EL ESPÍRITU SANTO ACUDE EN AYUDA DE NUESTRA ORACIÓN.

 


EL ESPÍRITU SANTO ACUDE EN AYUDA DE NUESTRA ORACIÓN.

Iluminación: Por el Hijo en el Espíritu Santo, tributamos culto a Dios, es decir, al Padre. Bello es comenzar esta reflexión diciendo la Doxología que repetimos en cada Eucaristía: “Por Cristo con El y en El, a ti, Dios padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Con palabras de Pablo decimos: El Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad, pues no sabemos pedir como conviene; y el Espíritu mismo aboga por nosotros con gemidos que no pueden ser expresados en palabras. Y aquel que escudriña los corazones sabe cuáles son los deseos del Espíritu y que su intercesión en favor de los fieles es según el querer de Dios. (Rm 8, 26-27)

Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré: y cuando él venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio; (Jn 16, 7- 8) El Paráclito es el Consolador, el Maestro y el Abogado. Es además el Intercesor, que intercede por nosotros, viene en nuestra ayuda para levantarnos y sacarnos del vacío de nuestros corazones. Nos anima al decirnos la mejor noticia que podíamos escuchar: “Nos convence que Dios nos ama incondicionalmente.” Luego nos convence “que somos personas valiosas, no somos cosas”  Es el levantador de ánimos caídos y de conductas arrastradas. Pero, no nos deja ahí: Luego nos convence que somos pecadores por naturaleza. Pecado que nos priva de la gracia de Dios. Pecado que nos entorpece nuestra vida, y es causa de que no experimentemos el amor que Dios nos tiene. Nos convence que estamos necesitados de ayuda, ayuda que es Cristo Jesús, el único Salvador de los hombres. (Hch 4, 12)

Es nuestro Maestro, nos enseña la misma enseñanza de Jesús: El arte de amar. El arte de servir. El arte de compartir la vida y nos enseña el arte de morir por hacer los otros tres artes. Es nuestro Maestro interior, lo hace desde dentro para que seamos discípulos de Cristo Jesús. Para que lo amemos y lo sigamos. Lo que significa servir, con voluntad y con amor. No a la fuerza ni por obligación ni por interés personales, todo para la gloria de Cristo y para el bien de los demás.

Es nuestro Abogado, viene en auxilio de nuestras debilidades para que no caigamos. Es Luz que ilumina para que discernamos entre el bien y el mal. Abre nuestros ojos para que veamos con claridad el camino y evitemos los obstáculos. Es nuestra Fuerza que rechacemos el mal y para que hagamos el bien. Nos hace fuertes y firmes en la fe. Es el Poder que nos impulsa a crecer en las Virtudes para conformar nuestra vida con la Cristo. Virtudes que son armas poderosas para luchar contra los enemigos de la Salvación: el mundo, el Maligno y la carne. (Rm 13, 12; Ef 2, 1- 3; 1 Pe 5, 8)

Es nuestro Consolador y nuestro Consuelo. ¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación nuestra para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios! Pues, así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abunda también por Cristo nuestra consolación. (1 de Cor 4, 6)

El Espíritu Santo nos anima, nos exhorta, nos consuela, nos libera, nos salva y nos corrige con amor, con humildad y mansedumbre. Y hace oración en nuestro interior, viene en nuestra ayuda ya que nosotros no sabemos orar como conviene. Se une a nuestra oración y nos invita a unirnos a la suya. Qué hermoso es orar en el Espíritu, equivale a orar en Gracia de Dios.

La vida en el Espíritu es una existencia iluminada y conducida por el Espíritu Santo. Quien vive según el Espíritu, ora también según el Espíritu. Y quien vive en la carne, ora en la carne. Esta es una oración fría y pesada, sin frutos y sin el gozo del Espíritu. El gozo que brota de una conversión sincera a Cristo, a la Iglesia y a los pobres. Veamos la experiencia de un verdadero orante:

“Comienzo a ver cada día mejor a que se asemeja la vida en el Espíritu. Es verdaderamente una vida de milagros, de abandono a Dios que guía y enseña; de confianza en el poder del Espíritu para transformar la vida de los hombres de forma radical, una vida que es sin cesar, y cada vez más, es llenada por el amor creador y vivificador del Espíritu de Dios”. (Ranaghan 93)

El culto en Espíritu y en Verdad. El culto santo puede ir hasta Dios por Cristo, sacerdote único de la nueva y definitiva alianza, porque somos miembros de su cuerpo…un solo hombre nuevo…y todo ello en un solo Espíritu…porque todos nosotros judíos y griegos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo cuerpo (1 de Cor 12, 13) Y este cuerpo es un “templo santo en el Señor”. Llamado también “casa de oración para todos los pueblos”. Lo anterior nos hace decir que el  “Culto en Espíritu y en Verdad” es el que damos al Padre, en Cristo por el Espíritu Santo.

