Con los ojos fijos en Jesús
Objetivo: Resaltar la importancia de la unidad de las tres virtudes: la fe, la esperanza y la caridad, para vivir un auténtico discipulado que nos otorgue la unidad de vida.
Iluminación: Mi esperanza está en “Aquel que me amó y se entregó por mí, para que mis pecados fueran perdonados y darme el don del Espíritu Santo” (Gál 2,20; 4, 6)).
Tras la caída el hombre no fue abandonado por Dios. Al contrario, Dios lo llama y le anuncia de modo misterioso la victoria sobre el mal y el levantamiento de su caída (Gn 3, 15; Catic 410).
1. Ver con los ojos de la fe.
Los ojos de la fe son la “esperanza y la caridad”. La esperanza es primero hacia arriba (Col 3, 1); luego hacia delante (Lc 9, 57ss) con los ojos puestos en Cristo que llama al seguimiento (Lc 9,23); después hacia los lados del camino para buscar a quien recoger (Lc 18, 35); se admite la mirada al pasado para recordar las “maravillas” que el Señor ha realizado en nuestra vida, para luego alabarlo, bendecirlo y darle gracias. Prohibido quedarse en el pasado. Con los ojos de la fe podemos vernos como Dios nos ve. Dios nos mira con amor y como a hijos suyos, esa es la primera mirada de Dios; mirada capaz de inundar de esperanza a quien la reciba.
Me atrevo a decir, que los ojos de la fe, son los ojos del corazón que ha sido justificado por la misericordia de Cristo. Es la mirada que puede salvar al pecador, es la mirada de Cristo y de aquellos que llevan a un Cristo vivo en su corazón. Mirarse como Dios nos mira es verse con “esperanza y amor”, para aceptarnos y amarnos incondicionalmente; mirada que anima y motiva a escuchar la invitación de ponernos en camino a luchar por la propia liberación y la liberación de los demás, llevando como arma poderosa: “La esperanza cristiana” que hizo decir al Apóstol Pablo, y después de él a miles y miles de testigos de la esperanza: “Todo lo puedo en Cristo Jesús que me fortalece” (Flp 4, 13). Cristo es fortaleza, paz y esperanza de sus amigos, discípulos y hermanos.
Tener los ojos de la fe para mirarme como Dios me mira, pensarme como él me piensa; valorarme como él me valora, aceptarme como él me acepta y amarme como él me ama. Dios nos mira con amor, como a hijos suyos. Con los ojos de la fe: la esperanza y el amor, podemos descubrir a Dios en la Creación, en todas sus criaturas y encontrar a Cristo en nosotros mismos y en los otros, aceptarnos como miembros de la familia y cargar con sus debilidad y ayudarles a levantarse, salir del exilio y ponerse en éxodo de realización personal y comunitaria. Es mirada sanadora y liberadora, llena de consuelo y de alivio espiritual.
2. ¿En quién poner nuestra confianza?
Mi esperanza es “Aquel que me amó y se entregó por mí, para que mis pecados fueran perdonados y darme el don del Espíritu Santo” (Gál 2,20; 4, 6)). Aquel que me llamó desde el seno materno a ser su discípulo y su siervo, prometiéndome caminar conmigo todos los días. Ha sido fiel, a sus promesas, aún a pesar de mis muchas debilidades y de mis muchos errores, no se arrepiente de haberme llamado al servicio del Reino. Mi esperanza es saber que aún a pesar de que soy pecador, tengo un Padre que me ama, me perdona, me salva y me da su Gracia en abundancia; por los méritos de su Hijo he recibido el don de su Espíritu. Por eso cuando peco, me levanto a la escucha de su palabra y busco su Rostro de amor, de paz, de misericordia, y obtengo de Él su perdón. Así, en cada experiencia me voy trasformando en testigo de “La esperanza”.
Los testigos de la esperanza no dependen del qué dirán los otros; no les preocupa la alabanza o la critica que se haga de ellos; les preocupa el juicio que Cristo les haga; saben que donde falta la esperanza cristiana, la alabanza de los hombres infla, es veneno mortal, y que la crítica desmorona, duele y quema, razón por la que la pueden aceptar con mansedumbre y sacar de ella una enseñanza para la vida; son hombres que aceptan la crítica como una corrección de la vida.
3. ¿Cómo limpiar el manantial de la libertad y de la fidelidad creativa?
Dios en Cristo ha abierto una Fuente de “Aguas vivas” para que todo el que tenga sed, venga a beber gratis del Agua de la vida (Apoc 22, 18). Esta Fuente está presente en cada uno de los Sacramentos, verdaderas acciones de Cristo, son signos de esperanza mesiánica y cristiana. Cristo conociendo las debilidades de los suyos a quienes había ya redimido, quiso dejarnos por amor la “Fuente de la Misericordia” para darnos el perdón por los pecados cometidos después del Bautismo y renovar nuestra esperanza. No sólo eso, sino, que además quiso que su Iglesia fuera sacramento de esperanza y de reconciliación. ¿Cómo ir al encuentro de Cristo? Tres son las actitudes fundamentales que el pecador debe llevar consigo: de fe, esperanza y caridad. Pero además viene con todo: mente, voluntad, memoria y corazón.
