
Justificación
El
hombre, todo hombre es un buscador. ¿Qué busca? En todo lo que hace, lo que
busca son razones para sentirse bien, para ser feliz. Muchos son los hombres y
mujeres que están en búsqueda de
identidad, de algo o de alguien que les dé sentido a sus vidas; que los haga
sentirse valiosos e importantes ante los demás, y no pocas veces, estar por
encima de los otros. Gastan, derrochan en cosas innecesarias o en lujos
superfluos para sentirse bien o mejor que los demás. Algunos se endeudas para
competir con otros que ya están endeudados hasta el cuello.
La
realidad que en esa búsqueda a muchos hombres y mujeres se la endurecido el
rostro y hay perdido la capacidad de sonreír ante los chistes o juegos de sus
propis hijos. No son capaces de darse cuenta que la felicidad no está en las
cosas, en lo externo, ni depende de los otros, sino que está en el interior de
todo ser humano como un anhelo que espera ser descubierto, que invita a ponerse
de pie, con dominio propio, para iniciarse en su proceso de realización
caminando en la verdad, la justicia, la libertad y el amor, hasta alcanzar la
madurez.
La
mentira más conocida hoy es la misma que ayer, y con toda seguridad será
también, la de mañana: “Cuánto tienes
cuánto vales”. La persona es valorada por los bienes materiales que posee, o
que gasta o derrocha, por la marca de carro o de ropa que trae encima, por la
lugar donde vive o por la clase de amistades que tiene. Esta mentira genera
clases de personas, unas que lo tienen todo o casi todo, menos la satisfacción
por lo que poseen; otros en cambio carecen de lo más indispensable para vivir
con dignidad, pero, están ahí luchando por una mejor calidad de vida; mientras,
que un tercer grupo se contentan, hombres y mujeres, con ser así, con estar
ahí, al borde del camino al margen de su realización, diciendo: así nací, mi
Dios me quiere pobre, yo no tengo remedio, nací para sufrir. No hay
motivaciones para superarse, todo lo quieren hecho, de parte de Dios o del
Gobierno.
La
verdad que nos hace libres, pide a hombre y mujeres que sean capaces de
comprometerse en la liberación de los oprimidos, de los marginados, de los que
tienen hambre, de los excluidos… para ayudarlos a hacerse más y mejores
personas. Urge enseñar con palabras y con la vida el “arte de vivir en
comunión”, “el arte de amar y de servir”. El mayor acto de amor no es darles
cosas o dinero a los pobres, sino ayudarles a ponerse de pie y a iniciarse en
su proyecto de realización, como protagonistas de su propia historia.
Educar
en la verdad es un verdadero desafío para erradicar la insensatez, la inmadurez
humana, la inversión de valores generadora de guerras, guerrillas, masacres,
divorcios… Educar para la responsabilidad y la libertad, realidades que
encuentran su fundamento en la verdad, alma y sostén de la honestidad, la
sinceridad, la integridad, la lealtad y la fidelidad. El compromiso con la verdad
abarca cuatro acciones que deben estar al servicio del hombre y que se han de
trabajar con otros, a favor de otros, para ayudarles humanizar la “realidad”. Acción:
educativa, económica, política y religiosa. Sólo a la luz de la verdad podemos
darles su verdadero sentido. Humanizar la realidad nos lleva a comprender que
tanto la educación como la política, la economía y la religión han de estar al
servicio del hombre, y no éste al servicio ello.
Índice de temas.
1. Si conocieras el camino que lleva a la paz…………………………………… 3
2. La mentira como poder del mal. …………………………………………………..7
3. La confusión como arma de la mentira………………………………………13
4. La frustración y otros hijos de la
mentira………………………………… 18
5. Picos y valles en la vida espiritual. …………………………........................ 23
6. Formar en el amor a la verdad…………………………………………………
27
7. Quiero ser un hombre abierto a la verdad…………………………… 32
8. La enseñanza de Jesús………………………………………………………………36
9. Ley de Cristo…………………………………………………………………………….40
10. ¿Cómo entrar en el Reino de
Dios?............................................................ 45
1. Si conocieras el camino que lleva a la paz.
Objetivo: Fomentar el
amor a la verdad, a la libertad y a la vida para que se comprenda que la
mentira es el poder del mal que engendra corrupción, violencia y muerte en las
personas, en las familias, en la sociedad, tanto a nivel regional como nacional
e internacional.
“Pero ellos no
escucharon ni prestaron oído. Caminaron según sus ideas, según la maldad de su
corazón obstinado, y en vez de darme la cara me dieron la espalda, desde que
sus padres salieron del país de Egipto” (Jer 7, 24s)
1. Los dos
caminos.
El hombre,
todo hombre, es un ser único e irrepetible porque es original; es un ser responsable, libre y
capaz de amar. La estructura de su ser es la unicidad, la belleza, la bondad y
la verdad, que está llamado a cultivar.
La Biblia llama dichoso al hombre que no se guía por
criterios puramente humanos, sino que su delicia es la ley del Señor. Este
hombre a quien la Biblia le llama “justo” es como un árbol plantado a la orilla
de un río, sus raíces están siempre en el agua, sus hojas están siempre verdes
y sus ramas dan fruto los doce meses del año” (Slm 1 ; Ez. 47, 1-13; Apoc 22,
1-2) No sucede así con el hombre que hace el mal, a quien la Escritura lo llama
“impío” “insensato” o “malvado”, será como paja barrida por el viento” (Slm. 1,
1-6). Dos modos de ser; dos modos de proceder, dos estilos de vida. El Señor
Jesús nos habló de dos caminos: uno es angosto y el otro es ancho:
“Entren por la puerta
estrecha; porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la
perdición, y son muchos los que entran por ella. ¡Qué estrecha es la puerta!,
¡qué angosto el camino que lleva a la vida!, y son pocos los que entran por
ella.” (Mt 7, 13-
14) ¿Son pocos los que se salvan? El hombre, movido por la curiosidad se ha
hecho siempre esta pregunta. No nos preocupe la respuesta, más bien deberíamos
de preguntarnos: ¿En cuál camino me encuentro?
El profeta Jeremías, haciendo eco del Deuteronomio, dice:
“Mirad que yo os propongo el camino de la vida y el camino de la muerte” (Jer
21, 8). Dios propone y el hombre elije;
se decide por una de las dos realidades; frente a él está la vida y la
muerte; la bendición y la maldición; el agua y el fuego (Dt 30, 15-20). Uno es
el camino de la verdad y del amor que lleva a la justicia, y por ende a la vida
y a la paz; el otro es el camino de la mentira y del odio que lleva a la
injusticia y a la opresión y por ende a la muerte. Cada camino tiene sus
propios criterios de acción y sus propias líneas de reflexión. Los criterios
humanos, aquellos que no están de acuerdo con los criterios de Dios
manifestados en sus Mandamientos, son estériles. Los criterios puramente
humanos contradicen las Palabras de Dios, y cuando el hombre es conducido por
ellos, van dejando en él, una mente embotada, una voluntad atrofiada, para el
bien; un corazón endurecido, unos oídos sordos a la verdad, una negación a la
práctica de la Justicia; negación que lleva al desenfreno de las pasiones
(cfrEf 4,17-18); este modo de ser y de actuar
lleva al hombre a situaciones de
injusticia, de opresión, de pobreza y miseria; a estilos de vida que no
realizan ni humanizan ni personalizan. Un hombre que no responde a lo que
debería y está llamado a ser.
2. La verdad y el amor son una vocación humana.
Los Obispos de la región del Golfo nos han recordado en su
mensaje de Pascua que la verdad y el amor son vocación inscrita en el interior
de todo ser humano. Vocación a la que el hombre debe responder con la vida; con
dedicación, esfuerzo y empeño. El amor y la verdad están profundamente
enraizados en la persona misma. Son la vocación que Dios ha puesto en el
corazón y en la mente de cada ser humano. La verdad y el amor son dadas al
hombre y recibidas por él, con la naturaleza humana. La verdad es luz
que da valor y sentido a la caridad. El hombre no produce el amor, como tampoco
hace la verdad, las recibe como don al que ha de cuidar y cultivar para que
encuentre su propio desarrollo. Benedicto XVI resalta la inseparabilidad entre
verdad y amor, en orden a construir el auténtico bien del hombre.
Es una verdad que la existencia humana se debate entre dos
fuerzas que son entre sí antagónicas: el espíritu y la carne (Gál 5, 16s);
puede el hombre tener en su interior buenos deseos, pero, termina haciendo el
mal que no quiere (Rm 7, 14ss). Tendremos que aceptar que la existencia del
hombre se debate en una lucha interior, en la cual, él mismo, es protagonista,
tiene la posibilidad de ganar como también de perder. ¿Por quién apostar? La
victoria depende del alimento o la comida que se proporcione a uno de los dos
enemigos que luchan entre sí: el bien y el mal. El ser humano, todo hombre
puede elegir hacer uno de los dos, tiene libertad para hacerlo. Libertad que
recibió como don y puede tener la seguridad que nadie se la quitará… de lo que
elija dependerá su futuro. Se alimenta el hombre interior cuando se cultivan
los buenos hábitos, los valores, las virtudes. Por otro lado, el alimento
también pueden ser los malos hábitos, los vicios, la maldad.
3. El deber ser.
A la luz de la verdad decimos que todo ser humano tiene en sí
mismo la grandeza de la libertad y por lo tanto del error; la capacidad de
decidir y por lo tanto, la responsabilidad de sus decisiones. Jesús el Señor
nos enseñó que el pecado no está en lo que nos rodea, sino en el corazón de
donde salen las intenciones” (Mt 15, 19- 20). La Sagrada Escritura ofrece a los
creyentes una respuesta acerca de mal y del pecado. Adán y Eva viven felices y
en armonía en el paraíso; armonía con ellos, con Dios y con el resto de la
creación. Todo cambia con el engaño de la serpiente, representante, del
principio del mal, que con astucia, para sembrar en sus corazones la duda y la
malicia, confunde a Eva poniendo en boca de Dios lo que Él no ha dicho: “¿Así
que Dios dijo que no comieran de ninguno de los árboles del huerto?” (Gn 3, 1)
La primera respuesta de Eva fue desde su inocencia, declarando que Dios no
había dicho aquello que se le atribuía (cfGn 3, 2-3). El mal es siempre un
engaño; hay que desenmascararlo haciendo evidente que es enemigo de la
naturaleza humana. (Mensaje de los Obispos Mexicanos 2010. 117)
El hombre recibió de su Creador como gracia todo cuanto es y
cuanto tiene; pero a la vez, que lo ha recibido como don; la ha recibido también
como tarea: “Crezcan y multiplíquense; sometan la tierra y cultívenla”. Todo
jardín, el mismo paraíso, necesita un jardinero para que lo proteja y lo
cultive. Esa es la orden que el hombre recibió de su Creador: “protégelo y
cultívalo” (Gn 1, 28; 2, 15) Cuando el ser humano descuida, abandona o destruye
sus talentos, sus potencialidades, facultades o cualidades, sea cual sea el
modo o la razón por lo que esto sucede, podemos decir que está usando mal su
libertad; no está oyendo la voz interior de su conciencia que le dice: “No te
desvíes ni a izquierda ni a derecha” (Jos 1, 7), “no mires hacia atrás para que
no te conviertas es estatua de sal” (Gn 18, 26), “Cultiva el barbecho de tu
corazón” (Jer 4,3). A la luz de la Sagrada Escritura podemos afirmar que “El
hombre”, está llamado a ser protagonista de su propio destino; todo hombre es
un ser en proyección: su vida está orientada hacia algo o hacia alguien; está
llamado a vivir de encuentros consigo mismo, con los demás, con Dios y con unos
valores que está llamado a realizar. Cuando el hombre no vive de encuentros se
convierte en un pequeño monstro: se deforma y se desfigura; el hombre no está
hecho, sino haciéndose, es por lo tanto, un ser en devenir, puede desplegar sus
capacidades y desarrollar sus potencialidades; puede avanzar y llegar a la
madurez, como también, puede retroceder y perder el sentido de la vida.
Al hombre, a todo
hombre se le debe dar la oportunidad de usar su capacidad de auto formarse; de
auto proyectarse con responsabilidad y libertad, ya que sólo así podrá tomar en
sus manos las riendas de su propio destino para que se trasforme y se supere
(Víktor Frankl).Cuando
el hombre se niega a ser protagonista de su propio destino, se encuentra como
el ciego Bartimeo, (Bartimeo significa el hijo de lo impuro) arrojado al borde
del camino, esperando que otros hagan la “historia” por él (Lc 18, 35-43). Qué
otros sean los protagonistas de los cambios. Qué otros decidan por él. Esta
situación de desgracia, de no salvación y de no realización, no es querida por
Dios para ningún ser humano. En todo hombre, al menos los que no estén
atrofiados de su mente, existe la capacidad de madurar, de ir más allá, es
decisión de toda persona: si así lo prefiere, puede quedarse, marchitarse y
morir. A nadie se le obliga, es cierto, pero, también es cierto que a nadie se
le ha de negar esa oportunidad, para no impedir el desarrollo y el despliegue
de las mejores potencialidades que hay en todo ser humano. La vida es don, es
decir, es llamado y a la vez respuesta. El hombre responde haciéndose
responsable de su crecimiento, de su madurez que se da en el amor y en el
servicio.
Con tristeza podemos afirmar que apenas una reducida minoría de
hombres ha tomado en serio su realización personal, mientras que una inmensa
mayoría caminan al margen de su realización como personas. Pocos son los
hombres que saliendo de sí mismo se hacen servidores de los demás para
compartir con ellos sus talentos… sus dones… sus facultades… éstos son felices;
su alegría la encuentran en el servicio. Lo anterior no hace decir que el
“individualismo” es el peor enemigo de la realización humana. Otro poderoso
enemigo sería el “relativismo”, si el primero reza diciendo:”estando yo bien
los demás allá ellos”; el segundo diría: “bueno lo útil, lo que hace rico”, es
incapaz de servir o ayudar desinteresadamente.
Hemos dicho que todo hombre es un ser en proyección, y no
dudamos decir, que su meta es Dios mismo, así lo ha dicho el Señor Jesús: “En
la casa de mi Padre hay una habitación para cada uno de ustedes” (Jn 14, 1ss).
Para alcanzar su Meta el hombre necesita de algo o de alguien que lo guie a lo
largo del camino. ¿Quién lo podrá conducir? Digamos con toda certeza que nos
son las normas o leyes externas a él. Lo guía el mismo Dios, el Espíritu Santo
(cfrRm. 8, 15). El Espíritu presente, implícito en la Palabra de Dios. La
Palabra es “luz, es antorcha para nuestro sendero” (Slm 119, 105). Nos da
indicaciones por donde caminar, que hacer en cada momento y que no hacer. Nos
explica e interpreta los acontecimientos de la vida a la luz de la verdad; nos
muestra la voluntad de Dios y como realizarla. El que no conoce la Palabra está
en tinieblas, y no conoce la Verdad.
La lectura asidua de la Palabra de Dios nos hace entender que
el camino que nos lleva a la Paz es la “justicia”; justicia a Dios y a todo
hombre. Le hacemos justicia a Dios cuando elegimos el Camino que Él nos
propone: Jesucristo, que a la vez nos propone el camino de la verdad, del amor
y de la vida (cfr Jn 14, 6). No basta con ser justos, se ha de tener “hambre y
sed de justicia”, sólo entonces se comprenderá que sin “Rectitud” todo lo demás,
son caminos torcidos que llevan a la muerte. Una vida recta implica guardar los
mandamientos, cuyo sentido, no es otro, que el amor y el servicio al prójimo.
El hombre recto es fiel, honesto, sincero, íntegro, veraz, servicial y
obediente a la Palabra de Verdad que está a nuestro alcance en la lectura de la
Biblia y en la Palabra proclamada en la Liturgia de la Iglesia. La paz brota
del amor y engendra el gozo que se convierte en agradecimiento y en compromiso,
en acción a favor de otros, especialmente los más necesitados.
Un Modelo de fidelidad a la Palabra siempre será María de
Nazaret, “La humilde esclava del Señor”. La Virgen oyente que supo decir con su
vida: “Hágase en mí, según su Palabra” (Lc 1, 38. “El hágase que hizo bajar el
cielo a la tierra y “El Verbo se hizo carne y puso su morada entre nosotros”:
“Emmanuel, Dios con nosotros” ha querido visitar a la Humanidad para llevarnos
a la casa del Padre conducidos por su Palabra de vida.
Leer en grupos el Evangelio de Juan el pasaje del lavatorio
de los pies (Jn 13, 1ss) y compartir en plenario el resultado de la reflexión
de todos los grupos.
Oración espontanea.
2. La mentira como poder del mal.
Objetivo: Mostrar que
lo contrario a la verdad es la mentira,
en ella no hay comunión ni hay comunicación, sino, poder para confundir,
engañar y destruir a los seres humanos o desviarlos del camino de la rectitud.
Iluminación: “No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado
del viejo hombre con sus hechos” (Colosenses 3,9) “Por lo cual, dejada la
mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos
de los otros (Efesios 4,25) Guarda tu
lengua de mal, Y tus labios de hablar engaño” (Salmos 34, 13). De tus
mandamientos he adquirido inteligencia: Por tanto he aborrecido todo camino de
mentira” (Slm 119,104) “El que habla verdad, declara justicia; Más el testigo
mentiroso, engaño”. (Proverbios 12,17).
1.
La Gran Mentira
Madre y matriz de toda
descomposición humana y social, deshumaniza y despersonaliza, no comunica y no
genera comunión. Quién vive en la
mentira tiene una falseada imagen de la “Realidad”. Sus criterios son mundanos
y paganos. ¿Cuánto tienes? ¿Cuánto vales? ¿Cuánto gastas? ¿Cuánto bebes?
¿Cuánto vales? Es una falacia que engaña
a muchos. El hombre no vale por lo que
tiene ni por lo que sabe ni por lo que hace. Es un ser valioso en sí mismo,
vale por lo que es.
·
La
Iglesia nos dice:
“En el comienzo del pecado
y de la caída del hombre hubo una mentira del Tentador que indujo a dudar de la
palabra de Dios, de su benevolencia y de su fidelidad” (Catic 215) La Iglesia
fiel a la enseñanza de la Escritura cree en la existencia del Adversario,
llamado también Diablo o Satanás a quien Jesús el Señor llamó: “homicida y
padre de toda mentira” (Jn 8, 44).
El Catecismo nos dice:
La mentira es una violación hecha a los demás. Atenta contra ellos en su
capacidad de conocer, que es la condición de todo juicio y de toda decisión.
