LA ESPIRITUALIDAD DEL REINO DE DIOS

La Espiritualidad del Reino de Dios.

Objetivo. Explicar lo esencial sobre la espiritualidad cristiana, para que se entienda la importancia del adentro que se manifiesta en el afuera, y podamos llevar una vida digna y agradable al Señor.

Iluminación. Huye de las pasiones juveniles y corre al alcance de la justicia, de la fe, de la caridad y de la paz, en unión de los que invocan al Señor con corazón puro” (2 Tim 2, 22).

1. Por donde queremos ir

Hablar de espiritualidad no es hablar de acciones piadosas o de determinados ritos de apostolado, sino de la fuerza que mueve todo eso, que da la fuerza al creyente, lo compromete y lo lleva a la inserción a su parroquia o a su Iglesia.

La fascinación por Jesucristo es esa fuerza que nos lleva a vivir un estilo de vida marcado por una intensa oración, comunión eclesial, compromiso social y el seguimiento de Cristo Jesús. Sin la experiencia de estas realidades, no hay vida espiritual en los creyentes, sino una vida mundana y pagana.

Toda espiritualidad, si quiere ser cristiana ha de vivirse en una relación íntima y amorosa con Jesucristo: “Sólo en comunión conmigo podéis dar fruto” (cf Jn 15, 5s); exactamente, así es como él quiere estar con la Iglesia: en comunión. Sin ella toda espiritualidad estaría vacía de su verdadero contenido: Cristo Jesús. Esa relación tiene que llevar una fascinación de enamorados, apasionados por ambos lados, con el sello de la “amistad” que de acuerdo a las palabras de Jesús a sus discípulos está cimentada en el amor mutuo: “Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les digo” (Jn 15, 14) El amor a Cristo por parte de sus amigos los sumerge en una constante lucha. Que a lo mejor podrá tener altibajos en algún momento, pero que ciertamente en la medida en que se deja atraer por el amor se da el compromiso integrador con Jesucristo y con su Pueblo. A esto se le lama vivir en Alianza de Comunión.

2.      La fuente de la espiritualidad

No nos engañemos, no puede haber otra fuente que “la fe hecha experiencia de vida” en “el encuentro vivo con Jesús nuestro Salvador y Señor”. Experiencia que permite bajar los conocimientos de la cabeza al corazón. Saber no es suficiente que Dios existe no es suficiente; tener la cabeza llena de conocimientos, de nada sirve en la espiritualidad del Reino; de nada sirven los rezos sin compromiso. La oración sin espiritualidad es como la fe sin obras. La espiritualidad nos dice: “hay que vivir de la fe en Aquel que nos amó y se entregó por nosotros” (Gál 2, 19).

Es decir, vivir siendo amados; vivir experimentando el amor de Dios y abiertos a la acción de Espíritu que nos lleva de la mano al compromiso cristiano: “Gastarse por el Evangelio de Cristo, teniendo como “Modelo al Buen Samaritano” y como Ley de vida, el Mandamiento Regio: “Ámense los unos a los otros, como yo les he amado” (Jn 13, 34).

3.     Del Encuentro con Cristo a la solidaridad con todos.

Al Encuentro con Cristo se llega a través  de su Palabra, de la Oración, de la Liturgia, de la Caridad y los mismos acontecimientos de la vida, en la cotidianidad de cada día cuando nos dejamos encontrar por Jesús, Buen Pastor que busca a las ovejas perdidas (cf Lc 15, 4). Encuentro que lleva a la “Opción fundamental” y a la firme determinación de seguir a Cristo, sumerge en un proceso de conversión que despliega las capacidades en el servicio a los demás. Después de esta experiencia de fe, también la Palabra, la Oración, la Eucaristía,  la Caridad y el Apostolado son fuente de espiritualidad, en la medida que nuestra vida sea movida por el Espíritu Santo en cada situación concreta de nuestra vida, y no sólo, en los momentos dedicados al culto.

