5. LA DIGNIDAD HUMANA



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LA DIGNIDAD HUMANA[1]
1. LA DIGNIDAD HUMANA 
Hay una convergencia en los pensadores actuales en general, que unen sus pensamientos al hablar sobre la grandeza del hombre, fundamentada en el valor absoluto de su dignidad. Al reconocer la dignidad incondicionada de cada ser personal, se puede comprender el término Kantiano que afirma que todas las cosas tienen un valor utilitario, pero sólo el hombre tiene dignidad. Al reconocer éste su dignidad, consecuentemente respeta al otro sin importarle su condición social, su sexo o credo religioso, y por lo tanto lo valora, no por lo que tiene o puede hacer, sino, por lo que es: PERSONA HUMANA.
La “dignidad humana” es el valor intrínseco que nos dice que toda persona, por el hecho de pertenecer  la “familia humana”, su valor no se lo dan las cosas, los conocimientos, habilidades, como tampoco se lo dan los demás, sino que es un Valor en sí misma, una perla preciosa. La dignidad como valor intrínseco está cimentada en dos columnas: la razón y la voluntad. Con la primera, el hombre como ser pensante realiza juicios prácticos y con la voluntad decide elegir entre dos o más valores.
Es común entre los filósofos del personalismo; decir que la persona tiene “rostro”, equivale a decir que tiene dignidad. Rostro y dignidad serían términos usados para designar al hombre: Entonces es válido decir que la dignidad es el rostro humano, donde los valores realizados van configurando los perfiles de su personalidad, y dando fundamento a su dignidad. Es una realidad, que sólo la persona tiene dignidad, pero no en referencia a los valores que posee, sino a los que va realizando. Son ellos (los valores) los que atraen desde dentro al hombre que paulatinamente va saliendo del no ser, de la no identidad, de los terrenos de la opresión y de la injusticia, para ir adquiriendo un “rostro” propio, en el adentrarse incondicional en el campo de los valores éticos y morales que aparecen como posibilidades o modos de ser inherentes en toda persona humana. El hombre nunca pierde su dignidad, pero ésta sólo llega a la madurez y a la plenitud en el amor que se manifiesta en la donación desinteresada y en el servicio.
Tres son los perfiles del rostro humano que fundamentan su madurez integral ya que son los primeros valores que está llamado realizar: La interioridad, la autointerpretación y la proyección.
La interioridad: La Interioridad o introspección como tendencia a dirigirse hacia dentro, es el primer valor que el hombre está llamado a realizar es el punto de arranque de la madurez humana, es el despertar dentro de una realidad concreta, que exige el despojamiento de todos los equipajes externos para adentrarse en sí mismo y remover “el objeto” que des-subjetiviza, reemplazando en su  lugar al “Yo”, sujeto controlador y dueño de sus entradas y salidas. La interioridad es la exigencia sui generis de la persona, que se expresa en la doble dimensión solidaria del hombre que se contempla así mismo como “un adentro” y un “afuera”, dicho con las palabras de Mounier: “Un centrarse desplegándose”[2]La persona en un movimiento de repliegue se vuelve sobre sí, en una actitud de recogimiento interior recogiendo los añicos esparcidos por la desposesión. Es el momento de la concentración de energías gastadas, pero no perdidas, dentro de un marco histórico lleno de experiencias positivas y negativas, que reflejan el pasado encarnado en el hombre y que éste debe recoger y redescubrir en sí mismo como enseñanza que se eterniza en el presente, y que la filosofía del pueblo sentencia: “La mejor escuela en la vida, es la vida misma”.

