PERO VOSOTROS SOIS LINAJE ELEGIDO, SACERDOCIO REAL, NACIÓN SANTA, PUEBLO ADQUIRIDO

 

PERO VOSOTROS SOIS LINAJE ELEGIDO, SACERDOCIO REAL, NACIÓN SANTA, PUEBLO ADQUIRIDO

Iluminación. “Pero vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, destinado a anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz; vosotros, que si en un tiempo no fuisteis pueblo, ahora sois Pueblo de Dios: ésos de los que antes no se tuvo compasión, pero que ahora son compadecidos” (1Pe 2, 9- 10).

Pueblo Santo y consagrado que recibió los frutos de la Redención de Cristo, como son, entre otros: salir de la sepultura (cf Ez 37, 12); Lo sacó de la tinieblas y lo llevó al reino de la Luz (cf Col 13); La justificación por la fe (cf Rm 5, 1; Gál 2, 16); incorporado a  Cristo por su Bautismo para ser hijos de Dios (cf Gál 3, 27; Ef 1, 5); “La paz vosotros y la Alegría del Señor” y el don del Espíritu Santo (Jn 20, 20)

 Para participar del Destino y de la Misión del Salvador, Cristo resucitado le hace entrega a su Iglesia los frutos del Resucitado: “La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.» Dicho esto, sopló y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo.  A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20, 19. 23).En el evangelio del “Gran envío” dice a los suyos: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y estad seguros que yo estaré con vosotros día tras día, hasta el fin del mundo” (Mt 18- 20).

La espiritualidad de la Misión.

La Espiritualidad de la Misión nace del Encuentro de Cristo y se desarrolla hasta la madurez en el seguimiento de Cristo y en la fidelidad al Espíritu Santo, alma de la Iglesia y principal evangelizador. La espiritualidad cristiana de todos los discípulos de Jesús es alimentada con la oración, la Palabra, la práctica de la misericordia, la Liturgia y el apostolado, razón por la que hemos de recordar el “llamado a la comunión” y al “apostolado”, entendido como la acción del Apóstol: “Subió al monte y llamó a los que él quiso. Cuando estuvieron junto a él, creó [un grupo de] Doce, para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios” (Mc 3, 13- 15). Los llamó por amor, para estar con él y ser instruidos para que llegaran hacer las mismas obras de su Maestro. La Misión de Jesús es también la Misión de la Iglesia; y el destino de Jesús es también el destino de la Iglesia: “Así como a mí me persiguen, también a ustedes los perseguirán”.

El Itinerario de la Misión.

Existen tres etapas de la misión del Espíritu Santo en la vida de Jesús, y por lo tanto, en los discípulos de su Maestro, discípulos a los que les basta ser como su Maestro y como siervos les basta ser como su Señor. El desierto, la predicación y la pascua.

El desierto. “Jesús, lleno de Espíritu Santo, se volvió del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto. Allí estuvo durante cuarenta días, y fue tentado por el diablo” (Lc 4, 1- 2) El “Desierto” es el tiempo para prepararse para la misión (escucha y estudio de la Palabra de Dios; es también oración, prueba, combate, purificación, sacrificio, silencio, recogimiento y vida interior, y el final, la “Opción fundamental por Jesucristo”. En el desierto, se vive la “luna de miel” con el Señor después de la experiencia del “Encuentro”. Experiencia que hizo decir al profeta Jeremías: “Me sedujiste Señor y me dejé seducir” (Jer 20, 7) Jesús al final del desierto se confirma como el Hijo del Padre, aceptando su Voluntad sobre la suya: “Sí Padre, sí te amaré, sí te obedeceré y sí te serviré”, venciendo al Maligno, lo ata y se va a invadir sus terrenos y liberar a los oprimidos por el mal porque Dios estaba con él. (cf Hech 10, 38)

La predicación. “Jesús volvió a Galilea guiado por la fuerza del Espíritu, y su fama se extendió por toda la región. Iba enseñando en sus sinagogas, alabado por todos” (Lc 4, 14- 15). La predicación es para anunciar la Buena Nueva a los pobres, dar vista a los ciegos, liberar a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor (cf Lc 4, 18)Jesús enseña con autoridad y no como los escribas (cf Mc 1, 22), eso puede hacer discípulos y enseñar la verdad que libera. (cf Jn 8, 31),), limpiar (cf Jn 15, 3), sanar (Mc 1, 40-42), consagrar (cf Jn 17, 17) y lleva a la salvación por la fe (cf 2 Tim 3, 14-16) Jesús enseña el arte de vivir en comunión, el arte de de amar y el arte de servir (cf Jn 13, 13. 34). Lo hace con su palabra y con su vida, por eso puede realizar las obras del Padre y exorcizar al diablo (Mc 1, 26).

