LA ESPIRITUALIDAD BÍBLICA

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La Espiritualidad Bíblica


Objetivo: Dar a conocer el significado de la espiritualidad bíblica como único camino para conocer, amar y servir  al Reino de Dios en esta vida y abrazando la voluntad de Dios manifestada en Cristo podamos hacer presente al Reino entre los hombres.

Iluminación. “He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y cuanto ardo en deseos de que ya estuviera ardiendo” (Lc 12, 49).

1. La vida espiritual

La vida espiritual no es un área de la vida que no pueda separarse o aislarse de otras áreas, como la vida física, de la vida social o de la vida intelectual, la vida apostólica, la vida política o profesional. Para el cristiano la vida espiritual es la totalidad de la vida, en la medida que sea motivada, animada y determinada por el Espíritu Santo. Tenemos vida espiritual en la medida que nos dejemos motivar y conducir por el Espíritu Santo que guía a los hijos de Dios (Rom 8, 14).

Lo primero que tenemos que aprender con respecto a la vida espiritual o sobre la espiritualidad bíblica, es que la Biblia no divide a la persona en una parte espiritual y en otra material. En la Biblia, la persona humana es considerada como un todo y no como un alma que habita en un cuerpo. La persona es un cuerpo espiritualizado o es un espíritu encarnado, es una totalidad. Cuando San Pablo habla de una “vida según la carne” y de una “vida según el espíritu”, Cuando hace referencia a aquellos que “desean las cosas de la carne, y de aquellos que desean las cosas del espíritu” (Rom 8, 4-5). El apóstol no está dividiendo a la persona humana en dos partes: espíritu y carne.

Cuando San Pablo habla de “la carne” no está hablando de deseos sexuales o de “naturaleza humana”. El está hablando sobre el pecado y la vida mundana o pagana. De esta manera podemos entender con claridad cuando él hace referencia a las “obras de la carne” (Gál 5, 19-21). Un modo de vida que no es aprobado por Dios y que incluye, no sólo los pecados del sexo, sino, también los pecados de idolatría, celos, envidia, mal carácter. Estilos de vida, como el legalismo, el rigorismo, el perfeccionismo, corresponden a “la carne”. De la misma manera Pablo designa “la carne” como “espíritu de esclavitud” (Rom 8, 14), “espíritu del mundo” (1Cor 2, 12), “espíritu del anticristo” (1Jn 4, 3), o “espíritu del error” (1Jn 4, 6). En el Evangelio encontramos que existen los “espíritus malos”, “espíritus impuros”, “espíritus de debilidad (Lc 13, 11), “espíritu sordo y mudo” (Mc 9, 25). Esto para ayudarnos a comprender que la “vida según la carne”, es una vida motivada por malos espíritus, por espíritus mundanos o por valores mundanos o paganos.

Mientras que la vida según el espíritu es una vida motivada por el Espíritu del bien o Espíritu Santo. En la Biblia tiene vida espiritual el que es movido por el Espíritu de Dios y no por cualquier otro espíritu. Lo opuesto a la carne es el Espíritu Santo. De la misma manera que lo opuesto a la vida espiritual es la vida mundana o sin fe. ¿Qué espíritu nos guía? Será por eso que San Juan nos dice: “No se crean de cualquier espíritu, sino examinen los espíritus para ver si son de Dios” (1Jn 4, 1). También nos dice: “Y no se conformen con este mundo” (Rom 12, 2). En vez de eso busquemos los caminos de Dios, los caminos del Espíritu.

Busquemos el espíritu de la Biblia más que la letra. Busquemos el espíritu de Dios para que demos al Espíritu Santo la libertad de actuar mejor en nuestras vidas, tarea nada fácil, ya que el espíritu de Dios no puede fijarse en leyes, reglas o reglamentos. Como tampoco está en los legalismos, rigorismos o perfeccionismos. “Pues la letra mata, pero el espíritu es el que comunica vida” (2Cor 3, 6).


2. Hablemos entonces de los dos caminos

La carta a los Gálatas nos describe la realidad que vivimos en nuestro interior: El espíritu lucha contra la carne. Cada una tiene sus características y sus frutos. Una es agradable a Dios y la otra es ofensa al Dios de Amor. “Procedan según el Espíritu, y no den satisfacción a las apetencias de la carne. Pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne, como que son entre sí tan opuestos, que no hacen lo que quieren” (Gál 5, 16-17).Jesús nos habló de dos caminos, el ancho y el camino angosto, el primero lleva a la muerte y el segundo lleva a la vida (cfr Mt 7, 13s).

