4.- LA IGLESIA EXISTE PARA SERVIR

 

4.-  La Iglesia existe para servir.

 

 

Iluminación: “Permanezcan en mi amor, como yo permanezco en el amor de mi Padre;  Si guardan mis mandamientos como yo guardo los Mandamientos de mi Padre, permanecerán en mi amor, como Yo guardo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15, 9).  Ustedes me llaman a mi Maestro y Señor, y en verdad lo soy, pues, si Yo, siendo Maestro y Señor les he lavado a ustedes los pues, hagan ustedes lo mismo que yo he hecho con ustedes” ( Jn 13, 13- 14). 

 Somos los servidores del Reino.

Nuestro encuentro con Jesús no puede limitarse al culto que le tributamos. Él quiere instruirnos con sus enseñanzas para que las vivamos, llevando así una vida recta en su presencia. Pero el discípulo no puede quedarse únicamente en la escucha fiel de la Palabra de Dios y en la práctica personal de la misma. El Señor nos quiere enviar como testigos suyos en el mundo. Y esta encomienda apostólica no corresponde sólo a los Apóstoles y a sus sucesores, sino a toda la Iglesia. Todos debemos sentirnos involucrados en el anuncio del Evangelio. Satanás ha caído sobre la tierra como el rayo, pero no tengamos miedo;

 

2.    El verdadero poder es el servicio.

 

En la Iglesia se vive para servir. Un servicio al Reino de Dios desde la Iglesia y a favor de toda la humanidad. No tengamos miedo, unidos a Cristo tenemos poder para aplastar serpientes y escorpiones y para vencer toda la fuerza del enemigo, y nada nos podrá hacer daño (cf Rm 16, 20). Pero no nos engolosinemos con el poder que Dios nos ha concedido. Esforcémonos con toda valentía para que el Reino de Dios llegue a  los hombres con todo su poder salvador. Pero antes que nada, que ese Reino que es Cristo, llegue a nosotros mismos, de tal forma que, revestidos de Él podamos continuar realizando su obra de liberación y de salvación en el mundo a favor de toda la humanidad.

 

3.    Vayan también ustedes a mi Viña

¿Qué puedo hacer para salir de la depresión? ¿A quién tengo que ir para tener un poco de alegría y de paz interior? ¿Por qué otros tienen o se miran bien, y yo no soy feliz? Estas y otras son preguntas que la gente se hace y que frecuentemente se escuchan. Preguntas, lamentos, quejas y reproches que muchos se hacen a sí mismos y que más de una vez le hacen a Dios. Hago oración y parece que Dios no me escucha, me ha abandonado, está enojado conmigo. Leo la Biblia y no la entiendo. ¿Por qué? ¿Por qué Dios no me hace justicia?

Lo anterior va unido a una falsa concepción de Dios, del hombre y de la vida. Muchos son los que no saben de dónde vienen, para qué están aquí o para donde van. No logran encontrar el camino que les lleve a encontrar el sentido a su vida, y hasta llegan a experimentar el deseo de arrojar la toalla y salir por la puerta falsa. La pérdida del sentido de la vida es manifestación de una frustración, de una no proyección o de un estilo de vida encerrados en sí mismos que genera miedos, resentimientos, soledad, apatía, y arroja a muchos al alcoholismo, drogadicción, prostitución, angustia y más. ¿Qué decir frente a esta cruel realidad que padece nuestra sociedad? O al menos gran parte de ella. 

4.    La Respuesta la tiene Jesús.

 

La respuesta la ha dado Aquel que caminó sobre las aguas, Jesús, el Señor: “Vengo para qué tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10) y en otra parte del Evangelio nos dice: “No he venido a ser servido, sino a servir, y a dar mi vida por muchos” (Mt, 20, 28) La clave de la felicidad, de la armonía y de la paz interior o exterior ha sido revelada por el mismo Jesucristo: “Ustedes me llaman a mi Maestro y Señor, y en verdad lo soy, pues, si Yo, siendo Maestro y Señor les he lavado a ustedes los pues, hagan ustedes lo mismo que yo he hecho con ustedes” ( Jn 13, 13- 14) La clave es el servicio. Lavar pies en sentido bíblico-religioso es compartir con los demás el don de Dios, lo que sabemos, lo que tenemos y lo que somos. Qué hermoso es saber que somos don de Dios para los demás. Soy un siervo de Dios. Soy alguien que no existe para mí mismo, mi alegría brota de la paz interior, de la entrega y de la donación a mis semejantes en el nombre de Dios.

