6. EL HOMBRE ES UN SER TRASCENDENTE






El hombre: un ser trascendente

Objetivo: enfatizar en la importancia de pensar al hombre como un ser trascendente, lanzado hacía lo que todavía no es pero que está llamado a ser: una plenitud de persona, para que no se ancle, ni ante el pasado ni ante las cosas.

1.     La persona como ser en proyección.
La persona es tal en la medida que se proyecte hacia el encuentro con la totalidad, a quien debe abrirse y acoger en un abrazo de intercambio de experiencias vitales que configuran su dimensión de apertura y cambio, con posibilidad de ser lo que todavía no es. Hombre trascendente es aquel que está en proyección; no se ata ni se esclaviza a las cosas, ni a las personas; el pasado ya pasó, por eso cierra ciclos, da vuelta a la página y siempre está dispuesto a comenzar el próximo capítulo.
Zubirí define al hombre como un ser de realidades, las cuales descubre y realiza en una línea ascendente de superación. La existencia, no es pues estatismo, sino fluidez, apertura, que está haciéndose continuamente influenciado, en mayor o menor grado por la realidad, siempre orientada más allá de las cosas y de las personas, donde el hombre se afirma como un ser mutable con carácter dinámico y modificable. El hombre trascendente, tiene como horizonte cuatro tipos de mundo: El personal o propio, el mundo de lo social o de los otros, el mundo de las cosas o de lo otro y el mundo sobrenatural o del Otro.
Desde la complementaridad de todas sus dimensiones que constituyen su esencia personal, se puede afirmar que éstas, en su todo integral, están cimentadas en dos bases que dan consistencia al Yo integral: La singularidad como unicidad y la alteridad como otridad.  Sólo en la complementaridad de ambas se hace el ser personal, un ser que no está hecho sino haciéndose, con la meta de ser “sí mismo”, un Yo holístico,  responsable que es dueño de sí mismo, porque se posee y,libre y conscientemente,se dona y entrega al servicio desinteresadode los demás.
2.      La singularidad como unicidad.
El hombre como unidad en sí mismo no admite particiones, como tampoco dispersiones, es unidad, capaz de mostrarse como lo que es. La singularidad como esencia constitutiva del existente lo impulsa hacia el afuera, hacia la relación con la otridad, para luego atraerlo hacia el adentro donde se repite el encuentro que armoniza la integración del hombre.
a) El lugar del encuentro: El lugar donde se armoniza la dimensionalidad del hombre es el “Ego”, que no es un componente más del organismo humano, como tampoco es el resultado de la amalgama de toda su dimensionalidad que configura al hombre integral, sino el núcleo más íntimo del hombre, centro donde convergen y se unifican la singularidad como dimensión esencial de la persona humana y la alteridad como totalidad externa a él; pero además, puede decirse que el Yo es el centro frontal de donde emanan los valores del hombre, como también las decisiones libres de la voluntad; allí  está configurada toda su potencialidad en forma de germen[1].
b) El hombre frente a sí mismo: Que el hombre le sea posible comprender cuando choca con otras realidades ajenas a él, es una verdad parcializada; porque el hombre, además, tiene la exigencia primigenia de relacionarse consigo mismo, para poder dar desde sí, la respuesta a la pregunta: ¿Hombre quién eres tú?; respuesta que ha de ser dada a la luz del análisis existencial de alguien que se sabe y se dispone a sí mismo como ser humano; sujeto yoico, poseedor de un “Ego” que se enfrenta a otro “Ego” objeto[2].
c) El hombre sujeto-objeto: Al situarse frente a sí mismo como un todo integral, el hombre toma consciencia de su mismidad ubicándose en el mundo como un ser concreto y particular, inmerso en el cosmos y en la historia como alguien, que al relacionarse consigo mismo, se descubre como centro unificador de su experiencia[3].
En un segundo momento de autoanálisis, el hombre se hace consciente de la necesidad de separarse de todo lo que no es él: cosas del entorno, entre los que se sentía una cosa más, incluso de otros hombres, para comenzar a saborear la soledad interior, tan temida en otras épocas, pero que ahora se ha convertido en su mejor aliada para encontrarse en la intimidad de su adentro como un “sí mismo” poseedor de una experiencia de integración como ser único e irrepetible[4].
El hombre es un ser “Original”, una maravilla, no hay dos como él. Porque es original es un ser único e irrepetible. Como sujeto único, el hombre no puede ser sustituido o reemplazado por nadie, como tampoco puede ser él mismo reemplazo de alguien más. Reconocerse como unidad, conlleva en sí el sentido de la responsabilidad por la propia existencia. Es el momento de dejar de culpabilizar al pasado, al destino y a otros por los fracasos en la vida, al no alcanzar las metas deseadas. El hombre de frente a sí mismo, se siente el único responsable de sus entradas y salidas; y el único que puede hablar de sí mismo como lo que es: Un ser en devenir, con la fuerza que le impulsa a buscar la plenitud personal fuera de él, en la realización con los demás. El desplegamiento que lleva al encuentro es el único camino para vencer la soledad interior.
Como sujeto irrepetible: El hombre al autoanalizarse descubre la belleza de su rostro oculto bajo las máscaras que esconden la deformación de su negación. Al hacerse consciente de su irrepetibilidad, el hombre se experimenta distinto a los otros y a las cosas. Como irrepetible el hombre tiene rostro y nombre propio, se sabe un fin en sí mismo con una misión en sus manos que no puede ser postergada ni realizada por alguien más. Su puesto dentro del universo y de la historia le pertenecen como don de la vida; es una realidad, y él mismo está envuelto en ella como pensador y como pensado, como cognoscente y como conocido; nunca ajeno a su interioridad, sino, de frente a ella, al estar fundamentada en su propia dignidad.
El hombre en proyección, como peregrino, que busca alcanzar la meta de frente a su rostro, se da cuenta, al no estar solo en la vida que no es fruto del azar, sino del encuentro amoroso de sus progenitores; nació de alguien, mamó los pechos de alguien, y alguien le enseñó caminando con él a vivir las experiencias más o menos profundas en los primeros años de su vida. Al tomar en serio su existencia, pensando autorealizarse, el hombre irrepetible sabe que no podrá hacerlo solo, requiere de la complementaridad con las cosas y con los demás, necesita de toda clase de hombres, buenos y malos, amigos y enemigos, con quienes debe aprender a interrelacionarse.

