EL
DON DE LA ESPERANZA
Objetivo: Se
quiere afirmar la unidad admirable que existe entre la fe, la esperanza y
caridad para guiar nuestros pensamientos hacia Dios en los diversos momentos de
la vida, y así llegar a conocer el maravilloso Plan de salvación ofrecido por
el Dios uno y trino, realizado en la Historia por el Hijo y actualizado en
nuestra vida por el Espíritu Santo.
Iluminación: Así pues una vez que hemos recibido
la justificación por la fe, estamos en paz con Dios. Y todo gracias a nuestro
Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido, también mediante la fe, el acceso a
esta gracia en la que nos hallamos, y nos gloriamos en esperanza de participar
de la gloria de Dios. Más aún, nos gloriamos hasta en las tribulaciones,
sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia virtud probada,
y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en
nuestros corazones con el Espíritu Santo que Dios nos ha dado (Rom 5, 3-5).
1.
La
esperanza Mesiánica.
El
Pueblo de Israel, a lo largo de muchos siglos y en medio de opresiones,
explotaciones y esclavitudes por las potencias extranjeras, tal como está dicho
a lo largo del Antiguo Testamento, fue encarnando la “Esperanza Mesiánica” que
significaba el fin de la dominación extranjera para dar paso al reinado del
Mesías que haría de Israel un pueblo poderoso y rico. No todos lo entendieron
así, los Profetas hablan de un “resto fiel”; “los pobres de Yahveh” que estaban
a la espera de una liberación espiritual que sólo podía venir de Dios. Jesús el
Señor llamó a este resto fiel: “Mi pequeño rebaño”, a quien eternamente le
dice: “No temas, rebañito mío (Lc 12, 32); yo te amo, estoy contigo, y estoy en
tu esquina para salvarte”.
2.
¿Qué
es la esperanza cristiana?
Es
creer que tengo un Padre que me ama, me perdona, me salva y me da el don de su
Espíritu. La virtud de la esperanza nace de la fe,
para luego convertirse en su dinamismo que nos orienta hacia el futuro de “los cielos nuevos y la tierra nueva” (cfr 2
3, 13; Apoc 21, 1). La carta a los Hebreos hace una síntesis de la unidad
de las dos: “La fe es garantía de lo que
se espera, la prueba de las realidades que no se ven” (Heb 11,1) De manera
que podemos decir que nuestra esperanza no es un concepto, como tampoco es una
ideología, sino, una presencia que brota
de la fe, de la cual es su substancia; y de la que el Papa Benedicto XVI afirma
que es una persona, es Cristo Jesús, por quien hemos sido salvados en
esperanza, en virtud de su sangre nuestros pecados han sido perdonados y hemos
recibido el don del Espíritu Santo, que nos hace hijos adoptivos de Dios (Ef 1,
5). La esperanza es para los creyentes la substancia de la fe; es confianza que
llega hasta el abandono en las manos del Padre.
La
esperanza cristiana, es don de Dios a quienes hayan sido justificados por la fe
en su Hijo amado. Nace del Encuentro con Cristo en la fe, y requiere de un
corazón pobre y sencillo para desplegarse hacia los terrenos de la caridad, de
la solidaridad, de la compasión y de la misericordia. Es por eso, fuente y
causa de integración personal y comunitaria, de plenitud, felicidad y armonía,
unificación y sencillez. Anima y motiva a cultivar la inteligencia, la libertad
interior que viene de un corazón limpio y de una voluntad, cada vez más firme,
férrea y fuerte para amar a Dios y al prójimo.
3.
¿Cuáles
son las bases de la esperanza cristiana?
Las
bases son la Promesas del Dios de la Biblia y la Misión que es fruto del
compromiso de la fe. El hombre de la esperanza cristiana se abre al compromiso
con otros a favor de otros para ayudarlos a ser más y mejores personas. El cristiano, llamado a ser profeta de la
esperanza, es un defensor de los derechos de los demás y un promotor de los
valores cristianos. Cum- pro- missio. Tres palabras latinas que traducen:
Enviado con otros a favor de otros. La Promesa del Señor en esta obra siempre,
fue, es y será: Yo estoy contigo como el que te protege, te defiende, te anima,
te cuestiona y te desafía en el cumplimiento de la Misión.
Cristo
Jesús es el cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento, esto nos hace
pensar que el cristianismo es una Promesa que se hace “acontecimiento”, al que Jesús llamó “Nuevo
Nacimiento”. Promesa cumplida, fundamento de nuestra esperanza cristiana. Jesús
ha entrado en nuestra vida; ha venido a traernos a Dios que ya habita por la fe
en nuestros corazones (Ef 3, 15- 16).
Cristo
trae en sus manos la Misión de mostrar el rostro de Dios Padre. El Dios que
Jesús nos revela es misericordia, compasión, solidaridad, perdón, ternura,
amor, libertad, vida, santidad; es el sumo Bien y la suma Bondad que ha tomado
rostro humano para amarnos con un corazón de hombre. Jesús es la Esperanza
encarnada que ha venido a traernos a Dios (cfr Gál 4, 4-6) De la misma manera
los enviados por Cristo llevan la Misión
de continuar en la Historia la obra que el Padre encomendó a su Hijo. San Juan
Nos describe la trasmisión de este poder de las manos de Cristo resucitado a
sus apóstoles: Se acerca a ellos, los saluda, les da su Paz y les dice: “Todo poder se me ha dado en los cielos y en
la tierra, así como el Padre me envió, yo los envío a ustedes. Reciban el
Espíritu Santo” (Jn 20, 19ss), él es la Promesa del Padre que los conducirá
a la verdad plena (Jn 16, 13).