a. Actitud de fe. Es la fe en la Iglesia, que no es sinónimo de la fe en Cristo. Cristo es el Salvador y el Mediador entre Dios y los hombres, la Iglesia es su Cuerpo, es también su instrumento de liberación y de perdón, es su Esposa: Cristo Jesús, el que murió en la cruz y resucitó de entre los muertos dice a sus discípulos el mismo día de la resurrección: “Todo poder se me ha dado en el cielo y en la tierra, así como el Padre me envió, yo os envío a vosotros. Dicho esto sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quien perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20, 20ss). La Iglesia recibió de Jesucristo el Ministerio de la reconciliación, para escándalo de otros: “¿quién es éste que hasta los pecados perdona? Sólo Dios perdona” (Mc 2,7) y para admiración de muchos que alaban a Dios diciendo: “Jamás habíamos visto cosa parecida” (Mc 2, 12)
b. Actitud de esperanza. El pecador vuelve a casa con un corazón contrito y arrepentido; se acera a un juicio en el cual esperan un juez, un fiscal y un abogado. Juicio en que Satanás va ser echado fuera, la piedra del sepulcro va a ser removida para que da la tumba salga un hombre nuevo, libre y reconciliado. La actitud de esperanza me garantiza que si voy a ese juicio con un corazón arrepentido, con deseos de abandonar el terreno de los ídolos para orientar mi vida hacia Dios, siguiendo a Jesús por los caminos de la vida, saldré libre, no pisaré las puertas de la cárcel. Libre en virtud de los méritos de Cristo, lavado en la sangre de Cristo y en la fuente de su Misericordia. El fiscal es el diablo; Cristo es Juez y el Espíritu Santo es Abogado que actualiza la Gracia redentora de Cristo en los Sacramentos de la Nueva Alianza.
c. Actitud de caridad. En esta actitud se encuentro un verdadero propósito de enmienda, como señal de un arrepentimiento verdadero. Disponibilidad para hacer la voluntad de Dios manifestada en sus Mandamientos y en su Palabra. La verdadera contrición implica apertura a la verdad, al amor y a la vida, realidad que nos lleva a guardar los Mandamientos de la Ley de Dios y a guardar las palabras de Cristo (Jn 14, 21- 23), es decir, “Las Bienaventuranzas” (Mt 5, 3,ss) Sin el deseo sincero de amar a Cristo para ser sus amigos, sus hermanos y discípulos, toda visita al sacramento de la penitencia sería una farsa.
4. El contenido de la esperanza.
El contenido de la esperanza cristiana es Cristo, es la Vida espiritual o vida en el Espíritu. Hay vida espiritual allí donde se mueve el Espíritu Santo que guía a los creyentes a la verdad plena (Jn 16, 16, 8ss). Pablo pide al Padre que fortalezca en nosotros el hombre interior por la acción del Espíritu Santo y que Cristo habite por la fe, la esperanza y la caridad en nuestro corazón (Ef 3, 14- 19) para que sea un templo verdadero del Espíritu de la verdad que nos hace libres (Jn 8, 32), para poder vivir en la libertad de los hijos de Dios (Gál 5,1). El Espíritu de Libertad, por la virtud de la esperanza, “guía nuestros corazones hacia el amor de Dios y la tenacidad en Cristo” (1 Tes 3, 4).
La mirada puesta en Jesús, siguiendo sus huellas, es actitud fundamental que engendra en el discípulo la “prudencia” como virtud esencial para permanecer en la amistad evitando toda permisividad que lleva a la pérdida de la gracia, rompiendo así, la comunión con Él. El hombre viejo siempre está al acecho y quiere recuperar el terreno perdido. No podemos darnos permisos para hacer cualquier cosa que dañe la integridad, la armonía y destruya la paz interior. Urge recordar la palabra de Jesús Maestro: “Vigilad y orad para no caer en tentación” (Mt 26, 41). La tentación es un momento para dar gloria a Dios y fortalecer la voluntad en la práctica de la justicia, a Dios, a la Iglesia y a la familia. A la práctica de la justicia somos llevados de la mano de la verdad y la caridad, sólo entonces seremos capaces de conocer la Paz y el Gozo del Señor, para decir con el profeta Habacuc: “El gozo del Señor es mi fortaleza” (Hab. 3, 18).
No hay lugar para auto justificarse, nuestras debilidades son manifestación de ausencia de libertad, de amor, de justicia y de verdad. Ausencia de fe y por lo tanto de Dios. La auto justificación es el principio de decadencia espiritual, moral, familiar, eclesial y civil. Lo correcto sería reconocerse débil, arrepentirse, ponerse de pie y orientar la vida hacia Dios siguiendo las hullas de Jesús que nos lleva hacia la Pascua por el camino de la Cruz. Es el camino recomendado por san Pablo en la lucha contra el pecado: “Fortaleceos en el Señor, con la energía de su poder” (Ef. 6, 10s). El cultivo de la fortaleza espiritual pide cultivar las virtudes de la prudencia, la justicia, la templanza o dominio propio, la constancia, la tenacidad, la piedad, del amor fraterno y de la caridad (2 Pe 1, 5ss). Todo esto, mediante esfuerzos, renuncias y sacrificios por amor a Cristo, a su Iglesia, al reino de Dios.
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