         3. La alteridad como otridad.
El hombre sólo se convierte en hombre, entre otros hombres: para que sea lo que debe ser: un ser para los demás y con los demás; tiene que convertirse en varios, en comunidad, aunque, sin llegar al colectivismo masivo, conservando siempre su interioridad o particularidad.
La relación con los demás, sólo puede ser comprendida desde el hombre trascendente, que dando un salto cualitativo sale de sí para unirse a otros y ser pluralidad; con ellos puede compartir puntos de vista, intercambiar ideas y conocer la mentalidad de otros hombres, de quienes puede aprender su lenguaje y su cultura. Es dentro de la pluralidad donde el hombre se hace lo que debe ser: PERSONA PLENA. Sólo en la convivencia humana el hombre se comprende y se realiza; ya que por naturaleza es parte de una sociedad de hombres, de la cual surge y en la cual crece y se adapta, como ser social, participando de sus costumbres y de su riqueza cultural; y aportando desde sus posibilidades a favor de los otros, que le ayudan a desarrollar el máximo de sus potencialidades. El hombre pluralidad co-existe con otros con quienes comparte un mismo espacio y terreno en el mundo dentro de una época concreta[5].
a)           ¿Quién es el otro? El otro, es todo hombre sin importar color, credo religioso o posición social. El otro es el hombre, que desde su situación concreta de pobreza o miseria expresa en la desnudez de su rostro la necesidad de que alguien se preocupe por él y le ayude a salir de las campos de la deshumanización y le descubran los medios disponibles para conocer y liberar sus valores, con los cuales puede desde su pobreza enriquecer a muchos.

b)          El otro es también el rico que todo lo posee, desde enormes cuentas bancarias, hasta un posible vacío de Ser; en él su riqueza humana puede está siendo opacada por la negatividad y por el individualismo.

c)           El otro, es aquel, que creyéndose mejor que los demás, se aísla, para no perderse con ellos; una especie de pseudo santo capaz de condenar a todo aquel que no piense y crea como él, a todo el que no pertenezca a su secta; refugiado cree realizarse en una religión legalista que lo caracteriza por la no tolerancia a los otros

d)          El otro es todo aquel que tiene rostro humano, independientemente de que él esté concientizado o no; viva en ricas mansiones o en tugurios con fachadas de cartón; sea drogadicto, prostituta, sicario, político o profesional. El otro es el más cercano, pero también el que está lejos, el otro es el hombre.

e)           El otro como súplica y oferta al Yo: El hombre no está hecho para vivir en el aislamiento, al menos en el sentido prolongado, sino que progresivamente va alcanzando su sentido de plenitud al entrar en comunicación; en primer lugar consigo mismo, para en un segundo momento encontrarse con el otro, que interrumpe y se impone como reto que interpela y confronta al hombre a reconocer su rostro en el cara a cara con él.

f)           El otro no existe como invento de una mente fantasiosa. Se afirma así mismo como existente; interpela y exige con su presencia lo que por derecho le pertenece: ser tratado como alguien, poseedor de una dignidad que iguala en valor a la de cualquier otro ser humano. Su presencia es súplica y oferta. Se sabe sujeto y objeto: La realización personal de ambos depende de la aceptación o de la repulsa que se le haga. Progreso o estancamiento, plenitud de sentido o frustración existencial, son posibilidades de elección del Yo frente al otro, que como objeto se deja contemplar para que lo reconozcan como un fin en sí mismo[6].


1.       El Yo frente al Tu.
En el encuentro entre dos sujetos, que en el cara a cara se reconocen como tales, se da en ambos una diversidad de actitudes que pueden presentar estados de inseguridad y desconcierto; por ser, tanto, el Yo como el Tú enigma y misterio. Toda la pluralidad de maneras específicas de comportarse, pueden ser resumidas en cuatro aspectos[7].
1.           El Yo sujeto que se enmascara tras las apariencias para impresionar al Tú; también se presenta como un Yo ideal que esconde un complejo de inferioridad, por lo tanto muestra lo que no es y lo que no puede ser; otras veces el Yo se muestra como sujeto utilitarista que valora al Tú por lo que tiene y por lo que sabe hacer; finalmente, el Yo con una característica de autenticidad, al acercarse al Tú lo ve como lo es: Sujeto personal, único e irrepetible; un valor en sí mismo.

