EL CRITERIO DE ORO: EL ÁRBOL SE CONOCE POR SUS FRUTOS

 

EL CRITERIO DE ORO: EL ÁRBOL SE CONOCE POR SUS FRUTOS

 

Objetivo: Conocer los criterios de discernimiento que nos presenta la Escritura como camino de realización cristiana, y poder así, desenmascarar a los falsos profetas que podemos ser nosotros mismos.

Iluminación. “Planten un árbol bueno y tendrán  un fruto bueno; planten un árbol malo y tendrán un fruto dañado… ¿Cómo podrán decir palabras buenas si son malos? De la abundancia del corazón habla la boca… Porque por tus palabras te absolverán y por tus palabras te serás condenado” (Mt 12, 33-37).

1.    La regla de oro.

“Cuídense de los falsos profetas que se acercan disfrazados de ovejas y por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los reconocerán… un árbol bueno no puede dar frutos malos, ni un árbol enfermo puede dar frutos buenos. El árbol  que no dé frutos buenos será cortado y echado al fuego. Así pues por sus frutos los reconocerán (Mt 7, 15-20).

 

2.    Dos ejemplos

 “Maestro bueno, ¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna? Jesús le contestó: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno fuera de Dios. Conoces los mandamientos: no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no darás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre. Todo eso lo he hecho desde la adolescencia” (Lc 18, 18s).

“Maestro, nos consta que hablas y enseñas rectamente, que no eres parcial, sino que enseñas sinceramente el camino de Dios. ¿Tenemos que pagar impuestos al césar o no?” (Lc 20, 21s).

3.     No bastan las buenas intenciones

En el primer ejemplo Jesús encuentra sinceridad, el joven rico, tenía buenas intenciones en su búsqueda de la vida eterna, no obstante, fue incapaz de seguir el consejo del Señor para alcanzar la perfección. En el segundo ejemplo, encontramos palabras halagadoras, aunque eran verdad lo que decían sobre el Señor, pero la intención era mala, buscaban sorprender al Maestro para ponerle una trampa y tener de que acusarlo. Para los escribas y fariseos Jesús habla y enseña correctamente; para ellos Jesús vive lo que dice, pero no creen en él, por eso buscan matarlo. El interior de estos hombres estaba lleno de veneno, razón por la que Jesús alerta a sus discípulos diciéndoles: “Cuídense de la levadura > o sea< de la hipocresía  de los fariseos” (Lc 12, 1).

La hipocresía tiene, como todo otro vicio, su propio lenguaje. Pensemos, ¿Cómo han sido nuestras palabras cuándo decimos lo que no sentimos para halagar a alguien? O ¿Cuándo queremos manipular a alguien? La  hipocresía es hija de la envidia y cuando habla se pone mascarillas para disfrazar su fealdad. Las máscaras de la hipocresía son entonces: la falsedad, el engaño, la mentira, el halago mediante las palabras bonitas y seductoras, dichas con la intención de manipular, de quedar bien. Una característica del hipócrita es la de hablar bien y bonito cuando habla con alguien, para luego hablar mal a sus espaldas. Se hace pasar como buen amigo, pero, en su corazón lleva la traición o la burla. San Juan en su primera carta nos invita a discernir los espíritus.

4.    Discernir los espíritus

“Queridos míos, no crean a todos los que se dicen inspirados, más bien, pongan a prueba su inspiración  para ver si procede de Dios”(1Jn 4, 1). ¿Qué criterios existen para discernir los espíritus? Recordemos la “Regla de oro” “Por sus frutos los reconoceréis” ¿Qué frutos? Respondemos con toda sinceridad: los frutos de la fe que encontramos en Gálatas 5, 22: Amor, paz, gozo, entre otros muchos. La Primera de Juan nos ha dicho que todo espíritu que niegue a Jesucristo venido en la carne no es de Dios. Lo que no nos ayude a vivir la vida en el Espíritu: no viene de la fe, es por lo tanto pecado.

5.    El gusto por la Palabra es señal buena y veraz

 Hijitos míos ustedes son de Dios y han vencido a esos falsos profetas… ellos son del mundo: por eso hablan de cosas mundanas y el mundo los escucha… nosotros somos de Dios, y quien conoce a Dios nos escucha, quien no es de Dios no nos escucha. Así distinguimos el espíritu de la verdad y el espíritu de la mentira” (1Jn 4, 4-6). 

