8. QUIERO SER UN HOMBRE ABIERTO A LA VERDAD

 8. QUIERO SER UN HOMBRE ABIERTO 
A LA VERDAD

Objetivo: Desarrollar criterios de discernimiento y líneas de acción que ayuden  crecer en el conocimiento y de la realidad para poder fundamentar un compromiso seria responsable en la creación de una sociedad más justa y solidaria.

Iluminación: La educación de los jóvenes en la fe debe estar basada en el encuentro directo y personal con el hombre, en el testimonio –es decir, en la auténtica transmisión de la fe, de la esperanza, de la caridad y de los valores que derivan directamente de ellas- de persona a persona. Por tanto en la educación de los jóvenes en la fe se trata de un auténtico encuentro con otra persona, a la que primero hay que escuchar y comprender (Discurso 26 de noviembre del año 2006. Benedicto XVI). 

1.     La verdad es el camino que lleva al amor…

… a la práctica de la justicia, a la libertad, a la solidaridad. Con cuánta razón dijo Jesús el Señor: “La verdad os hará libres” (Jn 8, 32). Para los cristianos la “Verdad” no es un concepto, como tampoco es un principio filosófico, sino, una Persona que ha venido como Luz a iluminar las tinieblas de la mentira para que los hombres conociendo la verdad adquieran un nuevo modo de ser y de actuar, abandonen la obras de las tinieblas y, con un corazón solidario hagan el bien, especialmente a los menos favorecidos de la comunidad humana. Podemos afirmar que la “Civilización del amor” está cimentada en la verdad, el amor y la vida, la única cultura que puede echar fuera la mentira, el odio y la muerte que llenan las calles de nuestras ciudades y los campos de nuestra Patria. Los hombres hemos olvidado las palabras que Dios pronunció por medio del Profeta: “Hombre, ya te explicado lo que está bien, lo que el Señor desea de ti: que defiendas el derecho y ames la lealtad, y que seas humilde con tu Dios” (Mq 6, 8).

Urge educar en la verdad, para que los hombres puedan conocer el arte de vivir en comunión con Dios como Padre; con los demás como hermanos y con las cosas como amos y señores. La verdad, la justicia y la bondad (Ef 5, 9), son tres de los valores del Reino de Dios que dan consistencia a la estructura espiritual, tanto individual como comunitariamente. La unidad de los tres anula el divorcio entre fe y vida; entre inteligencia y voluntad, para dar consistencia a una espiritualidad y personalidad orgánicamente estructurada. Amor y verdad, nos dicen los Obispos Mexicanos, son la vocación que Dios ha puesto en el corazón y en la mente de cada ser humano. (Cristo es nuestra paz… no. 170)El Papa Benedicto XVI nos ha dicho: “Son a la vez la fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad” (Caritas en Veritate no. 1).

2.     La verdad nos lleva a la práctica de la justicia.

Justicia a Dios y justicia a los hombres, especialmente a los más pobres. A Dios le hacemos justicia cuando elegimos el Camino que Él nos propone: el camino del amor que nos hace guardar sus Mandamientos: Creer, amar y servir al Señor en los demás. La justicia es darle al otro lo que realmente le corresponde, lo que es suyo: reconocerlo, aceptarlo y respetarlo como persona. No es darle limosnas, sino, ayudarlo a iniciarse su proceso de realización, para que saliendo de situaciones menos humanas, pase, a situaciones más humanas, y de situaciones humanas, pase a situaciones cristianas. El método a usarse es el del amor que nos hace: verlo y pensarlo como Dios lo hace; aceptarlo, valorarlo y amarlo como Dios lo hace… Sólo entonces se podrá reconocer su “dignidad como persona” y ayudarlo a ponerse en camino. De esta manera podemos de decir que la caridad supera la justicia, va más allá, la supera, siguiendo la lógica del perdón y de la entrega. La justicia cristiana, restaura, no destruye; reconcilia, no mata; promueve, no aplasta; corrige, pero con caridad. Es virtud moral y a la vez, criterio orientador de toda acción moral. (Que en Cristo nuestra paz… no. 172. CEM)