La oración como don de Del Espíritu.  Padre, dadnos por tu Hijo Jesucristo, el don del Espíritu Santo para que nos enseñe a orar. Lo primero que debemos pedir a Dios es el don de la oración: “Señor abre mis labios y mi boca proclamara tu alabanza.” (Sal. 51, 17). El don de la oración sé nos es dado con el Don del Espíritu Santo. Es Él quien hace la verdadera oración en nosotros. En la recomendación que nos hace Jesús, nos dice: “Si ustedes siendo malos dan cosas buenas a vuestros hijos mayor mente el Padre qué está en los cielos dará el Espíritu Santo a quien se lo pida.”(Lc 11)

El Espíritu Santo está dentro de nosotros pues ha sido dado a nuestros corazones. El Espíritu nos hace hijos de Dios porque él es el Espíritu del Hijo, y porque él mora en nosotros, podemos orar como hijos de Dios. Escuchemos a Pablo decirnos estas hermosas verdades.

“El Espíritu clama en nosotros: “ABBA”, Padre”. (Gál. 4, 6.) “Y él que nos marcó con su Sello, nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones.” (2 Cor. 1, 22). “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones, con el Espíritu Santo que se nos ha dado”. (Rom 5,5) Recitad Entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor”. (Ef. 5, 19) “Qué Cristo habite por la fe en vuestros corazones; dando gracias siempre y en todo lugar a Dios Padre” (Ef 3, 17.) “La Palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza”. (Col 3, 16.) “El Espíritu Santo ora en nuestro corazón” (Rm 8, 26). Pablo era un verdadero orante.

Condiciones de una verdadera oración en el Espíritu. La condición esencial para una verdadera oración es que se amé a Dios, (Jn 14, 21. 23) que se nos da a conocer y permanece siempre más allá, incognoscible. Qué Dios sea verdadera mente una persona viva para nosotros, el pensamiento más importante de nuestra vida.”Que nuestra vida sea referida y ofrecida a Dios continuamente para que nuestro culto pueda ser el “culto espiritual” que nos pide Jesús” (Jn 4, 24), Pablo, (Rom 12, 1) y Pedro (1 de Pe 2, 5). Huir de la agitación superficial, de la diversión, de los mil ruidos ofrecidos por el medio ambiente.”  Aprender a guardar silencio en la mente, en la voluntad, en el corazón para escuchar la Voz  de Dios de manera nítida y clara.”

Lo que todos debemos saber sobre la oración. Orad en el Espíritu para ser conducidos por Él... (Jds 1, 20). Dejaos llenar por el Espíritu…(Ef 5, 18-20) Cantad en vuestros corazones a Dios… (Col 3, 16-17) El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad… (Rom 8, 26) El Espíritu Santo clama en nosotros “Abbá,” Padre…(Ga. 4, 6; Rom 8, 15)

Para que la oración sea “comunión con Dios” y “comunión con su voluntad”. Para que pueda él ser reconocido como Dios de nuestras vidas, nuestra oración tiene que ser como la de Jesús: “Que no se haga mi voluntad sino la tuya”. (Lc 23, 42) Esto solo puede ser posible si el mismo Espíritu de Dios hace nacer en nosotros los deseos de Dios y acude en nuestra ayuda ya que nosotros no sabemos orar como conviene.(Rom 8, 26)

El cristiano que tiene el Espíritu Santo, es ya hijo de Dios, y por lo tanto, a de orar como hijo amado del Padre. Recordemos las enseñanzas de Jesús sobre la oración: “Cuando oréis no seáis como los hipócritas que gustan de orar en las sinagogas y por las calles. Con el fin de ser honrados por los hombres” (Mt 6, 2. 5) “Y al orar no charléis mucho como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados.” (Mt 6,7) “No todo el que me dice Señor, Señor, entra en el reino de mi Padre. (Mt 7, 21) “Cuando te pongas a orar, entra en tu aposento, y, cerrando la puerta, ora tu Padre que está en lo secreto” (Mt 6,6,).

Jesús, Maestro por excelencia de oración, nos ha propuesto “el Padre nuestro” como la “Oración en el Espíritu que los hijos de Dios” podemos hacer siempre y con la confianza de ser escuchados: “Padre nuestro que estás en los cielos. Santificado sea tu Nombre….Venga a nosotros tu reino….Hágase tu voluntad….Así en la tierra como en los cielos”. Que en nuestro corazón se encuentre el “Nombre que está sobre todo nombre” “Que se encuentre en el Reino de Dios” y se encuentre enraizada en “La Voluntad de Dios.” Es decir, que Cristo habite en nuestro corazón por la fe (Ef 3, 17).

 

 

 

 

 

 




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