PORQUE NO HAY ÁRBOL BUENO QUE DÉ FRUTO MALO Y , A LA INVERSA NO HAY FRUTO MALO QUE DÉ FRUTO BUENO


«Porque no hay árbol bueno que dé fruto malo y, a la inversa, no hay árbol malo que dé fruto bueno.

Iluminación: En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí; contra tales cosas no hay ley. Pues los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias. (Gál 5,22- 25)

La Biblia divide a la humanidad en dos: los que hacen el mal y los que hacen el bien: en hombres justos y en hombres impíos (cf Slm 1) Cada uno como árboles están plantados en diversos lugares; uno, a la orilla de un río y el otro está plantado en la estepa. Uno tiene sus raíces en el agua y el otro tiene sus raíces en  la aridez, en el vacío.   Es como un árbol plantado junto a corrientes de agua, que da a su tiempo el fruto, y jamás se amustia su follaje; todo lo que hace sale bien. (Slm 1, 3) Jesús en el evangelio de san Mateo nos invita reconocerlos por sus frutos: “Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los reconoceréis. (Mt 7, 16- 20)

Siguiendo el evangelio de san Lucas la Palabra nos explicita: “Cada árbol se conoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos, ni de la zarza se vendimian uvas. El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca lo bueno, y el malo, del malo saca lo malo. Porque de lo que rebosa el corazón habla su boca. (Lc 6, 44- 45) Lo triste y lamentoso es que son muchos los hombres que a lo bueno le llaman malo, y a lo malo le llaman bueno. Otros sabiendo lo que es malo lo hacen y rechazan lo bueno. Los que hacen lo malo se hacen esclavos del mal y se hacen malos. En cambio los que hacen lo bueno se hacen generosos y se hacen hijos de Dios. El mal nace y se fortalece con la mentira; en cambio la bondad nace de la Verdad y podemos reconocer sus frutos: la sinceridad, la honestidad y la integridad que llevan a la justicia a Dios y al prójimo, y por ende a la paz. No hay personas buenas ni personas malas; más bien, el hombre nace con la capacidad para hacer el bien o para hacer el mal.

Cuando hacemos el mal, nos hacemos menos humanos y menos persona. Nos deshumanizamos y nos despersonalizamos. En cambio cuando hacemos el bien nos hacemos más humanos y más persona: Nos humanizamos y nos personalizamos. Así podemos entender las palabras de Jesús: “¿Podrá un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?” (Lc 6, 39) El hoyo es la deshumanización y la despersonalización. Será una persona atrofiada que teniendo ojos no mira; teniendo boca no habla; teniendo oídos no escucha; teniendo pies no camina (cf Mc 8, 18) Buscamos las cosas de abajo y nos la de arriba; más lo material y no lo espiritual (Cf Col 3, 1- 4) entramos en los terrenos de falsedad, de la mentira y de la hipocresía (1 Pe 2, 1) Con palabras de san Pablo entramos en los terrenos del hombre viejo:  “Os digo, pues, esto y os conjuro en el Señor, que no viváis ya como viven los gentiles, según la vaciedad de su mente, sumergido su pensamiento en las tinieblas y excluidos de la vida de Dios por la ignorancia que hay en ellos, por la dureza de su cabeza los cuales, habiendo perdido el sentido moral, se entregaron al libertinaje, hasta practicar con desenfreno toda suerte de impurezas.” (Ef 4, 17- 19) A estos hombres o mujeres, creyentes o religiosos el Señor nos dice: “¿Por qué me llamáis: “Señor, Señor”, y no hacéis lo que digo?” (Lc 6, 46)

Ante lo anterior el Señor Jesús nos da una palabra que llega a nosotros como luz que ilumina nuestra realidad: “Todo el que venga a mí y oiga mis palabras y las ponga en práctica, os voy a mostrar a quién es semejante: Es semejante a un hombre que, al edificar una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre roca. Al sobrevenir una inundación, rompió el torrente contra aquella casa, pero no pudo destruirla por estar bien edificada. Pero el que haya oído y no haya puesto en práctica, es semejante a un hombre que edificó una casa sobre tierra, sin cimientos, contra la que rompió el torrente y al instante se desplomó y fue grande la ruina de aquella casa.» (Lc 6, 47- 49) El primer hombre tiene una fe verdadera, el otro es portador de una fe falsa, El primero hace la voluntad de Dios y el otro endurece su corazón a Dios y al prójimo.