3. La vida según la carne

¿Qué es la vida según la carne? “La carne” se refiere al hombre viejo, egoísta, inclinado al mal y a las concupiscencias; el hombre que se haya en estado de resistencia a Dios y de cara al mundo. El que vive según la carne, su vida  es conducida por cualquier espíritu que no sea el Espíritu Santo. Es vida mundana y pagana, vida en las tinieblas, vida de pecado. La Biblia nos dice que los que viven según la carne no son agradables a Dios (Rom 8, 9).


4. La vida según el Espíritu

Es una vida movida por el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios. Es una vida reconciliada, redimida y santificada. Se vive en comunión con Dios, consigo mismo y con los demás. Quien la posea, ha dejado de vivir para sí mismo, ahora, como hombre nuevo, vive para Dios y para los demás. Para la Biblia, la vida espiritual, es una vida vivida de acuerdo con el Espíritu de los profetas. Los profetas de la Biblia, fueron hombres llenos del Espíritu Santo que anunciaron y revelaron los planes de Dios. Denunciaron las injusticias que se cometían en contra de Dios o de los más débiles. Fueron los hombres de Dios que también tuvieron que renunciar a sus propios intereses cuando no correspondían a los de Dios.

El espíritu de Dios es:
1.     Espíritu del Amor (1Jn 4, 13-16).
2.     Espíritu de la Verdad (Jn 14, 17; 16, 13- 14; 1Jn 5, 7).
3.     Espíritu de Libertad (2Cor 3, 17; Rom 8, 1-13).
4.     Espíritu de Sabiduría, Entendimiento, Ciencia, Temor de Dios  (Is 11, 3).
5.     Espíritu de Santidad, Fortaleza y Dominio Propio (1Tim 1, 7).

Los frutos del Espíritu que podemos ver o no ver en nuestras vidas son: amor, alegría, paz, magnanimidad, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, autodominio, fe, humildad (Gál 5, 22). Recordemos la conversación que Jesús sostuvo con la mujer samaritana: “Sí conocieras el don de Dios y supieras quien es el que te pide, tú le pedirías a Él y Él te daría agua viva” (Jn 4, 10). ¿Qué cristiano no desearía estar recibiendo  “el don de Dios?”. Pero también podemos decir que el Espíritu Santo es el “don de Dios” a los que creen en su Hijo Jesucristo y lo obedecen (cfr Jn 16, 7). El Evangelio de Lucas pone en los labios de Jesús esta hermosa afirmación: “He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y cuanto ardo en deseos de que ya estuviera ardiendo” (Lc 12, 49). Se trata del fuego del Espíritu: el fuego del Amor y de la Evangelización que Cristo enciende en nuestros corazones.

San Juan nos dice que Cristo ha venido a traernos a Dios: “Vengo para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10). Esta “Vida espiritual” es el don de Dios a los hombres, que en virtud de los méritos de Cristo, nos da por medio de la Iglesia, en los Sacramentos. Una cosa es la vida espiritual y otra es la espiritualidad cristiana. La vida espiritual es la Gracia de Dios recibida, sobre todo, en los Sacramentos, mientras que la Espiritualidad es el “modo como vivimos la Gracia de Dios”.


5. La Fuente de la espiritualidad cristiana

La fuente es la “fe hecha experiencia de vida”. La espiritualidad cristiana tiene como fuente a Cristo hecho experiencia de vida. En el encuentro personal con Cristo Salvador y Redentor se inicia una nueva etapa, marcada por un antes de conocer a Cristo y un después de conocer a Cristo. La experiencia de Cristo no es que sea algo del pasado, sino algo que se prolonga y se actualiza en el hoy de nuestras vidas. Después de esta experiencia, los Sacramentos, la oración, etc. son también fuente de “espiritualidad cristiana”. Pero lo primero y lo esencial es Cristo hecho experiencia de vida. Que los conocimientos bajen de la cabeza al corazón.

“Del corazón del que crea en mí, brotarán ríos de agua viva” (Jn 7, 39). “No se emborrachen con vino, llénense más bien del Espíritu” (Ef 5, 18). Todo el que se emborracha con vino se tambalea; pero el que se embriaga del Espíritu está enraizado en Cristo, ha entrado en un “estado de gracia” en que ya no hay lugar para dudas, lamentos, encerramientos, sino únicamente para la alegría, la acción de gracias, para la entrega, la donación y el servicio. La borrachera del Espíritu Santo hace morir al pecado y vivificar el corazón, es decir, purifica el corazón de los pecados, lo inflama de fervor y eleva la mente al hermoso conocimiento de Dios.

6. ¿Cómo podemos llegar a ser realmente espirituales?

