EL ESPÍRITU SANTO Y LA EXISTENCIA CRISTIANA

 

El Espíritu Santo y la existencia cristiana

Iluminación: Por eso, tampoco nosotros hemos dejado de rogar por vosotros desde el día que lo oímos, y de pedir que lleguéis al pleno conocimiento de su voluntad, con total sabiduría y comprensión espiritual, para que procedáis de una manera digna del Señor, agradándole en todo, fructificando en toda obra buena y creciendo en el conocimiento de Dios. (Col 1, 9- 10).

Introducción.

A partir del Bautismo, el Espíritu de Dios habita en el cristiano como en su propio templo. Gracias a la fuerza del Espíritu que habita en nosotros, el Padre y el Hijo vienen también y habitan en cada uno de los creyentes. Podemos afirmar que el Espíritu hace y reproduce en nosotros a  Jesús, nos conforma el él: Nos hace vivir con Jesús y como Jesús; nos hace hijos en el Hijo, nos sumerge en la Trinidad. El Espíritu inicia y lleva a cabo en nosotros una obra duradera, nos hace partícipes de la vida del Resucitado y nos configura con Él..

Por la acción del Espíritu Santo los hombres creemos en Jesús el Hijo de Dios, hecho hombre para nuestra salvación. Por la acción del Espíritu los hombres adquirimos los mismos sentimientos de Cristo, nos revestimos con sus virtudes y nos llenamos con  los dones del Espíritu Santo. Qué son manifestaciones, en primer lugar, ante todo, la gracia santificante, la filiación divina, el amor de Dios derramado en nuestros corazones; en segundo lugar son las virtudes teologales: la fe la esperanza y la caridad, expresiones de la vida de Jesús. En tercer lugar son las continuas mociones del Espíritu en nuestra vida.

El don del Espíritu Santo es el que:

·       nos eleva y asimila a Dios en nuestro ser y en nuestro obrar;

·       nos permite conocerlo, amarlo y servirlo;

·       hace que nos abramos a las divinas personas y que se queden en nosotros.

La vida del cristiano es una existencia espiritual, una vida animada y guiada por el Espíritu hacia la santidad o perfección en la caridad. Gracias al Espíritu Santo y guiado por Él, el cristiano tiene la fuerza necesaria para luchar contra todo lo que se opone a la voluntad de Dios, ya que la vida cristiana, no solo es don, sino también lucha y proceso.

La vida cristiana como don de Dios. “Pero Dios, rico en misericordia, movido por el gran amor que nos tenía, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo —por gracia habéis sido salvados—,y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús. De este modo, puso de manifiesto en los siglos venideros la sobreabundante riqueza de su gracia, por su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Pues habéis sido salvados gratuitamente, mediante la fe. Es decir, que esto no viene de vosotros, sino que es un don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe. En efecto, hechura suya somos: creados en Cristo Jesús para que hagamos buenas obras, que de antemano dispuso Dios que practicáramos”. (Ef 2, 4-10)

·       La vida cristiana exige una respuesta nuestra: “Jesús les habló otra vez; les dijo: «Yo soy la luz del mundo; la persona que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12ss) Seguir a Jesús para practicar las obras de Misericordia y para revestirse de luz; es decir, de Cristo para estar llenos de la energía de Dios: “Fortaleceos en el Señor con la energía de su poder…”  (Ef 6, 10).

Por la fe en Jesucristo somos hijos de la Luz: “Porque en otro tiempo fuisteis tinieblas; pero ahora sois luz en el Señor. Vivid como hijos de la luz, pues el fruto de la luz consiste en todo tipo de bondad, justicia y verdad. Examinad qué es lo que agrada al Señor, y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas; antes bien, denunciadlas. Sólo el mencionar las cosas que ellos hacen ocultamente da vergüenza; pero, al ser denunciadas, salen a la luz. Pues todo lo que queda manifiesto es luz. Por eso se dice: Despierta tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo” (Ef 5. 8- 14)

Poseer las armas del cristiano para la lucha: “Tened en cuenta el momento en que vivís e id pensando en espabilaros del sueño, pues la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada; el día se acerca. Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz. Vivamos con decoro, como en pleno día: nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo, y no andéis tratando de satisfacer las malas inclinaciones de la naturaleza humana. (Rm 13, 11-14).

