14. EL PROYECTO DE JESÚS ES INSTAURAR EL REINO DE DIOS EN EL CORAZÓN DE LOS HOMBRES





El Proyecto de Jesús

“Ahora yo voy a hacer nuevas todas las cosas” (Apoc 21,5)
Jesús vino del Cielo, el lugar donde vive Dios, a instaurar en la tierra el Reino de los Cielos o Reino de su Padre o Reino de Dios. En primer lugar aclaremos que la Palabra Reino no se refiere a ningún territorio concreto, sino y mas bien, Jesús se refiere al poderío de la acción divina en este mundo que va trasformando lo viejo en nuevo, lo injusto en justo y lo enfermo en sano, y seguirá siendo así hasta que llegue a cumplirse su voluntad en todas las cosas. El Reino de Dios no es algo estático, ya hecho, sino algo  dinámico, que está sucediendo y que crece con fuerza (Mc. 9,1-2)

1.     Si conocieras el don de Dios.
Jesús de Nazaret, es un buscador de perlas preciosas, de corazones rotos, de vidas destruidas. Es también Aquel que se deja encontrar, se hace el encontradizo. El Evangelio de Juan nos habla de su encuentro con una mujer conocida como la samaritana, mujer que había ido de hombre en hombre, de experiencia en experiencia en búsqueda de la felicidad.  El Señor, sentado en brocal del pozo de Jacob, la espera, le dirige su palabra, le hace una petición: “Dame de beber”. Ella se niega y le recuerda que la enemistad que existe entre judíos y samaritanos. Jesús no se da por vencido y vuelve a decirle: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva” (Jn 4, 1ss). El don de Jesús es el Agua Viva, el don de su Espíritu. A eso ha venido de junto al Padre, a traernos al Espíritu Santo, o como dijo el Papa Benedicto XVI: “Ha venido a traernos a Dios”[1].
El Espíritu Santo que Dios nos da en Cristo y por Cristo, es infundido en nuestros corazones para que podamos comprender las palabras de Jesús; nos consuela en los momentos difíciles; nos defiende en la lucha contra los adversarios; nos da las palabras acertadas en los momentos de prueba; nos capacita para discernir entre lo bueno y lo malo; nos guía por los caminos de Dios; nos enseña a vivir en comunidad fraterna; nos capacita para toda obra buena y nos configura con Jesús el Señor para que lleguemos a tener sus mismos sentimientos de acuerdo a las palabras del Apóstol (Flp 2, 5).
Podemos decir que sin el Espíritu Santo, somos, sencillamente, un cadáver y nuestra vida será estéril e infecunda, sin los frutos de la fe, llamados también frutos del Espíritu (Gál 5, 22) Gracias a la presencia del Santo Espíritu en nuestra vida se actualiza hoy día en nosotros la “Obra Redentora de Cristo Jesús”, nos apropiamos de los Frutos de la Redención y podemos guardar el Mandamiento de la Ley de Cristo, que es la ley del Amor.

2.     El Mandamiento Regio.
Jesús de Nazaret, hombre que se pasó la vida haciendo el bien, curando a los enfermos, sanando a los oprimidos y enseñando el camino de la verdad y del amor; defendió a las mujeres, jugó con los niños, se sentó  a la mesa con pecadores, se hizo amigo de publicanos y de prostitutas; en los últimos días de su vida quiso dejar a sus amigos y discípulos el estilo de vida que había vivido al recorrer los caminos de Galilea y de Judea. “Llegado el momento, después de haber amado a los suyos, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1); sentado  a la mesa con ellos y después de haberles lavado los pies les dijo:
“Ustedes me llaman maestro y señor, y en verdad lo soy; y dicen bien. Pues yo que soy maestro y señor les he lavado los pies, ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado ejemplo para que hagan ustedes lo mismo” (Jn 13, 13- 15)
Lavar pies significa ayudar a otros a crecer en la fe y ayudarles a vivir una vida más digna. Podemos afirmar que lavar pies es amar con humildad y sencillez; es amar haciéndose como niños. Para un creyente que quiera vivir su fe de manera sincera y auténtica, lavar pies significa servir al estilo de Jesús: por amor hasta las últimas consecuencias. Para el cristiano servir es amar, es dar vida. Cristiano es el que es portador del amor de Cristo. Sin amor nadie debería atreverse a llamarse cristiano. Jesús ha venido a Jerusalén para graduarse como el Siervo de Dios; como el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Al hacerlo, invita a los suyos a graduarse con él: “Hagan ustedes lo mismo”. Los constituye servidores de la Humanidad; ministros de la Nueva Alianza.
Antes de terminar la cena, después de que Jesús había anunciado la traición de uno de los suyos, Judas salió del cenáculo, entonces Jesús dijo: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del Hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo y pronto lo glorificará. El Señor Jesús con su corazón lleno de ternura y compasión dice a los suyos: “Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes”. Mirando a cada uno de sus discípulos les dejó su “legado”: “Les doy un mandamiento nuevo: ´que se amen los unos a los otros, como yo los he amado´; y por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos” (Jn 13, 31- 35).
Para creer en las palabras de Jesús y ser capaces de ponerlas en práctica es necesario tener un corazón de pobre. Pobre es aquel que reconoce sus debilidades y pecados para acercarse a Dios con un corazón abatido y contrito para confesar sus culpas y recibir la misericordia del Señor. Pobre es aquel que nada tiene, por eso puede poner su confianza en Dios y  amar desde su pobreza al compartir sus bienes porque no se considera amo y señor, sino siervo y administrador de la multiforme gracia de Dios. Recordando las palabras del Obispo Dom Cámara  decimos: nadie es tan suficientemente rico que no necesite de los demás y nadie es tan suficientemente pobre que no tenga algo para compartir con otros.