Contiene en germen la división de los espíritus y de todos los males que ésta
suscita. La mentira es funesta para toda la sociedad: socava la desconfianza
entre hombres y rompe el tejido de las relaciones sociales (Catic 2486).
·
La
Biblia nos dice.
La
Biblia dice que Dios aborrece la mentira: “Seis cosas aborrece el Señor, y aun
siete abomina su alma: Los ojos altivos, la lengua mentirosa, las manos
derramadoras de sangre inocente, el corazón que maquina pensamientos inicuos,
los pies presurosos para correr al mal, el testigo falso que habla mentiras, y
el que siembra discordia entre los hermanos.” (Proverbios 6:16-19).
“Dios es luz y en él no
hay mezcla de tinieblas” (1 Jn 1, 5) “No se mientan unos a otros, háblense con
la verdad” (Ef 4, 25). “La mentira tiene por padre al Diablo” (Jn. 8, 47)
La mentira: Madre y
matriz de todo el desorden que vemos y conocemos en nuestros hogares, calles,
pueblos, países, regiones… fue el arma de Satanás para confundir a nuestros
primeros padres y llevarlos a romper el diálogo con Dios y desatar toda la
descomposición posterior (Gn 3, 1-6). Jesús cuando se refiere a la mentira nos
ha dicho: “La mentira tiene por padre al diablo” (Jn. 8, 47)
Mentira, falsedad,
engaño, hipocresía, envidia, son vacíos de vida, de luz, de verdad y de
autenticidad que podemos llevar en nuestro interior; son ausencia de lo
verdadero, de lo real, del amor y de todo lo noble, justo u bueno (Rm 12, 2); la
mentira fue el arma de Satanás para confundir a nuestros primeros padres y
llevarlos a romper el diálogo con Dios y desatar toda la descomposición
posterior (Gn 3, 1-6).
Los estudiosos de la
Biblia nos están diciendo que “Diablo” significa, el que divide. Sus armas son
de soberbia, de odio, de avaricia, de envidia, entre otras muchas. El Diablo, a
quien Jesús llama mentiroso y asesino, es la vez padre de la mentira y del odio
(cfrJn 8, 44). Es el enemigo que siembra la cizaña en los dormidos (cfr Mt 13,
25). Pedro, el apóstol lo llama “adversario”, que como león rugiente, busca a
quien devorar (1Pe 5, 8s). Para esto, primero
confunde y paraliza a su víctima,
la atrofia y esteriliza para luego tragársela, es decir, usarla como
instrumento a su servicio, cuando esto sucede… ya no se puede responder a
aquello para lo que se fue creado. Un ejemplo de lo anterior lo encontramos en
el profeta Jonás: “Al ser arrojado en el mar, se lo tragó la ballena”; es
decir, al que desobedece a Dios; al que le da la espalda a su Creador, se hunde
y se lo traga el animal grande: El Mal (Jon 2, 1-2). Para lograr su objetivo,
primero cansa, desgasta, aturde a sus víctimas para luego tragárselas, es
decir, para ponerlas a su servicio.
2. Pura fachada bonita.
La mentira puede
presentarse como fachada bonita, su campo de acción es la inteligencia del
hombre; luego pasa a su voluntad, y de ahí al corazón que será como el centro
de distribución desde donde alcanza a todas las dimensiones del hombre: mente,
cuerpo, espíritu, historia, familia y grupos sociales. La mentira enseña:
“¿Cuánto tienes, cuánto vales?”. Criterio mundano que divide a los hombres en
clases sociales: ciudadanos de primera, segunda o tercera. Una sociedad
piramidal en la cual los que tienen son los que pueden, los que saben y los que
enseñan. Están por encima de los que no tienen. Muchos son los que piensan que
los conocimientos, los trapos, los lujos, las cosas o las personas, son las que
les da valor, como sí todo eso fuera el fundamento de su dignidad. La mentira
propone como caminos para alcanzar la felicidad al dinero, al poder o al
placer, no importa los medios usados para alcanzar su fin. El tiempo nos ha
dicho: fuimos engañados. Muchos son los que han terminado en el escuadrón de la
muerte: alcohólicos, drogadictos, prostitutos, asesinos, sicarios, etc. El
hombre puede tener todo, ser dueño de todo y no estar satisfecho de tener lo
que tiene, experimenta el vacío, la insatisfacción, el desamor, y en no pocas
veces, muchos han recorrido al suicidio.
3. ¿Cómo descubrir la mentira en
nuestra vida?
Podemos pensar que
estamos bien, que no nos hace falta lo que Dios nos propone y no darnos cuenta
que llevamos cegueras que anulan la facultad de visión (Cfr Apoc 3,17). Hace
falta hacer un alto en la vida, darnos una mirada introspectiva y confrontar
nuestra vida a la luz de la verdad. ¿Será cierto que soy mejor o superior que
los demás? ¿Será cierto que las cosas son el fundamento del valor de mi
persona? ¿Será cierto que tengo el derecho de estar por encima de los demás?
¿Será cierto que soy inferior a los demás a quienes debo reverenciar y servir?
¿Me doy cuenta que cuando pienso una cosa y digo otra, estoy en la mentira?
¿Tengo conciencia que cuando hablo o digo una cosa y vivo otra, estoy viviendo
en la mentira? ¿Me habré dado cuenta que cuando hablo de la caridad y de la
igualdad social, pero derrocho en lujos innecesarios estoy cometiendo un fraude
a los pobres? No hay dudas, cada vez,
que enseño lo que no hago; cuando exijo a otros que hagan lo que yo no estoy
dispuesto a poner en práctica, estoy fuera de la verdad y dentro de la mentira: “De modo que haced y observad todo lo que os digan; pero no
hagáis conforme a sus obras, porque ellos dicen y no hacen”
(cfr Mt 9, 4ss). Con toda certeza decimos que el divorcio que existe entre fe y
vida es fruto de la mentira, alma y poder de la discriminación, de los
elitismos sociales, del racismo, de la trata de personas, del consumismo… de
toda desigualdad social.
4.
El
servilismo es fruto de la mentira.
La
verdad construye hombres haciéndolos amables, generosos y serviciales. En
cambio la mentira nos hace ser dependientes del “sistema”. Nos hace despreciar
lo real, lo sólido, lo que exige esfuerzos, pero que es útil porque construye
al hombre. En las sociedades civilizadas, servir es frecuentemente un placer y
no una obligación. Ser útil ennoblece y nos hace merecedores del reconocimiento
colectivo. Pero, ¿Qué es lo que vemos en nuestra cultura? Creo que en el
proceso de formación cultural, promovida por “maestros” populistas y
clientelistas, (padres, gobierno, educadores) ha llevado a millones de
compatriotas a pedir, pero no a dar, a esperarlo todo del Estado sin retribuir
nada a cambio. El resultado: una sociedad vulnerable y dependiente, que no
puede competir en el mundo real, ese mundo en el cual no vale de mucho la
altanería y lo que sí vale es la productividad.
No tengamos miedo a
servir, y no tengamos miedo dejar de ser serviles, acomplejados. Descubramos la
belleza de servir con sentido, con significado. Lo que hacemos es útil, al desarrollo
de la Patria y de la Sociedad en la medida que nuestro objetivo sea EL BIEN
COMÚN. El hombre se realiza en la medida que se haga un servidor de los demás:
familia, sociedad, Iglesia, barrio, etc.
Nuestro Señor
Jesucristo hace ya más de dos mil años instauro en la tierra una “revolución”,
la única capaz de cambiar el Mundo…la “revolución del servicio”. Escuchemos sus
palabras: “Ustedes me llaman a mí Maestro y Señor y en verdad lo Soy, Pues Yo
siendo Maestro Y Señor les he lavado a Ustedes los pies…hagan Ustedes lo mismo
(Jn. 13, 13s). Lavar pies es servir con espíritu evangélico, es decir, sin
envidias, sin odios, sin ventajas personales. Lavar pies es poner al servicio
de los demás nuestros talentos, que bien pueden ser intelectuales, materiales o
morales…Todo para que los demás vivan una mejor calidad de vida y para que la
auténtica dignidad brille en el rostro de cada ser humano. Qué bello sería ver
salir cada mañana hombres y mujeres con una cubeta de agua en una mano y una
toalla en la otra buscando a quien lavarle los pies. La clave del servicio es
la humildad: sólo los humildes aman, obedecen y sirven a Dios en sus hermanos.
Quien vive en la verdad es humilde y quien es humilde camina en la verdad.
5. Hablemos primero de lo que no
construye.
El espíritu de
servilismo no realiza, no construye… por el contrario es enfermizo, sus
manifestaciones muestran una no proyección, una no realización. Sus frutos los
podemos ver y analizar sin mucha dificultad. ¿Cuáles son sus frutos? En todo lo que hacemos en la vida hay una
recompensa, el tiempo se encarga de ayudarnos a descubrir si el fruto es bueno
o es malo. En el estudio, en el
matrimonio, en el trabajo, en todas nuestras decisiones…después de años de
servir en verdad y con verdad… experimento la satisfacción y la alegría llenan
el corazón al haber trabajado y por haber gastado mis energías a favor de
otros, de la sociedad, de mi País. Lo contrario, el no hacer nada o hacerlo sin
sentido, lleva a experimentar el “Vacío Existencial”, es frustración, es no realización.
6. La mentira hace fuerte a la
soberbia del hombre.
La mentira es la fuerza
del mal o del pecado. Está presente en cada uno de los pecados capitales.
Pensemos por ejemplo en la crítica; ésta lleva una porción de egoísmo, otra
porción de odio y una más de envidia. En cada una de estas porciones hay una
porción más de mentira que las hace más fuertes y dañinas. Al mismo tiempo
podemos afirmar que el más grande enemigo de la realización humana es la
soberbia, llamada también orgullo. El soberbio dice: “no amaré, no serviré y no
obedeceré”. Al unirse el soberbio con la avaricia se genera en su corazón el
“individualismo” que reza: “estando yo bien, los demás allá ellos”. Este hombre
piensa para sí mismo: “no necesito a los demás, puedo vivir sin ellos. él, útil
es el que le sirve, tanto como instrumento de trabajo o como instrumento de
placer. El otro vale por lo que tiene, por eso, juzga según las apariencias.
Sus juicios siempre son despectivos, cargados de egoísmo, de envidia y de odio.
¡Feliz el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los impíos, sino que se complace en la ley del Señor y la medita de día y de noche! Él es como un árbol plantado al borde de las aguas, que produce fruto a su debido tiempo, y cuyas hojas nunca se marchitan: todo lo que haga le saldrá bien. No sucede así con los malvados: ellos son como paja que se lleva el viento. Por eso, no triunfarán los malvados en el juicio, ni los pecadores en la asamblea de los justos; porque el Señor cuida el camino de los justos, pero el camino de los malvados termina mal (Salmo
1).
3. La confusión como arma de la mentira
Objetivo: Mostrar la responsabilidad personal de cultivar el
bien para poder derrotar el mal que esclaviza y des humaniza a los hombres.
Iluminación: “Mientras
mis siervos dormían, vino mi adversario de noche y sembró la mala semilla” (Mt
13, 28). Habiendo pues dejado toda
malicia, y todo engaño, y fingimientos, y envidias, y todas las murmuraciones, desead, como niños recién nacidos, la
leche (1Pe 2,1)
1. ¿De qué se trata?
La confusión, primera
hija de la mentira, su arma favorita. La confusión es una mentira disfrazada de
verdad; genera aturdimiento, pérdida de ubicación y falta de lucidez; es no
tener las cosas claras; es mezcla de ideas; es inversión de valores; es algo
que no está definido. La confusión puede entrarnos por los ojos, cuando vemos
un mal testimonio; cuando se hacen lecturas sin tener criterios para discernir
lo que se lee; como también nos puede entrar por los oídos, lo que se escucha:
chismes, críticas, calumnias, difamaciones, verdades a medias, etc . Si
comparamos la confusión con la cizaña del Evangelio, el Señor Jesús dijo:
“Mientras mis siervos dormían, vino mi adversario de noche y sembró la mala
semilla” (Mt 13, 28). La confusión tiene como finalidad, no sólo hacernos obrar
de manera equivocada, sino, y sobre todo, llevarnos a la pérdida de identidad.
Cuando ésta llega a perderse lo único que queda es un “vacío existencial”. Se
deja de actuar con propiedad, como lo que se es y como lo que se debe ser;
sencillamente se vive en la mentira.
Para la persona confundida, su lema siempre será: “No sé qué
hacer”, “No sé cómo hacerlo”. Una especie de sopor cubre su mente; una espesa
nube lo obnubila para que tome decisiones y caminos equivocados; una especie de
venda cubre sus ojos y lo enceguece: su mente y su voluntad ya no responden a
su realidad personal o comunitaria. La confusión que viene de la mentira es
madre de los complejos de superioridad, de culpa e inferioridad, llamados por
la psicología profunda de Carlos Gustavo Jung, verdaderos demonios, fuente de
comportamientos neuróticos. Los complejos enceguecen a las personas y las
llevan al pozo de la deshumanización. El Señor dijo: “No puede un ciego guiar a
otro ciego, los dos caerían en el pozo” (cfr Lc 6, 39) Una mente débil o sin
criterios propios y firmes, fácilmente pueden caer en las garras de la
confusión que lleva a la práctica de toda clase de injusticias que niegan y
esconden la verdad cambiándola por la mentira (cfr Rm 1, 18. 25) Un ejemplo de
confusión lo encontramos en los Apóstoles cuando Jesús con toda franqueza les
anuncia su Pasión. Su respuesta fue inmediata y violenta: Pedro se llevó aparte
al Maestro y lo reprendió: ¿Cómo te atreves hablar así? Nosotros sabemos que el
Mesías ha de ser eterno, poderoso y rico (cfr Mc. 8, 32s).
2. El mecanismo de la mentira es confundir.
En el paraíso el mecanismo usado para engañar a nuestros
primeros padres fue la confusión: “Seréis como dioses”, dijo la serpiente a
Eva. En la mente de Eva estaban presentes las palabras del Creador: “Pueden
comer de todos los árboles del paraíso, menos del árbol de la ciencia del bien
y del mal, porque moriréis”. Comienza la lucha entre el bien y el mal, la
verdad contra una promesa disfrazada de mentira: lo que la serpiente prometía,
el hombre ya lo poseía como gracia. Lo que realmente hace el diablo es
presentar a un Creador bueno como un dios malo y perverso que tiene envidia de
sus creaturas (Gn 3, 1-7. La confusión llevó
a la primera mujer actuar mal, a tomar la decisión equivocada que nos
trajo la muerte, el desorden, la esclavitud, la desgracia y la salida del
paraíso terrenal. La confusión se hace acompañar del demonio de la duda, genera
inseguridad, celos, miedo, y lo peor sería: impedir que se piense con propiedad y que se tome la decisión acertada. Es bueno
recordar el principio moral: “en caso de duda, no actuar”. Se ha de esperar que
pase la crisis y poder ver las cosas con claridad, para luego tomar la decisión
madura. Para vencer la duda se ha preguntar, estudiar o investigar.
3. ¿Qué podemos hacer?
Frente a la confusión, los Obispos de México nos han recodado
las palabras de Benedicto XVI, dejándonos a la vez una pregunta: ¿Qué podemos
hacer? “Creerse autosuficiente y capaz de eliminar por sí mismo el mal de la
historia ha inducido al hombre a confundir la felicidad y la salvación con
formas inmanentes de bienestar material y de actuación social” (Caritas in
Veritate, no. 34). ¿Cómo librarnos de esta situación que nos esclaviza,
despersonaliza y deshumaniza? Situación a la que Pablo se refiere en la carta a
los romanos, reconociendo que sólo Dios
puede darnos la libertad en Cristo Jesús (Rom 7, 25).
4. De la confusión a la parálisis espiritual.
¿De qué parálisis se trata? Podemos hablar de parálisis de la
mente, de la voluntad y del corazón. Manos tullidas… mente y órganos atrofiados
responden a capacidades que no se usan… valores que dejan de cultivarse. Es
común escuchar decir: “No puedo perdonar”, “No me nace”. Digamos que quien
tenga un corazón de piedra o una parálisis en la voluntad, jamás le nacerá
perdonar o amar a un enemigo. Perdonar es una decisión de amar a un alguien
como es, permanentemente, es decir siempre.
Esto sólo es posible cuando existe un mínimo de libertad interior.
Cuando se sale de los terrenos del bien para entrar a los
terrenos del mal y cultivarlo, al hombre se le atrofian sus mejores facultades
para gozar de una parálisis existencial, que habla de ataduras, de nudos, de
cegueras espirituales. La parálisis habla, no sólo de una pérdida de valores,
sino, también de una inversión de valores; lo que los profetas llamaron
“idolatría”. Ésta es consecuencia de dar la espalda a Dios para caer en la
idolatría. Quien da culto a los ídolos es oprimido y esclavizado por ellos. El
oprimido, no camina, se arrastra; se encuentra con un vacío de libertad
interior; su corazón se descompone y pierde paulatinamente su capacidad de
amar, aún a los de su propia casa. En vez de orientar la mente y la voluntad
hacia el bien, ahora, lo hace en sentido opuesto; se orienta hacia el mal.
5. El abandono de Dios.
Toda persona que orienta su mente, corazón y vida hacia el
mal, se auto destruye, se auto deshumaniza y se auto despersonaliza. Del
corazón de esta persona sale la vida para dar lugar a la muerte. Se abandona a
un Dios que es Padre bueno para entregarse un padre malo y asesino (cfrJn 8, 44)
San Pablo nos describe a estos hombres diciendo: “Están repletos de injusticia, maldad, codicia, malignidad; están
llenos de envidia, homicidios, discordias, fraudes, perversión; son
difamadores, calumniadores, enemigos de Dios, soberbios, arrogantes, fanfarrones,
ingeniosos para el mal, rebeldes con sus padres, sin juicio, desleales, crueles
y despiadados” (Rm 1, 29- 31). Creo
que ésta es la mejor fotografía hablada de mi vida antes de conocer a Cristo,
mi Salvador.
Jesús el Señor nos explica la parálisis espiritual: “Teniendo
ojos no ven; teniendo boca no hablan; teniendo oídos no oyen y teniendo pies no
caminan”. ¿Quiénes son los ciegos, los cojos, los sordos y los mudos del
Evangelio? Somos nosotros cuando damos la espalda a Dios y hacemos lo que nos atrofia,
aquello que hace daño y da muerte: el pecado (cfrRm 6, 20- 23) Pudiéramos
seguir diciendo: Teniendo boca no comen, no beben el alimento espiritual. ¿Por
qué no hay hambre ni sed del alimento que Dios nos ofrece? Por que los hombres
se alimentan con el alimento chatarra: la maldad que el mundo les ofrece.
