LA PROMESA DEL ESPÍRITU SANTO
Objetivo:
Ayudar conocer de manera más personificada
a la persona del Espíritu Santo, de quien somos templo los bautizados
que hemos sido incorporados a Cristo.
El Término espíritu. La palabra espíritu en hebreo se traduce por “rúaj”, en griego por
“pneuma” y en latín por “spiritus” y quiere decir “soplo” o “viento”. Con la
palabra espíritu significamos lo que es real pero no corporal. Cuando decimos
Espíritu Santo nos estamos refiriendo a lo más íntimo de Dios, es Dios mismo
que se dona y se entrega a la Humanidad para hacernos semejantes a Él.
El Hombre tiene una
necesidad. El hombre, todo hombre tiene necesidad
del Espíritu Santo, de sus dones y de sus carismas, no sólo para su vida
espiritual privada, sino también para su contribuir a la curación de los males
de una sociedad enferma. La sociedad de consumo, hoy gasta muchas energías en
inventar necesidades para el hombre. Lo quiere hacer sentir bien, que sea feliz
consumiendo y derrochando en cosas y lujos supérfluos, tratando de ahogar la única
y realidad necesidad que el hombre, su necesidad de Dios. El Señor desde la
eternidad ha conocido está pobre realidad: El hombre pretende llenar los vacíos
de su corazón con “cosas”; recurre a la “química para ser feliz”. Mientras el
hombre quiere apagar su sed de Dios bebiendo del agua que el mundo le ofrece.
El Señor le tiene una Promesa.
El deseo eterno de Dios. La Promesa del Padre responde al “Deseo” eterno que llena su
corazón de Dios: “Darnos Espíritu Santo” para que participemos de su naturaleza
divina. El profeta Ezequiel nos explica en qué consiste el deseo de Dios: “Dar
Vida a los huesos secos”. Así dice el Señor Yahveh: “He aquí que yo abro vuestras tumbas; os haré salir de vuestras tumbas,
pueblo mío, y os llevaré de nuevo al suelo de Israel. Sabréis que yo soy Yahveh
cuando abra vuestras tumbas y os haga salir de vuestras tumbas, pueblo mío.
Infundiré mi Espíritu en vosotros y viviréis; os estableceré en vuestro suelo,
y sabréis que yo, Yahveh, lo digo y lo hago, oráculo de Yahveh” (Ez 37, 12- 14)
Es una
Promesa de salvación para tiempos Mesiánicos. Para realizar su promesa Dios
envía a su Hijo que nace de mujer, (Ga 4, 4) se hace uno de nosotros para con
su muerte y resurrección sacarnos de la tumba, en la cual sólo hay muerte y
huesos secos. (Ez 37) Realizada la Obra del Padre por el Hijo, nos envía el
Espíritu Santo que nos guía a nuestro suelo: el Cuerpo de Cristo, la Comunidad
cristiana. En la Iglesia, el Padre nos
da el don del Espíritu Santo. El Espíritu que habita en la Iglesia y en los
corazones de los fieles como en un templo (1 Co 3, 16; 6, 19). Es el Espíritu
de la vida o fuente del agua que brota hasta la vida eterna (Jn 4, 14), por
quien el Padre vivifica a los muertos por el pecado. (Rm 8, 10)
Para
nosotros muchas veces hacer promesas equivale a decir mentiras, no así Para
Dios. Pará Él hacer una promesa es comprometerse, es un compromiso que cumple a
fidelidad. Antiguamente prometió salvación, hoy la está cumpliendo, canta María
en el Magnificat. Dios promete dar a los hombres el don de su Espíritu, la
cumple en Pentecostés. Él es el Dios fiel a sus promesas.