2.           El Yo frente al nosotros: El término nosotros, pareciera ser nuevo en la sociedad moderna tan marcada por el yoismo: Yo tengo, yo puedo, yo ordeno, yo sé, etc., como término nuevo sería el mayor descubrimiento de nuestro tiempo. El nosotros es una yuxtaposición del Yo y del Tú como suma de dos unidades, que permanecen ajenas una a la otra. El nosotros es el fruto de la mutua reciprocidad que se da en el empeño mutuo del Tú y del Yo en conformarse unidad.
Según el concepto Sartreano la reciprocidad es una ilusión utópica e irrealizable, que nace en las mentes débiles y fantasiosas que manifiestan lo absurdo de la vida[8]. Contrario al planteamiento de Sartre, creo que la reciprocidad, como tendencia natural del hombre orientado al encuentro con los demás, se fundamenta en la capacidad de amar, inherente al hombre como esencia constitutiva; por lo tanto, conlleva la participación de ambos; teniendo la verdad, como punto de partida; la verdad lleva al hombre al encuentro solidario con los otros; es decir, el amor siempre toma la iniciativa para ayudar al otro a existir, a ser él, a desarrollar sus más grandiosas potencialidades: darse, amando recíprocamente, puede ser visto como algo utópico, pero, realizable.
El proceso es lento y penoso, pero a la vez progresivo y dinámico que lleva al Yo y al Tú hacia una perspectiva de madurez a través de saltos cualitativos, que se van realizando en los sentidos situacionales que engendran y generan el “apoderamiento de lo real”; usando palabras de Zubirí, tienen como condición la vivencia de algunos valores vivenciales, como el respeto, la libertad, la solidaridad, el amor, etc.
3.           El Yo frente a la familia: El nosotros formado por la multiplicidad del Yo y del Tú, es el fruto de la reciprocidad entre dos personas que se aman. Es el primogénito de la donación que lleva en sí la necesidad de apertura, más allá de los límites del Tú y del Nosotros con quienes al impulso trascendente se multiplican sucesivamente hasta formar un super nosotros con dimensiones universales que tienen una relación especial con la familia como primera comunidad de amor y núcleo fundamental de la sociedad.
Es cierto que en la modernidad la familia se ha dejado imbuir por el espíritu consumista y pragmático donde los yoes y los túes tienen una función de instrumentalidad sometida al principio de úsalo y vótalo; principio que da al matrimonio de la sociedad actual un aire temporal y por lo mismo expuesto a la desechabilidad; más que una comunidad, parece empresa; dando como resultado una familia enferma o incompleta que condiciona la transformación de la sociedad.
4.           La familia frente a la comunidad: El nosotros fruto de la conjunción entre el Yo y el Tú, alcanza su manifestación más plena en la familia. La familia como un nosotros existencial, no es la suma de dos unidades, sino la complementaridad de lo que es propio, para a su vez, participar de lo que no se posee por sí solo; además, no es una realidad dada de una vez por todas, sino que es una unidad en devenir orientada hacia la comunión existencial con otros que han desarrollado cierto grado de madurez. El encuentro entre estas dos o más existencias sólo encuentra solidez en el plano de lo auténticamente personal, entre personas conscientes de su Yo, que libremente buscan relacionarse para vivir con otros y para otros, haciendo una comunidad trascendente, cimentada siempre en la verdad, el amor y la vida[9].
La comunidad aparece hoy día como necesidad y respuesta, única vía por la cual el hombre puede salir del individualismo y del totalitarismo, del conformismo y del consumismo, causantes del vacío existencial. La comunidad aparece como signo de respuesta a situaciones concretas de miseria espiritual y material, por lo que no es un grupo social más, unido por los vínculos de las fuerzas productivas o políticas, aunque, de hecho pueda darse en ella. En la comunidad existencial lo esencial es la persona; sujeto particular necesitado de comunión.

5. Características de la Comunidad.
 Solamente en el plano de la práctica pueden conocerse las manifestaciones que develan en parte la solidez de una verdadera comunidad existente. En ella puede darse pluralidad de aspectos, debido a la diversidad de sus miembros; sin embargo, la comunidad como familia está cimentada prácticamente en tres bases: la igualdad, la comunión y el diálogo.
a)           La igualdad fundamental y esencial: El término igualdad no significa que todos los miembros de la comunidad busquen ser iguales o igualados unos a otros; una especie de colectivismo sin rostro. La igualdad esencial significa que todos poseen la misma “Dignidad”; igualdad entendida como libertad para todos y no solo para algunos[10].
La persona libre es siempre distinta a los otros; piensa y actúa según su propia personalidad; lo opuesto llevaría a ser copias unos de los otros, donde se pudiera aplicar el principio de “a mas igualdad menos libertad”; que todos los hombres son iguales significa, que todos deben tener las mismas oportunidades de desarrollar su potencialidad. La igualdad de cara a la dignidad humana concede a cada ser humano el derecho natural a la participación del patrimonio social; y en éste caso, a los bienes compartidos de la comunidad.
En toda comunidad existencial, por el hecho de estar conformada por seres humanos, puede darse el peligro que los más hábiles, fuertes y mejor dotados tengan el camino abierto a la posesión y dominio de la comunidad, llegando ésta a caer en una situación de dependencia extrema bajo normas de opresión y de explotación[11], situación en la cual la igualdad sería privilegio de unos pocos.
b)          La comunión o elcompartir: La donación a la comunidad, jamás podrá compararse a alguien que va de paso; ha de irse dando progresivamente a impulsos de un vitalismo intrínseco que va dejando huella, y alcanzando un desarrollo armónico.
El hombre de hoy piensa que tal actitud de apertura es utópica e imposible. Solamente la aventura de arriesgarlo todo por alguien que se ama, sobre todo por los oprimidos, a ejemplo de la madre Teresa de Calcuta, entre otros muchos ejemplos, puede llegar a mostrarse lo que parecía utopía se puede convertir en “topía”, de fantasía en experiencia real. La donación que libera del conformismo y de la mediocridad exige quemar las naves al igual que Cortés, para compartirlo todo: lo que se tiene, lo que se sabe y lo que es[12].

