Objetico. Ayudar al hombre a conocerse cada
vez más y mejor, para que aceptándose a sí mismo, acepte ser solidario,
compasivo y misericordioso, con los otros, como un camino de realización
humana.
Iluminación. No podemos dejarlas a la orilla del
camino, llenas de miedo y dolor, amenazadas por ladrones que les quieren quitar
la fe, la paz, la unidad y la fidelidad, la alegría de los hijos, la serenidad
del diálogo doméstico, la solidaridad con la vecindad, la hospitalidad (Obispos
de México: Mons. Luis Morales Reyes y Mons.
Abelardo Alvarado Alcántara).
El
Mandamiento Nuevo: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los
otros; que, como yo os he amado, así os améis también entre vosotros” (Jn 13,
34). Quiero darles a Ustedes los cinco principios que ayudarán a poner en
práctica el Mandamiento Regio de Jesús, a sus discípulos y en ellos a toda la
Humanidad. Si nos los conocemos, los ignoramos o los pasamos por alto, tengan
la seguridad que en nosotros se cumple el principio que reza: “Nadie da lo que
no tiene”.
1. El reconocimiento personal mutuo.
Todos tenemos un mismo origen:
las manos de Dios que hizo a todo hombre a su “Imagen y semejanza” (Gn 1, 26)
Todos pertenecemos a la misma familia, tenemos la misma sangre.
Pertenecemos a la raza humana. Somos la Familia
del Padre, somos iguales en dignidad, porque todos hemos sido elegidos para ser
hijos de Dios, hermanos de los demás y servidores de ellos. Reconocer al otro
como un alguien que me pertenece por que es de mi familia, es miembro de mi
cuerpo, la Iglesia (Rom 12, 4, 25).
2. La aceptación personal mutua.
Aceptar al otro
incondicionalmente. No queramos hacerlo a nuestro gusto. Toda persona es única
e irrepetible. Ni puede ser como nosotros ni puede pensar como nosotros, ni
puede amar como nos nosotros amamos. Cuando mucho podemos ayudarla para que sea
lo que debe ser una persona plena y madura. El mayor acto de amor que le
podemos hacer a los otros es recocerlos como personas, aceptarlos en su
realidad y ayudarlos a ponerse de pie y acompañarlos en su proceso de
realización personal. Eso es amar. El que ama se sabe regalo de Cristo para los
demás y acepta a los otros como regalo del Señor.
3. El respeto incondicional mutuo.
El respeta de ser de
pensamiento, palabra y obra. El otro es un ser valioso en sí mismo. No lo
valoremos por los trapos que trae encima, por el color de la piel, por la marca
de carro o el lugar donde vive. Respetar su persona, es respetar su verdad, su
dignidad, su interioridad, sus derechos y deberes. El Señor Jesús nos dice: No
lo juzgues ni lo condenes, amalo, reza por él, trátalo como el mismo Señor lo
trataría (cf Mt 7, 1s; Lc 6,77)
Jesús nos invita a poner
en práctica la regla de oro: “Traten a los demás como quieren que los demás los
traten a ustedes” (Mt 7, 12; Lc 6,31). El respeto es, a su persona, a sus
bienes, a su familia (cuarto, quinto, sexto, séptimo, octavo, noveno y décimo
mandamientos de la Ley de Dios) (Efesios 4, 25- 31).
4. El perdón personal mutuo.
El perdón debe ser un hábito que se
cultiva en la familia. ¿Cuántas veces nos hemos de perdonar? “Setenta veces
siete”, es decir, siempre. Perdonar es la decisión de amar a una persona como
es, permanentemente, es decir, siempre. Muchas veces él dijo algo que ella lo
entiende mal y se da por ofendida; otras veces, él quiere tener relaciones
sexuales y ella no está disponible y él se da por ofendido. “Enójense pero que
el enojo no les dure todo el día, no le den lugar al diablo” (cf Ef 4, 26).