La Alianza del Sinaí. Yahvé, Dios, por medio de Moisés
sacó a Israel de Egipto, liberándole de la esclavitud del Faraón: “Extiende tu mano sobre el mar, y las aguas
volverán sobre los egipcios, sobre sus carros y sobre los guerreros…y no se
escapó ni siquiera uno de ellos” (Ex 14, 20)
Moisés recibió la orden de Yahvé de llevarse el pueblo al desierto
rumbo a la “Montaña de Dios” para hacer alianza con él. Dios primero libera y
luego hace alianzas. Lo que nos hace pensar que nuestro Dios no hace alianza
con esclavos (cfr. Ex 19, 1). El Pueblo comprende que la liberación y la
alianza exigen una conversión de corazón y una fidelidad en el cumplimiento de
la Ley que esclarece la relación con Dios y las relaciones fraternas y
respetuosas con los demás (Ex 20, 1-17) En la Alianza de Dios con su Pueblo
encontramos cuatro elementos: Dios que elige y llama; el Pueblo que acepta lo
que Dios le propone; el sacrificio de toros y de machos cabríos, con su sangre
rocían al pueblo y al altar; y el signo de la alianza, las tablas de la Ley.
Dios se compromete con su Pueblo y éste se compromete a ser fiel a la Alianza
para gozar de los cuidados de su Dios. “Yo soy tu Dios y tu eres mi pueblo”.
De la experiencia de la alianza nace la fe de Israel
EL Dios de la Alianza es ante todo un Dios vivo y personal que llama al hombre a un encuentro personal
con Él; un amigo muy cercano que camina con su Pueblo, lo defiende, le da de
beber, de comer, lo corrige para manifestarle abiertamente su amor y le invita
a corresponder. Este Dios que se va revelando es un Dios Único, que se
revela a su pueblo como fuente de amor y
de vida. El pueblo es su propiedad, y por eso le exige: “No tendrás otro Dios fuera de mí” (Ex 20,3)
La Ley del Sinaí. En el Sinaí Dios dio a los hombres su Ley, que es para todos y
para siempre. El Pueblo se comprometió a cumplirla como señal de que tendría,
en verdad a Yahvé como su Dios. La Ley es buena y santa, fue dada al hombre
para que entendiera que es lo bueno y que es lo malo. El pueblo se comprometió
a cumplirla como una señal que aceptaba la voluntad de Dios, pero no pudo ser
fiel y rompió la alianza, sin embargo, la Ley ayudó al hombre adescubrir que
lleva el pecado dentro de él. Los Mandamientos de la Ley de Dios son
expresiones del amor a Dios a los hombres (Dt 10,12ss). Si Israel quiere vivir
debe de poner en práctica las palabras de la Ley (Dt 29, 28), porque son
salidas de la boca de Dios. La Ley es fuente de vida (Dt 32, 29). El sentido de
la Ley no es otro que el amor y el servicio a Dios y al prójimo (Dt 4, 29). Fe
y obediencia son de parte de Dios las cláusulas de la Ley.
La Nueva Ley del Espíritu. Dios promete hacer
una Nueva Alianza con su Pueblo.Esta
nueva Alianza pide también un sacrificio, pero, no de toros ni de machos
cabríos, será sellada con la sangre del Cordero de Dios. La nueva ley, la ley del
Espíritu, significa que el Espíritu Santo es la Nueva Ley, la Ley del Amor,
llamada también la “Ley de Cristo”. Esta
ley es el Espíritu de Cristo que nos llena con su Poder extraordinario, y que
actúa en el interior del corazón de cada uno, nos capacita para guardar los
mandamientos de la ley de Dios por amor y con amor. Porque el don de Cristo se
convierte en nuestro interior en “Manantial de aguas vivas” en “Tierra que mana
leche y miel”. Desde este momento los Mandamientos no serán una carga y Dios no
será un freno, un obstáculo en nuestra vida, sino, un Padre amoroso y
compasivo, sus Mandamientos manifestaciones de su Amor.
En Pentecostés toman vida las profecías de
Jeremías y Ezequiel: “Ésta es la alianza
que haré con el pueblo de Israel después de aquellos días, oráculo del Señor:
pondré mi ley en su interior, la escribiré en su corazón” (Jr 31, 33) Ya no
será en tablas de piedra como en la alianza del Sinaí, sino en los corazones;
ya no será una ley externa, sino, una ley interior.