3.     Las manifestaciones del reino de Dios en los discípulos.
“Si yo expulso a los demonios por el “dedo de Dios” significa que el Reino ha llegado a Ustedes”[2]. Demonio se entiende como toda realidad que impide que la persona se realice como lo que es, y, también lo que impide que el Reino crezca en el corazón de los hombres y de las culturas. La liberación acontece, cuando, por el poder del Espíritu Santo, nos hacemos humildes, pobres, reconocemos que todo lo bueno que poseemos es un don de Dios para compartirlo con los necesitados[3].Solo a la luz de lo anterior podemos comenzar a ver y experimentar los frutos de la acción del Espíritu que nos lleva a los terrenos de la Responsabilidad y de la Libertad para ver los frutos de la Nueva vida:

·       Una de las manifestaciones claras de la presencia del Reino es el desprendimiento y desapego de lo que se consideraba valioso para el compartirlo. El compartir es el primero de los valores del Reino que estamos llamados a cultivar. Es la señal que se ha pasado de la muerte a la vida, de la esclavitud a la libertad[4].
·       Otra manifestación es la dignidad humana compartida por todos los seres humanos. La luz del Reino nos da una mirada para ver a los otros como iguales en dignidad. La dignidad en cada persona es un valor intrínseco cimentado en la razón y en la voluntad, dos valores recibidos de Dios y que son la expresión de que cada ser humano es una manifestación del Amor de Dios.
·       Una de las manifestaciones más claras del Reino es la solidaridad humana. Solidario es el hombre que se mete en los zapatos del otro, del pobre, del necesitado; hace propio el sufrimiento y el dolor de los demás, a quienes ve como hermanos.
·       Otra manifestación es la humildad que se manifiesta en la donación, la entrega y en el servicio[5]. Sólo los humildes sirven con entusiasmo, fortaleza y amor.
·       La sencillez de vida que nos impide complicar la vida a los demás y que nos lleva a la transparencia  que nos arrebata la máscara de la hipocresía para llevarnos a ser hombres sinceros, honestos e íntegros.
Para Jesús el Reino de Dios es Buena Noticia, especialmente, para los pobres. Hablar del Reino es hablar del amor, la paz y la justicia. Justicia a Dios y justicia a los hombres. Hacemos justicia a Dios cuando guardamos sus Mandamientos que no tienen otro sentido que el amor y el servicio a los hombres, pero, también hacemos justicia a Dios cuando elegimos el camino que Él nos propone. Este camino es Jesucristo: Camino, Verdad y Vida. Le hacemos justicia a Jesucristo cuando elegimos el camino que nos propone: El Amor, que es dar vida, es entregarse, es donarse a los otros para que vivan con dignidad. Le hacemos justicia a los demás cuando los reconocemos, aceptamos y respetamos como personas llega a ser “justicia económica”, llega a tocar los bolsillos para compartir con los más necesitados. Les ayudamos a remover los obstáculos que impiden su realización personal y ponemos los medios que te poseemos a su disposición.

4.     El Reino de Dios es para los pobres.
“Felices los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de Dios” (Mt 5, 3) Jesús predicó su Evangelio a un pueblo que vivía de las ideas y tradiciones del Antiguo Testamento. Cada uno a su modo, todos esperaban el Reino de Dios: los fariseos en la fiel observancia de la Ley; los esenios, en el retiro del desierto; los zelotes, por la observancia revolucionaria con intereses políticos. Por otro lado existen los pobres de Yahvé, ellos deseaban la venida de un rey, que por fin implantaría en la tierra el ideal de la verdadera justicia (Is 11, 3-5; 32, 1-3) Los pobres esperaban una liberación espiritual que sólo podría venir de Dios. La justicia de este rey esperado consistiría en ser voz de los que no tienen voz; en defender a los que no pueden defenderse por sí mismos. Así lo había dicho el Salmista: “Qué él defienda a los humildes de su pueblo, socorra a los hijos del pobre y quebrante al explotador…El librará al pobre que pide auxilio, al afligido que no tiene protección; él se apiadará del pobre y del indigente, y salvará la vida de los pobres; él vengará la vida de la violencia, su sangre será preciosa a sus ojos” (Sal 72,4.12-14)
Cuando Jesús dice que ya llega el Reino de Dios quiere decir que por fin se va a implantar la situación anhelada por los marginados y despreciados de este mundo: por fin se va a realizar la justicia según Dios para los desheredados, los oprimidos, los débiles los indefensos, los pequeños, los pobres (Mt 5, 19; Mc. 10, 14; Lc. 6, 20). Cuando Jesús dice que el Reino de Dios que se acerca es sobre todo para los pecadores y no para los justos, se convierte en causa de escándalo (Mt. 6, 11), no está excluyendo a los justos, sino que éstos, están llamados a perder terreno, a dejar de creerse buenos y mejores que los demás; dejar su soberbia y hacerse humildes para reconocerse pecadores como el publicano del Evangelio y llegar a ser como niños; haciéndose así candidatos para que en ellos se manifieste el poder redentor del Cristo de Dios por el camino del “Nuevo Nacimiento”, del cual le habla Jesús a Nicodemo (Jn 3, 1- 5). 
Al decir Jesús que ha sido ungido para evangelizar a los pobres (Lc 4, 18), Él quiere dar una esperanza a los que nunca la tuvieron, por ser pobres y marginados. Las palabras del Señor Jesús al estar llenas de esperanza hacen que los pobres se sientan amados por Dios. Él, Jesús hace presente el Reino de Dios entre los hombres y lo siembra en sus corazones. ¿Cómo lo hace? Movido por el amor y la compasión:
·       En primer lugar anunciando la Buena Nueva: predicación y enseñanza. Jesús siembra la semilla del Reino: “La Palabra de Dios”. Por medio de su Palabra Jesús denuncia la injusticia y siembra “una esperanza en quienes lo escuchan y acogen”.

·       En segundo lugar Jesús ejercitó una actividad liberadora por medio de sus milagros y de sus exorcismos. Ellos son la señal que el reino de Dios ha llegado (Mt 12, 28) Son obras a favor de quien está necesitado y son a la vez la señal de que el fin del reinado del mal ha llegado a su término.

·       En tercer lugar Jesús promueve la solidaridad entre los hombres. Él, no sólo enseña con Palabras, sino y de manera especial, con su propio estilo de vida: se sienta a la mesa con pecadores, marginados y oprimidos por lo sociedad, come y dialoga con ellos, para enseñarnos que también ellos son invitados a sentarse a la “Mesa con el Padre Celestial”.

·       En cuarto lugar Jesús denuncia toda acción, actitud o estructura que mantenga a los hombres divididos en lobos y en corderos, en “orgullosos” y en “despreciados”. Jesús llama necio al rico agricultor (Lc. 12, 16-18); condena al rico Epulón (Lc. 6, 19-319; llama malditos a los que no ayudan a los pobres (Mt 25, 41-45).

