LA FUERZA DE LA ESPERANZA

      La Fuerza de la esperanza es la Caridad


Objetivo: Mostrar la exigencia de toda virtud cristiana: esforzarse para renunciar a todo lo que es incompatible con el crecimiento en la virtud para poder crecer en el conocimiento de Dios y revestirse del Hombre Nuevo.

Iluminación: “Tengo la esperanza de verme liberado de toda esclavitud, de toda corrupción y participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Rm 8, 6)

El Catecismo de la Iglesia Católica nos muestra dos de los pecados contra la Esperanza: La desesperación y la presunción (2091). Ni desesperarse para no caer en la neurosis que nos haría caer en el pozo de la muerte: la depresión; ni presumir de los dones o bendiciones que bien pueden ser intelectuales materiales o morales que hemos recibido de lo Alto, antes bien, se deben compartir con alegría (cfr 1 Cor 4, 7).

1.          La fuerza de la esperanza es la caridad.
“Aguardar con paciencia la manifestación de la Gracia de Dios” (Rm 8, 27). Aguardar con paciencia es vivir en esperanza, abiertos al futuro que pertenece a Dios. Soportando las contradicciones de la vida, animados por el amor de Cristo. El Apóstol nos anima y nos invita a aceptar con esperanza los desafíos del tiempo presente: “Porque el amor de Cristo nos apremia al pensar que si Cristo murió por todos, todos por tanto murieron, Y murió por todos para que los que viven, ya no vivan para sí mismo, sino para Aquel que murió y resucitó por todos” (Cor 5, 14-15). Tengo la esperanza de ser mejor persona, más amable, más libre, más servicial. Tengo la esperanza que todo cambiará para que los hombres sea más hermanos, más libres y más solidarios. Tengo la esperanza que el bien vencerá al mal para que los hombres sean más humanos.
Con Pablo quiero gritar al mundo: “Tengo la esperanza de verme liberado de toda esclavitud, de toda corrupción y participar de gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Rm 8, 6).

2.          ¿Cuál es el alma de la esperanza cristiana?

Me atrevo a decir que la Verdad es la vida de la esperanza, y ésta ayuda a encontrar y dar sentido a la existencia, la libera, la trasforma, de situaciones menos humanas a más humanas, y de situaciones humanas a situaciones fraternas, solidarias y cristianas. La Verdad, alma que anima a la esperanza para que los hombres pongan en Dios su confianza, sus preocupaciones, debilidades y necesidades, tal como lo recomienda la Sagrada Escritura (Flp 4, 4), es la misma Palabra de Dios, la Palabra de verdad (Jn 17, 17), en conexión con la oración filial y confiada en un Padre misericordioso, tierno y compasivo. Palabra y oración son el alimento de la fe: “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre y llevar a cabo su Obra” (Jn 4, 34) Oración y palabra me llevan a la “reconciliación” y a la paz, para que de mi corazón brote la libertad interior que abre las puertas del corazón hacia afuera y me proyecta en la búsqueda de la voluntad de Dios, aceptada con alegría, disponibilidad y buena voluntad.
La Palabra invita, llama, hace de la esperanza una vocación a salir del exilio para estar en éxodo permanente hacia la “casa del Padre”. La palabra de la esperanza llama  a salir de la mentira, de la falsedad y del engaño para vivir en la verdad, en el amor y en la libertad que nos lleva a la justicia y por ende  a la paz, llama a abrazar de manera libre y consciente “el compromiso de la fe”.
Tres textos de Pablo, tres de Pedro y tres de Santiago, me dicen que no estoy equivocado:

1)   “Huye de la fornicación y del adulterio” (1 Cor 6, 18), vacían el corazón de la gracia de Dios. “Y mantente firme en la gracia de Cristo Jesús” (2 Tim 2, 1)
2)   “Huye de las pasiones de tu juventud y corre al alcance de la justicia, de la fe, de la caridad y de la paz, en unión de los que invocan al Señor con corazón puro” (2 Tim 2, 22)

3)   Aborrece el mal y ama apasionadamente el bien. “No te dejes vencer por el mal, al contrario vence con el bien al mal” (Rom 12, 9.21)
4)   “Huye de la corrupción de las pasiones para que puedas participar de la naturaleza divina” (2 Pe 1, 4).

5)   “Por lo tanto ceñíos los lomos de vuestro espíritu y sed sobrios; poned toda vuestra esperanza en la gracia que se os procurará mediante la Revelación de Jesucristo” (1 Pe 1, 13)

6)   “Como hijos obedientes no os amoldéis a las apetencias de antes, del tiempo que eráis arrogantes. Al contrario que vuestra conducta sea santa en todo momento” (1 Pe 1, 14)

7)   “Feliz el hombre que soporta la prueba, porque una vez superada ésta, recibe la corona de la vida que ha prometido el Señor a los que le aman” (Snt 1, 12)

8)   “Desechad todo tipo de inmundicia y de maldad que abunda y recibid con docilidad la palabra sembrada en vosotros que es capaz de salvar vuestras vidas. Poned por obra la Palabra  y no os contestéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos” (Snt 1, 21- 22).