¿De
qué días se trata? Son las siete semanas transcurridas desde la Pascua, desde la muerte y
resurrección del Señor Jesús. A los 50 días se da el cumplimiento de la
Promesa, durante la fiesta de las siete semanas. Era la fiesta grande en
que judíos celebraban el “don de la Torah”.
¿De
qué ley se trata? Escuchemos a Ezequiel explicarnos la profecía de Jeremías: “Os daré un corazón nuevo y os infundiré un
espíritu nuevo, os arrancaré el corazón de piedra y os daré un corazón de
carne. Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que viváis según mis
mandamientos, observando y guardando mis leyes” (Ez 36, 26- 27) Esta nueva
ley interior que da vida, es la ley del Espíritu que nos libera por medio de
Cristo de la ley del pecado y de la muerte. (Rm 8, 2) Una promesa mas, la
encontramos en el profeta Joel: “Sucederá
que yo derramaré mi espíritu sobre toda carne: vuestros hijos y vuestras hijas
profetizarán, vuestros ancianos soñarán sueños
y vuestros jóvenes tendrán visiones. Hasta en los siervos y en las
siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días. Y realizaré prodigios en el
cielo y en la tierra. (Joel
3, 1- 3)
Este Espíritu de Dios que nos es dado, tiene también manifestaciones
externas, su donación no es exclusiva para un grupo o ciertas personas, sino,
todos podemos recibir en precioso don. Las exigencias fundamentales son
proclamadas con la fuerza del Espíritu el día de Pentecostés a los creyentes,
que preguntan: “Qué tenemos que hacer:”
La respuesta de Pedro es clara y concisa: “Convertíos
y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para
remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hch
2, 38)
1. La
Promesa de Hijo.
Jesús de
Nazareth en su vida terrena hizo promesas que lleva a cumplimiento después de
su Resurrección: “Y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con
vosotros para siempre” (Jn 14, 26) Otro
Paráclito, lo que podemos entender que hubo uno que vino primero, es Cristo
Jesús, Nuestro, Salvador, Maestro y Señor, nuestro Abogado y defensor que con
su sangre abrió el camino para que viniera el segundo Paráclito, el Espíritu
Santo y pudiéramos todos entrar en la “Casa del Padre en mismo Espíritu”.
“Cuando venga el Paráclito que yo os enviaré
de junto al Padre, el Espíritu de la verdad que procede del Padre, él dará
testimonio de mí” (Jn 15, 26) Paráclito
significa Consolador, Maestro y Abogado. Él es el Poder de Dios que nos hace
caminar sobre las nubes y caminar sobre las aguas. Esto quiere decir que por la
presencia del Espíritu podemos amar incondicionalmente a Dios y a los demás; Él
es nuestra fuerza para rechazar el mal y vencer nuestro pecado. Sin el Espíritu
Santo la misma Palabra es letra muerta, los Mandamientos una carga, el servicio
y la oración, tiempo perdido, necesitamos al Divino Espíritu para dar
testimonio de un Cristo vivo y verdadero que “habita por la fe en nuestros corazones” (Ef 3, 17)
“Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy no
vendrá a vosotros el Paráclito, pero si me voy os lo enviaré…” (Jn 16, 7- 11) Cuando Él venga…viene a actualizar en nuestra vida el Plan de Salvación
realizado por Cristo. “No los dejaré
huérfanos, volveré para estar con vosotros” (Jn 14, 18) A la luz de la
acción del Espíritu en el Antiguo Testamento el Divino Espíritu se revela como
Espíritu de firmeza, santidad, buena
voluntad, contrición, humildad, sumisión a la voluntad de Dios, enderezamiento
de sendas, rectitud, justicia y paz, conocimiento de la voluntad divina y don de sabiduría. En el
Nuevo Testamento, podemos añadir que se manifiesta como don de lo Alto, amor,
paz, gozo, dominio propio. Él es “Dulce huésped del alma” que nos consuela en
todas nuestras tribulaciones y nos confirma en la Verdad. Sobre todo aparece la plena revelación del Espíritu Santo como el Don del Padre a su Hijo,Amor derramado
en el Corazón de los fieles y como la Tercera Persona de la Trinidad.