La Pascua: Muerte y resurrección de Jesús.  “Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.» Dicho esto, sopló y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo” (Jn 20, 20-22). Jesús, por el Espíritu Santo, da gloria a su Padre, abrazando la Cruz y muriendo en ella para redimir a los hombres, perdonar sus pecados  y resucita para dar vida eterna y dar el Espíritu Santo a los hombres (cf Rm 4, 25). Reconciliados, salvados y santificados por la acción del Espíritu Santo, podemos decir con san Pablo: “Lo digo porque el que está en Cristo es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo. Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación” (2 Cor 5, 17-18). La clave está es estar dentro de la pascua.

Es el Espíritu Santo quien lleva a Jesús al desierto, a la predicación y a ofrecerse como hostia santa por toda la humanidad: “Él, por el contrario, tras haber ofrecido por los pecados un solo sacrificio, se sentó a la diestra de Dios para siempre, esperando desde entonces que sus enemigos sean puestos como escabel de sus pies. Mediante una sola oblación ha llevado a la perfección definitiva a los santificados” (Heb 9,12-14) La Iglesia, cada cristiano, es movida por el Espíritu Santo para poner en práctica el “Proyecto de Dios” realizado por Cristo en la historia y actualizado hoy por Espíritu Santo en nosotros. Nos lleva a la fe, nos abre la mente para que creamos y nos lleva a entender el sentido de la Esperanza a que han sido llamados por él; cuál la riqueza de la gloria otorgada por él en herencia a los santos (cf Ef 1, 17- 18). Con palabras del Apóstol:

“En efecto, todos los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y vosotros no habéis recibido un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, si compartimos sus sufrimientos, para ser también con él glorificados. Destinados a la gloria. Soy consciente de que los sufrimientos del tiempo presente no se pueden comparar con la gloria que se ha de manifestar en nosotros (Rm 8, 14- 18)  

¿Por qué al desierto? “He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto; he escuchado el clamor ante sus opresores y conozco sus sufrimientos. He bajado para librarlo de la mano de los egipcios y para subirlo de esta tierra a una tierra buena y espaciosa; a una tierra que mana leche y miel (Ex 3, 7- 8) En el desierto, el pueblo no tiene conciencia de pueblo o nación, son una multitud de tribus nómadas, infestadas por la idolatría de los egipcios. Dios les quiere cambiar su manera de pensar como pueblo libre y soberano. 430 Años de servidumbre, sufrimiento y opresiones, el pueblo había adquirido una mentalidad servil, oprimida; mente de esclavos, sólo conservaba el recuerdo de la Promesa hecha a los padres: Abraham, Isaac y Jacob (Ex 3, 6) Por camino real de Egipto a la tierra prometida hubiera tomado no más de dos años, mientras que por desierto fueron 40 años, y la inmensa mayoría del pueblo fallecieron en el desierto. El “Desierto” es el tiempo de aprender a confiar en Dios y someterse a él. Es una etapa de prueba, combate, purificación, sacrificio, silencio  y discernir lo que viene de Dios o viene de otras fuentes para no caer en la idolatría