Podemos escuchar a Jesús decirnos: “Mi alimento es hacer la voluntad de mi
Padre y llevar a cabo su obra” (Jn 4, 34).
Cuando el hombre responde realmente a lo que es: un ser para
los demás, está siempre disponible para hacer la voluntad de Dios, para buscar
a sus hermanos y compartir con ellos sus talentos, tanto materiales, como
intelectuales o morales. Tanto, la abulia, como la apatía, son señales de
desnutrición, desaliento y muerte existencial; el alimento chatarra que el
mundo ofrece a los hambrientos de fama, prestigio, poder, aquellos que tienen
hambre y sed de placer y riquezas, viene servido en bandeja de oro y plata, con
apariencia de ser lo bueno y lo mejor, pero detrás de la fachada de bonito, hay
un verdadero veneno que mata la inocencia de muchos y alimenta la maldad de
otros (cfr Mc 16, 18), para dar lugar a la esclavitud y al desorden interior.
Cuando la inteligencia y la voluntad han sido sometidas a los instintos, a los
impulsos, o, a otros elementos externos, se atrofian, se oxidan, se deterioran:
se paralizan dejan de dar respuesta al
fin para el cual fueron dadas al hombre.
La parálisis espiritual comienza por quitarnos el hambre de
lo bueno: la vida de oración, la sed de lectura, la amabilidad, la generosidad,
la capacidad de escucha y de comprensión, la capacidad de servicio… de todo lo
que realmente nutre para llevarnos al desaliento, al desgano, al desmoronamiento,
a la aflicción, a la angustia y a la tristeza que son los hijos del demonio de
“la depresión”, pasando, no pocas veces, por el “activismo” que cansa y
deshumaniza, paraliza y atrofia a hombres y mujeres que prometían ser “grandes”
esposos, amantes, padres, servidores públicos, terminan cansándose, se dan por
vencidos, y arrojan la toalla: Todo termina en frustración. Santiago apóstol
nos diría: “Pudiendo hacer el bien no lo hacemos” (Snt. 4, 18) No se hace lo
que se debe hacer porque no hay energía, no hay motivos, no hay vida. El
proverbio popular nos dice: “Nadie da lo que no tiene”. Pablo nos dice: “No
hago el bien que quiero sino el mal que no quiero”(Rm 7,14ss). Realidad triste,
pero, real: el mal esclaviza, domina y oprime y nos incapacita para hacer el
bien que debemos.
6. Prepararse para la lucha
¿Cómo defendernos del mal si no tenemos las armas para
hacerlo? Cuando Pablo nos dice: “No se dejen vencer por el mal, al contrario,
con el bien, venzan el mal” (Rm 21, 21) ¿Será que él da por supuesto que
estamos llenos de lo bueno, de lo real, de lo verdadero? Es una verdad que
“nadie da lo que no tiene”; pero, también es cierto que cuando el hombre
cultiva hábitos malos cae en los vicios; los vicios son tinieblas, son
cegueras, son mecanismos de opresión, manifiestan una ausencia o deficiencia de
vida. Jesús, el Señor dijo a un hombre que tenía la mano tullida: “Extiende tu
mano” (Mc 3, 1ss)
Extender la mano es poner el don de Dios al servicio de los demás.
Moisés extendió, levantó su mano, su bastón y abrió el Mar Rojo en dos para que
pasaran los Israelitas (Cfr Ex 14, 16). Extender la mano para compartir una
capacidad, un talento que había estado enterrado, ahora, por la acción del
Señor, es una bendición para la Comunidad. De la misma manera decimos: Quien
cultiva hábitos buenos se reviste de energía y fuerza que llamamos virtudes,
que crecen con el uso de su ejercicio. Éstas no aparecen en la vida de los
hombres como por arte de magia, son el fruto de escuchar la “palabra de verdad”
y ponerla en práctica; no basta con saber cosas buenas, se ha de renunciar a
los vicios, de manera que podemos afirmar, que en cada renuncia brota la vida,
la libertad, la virtud. Sin renuncias al desorden de los deseos de la carne, no
hay virtudes.
7.
La Lucha es contra el mal.
La vida cristiana es don y lucha. La Escritura así lo afirma
cuando san Pablo nos dice: “Por lo
demás, fortaleceos en el Señor y en el poder de su fuerza. Revestíos con toda la armadura de Dios para que podáis
estar firmes contra las insidias del diablo. Porque nuestra lucha no es contra sangre y
carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este
mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales”
(Ef 6, 10.12). El apóstol Padreo nos dice: “Sed de
espíritu sobrio, estad alerta. Vuestro adversario, el diablo, anda al acecho como
león rugiente, buscando a quien devorar” (1Pe 5, 8). El mismo Jesús nos
exhorta: “Vigilad y orad para no caer en
tentación” (Mt 26, 41).
Las armas, llamadas armas de luz o armadura de Dios (Rm 13, 11s), son
don y fruto de la acción del Espíritu Santo en nuestra vida: La verdad echa
fuera la mentira, el amor echa fuera la muerte, la vida echa fuera la muerte, a
la vez que nos revisten de Jesucristo (Col 3, 12). El cultivo de la verdad nos
hace llegar a ser honestos, sinceros, íntegros, leales, fieles a la vocación de
la libertad para el amor, la donación y la entrega.
Con la gracia de Dios y nuestros esfuerzos vamos construyendo, con
otros, una estructura espiritual sólida, sin perder de vista virtudes como la
sensatez, la prudencia, la constancia para no ser como niños zarandeados por
cualquier viento de doctrinas… de modas… de criterios mundanos o paganos.
Oremos con Jesús: "Padre,
ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has
dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado. Esta es la
vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has
enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado
en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar. Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la
gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese.
He manifestado tu Nombre a los hombres que tú me has dado tomándolos del
mundo. Tuyos eran y tú me los has dado; y han guardado tu Palabra. Ahora ya saben que todo lo que me
has dado viene de ti; porque las palabras
que tú me diste se las he dado a ellos, y ellos las han aceptado y han
reconocido verdaderamente que vengo de ti, y han creído que tú me has enviado.
Por ellos ruego; no ruego por el mundo, sino por
los que tú me has dado, porque son tuyos; y
todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío; y yo he sido glorificado en ellos”.
AMEN
4. La frustración como arma de la mentira
Objetivo: Mostrar la no proyección como el
camino de la despersonalización y el origen del vacío existencial, para
comprender la necesidad de cultivarse a sí mismo.
Iluminación: “Y no os adaptéis a este mundo, sino transformaos mediante la
renovación de vuestra mente, para que verifiquéis cuál es la voluntad de Dios:
lo que es bueno, aceptable y perfecto” (Rm 12, 2).
1. ¿De qué se trata?
De la confusión se pasa a la parálisis, para luego entrar en
la frustración, realidad generadora de
muerte. Es consecuencia de haber usado mal la libertad y de no haber cultivado
el barbecho del corazón, del cual nos habla el profeta (Jer 4,3) ¿Cómo y cuándo
aparece? Llega cuando las cosas no han
salido como se esperaban. Cuando no se han cumplido las expectativas. La
frustración genera angustia, agresividad, violencia, aislamiento, soledad y
más. Podemos afirmar que este demonio recompensa con un “carácter fuerte o
alterado”. Un hombre frustrado generalmente es violento, opresor, manipulador y
destructivo; un buscador de razones para sentirse bien, para ser feliz, y
generalmente lo hace, tratando de afirmarse como dueño de la situación
recurriendo a la violencia. Cuando se altera pareciera que no piensa, no
escucha, no reconoce… mata, destruye, humilla, aplasta, infunde miedo a los que
lo rodean.
El Concilio Vaticano II nos ha dicho: “Con demasiada
frecuencia los hombres, engañados por el Maligno se pusieron a razonar como
personas vacías y cambiaron el Dios verdadero por un ídolo falso, sirviendo a
las creaturas en vez de al Creador. Otras veces, viviendo y muriendo sin Dios,
en este muriendo, están expuestos a la desesperación más radical” (LG 16)
Este modo de ser y de vivir que nos presenta el Concilio
lleva sin dudas a la frustración que hace decir: ¿Para qué fui médico? ¿Para
qué me casé con esta mujer? ¿Por qué fui sacerdote? ¿Por qué mejor no fui
maestro? Nada me complace; nada me llena… Lo que realmente estoy diciendo es
que no soy feliz, porque estoy frustrado.
Pero, ¿A quién culpar por todo esto? Muchos son los que
culpan al otro, a la otra, a los otros,
al gobierno, al brujo, a los demonios… ellos son los culpables; no son los
enemigos los que tienen la culpa de mis desgracias personales. Algunas veces se
niega tener problemas, otras veces, se les ignora o se les entierra, y otras
veces, se les razona, se buscan justificaciones; como el pensar: así soy, no
puedo cambiar, ya no tengo remedio, así nací y así me quedo. Se abandona en las
garras del “conformismo o del totalitarismo”; modos de ser y de actuar que
hacen que el hombre se aleje de Dios, de la Familia, de la Comunidad. Se rompe
el diálogo, se pone distancia de por medio. Se prefiere ser un hombre “light” a
un hombre pleno. El hombre “light” es aquel que rechazando los “Valores
humanos” elige para él una vida cómoda, llena de diversiones, lujos, riquezas,
modas; los valores espirituales son un estorbo, para nada le sirven.
2. La auto justificación.
Como mecanismo de defensa se recurre a la “auto
justificación”; ésta será siempre el principio de la decadencia; primero
espiritual, luego moral, después familiar y por último civil. Cuando el hombre
ha caído en una situación de desgracia, de no salvación, en vez buscar en sí
mismo la causa de su desgracia, la busca fuera, en otros; podemos afirmar que
se le “embota la mente, endurece el corazón, ha llegado a la pérdida de lo
moral y al desenfreno de las pasiones” (Ef 4, 17s) No se piensa, no se escucha
y no se ama. Situación que nos aísla y nos sumerge en el “individualismo, el
peor de los demonios que cuando reza
dice: “estando yo bien, los demás allá ellos”. Vivir para sí mismo no realiza,
no humaniza y no personaliza. Recordemos las palabras del Señor Jesús a sus
discípulos: “Ustedes son la sal del mundo” (Mt 5, 13). La sal es lo que le da
sabor al caldo e impide que la carne se eche a perder, es decir, le da sentido
a la vida e impide que los discípulos pierdan el sabor y entren en el sin
sentido, en la frustración. Pablo en la carta a los Romanos nos dice: “Si vivimos,
para el Señor vivimos y si morimos, para el Señor morimos, tanto en la vida
como en la muerte somos del Señor (Rm 14,7-8) En vez de auto justificarnos,
reconozcamos que tenemos una necesidad real; confesemos que nos hemos
equivocado, que somos culpables y con un corazón contrito busquemos la ayuda
que sólo puede venir de Dios. Él escucha el clamor de nuestro corazón.
3. El hedonismo es el reinado de la carne.
El regalo del hedonismo es una voluntad de placer; una vida
orientada hacia todo aquello que genere placer, diversión, comodidad. Se
recurre a la química del alcohol y de la droga que alimentan el deseo de los
sentidos para hacer de la vida un espejismo que arranca, hoy día a muchos
hombres y mujeres de todos los estratos sociales de la realidad, para llevarlos
a los terrenos de la evasión y de la fantasía; a vivir de sueños y de ilusiones
espumosas que son puro “vacío”, pura “fachada” (Cfr Jer 2, 13). Vivir en
función de la diversión, ha llenado el corazón de muchos del mal deseo; deseo
de la mujer ajena, de los bienes ajenos, deseos de matar y destruir para
obtener lo que por derecho pertenece a otros. El hedonismo desfigura el sentido
de la vida y convierte a los humanos en hombres “light”, es decir: “vacíos de
los valores que dan solidez a la estructura personal”.
El hedonismo pertenece al reinado de la lujuria y de la carne
(Gál 5, 19ss). Sus mejores demonios son la pornografía, la masturbación, el
adulterio, la fornicación, la prostitución y la homosexualidad, el alcoholismo
y la drogadicción. Demonios que atrofian la mente, la mirada y llevan a los
seres humanos a instrumentalizarse. El Señor Jesús nos dice que estas
realidades son realmente lo que hacen daño al hombre (Mc 7,21- 23) Hacen daño
porque llevan al hombre, desde la pérdida de la inocencia, hasta el no poder
ver a una mujer sanamente, se pervierte la mente y la mirada de hombres y
mujeres. San Pablo invita a los cristianos a huir de ellas (1 Cor 6, 18), para
no caer en la esclavitud y en el desenfreno de las pasiones (Ef 4, 18). A
Timoteo le recomienda “huir de las pasiones de su juventud” (2 Tm 2, 22) “Te
recuerda que no has recibido espíritu de esclavitud, sino de dominio propio, de
fortaleza y de amor” (2Tm 1, 7). Es una realidad palpable que el ambiente y los
medios de comunicación social bombardean, tanto a jóvenes, como a niños y
adultos con “la basura de la pornografía”, no obstante, hemos de decir que el
hombre en todas estas circunstancias y condiciones es libre para decidir huir, renunciar o también
es libre para sumergirse en ellas. Reconocemos que el hedonismo es un gran
negocio que ha enriquecido a muchos y ha empobrecido a muchos más. La industria
de la pornografía, tanto infantil como de adultos, ha sido y es un verdadero monopolio económico, fuente y
causa de riqueza para hombres y mujeres corruptos que comercializan con el
cuerpo humano de personas, a su vez corruptas o de niños indefensos que son
arrastrados y sometidos contra su voluntad al servicio del “monopolio económico
de la pornografía.”
4.
La agresividad y el reinado de los
impulsos.
Este demonio es consecuencia de la no proyección, de la no
realización; es, por ser la corona de la frustración, ausencia de felicidad y
de armonía interior. En el vacío interior reinan los impulsos agresivos y
violentos. La persona agresiva recurre a la violencia para relacionarse con los
demás, especialmente a los de cerca, a los de casa. El hombre violento no actúa
por una inteligencia iluminada por la verdad; su voluntad es débil, llena de
anemia para controlar sus impulsos que son los que realmente lo dominan. Es el
hombre insensato que se da muerte y da muerte a otros, ya sea a golpes o
mediante una lengua grosera. Sus armas son las groserías, las palabras
obscenas, las críticas que son portadoras de una porción de egoísmo, de odio y
de envidia. Sus juicios sobre los demás siempre son negativos y despectivos,
están llenos de veneno mortal. Las personas agresivas presumen de tener un
“carácter fuerte”. Éste, no es otra cosa que un carácter alterado, fuente de
comportamientos neuróticos. Un modelo de hombre agresivo lo encontramos en el
Evangelio de Marcos: “Un hombre que habitaba en los sepulcros, haciéndose daño
a sí mismo y a los demás; todo el mundo le tenía miedo”. Su nombre es “Legión”.
Jesús lo convierte en hombre nuevo a quien sus paisanos encuentran sentado,
vestido y en sano juicio; después de que Jesús lo libera y lo regenera, también
lo envía como su primer misionero a tierra de paganos (Mc 5, 1ss)
La persona agresiva y violenta fácilmente pierde el control
de sí misma, para caer en las garras de
la ira, defecto de carácter o
pecado capital. El Apóstol Pablo recomienda: “Enójense, pero que el enojo no
les dure todo el día para no darle lugar al diablo” (Ef 4, 26); es decir, no
den lugar a los resentimientos, rencores, odios, venganzas, a los deseos de
matar y destruir a los demás. El agresivo será siempre un opresor que infunde
miedo, bombardea con amenazas; como también manipula con promesas baratas que
nunca será capaz de cumplir. El arma para vencer al violento es la mansedumbre
y el amor que es paciente, servicial, no es engreído, ni tiene envidia, todo lo
puede. La Escritura nos dice: Las palabras amables desarman a los temperamentos
agitados” (cfr Prov.15,1); algo para tener siempre en la mente es que el mal,
nunca vence al mal; es el bien el que vence al mal (cfr Rm 12, 21)
5. La manipulación.
Para muchos el peor de los demonios es la manipulación. El
más grande, ya que es la peor ofensa contra la “dignidad humana”. La
manipulación tiene por madre a la mentira y genera mentira, deshumaniza y despersonaliza.
El manipulador es un ciego que no reconoce la dignidad de las personas, por
eso, primero las cosifica, las instrumentaliza y lo luego las manipula. Sus
mecanismos son el chantaje, la intriga,
las promesas, las mentiras, las amenazas
usadas para infundir miedo; cuando no se sale con la suya, entonces, recurre a
la fuerza y aplasta al otro, a los otros. Cuando todo le falla, lo único que le
queda es la “lástima”, la peor forma de manipular. Cuando recurre a la lástima
para manipular a sus víctimas se arrastra ante ellas, se arrodilla, llora, pide
perdón; recurre a la súplica… para luego reírse y carcajearse… hacer sufrir y
explotar a su víctima en turno… después es capaz de botarla o destruirla.
El ser humano que toma su vida en serio debe estar en guerra
contra cualquier forma de manipulación.
Ha de saber que ésta es parte de un proceso deshumanizador; primero el
ser humano es cosificado, reducido a un simple objeto, a cosa, a un algo;
después sigue el reinado de la instrumentalización: el hombre es usado como
instrumento de placer o de trabajo. El manipulador frente a su víctima no le
reconoce la dignidad como persona, por lo mismo tampoco le reconoce sus
derechos. Del demonio de la instrumentalización se pasa a manos del demonio de
la manipulación, para luego, cuando la persona ya no sea útil, se le tira, se
le bota, se le desecha o se le destruye o se le mata. Esta realidad la podemos
ver en todos los estratos sociales, tanto, en las altas esferas de la política,
como en la educación; lo hemos visto en círculos religiosos, en las industrias,
en las mafias y en núcleos familiares. La manipulación es manifestación de una
ausencia de madurez humana, es insensatez; un vacío de verdad, bondad y
justicia.
Vigilad y orad nos ha recomendado el Señor para no caer en la
tentación (Mt 26, 41), que nos lleva a la frustración de la vida… Hagamos un
alto en nuestra vida para examinar nuestro interior, nuestras actitudes y
comportamientos… no sea que estemos ya viviendo en el error y nos hayamos
convertido en personas “light”, es decir, vacías.
Oremos
con el Señor Jesús: “Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo, y yo voy a
ti. Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno
como nosotros. Cuando
estaba yo con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me habías dado. He
velado por ellos y ninguno se ha perdido, salvo el hijo de perdición, para que
se cumpliera la Escritura. Pero ahora voy
a ti, y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría
colmada”.
“Yo les he dado tu Palabra, y el
mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como yo no soy del mundo. No te
pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno. Ellos no son
del mundo, como yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad: “tu Palabra es verdad”.
Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y
por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en
la verdad. No ruego
sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán
en mí, para que todos sean uno.
Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en
nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me
diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente
uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como
me has amado a mí.
Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también
conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado
antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he
conocido y éstos han conocido que tú me has enviado. Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré
dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en
ellos." AMEN.
5. La pérdida del sentido.
1.
Corona
de la frustración.
La pérdida del sentido de la vida
es la consecuencia de haber vivido en la mentira; de no haber caminado en la
vida con dignidad y a la luz de los valores de la verdad, de la justicia, de la
libertad y del amor. Cuando el hombre no vive de encuentros con su realidad;
cuando se desvía a derecha o izquierda; cuando cae en la inversión de valores…
cuando todo aquello en lo que había puesto su confianza le falla… entonces
aparece en la vida del hombre el sin sentido.
¿Cuándo y cómo llega? Cuando todo
aquello en lo que yo confiaba me ha fallado; cuando mis dioses me han
abandonado; cuando lo que me daba placer ha dejado de funcionar; cuando el
edificio de mis ilusiones se ha derrumbado; cuando las cosas se hacen por
obligación y sin sentido, comienzo entonces a experimentar soledad, desamor,
culpa, angustia, tristeza. Cuando mis dioses no me han respondido; cuando mis
ídolos han caído de su altura y se me han hecho pedazos… es entonces cuando
puedo llegar a pensar: no vale la pena vivir, trabajar, seguir haciendo
esfuerzos.
¿Qué es lo que realmente está
pasando en el interior del hombre? La respuesta
está a flor de tierra: no hay realización humana. Se le ha perdiendo el
sentido a la vida. No vale la pena seguir viviendo. La familia es una carga, no
vale la pena invertir en los hijos. Se ha perdido la esperanza. ¿Será que se
ha llegado a tocar fondo? La fuerza de
la frustración está tocando fondo: el fondo del pozo del corazón. La persona ha
entrado en una crisis existencial en la cual puede hundirse y perderse, como
también puede sacar una enseñanza y levantarse para aceptar los retos que la
vida le presenta.
2. Aquello que sobrevive.
¿Qué queda del ser humano? En el
fondo del pozo, aún queda, un bosquejo de persona, un hilacho humano; un ser
atrofiado; pero, a la vez, un alguien poseedor de una dignidad que llevará con
él hasta el último suspiro; sigue siendo un ser valioso, importante y digno.
¿Lo sabrá? Lo más seguro es que no, tal vez, al encontrarse en tinieblas, no
tenga nada de claridad. En lo más profundo de su ser ha aparecido la pérdida de
sentido de la vida. Puede haber perdido su razón de ser y los deseos de vivir, de
luchar, de estar ahí. Pero, puede que
aún haya en su interior un deseo, una esperanza, una ilusión: ponerse de pie,
salir fuera y comenzar un nuevo estilo de vida. El hombre en cualquier condición y circunstancia, tiene la última
palabra: puede decidir quedarse así o decidir seguir viviendo y luchar por una
ilusión, por un ideal, por un algo, por un amor (Frankl).
Puede decidir superarse a sí mismo
como puede también abandonarse y sumergirse es su propia sepultura: su propia
miseria. Quedarse ahí, como un ser arrojado a un lado del camino, al margen de
su propia realización; Como puede también, desear vivir al servicio de una cosa
o vivir por el amor a una persona. Un ejemplo es el ciego de Jericó que grita
con la fuerza que aún quedaba en sus débiles pulmones: “Jesús, hijo de David,
ten piedad de mí”. Jesús le pregunta: “¿Qué quieres que te haga?” La respuesta,
el clamor del ciego llegó hasta los Cielos: “Que yo recobre la vista” (Lc 18,
35- 43). Del encuentro con Jesús emergió un hombre responsable y libre que
camina con el Señor hacia Jerusalén.
3. La última palabra es del hombre.
Esta enseñanza evangélica nos confirma los que Víktor Frank ha dicho: El
hombre no es una máquina que debe ser reparada, no es un mero aparato
estropeado, si lo tomamos en serio como persona, como un ser libre y
responsable, no importa su estado de deshumanización, podemos también apelar a
su libertad y responsabilidad, sólo
entonces le daremos una oportunidad para que tome las riendas de su propio
destino para que se trasforme y se supere. El hombre, aún medio de situaciones
y de circunstancias biológicas, psicológicas y sociológicas desagradables, es libre para decidir adoptar una postura
frente a esas situaciones o circunstancias, ya sea resignándose a ellas o ya
sea superándolas haciendo uso de poder de obstinación de la mente. (En el
Principio era el Sentido. pág. 90, ed. Paidos).
Lo anterior es reforzado por el mismo Doctor que dice: ser persona no
significa, nunca, tener que ser sólo así y nada más, sino que es poder ser siempre
de otra manera. Todo esto depende sólo de la propia persona que libremente
decide superarse, saliendo de la desilusión, del conformismo, del
totalitarismo, del individualismo; del vivir para sí mismo, y decide vivir para
los demás. Urge repetirlo para que no se nos olvide: Es decisión personal salir
y proyectarse como el quedarse encerrado lamentándose de sí mismo.
4. Sólo para recordar
El hombre no fue creado para vivir
en solitario (Gn 2, 18). El hombre solo no se realiza; es un ser necesitado de
ayuda; necesita de Dios, de los otros y de lo otro. Cuando se habla de la
autoformación y de la autorrealización del hombre, no se está afirmado que él pueda realizarse a
sí mismo, sin la ayuda de los demás, sino que es él, quien ha de ser
responsable y protagonista de su propia historia. Nunca poner la vida y el
destino en manos de otros, sería un crimen. El hombre se autoforma, es decir,
es él quien decide con responsabilidad y libertad el camino a seguir. El camino
no lo hace solo, otros caminan con él. Otros, con quienes está llamado a
compartir sus debilidades y sus fortalezas; sus valores, talentos o
capacidades. En ese intercambio, el hombre va saliendo de sí mismo para ser de
otra manera. Va pasando de una situación de inmadurez para crecer como persona en
un diálogo interpersonal y vivir de encuentros con su “Realidad”. La ex – peri
- encia - de hacerse persona pide >>salir fuera>>, >>para ir
hacia<< la propia >>realidad<< Para intercambiar palabras,
ideas, experiencias, vida, con los otros. El hombre, abierto a la verdad decide
por sí mismo ser lo que está llamado a ser.
5. Despertar la conciencia es un desafío actual.
Urge despertar la conciencia del
hombre. Despertar, significa sacudirlo, para que se inicie en su proceso de
realización humana y cristiana. Ayudarlo, dándole la luz de la verdad, a tomar
la decisión de salir de la mediocridad, de la superficialidad; de una situación
de desgracia, de no salvación, para que se transforme en un ser original,
responsable, libre y capaz de amar. La decisión es personal… no es tan rápida
como se quisiera, tiene que atravesar por procesos que no se pueden quemar. La
mente y la voluntad atrofiada… las ataduras del corazón…las heridas de la vida…
la ceguera espiritual y la dureza del corazón… eso y más, son barreras o
demonios que llenan de miedo, de impotencia que no pocas veces hacen decir:
¿Para qué? Ya no tengo remedio, soy un caso echado a perder. Pareciera que solo
un milagro pudiera salvarlo, pero, hasta los milagros piden una respuesta, y
ésta puede darse cuando Dios irrumpe en la vida del hombre para ayudarlo a
encontrarse consigo mismo. Mi experiencia personal lo afirma cuando me
encontraba en situaciones realmente críticas, algo o alguien me cuestionó, me
hizo pensar y sentir; y, comenzó un cambio en la manera de pensar, de sentir y
de vivir. El milagro se realiza cuando el hombre se reconoce vacío: No soy
feliz; me he equivocado; soy el culpable por lo que me pasa; por la vida que
llevo no puedo experimentar el amor de Dios; estoy necesitado de ayuda… ayuda que
sólo puede venir de Dios.
6. El Encuentro con el Señor.
Leamos la parábola del hijo
pródigo y nos daremos cuenta que el proceso que vivió lo hizo pasar por estas
etapas: se alejó de la casa paterna, derrochó sus bienes de fortuna; tuvo
necesidad; sintió hambre; cuidó cerdos; ni siquiera podía comerse las sobras de
estos animales; hizo un alto en su vida; se encuentra consigo mismo; recordó la
casa de su padre; toma la decisión de salir; se levanta; entra en sí; y se pone
en camino (Lc 15, 11ss) Todos estos pasas pertenecen a la dinámica de la fe.
Son parte de un proceso lento y doloroso, sus peores enemigos son su mente
servil y su sentido de indignidad: “No soy digno de ser llamado hijo tuyo,
trátame como a uno de tus criados”. ¿Cuánto tiempo le llevó vivir estas etapas
del proceso? ¿Cuántas personas le ayudarían de una manera u otra? ¿Qué palabra
escuchó que lo hizo cambiar de rumbo? ¿Habría alguien que lo confrontó con el
estilo de vida que llevaba; reflexionó que su modo de ser y de actuar no
respondía a los deseos y anhelos de su corazón de años atrás? Estas y otras
preguntas son realidades, experiencias del camino que responden a una realidad
que hará decir al hombre: “No soy feliz; he fallado; tengo una necesidad; estoy
necesitado de ayuda. Todo esto es el “clamor que brota del corazón humano y que
sube al Cielo, donde Dios responde: “¿Qué quieres que haga por ti?”, “¿En qué
puedo ayudarte?”, “¿Qué necesitas de mi?”. Recuerdo el día que encontré en la
Biblia estas palabras de Jesús: “Vengo para que tengas vida y la tengas en
abundancia” (Jn 10, 10) Confronté mi realidad con lo que Jesús ofrece, y nació
en mi la esperanza de poseer esa vida en abundancia.
El encuentro con el Señor es
liberador y gozoso por que nos quita las cargas y nos da la hermosa experiencia
de su amor (Mt 11, 28s). Al llegar a casa, es Cristo quien sale al encuentro
del que regresa; encuentro entre la miseria del pecador y la ternura y la
misericordia de quien lo acoge (Lc 15, 11ss). Para quien llegó a tocar fondo y
conoció la miseria, ahora después de su encuentro; después de haber
experimentado lo bueno que es el Señor; después de romper ataduras, dejar lo
mundano para hacer la voluntad de Aquel que lo ama hasta el extremo (Jn 13, 1;
Gál 2, 2); esta experiencia, es sencillamente una fiesta. Ahora si es posible
la conversión; ahora es posible hacerlo sin pujidos, sin tristezas, sin
reclamos. Ahora se camina, ya no se arrastra; ahora se piensa y se decide a la
luz de la Palabra que es “espíritu y vida”. Se ha retomado el camino; camino lleno
de experiencias. Ahora se puede tomar la decisión de caminar con Jesús para
vivir “la aventura de la fe”.
7. Los nuevos ángeles de carne y hueso.
En mi experiencia personal, con un
agradecimiento profundo a mi Señor que me hizo volver al “Rebaño”, a la “Familia”
a la “Comunidad”, pienso, mirando hacia atrás en las personas, hombres y mujeres
que yo ni siquiera conocía y que nunca volví a encontrarme con ellas. Pero, en
su momento me dieron una palabra que me sacudió, que me puso a pensar, que me
llevó a tomar conciencia de mi realidad existencial. Sus palabras fueron “luz”
que iluminaron mis tinieblas; fuego que chamuscaba; espada que cortaba.
Recuerdo a una hermosa joven de color que me decía en el momento que compraba
una botella de licor: “yo no gastaría mi dinero en eso”. “Yo prefiero vivir
mejor y comer mejor”, “Yo mejor gastaría mi dinero en otra cosa”. En otra
ocasión en un centro nocturno, después de que había dado una espléndida
propina, una bella señora de apariencia
muy culta me dijo: “No se moleste por lo que le voy a decir, pero, creo
que éste no un lugar para usted”. “usted no pertenece a este ambiente”. ¿Cuál
será mi lugar o mi ambiente? Le respondí: “No lo sé”, me dijo ella: “pero, sé
que esto no es lo suyo”. Después de mi encuentro con el Señor comprendí que mi
lugar era “Mi comunidad cristiana”, “Lo mío: mi ambiente y mi vida, era Cristo”
Otra mujer que visitaba mi casa
para darme testimonio de su experiencia de encuentro con Cristo en un retiro
espiritual al que había ido el fin de semana, yo bajo los efectos del alcohol,
la invitaba a ir a la cama, me
respondió: “¿No sabe usted que su cuerpo es cuerpo de Cristo?”. “Lea su
Biblia”. “Usted debe huir de la fornicación, yo, ya lo hice y soy feliz”. Palabras
que me atravesaron y llegaron hasta el fondo de mi conciencia. Personas que
veces me dieron una palabra, veces un testimonio de vida, pero siempre me
dieron tema para reflexionar mi vida. ¿Quiénes eran estas personas? Hombres y
mujeres; personas algunas pobres, otras cultas, algunos negros, otros blancos.
De algunas, no sé si serían católicas o evangélicas. Hoy creo que eran profetas
de Cristo; ángeles de carne y hueso, verdaderos enviados del Señor Jesucristo
que me invitaba a volver a casa… y volví.
… Gracias
Señor, por hacerme volver… Gracias por haberme recibido.
6. Picos y valles en la vida espiritual
Objetivo: Mostrar las exigencias de renunciar a todo lo que
no ayuda a que el reino de Dios crezca en nuestros corazones, para poder realizar lo que estamos llamados a
ser: servidores de los demás.
Iluminación: “Permanezcan en mi amor; como yo permanezco en
el amor de mi Padre. Si ustedes guardan mis mandamientos permanecen en mi amor,
como yo guardo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15,
9).
1. La experiencia de Dios.
La experiencia de Dios no es cosa del pasado, es para vivirse
día a día. El camino estrecho está lleno de exigencias, de experiencias, veces
dolorosas, otras veces liberadoras, unas veces gozosas y otras gloriosas. Al
principio es una verdadera luna de miel con el Señor. Dichosa la suerte de los
principiantes (Pablo Coello); con sólo pensar en Dios y desear algo, el Señor
le responde diciéndole: “Me llamaste, aquí estoy. ¿Qué necesitas de mí?” A la
misma vez, Dios le sugiere o propone algo y con alegría hace lo que se le pide;
la razón es que ha probado lo bueno que es el Señor. Llega el día del
compromiso, de la “opción radical por Cristo y se responde con generosidad.
Guardar los Mandamientos no es una carga, es una fiesta.
Después viene la etapa del desierto, las noches frías y
áridas; Dios parece que fuera un espejismo. Lo que realmente pasa es que ha
llegado el tiempo de la madurez espiritual, del crecimiento en el conocimiento
de Dios, mediante la práctica de las virtudes; para lo que se requiere el cultivo
de una voluntad, firme férrea y fuerte para amar a Dios por lo que Él es, y no
por lo que Él da. Al final del desierto la victoria es de Dios. El desierto es
una etapa de preparación para realizar una misión. El Señor nos saca del ruido
y del bullicio para estar a solas con su elegido y enseñarlo a escuchar su voz,
a tomar decisiones como respuesta al amor recibido. Al final del desierto se
toma la firme determinación, de manera libre y consciente, de quedarse por amor
en “Casa” para servir al que primero lo amó. Siguen los años de apostolado, de
misión, de entrega hasta el sacrificio y la renuncia. Días, meses y años de
acciones heroicas, todo por amor a Cristo y a su Iglesia.
Pero, un día, puede llegar el cansancio, el activismo y con
él, el vacío: se baja el nivel de oxigeno del corazón y aquellos demonios que
habían sido expulsados o atados, vuelven aparecer y ahora con más fuerza y
furia que antes (el miedo, el odio, los complejos, etc). Se buscan
compensaciones y auto justificaciones, la verdad, se está perdiendo altura: ha
comenzado el descenso, hay pérdida de convicciones, aparecen las debilidades en
la carne que humillan. Lo que realmente está sucediendo es que se ha abandonado
la vida de oración y de intimidad con el Señor por hacer cosas que llevan a la
pérdida de identidad, para entrar, nuevamente en los terrenos de la mentira y
del demonio de la confusión que hace perder claridad y va desapareciendo el
celo apostólico, a la misma vez que va desapareciendo la alegría por el llamado
al servicio, las cosas se hacen por obligación, por que toca, vuelve el mal
genio y la agresividad con la vuelta de los deseos carnales. Todo esto
desemboca en un servicio al Señor, no en Espíritu, sino en la “carne”. La carne
es un modo de ser y de actuar que no es agradable a Dios (Rm 8, 1-9).
La carne es un modo de vivir siendo conducidos por cualquier
espíritu que no sea el espíritu de Cristo, es por eso, vida mundana y pagana;
vida de pecado que lleva a dar culto a los ídolos del tener, del placer o del
poder. Ídolo es todo aquello que se pone en el corazón en lugar de Cristo. Es
una realidad, cuando amamos al dinero, a los lujos, a las cuentas bancarias, a
las faldas o a lo que hay debajo de las faldas Con palabras de san Agustín,
cuando amamos a la criatura más que al Señor. Cuando nos amamos a nosotros
mismos hasta llegar al desprecio a Dios y a los demás. El amor a Cristo pide
amor a los pobres, amor a la Iglesia, amor al servicio… El testimonio de
Jeremías ilumina la realidad que todo servidor de Cristo puede llegar a vivir:
“Si te vuelves a mí, porque yo te haga volver, volverás a ser mi boca. Si
separas la escoria del metal precioso, volverá a ser mi siervo”. (Jer 15, 19)
¿Será que Jeremías se hundió en el lodo? (Jer 38, 6) ¿Viviría alguna
experiencia de pecado?
Creo, la experiencia me lo ha enseñado, que el camino de la
perfección cristiana no sube en forma recta, perfecta y siempre continúa, no sé
porqué razones, el proceso, veces, es animado por una “fuerza impulsora” que
luego se debilita para comenzar una experiencia de hundimiento, de decadencia.
Lo que se había conseguido con muchos esfuerzos fácil y rápidamente se pierde.