·             Lo que se tiene: La aventura comunitaria no se presenta con un carácter mesiánico que va a solucionar los problemas del mundo y a acabar con las necesidades de todos los pobres; sólo se puede hacer responsable de lo que está en sus manos; pero sí se puede afirmar que tal aventura compromete al hombre hasta sus raíces sacándolo del individualismo egoísta para que comparta lo poco o lo mucho; es la mejor vía para alcanzar la liberación de sí y de las cosas.
Los bienes materiales, ya sea en el bolsillo o en las cuentas bancarias, sólo alcanzan a tener un sentido relativo, y a veces, al quedar en el encerramiento, éste mismo se ve truncado; sólo al ponerlo al servicio de los demás llega a tener su sentido último e infinito: todo fue creado para todos.
El compartir lo que se posee no sólo es una condición de la comunión, sino que además, constituye la esencia íntima del Yo, de la familia y de la misma comunidad; en la que el todo se considera nuestro y donde el aporte de cada uno es el medio que el otro necesita para realizarse. Esto se convierte en realidad cuando el Yo existencial ha comprendido que el ser sí mismo implica el cambio profundo que lleva al desprendimiento de lo que esclaviza: los bienes, cuando por miedo a compartir se quedan encerrados en el puño de la mano.
·             Lo que se sabe: El mundo está lleno de sabios y de estudiosos encargados de saberes teóricos y especulativos que al no llegar a la práctica se convierten en sabiondos que esperan al mejor postor que les ofrezca un jugoso salario por sus conocimientos. Son técnicos y profesionales que al vender sus conocimientos se convierten en asalariados: hombres sedientos de oro que viven el eterno lamento: la vida, si no hay dinero, no tiene sentido; es decir, no encuentran qué hacer con ella y con sus saberes. Mientras que dentro de una comunidad, cuando es auténtica, lo que se sabe está en estrecha relación con lo que se hace.
Poner al servicio común los conocimientos personales implica el compromiso responsable de beneficiar, a quien lo necesite, como medio de realización humana en cualquier situación particular. El saber solo encuentra su sentido pleno en el hacer comunitario, donde cada uno aporta lo propio: conocimientos, cualidades y experiencias, enriqueciéndose mutuamente y convirtiéndose en creador y transformador de un mundo más humano. El conocimiento orientado hacia el bien común, tiene como finalidad última mostrar a la comunidad caminos de liberación y de superación que llevan a la emancipación humana. Afortunadamente son multitud los voluntarios con profesión o sin ella, que se aventuran libremente a servir a comunidades pobres que sin más intereses que ayudarles a salir de la enfermedad y del analfabetismo, consecuencia y causa de la miseria humana.
·             Lo que se es: Es una realidad que nadie puede transmitir su vida a otra persona concreta; pero, sí puede afirmarse que el hombre libre es capaz de darse hasta los últimos extremos, entregándose hasta la totalidad a una causa o a alguien. Una entrega totalitaria a la comunidad es la más clara manifestación de armonía entre el pensamiento, la palabra, el deseo y la acción del hombre. Sólo esta clase de entrega en sentido estricto, puede transformar y vencer los residuos del egoísmo en un poder vital erradicador de los sofismas y de los reduccionismos que entretienen la perspectiva de realización humana. Es el poder de la convicción que genera el testimonio al que hacía referencia San Agustín, al decir: “Las palabras mueven, pero los ejemplos arrastran”. (“Verbum movit sed exemplumtradit”).
La donación del ser tiene su consistencia en la disponibilidad interior de afrontar las dificultades y el desánimo frente a la incomprensión y al rechazo, para llegar hasta lo imposible: La disponibilidad de perder la vida por el nosotros. La humanidad conoció en el siglo XX a un hombre, Mahatma Gandhi, que a la edad de 37 años, teniendo una joven y bella esposa, abrazó voluntariamente el celibato, en mutuo acuerdo con ella, para poder dedicar hasta la última gota de aliento por la liberación de su país[13].
c)           El diálogo: El diálogo es el medio más auténtico y primitivo de que el hombre dispone para acercarse al otro, presente, como sujeto que llama a la comunicación liberadora de asperezas de los residuos de un individualismo caracterizado por el no diálogo. La comunicación dice Monier, es el más sutil y más frágil que la belleza y la felicidad, debido a la misma tendencia que hay en el ser humano a la no reciprocidad. Luis Jorge González en su libro “Diálogo liberador”, implícitamente, define la existencia del hombre como diálogo. Existir es dialogar[14].
Es el intercambio recíproco mediante el cual el hombre descubre su interioridad. Se da a conocer revelando libremente sus secretos y abriéndose a las necesidades de liberación del otro.El diálogo comunitario exige hacer un tiempo para los demás y preocuparse por su crecimiento personal.
El diálogo es la apertura entre dos o más dignidades que se reconocen iguales en dignidad; se da en el cara a cara entre personas que buscan llegar a un acuerdo. El diálogo auténtico es posible cuando todos los miembros de la comunidad tienen la misma oportunidad de expresión, siempre de frente a alguien que brinda confianza y aceptación, aún a pesar de la diferencia generacional y de la diversidad de pensamientos.
El diálogo, sin ser una conversación monologada, puede, en un primer momento producir enfrentamientos y crisis, al no querer ceder ninguna de las partes que buscan tan sólo afirmar su verdad; la dimensión de apertura dialogada exige la perseverancia para poder llegar a la comprensión y al entendimiento.

