EN PROCESO DE CONVERSIÓN ,SIGUIENDO LAS HUELLAS DE JESÚS


En Proceso de conversión, siguiendo las huellas de Jesús

  1. El paso del Judaísmo a la Fe.

Jesús, el Señor había profetizado el fin de Jerusalén diciendo de la ciudad y de su Templo: “En verdad en verdad os digo: No quedará piedra sobre piedra” (Mc 13-2). Con estas palabras Jesús está haciendo referencia al final del sistema religioso judío, del cual Jerusalén era su capital. “La Higuera” (Mc 11-20) no había dado fruto, sería arrancada y echada fuera para dar paso a la “economía” de la “Gracia”: la salvación por la fe y no por las obras de la Ley. El Sistema había generado una religión rigorista, legalista y perfeccionista que no trasmitía “vida eterna”. “En verdad en verdad os digo, si vuestra justicia no supera la justicia de los fariseos no entraréis en el reino de los cielos” (Mt 5, 20). Los fariseos de acuerdo a su religión ayunaban dos veces por semana, pagaban un diezmo riguroso, oraban por lo menos tres veces diarias, y, sin embargo Jesús no se casa con el farisaísmo, todo lo contrario, Jesús desenmascara la dureza de sus corazones.


Es bueno recordar que el “sistema religioso judío” había introducido 613 preceptos que rigurosamente se tenían que observar para poder ser gratos a Dios. Estos preceptos son considerados como la “carga” de la Ley frente a la cual Jesús exclama: “Vengan a mí, todos los que están cansados y agobiados por la “carga”y yo os aliviaré, y aceptad mi yugo que es suave y ligero.”(Mt 11, 28- 29) Quien, que esté medianamente instruido en la Palabra de Dios, podrá negar que la carga, el yugo suave de Jesús, es el amor. Desde aquí podemos además comprender que la “justicia” de los discípulos, no es otra que la misericordia, el amor de Dios. Hacer las cosas por amor y no por obligación, y no por que toca, ni por que nos vean o busquemos recibir recompensas de los hombres.

  1. El Problema de Antioquia

Las primeras comunidades cristianas estaban conformadas por gente venida de con los judíos y otros venidos de con los paganos. A los primeros se les llamó judeo-cristianos y a los segundos pagano-cristianos, es decir cristianos venidos o del judaísmo o del paganismo. Los judeo-cristianos dieron origen a la “herejía de Arrio” negar que Jesucristo es Dios; mientras que los pagano-cristianos negaban que Jesucristo era verdadero hombre. La lectura del Libro de los Hechos nos dice: “En aquellos días, vinieron de Judea a Antioquia algunos discípulos y se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se circuncidaban de acuerdo a la ley de Moisés, no podían salvarse. Esto provocó un altercado y una violenta discusión con Pablo y Bernabé; al fin se decidió que Pablo, Bernabé y algunos más fueran a Jerusalén para tratar el asunto con los apóstoles y los presbíteros.” (Hech 15, 1-2). Podemos imaginar como sonarían estas palabras en los oídos de Pablo: Para salvarse hay que volver a la esclavitud de la ley: “¿Volver a circuncidarse?”; “¿volver a ofrecer sacrificios?”,  “¿volver al culto judío?”. Para el Apóstol no hay otra postura: somos salvados por la Ley o somos salvados por la fe en Cristo Jesús.

En la carta a los Efesios el Apóstol dice a la Comunidad de Éfeso y a todos nosotros: “Ustedes (los paganos)y nosotros (los judíos) antes estábamos muertos en nuestros pecados…pero, Dios, que es rico en misericordia, nos ha dado vida, juntamente con Cristo, por gracia de Dios hemos sido salvados” (2, 1-8) Hemos sido salvados por la misericordia de Dios que nos ha dado a Cristo Jesús, que en un acto de obediencia a su Padre y en un acto de amor a los hombres, entregó su vida, como oblación pura por nosotros (Ef. 5, 1). En  la carta a los Gálatas nos dice: “Por la fe en Jesucristo habéis sido salvados.” (Gál. 2, 16). No hay mérito personal, Dios tomó la iniciativa y nos amó.

El problema de Antioquía dio lugar  al primer concilio de la Iglesia  que duro dos años (49 al 50), el problema era realmente fuerte, sólo el ojo biónico de Pablo pudo haberlo descubierto. El peligro era inminente: volver al Antiguo Testamento, a la práctica de la antigua ley mosaica. Esto nos deja una pregunta  Entonces, el plan de salvación por la fe en virtud del sacrificio redentor de Cristo, ¿dónde queda?, ¿sería que lo de Cristo fue una ilusión? , ¿Su muerte seria en vano?, razón por la que Pablo apoyándose en el celo cristiano de Bernabé se opuso rotundamente y fueron enviados a Jerusalén  donde estaban   los apóstoles pilares de la fe para tratar el asunto. Para Pablo la Ley es el Pedagogo que nos lleva a  Cristo, a la fe, y no al revés. Digamos un apalabra sobre el primer concilio de la Iglesia.