Es necesario que una fuerza nos detenga, nos ayude hacer un alto y sacarle una
enseñanza a la caída, para comenzar con las nuevas energías que da una “fuerza
renovadora” volver a retomar el camino, y ascender nuevamente la “Montaña” de
la perfección. Lo creo, porque lo he vivido, que la decadencia espiritual no es
gratuita, me descuidé y resbalé… pero toda experiencia de decadencia me ha
dejado una enseñanza… soy débil, más aún, sigo siendo pecador; reconozco que no
he cultivado una voluntad firme, fuerte y férrea para el amor, para la verdad,
para la justicia… soy débil, soy caña… he recurrido a las máscaras, a las
apariencias… he vivido en la mentira; me gusta que me alaben, pero me duele que
me critiquen. Reconozco que estas experiencias negativas me han llevado a la
pérdida de “identidad sacerdotal y cristiana”. Confieso que no había entendido
las palabras de Juan el Bautista: “Es necesario que yo disminuya y que él
crezca” (Jn 3, 30)
Querer crecer en importancia, en sabiduría para tener éxitos
y recibir aplausos en la vida, hacen desaparecer a Cristo, para dar lugar
nuevamente al reinado del hombre viejo. Una señal clara de esto es cuando nos
preocupa el que dirá la gente, en vez del que dirá Cristo de nosotros.
Experiencia liberadora y gozosa, ésta del crecimiento en Cristo, pero que sólo
pueden vivirla aquellos que “Están en comunión con el Señor y permanecen su
amor” (Jn 15, 1- 8) Siendo dóciles al Espíritu Santo que lleva a los hijos de
Dios a estar crucificados con Cristo (Gál 5, 24) y poder ser sus siervos; a éstos los llama
amigos (Jn 15, 15). Amigos que deben rechazar toda mentira (Ef 4, 25); “Como
también deben rechazar toda malicia y todo engaño, hipocresías, envidias y toda
clase de maledicencias” (1 Cor 6, 18; 1 Pe 2,1; 2 Pe 1, 4b; 2Tim 2, 22).
Para poder dar frutos de vida eterna he de tener siempre
presente las palabras de Jesús, el Señor: “Permanezcan en mi amor; como yo
permanezco en el amor de mi Padre. Si ustedes guardan mis mandamientos
permanecen en mi amor, como yo guardo los mandamientos de mi Padre y permanezco
en su amor” (Jn 15, 9). La clave de la fidelidad al amor de Cristo, no es otra,
que la docilidad al Espíritu de Verdad que habita por la fe en nuestros
corazones. (cfr Ef 3, 17)
2. Huye de la corrupción.
La razón es que Pablo está de acuerdo con la que nos había
presentado el Apóstol Pedro: para poder participar del Reino de Dios (de la
naturaleza divina) (Gál 5, 21; 2 Pe 1, 4). A la comunidad de Corinto, el mismo
Apóstol Pablo les recomienda: “Huyan de la fornificación” (1 Cor 1, 18) Es una
referencia del Apóstol a todos los pecados implícitos en la inmoralidad sexual,
tal extendida en el puerto de Corinto.
Huir de la corrupción es una exhortación a los nuevos
creyentes a dejar de vivir en el mundo del paganismo. Se han de abandonar las
obras muertas de la idolatría para pasarse al reino de la Gracia. El reinado de
los ídolos debe llegar a su fin, y con ello, terminar con la opresión, las
injusticias, la explotación, la mentira, la falsedad, el culto a los ídolos del
poder, del placer y del tener. Huir de la corrupción es morir al pecado para
poder vivir para la justicia (1 Pe 2, 24).
Huir es por lo tanto despojarse del traje de tinieblas para
poder revestirse con el traje de la nueva Vida (Rm 13, 12) que se nos ha dado
en el Bautismo como semilla, pero que ahora hemos de cultivar hasta llevarla a
su madurez. La exhortación del Apóstol está acompañada de una hermosa razón que
deberíamos de llevarla impresa en un lugar visible de nuestro cuerpo para
tenerla siempre presente: “De modo que no se pertenecen a sí mismos, sino que
han sido comprados a un gran precio” (1Cor 6, 19- 21) el Apóstol Pedro nos ha
dicho “que no fuimos comprados con oro ni plata, sino con la Sangre de Cristo,
cordero sin mancha y sin defecto” (1 Pe 1, 19).
3. ¿Basta con abandonar las obras muertas del pecado?
Basta con decir: “yo no peco”. “Yo no hago mal a nadie”.
Jamás… nunca. De nada sirve decir que no se peca o que no se le hace mal a
nadie, si tampoco, le hacemos bien a alguien. Se abandona y se huye de la corrupción
para practicar la justicia y proceder honradamente, realizando las obras de
misericordia, los frutos de la fe o lo que Pedro llama las “buenas obras” (1 Pe
2, 12). La carta de Pablo a los Gálatas nos presenta algunos de los frutos del
Espíritu que deben estar presentes en nuestra vida para que no sea estéril e
infecunda: el amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad,
modestia, dominio propio (Gál 5, 22); en la carta a los Efesios enumera otros
más: la justicia, la bondad y la verdad (Ef 5, 9). No son los únicos, existen
muchísimos más, pero, lo que importa es saber que no basta con ser creyentes,
hay que ser practicantes del bien para que la vida del hombre esté orientada
hacia los terrenos de Dios, con una inteligencia iluminada por la verdad, una
voluntad fortalecida por la práctica de la justicia y por un corazón purificado
por el fuego del amor. Los terrenos de Dios son el amor, la verdad, la
libertad, la justicia, la responsabilidad, la solidaridad, la misericordia,
etc.
Sólo mediante la práctica de éstas y otras virtudes o valores
del Reino, podrá realmente el creyente decir o afirmar que su fe es auténtica y
verdadera. Lo anterior exige que hombres y mujeres seamos enseñados a vivir el
Evangelio de la Verdad para que podamos desplegar todas nuestras
potencialidades, viviendo como seres en proyección y sirviendo en la
construcción de la tan ansiada “Civilización del Amor” que debe estar al
servicio de la “Comunidad fraterna y solidaria”, conocida también como la
“Comunidad Cristiana”.
7. Formar en el amor a la verdad.
Objetivo: Resaltar la importancia que
existe en el educar para la vida, cultivando los valores del Reino, para crecer
como personas en la entrega por amor a los demás.
Iluminación: Pero
los hombres malos e impostores irán de
mal en peor, engañando y
siendo engañados. Tú, sin embargo, persiste en las cosas que
has aprendido y de
las cuales te
convenciste, sabiendo de quiénes las has
aprendido; y que
desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden dar la
sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús (2 Tim 3,
14ss).
1.
Lo que Dios quiere
“La voluntad de Dios es que todos los
hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad” (cfr 2 Tim 2, 4)
¿Cómo pueden llegar los hombres al conocimiento de la Verdad? La respuesta la
encontramos en la evangelización, la predicación de la Palabra de verdad (Jn
17, 17) que es la Palabra de Cristo (Rm 10, 17), capaz de llevarnos a la
salvación por la fe en Cristo Jesús (2Tim 3, 14). Desconocer está Palabra es
desconocer al mismo Cristo (San Jerónimo).
2.
El encuentro con Cristo.
El amor a la Verdad nace del
Encuentro con Cristo. Encuentro liberador y gozoso que se convierte en el
“motor de la vida cristiana”. Del Encuentro con Cristo en la fe (Que hace de la
fe una experiencia de vida), nace el gusto por la Palabra, por la oración y por
el servicio, como expresión de la caridad. “Sólo tú tienes palabras de vida
eterna”, le dijo Pedro a Jesús (Jn 6, 68) La primera comunidad de Jerusalén
reunía cuatro características que le dan el derecho de ser modelo y figura para
toda comunidad cristiana: “Asistían asiduamente a la enseñanza de los
apóstoles, a la comunión fraterna; a las oraciones y llevaban una vida centrada
en la Eucaristía. Todo lo tenían en común y partían el pan con alegría” (Hech
2, 42ss). De la experiencia de la primitiva comunidad podemos afirmar que “El
amor a la verdad” implica y exige educar la inteligencia, la voluntad y el
corazón del hombre en la práctica del amor a la verdad.
“La verdad es la fuerza del amor” que
abre la conciencia de los hombres a relaciones recíprocas de libertad, de
responsabilidad y corresponsabilidad. Educar en la verdad para que seamos
hombres y mujeres apasionados por la vida, por la causa del Reino. Apasionarse
por la verdad es comprometerse totalmente y orientar al hombre con todas sus
facultades en la búsqueda de lo real, de lo firme, de lo seguro, de lo
verdadero, es decir, de la verdad, que no atropella, ni se impone, sino que
respetando lo que es propio de cada ser humano, cuestiona e invita a ser
auténticos, sinceros y leales. El amor a
la verdad compromete la totalidad de la existencia. De esta manera los
cristianos viven su propia libertad, con responsabilidad y solidaridad.
3.
Las fuentes de la verdad.
Formar en el amor a la Verdad nos pide volver la mente, la mirada y el
corazón a las “Fuentes de la enseñanza cristiana”. Fuentes de luz y de verdad
que iluminan la realidad, la historia y la existencia personal de los creyentes
para darnos principios de reflexión, criterios de discernimiento y líneas de
acción. Las fuentes son: La Sagrada Escritura, leída y meditada a la luz de los
Padres de la Iglesia, la enseñanza del Magisterio de la Iglesia y el corazón
traspasado de Cristo; fuente de redención, de purificación y de
santificación. Formar en el amor a la
verdad debe llevar a la misma vez, a la renuncia y al rechazo de la mentira,
del odio, del fraude, de la manipulación y de toda injusticia.
4.
Criterios de formación.
·
Pensar la verdad. ¿Para qué pensar la verdad? Los criterios puramente
humanos llevan a dar la espalda a la verdad. Pensar la verdad para sacar de la
mente todos los criterios patriarcales, machistas, feministas, consumistas,
conformistas o totalitaristas; pensar la verdad para forjar nuevos criterios
para ver a todo ser humano, como un fin en sí mismo, como una perla preciosa.
Pensar la verdad para que el hombre se
haga más inteligente, ponga orden en su vida y la construya sobre la jerarquía
de unos valores, sin los cuales no sería más que un simple bosquejo de persona.
Para la Biblia inteligente es aquel que sabe vivir, por eso, pensar la verdad
nos lleva a la creación de nuevos hábitos, como la lectura de una buena
literatura y el cultivo de nuevas y provechosas amistades.
·
Honrar la verdad. ¿cómo honrar la verdad? Honras la verdad cuando
reconoces tu propia dignidad y la dignidad de los demás. Honras la verdad
cuando te valoras por lo que eres. Cuando te piensas y te miras con amor;
cuando te aceptas como eres y te proyectas buscando una mejor calidad de vida.
Honrar la verdad es respetar a la persona, a
la familia, a los otros en su realidad individual y social. Es reconocer
y aceptar a los otros como personas importantes, valiosas y dignas. El hombre
que honra la verdad ha aprendido a identificar y distinguir entre el bien y el
mal. El tiempo de que llamaba bueno a lo malo y a lo malo bueno, ha quedado
atrás.
·
Hablar la verdad. “Fuera de tu mente y de tus labios toda mentira” (Ef 4,
25). Fuera juicios despectivos y condenatorios sobre los demás. Hablar la
verdad es hablar bien de la mujer y del varón, de su vocación y misión, de sus
derechos y de sus deberes, de sus cualidades y talentos. Es hablar bien de todo
ser humano. Quien habla la verdad su lengua es limpia, amable y veraz. El que
habla la verdad evita toda conversación
estéril; todo vocabulario impuro y mordaz; los chistes en doble sentido y las
burlas a los demás desaparecen de sus labios. Las palabras groseras a la luz de
la verdad pierden todo sentido al igual que las críticas y las acusaciones.
·
Caminar en la verdad. ¿Qué significa caminar en la verdad? Significa reconocer
que no fuimos creados para llevar una vida arrastrada, permitiendo que otros
sean los que piensen y que decidan por nosotros. Arrastrarse es dejar que otros
hagan tu historia; que seas manipulado y usado sólo como instrumento de placer
o de trabajo. Caminar en la verdad es poner tus dos pies sobre la tierra y
caminar con tu cabeza en alto, con dignidad, siendo protagonista de tu propia
historia. Caminar en la verdad implica rechazar todo lo malo, es decir, todo
aquello que impida que te realices como persona. Implica también cultivar la
belleza, la unicidad, la bondad y la verdad que hay en cada ser humano. Camina
en la verdad todo el que ama; el que es generoso y servicial; el que comparte
su “bien” movido por el amor fraterno; el que es solidario con todos y está
siempre dispuesto a lavar los pies a los enfermos y desprotegidos. Ese es el
que camina en la verdad.
·
Defender la verdad. ¿Qué significa defender la verdad? Significa respetar y
defender los derechos de toda persona, de todo ser humano. Es ayudarle a
remover los obstáculos que impiden que
realice su ser de mujer o de varón. Defender la verdad es abrirle a la
mujer y al hombre campos de acción para que desarrollen sus capacidades de ser
ellos mismos, como individuos, esposos, padres, profesionistas…como personas
capaces de amar, donarse y entregarse. Defender la verdad es comprometerse en
la defensa de los “Derechos Humanos” sin la búsqueda de intereses personales,
sino, movidos por “el hambre y sed de justicia” que brotan de un corazón que ha
echado raíces en la solidaridad humana.
5.
Formar
mujeres y hombres nuevos en Cristo.
Tarea que exige dedicación,
tiempo, esfuerzo, mente, corazón, desvelos, renuncias y sacrificios para llevar
la semilla de la Palabra de Dios y sembrarla en corazón de las personas y de
las culturas, para iniciarlas en un proceso de renovación de la mente, de la
voluntad y del corazón que lleva hombres y mujeres a la conformación de sus vidas con la de Cristo. Para esta tarea
evangelizadora, muchos hombres y mujeres hemos sido llamados en la Iglesia:
“evangelizar, es para la Iglesia, el arte de enseñar a vivir en comunión”.
Comunión con Dios, con los hombres, consigo mismo y con la naturaleza.
“Evangelizar es sembrar en el corazón de los hombres la semilla de la verdad,
del amor y de la justicia”. Veces se siembra y veces se riega, pero siempre se
siembra y se riega con la Palabra de Dios; Palabra poderosa, capaz de cambiar
nuestros corazones de piedra en corazones de carne. La Palabra de Dios es
semilla de verdad y semilla de amor recibidas por el hombre como regalo de Dios
en la mente y en el corazón.
6.
Con la
fuerza de la Palabra.
Los Obispos Mexicanos, apoyándose
en el Documento de Aparecida, nos han presentado un itinerario espiritual para
alcanzar este hermoso objetivo:
·
Desarrollar en nuestras comunidades el proceso de
iniciación cristiana con base en el Kerigma, que guiados por la Palabra de Dios
los hombres sean llevados al encuentro con Jesucristo y a una conversión del
corazón, al discipulado, a la inserción eclesial y a la madurez en la fe
mediante la práctica de los sacramentos en la vivencia de la caridad y en el
compromiso misionero (Doc de Aparecida, no. 289).
·
Implantar un proceso catequético permanente, orgánico y
progresivo, que abarque toda la vida, sus distintas etapas y situaciones; que
no se limite a la formación doctrinal, sino que sea una verdadera escuela de
formación (Doc. De Aparecida, no. 294).
·
Acompañar a los discípulos de Cristo en el camino de la
perseverancia para que permanezcan en el amor (Jn 15, 9), a través de la
experiencia del encuentro con el Señor en la lectura y meditación de la
Palabra, en la oración, en la activa y fructuosa participación de la liturgia,
en la vivencia comunitaria y en el compromiso apostólico, con especial atención
en los que más sufren y a los pobres. (Benedicto XVI, Caritas in Veritate, no.
15)
·
Aprovechar la riqueza de la Doctrina Social de la Iglesia
como instrumento de Evangelización que educa en las virtudes sociales y
políticas que los que el discípulo de Jesucristo se inserta en la vida social,
para ser en ella sal y fermento, de manera que las estructuras que organizan la
convivencia social estén siempre impregnadas por los valores evangélicos de la
libertad, el amor, la justicia y la caridad que son valores fundamentales de la
convivencia humana. (Juan XXIII, carta encíclica Pacem in terris, no 37)
·
Fomentar en los discípulos misioneros de Jesucristo que
asuman responsablemente su compromiso como ciudadanos para construir un orden
social justo, cuidar de la creación y construir la paz.
·
Buscar formas de acompañamiento de la vida interior de
las personas. En medio de una sociedad que fácilmente lleva al hastío, al
sentimiento de vacío… que ofrece como bien el camino del consumismo, de la
droga…
·
Fomentar el amor a la verdad. La fe adulta se expresa
“viviendo con verdad y amor” (Ef 4, 15)(Que en Cristo nuestra paz México tenga
vida digna, CEM, Pág 69- 70).
7.
Nuestro compromiso en las
escuelas.
·
Promover la educación en el amor y para el amor. Educar
significa dar algo de sí mismo y ayudar a otros a superar los egoísmos y así
hacerse capaces del auténtico amor.
·
Promover la educación en la verdad y para la búsqueda
sincera de la verdad. Esto supone ayudar a encontrar el sentido del dolor y del
sufrimiento como elementos constitutivos del amor.
·
Formar en el equilibrio adecuado entre libertad y
disciplina. Sin reglas de comportamiento y de vida no se forma el carácter y no
se fortalece para superar las pruebas de la vida.
·
Alentar a los educadores a asumir responsablemente el rol
de autoridad en la tarea educativa. Lo que exige coherencia de vida e
involucrarse personalmente.
·
Alentar la esperanza pues esta es el alma de la
educación. La esperanza que se dirige a Dios, tiene un sentido comunitario e
universal.
8.
Nuestro compromiso
cristiano.
·
Potenciar el papel de la familia en la construcción de la
paz. “La familia es vehículo privilegiado para la trasmisión de aquellos
valores religiosos y culturales que ayudan a la persona a adquirir su propia
identidad” (G. S. no. 47). Los grandes promotores de la paz y justicia se
forjan en la familia.
·
Formar en el respeto de la dignidad de cada persona y en
los valores de la paz para por erradicar la injusticia y la opresión de
nuestras vidas.
·
Promover el establecimiento de distintas instancias de
servicio y promoción a la familia. Como pueden ser centro de acogida y escucha
para acompañar a las familias afectadas por inesperadas y graves adversidades.
·
Impulsar leyes que estén orientadas a promover el
bienestar de la familia.
·
Que nuestra acción pastoral esté orientada a formar
patrones de conducta en las relaciones familiares que estén fundamentadas en el
respeto, la paz y en la justicia. Fuera toda violencia, toda agresividad, toda
injusticia.
·
Promover en los discípulos de Jesús el trato digno y
respetuoso hacia todas las mujeres. Acompañándolas y promoviéndolas para que
sean promotoras de una nueva nación.
·
Desarrollar acciones preventivas y curativas para las
víctimas de la trata de personas.
·
Trabajar, tutelar y promover la dignidad y derechos
inalienables de los niños y de las niñas.
