La Reconciliación y el Nuevo
Nacimiento
1.
Los dones del
Buen Pastor
El Profeta Oseas
nos habló del “Designio de Dios para su Pueblo” “Me la llevará al desierto y le
hablaré al corazón” (Os 2, 16). El profeta también nos habla de unos
desposorios del Señor con todo aquel que
quiera pertenecer a Jesucristo y formar parte de su Pueblo santo: “Me casaré contigo para siempre, me casaré
contigo en justicia y en derecho, en afecto y en cariño: Me casaré contigo en
fidelidad y conocerás al Señor” (Os 2, 21)
Jesús es el Buen
pastor, es el Esposo que como novio busca a la novia para desposarse con ella.
Trae en sus manos la dote: tres regalos que sólo Él puede dar a todo aquel o
aquella que se decida a entrar en comunión con Él:
·
El
primer regalo es el don de su Palabra. La Palabra es luz que ilumina y da vida.
La Palabra de Dios nos convence de que Dios nos ama y nos lleva a tomar de
nuestra pecaminosidad.
·
El
segundo es el don del perdón y de la misericordia. La Palabra nos lleva a un
“juicio” en el cual Satanás será echado fuera. Pide arrepentimiento y
separación.
·
El
tercero es el don de la fidelidad y el conocimiento del verdadero amor. Los
frutos de la tierra: la paz y la dulzura espiritual; el gozo que brota de un
corazón reconciliado.
2.
El Nuevo
nacimiento.
En el Evangelio
de Marcos encontramos tres enseñanzas que nos ayudan a entender el “Nuevo
Nacimiento”; enseñanzas que tienen un mismo sentido:
·
Ayunar
para estar con el Señor. El ayuno agradable a Dios es que hagamos su voluntad.
·
No
basta con poner un parche viejo a un vestido nuevo.
·
No
se puede poner el “vino nuevo” en odres viejos. Se echarían a perder ambos.
No basta… no
basta… no basta… lo que no tiene remedio hay que quitarlo, removerlo. Ha de
quitarse el corazón de piedra para ponerse en su lugar el “nuevo corazón” que
sienta y vibre en la “comunión con Cristo. El Señor Jesús en el Evangelio de
san Juan recibió un visitante nocturno llamado Nicodemo: “Fue a visitarlo de
noche y le dijo: “Maestro, sabemos que has venido de Dios para enseñar, porque
nadie puede hacer las señales si Dios no está con él”. Jesús le respondió: “Te
aseguro que si uno no nace de nuevo, no puede entrar en el reino de Dios”.
¿Cómo podrá se esto? (Jn 3, 1ss).
Existe un primer
nacimiento: nacer de papá y mamá, nacer según la carne; y existe un nacimiento
espiritual: Nacer de Dios, nacer de lo Alto (Jn 1, 13). “Para entrar al Reino
de Dios hay que nacer del agua y del Espíritu” (Jn, 3, 5) “Lo que nace de la
carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu” (Jn 3, 6) “No te extrañes
sí te he dicho hay que nacer de nuevo” (v. 7).
Marcos nos dice que al comenzar
Jesús su predicación dijo a los judíos en Cafarnaúm: “Arrepiéntanse y crean en
la Buena Nueva” (Mc 1, 15)
El punto de
partida: quedar embarazados. El punto de llegada: nacer en el reino de Dios o
mejor aún, que Cristo nazca en nuestros corazones. Cinco son los pasos:
·
Escuchar
la palabra de Cristo y creer en ella. La viene de lo que se escucha: la Palabra
de Dios (Rom 10, 17). Quien escucha la Palabra y cree, es portador de una
presencia nueva y dinámica que lo inicia en un proceso, lo pone en camino, verá
“maravillas”. La Palabra de Dios, lleva en sí misma al Espíritu Santo que
empieza un trabajo de iluminación en el corazón de los nuevos discípulos de
Jesús (Jn 16, 7-13).