·       Por último Jesús vive y propone la práctica del amor como ley de vida en el Reino. El Reino se construye en la medida en que vivimos en el amor fraterno; amándonos como hermanos nos sabemos amados por Dios mismo. Vivir según Dios es vivir amándonos porque Dios es amor. (1 de Jn 4,7).

El Reino de Dios es pues,  reino de justicia, de amor, de paz, de vida y de verdad. (cfrRom 14, 17). Por eso, la novedad del Anuncio de Jesús consiste: en que los pobres vuelven a la vida, a la justicia, a la verdad, a la libertad, a la dignidad del amor fraterno. Los que estaban lejos ahora están cerca; los que no eran familia, ahora son familia; los excluidos, ahora son con-ciudadanos del Reino de Dios (cfrEf 2, 11ss). El deseo de Jesús es que todos los hombres sean parte de Reino que no haya marginados o excluidos.

5.     ¿Cómo entrar al Reino de Dios?
“Convertíos y creed en la buena Nueva”[6]. Estas palabras con las que comenzó Jesús de Nazareth su predicación, en algún lugar de Cafarnaun, tienen realmente un significado profético y mesiánico: “Entrar en la Nueva Alianza” prometida por Dios a los profetas y en ellos a toda la Humanidad[7]. La Nueva alianza que será sellada con la sangre del Cordero de Dios, el que quita los pecados del Mundo[8]. Entrar en la Nueva Alianza es entrar al “reino de Dios”; la “Puerta es Cristo Jesús” (Jn 10, 7); Quien entra por Él, se apropia de los frutos de la Redención: el perdón y la paz, la resurrección y el don del Espíritu, de acuerdo a las palabras del profeta Ezequiel: “Yo mismo abriré vuestras tumbas, os sacaré de vuestras tumbas y os llevaré a vuestro suelo e infundiré en vosotros mi Espíritu” (Ez. 37 12ss).
Entrar en la Nueva Alianza exige creer en Jesús y convertirse a Él.Se ha de cambiar de vida, es decir, cambiar el modo de pensar y de actuar para poder creer en la Buena Noticia. Pues según el modo de pensar del mundo es imposible aceptar los valores del reino. Es necesario un cambio profundo de mente y corazón para poder entender al Dios verdadero, el Dios de Jesús. Convertirse es, pues, volverse al Dios vivo y verdadero, al estilo como lo hizo el hijo pródigo[9], para conocerlo, amarlo y servirlo (cfr 1 Ts 1, 9) Pero, hemos de decir que no hay conversión sin encuentro con Jesús, con su Palabra. Sólo la experiencia de encuentro con el Señor nos pone en el camino que nos lleva a la “Casa del Padre”. Fe y conversión son dos realidades inseparables que se interrelacionan mutuamente para forjar la experiencia cristiana.

6.     ¿Qué es el Reino de Dios?
Jesús habló constantemente del Reino, pero, pero nunca explicó directamente en qué consistía[10]. La esencia del mensaje de Jesús, no es sólo amor, compasión y justicia. Jesús no presentó simplemente una nueva moral o un nuevo código de conducta. Jesús profetizó la venida de un Reino en el que el amor, la compasión y la justicia y todos los valores de Dios serían concreta y totalmente realizados. Profetizó un Mundo en el que Dios sería el Supremo Señor[11].
El Reino de Dios que conocemos por la divina revelación no puede ser separado ni de Cristo ni de la Iglesia. El Reino de Dios no es un concepto, una doctrina o un programa de vida sujeto a la libre elaboración, sino que es ante todo una Persona que tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazareth, imagen de Dios invisible. Quien se atreva a separar el Reino de Dios de la persona de Jesús está distorsionando el verdadero sentido del Reino para transformarlo en una simple ideología.

Así mismo, el Reino no puede ser separado de la Iglesia. No obstante, que ella no es un fin en sí misma, ya que está orientada al Reino de Dios, del cual es germen e instrumento, sin embargo, al estar la Iglesia, indisolublemente unida a Cristo por ser su Cuerpo; el Espíritu Santo mora en ella, la santifica y la renueva sin cesar.

Al haber recibido la Iglesia  del mismo Cristo, la misión de anunciar e instaurar el Reino hasta los confines de la tierra, existe un vínculo profundo entre Cristo, la Iglesia y la Evangelización. Así la Iglesia es toda de Cristo, en Cristo y para Cristo: la continuadora de su obra redentora, y toda igualmente de los hombres, entre los hombres y para los hombres (Pablo VI).

La Iglesia reconoce que la realidad incipiente del Reino puede hallarse también fuera de sus confines visibles, en la humanidad entera, siempre que ésta, viva los "valores evangélicos y esté abierta a la acción del Espíritu Santo que sopla donde quiere y como quiere (Jn 3, 8).


7.     La Espiritualidad del Reino.
De la misma manera podemos afirmar que solo hay vida espiritual ahí donde alguien es movido por el Espíritu Santo que nos lleva a “vivir la espiritualidad del Reino”[12]. Del Reino de Dios en el que Jesucristo es “Jefe y Capitán”, “Dueño y Señor”. En el Reino de Dios nadie vive para sí mismo, y nadie considera suyo lo que realmente pertenece a todos. Pensar, sentir y vivir en función del Reino de Dios nos pide ser dóciles al Espíritu que Dios da sin medida a los que creen, aman y siguen al Señor Jesús para gloria de Dios Padre. Muchos son los que sólo actúan sólo cuando se les dice lo que deben hacer, eso, no puede ser así, porque apaga y sofoca al Espíritu que  da Libertad.

El modo propio de vivir en el Reino de Dios es amando y siendo amados. Amor que se expresa en el servicio, en la donación y en la entrega a la “Causa de Jesús”. Según las palabras del mismo Señor que nos dijo: “No he venido a ser servido, sino a servir” (Mc 10, 45). En el jueves santo, después de haber instituido la Eucaristía, el Señor nos mostró como debemos vivir sus discípulos: “Ustedes me llaman a mí Maestro y Señor, y dicen bien. Pero si yo que soy Maestro y Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado ejemplo para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes” (Jn 13, 14-15).