·
Promover la pastoral de la infancia, de la adolescencia y
de los jóvenes. Enseñándoles a amar la verdad, a discernir entre lo bueno y lo
malo, conocer lo justo, lo noble, lo virtuoso; a reconocerse como personas con
una dignidad inalienable; ayudándoles a desarrollar su creatividad y a cultivar
los valores y la virtudes del Reino de Dios que les permitan superar las
tentaciones de la droga, del alcoholismo, y de todas las formas de violencia.
(Qué en Cristo nuestra Paz México tenga vida digna. CEM, págs. 73- 76).
8. Quiero
ser un hombre abierto a la verdad
Objetivo:
Desarrollar criterios de
reflexión y líneas de acción para crecer en el conocimiento y de la realidad.
Iluminación: “Entonces
Jesús decía a los judíos que habían creído en El: Si vosotros permanecéis en mi
palabra, verdaderamente sois mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará
libres” (Jn 8, 31- 32).
1. La
verdad es el camino que lleva al amor
… a la práctica de la justicia, a la libertad, a la solidaridad. Con cuánta
razón dijo Jesús el Señor: “La verdad os hará libres” (Jn 8, 32). Para los
cristianos la “Verdad” no es un concepto, como tampoco es un principio
filosófico, sino, una Persona que ha venido como Luz a iluminar las tinieblas
de la mentira para que los hombres conociendo la verdad adquieran un nuevo modo
de ser y de actuar, abandonen la obras de las tinieblas y, con un corazón
solidario hagan el bien, especialmente a los menos favorecidos de la comunidad
humana. Podemos afirmar que la “Civilización del amor” está cimentada en la
verdad, el amor y la vida, la única cultura que puede echar fuera la mentira,
el odio y la muerte que llenan las calles de nuestras ciudades y los campos de
nuestra Patria. Los hombres hemos olvidado las palabras que Dios pronunció por
medio del Profeta: “Hombre, ya te explicado lo que está bien, lo que el Señor
desea de ti: que defiendas el derecho y ames la lealtad, y que seas humilde con
tu Dios” (Miq 6, 8)
Urge educar en la verdad, para que los hombres puedan conocer el arte de
vivir en comunión con Dios como Padre; con los demás como hermanos y con las
cosas como amos y señores. La verdad, la justicia y la bondad (Ef 5, 9), son
tres de los valores del Reino de Dios que dan consistencia a la estructura
espiritual, tanto individual como comunitariamente. La unidad de los tres anula
el divorcio entre fe y vida; entre inteligencia y voluntad, para dar
consistencia a una espiritualidad y personalidad orgánicamente estructurada.
Amor y verdad, nos dicen los Obispos Mexicanos, son la vocación que Dios ha
puesto en el corazón y en la mente de cada ser humano. (Cristo es nuestra paz…
no. 170)El Papa Benedicto XVI nos ha dicho: “Son a la vez la fuerza impulsora
del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad” (Caritas en
Veritate no. 1)
1.
La verdad nos lleva a la práctica de la justicia.
Justicia a Dios y justicia a los hombres, especialmente a los más pobres. A
Dios le hacemos justicia cuando elegimos el Camino que Él nos propone: el
camino del amor que nos hace guardar sus Mandamientos: Creer, amar y servir al
Señor en los demás. La justicia es darle al otro lo que realmente le
corresponde, lo que es suyo: reconocerlo, aceptarlo y respetarlo como persona.
No es darle limosnas, sino, ayudarlo a iniciarse su proceso de realización,
para que saliendo de situaciones menos humanas, pase, a situaciones más
humanas, y de situaciones humanas, pase a situaciones cristianas. El método a
usarse es el del amor que nos hace: verlo y pensarlo como Dios lo hace;
aceptarlo, valorarlo y amarlo como Dios lo hace… Sólo entonces se podrá
reconocer su “dignidad como persona” y ayudarlo a ponerse en camino. De esta
manera podemos de decir que la caridad supera la justicia, va más allá, la
supera, siguiendo la lógica del perdón y de la entrega. La justicia cristiana,
restaura, no destruye; reconcilia, no mata; promueve, no aplasta; corrige, pero
con caridad. Es virtud moral y a la vez, criterio orientador de toda acción
moral. (Que en Cristo nuestra paz… no. 172. CEM)
“El amor es una fuerza extraordinaria que mueve a las personas a
comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la
paz” (Benedicto XVI. Caritas in Veritate, no. 1) Amar es darse y entregarse a
un alguien; es trabajar eficazmente por él, para que se realice como lo que es
persona, hija de Dios. La fuerza del amor la encontramos en el caminar en la
verdad. Nos puede surgir una pregunta, la misma que Pilatos le hizo a Jesús:
“¿Qué es la verdad?”. La verdad es la armonía entre la inteligencia y la
realidad; entre la palabra y la acción; la verdad lleva al amor y el amor lleva
a la verdad. Para el cristiano la verdad es una; se debe aceptar y adecuarla
existencia a ella. Para él, la Verdad cristiana es una Persona: Jesús, el Hijo
de Dios. (cf (Jn 14, 6) El Único capaz de hacernos realmente libres (Jn 8, 36)
2.
La verdad nos lleva a la solidaridad.
La solidaridad es fruto de la caridad cristiana, su principio es: “La
determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir,
por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente
responsables de todos”. Principio que nos ayuda a entender el desarrollo en el
horizonte de la plenitud del ser de las personas y no como un progreso sin fin,
ni como la multiplicación de bienes y servicios. (Compendio de la doctrina
social de la Iglesia, no. 102. Consejo Pontificio Justicia y Paz). No podemos
negar que lo anterior pide el cultivo de una voluntad firme, férrea y fuerte
para amar y servir a los demás. Sólo entonces seremos capaces de meternos en
los zapatos del pobre y del necesitado; sólo entonces podremos llevar a la
práctica el Mandamiento nuevo de Jesús (Jn13, 35). Los Obispos Mexicanos nos han dicho que el
desarrollo tiene una dimensión moral que al mismo tiempo que lo orienta, lo
limita (CEM. Cristo nuestra paz… no 181).
Formar las conciencias para la solidaridad exige poner en práctica el
principio del compartir lo que sabemos, lo que tenemos y lo que somos. Por un
lado hemos de renunciar a todo aquello que nos haga sentirnos los amos y
señores de vidas y de haciendas; renunciar a los gastos superfluos y a los
lujos innecesarios que terminan siendo un fraude a los pobres; se hacen
fiestas, se gasta y se derrocha buscando prestigio, identidad, quedar bien,
mientras que muchos a nuestro alrededor pasan hambres o duermen a la
intemperie. Por otro lado, siguiendo el consejo del Papa Benedicto XVI, urge:
“aprender la renuncia, la sencillez, la austeridad y la sobriedad. Donde hay renuncia
ahí brota la vida, la libertad y la virtud. “Sólo así puede crecer una sociedad
solidaria y se puede superar el gran problema de la pobreza de este mundo”
(Catequesis en la Audiencia General del 27 de Marzo del 2007) Muchos son los
creyentes que derrochan fortunas en vicios, lujos, regalos, aparatos y técnicas
para tener al alcance de la mano y en casa pornografía, son capaces, al pagar
por sus gustos grandes cantidades de dinero, y con ello aumentan el poderío
económico del monopolio de la pornografía, pero, cuando se les pide para una
causa noble, no tienen.
3.
La verdad nos lleva a la fraternidad.
Para los cristianos la fraternidad nace del encuentro personal con Cristo
que nos incorpora a su Comunidad, a su Familia. En ella, todos somos hijos de
Dios; iguales en dignidad, en valor y en importancia, con la vocación de ser
hijos de Dios y al mismo tiempo, hermanos de los demás. El principio de la
fraternidad pide que todos los seres humanos sean incluidos en esta Gran
Familia en la cual se construye la solidaridad sobre las bases de la justicia y
de la paz (Benedicto XVI, Caritas in Veritate, no. 54) ¿Basta con saberse hijos
de Dios y hermanos de los demás? Es necesario además, promover el desarrollo,
de manera libre y responsable a favor de todo el hombre y de todos los hombres,
siendo sus criterios de verificación la solidaridad y la fraternidad, sin las
cuales, el desarrollo de los pueblos no será realmente humano y no llegaremos a
construir la paz.
4.
La verdad nos lleva a la libertad.
La palabra de verdad (Jn 17, 17) es la semilla de la libertad. El mismo
Señor Jesús nos había dicho: “Si permanecen unidos a mi Palabra, seréis mis
discípulos, conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn 8, 31- 32). La
libertad cristiana es don y es respuesta; es don y responsabilidad. Existen
muchas libertades, pero pocos hombres libres, capaces de elegir bien, por ellos
mismos lo que es lo mejor en miras a su realización personal. La libertad es
propiamente el modo de vivir humano. El hombre es un ser condicionado, no
obstante, puede decidir de manera libre y consciente, por sí mismo lo que él
quiere ser el día de mañana. La verdad respeta la libertad del hombre, no se
impone, no obliga, no manipula. La libertad en Cristo, la que nos hace
realmente libres responde a dos preguntas:
·
¿Libres
de qué? Libres de prejuicios y complejos; de ataduras y esclavitudes. La
liberación cristiana nos hace libres de la esclavitud del mal en todas sus
manifestaciones. De la esclavitud de apego a las cosas y del apego desordenado
a las personas. Por último nos hace libres de la esclavitud a la ley, la peor
de todas las formas de esclavitud.
·
¿Libres
para qué? Libres para conocer la verdad, para practicar la justicia y libres
para amar, ser generosos y serviciales. Sólo quien camine en la verdad puede
realmente ser solidario con todos, sin hacer distinción de personas. Libre es
el hombre que consciente y responsablemente se dona y se entrega en servicio a
un “algo” o a un “alguien” por amor para ayudarle a realizarse como lo que es,
persona.
5. El
camino que nos lleva a la paz.
El evangelista Lucas nos describe la lamentación de Jesús por la ciudad
santa: Al acercarse y divisar la ciudad, dijo llorando por ella: “Ojalá tú
también reconocieras hoy lo que conduce a la paz”. (Lc 19, 42s). San Juan nos
dice de que camino se trata: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6)
Jesús es el Camino que nos lleva al Padre, al Cielo, a la Paz. Jesús es el
Camino que el Padre nos propone; es Camino y es Puerta (Jn 10, 7). Los
Sinópticos nos hablan de los tres avisos de la Pasión: “He tomado la firme
determinación de subir a Jerusalén”. Jesús sabe a dónde va: a su pasión, a la
muerte y a la resurrección, es el camino de su Pascua (Mc8, 31; Mt 16, 21ss; Lc
9, 27ss). A sus discípulos les propone: “El que quiera venir conmigo, niéguese
a sí mismo, cargue con su cruz cada día
y sígame” (Lc 9, 23) El Señor invita a los suyos a estar con Él, a beber el
cáliz de su Pasión y a padecer con Él (cfr Mt 20, 23); para también reinar con
él y sentarse a la Mesa con él en Reino de los Cielos. Jesús quiere que sus
discípulos entiendan que el camino de la pasión es el que nos lleva a la
resurrección; El Mesías tiene que padecer antes de entrar en su gloria (Lc 24,
26).
Para los creyentes, la fe cristiana es ante todo una fe pascual. En la fe y
por la fe pasamos de la muerte a la vida; de la esclavitud a la libertad; del
pecado a la gracia. Toda nuestra vida, cuando está orientada hacia Dios, es un
continuo morir al pecado para vivir para Dios: Muerte y Resurrección son dos
momentos de un mismo acontecimiento. Pablo en la carta a los Gálatas nos
confirma esta hermosa verdad: “Pues los que son de Cristo Jesús, han
crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias. Para vivir y obrar
según el Espíritu” (Ga. 5, 24-25)
Leer y meditar
por grupo las palabras del Señor Jesús: “Entonces Jesús decía a los judíos que habían creído en El:
Si vosotros permanecéis en mi palabra, verdaderamente sois mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os
hará libres. Ellos
le contestaron: Somos descendientes de Abraham y nunca hemos sido esclavos de
nadie. ¿Cómo dices tú: ``Seréis libres?…Juan 8, 31-36.
9. La enseñanza de Jesús.
Objetivo: Profundizar en el
conocimiento del Proyecto de Dios a favor de toda la Humanidad, para poder
tomar la decisión de seguir lo que el Señor nos propone.
Iluminación: Y mientras ellos iban por el camino, uno le
dijo: Te seguiré adondequiera que vayas. Y Jesús le dijo: Las zorras tienen madrigueras y las aves
del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza. A otro dijo: Sígueme. Pero él dijo: Señor,
permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre.…(Lc 9, 57ss)
1.
Jesús enseña sobre el “don de Dios”.
Jesús habla con toda verdad: “Entren por la puerta estrecha,
porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición” (Mt
7, 13) El camino que lleva a la vida es angosto por que el hombre que quiera
caminar en él, y entrar por la “puerta estrecha”, no se le entregan las cosas
hechas, se entrega la semilla, para que cultive, trabaje la tierra y llegue un
día a comer los frutos de la cosecha. Esto exige esfuerzos, purificación,
cultivo de buenos hábitos; de virtudes y valores, especialmente, los valores
del Reino. El camino es estrecho por que exige esfuerzos, dedicación, empeño y
corazón. El sentido de la vida no está expuesto a la charlatanería o la simple
curiosidad. El pueblo dice que Dios dijo: “Ayúdate que yo te ayudaré”. Yo nunca
lo he encontrado en la Biblia, sin embargo está cargado de una gran verdad:
“Dios no hace por ti, lo que tú puedas hacer por ti mismo” (San Agustín). Dios
no hace milagros donde el hombre puede dar una respuesta.
Jesús sana y libera a los hombres, para luego ponerlos en
camino: “Levántate toma tu camilla y vete a casa” (Mc 2, 11) Cada milagro, cada
sanación, cada exorcismo que el Señor hace a favor de una persona, es una
“enseñanza” con la cual nos dice que el reinado del mal, ha llegado a su fin;
para dar lugar al reino de Dios. “Si los demonios son el expulsados por el Dedo
de Dios, significa que el Reino de los cielos ha llegado a Ustedes”
Hoy día muchas son las personas que en todo le echan la culpa
a los demonios, razón por la que recurren a los ángeles en busca de protección.
Pero no sólo a los Ángeles, sino también a toda clase de agoreros y adivinos,
lo que está prohibido en la Biblia (Dt 18, 12ss) ¿Dónde queda la libertad del
hombre? ¿Está o no está llamado a ser protagonista de su propia historia?
¿Dónde queda su responsabilidad? Gastan derrochan se complican la vida, y luego
exigen un milagro que solucione sus problemas económicos. Legiones de hombres y
mujeres llenan hoy día las casas de gurús, brujos, adivinos, espiritistas,
espiritualistas y charlatanes esperando que les arreglen la vida, les adivinen
el futuro, les ayuden a conseguir fortunas, les den protección contra las
fuerzas oscuras y les quiten su dinero. Si sólo escucháramos la Palabra de
Jesús: “Éfetta”, es decir, “”ábrete” a la Palabra, a la acción del Espíritu;
ábrete a la verdad, a la voluntad de Dios; el resultado sería un “hombre
nuevo”, regenerado y reconstruido. Marcos nos describe con detalle lo que Jesús
hizo con el endemoniado de Gerasa: lo liberó de una legión de demonios, y él
que antes era el terror de la comarca, ahora lo encuentran sus paisanos:
sentado, vestido y en sano juicio; es un hombre dispuesto a seguir a Jesús;
quiere ser de su grupo, Jesús, sencillamente lo envía como su primer misionero
a tierra de paganos (Mc 5, 1ss).
6. La ignorancia religiosa
El apóstol Pablo nos ha dicho con toda claridad: “Dios quiere
que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (2 Tim
2, 4) ¿Cómo pueden llegar los hombres al conocimiento de la verdad? La
respuesta a esta pregunta siempre será: “por medio de la evangelización y de la
catequesis de la “palabra de verdad” (Jn 17, 17) El Apóstol nos dicho con toda
certeza: “El hombre con mente embotada no puede conocer a Cristo” (Ef 4, 17).
La mente embotada es aquella que está revestida de tinieblas: mentira,
falsedad, y toda clase de maldad. No dudemos en decir que la “ignorancia
religiosa” es causa de perdición para mucha gente que desconoce la verdad del
Evangelio, que se niegan a ser protagonistas de su propio destino y
constructores de su propia historia; personas que evaden su realidad para poner
su vida en las manos de oportunistas y de charlatanes.
Digamos con toda certeza: Dios quiere que todo hombre sea
protagonista de su propio destino (cfrEclo 15, 15s); que tome las riendas de su
vida en sus manos, camine con los pies sobre la tierra, con su mirada puesta en
el futuro, pero, dando respuestas, hoy, a cada momento de su existencia; con
otras palabras, Dios quiere que todo hombre se haga responsable de sí mismo,
para que luego llegue a hacerse responsable de los demás, especialmente, de los
menos favorecidos. Dejemos de culpar a otros por todos nuestros fracasos.
Muchos culpan al gobierno, a los padres, a la iglesia, a los demonios, de esta
manera se auto justifican y tratan de esconder su mediocridad, su falta de
juicio y su falta de proyección.
7. ¿Qué se entiende por demonio en la época de Jesús?
Todos los estudiosos modernos de la Biblia, tanto católicos
como no católicos, están de acuerdo en decir que en la época de Jesús se le
llama demonio a toda realidad que impide que el reino de Dios crezca en el
corazón de los hombres y a la vez, hacer que la vida del hombre se convierta en
sepultura, en caos, en vacío, en tinieblas. ¿De qué demonios se trata? ¿Se
trata de debilidades humanas o de seres espirituales? ¿Se trata de barreras y
obstáculos que serían ausencia de bien, de luz, de verdad o realmente serán
mensajeros del Mal que vagan por el mundo para la destrucción de los hombres?
La Iglesia nos ha dicho que quien niegue la existencia del Demonio, se sale de
la enseñanza de la Iglesia. Pablo VI dijo: El Demonio es un ser espiritual,
perverso y pervertidor”. Por lo pronto, confiando en la enseñanza de la
Escritura y de la Iglesia, me propongo en esta reflexión presentar lo que Dios
nos ha propuesto, hablando del Paraíso: “Protégelo y cultívalo” (Gn 2, 16).
Dios quiere que todo hombre sea jardinero, cultivador de su propio corazón, de
su propia historia, de su propio destino. Sólo entonces entenderemos la
advertencia que nos hace San Pablo: “No descuides el don de Dios” (2 Tm 1, 7).