“El amor es una fuerza extraordinaria que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz” (Benedicto XVI. Caritas in Veritate, no. 1) Amar es darse y entregarse a un alguien; es trabajar eficazmente por él, para que se realice como lo que es persona, hija de Dios. La fuerza del amor la encontramos en el caminar en la verdad. Nos puede surgir una pregunta, la misma que Pilatos le hizo a Jesús: “¿Qué es la verdad?”. La verdad es la armonía entre la inteligencia y la realidad; entre la palabra y la acción; la verdad lleva al amor y el amor lleva a la verdad. Para el cristiano la verdad es una; se debe aceptar y adecuar la existencia a ella. Para él, la Verdad cristiana es una Persona: Jesús, el Hijo de Dios. (cf (Jn 14, 6) El Único capaz de hacernos realmente libres (Jn 8, 36)

3.     La verdad nos lleva a la solidaridad.

La solidaridad es fruto de la caridad cristiana, su principio es: “La determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos”. Principio que nos ayuda a entender el desarrollo en el horizonte de la plenitud del ser de las personas y no como un progreso sin fin, ni como la multiplicación de bienes y servicios. (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, no. 102. Consejo Pontificio Justicia y Paz).

No podemos negar que lo anterior pide el cultivo de una voluntad firme, férrea y fuerte para amar y servir a los demás. Sólo entonces seremos capaces de meternos en los zapatos del pobre y del necesitado; sólo entonces podremos llevar a la práctica el Mandamiento nuevo de Jesús (Jn13, 35).  Los Obispos Mexicanos nos han dicho que el desarrollo tiene una dimensión moral que al mismo tiempo que lo orienta, lo limita (CEM. Cristo nuestra paz… no 181).

Formar las conciencias para la solidaridad exige poner en práctica el principio del compartir lo que sabemos, lo que tenemos y lo que somos; camino de desprendimiento y renuncias que nos lleva  la libertad. Por un lado hemos de renunciar a todo aquello que nos haga sentirnos los amos y señores de vidas y de haciendas; renunciar a los gastos superfluos y a los lujos innecesarios que terminan siendo un fraude a los pobres; se hacen fiestas, se gasta y se derrocha buscando prestigio, identidad, quedar bien, mientras que muchos a nuestro alrededor pasan hambres o duermen a la intemperie. Por otro lado, siguiendo el consejo del Papa Benedicto XVI, urge: “aprender la renuncia, la sencillez, la austeridad y la sobriedad. Donde hay renuncia ahí brota la vida, la libertad y la virtud. “Sólo así puede crecer una sociedad solidaria y se puede superar el gran problema de la pobreza de este mundo” (Catequesis en la Audiencia General del 27 de Marzo del 2007).

Muchos son los creyentes que derrochan fortunas en vicios, lujos, regalos, aparatos y técnicas para tener al alcance de la mano y en casa pornografía. Son capaces, al pagar por sus gustos grandes cantidades de dinero, y con ello aumentan el poderío económico del monopolio de la pornografía, pero, cuando se les pide para una causa noble, no tienen.

4.     La verdad nos lleva a la fraternidad.

Para los cristianos la fraternidad nace del encuentro personal con Cristo que nos incorpora a su Comunidad, a su Familia. En ella, todos somos hijos de Dios; iguales en dignidad, en valor y en importancia, con la vocación de ser hijos de Dios y al mismo tiempo, hermanos de los demás. El principio de la fraternidad pide que todos los seres humanos sean incluidos en esta Gran Familia en la cual se construye la solidaridad sobre las bases de la justicia y de la paz (Benedicto XVI, Caritas in Veritate, no. 54)

¿Basta con saberse hijos de Dios y hermanos de los demás? No basta. Es necesario además, promover el desarrollo, de manera libre y responsable a favor de todo el hombre y de todos los hombres, siendo sus criterios de verificación la solidaridad y la fraternidad, sin las cuales, el desarrollo de los pueblos no será realmente humano y no llegaremos a construir la paz.

