Cuando la Palabra de Dios permanece
activa en los creyentes hace Maravillas.
Iluminación:
De ahí que tampoco nosotros dejemos de dar gracias a Dios, porque, al recibir
la palabra de Dios que os predicamos, no la acogisteis como palabra de hombre,
sino cual es en verdad: como palabra de Dios, que permanece activa en vosotros,
los creyentes.” (1 Ts 2, 13).
Introducción:
“¡Qué hermosos son los pies de los que anuncian el bien! Pero no todos obedecieron a la Buena Nueva.
Porque Isaías dice: ¡Señor!, ¿quién ha creído a nuestra predicación? Por tanto, la fe viene de la predicación, y
la predicación, por la palabra de Cristo.” (Rm 10, 15- 17)
La
Palabra activa es la que se vive y se pone en práctica.
Cuando la Palabra de
Dios permanece activa en nuestros corazones, genera confianza, obediencia,
pertenencia, seguimiento y servicio a la Palabra viva y eficaz que se hizo
carne para redimir y salvar a la Humanidad. Está dando frutos buenos y
saludables (cf Gál 5, 22) El reino de Dios crece en los corazones de los
hombres y de las Comunidades cristianas, dando gloria y honra a Dios y amando y
sirviendo a los pobres, a los que Dios llama a la conversión: “Y el que fue
sembrado en tierra buena, es el que oye la palabra y la entiende; éste sí que
da fruto y produce: uno ciento, otro sesenta, otro treinta.” (Mt 13, 23). La
escucha y obediencia de la Palabra nos hace discípulos de Jesucristo y
administradores “de la multiforme gracia de Dios” (1 Cor 4, 1) El Señor Jesús
nos advierte: «No todo el que me diga
‘Señor, Señor’ entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad
de mi Padre que está en los cielos.” (Mt 7, 21) Nos hace inteligentes y prudentes para
construir su casa sobre Roca: “Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y
las ponga en práctica se parecerá al hombre prudente que edificó su casa sobre
roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y
embistieron contra aquella casa, pero no se derrumbó, porque estaba cimentada
sobre roca.” (Mt 7, 24- 25)
La
Palabra de Dios es poderosa y sanadora.
Al creyente que nace de
la escucha y obediencia a la Palabra de Dios, entra en un proceso de sanación
integral. ¿Cómo nos sana el Señor? Lo primero, es recibir su Palabra, en su
escucha y obediencia nos hace responsables y libres. Las dos columnas de la
madurez humana. Responsabilidad y libertad son inseparables. Nos libera de la
esclavitud del mal; de los apegos a las cosas, a las personas y nos libera de
la esclavitud de la Ley. Después que nos libera hacia una alianza con nosotros
para entrar en Comunión con él y con los demás. Dios no hace alianza con
esclavos, primero los libera y luego los reconcilia. Nos reconcilia con el
Padre y entre los hombres: “Hijo, tus pecados te son perdonados.” (Mc 2, 5; cf
Ef 2, 11- 18) Reconciliarse es volver a ser hijos, hermanos, esposos, padres,
amigos…Después de la reconciliación sigue su Obra Redentora, y nos transforma
en una Nueva Creación en Cristo (2 Cor 5, 17). La Transformación implica la
justificación: “Nos da el perdón nuestros pecados y el Espíritu Santo” (cf Rm
5, 1- 5) Nos alimenta y nos nutre con su Palabra y con su Pan de vida: “Yo soy
el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y
el pan que yo le voy a dar es mi carne, para vida del mundo.” (Jn 6, 51; 10,10))
Nos transforma en Familia de Dios según las palabras del Señor Jesús: “y
vosotros sois todos hermanos. Ni llaméis a nadie ‘Padre’ vuestro en la tierra,
porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo.” (Mt 23, 8- 9; cf Ef 2, 19) A
los que libera, reconcilia y transforma, también los promueve. El Amor siempre
promueve y para ello nos bendice: Nos hace partícipes de lo que él y de lo que
él tiene, para que hagamos lo que él dice y lo que él hace: “Por ellos
ruego; no ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado, porque son
tuyos; todo lo mío es tuyo y todo lo
tuyo es mío; y mi gloria se ha manifestado en ellos” (Jn 17, 9, 10)
El Señor a los suyos
los promueve, de grandes pecadores a hijos de Dios; de enemigos a discípulos
misioneros de Cristo: “pero donde abundó el pecado sobreabundó la gracia” (cf
Rm 5, 20) Siguiendo a Pablo aceptamos la palabra de la Verdad: “Así, lo mismo
que el pecado reinó para traer muerte, también la gracia reinara, en virtud de
la justicia, para procurarnos vida eterna a través de Jesucristo nuestro Señor.”
