LIBRES CON LA LIBERTAD DE LOS HIJOS DE DIOS.



LIBRES CON LA  LIBERTAD DE LOS HIJOS DE DIOS.
Objetivo: Dar a conocer que la virtud de la libertad está al servicio de la caridad, y por lo tanto de la realización de los seres humanos, para que  lleguen  a ser  personas plenas, fértiles, fecundas y fructíferas.

Iluminación. “Dios quiso dejar al hombre en manos de su propia decisión” (Si. 15, 34), de modo que busque a su Creador sin coacciones y, adhiriéndose a Él, llegue libremente a la plena y feliz perfección (GS 17).


“La libertad es el poder, radicado en la razón y en la voluntad, de obrar o de no obrar, de hacer esto a aquello, de ejecutar de tal manera y por sí mismo acciones deliberadas. Por el libre albedrío cada uno dispone de sí mismo. La libertad es en el hombre una fuerza de crecimiento y de maduración en la verdad y la bondad. La libertad alcanza su perfección cuando está ordenada a Dios, nuestra bienaventuranza” (Catic 1731).

1.               Muchas son las libertades.  Una cosa  es tener libertad y otra cosa, es, ser libre. Pensamos por un momento en la libertad exterior, podemos ir a donde nos plazca, comprar lo que queramos o nos guste, y otras muchas cosas, pero, se vive sin “libertad interior”. Tenemos muchas libertades que se nos han sido dadas, pero, pocos hombres libres que amen lo que son y lo que están llamados a ser. ¿Qué es la libertad? Es un modo de ser. Es la exigencia esencial y fundamental de la existencia humana; es el estilo de vivir humanamente. Más que una capacidad es una facultad inherente a la persona humana que nos hace ser capaces de elegir entre dos o más realidades. Es por eso una propiedad de la voluntad. Entre más fuerte y sólida sea la voluntad para el bien, más auténtica será la libertad.
Pueden existir personas que tienen una voluntad orientada hacia el poder, el tener o el placer. El hombre que quiera alcanzar un desarrollo pleno, está llamado a tener una voluntad de “ser”. Ser persona, original, responsable y libre; un ser capaz de vivir en relación consigo mismo, con los demás con la naturaleza y con Dios. Un ser que está proyectado hacia lo que todavía no es, pero, que está llamado a ser: una plenitud de sentido. (Frankl)

2.               La libertad es don y conquista.  Hemos de pensar y aceptar la libertad como don y también como respuesta; es don y tarea; es una  gracia humana y cristiana, pero También es tarea y quehacer. Corresponde a los dones que recibimos de la vida y de Dios como “gracia y responsabilidad” que hemos de proteger y de cultivar. “El que no trabaje que no coma” (2Ts. 3, 10) Muchos son los hombres que no se conocen, son ciegos ante esta hermosa realidad; mientras que otros, sabiéndolo, son indiferentes, les vale, más, aún, hay otros empeñados en obstaculizar el desarrollo normal al que somos llamados. Hay libertad de…y libertad para… Libertad de todo aquello que nos impide crecer como personas en el Reino de Dios: prejuicios, complejos, vicios, impurezas, mañas, ideologías, mesianismos, autoritarismos, conformismos, consumismos, individualismos, defectos de carácter, etc. Libres para caminar en la verdad; libres para hacer el bien, libres para amar espontáneamente, libres para ser uno mismo, con identidad propia; libre para ser capaces de tomar decisiones personales y ser protagonistas del propio destino. El destino del hombre es la “libertad interior y afectiva,” libre de toda manipulación. (Gál 5, 1)
3.               Libertad y libertinaje. Hay libertad y hay libertinaje. Una nos humaniza y personaliza, la otra nos deshumaniza y despersonaliza. Una nos hace libres y la otra nos hace esclavos. Confundir una con la otra es fuente de desgracia, de no realización. Es común escuchar: hagan tal cosa que para eso son libres. Hagan con sus cuerpos lo que ustedes gusten y quieran. Si tu novio te lo pide, entrégaselo que para eso eres libre. Quien use mal su libertad, cae  en el libertinaje. Quien elija mal, es responsable de todas las consecuencias que arrastre la decisión tomada. Digámoslo con toda claridad: La libertad es una propiedad esencial del hombre, no amar la libertad significa, no amar al hombre que es libertad. Un ser que debe aprender a ser él mismo, pensar por sí mismo y decidir por sí mismo. El hombre libre es un ser existencial: capaz de salir de sí mismo, para ir al encuentro de su realidad; es un ser en proyección con apertura a lo existencial. El hombre libre no se arrastra, camina con los pies sobre la tierra, con dominio de sí mismo. La liberad pide al hombre el cultivo de una voluntad firme, férrea y fuerte para amar. 
4.               La libertad según san Pablo.  “Para ser libres nos liberó Cristo” (Gál 5, 1) Para san Pablo, la existencia cristiana, es un vivir en libertad (Gál 5, 13) El Apóstol habla de la libertad en sentido soteriológico y de la acción de la libertad en los cristianos:
V  Libres de la esclavitud del pecado. (Rm 6, 4. 8. 22; 8, 2) El Mal esclaviza. La  liberación del Mal y de todas sus manifestaciones que nos permita ser regenerados, ha de ser anhelada, buscada, deseada. Ser libres del dominio de la: soberbia, avaricia, lujuria, odios, envidia, gula, ira, pereza, etc. Droga, alcohol, sexo, opresiones, fijaciones, etc.