  1. El Primer Concilio de Jerusalén

Ya en Jerusalén, Pablo y Bernabé después de dar testimonio de la acción de Dios a favor de los gentiles, mostrando como ellos también eran llamados por Dios a la salvación, se enfrentaron en profunda discusión con  los fariseos convertidos al cristianismo que apoyaban la imposición de los preceptos y observancias judías sobre los nuevos cristianos venidos del paganismo.

  1. La Salvación por la fe y no por la observancia de la Ley

Para Pablo y para la Iglesia  todo ha quedado en claro, nadie se salva sin la fe. Marcos en su evangelio nos describe los últimos momentos de Jesús con sus discípulos antes de la Ascensión: “Y les dijo, Id por todo el mundo y proclamar la buena nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvara; el que no crea se condenara” (Mc 16,15-16). El bautismo es el sacramento de la fe que nos incorpora a Cristo, nos reviste de El, y nos hace partícipes de su Pascua: muerte y resurrección (Gál 3,27) (Rom 6,4-11). Por el bautismo el cristiano participa de la vida divina (Gál 3-26) y al beber del Espíritu de Jesús esta unido a Dios y a todos los miembros del cuerpo de Cristo (Cor 12-12). No obstante, el bautismo nos llena y reviste de Cristo se nos da para vivirse, de manera que podemos decir que estamos llamados a realizar las obras que de antemano Dios predestino para nosotros: “En efecto hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos”  (Ef 2,10).

            Santiago en su carta escribe para una segunda generación de cristianos, a quienes les dice, no basta con creer o con decir que se tiene fe, esta debe ir acompañada de las obras: “De que sirve hermanos míos que alguien diga: “tengo fe”, ¿sino tiene obras? ¿Acaso podrá salvarle la fe?” Pudiéramos preguntarnos: ¿existe contradicción entre Pablo y Santiago? De ninguna manera, Pablo se dirige a los cristianos recién convertidos, busca confirmarlos y afianzarlos en el evangelio que él predica. Santiago en cambio, escribe para cristianos de segunda generación, para recordarles que hay que pasarse de la fe a las obras para poder salvarse. Se puede entonces hablar de una primera conversión: el paso del judaísmo o el paso del paganismo a la fe, es decir, a Cristo; pero también podemos hablar de una segunda conversión: el paso de la fe a la acción, a las obras de misericordia, sin las cuales nadie se salvará. Digámoslo de otra manera nadie se salva sin la fe pero también nadie se salva sin las obras. Las obras por si mismas, sin la fe, de nada sirven  de acuerdo a las palabras de Jesús: “Solamente unidos a Mí podéis dar fruto, sin Mí nada podéis hacer”(Jn 15, 7).

  1. La obediencia de la Ley

“Nosotros, los apóstoles y los presbíteros, hermanos suyos, saludamos a los hermanos de Antioquia, Siria y Cilicia, convertidos del paganismo. Enterado de que algunos de entre nosotros, sin mandato nuestro, lo han alarmado e inquietado a ustedes con sus palabras, hemos decidido de común acuerdo elegir a dos varones y enviárselos, en compañía de nuestros amados hermanos Pablo y Bernabé, que han consagrado su vida a la causa de nuestro Señor Jesucristo. Les enviamos, pues a Judas y a Silas, quienes les trasmitirán, de viva voz, lo siguiente: ‘El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido no imponerles más carga que las estrictamente necesarias. A saber: que se abstenga de la fornicación y de no comer lo inmolado a los ídolos, la sangre y los animales estrangulados, si se apartan de esas cosas, harán bien’. Los saludamos”  (Hech 15, 23ss).