(Rm 6, 23). Jesús en vida hace a los suyos promesas, después de la
resurrección, les cumple lo prometido y los hace partícipes de lo suyo: “La paz con vosotros.» Dicho esto, les
mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor.
Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también
yo os envío.» Dicho esto, sopló y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A
quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los
retengáis, les quedan retenidos.” (Jn 20, 19- 23) Paz, alegría, Misión,
Espíritu Santo y les entrega el Ministerio de la Reconciliación. Estrega a los
suyos la Palabra y Sacramentos, los dos denarios para dar a los enfermos: el
Consuelo de la paz y el alivio de la Esperanza (cf Lc 10, 35).
El Señor se manifiesta
en los creyentes que permanecen en su Palabra, sanando las heridas de sus
corazones: “Si os mantenéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis
discípulos; conoceréis la verdad y la verdad os hará libres.” (Jn 8, 31- 32)
Jesús, al liberarnos de la “carga” se convierte en nuestro “Descanso”: “Venid a
mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os proporcionaré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y
aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y
mi carga ligera.” (Mt 11, 28- 30) Ahora podemos entender las palabras que Jesús
dijo a sus discípulos: “Mi alimento es
hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra.” (Jn 4,
34) La Obra del Padre es mostrar al Mundo el rostro de salvación, de perdón, de
misericordia, de verdad, de libertad y de santidad que podemos ver en el rostro
de Jesús, según las palabras de Pablo: “Porque
el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la
libertad. Y todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un
espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen, cada
vez más gloriosos. Así es como actúa el Señor, que es Espíritu.” (2 Cor 3,
17- 18) “Pues el mismo Dios que dijo ‘Del
seno de las tinieblas brille la luz’ la ha hecho brillar en nuestras mentes,
para iluminarnos con el conocimiento de la gloria de Dios, que brilla en el
rostro de Cristo.” (2 Cor 4, 6).
El Evangelio de
san Juan nos dice de una mujer a quien Jesús la liberó, la reconcilio y la
transformó. Es una mujer del siglo 1°, y
a la misma vez del siglo XX1, conocida como la mujer adultera: “Mas Jesús se retiró al monte
de los Olivos. Pero de madrugada se presentó otra vez en el Templo, y toda la
gente acudía a él. Entonces se sentó y se puso a enseñarles. Los escribas y
fariseos le llevaron una mujer sorprendida en adulterio; la pusieron en
medio y le dijeron: «Maestro, esta mujer
ha sido sorprendida en flagrante adulterio.
Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué
dices?» (Esto lo decían para tentarle,
para tener de qué acusarle.) Pero Jesús se inclinó y se puso a escribir con el
dedo en la tierra. Pero, al insistir ellos en su pregunta, se incorporó y les
dijo: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra.»
E inclinándose de nuevo, siguió escribiendo en la tierra. Ellos, al oír estas
palabras, se fueron retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos.
Jesús se quedó solo con la mujer, que seguía en medio. Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer,
¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?»
Ella respondió: «Nadie, Señor.» Jesús replicó: “Tampoco yo te
condeno.” (Jn
8, 1- 11)
Jesús la sanó
de la opresión por el miedo a la muerte, iba a ser apedreada; la sanó de la
vergüenza, ante familia, familiares y amistades, al ser la acusada de adulterio, la liberó de
la esclavitud de la Ley. Jesús la defiende de sus acusadores, les presta oídos
sordos a quienes juzgan, condenan a sus semejantes y toman la venganza por sí
mismos. A ellos le dice palabras de sabiduría llena de la Verdad liberadora:
«Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra.»
“Todos se fueron”. Jesús se pone de pie, no hay palabras para explicar lo que
sucede en el interior de la “adúltera”, por primera vez alguien la mira como lo
que es, persona, valiosa y digna. La mirada de Jesús es sanadora. Sus palabras
son amables, llenas de ternura y de misericordia le dice: «Mujer, ¿dónde están?
¿Nadie te ha condenado?» Palabras llenas de luz y de verdad. Eres Mujer, no
eres cosa, no eres un medio, eres un fin en sí misma. Eres Persona con un
destino, con un sentido y con una misión. Ella acepta que frente a ella hay
Alguien que la ha defendido y que sus palabras la llenan de confianza y de algo
que nunca había sentido antes: “Nadie, Señor”. Se siente libre del miedo y
de la vergüenza. Ahora la reconcilia
consigo misma, con Dios y con los demás: “Tampoco yo te condeno.” Ahora es
Mujer nueva, experimenta la paz de Cristo, la armonía interior y exterior. La
Paz de Cristo es acompañada de Amor y de Alegría. Experiencia inefable, no
habrá palabras para explicar la experiencia de Dios. Jesús la envía como su
misionera: “Vete, y no vuelvas a pecar.” “Sé mujer responsable y libre” “Vete a
dar testimonio de la misericordia de Dios.”
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