6.Divergencias entre comunidad y sociedad
 La actual sociedad masiva puede aparecer como un monstruo de siete cabezas, devorador de familias y comunidades que no han sabido detectar los peligros de la masificación, convirtiéndose en entes numerables. Como ejemplo se puede usar el río que se pierde al adentrarse en la inmensidad del mar, deja de ser río para ser océano; este ejemplo se puede trasladar al hombre que al imbuirse en la masa, se pierde en la negatividad, enajenándose de su particularidad. En una sociedad masificada donde los individuos dejan de ser personas para ser tratados como simples números o cosas al servicio de la agrupación, se tiene como fundamento el principio objetivo que determina el valor humano por las cualidades y por el sentido de utilidad: “Cuánto tienes, cuánto vales”. Si tú estás bien, los demás allá ellos. En cambio, en la comunidad, no se ve al hombre en orden a su funcionalidad, sino que se trata como un valor en sí mismo: Como persona humana[15].
La vida en la sociedad aparece como un permanente enfrentamiento social: El pez más grande busca devorar al más pequeño. Teniendo como alternativa la creación de normas y leyes jurídicas para propiciar cierta seguridad que afirme los derechos y los deberes de los ciudadanos; desgraciadamente, los derechos aparecen como privilegios para los más favorecidos, mientras que los deberes se imponen a los menos privilegiados, olvidando que la base del derecho es el deber cumplido. La comunidad en cambio se rige por las normas o derechos que por naturaleza cada hombre posee como dote de la vida humana: El amor y la comprensión[16].
Influencias: La influencia, sea negativa o positiva, entre sociedad y comunidad, es siempre recíproca; pudiendo llevar a ambas partes a cambios radicales de mentalidad y costumbres. Es común escuchar que en el mundo, y de manera especial en América Latina hay un gran vacío de modelos auténticos que ejerzan un influjo positivo sobre las generaciones jóvenes tan sedientos de ideales.
Toda influencia, o está al servicio del hombre o está en contra de él; en el segundo caso sería considerada como influencia tiránica, mientras que en el primero sería una influencia liberadora.
La influencia tiránica obra por la vía de la propaganda, de la presión y del miedo. Su esencia es la ilegitimidad al desconocer los derechos del hombre y forzarlo a hacer lo que va contra su esencia personal[17].
La influencia liberadora nace del hombre existente, y está orientada al servicio del hombre. Es el testimonio fruto de la convicción, que entra por los ojos, haciendo sentir al otro el deseo de superación y de libertad, como medio al servicio del hombre; se manifiesta como signo que interpela la existencia de los otros, y les ayuda a descubrir el vacío de ser. La influencia liberadora no obliga, no infunde miedo y no mata; se caracteriza por el respeto a la libertad y al ritmo de crecimiento de los demás. Es ejercida apenas por una minoría compuesta por hombres humanitarios, aunque, con la apariencia de estar fracasando, tiene un objetivo prefijado: Influir en la situación social, para que al tomar cada hombre su destino en sus manos, comience a generarse el cambio socio-político; objetivo que se ve siempre amenazado por la imperiosa ambición de poseer y someter, que hace del otro necesariamente esclavo o amo; blanco o negro; bueno o malo; creándose entonces la necesidad de una influencia profética, ejercida como la voz del hombre libre, que en una actitud de responsabilidad se solidariza con el débil y con el desposeído.
En el mundo actual se escuchan voces proféticas que anuncian y denuncian situaciones de injusticia y miseria; pero al no tener como fin último al hombre, sino intereses ideológicos e individuales, no nacen de la libertad, por lo tanto son ineficaces. El auténtico profeta está siempre al servicio de la verdad y del hombre; por lo tanto su misión exige una capacitacióngeneral sobre la problemática humana en orden a detectar la sutileza de los sofismas que se presentan con rostro mesiánico, y a la vez descubrir caminos de liberación.
a)          El profeta.El profeta como modelo de hombre liberador lleva en sí la fuerza de la convicción que nace de la responsabilidad y de la libertad. Su tarea es denunciar las injusticias y anunciar caminos de liberación. El profeta se sabe y entiende como un ser limitado, por lo mismo, es el hombre para la renuncia frente a la verdad y el bien de los demás.
No es el paternalista bonachón cómplice de situaciones inhumanas que pueden darse entre sus defendidos como la pereza, los vicios y el conformismo; así como denuncia la violación de los derechos de los débiles, también los interpela a responsabilizarse por sus deberes y por el sentido de sus vidas. El hacerse cómplice de las injusticias sociales, lo hace aparecer como uno más de los pseudo profetas que pululan en los partidos políticos y en las ideologías en busca de adeptos que sustenten y edifiquen su imagen.
La comunidad existencial es semillero de voces proféticas; es el lugar donde nace y crece el hombre guía que lleva a su comunidad al encuentro con otras comunidades y con la sociedad; no sólo para beneficiarse recíprocamente con la pluralidad de servicios; sino además, para generar nuevos nosotros dentro de la misma sociedad; siempre, buscando acortar distancias, tanto entre los hombres como entre los pueblos.
b)          El gran peligro. Dice el refrán popular: “El que mucho abarca, poco aprieta”. Abarcar mucho equivale a exteriorizar hasta gastarse.
Es el otro extremo del quedarse en sí mismo; al ser todo extremo vicioso, la exteriorización aparece como un peligro patente que significa absolutismo en un polo e individualismo en el otro. Toda persona que en su afán de humanizar la sociedad se adentra en la masa social sin detenerse a contemplar las posibles divergencias y limitaciones, está condenada a ser absorbida y devorada por la influencia del monstruo de siete cabezas: Una sociedad masificada y masificadora, consumista y derrochadora.
La historia humana muestra a hombres que en su afán de dominio absoluto sobre el mundo se ahogaron en su intento totalitarista; entre ellos puede mencionarse a Hitler, Napoleón, Alejandro Magno, entre otros, pero también ha habido líderes comprometidos con sus pueblos, hombres convencidos que lucharon por causas nobles a favor de los más oprimidos, y al final, alguien puso precio a sus ideales y convicciones, terminando por ser entes numerables. La causa fundamental: El vacío de fuerzas o desgaste físico, psíquico y espiritual que abre el camino a la masificación que frustra los éxitos y esperanzas ganadas.
Tanto el hombre como la comunidad existencial si desean sobrevivir al peligro amenazante de la excesiva exteriorización, deben tener la disponibilidad de volver a centrarse, en la interiorización para evitar caer en la prisión de las cosas o en el deterioro del activismo; centrarse es volverse sobre sí para mirarse y concentrar fuerzas para luego volver a salir en actitud del despliegue trascendente para hacer la aportación  personal al proceso histórico. La actitud de recogimiento no indica el abandono de la lucha personal sino auto-afirmación y análisis de metas y de medios[18]. Quien puede negar hoy día que frente a la realización como personas, el peor enemigo es el individualismo que encierra al hombre en su propia concha impidiéndole el despliegue hacia su realización histórica.
Ante la viciosidad dada por los extremismos el hombre existencial, al buscar demasiado descanso interior vuelve a caer en el individualismo egocentrista, o en el deteriorismo de su particularidad al ser arrastrado por la corriente de la exteriorización que desemboca en un colectivismo sin rostro.