·
Encontrarse
con Cristo. Encuentro liberador y gozoso, liberador porque me quita las cargas
y gozoso porque experimento en lo más profundo de mí ser la “fuerza y el gozo
de la resurrección”. ¿Cómo acercarse a Cristo? Juan nos habló de un “juicio”
(Jn 16, 8) Es el momento de recibir el regalo del que nos hablaba Oseas: “El
perdón y la misericordia del Señor”. Es el momento en que Satanás será echado
fuera de la mente y del corazón de hombre” (cfr Jn 16, 11). ¿Cómo ir a este
juicio? ¿Qué disposiciones tener? Hablemos de tres que son esenciales para
apropiarnos de los “frutos de la redención”: “el perdón y la paz, la
resurrección y el don del Espíritu Santo”.
Ø Llevar
conciencia de pecado: Sabernos y reconocernos pecadores (1 Jn 1, 8-9).
Ø Llevar un
corazón contrito y arrepentido con un deseo sincero da cambiar de vida, de
orientarla hacia Dios. (Slm 51,9)
Ø Confesar
nuestros pecados: pedir y recibir el perdón de Dios. En el momento de la
absolución se renueva la “alianza” con Dios y con la Iglesia; es el momento del
“Nuevo Nacimiento”; es el “paso de la
muerte a la vida”: es momento de “muerte y resurrección”.
Ø Aceptar con
generosidad la penitencia impuesta por el Confesor como un signo de
incorporación al “misterio redentor de Cristo”.
Nosotros los
católicos, no sólo creemos que la Eucaristía es presencia real de Cristo; sino
que además creemos que el Sacramento de la Penitencia Cristo resucitado, en
virtud de sus méritos y de su sangre preciosa, perdona nuestras ofensas y deja
nuestras almas “blancas como la nieve” (cfr Is 1, 16). Nuestra santa Madre
Iglesia nos recomienda tres actitudes para que Cristo realice la “obra del
Padre en nosotros”.
3.
Actitudes para
acercarse a la Confesión
Ø Actitud de fe: Creer que la Iglesia recibió de
Cristo el ministerio de la reconciliación: “todo
poder se me ha dado en el cielo y en la tierra” (Mt 28, 18). “Como el Padre me envió, así yo los envío a
ustedes”. Al decirles esto, sopló
sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los
pecados les quedarán perdonados; a quienes se los retengan les quedarán
retenidos” (Jn 20, 21- 23)
Ø Actitud de esperanza: Confiamos,
tenemos la certeza de que si realmente vamos arrepentidos, con un corazón contritos, con deseos de
convertirnos; no vamos a pisar la cárcel, el abogado de Nazareth nos da su
Libertad: “Para ser libres nos liberó
Cristo” (Gál 5, 1). Él rompe las cadenas del pecado cuando el
arrepentimiento es verdadero.
Ø Actitud de caridad. Juntamente con
el deseo de cambio, se lleva el deseo de amar, conocer y servir a Cristo. “Ustedes me aman si hacen lo que yo les
digo” (Jn 14,15) “Ustedes son mis
amigos, si hacen lo que yo les digo” (Jn 15, 14) “El que guarda mis Mandamientos ese es el que me ama” (Jn 14,
21).
Cuando un
pecador viene a Cristo con un corazón contrito y arrepentido, con ganas de
cambiar de vida y aceptar la voluntad de Dios, Cristo mismo viene a su
encuentro, lo acoge, lo recibe, lo ama… Pero, hemos de creer que el mismo Señor
es quien lo hace volver: “si te vuelves a mí, porque yo te hago volver, estarás
en mi presencia” (Jer 15, 19); Creemos con fe católica y apostólica que Cristo
está presente en cada Sacramento, es Él quien pronuncia su Palabra sanadora y
liberadora: “Quiero queda sano” (Mc 1, 41); “Tus muchos pecados te son
perdonados” (Lc 7, 47); y esto lo hace
hoy día por medio de su Iglesia (cfr Jn 20, 23; 2 Cor 5, 20). La Iglesia como
Madre bondadosa, espera y anhela el regreso de sus hijos e hijas ausentes, para
darles el “vestido de la gracia”, “el anillo” y “los zapatos nuevos” y hacer la
fiesta, la comida de la fiesta es la carne del Cordero (cfr Lc 15, 22- 24).
