Y USTEDES, ¿QUIÉN SOY YO PARA USTEDES?

 

Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?

Objetivo. Mostrar el modo para tener la respuesta auténtica sobre la pregunta del Señor Jesús, que la Iglesia cultiva y profesa a los largo de la historia, para no dar respuestas ficticias, al margen de la fe cristiana.

Iluminación. “Tras llegar Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos respondieron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas.» Él les preguntó: «Pero vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16- 17).

1.     Relato Evangélico.

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a los poblados de Cesarea de Filipo. Por el camino les hizo esta pregunta: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Ellos le contestaron: “Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros que Elías; y otros, que alguno de os profetas”.

Entonces el les preguntó: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Pedro le respondió: “Tú eres el Cristo”. Y él les ordenó que no se lo dijeran a nadie. Luego se puso a explicarles que era necesario que el Hijo del hombre padeciera mucho, que fuera rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que fuera entregado a la muerte y resucitara al tercer día (Mc  8,27- 30). 

2.     ¿Quién soy yo para ustedes?

“¿Quién soy yo para ustedes?” La respuesta no se puede buscar en los libros, tampoco se puede pedir prestada, ha de ser personal. Brota de la experiencia del encuentro con Jesús, Buen Pastor que busca a la oveja perdida y da su vida por ella. Pedro, con la ayuda del Espíritu Santo nos da la respuesta de la Iglesia de todos los tiempos: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16). El conocer a Dios es posible por el camino de la fe, es un don de la Gracia. Con su respuesta Pedro nos dice: “Jesús es el único que puede darnos la verdadera alegría; traernos el perdón de Dios y llevarnos a la Casa del Padre: Jesús nos libera de nuestras opresiones. El único que puede llenar los vacíos de nuestro corazón  y darle sentido a nuestra vida.”

La Iglesia confiesa esto diciendo que Jesús: “se pasó la vida haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el diablo” (Hch 10, 38). Este obrar de Jesús se dirigía ante todo, a los enfermos, consolaba a los afligidos, alimentaba a los hambrientos, liberaba a los hombres de la sordera, de la ceguera, de la lepra, del demonio y de diversas disminuciones físicas; tres veces devolvió la vida a los muertos. Era sensible a todo sufrimiento humano. Al mismo tiempo instruía, poniendo en el centro de la enseñanza las ocho bienaventuranzas, que son dirigidas a los hombres probados por diversos sufrimientos en su vida temporal. Estos son los “pobres de espíritu, “los que lloran”, “los que tienen hambre y sed de justicia”, “los que padecen persecución por la justicia”, cuando los insultan, los persiguen y, con mentira, dicen contra ellos todo género del mal…por Cristo. (Mt 5, 3-11). Cristo probó además en sus días terrenos, la fatiga, el hambre, la falta de casa, la incomprensión y toda su vida recibió de manera única el rechazo y la hostilidad. Al final de sus días es clavado en el madero de la cruz. Precisamente por ese sufrimiento suyo hace que el hombre tenga vida eterna.

3.     ¿Es posible conocer a Dios?

“Dichoso tú, Simón hijo de Jonás, porqué eso no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los Cielos” (Mt 16, 17) Es posible porque Él se nos da a conocer. En la Biblia, Dios se nos da a conocer; nos dice quien es Él, y, nos revela el Misterio de su voluntad. A la pregunta del discípulo: “Maestro muéstranos al Padre, y nos basta” Jesús responde: “¿tanto tiempo hace que estoy con ustedes y todavía no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn 14, 7) Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre, el Padre y yo somos uno” (cf Jn 17, 21).