            En otras palabras los nuevos cristianos debían guardar los Mandamientos de la Ley de Dios: El Decálogo, las palabras salidas de la boca de Dios, que tienen por fin el amor y el servicio al prójimo. Todo cristiano creyente, evangélico o católico que quiera realmente serlo, tiene que guardar estos mandamientos, si es que quiere realmente permanecer en el amor de Dios y de Cristo (Jn 15,9). Esa Ley de Dios está en primer inscrita en el corazón de cada uno de los seres humanos, le llamamos la ley natural que nos dice: “No hagas cosas malas, has cosas buenas; es decir, rechaza el mal y has el bien.”. El problema del hombre hoy día está en que muchos han perdido el sentido moral: a lo malo le llaman bueno y a lo bueno le llaman malo. Se ha perdido el sentido del pecado debido que se tiene una falsa imagen de Dios, del hombre y de la vida; juntamente con una vida llenas de actitudes que no corresponden al “Bien Moral”.  Muchos son los hombres y mujeres que no tienen una conciencia moral que les capacite para distinguir entre lo que es y lo que no es; lo que realiza y lo que no sirve. El precio que se paga por esto es una sociedad masificada y masificadora. Hombres oprimidos y opresores, manipulables y manipuladores

  1. El Evangelio de Jesús.

 En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada. El que no me ama no  cumplirá mis palabras. La palabra que están oyendo no es mía, si no del Padre, que me envió. Les he hablado de esto ahora que estoy con ustedes; pero el Consolador, el Espíritu Santo que mi Padre les enviará en mi nombre, les enseñara todas las cosas y les recordará todo cuanto yo les he dicho.

La paz les dejo, mi paz les doy. No se la doy como la da el mundo. No pierdan la paz ni se acobarden. Me han oído decir: ‘Me voy, pero volveré a su lado’. Si me amaran, se alegrarían de que me vaya al padre porque es mas que yo. Se lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, crean”. Palabra del Señor. (Jn 14, 23-29)

Juan en el prólogo de  su evangelio nos dice: “por que la Ley fue dada por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por Jesucristo (Jn 1-17), mas adelante Jesús mismo nos dirá “vengo para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn, 10-10). Unas pocas horas antes de su muerte, mientras estaba todavía reunido con sus discípulos en el cenáculo, Jesús quiso dejarle a la iglesia y a la humanidad su legado, su testamento, su herencia: el Mandamiento Regio, el mandamiento de Jesús. Para enseñarnos de esta manera mostramos que el cristianismo viene a ocupar el lugar que por muchos siglos que ocupó el sistema religioso judío: Sistema que Dios no dio a luz al fariseísmo ni al grupo de las saduceos.  Jesús quiso enseñarnos que el cristianismo no es un puñado de leyes, como tampoco es un moralismo o una lista de tabúes o prohibiciones que refrenan al hombre “para que se salve”. El cristianismo, la religión que Dios hace con el hombre es Amor y por lo mismo, cristiano es, quien es portador del amor de Dios o de Cristo. Amor que se manifiesta en actos concretos que ayudan al hombrea realizarse.