4.
Y ¿Ahora que sigue?
Ayudados por una
“comunidad fraterna” se aprende a caminar en la verdad y en la caridad de los hijos
de Dios. Caminar en la fe nos hace profundizar en el desprendimiento del hombre viejo, y en el
revestirse del “hombre nuevo” mediante el cultivo de las virtudes humanas y
cristianas, camino de renovación interior que permite crecer hasta alcanzar un
conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador (cfr Col 3, 9- 10).
5.
Señales de la
Reconciliación.
¿Cómo saber que hemos pasado de
la muerte a la vida? La Palabra de Dios nos enseña que el amor al prójimo es el
camino real que nos lleva a Dios. Y ya que todos somos hijos suyos, a él nada
le importa más que el amor por los hermanos (1 Jn 3, 14) No podemos darle
alegría mayor que la que de cuando amamos a nuestros hermanos. El amor fraterno
nos brinda la unión con Dios, es una fuente inagotable de luz interior, es
fuente de vida, de fecundidad espiritual, de continua renovación. Impide que en
el pueblo cristiano se formen gangrenas, esclerosis, estancamientos. En
una palabra, “pasamos de la muerte a la vida”.
Por el contrario, cuando falta la
caridad, todo se marchita y muere. Se comprenden entonces ciertos
síntomas tan difundidos en el mundo en que vivimos: falta de entusiasmo, de
ideales, mediocridad, aburrimiento, deseo de evasión, pérdida de valores. La
señal siempre será el amor a Dios y a los hermanos. En el corazón reconciliado
“Dios ha derramado su amor y su misericordia con el Espíritu Santo que Él nos
ha dado” (Rom 5, 5). Con este amor amamos a Dios, a la Creación, a los otros y
a uno mismo. Con ese Poder que se lleva en el corazón el hombre nuevo puede:
·
Arrancar
árboles y plantarlos en el mar: Cambiar la manera de pensar negativa,
pesimista, derrotista, por una manera de pensar nueva y dinámica, creativa y
victoriosa.
·
Caminar
sobre las aguas: Caminar en el poder de Dios para vencer el mal, salir del
individualismo, de los egoísmos, de los resentimientos…
·
Caminar
sombre las nubes: Caminar en el poder de Dios para ser amable, generoso,
solidario y servicial…
Jesús camina
sobre el agua (Mc 6, 48). Este caminar va dando al creyente un corazón en que
se van enraizando las actitudes y los sentimientos de Cristo Jesús: dominio
propio, sencillez, pureza de vida, piedad, amor fraterno, caridad… en
referencia a los otros podemos destacar las actitudes fundamentales del Reino
de Dios:
·
Disponibilidad
para someterse a la Voluntad de Dios.
·
Preocupación
por el bienestar integral de los otros.
·
Reconciliación
continúa como los nuevos artífices de la paz.
·
Compartir
permanente con todos, especialmente los pobres y marginados de la sociedad.
¿Cómo podemos
llegar a tener las actitudes del Reino de Dios? Dejarnos conducir por la
Palabra de Dios: “Como niños
recién nacidos, desead la leche espiritual pura, a fin de que, gracias a ella,
crezcáis con vistas a la salvación, si es que habéis gustado que el Señor es
bueno” (1 Pe 2, 2). Este crecimiento en la fe nos lleva aceptar la
invitación del Señor a ser sus Discípulos Misioneros. Lo anterior nos lleva a
contemplar a un “discípulo de Jesús”, que admira, ama, sigue, defiende a su
Señor y da la vida por Él, y por sus intereses.
Seamos
dóciles al Espíritu Santo que nos instruye por medio de la Palabra, fieles a la Misión que el Señor
nos ha confiado y fijemos nuestra mirada en Jesús, el Autor y Consumador de
nuestra fe, y María nuestra Madre, para que aprendamos de ella el camino del discipulado.
“Ven
Espíritu Santo, enciende en nosotros el fuego divino del amor”.
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