El Padre se nos ha revelado en Cristo y nos ha manifestado su amor: “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre y llevar a cabo su obra” (Jn 4, 34) La obra del Padre es mostrar al mundo su rostro de amor, de perdón, de ternura, de misericordia, de verdad…Todo Dios se revela en Jesús, el Hijo amado del Padre. En Jesús y por Jesús Dios nos ama, nos perdona, nos salva, nos da su Espíritu, nos hace hijos suyos y hermanos de los hombres. Jesús viene a restaurar o reconstruir la Humanidad enferma y dañada por el pecado: “Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16). Este es un amor salvador. Un amor de Dios al hombre para que no muera sino que  “tenga vida eterna en abundancia”. Esta acción Cristo la realiza en la cruz. La salvación que Dios nos ofrece en Cristo tiene dos dimensiones: por un lado nos saca del mal y por el otro nos gana el don de la “Gracia”, el Espíritu Santo que nos hace hijos de Dios. Jesús con su muerte y resurrección libera al hombre del pecado y de la muerte. Pero sobre todo, borra de la historia del hombre el dominio del pecado, y, quita además el dominio de la muerte. Jesús es el Redentor y el Salvador de los hombres.

4.     Jesús es el Amor entregado

 

Cristo es obediente a la voluntad del Padre: Conciente, sabe a donde va; va obediente hacia el Padre a quien está unido en el amor. Antes de llegar a la Casa del Padre, acepta conciente y libremente pasar por la cruz como un signo de amor a los hombres sus hermanos; así puedan estos estar donde Él está. San Pablo manifiesta esta hermosa verdad diciendo: “me amó y se entregó por mí” (Gál. 2, 20) “Nos amó y se entregó por nosotros como hostia vivan santa y agradable a Dios” (Ef 5, 1). Jesús es el Amor entregado. Entregado por Dios a los hombres para que hicieran con Él lo que les diera la gana: lo mataron. Jesús es el Amor que se entrega a sí mismo: “Mi vida no me la quitan, yo la entrego” (cf Jn 10, 18) Para que el mundo tenga “Vida en abundancia” (Jn 10, 10)

5.     Soy testigo del Poder de Dios.

Para poseer el verdadero conocimiento de Dios en Cristo, el hombre es llamado a ser testigo de la “muerte y resurrección de Cristo”. El hombre al apropiarse de los frutos de la redención de Cristo, que son: El perdón, la paz, la resurrección y el don del Espíritu Santo, puede gritar al mundo con toda la fuerza de sus pulmones: “He visto a Dios”. Lo conozco y lo amo. Solo entonces se abre al amor de Dios; descubre, por la acción del Espíritu en él, el sufrimiento redentor de Cristo en sus propios sufrimientos, los revive mediante la fe, enriquecidos con un nuevo contenido y un nuevo sentido. Este descubrimiento hizo decir a san Pablo: “Estoy crucificado con Cristo y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí, que me amó y se entregó por mí” (Gál 2, 19-20). Pablo ha encarnado la doble certeza: Cristo lo ama, y él ama a Cristo. Cristo dio su vida por Pablo y ahora el Apóstol da su vida por su Maestro, y lleno de alegría se atreve a decir: “Cuanto a mí, jamás me gloriaré a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo” (Gál. 6, 14). El Apóstol no se detiene en la cruz, para él, los testigos de la pasión de Cristo, son también testigos de la resurrección: “Para conocerle a El y el poder de su Resurrección y la participación en sus padecimientos, conformándose a El en su muerte por si logro alcanzar la resurrección de los muertos” (Flp 3, 10-11).

6.     Seguir a Jesús

 

“Toma tu cruz y sígueme" (Lc 9, 23). Sin seguimiento no hay conocimiento, no hay experiencia de Dios. Los hombres, testigos de la muerte y resurrección de Jesús, con la ayuda del Espíritu Santo, se hacen conscientes de la participación en los sufrimientos  de Cristo es “don de Dios” (Flp. 1,29) y “Manifestación de su Amor” (cf Jn 21, 15ss) Cruz y resurrección son inseparables…quien quiera separarlos, falla, y se queda al  margen de una verdadera religión. Los testigos de la cruz y de la resurrección estaban convencidos de que “para entrar al reino de los cielos, han de pasar por muchas tribulaciones” (Hch 14, 22). Cristo nos ha introducido en el reino de Dios mediante el sufrimiento. Y también,  mediante el sufrimiento maduran para el mismo reino los hombres, envueltos en el misterio de la redención de Cristo. (Palabras de Juan Pablo II)