Suponiendo que ya tenemos la Gracia de Dios, el camino obligado es el vivir como Jesús vivió para poder llegar al encuentro con Dios (Jn 13, 1; Ef 5, 2; Hech 10, 38). No se trata de renunciar a los cantos, a las oraciones, a las cosas que ya sabemos y tenemos en la Iglesia, sino de cultivar el barbecho del corazón y quemar los espinos y la maleza que pueda haber en nosotros, estorbando para que el Reino de Dios crezca en nuestros corazones (cfr Jer 4, 3s). El cultivo del corazón nos hace descubrir la hermosura de Dios en el rostro de los hombres, y fomentar en nosotros la humildad, el amor fraterno y la castidad.


7. ¿Cuál es la clave para ser espiritual?

La clave es darle muerte al hombre viejo, matándolo de hambre, es decir, negándole el alimento que le entra por los sentidos. “Los que son de Cristo han crucificado sus bajos instintos con sus pasiones y sus deseos. Sí el Espíritu nos da vida sigamos también los pasos del Espíritu (Gál 5, 24s). “Sí con el Espíritu le dan muerte a las bajas pasiones, vivirán” (Rom 8, 13). “Estoy crucificado con Cristo” (Gál 2, 19). La cruz es el lugar para dar muerte y para dar vida; es vista por muchos como fuente de luz, de conocimiento y de santidad. La cruz es someter en la vida nuestra voluntad a la voluntad de Dios.


8. ¿De qué muerte se trata?

Se trata de morir al pecado para ser “portadores de Luz”; “para nacer de nuevo” (Jn 3, 1ss). “No vivir para sí mismo, sino para ser Imagen de Cristo (Rom 8, 29)”: Abriéndose a los demás con una actitud de humildad, caridad, pureza, obediencia y servicio fraterno. Esto me hace creer que la vida espiritual pide ser parte de una “comunidad” de hermanos en la fe, para compartir e intercambiar con ellos experiencias, palabras, vida. La razón por la que muchos cristianos se quedan en la infancia espiritual es precisamente por no tener una comunidad de vida. El individualismo o el encerramiento en sí mismo son enemigos de la vida espiritual, que crece cuando se comparte, en entrega, en donación a los demás.


9. ¿Qué hacer para asemejarnos a Jesús?

Lo primero es “Ser dóciles al Espíritu Santo”, que guía a los hijos de Dios (Rom 8, 14s). Mortificar nuestra carne (Col 3, 5), es una exigencia para vivir según la condición del Espíritu. Mortificar es negarle a la mano, al ojo, al pie... el placer de complacerse (Mt 5,27- 30). Es vivir la “locura de la cruz” (1Cor 1, 18). La única locura que se le puede cargar al Espíritu Santo y que tiene derecho de ciudadanía en la Iglesia.

10. ¿Cuáles son los frutos de la vida espiritual?

Una comunidad unida y floreciente, grupos de oración, comunidades de vida, cenáculos de amor, una liturgia viva, compartida y activa. Lo que hemos de tener muy claro es que, o somos espirituales o no somos de Cristo. Existe un antagonismo entre la vida espiritual y la vida según la carne (Gál 5, 16). Las obras de la carne son notorias, ¿Por qué? Porque no dan gloria a Dios y no ayudan  a los fieles a crecer en santidad. ¿Cuáles son las obras de la carne? San Pablo nos presenta una lista de 19 frutos de la carne (Gál 5, 19), para después presentarnos los frutos del Espíritu (Gál 5, 22). Podemos ver el resultado de cultivar el corazón: “la leche y la miel espiritual”, es decir, “el amor, la paz y el gozo” (Rom 14, 17).


11. ¿Cuáles son las condiciones para vivir la vida nueva?

Una vida personal santa: Testimoniar que Jesús es el Señor de nuestra vida mediante el cultivo de un corazón limpio, de una fe sincera y de una conciencia recta (1Tim 1, 5). Hacer de Cristo el centro y el todo de nuestra vida. A Jesús le corresponde el honor, el poder y la gloria.

Buscar la  humildad que lucha contra la tentación de apoderarse de la obra de Dios, de querer estar siempre en el puesto donde es más evidente la acción del Espíritu. Luchar contra la tentación de querer estar sobre los demás. La tentación de que los demás se apeguen a nosotros, olvidando que uno solo es el Maestro. “El que esté orgulloso, que esté orgulloso del Señor” (1Cor 1, 31).

La caridad fraterna dentro de la comunidad, de la familia y en nuestros lugares de trabajo, en todas partes. Una caridad que se manifiesta en el servicio a los menos favorecidos, a los oprimidos por el Demonio, a los rechazados y a los de espíritu abatido, a los pobres de esperanza; Entregados a obras concretas dentro de la parroquia: como evangelización, catequesis, animación litúrgica, servicio a los pobres. En una palabra participar activamente en la misión de la Iglesia. Cuando la caridad llena el corazón, la oración se convierte en compromiso cristiano impregnado de caridad hacia los hermanos.

