La
experiencia de ser enviado
Objetivo: Dar a conocer la importancia de
reconocer el don de la Misión para que sea realizada la Misión con la fuerza
del Espíritu, tanto por sacerdotes como por laicos, en la Iglesia y en favor de
toda la Humanidad, para que el Evangelio sea aceptado con amor, esperanza y
alegría.
Iluminación:
“Luego les dijo: «Id
por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y
sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará” (Mc 16, 15- 16)
1.
Mensaje
de Esperanza
La Esperanza cristiana
está cimentada en dos columnas: la promesa de salvación que Dios hizo a su
Pueblo en el Antiguo Testamento y el acontecimiento salvífico realizado, por
Cristo Jesús (Gal 4, 4- 6). El Dios que prometió salvación antiguamente, hoy lo
está cumpliendo nos dice María, la Mujer y Madre de la Esperanza (cf Lc 1, 46-
55). En todo, Dios toma la iniciativa, es el primero en amar (cf 1Jn 4, 10),
pero, también está a lo largo del proceso y atento para llevar a feliz término la
“Obra que ha iniciado”, de acuerdo al Anuncio de las Escrituras:
Ø Promesa:
“Escucha pueblo mío, yo mismo abrirá vuestra sepultura, os sacaré de ella, os
llevaré a vuestro suelo e infundiré mi Espíritu en ustedes” (Ezequiel 37, 12).
Ø Acontecimiento:
“Llegada la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo nacido de mujer, (Gal
4, 4) para liberar…. rescatar, reconciliar, transformar y promover a los amados
por Dios, llamados a formar parte de su pueblo santo (cf Rm 1, 7).
Ø Promesa y Acontecimiento nos dan “El
Nuevo Nacimiento” La promesa se hace acontecimiento en “El
Encuentro personal con Jesucristo”, deja en el hombre la experiencia de Dios.
Nacer de lo Alto, nacer de Dios, nos trae la justificación por la fe y el paso
de la muerte a la vida, es paso de la aridez a las aguas vivas (Jer 2, 13).
Experiencia transformadora que nos hace orientar nuestra vida hacia el Dios vivo
y verdadero para servirlo, siguiendo las huellas de Jesús (1Ts 1, 9). En el
Encuentro el pecador se apropia de los frutos de la Redención de Jesucristo:
“El perdón y la paz, la resurrección y el don del Espíritu Santo. Experiencia
que deja en el hombre una Presencia, llamada Esperanza, para hacer del hombre
viejo, un hombre de esperanza. Un hombre nuevo, que está en Cristo y le pertenece
(Benedicto XV1. Deus Caritas este).
2.
Misionero
de Jesús
El Misionero
tiene conciencia que todo es gracia, es elegido para servir a otros (cf Jn 6,
70); él mismo, es un don para las comunidades a las que es enviado. No va por
cuenta propia ni por mérito propio. Como tampoco es enviado a cosechar, sino a
sembrar. Su respuesta es como la de su Maestro y Señor: Jesús el Misionero del
Padre: “Vamos, tengo también que ir a otras ciudades a predicar el reino de
Dios” (Mc 1, 35) “Me acercaré a ellos con mis manos llenas de amor, paz y alegría,
les llevo la alegría del evangelio de la Gracia, de la salvación gratuita e
inmerecida.”
Mensajero de la
esperanza
El Señor prepara a su
Misionero; le avisa del cambio. Dios avisa lo que quiere hacer: “Si quieres
trabajar irás a donde te envíen” (Esta es una convicción que debe de estar
inscrita en el corazón de todo Misionero). Para avisarle el Señor usa
mecanismos internos y externos. Aceptar la voluntad de Dios con amor y alegría
seré fuente de la Esperanza que debe acompañar la nueva Misión que está por
llegar. La finalidad del envío es el llevar la alegría del Evangelio a quienes
no la tengan, y si la tienen, pero no la han de desarrollado, ayudarles a
crecer en la fe. Lo que se pide al Misionero es empaparse con la Caridad
Pastoral:
Disponibilidad para hacer
la voluntad de Dios: Salvar a todos los hombres y que crezcan en el
conocimiento de la verdad (2 Tim 2, 4) La disponibilidad, fruto del amor a Dios
y a la Iglesia, es loque realmente necesita para ir a otras tierras para que
pastoree a otras ovejas del rebaño del Señor. Disponibilidad para ir al
encuentro de los pobres y disponibilidad para gastarse por la misión. No estaré
solo, el Señor lo acompañará. Irá adelante, preparándole el camino, y, mostrándole
lo que debe hacer y cómo debe hacerlo. Toda la Iglesia estará también con el
Misionero, respaldándolo con sus oraciones, sacrificios y ayunos.