La auto-interpretación: Como segundo valor, a diferencia del animal, el hombre tiene la facultad de autoconocerse y autoprogramarse, es el momento del enfrentamiento consigo mismo a la luz del análisis existencial que permite al hombre redescubrirse y tomar autoconciencia de su propia realidad.
El reconocimiento como etapa del proceso de personalización sumerge al hombre en una crisis de enfrentamiento que le muestra su vida como complejidad, nada fácil de interpretar; el hombre, con la capacidad de hacer lo que quiere y de imponerse un determinado estilo de vida; sin embargo, muchas veces acepta ciegamente que lo determinen, prestándose así a ser numerable, no obstante, también tiene la capacidad de aceptarse como lo que es y como lo que debe ser: Responsable de sí mismo, sin tener que culpar a otros o a su pasado por la inalcanzabilidad de su bienestar o por la desintegración de su dimensión interior.
La proyección:El hombre que no sale de sí mismo, se estanca, se queda encerrado en sí mismo y se ahoga en su propio individualismo. Salir de sí mismo es negarse y renunciar a la propia comodidad para darse en amor y entrega  a los demás. Toda experiencia que no trasciende se aniquila; así el hombre puede frustrar su realización aún antes de comenzarla. Su peor enemigo es el miedo: miedo a entrar y autovalorarse o miedo a salir y enfrentarse a la vida como artífice de su propia historia, prefiriendo seguir en el conformismo interior que le permite hacer del “adentro” un refugio al margen del contacto con la realidad exterior.
La proyección aparece entonces como una necesidad primigenia de todo hombre que esté pensando en serio su realización personal, que incondicionalmente alcanzará su plenitud en la medida que se oriente hacia el campo de los valores morales, cualidades esenciales del ser, entre los que sobresalen la verdad y el amor, la libertad y la responsabilidad, la justicia y la solidaridad.
2.           La verdad y el amor son inseparables, como la mentira y el odio son inseparables de la injusticia, realidades negativas que engendran y llevan a la muerte; mientras que la verdad y el amor llevan a la práctica de la justicia, y por lo mismo a la vida.El amor es la esencia de la verdad, y ésta lleva al amor. Tanto la verdad como el amor son inherentes a los seres humanos.
La verdad es que el hombre no vale por los que tiene; las cosas no le dan su valor. Si alguna necesidad existe hoy en la humanidad es la de educar en la verdad y para la verdad, sólo así podrá el hombre valorarse por lo que es y no por lo que tiene, o por lo que hace o por lo que sabe. La dignidad de toda persona exige: pensar la verdad, honrarla y hablarla, caminar en ella amando,  haciendo el bien y  rechazando el mal; por último la verdad exige defender los derechos humanos. 
3.           Libertad y responsabilidad: Son la respuesta del hombre a la vida. Nacen y crecen en alguien que se empeña en ser él mismo, capaz de manifestar una armonía entre lo que piensa, siente y es; ambas son posibilidades unidas inseparablemente a todo ser humano, pero que deben ser descubiertas y liberadas para llevarlas a su madurez por medio de actos conscientes y libres; son los lados opuestas de una misma moneda, como son en cada ser humano el derecho y el deber. La libertad como máximo exponente de la dignidad, del valor y significado del obrar de la persona tiene sus raíces en el ser del hombre, es parte de su esencia constitutiva y fundamento de la responsabilidad. El hombre viene al mundo con la vocación de ser libre; está en él como posibilidad o germen, es él, quien al responsabilizarse por su existencia, opta por conquistarla.Hay libertad en la medida que haya responsabilidad. Podemos entonces entender que la responsabilidad es el termómetro de la madurez humana.
La libertad humana por ser finita está condicionada por el factor socio-económico: injusticias, miserias, explotaciones, el aspecto político y el analfabetismo, entre otros; además, por el factor psicosomático: fuerzas instintivas, tendencias desordenadas y por las cargas reprimidas que se almacenan en el inconsciente humano.
El camino de la libertad puede ser arduo y difícil, exige la abolición de obstáculos y condiciones que deforman y limitan la dignidad humana, pero a la vez está orientada a sacar al hombre de la mediocridad y del individualismo para situarlo en el campo de los valores y de la dignidad de los otros que se expresan en formas éticas, de pobreza en sus diversas manifestaciones.
El hombre es libre para renunciar a su libertad, es él, quien hasta en las situaciones más desesperantes, puede libremente optar por su existencia o contra ella. Ser libre significa ser capaz de elegir entre una acción y otra o de imponerse a cualquier situación amenazante que busca deformar su dignidad.
Pero la libertad no sólo es libertad de qué, sino también, libertad para qué, es decir, aquello para lo cual el hombre es libre; él aparece como sujeto libre, en la misma medida que se responsabiliza de sus actos[3].Afirmo que la libertad tiene como esencia, tanto, la verdad como el amor. Con ellas forman una unidad inseparable e indivisible.
Desde el sentido de responsabilidad el término autorealización aparece pobre en significado y contenido por encerrar e individualizar al hombre que se niega al mutuo compartir enriquecedor con los demás; puesto que, ser responsable significa vivir frente a sí mismo y de convivir con los otros, y para los otros, y, junto con ellos construir un mundo más humano[4].
Libertad y responsabilidad están siempre orientadas hacia el crecimiento personal del otro, implican estar a su lado con presencia que anima y ayuda a vencer los obstáculos y a descubrir el potencial humano que el otro lleva en sí mismo como riqueza invaluable.
4.           La justicia y la solidaridad:Los derechos de la persona humana dependen de la justicia. Por justicia se debe al hombre todo lo que necesita para que se desarrolle y consiga su perfección dentro de los límites del bien común. Lo más primariamente debido es el derecho a la vida. Además, no es posible que una persona se perfeccione a sí misma en el mundo sin que disfrute de bienes materiales. Por tanto, debe disponer de ellos. Por otra parte, en cuanto dotada de razón, la persona debe gozar de los derechos de una aceptable conexión entre libertad y corresponsabilidad.
Encarnar un perfil humano en justicia y solidaridad no es nada fácil; pero es una condición irreversible si se desea develar un rostro auténtico de personas iguales en derechos y en dignidad; es ésta la que le da al hombre el derecho natural de disponer de los medio efectivos y adecuados para satisfacer sus necesidades humanas, físicas y sociales.
En el sentido de alteridad el perfil humano de justicia exige la actitud recíproca de reconocimiento, aceptación, respeto y de dar al otro lo que le es propio, en cuanto persona social; por lo que se puede afirmar que la solidaridad es para la justicia lo que la responsabilidad es para la libertad o el deber para el derecho; se es justo en la medida que se es solidario. La solidaridad exige el acercamiento al otro, para tomar sobre sí su destino y su experiencia de pobreza o necesidad específica, ayudarlo a salir de tal situación injusta o inhumana mediante una praxis de liberación.
Tanto la justicia como la solidaridad, al igual que cualquier otro valor humano han de estar cimentados en el amor, es este el motor que impulsa y que atrae a buscar el bien de todos los hombres con un sentido de justicia que impele al hombre a comprender las debilidades humanas y a luchar contra las situaciones de opresión. Hablamos de solidaridad humana, es decir, no es de grupo ni de partido, ni de colores; es solidaridad con todos, no tiene fronteras: con el cercano y con el lejano que en una situación de necesidad.





[1] Ruiz, Jaime de Santiago. INDOSOC, Dignidad de la Persona Humana pág. 21.
[2]Mounier, Emmanuel, El Personalismo, pág. 70.

[3] Frank, Víctor, La Voluntad de Sentido, Ed Herder, pág. 74.
[4] González, Luis Jorge, El Diálogo trascendente de la Integración Liberadora, pág 22.

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