La Meta del Reino, no es la búsqueda de grandezas, de bienes materiales, como tampoco ser famosos, importantes, como tampoco lo es el quedar bien o el que tengamos muchos éxitos según el mundo en que vivimos. Nos puede ir bien y podemos quedar bien pero no lo buscamos. Buscamos primero el Reino de Dios y sabemos por qué Él nos lo ha revelado, que lo demás nos vendrá por añadidura. ¿Qué es entonces lo que buscamos? ¿Cuál es nuestra meta? La respuesta es iluminada por la Escritura: “Les aseguro que el sirviente no es más que su señor, ni el enviado más que el que lo envía” (Jn 13, 16). La Meta es, sencillamente, “Ser como Él”, el Hijo obediente hasta la muerte, el Servidor de todos, el Hermano de los pobres y despojados.

En el Reino de Dios existe una igualdad fundamental entre todos y cada uno de los que han entrado que son realmente una “familia” en la cual todos entre ellos hermanos y por lo tanto, hijos de un mismo Padre. En ésta familia, “el que quiera ser el primero que sea el último” (Mc 9, 35), y “el que quiera ser grande que sea el servidor de los demás”.


8.     Las exigencias del Reino

a)  Tener los sentimientos de Cristo. El Reino está destinado a todos los hombres, dado que todos están llamados a la salvación, no obstante, Jesús al principio de su Evangelio manifiesta la predilección por aquellos que están al margen de la sociedad:

·       Los pobres: "Ha sido enviado a anunciar la Buena Nueva a los pobres (Lc 4, 18). Ellos encabezan la lista de las Bienaventuranzas (Lc 6, 20). Jesús se sienta a comer con ellos (Lc 5, 30; 15, 2), los trata como a iguales y amigos (Lc 7, 34),
·       Jesús manifiesta la inmensa ternura de Dios hacia los necesitados y los pecadores (Lc 15, 15, 1-32).

·       Dos gestos que alcanzan a toda la persona humana, tanto física como espiritualmente, caracterizan la misión de Jesús: curar y perdonar, expresiones de ternura y compasión para con los enfermos y los pecadores.

·       Cuando Jesús cura invita a la fe, a la conversión y al deseo de perdón. Recibida la fe, la curación invita a ir más lejos: introduce en la salvación y en la libertad de los hijos de Dios (Lc 18, 42-43).

b) Guardar el Mandamiento Regio de Jesús. El Reino tiende a transformar las relaciones humanas y se realiza progresivamente en la medida que todos los hombres aprenden a amarse, a perdonarse, y a servirse mutuamente, tal como lo confirma el "Mandamiento Regio del Amor"(Jn 13, 34). El amor con el que Jesús ha amado a los suyos, encuentra su plena expresión en el don de la vida por los hombres (Jn 15, 13). Al dar su vida, Jesús manifiesta el amor del Padre por todos los seres humanos. Por tanto, la naturaleza del Reino es la comunión de todos los seres humanos entre sí y con Dios.

c) Entregarse a la obra de Jesús. Trabajar por el Reino significa reconocer y favorecer la acción liberadora de Dios en el mundo y en la historia. Construir el Reino significa trabajar por la liberación del mal en todas sus formas. De manera que un trabajador del Reino tenga claridad que su misión es la de Jesús[13]: destruir el mal en el mundo e instaurar el Reino de Dios. Erradicar el mal del corazón de los hombres e impregnarlos con el amor de Dios, ha de ser la misión de los discípulos por encima de cualquier otro objetivo.

Durante su vida terrena Jesús es el profeta del Reino, es el vencedor del Maligno y del Mundo. Con su muerte y resurrección vence la muerte e inaugura definitivamente el Reino de Dios en la tierra. Después de su Pascua los discípulos descubren que el Reino está presente en la persona de Jesús y se va instaurando paulatinamente en el hombre y en el mundo en la medida de la unión con él.

9.     ¿Cómo lograr esta clase de conversión?
Con la Gracia de Dios y nuestro esfuerzo es posible llegar a poseer una voluntad, firme, férrea y fuerte para amar. Lo primero es dejarse encontrar por Jesús. Él es el Buen Pastor que sale en busca de las ovejas perdidas, y las busca hasta encontrarlas[14]. En el encuentro con Jesús nos encontramos, no solo con nuestra propia miseria, sino también con la ternura y la bondad del Pastor. El encuentro es el punto de partida de toda auténtica conversión. En segundo lugar  “hay que hacerse violencia dentro, en el corazón (Mt 11, 12) “Forcejeen para abrirse paso por la puerta estrecha” (Lc. 13, 24). En este esfuerzo nunca estamos solos: la Gracia de Dios, el Espíritu Santo, nos acompaña y fortalece nuestra debilidad (Rom. 8, 26). Quien no se esfuerce por negarse a sí mismo y cargar la cruz de Jesús no es digno del Reino (Mt. 10, 38) Para entrar y permanecer en el Reino hay que aprender a pensar y actuar según Dios. Nos salen al paso algunas exigencias: vencer algunas crisis reales para poder decidirse por Jesús y su Reino (Lc. 17, 21); hay que estar dispuestos a perderlo todo para adquirir la Perla preciosa (Mt. 13, 45-46); hay que buscar el Reino de Dios y su justicia, siempre y en primer lugar, lo demás viene por añadidura.

10.  ¿Dónde se construye el reino de Dios?
El  Reino de Dios se construye en una sociedad nueva, ésta es la Meta del Reino, el destino de la raza humana[15]. Un acontecimiento futuro que ya está presente y en medio de nosotros. Jesús quiere renovar la mente y el corazón de los hombres para que el Reino crezca en todos: “El vino nuevo en odres nuevos” (Mc 2, 22). El reino de Dios busca la construcción de una sociedad digna del hombre, pues sólo así será digna del Padre y de todo el hombre: una sociedad en camino hacia la nueva fraternidad, la igualdad y la solidaridad entre todos ha de estar libre de la vieja levadura. El sistema actual se basa en la competitividad, en la lucha del más fuerte contra el más débil y la dominación del poderoso sobre el que no tiene poder (Mc 10, 42). Frente a esto Jesús proclama que Dios es Padre de todos por igual, y por ello, todos han de ser hermanos, con la misma dignidad y los mismos derechos; sociedad en la que se debe privilegiar al menos favorecido, al enfermo, al indefenso y al pobre. Esta nueva sociedad es la “Comunidad de Jesús”, la Iglesia, en la cual nadie debe ser excluido.