¿Quién es el que da frutos buenos? El que hace la voluntad de Dios como lo dice san Pablo: “Vuestra caridad sea sin fingimiento; detestando el mal, adhiriéndoos al bien” (Rm 12, 9) Recordando las palabras del Señor Jesús damos al mundo la buena noticia: Crean en Cristo Jesús, sólo unidos a Él podremos dar fruto bueno jugoso (cf Jn 6, 40; 15, 1- 4) Su Palabra es como lluvia que empapa la tierra (Is 5, 9-10) Es como martillos y fuego (Jer 29, 13) Es Luz en nuestros pies. (Slm 119, 105) Es la verdad que nos hace libres, nos limpia y nos consagra (Jn 8, 31-32; Jn 15, 1- 4; Jn 17, 17) La Palabra es la brújula que nos guía a la salvación por la fe en Cristo Jesús y a la perfección cristiana (2 Tm 3, 14- 16) “Mis palabras son espíritu y vida” (Jn 6, 63) Quién escucha la palabra de Dios y la obedece se convierte en discípulo de Cristo Jesús, se hace su amigo y se sienta a la mesa con Él (cf Jn 15, 18; Apoc 3, 20)
¿Quién es el que se salva? Se salva, se humaniza y se personaliza con el sentido evangélico. Escuchemos las palabras de la Biblia: “El que hace la Voluntad de Dios, creer en Jesucristo y amar a sus hermanos” (cf Mt 7, 21; 1 Jn 3, 23) Por la fe y la conversión entramos en el reino del Padre y de Cristo (cf Mc 1, 15) Fe y conversión nos recuerdan las palabras de Pablo: Despojaos y revestíos para que tengan la libertad de los hijos de Dios (Gál 5, 1- 13) Es el mensaje que encontramos en libro de Isaías:  “Y al extender vosotros vuestras palmas, me tapo los ojos por no veros. Aunque menudeéis la plegaria, yo no oigo. Vuestras manos están de sangre llenas: lavaos, limpiaos, quitad vuestras fechorías de delante de mi vista, desistid de hacer el mal, aprended a hacer el bien, buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano, abogad por la viuda. Venid, pues, y disputemos - dice Yahveh -: Así fueren vuestros pecados como la grana, cual la nieve blanquearán. Y así fueren rojos como el carmesí, cual la lana quedarán. Si aceptáis obedecer, lo bueno de la tierra comeréis. Pero si rehusando os oponéis, por la espada seréis devorados, que ha hablado la boca de Yahveh. /(Is 1, 15- 20).
Todo hombre es libre para hacer el bien o hacer el mal. Ha recibido el libre albedrío: “Mira, yo pongo hoy ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia. Si escuchas los mandamientos de Yahveh tu Dios que yo te prescribo hoy, si amas a Yahveh tu Dios, si sigues sus caminos y guardas sus mandamientos, preceptos y normas, vivirás y multiplicarás; Yahveh tu Dios te bendecirá en la tierra a la que vas a entrar para tomarla en posesión. Pero si tu corazón se desvía y no escuchas, si te dejas arrastrar a postrarte ante otros dioses y a darles culto, yo os declaro hoy que pereceréis sin remedio” (Dt 30, 15- 17).

La presencia de Cristo garantiza los frutos buenos: Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada.” (Jn 15, 4- 5)

Tal como lo describe la salmodia, sólo el hombre que confía en el Señor puede dar fruto bueno: ¡Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni en la senda de los pecadores se detiene, ni en el banco de los burlones se sienta, mas se complace en la ley de Yahveh, su ley susurra día y noche!. Es como un árbol plantado junto a corrientes de agua, que da a su tiempo el fruto, y jamás se amustia su follaje; todo lo que hace sale bien. (Slm 1,1-3)

San Pablo nos dice: “Por eso, tampoco nosotros dejamos de rogar por vosotros desde el día que lo oímos, y de pedir que lleguéis al pleno conocimiento de su voluntad con toda sabiduría e inteligencia espiritual, para que viváis de una manera digna del Señor, agradándole en todo, fructificando en toda obra buena y creciendo en el conocimiento de Dios; confortados con toda fortaleza por el poder de su gloria, para toda constancia en el sufrimiento y paciencia; dando con alegría” (Col 1,9- 11)

Dios no obliga hacer el bien, como tampoco obliga a no hacer el mal. Él quiere que el hombre sea protagonista de su propia historia  propone, pero no obliga: “Aborrezcan el mal y amen apasionadamente el bien (Rm 12, 9) Cultiven el bien y protéjanlo (cf Gn 2, 15) En su gran misericordia nos ha dejado lo medios para cultivar el árbol para que nos dé frutos buenos: la oración, la Palabra de Dios, las obras de misericordia, la Comunidad cristiana (Mt 20,28) y los sacramentos, especialmente la Confesión y la Eucaristía.

El fruto bueno es expresión de nuestros esfuerzos y de la acción del Espíritu Santo: El amor, la paz, el gozo, la humildad, la mansedumbre…




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