Todos estaban muertos a causa del
pecado, pero Dios nos
ha dado vida en Cristo Jesús
La Biblia divide a la
humanidad en dos, “Justos y en malvados” Los que hacen el mal y los que hacen
el bien, los que creen y los que no creen: “Mira, yo pongo hoy delante de ti la
vida y el bien, la muerte y el mal. Pongo hoy por testigos contra vosotros al
cielo y a la tierra: te pongo delante vida o muerte, bendición o maldición.
Escoge la vida, para que viváis tú y tu descendencia, amando a Yahvé tu Dios, escuchando su voz,
viviendo unido a él.” (Dt 30, 15. 19- 20) “Frente a ti está la vida y la muerte
(Gn 2, 17), “El bien o el mal” (Dt 30, 15) el agua o el fuego (Eclo 15, 16), escoge
lo que tú quieras, de los que tú hagas eres responsable. Es el libre albedrío,
el hombre tiene la capacidad de hacer en bien o puede hacer el mal. Si hace el
bien se hará generoso y se será hijo de Dios; si hace el mal, se hace esclavo
del mal, y se hace malo. Do decimos que hay gente buena y gente mala, más bien
decimos que todos y cada uno podemos hacer el bien o podemos hacer el mal.
Dios ha puesto su ley
en el corazón de cada hombre, al menos de los que tengan pensamiento: “Escribiré
mi ley en su interior.” se trata de la "Ley natural" que se manifiesta con cuatro palabras que el hombre
puede escuchar en sus corazones (en su conciencia). Dios habla a nuestros
corazones lo dice el profeta Oseas (2, 16) ¿Qué nos dice? “No hagas cosas malas” “haz cosas buenas” (cf Rm 12, 9) Sí
hacemos el mal le hacemos daño a los demás y a nosotros mismos, pecamos. Sí no
hacemos el bien pecamos de omisión, tal como lo dice Santiago: “Aquel, pues,
que sabe hacer el bien y no lo hace, comete pecado.” (4, 17). No obstante
pecamos, Dios no retira su amor y nos dirige una tercera palabra: Arrepiéntete. (Mc 1, 15) Asi lo dice san
Juan en la (Ley revelada): “Hijos míos, os escribo esto para
que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos un abogado ante el Padre: a
Jesucristo, el Justo. Él es víctima propiciatoria por nuestros pecados; pero no
sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero” (1 Jn 2, 1-
2). Una cuarta palabra que Dios habla a nuestro corazón es aquella que
encontramos de diferentes maneras en las páginas de la Biblia: Proyéctate;
orienta tu vida; sigue tras las huellas de Jesús; “Levántate, toma tu camilla y
vete a casa” (Mc 2, 11) “Levántate y la luz de Cristo será tu luz” (Ef 5, 14)
El
Mensaje de Pablo acerca de lo mismo:
La experiencia de
pecado la encontramos en Pablo en el capítulo 7 de romanos: “Descubro, pues,
esta ley: que, aunque quiera hacer el bien, es el mal el que me sale al
encuentro. Por una parte, me complazco en la ley de Dios, como es propio del
hombre interior; pero, a la vez, advierto otra ley en mi cuerpo que lucha
contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado que está en mi
cuerpo. ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la
muerte? ¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor!” (Rm 7, 21-
25) Pablo divide a los pecadores en dos: en pecadores redimidos y los pecadores
sin redimir. El Apóstol divide la vida de los hombres en un antes de conocer a
Cristo y en el después de conocer a Cristo. A los primeros les llama “Tinieblas”
y a los otros en “luz” (Ef 5, 7-8) Para Pablo, sólo en Cristo hay Redención: “Es
cierta y digna de ser aceptada por todos esta afirmación: Cristo Jesús vino al
mundo a salvar a los pecadores; y el primero de ellos soy yo.” (1 Tim 1, 15)
Para el Apóstol la redención de Cristo hace referencia al “sacrificio perfecto de
Cristo que ofrece al Padre Dios por toda la humanidad, pero sólo los que creen
en Cristo reciben la justificación, el perdón de los pecados y reciben el
Espíritu Santo de adopción que nos hace hijos de Dios (Rm 5, 1; Gál 2, 16; Ef
1, 5)
Para el Apóstol todos
somos pecadores, judíos y gentiles. Los gentiles son idolatras y los gentiles
son violadores de la Ley: “Y a vosotros,
que estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales vivisteis en otro tiempo según
el proceder de este mundo, según el príncipe del imperio del aire, el espíritu
que actúa en los rebeldes... entre ellos
vivíamos también todos nosotros en otro tiempo, sujetos a las concupiscencias y
apetencias de nuestra naturaleza humana, y a los malos pensamientos, destinados
por naturaleza, como los demás, a la ira...” ( Ef 2, 1- 4)
Por
la fe en Cristo Jesús podemos entrar en la casa del Padre.