 

Para Jesús la cruz, como lo hemos visto, es donación, entrega y servicio hasta la muerte, es la expresión más grande de su amor al Padre y a los hombres. El cristiano no busca el sufrimiento por sí mismo, sino el amor. Entonces, la cruz acogida, se transforma en el signo del amor y del don total. Llevarla en pos de Cristo quiere decir unirse a él en el ofrecimiento de la prueba máxima del amor. No se puede hablar de la cruz sin considerar el amor que Dios nos tiene, el hecho de que Dios quiere colmarnos de sus bienes. Con la invitación "sígueme", Jesús no sólo repite a sus discípulos: tómame como modelo, sino también, comparte mi vida, mi misión, mi destino y mis opciones. Entrega como yo tu vida por amor a Dios y a los hermanos. Así, Cristo abre ante nosotros el "camino de la vida" que, por desgracia, está constantemente amenazado por el "camino de la muerte".

 

7.     ¿Quién es Jesús para mí?

 

A partir de la experiencia de la Pascua: muerte y resurrección con Cristo puedo decir con la Iglesia que Jesús es el Hijo de Dios vivo (Mt 16, 16). Jesús es mi Salvador Personal (Gal 2, 20). Jesús es mi Redentor (Ef 1, 7). Jesús es mi Maestro (Jn 13, 13. Jesús es el Señor de mi vida y de mi historia. Es  mi Fuerza para vencer mi pecado (Ef 6, 10). Jesús es mi Señor y mi Dios (Jn 20, 28). Es mi amigo, hermano y compañero de camino (Mt 28, 20).

 

Condiciones para seguir a Jesús.

 

La decisión de seguir a Cristo pide romper la amistad con el mundo y caminar en la luz: Adiós botellas de vino; adiós mujeres alegres; adiós a centros nocturnos y otros  lugares de vicio; adiós al fraude y a la corrupción, adiós al “mundo y al reinado de la carne”, frente a nosotros está el desierto…la etapa de formación y de preparación para seguir a Cristo, “Luz del Mundo”“Yo soy la luz del mundo: el que me siga no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. (Jn 8,12) Caminar en tinieblas es dar la espalda a Dios, nos lleva a la confusión y nos hace enemigos de Dios. El que camina en tinieblas realiza las obras de la carne (Gál. 5, 19). En cambio, quien camina en la luz, obra en la luz y realiza las obras de la luz, las obras de la fe (Gál 5, 22). Caminar en la luz nos hace estar naciendo de la voluntad de Dios, revestirnos con el vestido del “Hombre Nuevo” en justicia y santidad para conformar la vida con Jesús. Y, ¿ahora qué? ¿A dónde nos lleva Jesús? Juan y Andrés hicieron a Jesús esta pregunta: Maestro, ¿Dónde vives? La respuesta de Jesús es clara y concisa: “Venid y lo veréis”. Ellos fueron y estuvieron con él toda la tarde” (Jn 1, 38-39) No tengamos miedo en decirlo, Jesús, Jesús en primer lugar, nos lleva a la intimidad con Dios, al conocimiento de su amado Padre. En segundo lugar, el seguir a Jesús es capacitarse para el “servicio” Ayudar a Dios a tener muchos amigos.

 

¿Quién soy yo para Cristo?

 

Sólo para ayudarnos a pensar un poco la pregunta hizo a los suyos. Invirtamos la pregunta. Soy: ¿Hermano? ¿Amigo? Discípulo? ¿Apóstol? ¿Servidor? ¿Enviado? ¿Profeta?¿Confía el Señor en mí y cuenta conmigo?

 

 

 

 

 

 

 


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