11.  ¿Cómo realizar esta utopía?
Éste es el ideal del Reino de Dios predicado por Jesús. Este proyecto no se puede implantar por la fuerza tiene que realizarse poco a poco mediante la conversión de la mente y los corazones. El reino de los Cielos se va construyendo donde haya hombres y mujeres que cambien radicalmente su propia mentalidad, su escala de valores, su apreciación práctica y concreta por el dinero, el poder y el prestigio por los valores y criterios del Reino de Dios. El Reino es como una pequeña semilla que se va desarrollando poco a poco, pero con firmeza (Mc 4,30-35); semilla buena que por ahora crece junto a la mala yerba pero que puede llegar a convertirse en arbusto grande. El reino de Dios no empieza grande y portentoso, en medio de aplausos y de ostentación, todo lo contrario, necesita de un terreno pobre sencillo y humilde para que pueda implantarse en nuestro corazón y en medio de nosotros.
Pero también, hemos de reconocer que hay mucha gente que llama reino de Dios  a lo que nada tiene que ver con él o hasta hacer proyectos contrarios al reino. Por eso, más  que hablar del reino de Dios, debemos hablar del “Reinado de Dios”, tal cual lo presenta Jesús, no es el resultado de aplicar y vivir al pie de la letra la ley religiosa de Israel. Como tampoco es el resultado de una práctica fiel y observante de obras religiosas como serían el culto, la piedad, los sacrificios. Creo, que por esa razón Jesús defraudó a muchos  hombres de su pueblo y de su época. Jesús no creó comunidades de puros santurrones, sino de creyentes, conscientes de su pecado y del amor sin límites del Padre de los Cielos que luego se abrían en donación, entrega y servicio a los demás, especialmente, a los más pobres.
Pecadores redimidos que expresan  en una nueva mentalidad y actitudes sinceras la presencia del Reino de Dios en sus vidas. Nada de actitudes perfeccionistas, rigoristas o legalistas, eso es fariseísmo. Los opresores, los orgullosos, los ricos egoístas no sirven para el Reino. En Israel muchos de ellos se consideraban justos ante Dios y sin embargo Jesús dice a sus discípulos: “si vuestra justicia no supera la justicia de los fariseos no entrareis al Reino de Dios” (Mt 5, 20).

12.  Es un Reino de amor y de justicia.
El Reino que predica Jesús no es un reino de poder. Cuando el Diablo le ofreció el poder terreno, Él lo rehusó enseguida (Mt. 4, 8-10). Cuando el pueblo quiso nombrarlo Rey, Él huyó al monte (Jn 6, 15). Cuando Pilatos le preguntó si Él era Rey, Jesús le contestó: “Yo no soy rey de este mundo, como ustedes piensan (Jn. 18, 36); el poder de Jesús es diferente: No es como el de este mundo corrompido: En este mundo no se respeta a la persona porque sea persona, se le respeta por su dinero, por supuesto, porque usa uniforme o lleva condecoraciones, o por el color de su piel, por la marca de carro, de la ropa que usa, etc. No así para Jesús, cuando alguien le pregunta sobre quién era el más importante; Jesús abrazando a un niño oloroso y sucio, dijo: “Este” (Lc. 9, 46-48)
A lo largo de toda su vida Jesús sufrió la tentación del poder (Lc. 4, 1-13). La tentación consistía en reducir la idea de reinado universal y total de Dios. Reducir el reino a una forma de dominación política: la tentación en el cerro desde donde el Diablo le muestra los reinos de este mundo; o reducir el reino al poder religioso: la tentación en el pináculo del Templo;  o reducirlo a la satisfacción de las necesidades fundamentales del hombre: La tentación de trasformar las piedras en pan. Eran tres tentaciones de poder que correspondían al modelo del reino que esperaba la gente de entonces. Jesús fue tentado, pero, no vencido. Se negó a dejarse manipular por los hombres de su época, como también se negó a manipular la voluntad de los hombres y a quitarles la responsabilidad de construir un mundo justo donde vivieran como hermanos. Algo que Jesús nunca haría es manipular o dejarse manipular.
Jesús el Hijo de Dios se negó rotundamente a encarnar un reino de poder; éste está cimentado en la mentira. Él encarna el amor y no el poder de Dios en el mundo: Hace visible el poder propio del amor de Dios, que consiste en dar la vida para que se construya una sociedad más humana: un mundo lleno del amor fraterno sin tener que forzar a nadie y sin quitarle  a nadie su responsabilidad. Jesús rechaza todo poder dominador como algo propio del Diablo. El reinado de Dios predicado por Jesús no coincidió con las ideas nacionalistas que tenían algunos judíos, como los zelotes. Podemos decir entonces que nadie podrá, jamás, comparar el reinado de Dios con una situación socio-política determinada. Ningún  partido político podrá llamarse cristiano, pues el proyecto del reinado de Dios es mucho más grande y sublime que todos los proyectos de los hombres. No existe proyecto político que se iguale al ideal predicado por Jesús
Por lógica, podemos añadir, que es absolutamente imposible implantar el reinado de Dios por la fuerza de las armas o por el poderío de los ejércitos. El reinado de Dios predicado por Jesús nada tiene que ver con los golpes de Estado. “Mi Reino no es de este mundo” quiere decir que no se identifica con “el sistema establecido”. Nada tiene que ver, ni con los fines ni los intereses de este mundo: mundo de mentira, de explotación e injusticia. El reino de Dios, es el reino  de la verdad, de la justicia, de la libertad y del amor, mientras que los reinos de este mundo se miden con cuentas bancarias, con títulos de propiedad, con carros lujosos o con ropas elegantes; son irreales, inhumanos, sin amor y totalmente falsos[16]; el reino de Dios se manifiesta en la debilidad y en la sencillez de los corazones. 