Jeremías dice a sus contemporáneos y hoy nos dice a nosotros: “Cultiven el
barbecho del corazón” (Jer 4, 3). A la luz de estas recomendaciones podemos
entender la seriedad de las palabras del Apóstol: “El que no trabaje que no
coma” (2 Ts 3,10). “El que robaba no robe más, y póngase a trabajar
honestamente con sus manos para ganar algo y poder ayudar a los necesitados”
(Ef 4,28). Tomar en serio la vida es comprometerse con el Plan de vida que Dios
nos propone: “No te dejes vencer por el mal, al contrario, vence con el bien al
mal” (Rom 12, 21).
8. ¿Cuál es el daño que hacen?
Descuidar el don de Dios, abandonarlo o enterrarlo, equivale
a dejar que los vicios o los demonios invadan la casa para que hagan de ella:
“Una cueva de ladrones”, en vez de lo que debería ser: “Una casa de Dios”
( ); descuidarlo, no protegerlo o abandonarlo
equivale a dejar que los obstáculos nos desvíen del camino; los vacíos
existenciales o las realidades negativas, dependiendo del nombre que se les
quiera dar, hagan de la vida del hombre, un caos, confusión, una sepultura.
Demonios, vicios o debilidades, son enemigos a vencer, erradicar, superar y
echar fuera para que no obstruyan el proceso del crecimiento humano. Demonios
serían entonces los que estorban a las personas para que no lleguen ni alcancen
su realización personal y comunitaria. ¿Serán los que confunden, meten miedo,
dividen, aplastan, destruyen y dan muerte? ¿Será su acción el desviar a los
hombres del “Camino” que lleva a la Casa del Padre, como también obstaculizar
el camino para que no se alcance la realización personal y comunitaria? De lo
que sí estamos seguros de la estrategia del mal. Se hace pasar por ángel de luz
para impresionar e impactar a sus víctimas. La obra de Dios la hacen aparecer
como mala, aburrida, tediosa y sin sentido; mientras que lo malo lo hacen
aparecer como lo bueno, lo útil, lo que hace feliz. (cfr 2 Cor 11, 14)
Podemos hablar de los demonios de la fama, del prestigio, del
poder, del tener, del placer realidades en sí mismas buenas, pero, al no darles
el correcto sentido hacen que la vida de los hombres se convierta en desierto,
en caos, en confusión, en vacío y, en no pocos casos, lleven a la frustración
de la vida. Se puede tener fama, prestigio y poder, pero, para que estás
realidades no pierdan al hombre, a éste, se le pide vivir en la verdad que
viene del amor y lleva al amor; toda
realidad negativa como el odio, el rencor, la pereza, el alcoholismo, el
consumismo, el afán de riquezas, el hedonismo, pueden ser llamados también
demonios o caminos torcidos que obstruyen la realización personal y
comunitaria. Para nuestra reflexión hablamos de un demonio que sería la fuente
de otros tres, que a su vez, se desencadenan en una legión de ellos que al
invadir a las personas, a las familias o a las comunidades buscan la
desintegración, la división y la destrucción de todo lo bueno, lo útil, lo
justo, lo perfecto… para convertir a las
personas en simples bosquejos de personas que no responden a lo que deben ser.
Oración: Dios nuestro que has reconciliado a la humanidad entera
por medio de tu Hijo, concede al pueblo cristiano prepararse con fe viva y
entrega generosa a celebrar las fiestas de Pascua. (Oración colecta del IV
Domingo de Cuaresma).
9.
Ley de
Cristo.
Objetivo:
Mostrar la Ley de Cristo como norma suprema para alcanzar la perfección
cristiana, mediante la donación, la entrega y el servicio al Reino de Dios.
Iluminación: “Ahora yo voy a hacer nuevas todas las cosas” (Apoc 21,5).
Jesús vino del Cielo, el lugar donde vive
Dios, a instaurar en la tierra el Reino de los Cielos o Reino de su Padre o
Reino de Dios. En primer lugar aclaremos que la Palabra Reino no se refiere
a ningún territorio concreto, sino y mas bien, Jesús se refiere al poderío
de la acción divina en este mundo que va trasformando lo viejo en nuevo, lo
injusto en justo y lo enfermo en sano, y seguirá siendo así hasta que
llegue a cumplirse su voluntad en todas las cosas. El Reino de Dios no es
algo estático, ya hecho, sino algo
dinámico, que está sucediendo y que crece con fuerza (Mc. 9,1-2)
|
1.
Si
conocieras el don de Dios.
Jesús de Nazaret, es un buscador
de perlas preciosas, de corazones rotos, de vidas destruidas. Es también Aquel
que se deja encontrar, se hace el encontradizo. El Evangelio de Juan nos habla
de su encuentro con una mejor conocida como la samaritana, mujer que había ido
de hombre en hombre, de experiencia en experiencia en búsqueda de la
felicidad. El Señor, sentado en brocal
del pozo de Jacob, la espera, le dirige su palabra, le hace una petición: “Dame
de beber”. Ella se niega y le recuerda que la enemistad que existe entre judíos
y samaritanos. Jesús no se da por vencido y vuelve a decirle: “Si conocieras el
don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y él te
daría agua viva” (Jn 4, 1ss). El don de Jesús es el Agua Viva, el don de su Espíritu.
A eso ha venido de junto al Padre, a traernos al Espíritu Santo, o como dijo el
Papa Benedicto XVI: “Ha venido a traernos a Dios”.
El Espíritu Santo que Dios nos da
en Cristo y por Cristo, es infundido en nuestros corazones para que podamos
comprender las palabras de Jesús; nos consuela en los momentos difíciles; nos
defiende en la lucha contra los adversarios; nos da las palabras acertadas en
los momentos de prueba; nos capacita para discernir entre lo bueno y lo malo;
nos guía por los caminos de Dios; nos enseña a vivir en comunidad fraterna; nos
capacita para toda obra buena y nos configura con Jesús el Señor para que
lleguemos a tener sus mismos sentimientos de acuerdo a las palabras del Apóstol
(Flp 2, 5). Podemos decir que sin el Espíritu Santo, somos, sencillamente, un
cadáver y nuestra vida será estéril e infecunda, sin los frutos de la fe,
llamados también frutos del Espíritu (Gál 5, 22) Gracias a la presencia del
Santo Espíritu en nuestra vida se actualiza hoy día en nosotros la “Obra
Redentora de Cristo Jesús”, nos apropiamos de los Frutos de la Redención y
podemos guardar el Mandamiento de la Ley de Cristo, que es la ley del Amor.
2.
El
Mandamiento Regio.
Jesús de Nazaret, hombre que se
pasó la vida haciendo el bien, curando a los enfermos, sanando a los oprimidos
y enseñando el camino de la verdad y del amor; defendió a las mujeres, jugó con
los niños, se sentó a la mesa con
pecadores, se hizo amigo de publicanos y de prostitutas; en los últimos días de
su vida quiso dejar a sus amigos y discípulos el estilo de vida que había
vivido al recorrer los caminos de Galilea y Judea. “Llegado el momento, después
de haber amado a los suyos, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1); sentado a la mesa con ellos y después de haberles
lavado los pies les dijo:
“Ustedes me llaman maestro y señor, y en verdad lo soy; y dicen bien. Pues
yo que soy maestro y señor les he lavado los pies, ustedes deben lavarse los
pies unos a otros. Les he dado ejemplo para que hagan ustedes lo mismo” (Jn 13,
13- 15)
Lavar pies significa ayudar a
otros a crecer en la fe y ayudarles a vivir una vida más digna. Podemos afirmar
que lavar pies es amar con humildad y sencillez; es amar haciéndose como niños.
Para un creyente que quiera vivir su fe de manera sincera y auténtica, lavar
pies significa servir al estilo de Jesús: por amor hasta las últimas
consecuencias. Para el cristiano servir es amar, es dar vida. Cristiano es el
que es portador del amor de Cristo. Sin amor nadie debería atreverse a llamarse
cristiano. Jesús ha venido a Jerusalén para graduarse como el Siervo de Dios;
como el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Al hacerlo, invita a
los suyos a graduarse con él: “Hagan ustedes lo mismo”. Los constituye
servidores de la Humanidad; ministros de la Nueva Alianza.
Antes de terminar la cena,
después de que Jesús había anunciado la traición de uno de los suyos, Judas
salió del cenáculo, entonces Jesús dijo: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del
Hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también
Dios lo glorificará en sí mismo y pronto lo glorificará. El Señor Jesús con su
corazón lleno de ternura y compasión dice a los suyos: “Hijitos, todavía estaré
un poco con ustedes”. Mirando a cada uno de sus discípulos les dejó su
“legado”: “Les doy un mandamiento nuevo:
´que se amen los unos a los otros, como yo los he amado´; y por este amor
reconocerán todos que ustedes son mis discípulos” (Jn 13, 31- 35).
Para creer en las palabras de
Jesús y ser capaces de ponerlas en práctica es necesario tener un corazón de
pobre. Pobre es aquel que reconoce sus debilidades y pecados para acercarse a
Dios con un corazón abatido y contrito para confesar sus culpas y recibir la
misericordia del Señor. Pobre es aquel que nada tiene, por eso puede poner su
confianza en Dios y amar desde su
pobreza al compartir sus bienes porque no se considera amo y señor, sino siervo
y administrador de la multiforme gracia de Dios. Recordando las palabras del
Obispo Dom Cámara decimos: nadie es tan
suficientemente rico que no necesite de los demás, y nadie es tan
suficientemente pobre que no tenga algo para compartir con otros.
3.
Las
manifestaciones del reino de Dios en los discípulos.
·
Una de las manifestaciones claras de la
presencia del reino es el desprendimiento que se manifiesta en el compartir. El
compartir es el primero de los valores del reino que estamos llamados a
cultivar.
·
Otra manifestación es la dignidad humana
compartida por todos los seres humanos. La luz del reino nos da una mirada para
ver a los otros como iguales en dignidad.
·
Una de las manifestaciones más claras
del reino es la solidaridad humana. Solidario es el hombre que se mete en los
zapatos del otro, del pobre, del necesitado; hace propio el sufrimiento y el
dolor de los demás, a quienes ve como hermanos.
·
Otra manifestación es la humildad que se
manifiesta en la donación, la entrega y en el servicio. Sólo los humildes
sirven con entusiasmo, fortaleza y amor.
·
La sencillez de vida que nos impide
complicar la vida a los demás y que nos lleva a la transparencia que nos arrebata la máscara de la hipocresía.
Para Jesús el Reino de Dios es
Buena Noticia, especialmente, para los pobres. Hablar del Reino es hablar del
amor, la paz y la justicia. Justicia a Dios y justicia a los hombres. Hacemos
justicia a Dios cuando guardamos sus Mandamientos que no tienen otro sentido
que el amor y el servicio a los hombres, pero, también hacemos justicia a Dios
cuando elegimos el camino que Él nos propone. Este camino es Jesucristo:
Camino, Verdad y Vida. Le hacemos justicia a Jesucristo cuando elegimos el
camino que nos propone: El Amor, que es dar vida, es entregarse, es donarse a
los otros para que vivan con dignidad. Le hacemos justicia a los demás cuando
los reconocemos, aceptamos y respetamos como personas. Les ayudamos a remover los
obstáculos que impiden su realización personal y ponemos los medios que te
poseemos a su disposición.
4.
El Reino
de Dios es para los pobres.
Jesús predicó su Evangelio a un
pueblo que vivía de las ideas y tradiciones del Antiguo Testamento. Cada uno a
su modo, todos esperaban el Reino de Dios: los fariseos en la fiel observancia
de la Ley; los esenios, en el retiro del desierto; los zelotes, por la
observancia revolucionaria con intereses políticos. Por otro lado existen los
pobres de Yahvé, ellos deseaban la venida de un rey, que por fin implantaría en
la tierra el ideal de la verdadera justicia (Is 11, 3-5; 32, 1-3) Los pobres
esperaban una liberación espiritual que sólo podría venir de Dios. La justicia
de este rey esperado consistiría en ser voz de los que no tienen voz; en
defender a los que no pueden defenderse por sí mismos. Así lo había dicho el
Salmista: “Qué él defienda a los humildes de su pueblo, socorra a los hijos del
pobre y quebrante al explotador…El librará al pobre que pide auxilio, al afligido
que no tiene protección; él se apiadará del pobre y del indigente, y salvará la
vida de los pobres; él vengará la vida de la violencia, su sangre será preciosa
a sus ojos” (Sal 72,4.12-14)
Cuando Jesús dice que ya llega el
reino de Dios quiere decir que por fin se va a implantar la situación anhelada
por los marginados y despreciados de este mundo: por fin se va a realizar la
justicia según Dios para los desheredados, los oprimidos, los débiles los
indefensos, los pequeños, los pobres (Mt 5, 19; Mc. 10, 14; Lc. 6, 20). Cuando
Jesús dice que el reino de Dios que se acerca es sobre todo para los pecadores
y no para los justos, se convierte en causa de escándalo (Mt. 6, 11), no está
excluyendo a los justos, sino que éstos, están llamados a perder terreno, a
dejar de creerse buenos y mejores que los demás; dejar su soberbia y hacerse
humildes para reconocerse pecadores como el publicano del Evangelio y llegar a
ser como niños; haciéndose así candidatos para que en ellos se manifieste el
poder redentor del Cristo de Dios por el camino del “Nuevo Nacimiento”, del
cual le habla Jesús a Nicodemo (Jn 3, 1- 5).
Al decir Jesús que ha sido ungido para evangelizar a los pobres (Lc 4,
18), Él quiere dar una esperanza a los que nunca la tuvieron, por ser pobres y
marginados. Las palabras del Señor Jesús al estar llenas de esperanza hacen que
los pobres se sientan amados por Dios. Él, Jesús hace presente el Reino de Dios
entre los hombres y lo siembra en sus corazones. ¿Cómo lo hace? Movido por el
amor y la compasión:
·
En primer lugar anunciando la Buena
Nueva: predicación y enseñanza. Jesús siembra la semilla del Reino: “La Palabra
de Dios”. Por medio de su Palabra Jesús denuncia la injusticia y siembra “una
esperanza en quienes lo escuchan y acogen”.
·
En segundo lugar Jesús ejercitó una
actividad liberadora por medio de sus milagros y de sus exorcismos. Ellos son
la señal que el reino de Dios ha llegado (Mt 12, 28) Son obras a favor de quien
está necesitado y son a la vez la señal de que el fin del reinado del mal ha llegado
a su término.
·
En tercer lugar Jesús promueve la
solidaridad entre los hombres. Él, no sólo enseña con Palabras, sino y de
manera especial, con su propio estilo de vida: se sienta a la mesa con
pecadores, marginados y oprimidos por lo sociedad, come y dialoga con ellos,
para enseñarnos que también ellos son invitados a sentarse a la “Mesa con el
Padre Celestial”.
·
En cuarto lugar Jesús denuncia toda
acción, actitud o estructura que mantenga a los hombres divididos en lobos y en
corderos, en “orgullosos” y en “despreciados”. Jesús llama necio al rico
agricultor (Lc. 12, 16-18); condena al rico Epulón (Lc. 6, 19-319; llama
malditos a los que no ayudan a los pobres (Mt 25, 41-45)
·
Por último Jesús vive y propone la
práctica del amor como ley de vida en el reino. El reino se construye en la
medida en que vivimos en el amor fraterno; amándonos como hermanos, nos sabemos
amados por Dios mismo. Vivir según Dios es vivir amándonos porque Dios es amor.
(1 de Jn 4,7) El reino de Dios es pues,
reino de justicia, de amor, de paz, de vida y de verdad. (cfr Rom 14,
17). Por eso, la novedad del Anuncio de Jesús consiste: en que los pobres
vuelven a la vida, a la justicia, a la verdad, a la libertad, a la dignidad del
amor fraterno.
Para leer y comentar en grupo 1 carta de
Juan 1, 7- 2, 4:
“Mas si andamos en la luz, como El está en la
luz, tenemos comunión los unos con los otros, y la sangre de Jesús su Hijo nos
limpia de todo pecado. Si decimos que no
tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en
nosotros. Si confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para
perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad.… Hijitos míos, os
escribo estas cosas para que no pequéis. Y si alguno peca, Abogado tenemos para
con el Padre, a Jesucristo el justo. El mismo es la propiciación por nuestros pecados, y no
sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero. Y en esto sabemos que hemos llegado a
conocerle: si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo he llegado a conocerle, y no
guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él”.
Oración
de alabanza para agradecer por la obra de Dios realizada en nuestra vida por la
acción del Espíritu santo.
10. ¿Cómo entrar al reino de Dios?
Objetivo: Mostrar las exigencias fundamentales para entrar al
Reino de Dios y crecer en él, como discípulos de Cristo Jesús, servidores de la
Verdad.
Iluminación: “Yo te aseguro que quien
no renace de lo alto, no puede ver el Reino de Dios”. Nicodemo le preguntó:
“¿Cómo puede nacer un hombre siendo ya viejo? ¿Acaso puede, por segunda vez,
entrar en el vientre de su madre y volver a nacer?”. Le respondió Jesús: “Yo te
aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino
de Dios. Lo que nace de la carne, es carne; lo que nace del Espíritu, es
espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: ‘Tienen que renacer de lo alto’.
El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a
dónde va. Así pasa con quien ha nacido del Espíritu”
(Jn 3, 1- 5).
1.
Por la
fe y la conversión
Para entrar al reino de Dios hay
que cambiar de vida, es decir, cambiar el modo de pensar y de actuar para poder
creer en la Buena Noticia. Pues según el modo de pensar del mundo es imposible
aceptar los valores del reino. Es necesario un cambio profundo de corazón para
poder entender al Dios verdadero, el Dios de Jesús. Convertirse es, pues,
volverse al Dios vivo y verdadero, al estilo como lo hizo el hijo pródigo (Lc.
15. 11sss), para conocerlo, amarlo y servirlo (cfr 1 Ts 1, 9) Pero, hemos de
decir que no hay conversión sin encuentro con Jesús, con su Palabra. Sólo la
experiencia de encuentro con el Señor nos pone en el camino que nos lleva a la
“Casa del Padre”. Fe y conversión son dos realidades inseparables que se
interrelacionan mutuamente para forjar la experiencia cristiana.
2.
¿Cómo
lograr esta clase de conversión?