Creer que Dios nos ama,
y su amor se ha manifestado en Cristo, nacido para nuestra salvación, porque
todos somos pecadores: “Pero ahora, independientemente de la ley, se ha manifestado
la justicia de Dios de la que hablaron la ley y los profetas. Se trata de la justicia que Dios, mediante la
fe en Jesucristo, otorga a todos los que creen, pues no hay diferencia; todos pecaron y están privados de la gloria de
Dios.” (cf Rm 3, 21- 23)
¿Quién
es el justo? Justo es el que ha sido justificado y
practica la justicia. Es como un árbol plantado a la orilla de un río: Esto
dice Yahvé: Bendito quien se fía de Yahvé, pues no defraudará su confianza. Es
como árbol plantado a la vera del agua, que enraiza junto a la corriente. No
temerá cuando llegue el calor, su follaje estará frondoso; en año de sequía no
se inquieta ni deja de dar fruto. (Jer 17, 7- 8) Para el profeta, justo es el
que pone su confianza en el Señor, en cambio, para aquel que no cree y la busca
la salvación fuera del Señor, el profeta estalla diciendo: Maldito quien se fía
de las personas y hace de las creaturas su apoyo, y de Yahvé se aparta en su
corazón. 6 Es como el tamarisco en la Arabá, y no verá el bien cuando viniere. Vive
en los sequedales del desierto, en saladar inhabitable. (Jer 17, 5- 6)
Para todo aquel que
escucha las palabras de la ley en sus corazones, dice el salmista, con san
Pablo garantiza que no quedará
defraudado (cf 2 Tim 1, 12): Feliz quien no sigue consejos de malvados ni anda
mezclado con pecadores ni en grupos de necios toma asiento, sino que se recrea
en la ley de Yahvé, susurrando su ley día y noche. (Slm 1, 1- 3) “Será como
árbol plantado entre acequias, da su fruto en sazón, su fronda no se agosta.
Todo cuanto emprende prospera: pero no será así con los malvados. Serán como
tamo impulsado por el viento. No se sostendrán los malvados en el juicio, ni
los pecadores en la reunión de los justos. Pues Yahvé conoce el camino de los
justos, pero el camino de los malvados se extravía.” (Slm 1, 4- 6) ¿Cuál es el
camino de los justos?
El
camino de los justos es la fe, es el camino de Jesús.
Juan, que en la cárcel
había oído hablar de las obras de Cristo, envió a sus discípulos a preguntarle:
«¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?» Jesús les respondió:
«Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos
quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los
pobres la Buena Nueva. ¡Y dichoso aquel a quien yo no le sirva de escándalo!»
(Mt 11- 2- 6) En algunas biblias dicen: “Dichoso el que no se sienta defraudado
por mí.” El camino de la fe es estrecho y lleno de obstáculos, el primero en
recorrer este camino es Jesús, y detrás de él su Madre, sus Discípulos y miles
y miles de hombres y mujeres que se aventuraron a seguir las huellas del
Maestro (cf Lc 9, 23) Camino lleno de experiencias liberadoras, dolorosas, gozosas,
luminosas y gloriosas. Con san Pablo decimos: “Hasta el día de hoy, siempre que
se lee a Moisés, un velo ciega sus mentes. Y cuando se convierta al Señor,
caerá el velo. Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del
Señor, allí está la libertad. Y todos nosotros, que con el rostro descubierto
reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en
esa misma imagen, cada vez más gloriosos. Así es como actúa el Señor, que es
Espíritu.” (2 Cor 3, 15- 18) En el "Camino de la fe” no hay garantías, no hay cartas de recomendación que garantice que nos va a ir bien o que vamos a quedar
bien. No busquemos sentir bonito y no busquemos tener éxitos. Nos puede ir bien y nos puede salir bien, pero
no se pide ni se exige. La fe consiste en escuchar, levantarse, salir fuera y
ponerse en camino, eso es creer, y por el Camino iremos viendo las maravillas
que el Señor hace en nosotros y en los demás. Busquemos frutos y no éxitos. El
fruto es el que brota de la Cruz de Cristo (cf Lc 9, 23; Jn 15, 9-10)
El
mandato de Dios es para todos, creyentes y no creyentes.
“Y este es su
mandamiento: que creamos en su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros”
(1 de Jn 3, 23). Lo primero es creer y después es amar. No podemos invertir el
orden. Creer en Jesús es confiar en él, es obedecerlo, es amarlo para seguir
sus huellas y servirlo con amor y por amor: “Si sabéis que él es justo,
reconoced que quien hace lo que es justo ha nacido de él.” (1 Jn 2, 29) “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para
llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! Por eso el mundo no nos conoce, porque
no le reconoció a él. (1 Jn 3, 1). Creer e Jesús por la escucha de su Palabra
(Rm 10, 17) nos inicia en el cambio de mente y de conversión, para la “humildad,
primer fruto de la fe, la confianza en su Palabra y en sus Promesas nos deja la
“Esperanza” que nos guía y a la purificación del corazón y se despliega hacia
el Amor. Amor a Dios y al prójimo. Amor que se manifiesta en la “Honra y Gloria
a Dios y en amor y servicio a la comunidad fraterna y solidaria y misionera,
para hacer a otros de los dones de Dios. “Quien tiene esta esperanza en él
se purifica, porque él es puro. Todo el que comete pecado comete una acción
malvada, pues el pecado es la maldad. Y sabéis que él se manifestó para borrar
los pecados, pues en él no hay pecado. Quien permanece en él, no peca; por eso,
el que peca no le ha visto ni conocido. Hijos míos, que nadie os engañe: el que
obra la justicia es justo, porque él es justo.” (1 Jn 3, 3- 7)
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