13.  Las Leyes del Reino[17].
El Reino crece en el mundo de acuerdo a un dinamismo establecido por el mismo Dios. Todo el que se integre en el Reino y quiera participar en su desarrollo ha de respetar y acoger sus leyes internas que Jesús explica a través de sus parábolas:
1)Ley de la gratuidad. No se compra ni se vende; todo es don de Dios a los hombres a quienes ama y se entrega. El reino crece por su propia fuerza. Hay que tener confianza absoluta en que la semilla fructificará por sí sola. Basta sembrarla con valor, paciencia y perseverancia (cf Mc 4, 26- 29).
2) La Ley de la acogida. La Palabra de Dios no da fruto automático, ya que éste depende también de la respuesta del hombre. El reino de Dios como todos los dones de Dios a los hombres pueden ser aceptados o rechazados, descuidados y destruidos. Dios no nos violenta o nos obliga para que nos dejemos amar por Él. La Verdad no se impone, entra cuando se le abre la puerta; existe un respeto incondicional a la libertad del hombre (cfr Mc 4, 19.13- 20).
3) Ley de la gradualidad. El reino de Dios nunca empieza grande y de forma portentosa, sino de forma sencilla y humilde, para después, siguiendo su ritmo, obscuro, pero creciente de maduración, alcanzar unos resultados inesperados (cfr Mc 4, 30- 32). No hay que escandalizarse, hay que cultivar el barbecho del corazón, respetar los ritmos del crecimiento y esperar con paciencia y esperanza los frutos de la cosecha.
4) Ley de la contradicción. El Reino será juzgado por muchos como impiedad, subversión o locura, y, por eso, será llevado a la cruz. Sólo si es capaz de aceptar la crisis, la oposición y la muerte, brotará como realidad nueva (cfrJn 12, 23- 28).

14.   Las Manifestaciones del Reino de Dios.
Para Jesús el reino de Dios tiene sus manifestaciones propias y por lo tanto inconfundibles: el amor, la justicia, la paz  y el gozo en el Espíritu Santo  (Rom 14,17). Su Ley por lo tanto es el amor: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que como yo os he amado, así os améis vosotros los unos a los otros” (Jn 13,34- 35). El mandamiento de la Ley de Cristo exige, para poder guardarlo tres exigencias fundamentales:
·       la primera estar en comunión con Cristo: ser creatura nueva (2Cor 5,17). Jesús nos los había dicho: “Solamente unidos a mi podéis dar fruto sin mi nada podéis hacer” (Jn 15,5).
·       La segunda exigencia es guardar los mandamientos[18], todos, los 10 Mandamientos, quien este rompiendo uno de ellos no puede guardar el Mandamiento nuevo, por lo mismo la Ley de Cristo nos pide salir del pecado, cualquiera que éste sea.
·       En tercer lugar para guardar el Mandamiento nuevo los hombres y la sociedad de hoy hemos de poseer el  “don del Espíritu Santo”.


15.  Yo soy el que hace las cosas nuevas.
El Apóstol Pablo nos ha legado un Mensaje lleno de esperanza, de consuelo y de alivio: “Todo el que está en Cristo es una creatura nueva, lo viejo ha pasado, lo que ahora hay es nuevo (cfr 1 Cor 5, 17) ¿Qué fue lo viejo? ¿Qué es lo nuevo? La respuesta es personal, brota de la experiencia de encuentro con Cristo. La novedad del Reino es Jesús, es el Espíritu Santo, es el hombre nuevo, es la comunidad fraterna. La Palabra de Dios en el libro del Apocalipsis nos descubre  la presencia del Reino que se aproxima al hombre, de tal manera que presente y futuro están unidos íntimamente entre sí:
“Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido y el mar ya no existía. También vi que descendía del cielo, desde donde esta Dios, la ciudad santa, la nueva Jerusalén, engalanada como una novia, que va a desposarse con su prometido. Oí una gran voz que venía del cielo, que decía: “Ésta es la morada de Dios con los hombres; vivirá con ellos como su Dios y ellos serán su pueblo. Dios les enjugará todas sus lágrimas  y ya no habrá muerte ni duelo, ni penas ni llantos, porque ya todo lo antiguo terminó”. Entonces el que estaba sentado en el trono, dijo: “Ahora yo voy a hacer nuevas todas las cosas”(Apoc 21, 1- 5).
Hombre nuevo es aquel que ha sido justificado, reconciliado, renovado, capaz de poner los pies sobre la tierra, es decir, con dominio propio, capaz de caminar con dignidad como “regalo” para la humanidad. Hombres y mujeres que están en lucha contra todo lo que atente contra la dignidad humana.

16.  Hacia una Nueva Humanidad
Lo que da sentido a la vida del hombre no es su situación actual, sino lo que está llamado a ser: Hombre nuevo, solidario y fiel a los principios y a los valores del Reino  que son el fundamento de una Comunidad fraterna, solidaria y misionera. Digamos con toda claridad que el hombre de fe no vive instalado en un presente que no cambia y temeroso de un futuro incierto. El creyente en Jesús está siempre en actitud de apertura hacia el futuro, viviendo el presente en actitud confiada, sabiendo que el futuro pertenece a Dios.
La razón se encuentra en la actitud de Jesús en el pasado de los pecadores: es de poco interés. El no condena a nadie, solo le interesa las posibilidades del futuro que la conversión tiene en el presente. San Lucas nos describe la señal que nos ayuda a descubrir la presencia del Reino de Dios entre nosotros: “Si los demonios empiezan a ser expulsados, es que el Reino de Dios ha llagado a ustedes” (Lc 11, 20). Los demonios estorban al crecimiento del Reino entre nosotros. Los más destacados son el individualismo, el relativismo, la mentira, la corrupción, el fraude, consumismo, alcoholismo, drogadicción,la apatía por la superación humana y otros muchos más. Mientras que la fe en Cristo resucitado se convierte en el Camino para hacer las cosas nuevas.  Una manera de pensar, de sentir y de actuar que nos identifica con Jesús el Hermano de todos, el Sembrador del Reino que en los últimos momentos de su vida gritó: “Padre en tus manos me abandono” (Lc 23, 46), para invitarnos a creer en la  Resurrección y a no tener miedo al futuro. Así nos lo había dicho desde antes:
“No andéis preocupados diciendo: que vamos a comer, que vamos a beber, con que vamos a vestirnos que por todas estas cosas se afanan los gentiles: pues ya sabe Vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo esto, buscad primero su Reino, y su justicia, y todas esas cosas se les dará por añadidura. Así que nos os preocupéis por el mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal”  (Mt 6, 31-34).
Una señal evidente de que el Reino de Dios quedará siempre al descubierto será: cuando seamos hombres “Abiertos a la Verdad”. La verdad que nos libera de la mentira para llevarnos al Amor, la Verdad y la Vida, columnas y fundamento de la Nueva humanidad.
“La verdad os hará libres” (Jn 8, 33). “Para ser libres os libertó Cristo” (Gál 5,1). Esta liberación será siempre del pecado y sus consecuencias. Cristo Redentor, Salvador y Liberador del hombre nos libera de la esclavitud del Mal, de la esclavitud de las cosas y de las personas, pero también nos libera de la esclavitud de la ley. Cristo nos libera para ser servidores comprometidos con otros, a favor de otros, para todos juntos ser más y mejores personas. Él instauró en la tierra la única revolución capaz de cambiar al mundo: La Revolución del servicio:”Ustedes me llaman maestro y señor, y lo soy; y, siendo, maestro y señor os he lavado los pies, hagan ustedes los mismo” (Jn 13, 13 ).
Todo servidor público, en la Iglesia o fuera de ella, ya sea religioso, político o educador, debe tener presente que para construir una sociedad en la cual crezca la “Civilización del Amor”, que tiene como fundamento los valores del Reino: La Verdad, la Justicia, la Libertad y el Amor, en Ella, todos somos esencialmente iguales, valiosos, importantes y dignos; todo debe estar al servicio de todos, ya que Dios creó todo para todos. En el Reino de Dios, según el proyecto de Jesús, nadie pude vivir para sí mismo: Ahí no hay hermanos separados, nadie debe ser extraño  a los demás, los otros son un regalo y los más fuertes deben cargar con las debilidades de los más débiles (Rom 15, 1).