“Mucho tengo aún que deciros, pero ahora no podéis
con ello. Cuando venga él, el espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad
completa”. (Jn16,12-15) Espíritu de verdad: el verdadero Espíritu de Dios se opone al espíritu
del mundo y a la sabiduría mundana. Los que son del mundo no pueden recibirlo
(Jn 14, 17). Los discípulos aún no podían comprender las palabras de su
Maestro, es necesario que venga el Maestro interior, los guíe por los caminos
de Dios hasta la verdad completa. Cristo es la verdad, y la Verdad completa es
el mismo Cristo Crucificado y Resucitado. La verdad no es un concepto, es una
persona Dios mismo que se nos da conocer
y por la acción del Espíritu Santo
en nuestra vida podemos al ver sus manifestaciones decir: “Hemos visto
al Señor.
“Sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo,
que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y
Samaria, y hasta los confines de la tierra” (Hch
1, 8) Jesús en vida es aquel que nos
hizo promesas, Cristo resucitado es Aquel que cumple sus promesas. Antes de
ascender al Cielo para ser confirmado como Señor y Cristo, reúne a sus
discípulos y les asegura que dentro de pocos días cumplirá su Promesa y los
bautizará con Espíritu Santo y Fuego, con el Poder de lo Alto. Él hará de cada
discípulo un testigo con poder de la misión que el Padre le confió a su Hijo, y
que ahora Él se las confía a sus Apóstoles: “Todo
poder se me ha dado en el cielo y en la
tierra”, (Mt 28, 18), “así como el
Padre me envió yo los envío a ustedes”
(Jn 20, 21).
La Promesa es para todos. “Pues la Promesa es para
vosotros y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuántos
llame el Señor Dios nuestro” (Hch 2, 39)
En la doctrina del Antiguo Testamento no sea revelado todavía como una
persona sino como “fuerza divina” que crea de la nada y transforma
personalidades humanas para hacerlos capaces de realizar gestos excepcionales
como en los jueces, los reyes y en los profetas. Personas que fueron invadidas
por el “Ruaj de Yahvé” para gobernar, conducir, defender y confirmar al pueblo
de Dios, y hacerlo servidor y asociado al Dios Santo. En la doctrina del Nuevo
Testamento qué nadie se sienta excluido del amor de Dios porque, Él a todos llama a la salvación y su don es
para todos los que lo pidan con fe. Lo único que hemos de tener presente es el
recibir al Primer Paráclito que es Cristo Jesús.
La Promesa es para ti. Dios te piensa con amor
desde antes de la creación del Mundo y te eligió para estar en su presencia (Ef, 1,4) Te destinó a ser
adoptado como hijo suyo mediante Jesucristo (Ef 1, 5) Dios te está llamando a la una vida de
comunión con Él, a una vida de santidad, de donación y de entrega, pero quiere
darte a ti su precioso don: “Su Espíritu”, que es Santo porque santifica,
consagra y hace que todo llegue hasta Dios y que las cosas de Dios lleguen a
los hombres. El Espíritu Santo actúo en la Creación, en la Iglesia y en cada
uno de los creyentes para que lleguemos a reproducir a Cristo en nosotros, es
decir, nos consagra y nos santifica. Te ama incondicionalmente y Él tiene “Un regalo para
ti: El don de su Espíritu. Dios nos piensa llenos de su Espíritu dando frutos
de vida eterna; nos mira sin mancha y sin arruga, por eso quiere darte de lo
suyo, lo que Él realmente es y tiene.
Los Dones del Resucitado para su
Iglesia. Al atardecer de
aquel día, el primero de la semana, estando cerrada, por miedo a los judíos,
las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en
medio de ellos y les dijo: “La paz con vosotros” Dicho les mostró las manos y
el costado. Los discípulos se alegraron al ver al Señor. Jesús les dijo otra
vez: “La paz con vosotros”. “Como el Padre me envió, también yo os envío.”
Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo a quienes
perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les
quedan retenidos.” (Jn 20, 21ss)
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