Misionero: Despréndete
de tus hermanos, grupos o comunidades. Motívalos a ofrecer en oración su dolor
por amor a la Iglesia, y a superar todo infantilismo. Tanto sufre el que se va
como el que se queda. Tu Comunidad te envía a servir a otras comunidades. Ve
con alegría. Comienza un nuevo capítulo de tu vida, deja atrás todo lo que
amas, y a los que te aman; despréndete de todo; entrégaselo al verdadero y
único Dueño, Jesús, el Señor.
Misionero: Haz de poner
un oído atento para escuchar nuevas instrucciones y directrices al estilo del
profeta Samuel; ojo abierto para conocer la nueva realidad; corazón palpitante para
darse a la nueva misión. Ver, juzgar, actuar y en permanente oración. Por el
camino encontrarás personas que te ayudarán y te recibirán con amor. También
escucharás voces que tratarán de confundirte en nombre del amor. Discierne de qué
espíritu vienen.
Misionero: Ten la
disponibilidad para ponerte en camino, sin hacer preguntas, sin pedir cartas de
recomendación, sin exigir garantías, tan sólo levántate y ponte en camino al
estilo de Abraham (Gn 12, 1ss), te esperan nuevas experiencias; verás nuevos
rostros, escucharás nuevas voces; conocerás nuevas necesidades; encontrarás
nuevos retos y nuevos desafíos. El camino es angosto, pero lleno de
experiencias luminosas, gloriosas, dolorosas y liberadoras. No te doblegues
frente a la adversidad y a la contradicción; sé lo que eres: un soldado al
servicio del Reino (2 Tim 2,1ss).
3.
Misionero
de la fe, esperanza y caridad.
Ve con la confianza de
que eres enviado a dar vida, encender corazones con el fuego del amor (Lc 12,
49); abrirás brecha donde no la hay, sembrarás y arrancarás, tumbarás y
plantarás monte y maleza; cultivarás los corazones de los que Dios ponga en tus
manos y en tu camino. Busca a los alejados, atráelos con cuerdas de ternura y
lazos de misericordia (cf Os 11, 1- 5); acógelos y acompáñalos con amor. Qué no
te asuste la dureza de los corazones, muchos, no obstante, tienen hambre de
Dios, sólo que, no están acostumbrados a escuchar la Palabra de Verdad.
No olvides Misionero
que haz de ser el primero en creer lo que dices; el primero en vivir lo que
enseñas y el primero en anunciar lo que vives (cfr 2 Tim 2, 4ss). Sé paciente y
tolerante, respeta el ritmo de cada persona; haz de saber que hay débiles y fuertes,
enfermos y sanos, santos y pecadores, pobres y no tan pobres. Nunca apagues el
fuego que aún humea. Como también nunca olvides que, al llegar, el Señor está
ahí, esperándote, nunca comienzas de cero. No critiques el trabajo de los pastores
que estuvieron antes que tú. Confía siempre en el Señor y nunca en ti mismo o
en los medios materiales. El éxito de la Misión sólo dependerá de la Fuerza del
Espíritu Santo que debe llenar todo tu ser para que puedas darte a las
comunidades a las que sirves.
4.
La
obra Misionera.
Lo
tuyo Misionero, es atraer, buscar, unir, reconciliar, animar, exhortar,
consolar, fortalecer, iluminar, enseñar y corregir con amor, humildad y
mansedumbre. Eres un instrumento del Señor que te está diciendo: “Por tu mano, mi
Pueblo será conducido, alimentado, liberado, reconciliado, revestido, promovido
y curado”. Eres misionero, portador del gozo y de la paz del Evangelio. Ora
para que tu corazón sea una fuente que desborda vida para los que se te acercan
o para los que te escuchan.
Misionero, no te
arrodilles ni ante el poder ni ante el dinero. Ni ante los poderosos ni ante
los ricos. Los dones del Señor son para construir la Comunidad. Todo lo que
Dios regala (cf 1 Cor 4, 7) es parte de una Salvación gratuita e inmerecida que
el Señor ofrece como don a todo el que crea y se bautice (cfr Mc 16, 15s)
Misionero tú no eres el dueño, ni de la Palabra, ni del Altar ni de la
Comunidad. Tan sólo eres un administrador de la multiforme gracia de Dios (cf 1
Cor 4, 1). Eres el Don de Dios para tus comunidades, no las oprimas ni las
sangres, ni las explotes, vive para ellas, dándoles la Palabra y la gracia de
los Sacramentos, tú vida, y no te morirás de hambre. Bájate al nivel de los
pobres para que ellos puedan amarte. Los pobres también evangelizan al
misionero, amándolo y compartiendo con él desde su pobreza.