7. El hombre frente a la naturaleza
Pensar al hombre frente a la naturaleza es hacerlo responsable de ella y en relación inseparable del mundo. Cualquier alejamiento entre ellos equivaldría a despojarlos de su posibilidad de humanización.
El hombre nace y se cría en el mundo, está en él, pero no como una cosa más, sino como alguien distinto a las cosas del mundo; el hombre es persona, capaz de vivir y adaptarse a cualquier medio o lugar; por su dimensión de apertura es un ser en relación con el mundo, abierto a todo y capaz de someterlo todo al alcance de su mano[19].
En un primer momento el hombre de frente a la naturaleza descubre su primera realidad: Está inmerso en la naturaleza y depende de ella, está frente a él como una madre que orienta e impone un ritmo exigente e incontrolable que, en cierto modo determina su conducta, e impone un modelo de relaciones, que el hombre trascendente está en la capacidad de transformar mediante la creación de experiencia agradables y desagradables, pero que son el camino del aprendizaje que le enseña a sacar los medio de subsistencia a la naturaleza y a construir su propio hábitat. De aquí se deduce que no pueda pensarse al hombre sin el mundo ni a éste sin aquel. Es la tierra donde el hombre se siente en casa y las cosas al ser incorporadas a su existencia encuentran su verdadero sentido[20].
En un segundo momento a partir de la modernidad con el advenimiento del progreso técnico-científico se da un vuelco en las relaciones entre naturaleza y hombre. Ella pasa, de soberana a ser objeto de conquista por parte de él. Con el perfeccionamiento de los medios de producción se da el distanciamiento entre el hombre y las cosas; estos aparecen ante él como objetos escudriñables sometidos a su inteligencia y dominio; es el fin del culto y de la socialización de las fuerzas del cosmos que pasa a ser sometido al imperio ascendente de la técnica industrializada.
El proceso racional y racionalizante del dominio del discípulo sobre la maestra no se hace por la vía teórica o contemplativa; sino por la vía del esfuerzo inteligible y de la experiencia. El hombre aprende a iluminar las tinieblas con el fuego, y muchos siglos después con la luz eléctrica; en un principio acorta las distancias con la invención del carruaje tirado por la fuerza equina, que más tarde se convierte en monstruo del transporte y en naves espaciales capaces de dar la vuelta a la tierra en minutos y realizar viajes interplanetarios.
Es la época del cientificismo en la cual el hombre se comprende como centro y dueño absoluto del cosmos; no es éste quien le impone sus límites, sino que éstos dependen del proceso científico y del desarrollo técnico. Es la época del culto idolátrico a la ciencia y a la técnica a cambio de hacer del hombre el gran conquistador de la naturaleza, un sofisma desenmascarado por el mismo proceso ascendente y dominante del hombre sobre ésta, que muestra a aquel como un pseudo conquistador, un ente automatizado reducido a condición de siervo por la técnica científica, usado para explotar y destruir los recursos naturales que tenían la apariencia de ser ilimitados.
Se vive en una época en que nadie duda de la capacidad destructiva del hombre. El mismo hombre capaz de construir la silla eléctrica y las más deprimentes mazmorras, tiene ahora en mente destruir la vida del planeta. Son incontables las maneras como está logrando su objetivo, desde la anegación de mares y ríos con miles de toneladas de desechos químicos industriales, derrames petroleros en las zonas costeras, la tala y quema de zonas forestales por manos irresponsables, hasta la explotación desmedida de los recursos naturales.
a)           Consecuencias dramáticas: La naturaleza lanza gritos de alarma, como si tuviera dolores de parto: Si me siguen destruyendo ya no podré darles los medios de supervivencia; mis recursos son limitados; no toda transformación, sirve al proceso de mi humanización; si me siguen destruyendo estarán cavando su propia tumba.
Su voz de alarma puede escucharse en la escasez de productos agrícolas, en la mortandad de aves y peces al ser envenenadas las aguas por los productos químicos, en la polución ambiental que hace inhóspitas las macro ciudades; algunas enfermedades incurables consecuencias de experimentos de armas químicas y nucleares, fruto de la inteligencia humana puesta al servicio militar y expansionista de las potencias mundiales, que en últimas son los responsables y causantes de aires, mar y tierra envenenados. Tales armas al ser volcadas sobre la humanidad, nadie lo duda, exterminarían cualquier síntoma de vida sobre el planeta. No es suficiente reconocer la eminente amenaza; si el ritmo destructivo continúa su alocada carrera no serán muchas las posibilidades de que las futuras generaciones dispongan de un lugar propicio para vivir.
El Club de Roma apoyado en círculos del MIT, lanza un grito de alarma contra el dominio explotador ilimitado de los recursos de la madre naturaleza. Según cálculos se prevé un colapso mundial para el año 2100[21].
La naturaleza, madre, maestra y sierva dominada por el progreso científico, exige que sus hijos, discípulos y dominadores se responsabilicen y defiendan en actitud profética la única fuente de alimentos y el único medio y lugar de realización del hombre.
b)          El fin último de las cosas: El hombre existencial tiene en sus manos la misión histórica de orientar las cosas hacia un sentido absoluto que equivale a su humanización; es decir, el hombre humaniza la naturaleza transformándola para adaptarla a las necesidades específicas de todo hombre.
El sentido último y absoluto de las cosas está en el beneficio y en el uso generalizado de los bienes de la naturaleza. Por ejemplo, si un hombre posee un bien material para sí mismo, y aún sin tener necesidad de él, se niega a compartirlo, a ese bien material sólo se le está dando un valor muy relativo, mientras que al ponerlo a la disponibilidad y beneficio de todos, estaría encontrando y realizando su sentido total y último; todas las cosas fueron creadas con un sentido trascendente y son ofrecidas por la naturaleza para todos: Todo lo otro para todos los otros.
El hombre trascendente no se queda en las cosas, ni en los otros, como tampoco se queda en sí mismo; es cierto que en algunos momentos de su etapa procesal se daba la media vuelta para volver a la fuente, esto era sólo para beber energías y brincar hacia adelante, dando saltos cualitativos con la fuerza vital que lo sitúa de frente al Trascendente. Como se dice en el Oriente de Venezuela, y con mucho sentido: “Para atrás, ni para tomar impulso”, “hay que ser personas echadas para adelante”.

