EN EL CUERPO GLORIFICADO DE CRISTO HABITA TODA LA PLENITUD DE DIOS.

 


EN EL CUERPO GLORIFICADO DE CRISTO HABITA LA PLENITUD DE DIOS.


En Cristo, en su cuerpo glorificado, habita toda la plenitud de la deidad; e, incorporados a él, alcanzáis también vosotros esa plenitud en él. Con Cristo fuisteis sepultados en el bautismo, y con él resucitasteis mediante la fe en el poder de Dios, que lo resucitó de entre los muertos. (Col 2, 9-10a. 12)

En el cuerpo de Cristo crucificado, resucitado y glorificado, habita toda la plenitud de Dios. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos y toda lengua confiese que Cristo Jesús es SENOR para gloria de Dios Padre. (Flp 2, 9- 11) ¿Cómo podemos incorporarnos a él? Por la fe y el bautismo (Gál 3, 26- 27) Por la unidad, el conocimiento de Dios, hasta alcanzar la madurez en Cristo (cf Ef 4, 13) Sin la fe, sin el bautismo y sin conversión no entramos a la plenitud de Cristo. Lo que significa no alcanzar sentarse a la derecha del Padre en la unión con Cristo Jesús.

Para sentarse a la derecha del Padre hay que ascender, hay que crecer para llenarse de Cristo. Hay que haber resucitado, haber sido sepultado y muerto con Cristo. Lo que pide haber nacido de nuevo y haber amado y caminado con Jesús. Lo que Pablo nos dice: Pero Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amo, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo - por gracia habéis sido salvados  y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús, a fin de mostrar en los siglos venideros la sobreabundante riqueza de su gracia, por su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es un don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe. (Ef 2, 4- 9)

Ahora, ¿qué podemos hacer? Dos cosas, una es negativa y la otra es positiva. La primera es rechazar el alimento espiritual mundano. Y el otro comer, beber y vestirse con el alimento que Dios nos ofrece: Rechazad, por tanto, toda malicia y todo engaño, hipocresías, envidias y toda clase de maledicencias. Como niños recién nacidos, desead la leche espiritual pura, a fin de que, por ella, crezcáis para la salvación, si es que habéis gustado que el Señor es bueno. (1 de Pe 2, 1- 3) Cuando no hay  hambre de Dios es porque estamos alimentándonos con el alimento chatarra de la carne. El niño que es alimentado con el alimento de Dios, crece, se levanta, camina y trabaja. Va trabajando en su crecimiento espiritual, hasta sentarse a la derecha del Padre en la unión con Cristo Jesús. Trabaja en su liberación, en su salvación y en su santificación.

Todo aquel que ha nacido de Dios, es un hombre nuevo, le pertenece, lo ama y lo sirve. Pablo nos explica lo que esto significa: Pues los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias. Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu. (Gál 5, 24- 25) Es un discípulo de Cristo que camina, no se arrastra. Está crucificado con Cristo, muriendo al pecado y viviendo para Dios. La cruz es su trono, camino que lo lleva a la resurrección, a la Pascua de Cristo. Jesús le dijo a sus discípulos: Permanezcan en mi amor (Jn 15, 9) No se bajen de la cruz. Con palabras de Lucas: “Niégate a ti mismo, toma tu cruz y sígueme” (cf Lc 9, 23) Tres realidades que podemos reducirlas a dos: Ámame y sígueme, para que donde yo esté, estén también ustedes. (Jn 12, 23- 24)

 

Ahora sigue la ascensión, subir al Cielo con Cristo y sentarse a la derecha del Padre. ¿Cómo hacerlo? Cultivando y protegiendo la fe (Gn 2, 15) “Cultivando el barbecho del corazón (Jer 4, 3) Pablo nos recuerda: “Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios.” (Col 3, 1- 3) Las cosas de arriba donde está Cristo son las virtudes, que son vigor, fuerza y energía de Dios en nuestros corazones. (cf Ef 5, 9; 6, 10)

Las virtudes son las lámparas encendidas en nuestra vida, es revestirse de Cristo (Rm 13,14) Es renovarse y revestirse del hombre nuevo en justicia y en santidad (Ef 4, 24) Para ponerse el vestido de Cristo hay que despojarse del traje de tinieblas (Rm 13, 12) Hay que darle muerte al hombre viejo, según lo dice Pablo: “Por tanto, mortificad vuestros miembros terrenos: fornicación, impureza, pasiones, malos deseos y la codicia, que es una idolatría, todo lo cual atrae la cólera de Dios sobre los rebeldes, y que también vosotros practicasteis en otro tiempo, cuando vivíais entre ellas. Mas ahora, desechad también vosotros todo esto: cólera, ira, maldad, maledicencia y palabras groseras, lejos de vuestra boca.” (Col 3, 5- 8)

 

No os mintáis unos a otros. Despojaos del hombre viejo con sus obras, y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador, donde no hay griego y judío; circuncisión e incircuncisión; bárbaro, escita, esclavo, libre, sino que Cristo es todo y en todos. (Col 3, 9- 11) Huyan de la corrupción del pecado para que participen de la naturaleza divina (2 de Pe 1, 4)

 

Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección. (Col 3, 12- 14)

Para revestirse con las virtudes hay que permanecer en la cruz de Cristo, hay que morir y hay que resucitar, amando y sirviendo al Señor y al prójimo. Para ir alcanzando la plenitud de Cristo que se alcanza sirviendo. Toda la Iglesia es servidora, pero el que no sirve, no sirve para nada. Por eso Pablo nos recuerda: Por tanto, he creído necesario rogar a los hermanos que vayan antes donde vosotros y preparen de antemano vuestros ya anunciados generosos dones, a fin de que sean preparados como dones generosos y no como una tacañería. Mirad: el que siembra con mezquindad, cosechará también con mezquindad; el que siembra en abundancia, cosechará también en abundancia. Cada cual dé según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado, pues: Dios ama al que da con alegría. (2 de Cor 9, 5- 7)

Cuando el hombre se atrofia no puede servir: Teniendo ojos no ve; teniendo boca no habla; tenido oídos no escucha; teniendo manos no trabaja; teniendo pies no camina (Mt 13, 13) Son ciegos, mudos, sordos, paralíticos, son personas atrofiadas por el pecado, necesitadas de la liberación de Cristo. Que levantó a los caídos, hizo oír a los sordos, hablar a los mudos, limpio a los leprosos y resucitó a los muertos. Y sanó moralmente a muchos para que pudieran amar y servir (Mc 3, 1- 5)

 

Los dones que recibimos de Dios crecen con el uso de su ejercicio. La conversión es pura gracia de Dios. Sin seguimiento no hay gracia de Dios. Sin el cultivo de las virtudes no hay gracia de Dios. La presencia de las virtudes en nuestra vida garantiza un culto verdadero, grato y agradable a Dios. Entonces dirá el Rey a los de su derecha: "Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme." (Mt 25, 34- 36) Al primero que hay que alimentar espiritualmente es a uno mismo, al Cristo que habita en nuestro corazón.

Una religión o un culto sin virtudes están vacías de su verdadero contenido: Cristo Jesús. Muchos me dirán aquel Día: "Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?" Y entonces les declararé: "¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!"(Mt 7, 22- 23)

«Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina.» (Mt 7, 24- 27)

Cultiva tu fe para que sea fuerte, firme y férrea y dé frutos de vida eterna en abundancia. (Gál 5, 22- 23; Ef 5, 9; Col 3, 12- 14; 2 de Pe 1, 5- 8) La fe es vida, es poder, es vigor, es virtud.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



 

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