5.     La verdad nos lleva a la libertad.

La palabra de verdad (Jn 17, 17) es la semilla de la libertad. El mismo Señor Jesús nos había dicho: “Si permanecen unidos a mi Palabra, seréis mis discípulos, conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn 8, 31- 32). La libertad cristiana es don y es respuesta; es don y responsabilidad. Existen muchas libertades, pero pocos hombres libres, capaces de elegir bien por ellos mismos, lo que es lo mejor en miras a su realización personal. La libertad es propiamente el modo de vivir humano. El hombre es un ser condicionado, no obstante, puede decidir de manera libre y consciente, por sí mismo lo que él quiere ser el día de mañana. La verdad respeta la libertad del hombre, no se impone, no obliga, no manipula. La libertad en Cristo, la que nos hace realmente libres responde a dos preguntas:

·         ¿Libres de qué? Libres de prejuicios y complejos; de ataduras y esclavitudes. La liberación cristiana nos hace libres de la esclavitud del mal en todas sus manifestaciones. De la esclavitud de apego a las cosas y del apego desordenado a las personas. Por último nos hace libres de la esclavitud a la ley, la peor de todas las formas de esclavitud.

·         ¿Libres para qué? Libres para conocer la verdad, para practicar la justicia y libres para amar, ser generosos y serviciales. Sólo quien camine en la verdad puede realmente ser solidario con todos, sin hacer distinción de personas. Libre es el hombre que consciente y responsablemente se dona y se entrega en servicio a un “algo” o a un “alguien” por amor, para ayudarle a realizarse como lo que es, persona.

6.     La verdad, camino que nos lleva a la paz.

El evangelista Lucas nos describe la lamentación de Jesús por la ciudad santa: Al acercarse y divisar la ciudad, dijo llorando por ella: “Ojalá tú también reconocieras hoy lo que conduce a la paz”. (Lc 19, 42s). San Juan nos dice de que camino se trata: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6) Jesús es el Camino que nos lleva al Padre, al Cielo, a la Paz. Jesús es el Camino que el Padre nos propone; es Camino y es Puerta (Jn 10, 7). Los Sinópticos nos hablan de los tres avisos de la Pasión: “He tomado la firme determinación de subir a Jerusalén”. Jesús sabe a dónde va: a su pasión, a la muerte y a la resurrección, es el camino de su Pascua (Mc8, 31; Mt 16, 21ss; Lc 9, 27ss). A sus discípulos les propone: “El que quiera venir conmigo, niéguese a sí mismo,  cargue con su cruz cada día y sígame” (Lc 9, 23) El Señor invita a los suyos a estar con Él, a beber el cáliz de su pasión y a padecer con Él (cfr Mt 20, 23); para también reinar con él y sentarse a la Mesa con él en Reino de los Cielos. Jesús quiere que sus discípulos entiendan que el camino de la pasión es el que nos lleva a la resurrección; El Mesías tiene que padecer antes de entrar en su gloria (Lc 24, 26).

Para los creyentes, la fe cristiana es ante todo una fe pascual. En la fe y por la fe, pasamos de la muerte a la vida; de la esclavitud a la libertad; del pecado a la gracia. Toda nuestra vida, cuando está orientada hacia Dios, es un continuo morir al pecado para vivir para Dios: Muerte y Resurrección son dos momentos de un mismo acontecimiento. Pablo en la carta a los Gálatas nos confirma esta hermosa verdad: “Pues los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias. Para vivir y obrar según el Espíritu” (Ga. 5, 24-25).


Leer y meditar por grupo las palabras del Señor Jesús: Juan 8, 31-36.

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