Nunca olvides Misionero
el objetivo de la Misión: La gloria de Dios y el bien de la Iglesia en el amor
y servicio a los hombres. No te creas fuerte, ni sabio, más bien pide el don de
la debilidad para que el Señor pueda hacer su obra en ti y en los demás, a
quienes te haz de acercar como hermano, amigo, y testigo del Evangelio, para
ayudarles a amar a Dios y a sus hermanos. No haz de olvidar ante todo que eres
sacerdote, profeta y servidor de todos, sin excepción. Juega limpio, para no
ser descalificado como el atleta en el estadio; no te enredes en los asuntos de
la vida civil (2 Tm 2, 4). Sin mezclar la luz con las tinieblas para no caer en
la tibieza espiritual y ser excluido de la Gracia de Dios (cf 2 Cor 6, 14-16;
Apoc 3, 15- 16)
5.
Eres
Misionero para todos.
A nadie desprecies. No
hagas acepción de personas. No juzgues por las apariencias, éstas engañan. Sé
paciente y tolerante con los que te contradigan. Conserva un oído atento para
escuchar a los más débiles e indefensos. Todos son importantes, todos, también las
comunidades más necesitadas de tu presencia y de la luz del Evangelio. Son las
hijas de la Parroquia que se encuentran en la diáspora, en la periferia, y por
eso, casi siempre olvidadas por el afán del “centralismo” y por su pobreza,
tanto material como espiritual. Recuerda misionero, el amor acorta distancias,
rebaja montañas y endereza los caminos torcidos. "Ama intensamente la Misión
que se te ha confiado".
6.
Misionero:
Eres un Guerrero del Señor.
Tus mejoras armas las
encuentras en tu oración íntima, cálida y extensa, en el contacto y obediencia
a la Palabra del Espíritu y en la
práctica de las virtudes de Cristo (cf Col 3, 12- 14; Ef 6, 10ss); Sé prudente,
no se comienza de cero, hay siembra y hay sembrados; no te envían a cosechar,
sino a sembrar y a regar lo sembrado por otros. En todas partes encontrarás
“las semillas del Verbo”. No quieras cosechar donde no has sembrado, no exijas
lo que nos has dado; no destruyas lo que otros han cultivado con sudor y lágrimas.
Pero, también recuerda que el campesino tiene derecho a comer de los primeros
frutos de la cosecha (2 Tm 2, 5), sin olvidar que eres enviado a sembrar y no a
cosechar.
Sé un hombre de
esperanza; eres formador y animador de comunidades; forjador de hombres nuevos
que deben aprender a conocerse como lo que son. Un guerrero del Señor con la
tarea de enseñar a tus hermanos a defender su dignidad, su fe, su Iglesia, sus
sacramentos, sus familias… No te sientas solo, recuerda la promesa: “Yo estaré
contigo” (Mt 28, 20ss). Pero, también, a tu lado está la Madre, los Ángeles y los
Santos están contigo para defenderte: Toda tú Iglesia te acompaña, la llevas
contigo, en tu mente y en tu corazón.
No olvides tus tiempos de
oración, individual y comunitaria. Ten presente tú diario contacto con la
Palabra de Dios que haz de escuchar atentamente en tú corazón. Celebra cada
Eucaristía como si fuera la primera y la última. Busca vivir de encuentros con
tu Pueblo al que haz de acoger con amor, buscar, acompañar, escuchar y
conducirlo a Cristo, a los terrenos de Dios:el amor, la paz y la alegría, la
libertad, la verdad, la justicia, la santidad.
La oración será para tu
Ministerio como lo es el aire para tus pulmones. Qué tu mente, tu voluntad y tu
corazón están siempre orientados hacia Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y
también, no te olvides de invocar la protección de la Madre para que no se
desvirtué tu evangelización. Evita cualquier clase de distracción, que tus ojos
están siempre fijos en Jesús (Hb 12,2), el Misionero del Padre para que la
lámpara de tu corazón no se te apague, ni por la vida de impureza ni por qué se
te termine el aceite de la oración. Aprende de la experiencia de Pablo, el
misionero de los gentiles, siervo de Cristo, por voluntad del Padre: “Mi gracia
te basta, que mi fuerza se realiza en mi flaqueza. Por tanto, con sumo gusto
seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas para que habite en mí la fuerza
de Cristo… pues cuando soy débil entonces soy fuerte (2 Cor 12, 9- 10).
Oración: Señor Jesús,
concédeme la gracia de sentirme débil en tus manos y pueda con alegría servir a
mis hermanos.
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