Esta
Esperanza hace decir a san Pablo: “Yo no
me siento un fracasado, porque sé muy
bien en quien he puesto mi confianza” (2 Tim 2, 12) Para el apóstol Cristo
es Fiel por antonomasia, es la “Roca de la salvación”. Cumple lo que promete,
es fiel a sus promesas, y es a la vez, el Señor de la historia, en la que
continua su “Obra redentora” por medio de sus discípulos y Apóstoles.
4.
¿Cuál
es la promesa de Jesús a los suyos?
Jesús
prometió a Pedro, y en él, a toda la Iglesia darles las llaves del reino de
Dios, Promesa cumplida por Cristo resucitado, ahora la Misión de Jesús retoma
su camino por medio de la Iglesia (Mt 16, 19; Jn 20, 22-23; 21, 15ss).
Jesús envía a sus discípulos con instrucciones bien
precisas y les promete estar con
ellos hasta la consumación de los siglos
(Mt 28, 20ss). Promesa y Misión son inseparables. Ahora la Iglesia es Apóstol,
Heraldo y Sacramento de Cristo.
Jesús
promete enviar el Espíritu Santo y lo cumple el día de Pentecostés para dar
inicio a la época de la Iglesia misionera encargada de continuar la obra de
Jesús (Hech 2, 1ss).
5.
¿Cómo
mantener la esperanza viva?
Cristo,
es nuestra esperanza, y él es el objeto y fundamento de nuestra fe. Para
permanecer en él, la vida del creyente, ha de estar cimentada y orientada hacia
Cristo, la roca de nuestra salvación. La vida en Cristo es vida en esperanza,
implica caminar con Jesús con un corazón alegre y agradecido, trabajando en la
obra de la salvación, como actores libres y responsables, protagonistas en la
construcción de la historia y de la “Civilización del amor”.
La
esperanza del cristiano está marcada por la paciencia, la perseverancia y la
fidelidad al llamado de vivir en la espera de la gloriosa venida del Señor al
final de los tiempos y en la vida de la Iglesia y en la de cada cristiano.
Esperanza activa, y no pasiva, para ser protagonistas de la propia historia y
constructores del propio destino, recibido de Dios como herencia: ser hijos y
coherederos con Cristo de la herencia de Dios (Rom 8, 15ss)
6.
¿Qué
es lo que esperamos?
Marcados
y revestidos con un manto de alegría y agradecimiento, los hombres de esperanza
colaboran con el Señor de la Historia en la construcción de cielos nuevos y
tierra nueva. Esperan el cumplimiento de las promesas de Dios con una esperanza
firme y activa que nace de la fe en Cristo Jesús y llega a su madurez en la
caridad (Gál 5,6). Esperanza que anima, motiva y fortalece a la fe,
extendiéndose hacia los terrenos de Dios: la justicia y la santidad, la
participación solidaria de bienes y servicios; esperanza que hace al cristiano
ser desprendido y generoso, amable y servicial, alegre y creativo. Me atrevo a
decir que el hombre de esperanza sale de las manos de Dios como regalo para sus
hermanos y para el mundo.
7.
Con
esperanza firme y activa.
Esperamos
cielos nuevos y tierra nueva: la construcción de una Comunidad fraterna,
solidaria y misionera, en la que todos sean hijos de un mismo Padre, el Dios de
Jesucristo. En la que todos sean hermanos y compartan entre ellos lo que
tienen, lo que saben y lo que son. Una Comunidad que sea semilla y fermento del
reino de amor, paz, gozo y justicia, en la cual Jesús muestre el rostro del
Padre misericordioso, tierno y compasivo, paciente y providente que ama y da
gratuitamente en abundancia a los que ponen en Él su confianza. Tres actitudes
básicas deben acompañar a los hombres y mujeres de esperanza:
V La
preocupación por el bien de todos. Preocupación mutua de que nadie se vea
privado de los bienes elementales para llevar una vida digna, actitud que responde
al designio de Dios Creador de todo y para todos.
V La
reconciliación continúa con Dios y con los demás, para limpiar el manantial de
la libertad interior que nos orienta a la comunión solidaria y al respeto de la
dignidad humana.
V El
compartir permanente, como manifestación del Reino de justicia y de bondad,
poniendo al servicio de los otros, tanto los bienes materiales, como
intelectuales y morales.
V Con
la fuerza de la Esperanza, recordemos la exhortación del Apóstol Pablo: “Si
realmente habéis resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba donde está
Cristo sentado a la derecha del Padre; busquen las de arriba no las de abajo…
porque vuestra vida está oculta con Cristo en Dios” (cfr Col 3, 1-4).
Oremos: (Col. 3, 1-4)
3- 17).
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