Los que son de Dios escuchan a Dios y hablan las palabras de Dios, éstos son de la verdad y la verdad está en ellos; sus palabras son humildes, sinceras, amables, limpias y veraces; los que son del mundo sus palabras llevan falsedad, mentira y engaño. ¿Cómo saber que somos de la verdad? El mismo apóstol nos enseña el camino: “Porque el que está en ustedes es más poderoso que el que está en el mundo” (1Jn 4, 4b) Por nuestra comunión de vida con Cristo, “la verdad habita en nuestros corazones” (cfr Ef 3, 17s). Sólo entonces podremos tener la fuerza de Dios para sacar de nuestros corazones el poder del mal. La verdad es la fuerza del bien. 

6.    De cara al Señor, ¿Cómo es nuestra oración?

“No todo el que me diga señor, señor, entrará en el reino de los cielos, sino, el que haga la voluntad de mi Padre del cielo” (Mt 7, 21). A Dios no podemos manipularlo con halagos o con palabras bonitas. Él conoce nuestro interior, nuestras intenciones y acciones. A la oración tenemos que ir con el corazón en la mano; no nos presentemos como buenos exigiendo recompensas; equivaldría a ponernos caretas para hablar con Dios: “¡Señor, Señor! ¿No hemos profetizado en tu nombre? ¿No hemos expulsado demonios en tu nombre? ¿No hemos hecho milagros en tu nombre? Y yo entonces les declararé; apártense de mí, ustedes que hacen el Mal” (Mt 7, 22- 24).

7.    La predicación sincera

Jesús predicaba con autoridad porque en él había una armonía entre lo que él es, lo que él dice y lo que él hace (cfr Mt 7, 29). Él es la Roca: es firme y cumple lo que promete. Por eso puede darnos su enseñanza de la manera que lo hace. “Quien escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a un hombre que construyó su casa sobre roca. Quien escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a un hombre tonto que construyó su casa sobre arena” (Mt 7, 24-26). El resultado fue distinto, una casa permaneció y la otra fue destruida. Construir sobre roca, sobre lo firme, significa construir en la verdad, en la justicia, en libertad, en amor. Construir en cambio, sobre arena, significa construir sobre la falsedad, la mentira, la envidia, el odio, el engaño. La mentira no es eterna, la verdad sí es eterna. Recordemos que la casa de la que habla Jesús es nuestra “estructura espiritual” “nuestro propio santuario”. El principio filosófico reza: “Nadie da lo que no tiene”.

La estructura espiritual es el conjunto de elementos que fusionados entre sí, dan consistencia al edificio espiritual. (La oración, la palabra de Dios, los sacramentos, el servicio, el amor, la cruz, la misión).

 

8.    La sinceridad arma de luz

La sinceridad es una “arma de luz” que echa fuera la hipocresía del corazón, y a la misma vez, es fundamento, de la pureza de intención. Es hija de la fe sincera y manifestación de la verdad. “Ámense sin fingimiento, es decir, con sinceridad”, pide el Apóstol a los romanos (Rm 12, 9). El hombre de Dios, el que está al servicio de la “Palabra y de la Enseñanza” ha de ser el primero en comportarse con toda franqueza para que pueda decir con Pablo: “Porque nosotros no andamos como muchos, traficando con la Palabra de Dios, sino que hablamos con sinceridad, como enviados de Dios, en presencia de Dios, y como miembros de Cristo” (2Cor 2, 17). Hay una razón que no miente:

“Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor allí está la libertad. Y nosotros todos, con el rostro descubierto, reflejamos, como en un espejo, la gloria del Señor, y nos vamos transformando en su imagen con esplendor creciente, bajo la acción del Espíritu del Señor” (2Cor 3, 17). Libres con la libertad de los hijos de Dios (Gál 5,1) para poder seguir a Cristo y ser instrumento y manifestación del Amor de Cristo a nuestros hermanos los más débiles.