8. El hombre frente a la Trascendencia
El hombre existencial por su dimensión de apertura no sólo puede religarse consigo mismo, con los otros y con las cosas, sino que además tiene la capacidad de trascender los límites de su temporalidad y materialidad, desde el mismo momento que se arriesga a salir de su mundo cerrado y autosuficiente para lanzarse a la búsqueda de realidades inmateriales e inmanentes que perfeccionan sus conocimientos, y llenan el vacío de satisfacción que le habían dejado los entes finitos. La meta a la que se orienta no es la vida, ni siquiera el saber cómo vivir, sino que saliendo de los límites que le demarcan las realidades situacionales, y siempre orientado por su conciencia moral, perfila su existencia hacia el encuentro con lo Sobrenatural, que se presenta al hombre como Misterio: Verdad oscura y escondida que no significa lo misterioso ni lo ilusorio, sino lo indemostrable a partir de criterios humanos cimentados en demostraciones científicas y experimentales. Todo lo que la ciencia haga para explicar el Misterio tiene apariencia de blasfemia y profanación; puesto que el hombre sólo puede aprehender cosas finitas; lo que pertenece a la esfera de las realidades infinitas y absolutas es inabarcable para el hombre que debe inclinarse en actitud reverente y fascinantes ante el Misterio que se devela a la razón humana en el mito, la poesía, en la cultura y, de manera especial, en la religiosidad vivenciada con alguien capaz de satisfacer sus necesidades interiores[22].
1)          Actitud del hombre frente al Misterio: Al contemplar las maravillas del universo y de la existencia, el hombre, puede, a la luz de una honesta y sana razón, comprender y descubrir razones válidas de la existencia real del Misterio; en la casualidad y perfección de las creaturas, como en su belleza y en su ordenación que manifiestan la mano de un Ser Supremo, que al obrar en sí mismo, no debe su existencia a nada ni a nadie; por lo tanto, lo que es tan sólo comprensible para el entendimiento, es a la misma vez indemostrable para él mismo.
El hombre, fascinado por la de-velación del Misterio en la historia de la humanidad, ha tomado diversidad de actitudes ante él, desde la reverencia y el temor, hasta el estupor y el miedo para quienes afirman su existencia, o la indiferencia ante él para quienes dudan de ella o la niegan. El hombre tan acostumbrado a racionalizar y a conceptualizar las cosas y las experiencias que palpa, ha designado al Misterio  con una pluralidad de nombres que hoy en la mayoría de filósofos y teólogos simplemente llaman DIOS; pero que para muchos hombres, fascinados por su grandiosidad en actitud reverente lo designan como el sin nombre; el Innombrable.
2)          El lugar del encuentro: El hombre es un ser religioso por naturaleza, nace con la factibilidad de serlo; mejor dicho, la religiosidad, como hecho religioso es objetivo y no inherente a él, y por lo tanto, debe adquirirlo a lo largo de su historia personal.
Todo hombre nace con la tendencia que lo religa con la Trascendencia, pero la tendencia o religación como posibilidad, no es todavía religión; ésta aparece después como la respuesta apasionada del hombre al sentido de la vida, puesto que vivir apersonalmente desliga de la religión tanto como de la Trascendencia[23]. El lugar del encuentro es el núcleo más íntimo y profundo del hombre; donde converge sus entradas, y de donde  emanan sus decisiones; el lugar al que muchos llaman la Conciencia religiosa, mientras otros se contentan con llamarlo simplemente: El Yo sujeto personal.
Es el lugar desde el hombre religioso puede vivenciar al Misterio como persona y no como cosa o como idea. Para el hombre existencial la religión no es una neurosis guiada por impulsos instintivos o espirituales provenientes de un inconsciente repleto de arquetipos de Dios, sino que es una realidad trascendente que nace de una actitud intencional; es decir, nace del hombre, como ser de decisiones; que se decide a creer y aceptar el Misterio; para él, los argumentos y las demostraciones de Dios son innecesarias; por eso, prefiere callar ante lo que no se puede hablar, prefiere vivir en la experiencia del Misterio[24].
3)           El Misterio: Trascendencia e Inmanencia: Se dijo antes que el Misterio es inabarcable, pero, a la vez envuelve y permanece; está ahí, pero, no está al alcance de la curiosidad y de la acción manipuladora del hombre. Es el gran distante que llama y que atrae pero no se deja tocar. Es el totalmente distinto y diferente a todo por ser perfecto en sí mismo: El totalmente Otro, distinto a mí y a otros, pero que está allí, como el Tú primigenio y original que reta y relativiza al tú trascendente a descubrir su inmanencia en la alteridad, en el encuentro interpersonal con los otros[25].
El Misterio, sin perder su trascendencia se hace inmanencia; ajeno a condicionamientos externos; se hace presenciabilidadfundamentadora y sustentadora de las entradas y salidas del hombre existencial como de todos los seres y de cada ser: Actúa en el interior y en el entorno del hombre; interpela sus actos al provocar en él opciones y respuestas que comprometen su existencia, aunque, sin alterar su fiscicidad y respetando su dimensión personal. La inmanencia de Dios no se muestra en la superficialidad o en la charlatanería, sino que se des-vela como profundidad de la existencia humana; por lo tanto, aparece para el hombre como fundamento: Principio y necesidad primigenia que no se puede suprimir, tan sólo descubrir como presencia de un Dios vivo entre los hombres.
El hombre al asomarse a su existencia lleno de asombro y de estupor descubre que él mismo es existencia sin fondo, cimentada en el Inmanente que lo llama a la profundidad; a la búsqueda de lo que no es y debe llegar a ser: Plenitud de sentido.
Ante el conocimiento vivencial del Misterio, la razón humana debe inclinarse reverente y ceder el paso a la sabiduría del corazón, usando palabras de Pascal; es ésta la que explica las razones incomprensibles del entendimiento humano. Esta sabiduría está al alcance del hombre ordinario, que se deja poseer con el Misterio en cada situación concreta de la vida y que al reconocer su grandeza y miseria, agradecido, exclama con San Agustín: “Yo no te buscara, sino te hubiera ya encontrado”[26].