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                     El desierto puede ser “nuestra sepultura.” Sin desierto como experiencia de seguimiento de Cristo no hay envío, no hay liberación, reconciliación, transformación y envío. En el desierto, no hay “Templo” ni “Patria ni Rey”. Es la tierra de la servidumbre. El pueblo de  Israel fue sacado del País de Egipto; años más tarde liberado de la esclavitud de Babilonia. Dios llama a su Pueblo salir del Exilio, de una situación de no salvación y que no es querida por Dios, para ponerse de pie y salir en camino de éxodo, a través del desierto, hacia la tierra prometida. Dios primero libera, pues no hace alianza con esclavos. El Primer éxodo, después de pasar el mar rojo, Moisés en medio de una fiesta para celebrar la liberación del yugo de la esclavitud de manos de los egipcios, recibe de parte de Dios de llevar al pueblo al desierto, al que Moisés conocía y allá se le había revelado el Señor juntamente con el proyecto de liberar a su pueblo para dar culto a Dios, ofrecer sacrificios y hacer con él una fiesta y llevarlo a una tierra buena y espaciosa que mana leche y miel (cf Ex 3, 1- 6. 8. 12. 18). El segundo éxodo, al salir de Babilonia después de 70 años de servidumbre (año 536), anunciado por los profetas, como algo más glorioso, no regresan todos. Vienen a reconstruir la ciudad y el templo en los días de Esdras y Nehemías (años del 521- 515: Neh 2, -3) Se reanuda el culto y se restablece la Alianza y la Pascua (Esd 3-6)

¿Quienes murieron en el desierto? En aquel tiempo como, hoy, desfallecen en el desierto los rebeldes, los tibios, lo de fe mediocre o superficial (cf Apoc 3, 15s). Los inconstantes (Mt 13, 18- 22) los de corazón duro, los de mente embotada, los que abandonan la moral, los idolatras (cf Ef 4, 17- 18) Los que se niegan a caminar a la luz de la Ley de Dios o prefieren el camino de las tinieblas (Cf Ef 3, 7). Aquellos creyentes que quieren que Dios les haga las cosas hechas, fáciles y prontas. Quieren una religión a su medida, sin conversión. Los que se pasan la vida anhelando las cebollas de Egipto (Ex 16, 3; Núm 11, 5). Los que se desvían hacia el conformismo o al totalitarismo, los que caen en la inversión de valores, perdiendo toda orientación de la vida. Los que no luchan ni se esfuerzan, los que abandonan el camino de la moral y caen en la maldad, la mentira, la envidia, la hipocresía y la maledicencia (cf 1 Pe 2, 1).

Sigamos al desierto y seamos fieles a él.

El Espíritu Santo nos conduce al desierto y nos acompaña a lo largo del camino. Está presente en toda experiencia que anima, motiva, exhorta, enseña y corrija como ayuda de madurez y crecimiento como persona y en el conocimiento de Dios. Es un Espíritu de amor, fortaleza, dominio propio (2 Tim , 7) Es Espíritu de Libertad, de Verdad, de Justicia, de Perdón, de Santidad,. Es nuestra Luz que hace crecer y madurar los criterios cristianos, para enseñarnos lo que es de Dios o viene de otro espíritu que no viene de la fe (cf Rm 14, 23) Nos conduce a los terrenos de Dios: “La Integración entre los hombres y con Dios, la Reciprocidad en el amor y el servicio, y a la Igualdad esencial entre hermanos” (Jn 15,  5; Jn 13, 12-13. 34; Mt 23, 9) Nos ayuda a obtener la mente y los sentimientos de Cristo.

La experiencia del desierto nos deja rostro de profetas de Dios; nos hace solidarios; nos hace volver al Señor y nos purifica por medio de la prueba (Jer 15, 19; Eclo 2, 1-5; 1 Pe 1, 7) Nos ayuda a afianzar la elección y la vocación (cf 2 Pe 1, 10) Y sobre todo nos lleva a hacer y renovar  “la Opción fundamental por Jesucristo” para amar y seguir al Señor, dando a la vez, la espalda al Mundo (cf Jn 15, 18). La experiencia del desierto está llena de experiencias gozosas, liberadoras, dolorosas, luminosas y gloriosas. En cada victoria hay una gracia de Dios. (Apoc 2, 7; 2, 11; 2, 17; 2, 26-28; 3, 9, 3,12; 3, 21) Sin recogimiento interior, sin oración, sin la luz de la Palabra, sin esfuerzos y renuncias no hay victoria, en el desierto nos visitan los amigos o los ángeles buenos y malos. ¿A quién le vamos a dar nuestro corazón?

Después del desierto… ¿Qué sigue?... El servicio al reino de Dios en favor de los demás… el honor y la gloria a Dios y el amor y el servicio a los hombres, sin olvidar lo que somos como sacerdotes, profetas y reyes, como nación santa y consagrada a Dios. La Iglesia y cada uno de sus hijos, existen para servir, pero, sólo después del desierto, al estilo de Jesús.

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