9)   “Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes. Someteos pues a Dios; resistid al diablo, y él huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros; limpien sus manos pecadores y purifiquen sus corazones. Humillaos ante el Señor, y él  os ensalzará” (Snt 4, 6-7.10)

3.          Para dar testimonio de la esperanza.

Como en todo lo que viene de lo Alto (Snt 1, 17), es don de Dios que pide una respuesta. Con la Gracia de Dios y nuestros esfuerzos se va construyendo el testimonio de nuestra esperanza, el testimonio cristiano, palabra experienciada, puesta en práctica, es promesa cumplida. Experiencia que clama por momentos de silencio. El corazón gime por la interiorización. La Esperanza nos orienta a la experiencia del desierto para el re-encuentro consigo mismo y con la Palabra que Dios nos habla al corazón (Os 2, 16).

El desierto es el lugar donde habitan los demonios y a la misma vez el lugar de la victoria de Dios. Es un tiempo de Gracia para examinar las “opciones que corresponden al primer amor” (Apoc 2, 4). Es el momento para reconocer las infidelidades, los fallos y errores del pasado; es tiempo de gracia para renovar la Alianza y proyectarse con “la Esperanza renovada” hacia el futuro, hacia los terrenos de Dios, hacia los valores del Reino, e ir construyendo el testimonio, en el encuentro con los demás y con el mundo. El testimonio de la esperanza es una mezcla de la gracia de Dios y nuestros esfuerzos. Es una manifestación de la acción liberadora de Dios y una respuesta confiada y agradecida a Aquel que nos amó primero y nos llamó a ser uno de los “Testigos de la Esperanza”.

4.          El ideal de la esperanza cristiana.

El ideal no es otro que el Testimonio de vida que nace y crece como respuesta al amor de Cristo; es experiencia luminosa y gloriosa, dolorosa y gozosa; es mezcla de la acción del Espíritu Santo y de nuestros humildes esfuerzos y renuncias que nos llevan hasta el sacrificio, a la inmolación que se da cuando aceptamos la voluntad de Dios y nos sometemos a ella con alegría para ser  “buen olor de Cristo”; para ser “hostias vivas santas y agradables a Dios” (Rm 12, 1). El testimonio de la esperanza se construye en la “presencia de Dios”. Es Promesa cumplida en la experiencia del encuentro liberador con Cristo y es a la misma vez,  “Misión cumplida en la fidelidad a la Esperanza dejando que Cristo, sea lo que es: Dios y Señor” en nuestro corazón para que podamos inmolarnos con él, sacrificarnos con él, ofrecernos con él, y ser víctimas con él, para también ser con él, un Testimonio vivo del Amor celebrado en la Eucaristía y llevado a la existencia como “vida a favor de la humanidad”. 

5.          Promesa, Misión y Fidelidad.

Con cuánta razón san Juan nos dice: “Le basta al discípulo ser como su Maestro y al siervo ser como su Señor” (Jn 13, 16) El ideal de la Esperanza no busca los primeros lugares; no busca privilegios; no busca ser servido, no busca estar por encima de los demás. De la Mano del Maestro, acepta ser siervo para servir a su Señor en los otros, en la Iglesia, en el mundo (Mt 20,24- 28). Se siente y se sabe don, regalo, amor entregado de Cristo para los demás. Don que se convierte en “Promesa-Misión”. Don y respuesta, la tarea es realizar la “Utopía del Reino de amor, de paz y gozo”  (Rom 14, 17), en la construcción de una “Comunidad filial, fraterna, solidaria y misionera”. La gran Familia de Dios, en la cual, él es, el único Padre; Jesucristo es la cabeza; el Espíritu Santo es el alma; el Amor es la Ley; el reino de Dios su destino; María es la Madre, y todos somos hermanos, iguales en dignidad, miembros unos de los otros, “Somos Comunión”.
Familia en la que “nadie vive para sí mismo; tanto en la vida como en la muerte, somos del Señor” (Rm 14, 8). Escuchemos a san Pedro, voz del Espíritu de Dios hablar a los portadores de la “Esperanza cristiana”.

¿Quién puede haceros mal, si os afanáis por el bien? En cualquier caso, aunque sufráis por causa de la justicia, dichosos vosotros. No les tengáis ningún miedo ni os turbéis. Al contrario dad culto al Señor, Cristo, en vuestro interior; dispuestos siempre a dar respuesta a quien os pida razón de vuestra esperanza. Pero hacedlo con dulzura y respeto. Mantened una buena conciencia para que aquello mismo que os echan en cara sirva de confusión a quienes critiquen vuestra buena conducta de creyentes. Pues más vale padecer por hacer el bien, si esa es la voluntad de Dios que p

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