[1] González, Luis Jorge, La Traspersonalidad y su Horizonte, pág. 40.
[2] Frankl, Victor, La voluntad de Sentido, Ed, Herder, Pág. 112.
[3] González, Luis, Jorge, La traspersonalidad y su horizonte, pág. 139.
[4] IBID, pág. 139
[5]Mounier, Emmanuel, El Personalismo, pág 70.
[6]Gevaert, Joseph, El problema del Hombre, pág. 31.
[7] Hortelano, Antonio, Ed. Sígueme, Problemas actuales de Teología Moral, pág. 323
[8] IBID pág. 319.
[9] Gutiérrez, Augusto, El concubinato y la estabilidad familiar en Venezuela, pág. 22.
[10] Hortelano, Antonio, Ed. Sígueme, Problemas actuales de Teología moral, pág. 329.
[11]Kriele, Martín, Liberación e Ilustración, pág. 56.
[12] IBID, pág 57.
[13] Hortelano, Antonio, Problemas actuales de Teología Moral, pág. 338.
[14] González, Luis Jorge, El Secreto de Gandhi, pág. 156.
[15]Mounier, Emmanuel, El Personalismo, pág. 57.
[16] Hortelano, Antonio, Problemas Actuales de Teología Moral, pág. 338.
[17]Alvarez, González, Luis José, ética Latino Americana, pág. 82.
[18] IBID, pág. 128
[19]Mounier, Emmanuel, ElPersonalismo, pág. 73.
[20]Libanio, J. B. , Formación de la conciencia crítica, pag. 35.
[21]Panillo, Bada José y otros, El hombre, pág. 58.
[22]Libanio, J.B. , Formación de la conciencia Crítica., pág. 77.
[23]Velez, Correa, Jaime, Al Encuentro de Dios, pág. 66.
[24] IBID pág. 68.
[25] Frankl, Víctor, La presencia ignorada de Dios, pág. 80.
[26] González, Luis Jorge, La Traspersonalidad y su horizonte, pág. 153.

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