Así
pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica se parecerá
al hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los
torrentes, soplaron los vientos y embistieron contra aquella casa, pero no se
derrumbó, porque estaba cimentada sobre roca” (Mt 7, 24- 25).
“Para
organizar adecuadamente a los santos en las funciones del ministerio. Y todo
orientado a la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la
unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al estado de hombre
perfecto, a la plena madurez de Cristo” (Ef 4, 12- 13)
Nuestra
estructura espiritual pide crecer hacia abajo (humildad, mansedumbre y
misericordia) Hacia arriba (Confianza, obediencia, pertenencia y permanencia)
Hacia adentro (amor, dominio propio y fortaleza) hacia fuera (amor fraterno,
solidaridad, servicios)
6.
apoyados en la fe.
Nuestra
fe es Cristo. En él creemos, confiamos, obedecemos, amamos, y a quien
pertenecemos, seguimos y servimos. Escuchemos a san Pablo: “Por eso, tampoco
nosotros hemos dejado de rogar por vosotros desde el día que lo oímos, y de
pedir que lleguéis al pleno conocimiento de su voluntad, con total sabiduría y
comprensión espiritual, para que procedáis de una manera digna del Señor,
agradándole en todo, fructificando en toda obra buena y creciendo en el
conocimiento de Dios”. (Col 1, 9-10).
“Por esto precisamente soporto los
sufrimientos que me aquejan. Pero no me siento un fracasado, porque sé muy bien
en quién tengo puesta mi fe; y estoy convencido de que es poderoso para guardar
mi depósito hasta aquel Día”
(2 Tim 1, 12). “¿Cómo no
confiar en Cristo? Nos amó por primero y se entregó por nosotros, siendo
nosotros pecadores”
(1 Jn 4, 10; Ef 5, 2; Rom 5, 6).
7.
Tal como se os enseñó. Permanecer en la enseñanza.
Decía, pues, Jesús a los judíos que
habían creído en él: «Si os mantenéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis
discípulos; conoceréis la verdad y la
verdad os hará libres. (Jn 8, 31) Se mantenían constantes en la enseñanza de los
apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones (Hech 2, 42). Hijo mío, mantente
fuerte en la gracia de Cristo Jesús; y
cuanto me has oído en presencia de muchos testigos confíalo a hombres fieles,
que sean capaces, a su vez, de instruir a otros (2 Tim 2, 1-2)
Tú, en cambio, persevera en lo que
aprendiste y en lo que creíste, teniendo presente de quiénes lo aprendiste.
Recuerda que desde niño conoces las sagradas Letras; ellas pueden
proporcionarte la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo
Jesús. Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir,
para corregir y para educar en la justicia; así el hombre de Dios se encuentra
religiosamente maduro y preparado para toda obra buena (2 Tim 3, 14- 17)
8.
y rebosando agradecimiento.
Estad
siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Y que todos conozcan vuestra clemencia. El
Señor está cerca (Flp 4, 4- 5) Le pedimos también que os fortalezca plenamente
con su glorioso poder, para que seáis constantes y pacientes en todo y deis con
alegría gracias al Padre, que os hizo
capaces de participar en la luminosa herencia de los santos (Col 1. 11- 12). Pero
él dijo: «Dichosos más bien los que oyen la palabra de Dios y la guardan (Lc
11, 28) Dijo María: “Alaba mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador, porque ha puesto los ojos en la
pequeñez de su esclava” (Lc 1, 46ss).
La
vida en Cristo es vida en el Espíritu Santo.
Es vida según Dios. Es vida
espiritual, y el modo propio de vivirla es la Comunión en Cristo, siguiendo sus
huellas, con los ojos fijos en él para fortalecernos con la energía de su
Poder. (Hb 12, 2; Ef 6, 10) Poder que se manifiesta en la donación, entrega y
servicio por amor a los demás especialmente a los más pobres.
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