 

5.    Servidores de Cristo.

¿Cómo saber si somos servidores del Señor o de nosotros mismos? ¿Cómo saber si somos llamados por Él o nos llamamos a nosotros mismos? “El que busca su propia gloria, su propio bien o su propio interés, en ese hay maldad, pero el que busca la gloria de Dios en ese hay verdad.”. (Jn 7,18) Dios amor, nos llama a salir del pecado, a huir de la corrupción para poder participar de su Gracia divina. Primero nos perdona y nos da su amor y, después nos confía algún servicio. A quienes llama a dar frutos de vida eterna nos dice: “Permanezcan en mi amor, como yo permanezco en el amor de mi Padre;  Si guardan mis mandamientos como yo guardo los Mandamientos de mi Padre, permanecerán en mi amor, como Yo guardo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15, 9) Si la clave de la felicidad es el servicio, la ley del vivir bien, es el amor. Escuchemos al Maestro decirnos: “Ámense, los unos a los otros, como Yo les he amado” (Jn 13, 34). El guardar el Mandamiento Nuevo pide estar en comunión con Jesús, romper con el mal y hacer el bien, es decir, servir, y servir con amor, es dar vida a los demás. 

6.    ¿Cómo ha de ser nuestro servicio? 

Con  amor, fe sincera, solidaridad, desprendimiento, con recta intención (1 Ti 1, 4-5). Servir con otros y para otros buscando siempre la gloria de Dios y el bien de los otros. En la “Empresa” de Dios no estamos solos, muchos están entre nosotros y con nosotros. Servir con otros no es fácil; existen los enemigos del servicio: la soberbia, el individualismo, la envidia, la ambición de poder o de dinero; en otros el principal enemigo es el miedo al fracaso, al que dirán, a la pobreza. Por eso Jesús a sus discípulos les pide un cambio de mentalidad y de actitudes para poder dejar cálculos personales y crecer en generosidad, en misericordia, en la acogida de los demás como seres portadores de una dignidad que es la misma en todos.

 Lo importante es el trabajo por el Reino de Dios, para comprender la importancia  del trabajar unidos, mirando en una misma dirección con Jesús que gastó “su vida haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el Diablo” (Hech 2, 38) Trabajar juntos por un mundo mejor: más humano y más fraterno; no importa que unos vayan delante y otros vayan atrás, o que unos lleguen temprano y otros lleguen tarde, sino, que lo importante es trabajar unidos, prestando un servicio, en apertura y solidaridad con todos y especialmente con los menos favorecidos, y evitando todo espíritu de competencia y de proselitismo.

7.    No escondamos el Evangelio debajo del tapate de nuestras justificaciones.

No digas que es tarde, que no tienes tiempo, que no vale la pena. No te auto justifiques, el compromiso evangélico te espera. La auto justificación es el principio de la decadencia, primero espiritual, luego moral, después familiar y luego civil. El hombre que no sirve a los demás no sirve para nada; su realización humana está en peligro; su vida está en proceso de descomposición; su situación es de desgracia, de no salvación, y por lo tanto nos es querida por Dios, que nos dice: “Mis pensamientos no son tus pensamientos, mis caminos no son tus caminos” (Is 55, 9) “Misericordia quiero y no sacrificios” “Aprended a hacer el bien y a rechazar el mal” (Is 1, 17) para que la tierra de sus frutos a su tiempo. Los frutos de la tierra, es decir, del corazón, son el amor, la paz y el gozo en el Espíritu. La satisfacción de hacer lo que se tiene que hacer, con espontaneidad y no por obligación. Lo que sí creo que se debe tener bien claro, es aquello de que Dios conoce nuestros corazones y discierne nuestras intenciones, no podemos ser sus servidores, cuando prestamos un servicio a los demás con la intención de cultivar la fama, el honor, el prestigio en nuestro favor; cuando buscamos nuestros intereses personales, nuestras ganancias o nuestro propio enriquecimiento, y no el bien de los demás.

 La Regla de oro en el Servicio.

Tengamos siempre la regla de oro: “Has a los demás lo que quieres que los demás te hagan a ti” (Mt 7, 12) Hoy día se habla mucho de “excelencia” en los servicios; no podrá haber excelencia si no deseamos para los demás el bien que queremos para nosotros mismos. El cristianismo es servicio, es entrega y es donación en Cristo, Camino, Verdad y Vida, y en Él, a los hombres. En clave de servicio entendemos las palabras de la Escritura: “El que no trabaje que no coma” (2 Tes 3, 10) y “el que no trabajaba, que se ponga a trabajar, para que pueda con sus manos  ayudar a los demás.”  (Ef 4, 28) Recordando que en todo trabajo por el Reino de los Cielos es Dios quien paga a cada uno y a todos con el mismo “Denario”, su Gracia, y es Dios quien hace crecer lo que se planta con amor. En el reino nadie vive para sí mismo, vivimos para Dios y para los demás o nos excluimos a nosotros mismos del “Reinado de Dios”. Todos nacemos con un destino, destino glorioso, el ser hijos de Dios y hermanos de los hombres. Todo ser humano es valioso, de gran valor; su vida tiene sentido, que se debe buscar, encontrar y realizar. La felicidad brota de la realización personal que se cultiva y madura en el servicio a los demás y con los demás. Cuando se frustra el sentido, aparece la frustración y sus derivados. Animo, no tengas miedo responder a la vida.

 


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