17.  Cristo hace presente el Reino de Dios.

Jesús, entiende el Reino de Dios de manera distinta al sentir general del judaísmo de su época. El Reino viene cuando se dirige a los hombres la "Palabra de Dios" como semilla que debe de crecer por su propio poder,  hasta convertirse en un gran árbol en medio del mundo, donde anidan las aves del cielo (Mc 4, 26-29). El Reino de Dios y de Cristo acogerá en su seno a todas las naciones, pues, no está ligado a ninguna de ellas, ni siquiera a Israel.

Cristo es la encarnación y la revelación de la misericordia del Padre. Él es el Revelador del Padre (Jn 14, 7). La salvación consiste en creer y en acoger el Misterio de Dios y de su amor que se manifiesta y se da en Jesús mediante su Espíritu. En Jesús de Nazareth Dios da cumplimiento a su Plan de salvación. Después de haber recibido en el bautismo el Espíritu Santo, Jesús manifiesta su vocación mesiánica: recorre Galilea predicando la Buena Nueva de Dios: "El tiempo se ha cumplido y el Reino está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1, 14, 15; Mt 4, 17; Lc 4, 43).


18.  Jesús, Predicador del Reino de Dios

El objeto de la misión de Jesús es la proclamación y la instauración del Reino, Él mismo lo afirma al aplicarse las palabras del profeta Isaías: "Para eso he sido enviado" (Lc 4, 16-18). Jesús instaura el Reino de Dios en el corazón de los hombres mediante la predicación de la Buena Nueva, los milagros, la expulsión de demonios y su estilo de vida. A la acción de Jesús el hombre responde con la fe en la persona y en el Mensaje de Jesús, el Liberador del hombre (Mt 12, 28).

Cristo se identifica con la Buena Nueva del Padre. Existe plena identidad entre Mensaje y Mensajero, entre el decir, el actuar y el ser de Jesús. La fuerza de su predicación está en la armonía entre Mensaje y Mensajero: Jesús proclama la Buena Nueva no sólo con lo que dice, sino también, con lo que hace y con lo que es.


19.  La llegada del Reino pone fin al reinado del Mal.

La obsesión de Jesús es establecer el Reino de su Padre en el corazón de los hombres para así poner fin al reinado del Mal, de la opresión y de las esclavitudes. "El Reino de Dios está cerca". Se ora para que venga: “Venga a nosotros tu reino” (Mt 6, 10). Por la fe se le descubre presente y operante en las palabras, milagros,  exorcismos (Mt 11,4-5; 12, 25-28) y en el testimonio de vida de Jesús.

Jesús inaugura el Reino de Dios entre los hombres, y a la misma vez, revela el rostro de Dios a quien llama "ABBA" (Mc 14, 36). El Dios de las parábolas de Jesús es un Padre amoroso y lleno de compasión, que perdona y concede gratuitamente las gracias pedidas. Acoger a Jesús como la manifestación amorosa del Padre, y orientar la vida a Dios en la intimidad de la oración con la confianza de encontrarse con un Padre que escucha, ama y perdona es la expresión fundamental de la presencia del Reino en el corazón del creyente. El esfuerzo por cumplir su voluntad del Padre genera una conciencia filial y permite el crecimiento del Reino en el corazón de los hombres (Lc 11, 2; Mt 7, 21).


20.   Las exigencias del Reino

a)  Tener los sentimientos de Cristo[19]. El Reino está destinado a todos los hombres, dado que todos están llamados a la salvación, no obstante, Jesús al principio de su Evangelio manifiesta la predilección por aquellos que están al margen de la sociedad:

·       Los pobres: "Ha sido enviado a anunciar la Buena Nueva a los pobres (Lc 4, 18). Ellos encabezan la lista de las Bienaventuranzas (Lc 6, 20). Jesús se sienta a comer con ellos (Lc 5, 30; 15, 2), los trata como a iguales y amigos (Lc 7, 34),
·       Jesús manifiesta la inmensa ternura de Dios hacia los necesitados y los pecadores (Lc 15, 15, 1-32).

·       Los enfermos. Dos gestos que alcanzan a toda la persona humana, tanto física como espiritualmente, caracterizan la misión de Jesús: curar y perdonar, expresiones de ternura y compasión para con los enfermos y los pecadores.