9.    Traficar con la Palabra

Traficar con la Palabra de Dios es usar la evangelización con fines de lucro, desviándola de su verdadero sentido. Es común hoy día ver que se organizan retiros, congresos, talleres de sanación, pero con un precio que hay que pagar. Por todo se cobra, entrada, ventas, comidas, bebidas, colectas. Los predicadores llegan pidiendo un lugar y una mesa para vender sus casetes, libros, imágenes, etc.; Traficar con la Palabra cae en los terrenos del pecado, pues se usa la evangelización para enriquecerse con la fe del pueblo o de los pobres; para hacerse rico usando el evangelio de Cristo; es una verdadera manipulación a la verdad predicada por Cristo: “Gratis lo recibisteis, dadlo gratis” (Mt 10, 10). Traficar con la Palabra de Dios genera en el corazón de los predicadores, desde la ambición, hasta, la tibieza espiritual, una modalidad de pecado, por la que somos excluidos del cuerpo de Cristo: “A los tibios los vomitaré de mi boca” (Apoc 3, 15). La tibieza es el resultado de mezclar la luz con las tinieblas, el pecado con la gracia, la justicia con la injusticia, a Cristo con Satanás. “¿Qué hay de compatible entre el santuario de Dios con los ídolos?” (2Cor 6, 14-16). Traficar con la Palabra es buscar hablar bonito a los fieles disfrazando la verdad con el fin de quedar bien o de que nos vaya bien. Esto apaga el espíritu profético. Cuando las cosas no salen bien o no nos va bien, se cae en la frustración y en el desaliento o desánimo. Pero cuando todo sale bien, económicamente, entonces se escucha el grito de victoria: “Gloria a Dios”.

10. Lo que es del agua al agua

Si tomamos en cuenta las palabras de Jesús: “De la abundancia del corazón habla la boca” (Mt 12, 33). Tendremos que decirnos que si en nuestro corazón se anida y se enraíza la ambición, nuestras palabras estarán al servicio de ese “demonio”, y sí en nuestro corazón abunda la lujuria, nuestras actitudes, miradas, acciones y palabras llevarán el tinte de la “impureza”. Existe una armonía entre palabras, miradas, actitudes y acciones, cuando el corazón es limpio, todo es limpio (cfr Tit 1, 15); cuando el corazón es impuro, todo, absolutamente todo, está tocado por lo impuro. El Señor Jesús, conocedor del corazón del hombre nos dijo: “No hay nada de afuera del hombre que, al entrar en él, pueda contaminarlo. Lo que lo hace impuro, es lo que sale de él” (Mc 7, 14). “De dentro, del corazón del hombre salen los malos pensamientos, fornificación, robos, asesinatos, adulterios, codicia, malicia, fraude, desenfreno, envidia, blasfemia, arrogancia, desatino. Todas estas maldades salen de dentro y contaminan al hombre” (Mc 7, 21-23).

Podemos añadir que a cada una de estas maldades, corresponde una manera específica de hablar, tiene su propio cuño. Por otro lado, volvemos a recordar las palabras del Apóstol a Tito: “Para el puro todo es puro; para los incrédulos contaminados nada es puro” (Tit 1, 15). Digamos entonces que cuando una mujer hermosa y atractiva se acerca a un servidor de la Palabra, y éste se alborota, no es que ella, haya sembrado en él, el mal deseo, ya estaba allí, pero al no tener la mirada limpia, se despertó en él la pasión de la lujuria. Hablemos claro, esto se nota cuando, llega  “una persona” y todas las miradas del que dirige la asamblea son para ella. Podrá haber muchas personas en la sala o en la asamblea, pero ella ocupa toda la atención del servidor, quien se le acerca y comienza hablarle con mucha amabilidad que descubre, tanto, en sus palabras, como en sus miradas, la intención de su corazón. “Por sus frutos serán conocidos” (Mt 12, 33). “¿Se cosechan uvas de los espinos o higos de los cardos?” (Mt 7, 16). Damos lo que tenemos y tenemos lo que somos: Si tenemos vida damos vida, y si tenemos muerte damos muerte. “Lo que es del agua, al agua”. “El que siembra en la carne, de la carne cosecha” (Gál 6, 7).

 

11.  Estamos sobre avisados

“Nadie usa un trozo de tela nueva para remendar un vestido viejo; porque lo nuevo añadido tira del vestido viejo, y la rotura se hace más grande. Nadie echa vino nuevo en odres viejos; porque el vino revienta los odres y se echan a perder los odres y el vino. A vino nuevo, odres nuevos” (Mc 2, 21-22). El Señor Jesús no quiere ser un “parche de nadie”, tampoco quiere que el ministerio que da a sus servidores sea un parche que esté al servicio de intereses mundanos, paganos y mezquinos.

El quiere depositar el vino nuevo de su Espíritu en corazones renovados y purificados en virtud de su sangre y por la acción del Espíritu Santo. Por la fe en la predicación del Evangelio, el creyente recibe un “Espíritu de Amor, de Fortaleza y de Dominio Propio” (2Tim 1, 7), para que sea un auténtico “Embajador de Cristo” que ha recibido su Ministerio como regalo y no como premio a sus buenas obras. San Pablo nos recuerda en lo anterior, la elección gratuita por parte de Dios.