La pureza, es decir, la santidad de vida afectiva y sexual. Una vida casta transparente, reflejo del estado de vida que se vive. “Porque el Señor no nos ha dado un espíritu de miedo y de cobardía, sino un espíritu de valentía, de amor y de dominio propio” (2Tim 1, 7). Sin dominio propio no hay castidad, no hay pureza y no hay santidad.

La Vida nueva sólo puede vivirse bajo la embriaguez espiritual que es un estado en el que el hombre se siente poseído y conducido por Dios, que nos lleva al compromiso con los hermanos; compromiso que cada día se hace más ligero y más gozoso. La clave del compromiso será siempre: el pertenecer a Cristo, el amar a Cristo y el servirle a Cristo. Esto es posible cuando el “amor de Dios” es ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que nos ha sido dado (Rom 5, 5) Con la Gracia de Dios y que con nuestras decisiones (esfuerzos), vamos adquiriendo un amor firme, férreo y fuerte que impulsa y que atrae hacia el encuentro interpersonal con nuestros hermanos.


12. ¿Por qué la cruz?

¿Por qué nuestro entusiasmo y nuestro crecimiento espiritual han de pasar necesariamente por la cruz de la obediencia, de la humildad, del amor fraterno y de la castidad? Porque así es como llegó Jesucristo a la gloria de la Resurrección y a la vida según el Espíritu. (1Pe 3, 18; Lc 24, 26). “El Hijo del Hombre tenía que padecer antes de entrar en su Gloria” (cfr Lc 24, 26). Y nosotros, seducidos por Jesús, queremos beber de la “Copa de la Salvación” y padecer de su Pasión hasta embriagarnos del Espíritu para ser con el Señor Jesús, manifestación de la gloria de Dios. La cruz ha de ser entendida como un estilo de vida, el primero en vivirlo fue Jesús. A nosotros los que hemos tomado la firme determinación de seguirlo, el Espíritu Santo nos sumerge en la  Pascua de Cristo: muerte y resurrección, dos momentos de un mismo acontecimiento que dan a luz al “hombre nuevo”, del cual Pablo dice: “Todo el que está en Cristo es criatura nueva, lo viejo ha pasado” (2Cor 5, 17).


13. ¿Por qué la resurrección?

Lo nuevo, la novedad es Cristo. “Si Cristo no resucitó vana es nuestra fe” (1Cor 15, 14s). Cruz sin resurrección es fatalismo drástico, y resurrección sin cruz es puro iluminismo. Pablo, en la carta a los filipenses realza el poder de la cruz y el poder de la resurrección: “Pero lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no con la justicia mía, la que viene de la Ley, sino la que viene por la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios, apoyada en la fe, y conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte… olvidando lo que dejé atrás me lanzo hacia delante…” (Fil 3, 7-15).

La vida espiritual es la Gracia de Dios recibida especialmente en  los Sacramentos y llevada en la práctica con una vida iluminada y conducida por el Espíritu de Jesús resucitado, que nos lleva a través de etapas hacia la madurez en la fe; hacia la perfección cristiana, dando muerte a los deseos de la carne y dando testimonio de vida cristiana. El testigo de la resurrección es aquel que padece en sí mismo la acción del Espíritu, para “mortificar” sus miembros según la advertencia de Jesús: “Si tu mano te hace pecar, córtatela; si tu ojo te hace pecar, sácatelo” (Mt 5, 29-30). No hay duda, el camino de la espiritualidad cristiana  es angosto y estrecho, exige esfuerzos, dedicación, consistencia y perseverancia. El crecimiento no está expuesto a la curiosidad ni a la charlatanería, a la superficialidad o a la mediocridad. El Apocalipsis nos recuerda: “Ojalá fueras frío o caliente, pero como eres tibio, voy a vomitarte de mi boca” (Apoc 3, 16).

El verdadero crecimiento en la vida espiritual es don de Dios: Pablo siembra, Apolo riega, pero es Dios quien hace crecer (1Cor 3, 6). No obstante lo anterior, podemos afirmar que Dios no nos obliga a recibir su amor, su paz y demás dones, el hombre los acepta gratuitamente y se abre a la acción del Espíritu para cultivar el “barbecho de su corazón”  (Jer 4; 3). Gracia de Dios y responsabilidad del hombre se toman de la mano, para juntos, cultivar el Reino aquí en la tierra. De manera que la “espiritualidad cristiana” es a la misma vez “espiritualidad bíblica” y “espiritualidad del reino”. En todo caso es una espiritualidad volcada hacia el futuro: Dios es Aquel que hace las cosas nuevas (Apoc 21, 5).



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