La vida nueva exige el servicio como manifestación de la fe y del amor. Servir es dar vida, para ayudar a crecer en la fe, la esperanza y el amor. Después de lavarles los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis ‘el Maestro’ y ‘el Señor’, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis lo que acabo de hacer con vosotros. «En verdad, en verdad os digo que no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que lo envía (Jn 13, 12- 16).

 

Gracias a la acción del Espíritu Santo en nuestros corazones podemos los creyentes reproducir la “Imagen del Señor Jesús para llevar una vida digna del Señor, dar fruto y crecer en el conocimiento de Dios, amando y siguiendo al Divino Maestro: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros; que, como yo os he amado, así os améis también entre vosotros. Todos conocerán que sois discípulos míos en una cosa: en que os tenéis amor los unos a los otros” (Jn 13, 34-35).

 

El Amor es la fuerza de Dios que irrumpe en nuestros corazones para humanizarnos.  Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él dará mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. Si alguno no permanece en mí, es cortado y se seca, lo mismo que los sarmientos; luego los recogen y los echan al fuego para que ardan.  Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis.  La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos.  Como el Padre me amó, yo también os he amado; permaneced en mi amor.  Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15, 5- 10).

 

El Camino del Amor inicia con la escucha de la Palabra. Nadie da lo que no tiene.  “Por tanto, la fe viene de la predicación, y la predicación, por la palabra de Cristo” (Rom 10, 17). “Decía, pues, Jesús a los judíos que habían creído en él: «Si os mantenéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos;  conoceréis la verdad y la verdad os hará libres.» (Jn 8, 31- 32). De paganos a creyentes… testigos… discípulos… misioneros… ministros de la multiforme gracia de Dios… canales e instrumentos de su Amor. Hombres libres para amar.

 

La Verdad que nos libera es el Amor.  “Dios ha derramado su Amor en nuestros corazones con el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rom 5, 5). Por amor el hombre rompe con aquello que lo esclaviza y permanece en el Amor que lo hace más humano y más y mejor persona. Cuando aprendemos y vivimos “el arte de amar” podemos realmente dar gloria a Dios: “La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos. Como el Padre me amó, yo también os he amado; permaneced en mi amor” (Jn 15, 8- 9).

 

Condiciones que nos presenta la Biblia para permanecer en el Amor:

 

Primera condición: romper con el pecado. Si decimos: «No tenemos pecado», nos engañamos y no hay verdad en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia. Si decimos: «No hemos pecado», hacemos de él un mentiroso y su palabra no está en nosotros (1 Jn 1, 8- 10).

 

Segunda condición: guardar los mandamientos, sobre todo el de la caridad.  Estaremos seguros de conocerle si cumplimos sus mandamientos.  Quien dice: «Yo le conozco» y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él.  Pero quien guarda su palabra tenga por cierto que el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud ( 1 Jn 2, 3- 5).

 

Tercera condición: guardarse del mundo. “No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo cuanto hay en el mundo —la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas— no viene del Padre, sino del mundo. El mundo y sus concupiscencias pasan; pero quien cumple la voluntad de Dios vivirá para siempre (1 Jn 2, 15- 17).

 

Cuarta condición: guardarse de los anticristos. “Hijos míos, ha llegado la última hora. Habéis oído que vendría un Anticristo; y la verdad es que han aparecido muchos anticristos. Por eso nos damos cuenta que ha llegado la última hora. Salieron de entre nosotros, aunque no eran de los nuestros. Pues si hubiesen sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Así se ha puesto de manifiesto que no todos son de los nuestros. Vosotros habéis recibido la unción del Santo” (1 Jn 2, 18- 20).

 

Deseo, con la ayuda del Espíritu Santo,  aprender el arte de amar para ser discípulo de Jesucristo.

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