12.  Elegidos para predicar el evangelio

“Por eso habiendo recibido este ministerio por pura misericordia, no nos acobardamos; antes bien renunciamos a callar por vergüenza. No procedemos con astucia, falsificando la Palabra de Dios, sino declarando la verdad, nos encomendamos delante de Dios a la conciencia de quien sea” (2 Cor 4,1s). El servidor de la Palabra es un servidor de la verdad, de la justicia, de la vida, sus palabras son luz, fuego, martillo, espada de doble filo; por eso, y sólo por eso, no hay lugar para la doblez de corazón, la cual es una “torpeza” que desvirtúa, a los siervos de Dios y los esteriliza.

 

“No nos anunciamos a nosotros, sino a Jesucristo como Señor, y nosotros no somos más que servidores de ustedes por amor de Jesús” (2 Cor 4, 5). “Servidores que ya sin el velo que les cubría la cara van reflejando como en un espejo la gloria del Señor” (cfr 2 Cor 3, 18). “Para que así como en el rostro de Cristo brilla la gloria del Padre, en nosotros, brille la gloria de Cristo” (2 Cor 4, 6). La gloria de Cristo es la vida, el amor, la libertad que debe invadir el corazón del servidor de la Palabra; es decir, para que llegue a tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús que por un acto de obediencia al Padre y por un acto de amor a los hombres nos ganó la Redención 

Las palabras del servidor de Cristo, del servidor de la Palabra, han de estar revestidas de la Gloria de Cristo, llenas de la “unción del Espíritu”, para que tanto, en su vida privada, como al ejercer su ministerio, sea testigo de la verdad que le ha sido confiada. Es portador de “un tesoro” que lleva en vasija de barro” (2 Cor 4, 7), de la misma manera que es portador de los “sufrimientos de la muerte de Jesús” (v. 10), por eso no busca su propia gloria (cfr Jn 8, 50), sino la gloria de Aquel que lo amó y se entregó a la muerte por él (Gál 2, 19). Sólo entonces sus palabras pueden ser como las de Jesús: “espíritu y vida” (Jn 6, 67ss). 

Recomendaciones de Pablo a los servidores

·       “Tú pues, hijo mío, mantente fuerte en la gracia de Cristo Jesús; y cuanto me has oído en presencia de muchos testigos, confíalo a hombres fieles, que sean capaces a su vez de instruir a otros”.

·       “Comparte las penas como buen soldado de Cristo Jesús. Un soldado en servicio activo no se enreda en los asuntos de la vida civil, sí quiere satisfacer al que lo reclutó”.

·       “Lo mismo un atleta: no gana el premio sino compite según el reglamento”.

·       “El trabajador que trabaja es el primero en recibir los frutos. Reflexiona sobre lo que te digo y el Señor te hará entenderlo” (2Tim 2, 1-7).

·        “Evita conversaciones inútiles  y extrañas  a la fe, que fomentan más y más la impiedad. Son discursos que se propagan como gangrena” (2Tim 2, 16).

·       “Huye de las pasiones juveniles, procura la justicia, la fe, el amor, la paz con todos los que invocan sinceramente al Señor (2Tim 2, 22).

·       “Evita las discusiones necias y carentes de sentido, … que generan peleas” (v. 23).

·       “Eviten toda amargura, pasión, enojo, insultos y palabras indecentes” (Ef 4,31).

·       “Rechaza, en cambio, las fábulas profanas y los cuentos de viejas,  (1Tim 4, 7).

·       “Ejercítense en la piedad que es provechosa para todo, pues tiene las promesa de la vida, de la presente y de la futura (1Tim 4, 8).

·       “Procura ser para los creyentes modelo en la palabra, en el comportamiento, en la caridad, en la fe y en la pureza” (v. 12).

·       “Dedícate a la lectura, a la exhortación, a la enseñanza y no descuides el don espiritual que hay en ti, que se te comunicó por la intervención profética mediante la imposición de las manos” (v. 14).

·        “Proclama la palabra, insiste a tiempo y destiempo, convence, reprende, exhorta con toda paciencia y pedagogía” (2Tim 4, 2).

·       “Ocúpate en estas cosas: vive entregado a ellas para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos” (v. 15). 

·       “Vela por ti mismo y por la enseñanza: persevera en estas disposiciones, pues obrando así te salvarás a ti mismo y a los que te escuchen” (v. 16).

Recordando que un ministro de la Palabra es un servidor de Cristo Jesús y de la Iglesia.

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