·       Cuando Jesús cura invita a la fe, a la conversión y al deseo de perdón. Recibida la fe, la curación invita a ir más lejos: introduce en la salvación y en la libertad de los hijos de Dios (Lc 18, 42-43).

b) Guardar el Mandamiento Regio de Jesús[20]. El Reino tiende a transformar las relaciones humanas y se realiza progresivamente en la medida que todos los hombres aprenden a amarse, a perdonarse, y a servirse mutuamente, tal como lo confirma el "Mandamiento Regio del Amor" (Jn 13, 34). El amor con el que Jesús ha amado a los suyos, encuentra su plena expresión en el don de la vida por los hombres (Jn 15, 13). Al dar su vida, Jesús manifiesta el amor del Padre por todos los seres humanos. Por tanto, la naturaleza del Reino es la comunión de todos los seres humanos entre sí y con Dios.

c) Entregarse a la obra de Jesús[21]. Trabajar por el Reino significa reconocer y favorecer la acción liberadora de Dios en el mundo y en la historia. Construir el Reino significa trabajar por la liberación del mal en todas sus formas. De manera que un trabajador del Reino tenga claridad que su misión es la de Jesús: destruir el mal en el mundo e instaurar el Reino de Dios. Erradicar el mal del corazón de los hombres e impregnarlos con el amor de Dios, ha de ser la misión de los discípulos por encima de cualquier otro objetivo.

Durante su vida terrena Jesús es el profeta del Reino, es el vencedor del Maligno y del Mundo. Con su muerte y resurrección vence la muerte e inaugura definitivamente el Reino de Dios en la tierra. Después de su Pascua los discípulos descubren que el Reino está presente en la persona de Jesús y se va instaurando paulatinamente en el hombre y en el mundo en la medida de la unión con él.

Jesús enseñó con las parábolas del Reino, pero su misma vida es una parábola, se sienta a la mesa con pecadores para enseñarnos que en el Reino de Dios, éstos son invitados a sentarse a la mesa con el Padre Celestial (Mc 2,16). Se hace amigo de ellos para luego ayudarles a ser amigos de su Padre, todos los hombres son invitados porque Cristo murió por todos, no obstante, que muchos no respondan a la invitación.

21.  ¿Qué actitudes necesitamos para empezar?[22]

a)     Convertirse al evangelio. Es decir, reconocer la propia debilidad y pecado, y aceptar el amor gratuito de Dios, que nos da nueva vida en Cristo Jesús.

b)     Vivir en comunión íntima con Cristo. El hombre comprometido por el reino de Dios es aquel que vive en Cristo, con y para Cristo, para poder transparentarlo a los demás. Porque el Evangelio es Jesús mismo.

c)     Dejarse guiar por el Espíritu. El Espíritu es como el alma de la Iglesia y el Agente principal de la Evangelización. Sólo en la docilidad al Espíritu seremos en Él, plasmados a la semejanza de Cristo para poder decir con san Pablo: “Ya nos yo el que vive, es Cristo quien vive en mí” (Gál.2,20)

d)     Tener conciencia de enviados. Dios nos la llamado a estar con Él y a ser enviados a favor de toda la humanidad. Dios nos llama a ser personas de los menos favorecidos.

e)     Vivir en comunión con la Iglesia. No es un franco tirador, ni un lobo solitario. Tiene conciencia de que pertenece a su Iglesia que fue enviada por Jesús a llevar su Evangelio de amor a todos los hombres (Mt 28, 20ss), por eso la ama apasionadamente y vive en comunión de fe, culto y caridad.

f)      Tiene valentía profética. El trabajo del profeta es anunciar caminos de esperanza y liberación, anunciar las cosas antes de que sucedan y denunciar las injusticias que se cometan en la sociedad, en la Iglesia, en el mundo.

g)     Ama a los hombres como Jesús los ha amado. El cristiano es un hombre de Dios; es portador del amor de Cristo, por donde camina va irradiando ese amor en el rostro de los pobres, de los enfermos, de los alejados. Debe encarnar en sí mismo la disponibilidad para hacer la voluntad de Dios y la disponibilidad para salir de sí mismo para ir busca de los menos favorecidos, rompiendo con situaciones de confort, de lujo, de individualismo que dejan una vida vacía.

h)     Tiene esperanza en la hora que le toca vivir. No podemos vivir anhelando el pasado que quedó atrás y no volverá. Vivir en el pasado lleva a una vida neurótica y sin sentido. El hombre libre, responsable y comprometido no elige donde trabajar ni con quien trabajar, como sacerdote que soy, tengo que estar abierto  a la voluntad de Dios y a las necesidades de la Iglesia. No se busca quedar bien ni que me vaya bien, se busca el bien de los demás, velar por los derechos de los demás.
Esta perspectiva nos pide hablar más específicamente de la espiritualidad bíblica y cristiana, como también, de la urgente necesidad de un discernimiento espiritual.





[1] Salvados en Esperanza
[2]Lc 11, 20
[3]Haring, Berhnard, Libertad y Fidelidad en Cristo, Tomo 1, pág. 143.
[4]Jn 8, 31- 33; 1 de Jn 3, 16- 17.
[5] Mt 20, 28
[6] Mc 1, 14- 15.
[7]Jer. 31, 31- 34; Ez. 36, 26-30; Os 2, 21-22.
[8]Jn 1,21
[9]Lc. 15, 11sss
[10]Pagola, José Antonio, JESÚS, Aproximación Histórica, pág. 89.
[11]Nolan, Albert, Espiritualidad Bíblica, Pág. 41.
[12] IBID, pág. 11.
[13]Hech 10, 38.
[14]Lc 15, 1-4.
[15]Nolan, Albert, Espiritualidad Bíblica, pág. 41.
[16]Nolan, Albert, Espiritualidad del reino, pág. 42
[17]Payá, Miguel, La Planificación Pastoral al servicio de la Evangelización, pág. 35.
[18] 1 de Jn 1, 8;  2, 1-3
[19]Flp 2, 5
[20]Jn 13, 34-5.
[21]Jn 13, 13; Mt 10, 8ss; Mt 28, 20ss; Mc 16, 15ss.
[22] Miguel Payá, La Planificación de la Pastoral, al Servicio de la Evangelización, pág. 33

1 comentario:

  1. Wow sin palabras me encanto leer su articulo,muchas gracias por compartir,ahora me queda muy claro,como es que Jesus instaura el Reino de Dios en mi en ti en nosotros.
    Bendiciones desde Atlanta,Georgia.

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