V  Libres de la esclavitud de la muerte. (Rm 6, 16- 23)Todos vamos a morir. Frente a la muerte existen varias posturas: unos tienen miedo morirse porque no creen en la otra vida; otros tienen miedo porque tienen muchas riquezas que no se van a llevar; mientras que otros tienen miedo morirse porque han vivido mal y se van con las manos vacías. El miedo a la muerte es una señal de que no se conoce a Cristo y su Plan de Salvación.

V  Libres del miedo. El miedo es un vacío de seguridad, confianza, autoestima y amor. Es a la misma vez, el peor enemigo de la emancipación humana; el miedoso siempre será inseguro, celoso, mediocre, encerrado  en sí mismo y agresivo. Muchas veces, recurre a la “química del alcohol y de la droga” para demostrar que es valiente. Es una persona oprimida, pero también es un opresor agresivo en su propia casa.

V  Libres de la esclavitud de las personas,  de las cosas y libres de la esclavitud de los animales. San Pablo dice a los romanos que el dar la “espalda a Dios” genera idolatría, esclavitud de valores y deshumanización (Rm 1, 18.ss) El esclavo no se posee, otros deciden por él. En la cultura latina es fácil ver mujeres esclavas de sus maridos y hombres esclavos de sus líderes, de sus superiores, de sus trabajos, y aún, de sus mismas mujeres. Otros son esclavos de su dinero y hacen de sus animales sus ídolos.

V  Libres de la esclavitud de la ley. (Gál 4, 21- 31; Rm  7, 2- 4)  Esta esclavitud genera fariseos rigoristas, legalistas y perfeccionistas. El fariseo le gusta hacer las cosas para que los vean o para quedar bien. (Mt 6) A quien no esté de acuerdo con él, será excluido, separado y criticado. El otro es juzgado por las apariencias externas, sin tomar en cuenta la “intención del corazón”.

5.                 La peor de las esclavitudes.  La esclavitud de la ley me hace actuar con miedo, con soberbia, por obligación, por algún interés personal, para que me vean, para quedar bien… siempre se esperan premios y recompensas…la salvación es merecida; es debida a las obras y no a la gracia. Es el creerse bueno, justo, mejor que los demás y superior a todos. Vive al margen de la verdad, por eso está vacío de toda misericordia (cf Lc 6, 36).  Es la peor de las esclavitudes, en ella se da una mezcla de todos o algunos de los pecados capitales. La esclavitud de la ley ha llevado a muchos a usurpar el lugar que solo le corresponde a Dios, por eso juzga y condena a sus semejantes. Jesús alerta a sus discípulos diciéndoles: “Si vuestra justicia no supera la justicia de los fariseos, no entraréis al Reino de  Dios” (Mt 5, 20). 
6.                 Todo lo hacían para que la gente los viera o para quedar bien con Dios o con los hombres. Ellos, los escribas y fariseos, leían la Biblia, eran maestros de la ley, hacían oración, pagaban diezmos, daban limosnas, pero, les faltaba ser humildes y  misericordiosos. Eso es lo que Jesús pide a sus discípulos para no quedarse en ritos vacíos o en una religión al margen de la realidad sin compromiso a favor de los más pobres. El fariseísmo es una enfermedad espiritual y moral que llega especialmente en los días de la infancia espiritual. Creerse mejor que lo demás o superior a ellos tan sólo porque se ha aprendido a orar, a leer la Biblia, cuando se ha recibido un cargo de importancia o cuando se goza del afecto de algún superior. Los demás se miran chiquitos, inmaduros y hasta se les desprecia por qué no estás a la altura de nuestros “valores o conocimientos”.
Siempre sería bueno tener presente las palabras de Jesús: “Vigilen y oren para no caer en la tentación” (Mt 26, 41) de sentirse más sabroso o mejor que los demás. La medicina para sanarse del fariseísmo es la visita frecuente al Sacramento de la Reconciliación y el cultivo de actitudes fraternas, solidarias y compasivas. Lo anterior acompañado siempre una la oración íntima, humilde, cálida y concisa como la del publicado.: “Señor Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí, soy un pecador” (Lc 18, 38).

No nos dejemos sorprender por la enfermedad del fariseo. Aprendamos el grito del ciego de Jericó, que implora a Jesús la curación; es la oración del publicano de la parábola, que repetía desde lejos en el templo: “Dios mío, ten compasión de mí, que soy pecador” (Lc 18,13). Es también el “Kyrie eleison” —Señor, ten piedad— de la liturgia. Las palabras de esta fórmula pueden variar, pero es recomendable atenerse a una fija y breve. La oración sencilla de un niño, siempre, conmueve y enternece el corazón del Padre. Una sola frase le bastó al hijo pródigo o al publicano para obtener el perdón de Dios. Solo una palabra llena de fe, despertó la misericordia de Dios y salvó al buen ladrón.

Oración de Jesús: permanecer con la mente y la atención en el corazón, persuadidos de que el Señor está cerca y nos escucha, y suplicándole con fervor decimos: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, que soy un pecador”. Hagamos esto constante y permanentemente, ya sea cuando estemos en la iglesia, de casa, de viaje, en el trabajo, en la mesa o en el lecho, en una palabra, desde el momento en que abrimos los ojos hasta que los cerremos para dormir.

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