Sólo por la acción del Espíritu
Santo que nos lleva al encuentro con Jesús, Buen Pastor, que busca a las ovejas
perdidas, hasta encontrarlas (Lc 15, 4). En el encuentro con Jesús nos
encontramos no solo con nuestra propia miseria, sino también con la ternura y
la bondad del Pastor. El encuentro es el punto de partida de toda auténtica
conversión. En segundo lugar “hay que
hacerse violencia dentro, en el corazón (Mt 11, 12) “Forcejeen para abrirse
paso por la puerta estrecha” (Lc. 13, 24). En este esfuerzo nunca estamos
solos: la Gracia de Dios, el Espíritu Santo, nos acompaña y fortalece nuestra
debilidad (Rom. 8, 26) Quien no se esfuerce por negarse a sí mismo y cargar la
cruz de Jesús no es digno del reino (Mt. 10, 38) Para entrar y permanecer en el
reino hay que aprender a pensar y actuar según Dios. Nos salen al paso algunas
exigencias: vencer algunas crisis reales para poder decidirse por Jesús y su
reino (Lc. 17, 21); hay que estar dispuestos a perderlo todo para adquirir la
Perla preciosa (Mt. 13, 45-46); hay que buscar el reino de Dios y su justicia,
siempre y en primer lugar, lo demás viene por añadidura.
El Espíritu
Santo es el que forja las personalidades cristianas maduras, pero para hacerlo
requiere de nuestra colaboración; necesita que le dejemos modelarnos, que
sigamos sus inspiraciones. Por eso para “vivir en la Verdad” somos invitados a
vivir abiertos a la acción poderosa del Santo Espíritu y a incrementar en
nuestras vidas la fe y la docilidad a su acción, porque sólo Él puede hacer de
cada uno un verdadero santo y un apóstol de Jesucristo.
3.
¿Qué es
la conversión Cristiana?
Por la acción del Espíritu Santo
que irrumpe en la vida de los pecadores, para hacer nacer en ellos los deseos
de volver a la Casa del Padre, y de esta manera, abandonar las obras muertas de
la carne y orientar la vida hacia Dios.
La conversión cristiana siempre será
ir a Jesús: “Todas las cosas me han sido entregadas por mi Padre; y nadie
conoce al Hijo, sino el Padre, ni nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y aquel
a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí, todos los que estáis
cansados y cargados, y yo os haré descansar. Tomad mi yugo sobre vosotros y
aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y HALLAREIS DESCANSO PARA
VUESTRAS ALMAS.… Mateo 11, 28:
La conversión es el paso de la sequía a las aguas
vivas: Jeremías 2, 1: “Porque
dos males ha hecho mi pueblo: me han abandonado a mí, fuente de aguas vivas, y
han cavado para sí cisternas, cisternas agrietadas que no retienen el agua”. De
la tierra a una tierra que mana leche y miel.
La conversión es el paso de la muerte a la vida: “Pero ahora, habiendo sido libertados del
pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y
como resultado la vida eterna. Porque la paga del
pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor
nuestro” (Rm 6, 22- 23).
La conversión es el paso de las
tinieblas a la luz: “Jesús les habló otra vez, diciendo: Yo soy la luz del
mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la
vida. Entonces los fariseos le dijeron: Tú das testimonio de ti
mismo; tu testimonio no es verdadero” (Jn 8, 12-13). “Porque antes erais tinieblas, pero
ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de la luz (porque el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad) (Ef
5, 8-9).
La conversión es un Nuevo Nacimiento, del agua y del
Espíritu: “En
verdad, en verdad te digo que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de
Dios (Jn 3, 3). Toda nuestra vida, cuando está
orientada a Dios, es un continuo morir al pecado para vivir para Dios, en
Cristo Jesús. Nacimiento que nos hace hijos de Dios, hermanos y servidores de
los demás, como discípulos misioneros de Jesucristo.
4.
¿Dónde se construye el reino de Dios?
El Reino de Dios se construye en una sociedad
nueva. Jesús nos los dijo: “El vino nuevo en odres nuevos” (Mc 2, 22).El reino
de Dios busca la construcción de una sociedad digna del hombre, pues solo así
será digna del Padre y de todo el hombre: una sociedad en camino hacia la nueva
fraternidad, la igualdad y la solidaridad entre todos ha de estar libre de la
vieja levadura. El sistema actual se basa en la competitividad, en la lucha del
más fuerte contra el más débil y la dominación del poderoso sobre el que no
tiene poder (Mc 10,42).
Frente a esto Jesús proclama que
Dios es Padre de todos por igual, y por ello, todos han de ser hermanos, con la
misma dignidad y los mismos derechos; sociedad en la que se debe privilegiar al
menos favorecido, al enfermo, al indefenso y al pobre. Esta nueva sociedad es
la “Comunidad de Jesús”, la Iglesia, en la cual nadie debe ser excluido. Con
tristeza podemos ver que no siempre es así, que distamos muchos de ser lo que
deríamos ser: ciudadanos del reino de la luz, del amor, de la justicia.
5. ¿Cómo realizar esta utopía?
Éste es el ideal del reino de
Dios predicado por Jesús. Este proyecto no se puede implantar por la fuerza
tiene que realizarse poco a poco mediante la conversión de la mente y los
corazones. El reino de los Cielos se va construyendo donde haya hombres y
mujeres que cambien radicalmente su propia mentalidad, su escala de valores, su
apreciación práctica y concreta por el dinero, el poder y el prestigio. El
reino es como una pequeña semilla que se va desarrollando poco a poco, pero con
firmeza (Mc 4,30-35); semilla buena que por ahora crece junto a la mala yerba
pero que puede llegar a convertirse en arbusto grande. El reino de Dios no
empieza grande y portentoso, en medio de aplausos y de ostentación, todo lo
contrario, necesita de un terreno pobre y humilde para que pueda implantarse en
nuestro corazón y en medio de nosotros.
Pero también hemos de reconocer
que hay mucha gente que llama reino de Dios
a lo que nada tiene que ver con él o hasta a proyectos contrarios al reino. Por eso,
más que hablar del reino de Dios,
debemos hablar del “Reinado de Dios”, tal cual lo presenta Jesús, no es el
resultado de aplicar y vivir al pie de la letra la ley religiosa de Israel.
Como tampoco es el resultado de una práctica fiel y observante de obras
religiosas como serían el culto, la piedad, los sacrificios. Creo, que por esa
razón Jesús defraudó a muchos hombres de
su pueblo y de su época.
Jesús no creó comunidades de
puros santurrones, sino de creyentes, conscientes de su pecado y del amor sin
límites del Padre de los Cielos. Pecadores redimidos que expresan en una nueva mentalidad y actitudes sinceras
la presencia del reino de Dios en sus vidas. Nada de actitudes perfeccionistas,
rigoristas o legalistas, eso es fariseísmo. Los opresores, los orgullosos, los
ricos egoístas no sirven para el reino. En Israel muchos de ellos se
consideraban justos ante Dios y sin embargo Jesús dice a sus discípulos: “si
vuestra justicia no supera la justicia de los fariseos no entrareis al reino de
Dios” Mt 5, 20).
6.
Es un Reino de amor.
El reino que predica Jesús no es
un reino de poder. Cuando el Diablo le ofreció el poder terreno, Él lo rehusó
enseguida (Mt. 4, 8-10). Cuando el pueblo quiso nombrarlo Rey, Él huyó al monte
(Jn 6, 15). Cuando Pilatos le preguntó si Él era Rey, Jesús le contestó: “Yo no
soy rey de este mundo, como ustedes piensan (Jn. 18, 36); el poder de Jesús es
diferente: No es como el de este mundo corrompido: En este mundo no se respeta
a la persona porque sea persona, se le respeta por su dinero, por supuesto,
porque usa uniforme o lleva condecoraciones, o por el color de su piel, por la
marca de carro, de la ropa que usa, etc. No así para Jesús, cuando alguien le
pregunta sobre quién era el más importante; Jesús abrazando a un niño oloroso y
sucio, dijo: “Este” (Lc. 9, 46-48)
A lo largo de toda su vida Jesús
sufrió la tentación del poder (Lc. 4, 1-13). La tentación consistía en reducir
la idea de reinado universal y total de Dios. Reducir el reino a una forma de
dominación política: la tentación en el cerro desde donde el Diablo le muestra
los reinos de este mundo; o reducir el reino al poder religioso: la tentación
en el pináculo del Templo; o reducirlo a
la satisfacción de las necesidades fundamentales del hombre: La tentación de
trasformar las piedras en pan.
Eran tres tentaciones de poder
que correspondían al modelo del reino que esperaba la gente de entonces. Jesús
fue tentado pero no vencido. Se negó a dejarse manipular por los hombres de su
época, como también se negó a manipular la voluntad de los hombres y a
quitarles la responsabilidad de construir un mundo justo, de hermanos. Algo que
Jesús nunca haría es manipular o dejarse manipular.
Jesús el Hijo de Dios se negó
rotundamente a encarnar un reino de poder; éste está cimentado en la mentira.
El encarna el amor y no el poder de Dios en el mundo: Hace visible el poder
propio del amor de Dios, que consiste en dar la vida para que se construya una
sociedad más humana: un mundo lleno del amor fraterno sin tener que forzar a
nadie y sin quitarle a nadie su
responsabilidad. Jesús rechaza todo poder dominador como algo propio del
Diablo. Jesús manifiesta el poder de su Padre, sirviendo, lavando pies,
limpiando leprosos.
El reinado de Dios predicado por
Jesús no coincidió con las ideas nacionalistas que tenían algunos judíos, como
los zelotes. Podemos decir entonces que nadie podrá jamás comparar el reinado
de Dios con una situación socio-política determinada. Ningún partido político podrá llamarse cristiano,
pues el proyecto del reinado de Dios es mucho más grande y sublime que todos
los proyectos de los hombres. No existe proyecto político que se iguale al
ideal predicado por Jesús
Por lógica, podemos añadir, que
es absolutamente imposible implantar el reinado de Dios por la fuerza de las
armas o por el poderío de los ejércitos. El reinado de Dios predicado por Jesús
nada tiene que ver con los golpes de Estado. “Mi Reino no es de este mundo”
quiere decir que no se identifica con “el sistema establecido”. Nada tiene que
ver, ni con los fines ni los intereses de este mundo: mundo de mentira, de
explotación e injusticia. El reino de Dios, es el reino de la verdad, de la justicia, de la libertad
y del amor, mientras que los reinos de este mundo se miden con cuentas
bancarias, con títulos de propiedad, con carros lujosos o con ropas elegantes,
el reino de Dios se manifiesta en la debilidad y en la sencillez de los hombres
que se lavan los pies unos a los otros, a ejemplo de Jesús.
7.
Las
Manifestaciones del reino de Dios.
Para Jesús el reino de Dios tiene
sus manifestaciones propias y por lo tanto inconfundibles: el amor, la
justicia, la paz y el gozo en el
Espíritu Santo (Rom 14,17). Su Ley por
lo tanto es el amor: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los
otros. Que como yo os he amado, así os améis vosotros los unos a los otros” (Jn
13,34). El mandamiento de la Ley de Cristo exige, para poder guardarlo tres
exigencias fundamentales: La primera estar en comunión con Cristo: ser creatura
nueva (2Cor 5,17). Jesús nos los había dicho: “Solamente unidos a mi podéis dar
fruto sin mi nada podéis hacer” (Jn 15,5). La segunda exigencia es guardar los
mandamientos, todos, los 10 Mandamientos, quien este rompiendo uno de ellos no
puede guardar el Mandamiento nuevo, por lo mismo la Ley de Cristo nos pide
salir del pecado, cualquiera que éste sea. En tercer lugar para guardar el
Mandamiento nuevo los hombres y la sociedad de hoy hemos de poseer el “don del Espíritu Santo”.
8.
Yo soy
el que hace las cosas nuevas.
El Apóstol Pablo nos ha legado un
Mensaje lleno de esperanza, de consuelo y de alivio: “Todo el que está en
Cristo es una creatura nueva, lo viejo ha pasado, lo que ahora hay es nuevo
(cfr 1 Cor 5, 17) ¿Qué fue lo viejo? ¿Qué es lo nuevo? La respuesta es personal,
brota de la experiencia de encuentro con Cristo. La novedad del reino es Jesús,
es el Espíritu Santo, es el hombre nuevo, es la comunidad fraterna. La Palabra
de Dios en el libro del Apocalipsis nos descubre la presencia del reino que se aproxima al hombre,
de tal manera que presente y futuro están unidos íntimamente entre sí:
“Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y
la primera tierra habían desaparecido y el mar ya no existía. También vi que
descendía del cielo, desde donde esta Dios, la ciudad santa, la nueva
Jerusalén, engalanada como una novia, que va a desposarse con su prometido. Oí
una gran voz que venía del cielo, que decía: “Ésta es la morada de Dios con los
hombres; vivirá con ellos como su Dios y ellos serán su pueblo. Dios les
enjugará todas sus lágrimas y ya no
habrá muerte ni duelo, ni penas ni llantos, porque ya todo lo antiguo terminó”.
Entonces el que estaba sentado en el trono, dijo: “Ahora yo voy a hacer nuevas
todas las cosas”(Apoc 21, 1- 5).
Lo que da sentido a la vida del
hombre no es su situación actual, sino lo que está llamado a ser: Hombre nuevo,
solidario y fiel a los principios y a los valores del Reino que son el fundamento de la comunidad
fraterna. Digamos con toda claridad que el hombre de fe no vive instalado en un
presente que no cambia y temeroso de un futuro incierto. El creyente en Jesús
está siempre en actitud de apertura hacia el futuro, viviendo el presente en
actitud confiada, sabiendo que el futuro pertenece a Dios. La razón se
encuentra en la actitud de Jesús en el pasado de los pecadores: es de poco
interés. El no condena a nadie, solo le interesa las posibilidades del futuro
que la conversión tiene en el presente. San Lucas nos describe la señal que nos
ayuda a descubrir la presencia del reino de Dios entre nosotros: “Si los
demonios empiezan a ser expulsados, es que el reino de Dios ha llagado a
ustedes”. Los demonios estorban al crecimiento del reino entre nosotros. Los
más destacados son el individualismo, el relativismo, la mentira, la
corrupción, el fraude y otros muchos más. Mientras que la fe en Cristo
resucitado se convierte en el Camino para hacer las cosas nuevas. Una manera de pensar, de sentir y de actuar
que nos identifica con Jesús el Hermano de todos, el Sembrador del reino que en
los últimos momentos de su vida gritó: “Padre en tus manos me abandono” (Lc 23,
46), para invitarnos a creer en la
Resurrección y a no tener miedo al futuro. Así nos lo había dicho desde
antes:
“No andéis preocupados diciendo: que vamos a comer, que vamos a beber, con
que vamos a vestirnos que por todas estas cosas se afanan los gentiles: pues ya
sabe Vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo esto, buscad primero
su Reino, y su justicia, y todas esas cosas se les dará por añadidura. Así que
nos os preocupéis por el mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día
tiene bastante con su propio mal”
(Mt 6, 31-34).
Una señal evidente de que el
reino de Dios quedará al descubierto cuando seamos hombres “Abiertos a la Verdad”
será el amor a Dios y a los pobres. La amistad con Dios en Jesús y el amor
fraterno son una señal evidente que tenemos, aunque gradual, un auténtico y
verdadero un conocimiento de Dios,
Todo servidor público, ya sea religioso, político o educador debe tener presente que para construir una
sociedad en la cual crezca “la Civilización del Amor”, que tiene como
fundamento los valores del Reino: “La Verdad, la Justicia, la Libertad y el
Amor”, en esta Civilización todo está
al servicio de todos, ya que Dios creó todo para todos. En el reino de Dios
nadie puede vivir para sí mismo. Ahí no hay hermanos separados, ni adversarios,
nadie debe ser extraño a los demás: todos viven la comunión que hace Dios. Amén
Conclusión: La verdad es el fundamento de todas las
libertades. Hoy día se dice que existen muchas libertades, cuando en realidad existen
muy pocos hombres libres que con valentía respondan al clamor de los más
débiles con voz solidaria: “De a cómo nos toca” (Obispo Samuel Ruiz). Hombres
libres para amar, para compartir, para servir. Eso es vivir en la verdad.
Llevar una vida sin apegos que oprimen y hacen perder el tiempo.
Y si tuviera
muchas cosas tendría que ocuparme de atenderlas y no podría hacer lo que
realmente me gusta.
Esa es la
verdadera libertad, la austeridad, el consumir poco. La casa pequeña, para
poder dedicar el tiempo a lo que realmente disfruto.
Si no, tendría
que tener una empleada y ya tendría una interventora dentro de la casa. Y si
tengo muchas cosas me tengo que dedicar a cuidarlas para que no me las lleven.
No, con tres
piecesitas me alcanza. Les pasamos la escoba entre la vieja y yo; y ya, se
acabó. Entonces si tenemos tiempo para lo que realmente nos entusiasma. “
No somos pobres”
(José “Pepe” Mujica).
Jesucristo se
hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (2 Cor 8,9) Ahora gracias a
Cristo, el Señor, nuestra riqueza es ser “hijos de Dios”, “hermanos de los
demás” y “servidores de ellos”.
“Lo que
realmente motiva al hombre que vive en la verdad, es el amor de Cristo que
supera todo poder” (Ef. 3, 19) La verdad y el amor son el fundamento del
compromiso solidario manifestado como servicio libre, consciente y voluntario,
a favor de los menos favorecidos, para que lleguen a tener una vida digna.
Compromiso que nos hace decir que el camino que nos lleva a la Paz es la
Justicia.
Dormía..., dormía y soñaba que la vida no era más que
alegría. Me desperté y vi que la vida no era más que servir... y el servir era
alegría (Tagore).
Cada día no dejo de maravillarme de
la grandeza de tu creación, del infinito amor que has plasmado en cada una de
tus obras, de la perfección que se esconde detrás de cada átomo, de cada célula
que con exactitud matemática has forjado en la Tierra. De la grandiosa
concordancia de tus creaciones me admiro, me arrodillo y te agradezco por
permitirme ser parte de la misma, por darme la vida y la consciencia para
conocer una parte de tu universo.
Definitivamente no me caben las
palabras para alabarte, para asombrarme ante tu magnificencia, Señor. Y es que
cada vez que el mundo contemporáneo saca a la luz un descubrimiento del cómo de
tu obra, no puedo sino maravillarme aún más de la perfección que está detrás de
cada cosa que has hecho. Para mí la ciencia es la comprobación infalible de que
estás ahí, de que tu poderosa mano le ha dado la perfección a cada gramo de
vida.
Veo la luz de tu Palabra en cada
animal, en cada planta, en cada roca. Te veo a Ti en cada cosa, veo el rastro
de tu mano detrás del cual no hay sino cualidades congruentes.
Me he percatado que tu Palabra no
solamente está en tus escritos, sino también en tu creación. La vida que con
amor has depositado en la Tierra tiene tu huella, posee la espectacularidad y
la libertad, características que has tenido en mente a la hora de dar rienda
suelta a tu infinita imaginación.
Veo la luz de tu Palabra, mi Salvador, la protegeré y
la seguiré para acompañarte a Ti cuando la prueba haya culminado.
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