5. Vivir de encuentros con los demás.
El diálogo sólo se da entre personas
que se saben iguales. En la familia, Sí
él se piensa más que ella, no habrá diálogo, pero de la misma manera si ella se
piensa inferior a él, no habrá comunicación. El diálogo pide apertura y
acogida, es fuente de conocimiento, y por ende de amor y de fidelidad. Cuando
él habla, que ella lo haga el centro de atención, y de la misma manera cuando
ella hable, que él calle y la haga el centro de atención. Ambos tienen el
derecho de hablar el mismo tiempo, si él habla cinco minutos, así ella, tiene
el derecho de ser escuchada cinco minutos. Los dos son igualmente importantes y
valiosos (Gn 1, 27).
6. La preocupación
personal mutua.
La excelencia de vida en
nosotros se dará en la medida que deseemos para los demás el bien que deseamos
para nosotros. Hay preocupación donde hay amor, y entonces podemos tener los
mismos sentimientos y pensamientos de Cristo Jesús (Flp 2, 5), podemos tener
sus mismos preocupaciones y sus mismos intereses y luchas. Nos debe preocupar
el bien estar de las familias, la dignidad humana, los derechos de las vidas,
de los huérfanos y extranjeros (Snt 1, 27). Preocuparnos por que todos tengan
lo necesario para vivir con dignidad, y no pasen necesidad. De manera especial,
que nadie se vea privado de la Gracia de Dios.
7. La conversión continúa al amor.
La conversión es a la
verdad, al amor y a la justicia para que la paz reine en nuestros corazones
(Col 3, 15). La Paz de Cristo es fruto de la justicia, y es fruto de una
conversión auténtica, la que nos transforma en personas íntegras, sinceras y
honestas. Jesús nos dice: “El árbol se conoce por sus frutos” (Jn 7, 16- 19).
La persona en conversión huye de la corrupción (2 Pe 1, 4b); rechaza la maldad,
el engaño, la envidia, el odio, la hipocresía y la calumnia (1 pe 2,1); huye de
las pasiones de su juventud para que pueda practicar todo el bien que Dios nos
propone (cf 2 Tim 2, 22); se despoja del hombre viejo y se reviste del hombre
nuevo creado en justicia y santidad (Ef 4, 24; Col 3, 9- 12).
Gracias a la acción del
Espíritu Santo podemos hoy pasar de la muerte a la vida, del pecado a la gracia, de las tinieblas a la luz, de la
esclavitud a la libertad de los hijos de Dios, y de la aridez a las aguas
vivas. Ese paso es estar pasando, es pascua, es nuevo nacimiento, por eso es
conversión continua.
8. El compartir permanente.
El compartir es el primero
de los valores del Reino de Dios, fruto de la acción del Espíritu en nuestra
vida y manifestación del amor de Dios. Cuando somos guiados por el Espíritu
Santo perdemos lo tacaño, lo amargado y todo encerramiento. Con la fuerza del
Espíritu Santo salimos fuera para ponernos en camino de éxodo e ir irradiando
por el camino la luz de Cristo en el rostro de la hombres, y compartiendo lo
que sabemos, tenemos y somos con los demás, especialmente los más necesitados
(Mt 25, 36ss). Así es como vencemos el peor y más grande enemigo de nuestra
realización: “El individualismo” que con los ojos puestos en sí mismos reza:
“Estando yo bien, los demás allá ellos”. Compartir el pan con alegría para que
podas ser constructores de la Nueva Humanidad de la que Cristo es Fundamento,
Luz y Salvación (1 Cor 3, 18; 1 Cor 1, 31)
9. Abiertos a la Verdad.
Quien se abre a la verdad,
se abre a la Palabra de Dios. A la acción del Espíritu Santo, a la vida de
oración, abraza el camino que Cristo nos propone en la obediencia a sus
Mandamientos y a las Bienaventuranzas (cf Mt 5, 3- 12; Jn 14, 21. 23). Abraza
con amor su cruz para ser discípulo de Jesucristo (Lc 9, 23), ministro servidor
y amigo de Aquel que nos amó primero (1Jn 4, 10). Sólo entonces se puede
cumplir en nuestra vida la profecía de Miqueas: «Se te ha hecho saber, hombre, lo que es bueno, lo que Yahvé quiere de
ti: tan sólo respetar el derecho, amar la lealtad y proceder humildemente con
tu Dios.» (Mi 6, 8).
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