            De acuerdo a la moral de  Emmanuel Kant: “el deber por el deber”, podemos decir, que mientras hagamos las cosas porque toca, no hay realización, y por lo mismo, no hay alegría y no hay felicidad: no hay vida. Muchísimas son las parejas que se casan con amor y por amor,  pero pronto, las vemos con cara envejecida, con  rostro triste, la angustia aflora en sus ojos, y en su silencio gritan: no soy feliz; la razón, se acostumbraron hacer la cosas porque toca, el deber por el deber, llegando a perder así el sentido del matrimonio y de la familia. Todo  ser humano es un buscador, busca sentirse bien, busca ser feliz, la mayoría termina sus días sin encontrar la meta, sin poseer la autentica felicidad; la razón es clara, no le encontraron el sentido a su vida, la felicidad no está en el hacer cosas, o en tener cosas, sino en la propia realización y esta es posible solamente cuando se aprende a vivir el arte de amar. El sentido de la vida siempre será oblativo, es fuerza que impulsa y fuerza que atrae. Se encuentra en la donación mutua, en la entrega a los demás: en el amor a Dios y a los hombres (1Jn  2,3-11).
            ¿Qué podemos hacer para encontrar el sentido a la vida, realizarlo y ser felices?  Escuchemos a Jesús decirnos “dichosos más bien los que oyen la palabra de Dios y la guardan” (Lc 11,28). “Yo soy la Luz del mundo, el que me sigue no andará en oscuridad sino que tendrá la luz  de la vida” (Jn 8,11). La luz es símbolo de la vida, la felicidad y la alegría; las tinieblas son símbolos de la muerte, las desgracias y las lágrimas. Luz y tinieblas son dos conceptos que caracterizan los dos mundos, del Bien y del Mal, por lo mismo quien sigue a Jesús aprende hacer el bien, aprende a amar, y Cristo es su luz que ilumina el camino de los hombres hacia la casa del Padre y les ayuda a descubrir y realizar el sentido de la vida para que sean luz, sal y fermento para los demás (Mt 5,3). La realización del ser humano no se da sin el cultivo de tres valores que son fundamentales en su proceso de humanización: el primero de ellos es el hacer un alto en la vida para poder entrar en sí mismo como una primicia para llegar un día a tener dominio propio. El segundo es el valor del auto análisis, analizarse con la Luz de la Palabra de Dios para conocerse a si mismo, reconociendo a la vez la propia pecaminosidad y los valores que se puedan poseer. El tercero es el valor de la proyección. El hombre que no se proyecta se queda al margen de su realización, la pregunta es ¿hacia dónde vamos?, la respuesta la encontramos de boca del mismo Cristo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14,6). Ir hacia el Padre o ir hacia la Casa del Padre, o ir hacia los terrenos de Dios son realidades que expresan  la urgente necesidad de conversión: “ir a Jesús”. 
            Convertirse al amor, a la vida, a la libertad, a la santidad, a la familia, a Dios, esta clase de conversión va dando al hombre una libertad interior que lo capacita para amar o para hacer el bien sin muchas dificultades. Sólo podemos amar como Cristo nos lo pide, en la medida que seamos libres interiormente, esta libertad es don y tarea; don y conquista, ¿será posible ser libres? Digamos con fe y con esperanza que si se puede, con el poder de Dios y con nuestra decisión. Para Cristo el Poder de Dios es el Amor y se manifiesta en el Servicio.        
            Hacer una alto en la vida ¿Para qué? Hacer un alto para encontrarse consigo mismo, con los demás y con Dios. El hombre que vive fuera de sí mismo se gasta, se derrocha. El ser humano que no vive de encuentros se deshumaniza. La realidad el hombre tiene miedo de encontrarse consigo mismo. Necesitamos momentos para estar con Dios: hablarle, escucharle, recibir luz, sanación, vida.  Analizarnos ¿Para qué? Para conocernos. El mismo filósofo que en la antigüedad nos dijo: “Hombre conócete a ti mismo, también nos dijo: “No vale la pena vivir una vida sin reflexión” (Sócrates). La reflexión se hace sobre la vida, la fe, los acontecimientos: sociales, familiares, religiosos, políticos, ecológicos, económicos, etc., reflexionar para ver los cambios, si es que los hay, en sí mismo, en los otros y en la sociedad.     
            Nadie conoce lo que no ama, y nadie ama lo que no conoce, como también nadie es fiel a lo que no ama. Sin perder de vista el tema del Evangelio, repitamos el principio conocido ya por muchos: “Nadie da lo que no tiene”. Pides y exiges amor al que está vacío de él, al que es estéril, tiempo y palabras perdidas. Lo primero es lo primero: “Busca primero el Reino de Dios y lo demás te viene por añadidura” (cfr Mt 6, 33). La teología de san Pablo no dice: “Habiendo recibido de la fe nuestra justificación estamos en paz con Dios, por Nuestro Señor Jesucristo por quien hemos obtenido también, mediante la fe el acceso a esta gracia en la cual nos hayamos y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Mas aún; nos gloriamos hasta en la tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada, la virtud probada esperanza, y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”. ( Rom  5, 1-5) 

Después de la experiencia de la fe, ahora si es posible amar y dar razón de  nuestra esperanza.

            Como vemos no hay lugar para los que predican que podemos hacer el bien de manera habitual sin la gracia de Dios. Como tampoco hay lugar para los que predican que seremos dioses por nuestras obras y esfuerzos, y menos encontramos lugar para un mesianismo light, de amuletos, pirámides, meditaciones trascendentales, vacías de un compromiso social y evangélico que Jesús nos presenta hoy en su Evangelio: “El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada. El que no me ama no  cumplirá mis palabras. La palabra que están oyendo no es mía, si no del Padre, que me envió. Les he hablado de esto ahora que estoy con ustedes; pero el Consolador, el Espíritu Santo que mi Padre les enviará en mi nombre, les enseñara todas las cosas y les recordará todo cuanto yo les he dicho.”  ¿Por qué no vemos las manifestaciones de Dios en nuestra vida? ¿Por qué hay tanta miseria humana en casa, en la calle, en los noticieros en los periódicos, en la televisión y hasta en los deportes? La causa de fondo: “No hay fe”; y por lo tanto, hay ausencia de Dios.

Oración: Concédenos Dios todo poderoso, continuar celebrando con amor y alegría la victoria de cristo resucitado, y que el Misterio de su pascua transforme nuestra vida y se manifieste en nuestras obras. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo que contigo vive y reina por los siglos de los siglos Amén.  

P. Uriel Medina Romero.

Publicar un comentario

Whatsapp Button works on Mobile Device only

Start typing and press Enter to search