El culto sin compromiso cristiano corre la suerte de estar vacío de un auténtico servicio a Dios, interpretado como “servicio a la humanidad”. El culto espiritual cuando es verdadero está cimentado en el amor a Dios y en el amor al prójimo, sus bases fundamentales. Profetas como Isaías, Amós, Oseas y muchos más, denunciaron el culto externo como algo que no era grato a Dios por estar vacío de amor a los pobres y tener las manos manchadas de sangre; llenas de crímenes, esto es posible cuando se vive al margen de la Ley de Dios. (cf Is 1, 15s; Os 4, 12s; Am 5,21)

La experiencia cristiana, para que sea auténtica ha de estar sustentada en tres columnas que garantizan la presencia de Cristo Resucitado y la acción del Espíritu: La Verdad, el Amor y la Vida (Jn 14, 6). Es decir, el fundamento de la “experiencia” siempre será el mismo Señor Jesús: “Pues nadie puede poner otros cimientos que los ya puestos: Jesucristo” (1 Cor 3,11).

4.      Los dos Caminos

La Biblia nos habla de dos caminos: el bien y el mal (Isaías), la luz y las tinieblas (Juan); un camino angosto y otro ancho: “Entrad por la puerta estrecha: porque ancha es la entrada y espacioso el  camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; más que estrecha la entrada y angosto el camino que lleva a la Vida”; y pocos son los que lo encuentran” (Mt 7, 13s)Por camino podemos entender un estilo de vida; los modos de vivir, a los que Pablo designa como vida según la carne y vida en el Espíritu o vida en Cristo o vivir según Dios. Dos realidades antagónicas que se oponen la una a la otra (Gál 5, 16- 17).

Uno es el camino de la vida espiritual: una vida iluminada y conducida por el Espíritu Santo; Él guía a los hijos de Dios (Rm 8, 14), los lleva, desde los terrenos del pecado (Ef 2, 1-3) a establecerse de nuevo en el paraíso (Apoc 2, 7); nos lleva al Reino de Dios hasta la configuración con Cristo (Rm 8, 9); desde la esclavitud a la libertad (Gál 5, 1); desde las tinieblas a la Luz (Col 1, 13). De una vida estéril a una vida llena de los frutos del Espíritu (Ef 5, 9; Gál 5,22): verdad, justicia, bondad, paz, alegría, misericordia, pureza, compartir, servicio, etc. Pasando por la “cruz de Cristo” (Gál 5, 24). Gracias a la acción del Espíritu el cristiano se configura con Cristo, se reviste y se llena de Él. A este estilo de vida se le llama “Espiritualidad cristiana”, el modo como se vive la Gracia de Dios recibida como don.

El otro camino contrario al anterior es “una vida según la carne”. ¿De qué vida se trata? Vivir según la carne es llevar una vida mundana y pagana, vida de pecado, y el pecado, lleva a la muerte (cf Rom 6, 20-23). Las obras de la carne las describe san Pablo en Gálatas (5, 19). Son el fruto de un estilo de vida que no es grato a Dios, pues contradice la vida de la Gracia. Vivir según la carne es vida de tinieblas y sus frutos son tinieblas: mentiras, injusticias, opresiones, explotaciones, fraudes, robos, inmundicia, impurezas, etc. Pablo nos avisa: “la vida según la carne nos es agradable a Dios” (Rm 8, 8s) ¿Porqué? Porque se vive en el “Exilio” en situaciones de servidumbre que no son queridas por Dios para sus hijos. Es una vida mundana, pagana, vida de pecado que deshumaniza y despersonaliza, esclaviza y mata.

5.      El lugar para pasar de la carne al Espíritu.

El paso de un una realidad de muerte a una realidad de vida pide todo un proceso de cambio que nos lleva del paso del pecado a la gracia; de la experiencia del encuentro con Cristo resucitado a la experiencia de la “Cruz de Cristo”: “Estoy crucificado con Cristo” (Gál 2, 19), muriendo al pecado (Rm 6, 6), para también vivir para Dios con Cristo Jesús” (Rm 6, 8) Para Pablo el lugar del paso del mundo del pecado al reino de la Gracia, es el Bautismo, por el cual morimos con Cristo al pecado, fuimos sepultados con él y resucitamos con él a una nueva vida (Rm 6, 4ss).

Hoy, para vivir el Bautismo, el lugar es el Sacramento de la Reconciliación, llamado segundo bautismo, en el cual si nos acercamos con una actitud de fe, esperanza y caridad, recuperamos los dones que habíamos recibido en el Bautismo para nuestra propia realización y la realización de los demás. Podemos añadir que el lugar para darle muerte al hombre viejo y darle vida al hombre nuevo es la “Cruz” Así lo dice el Apóstol: “Además, los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias” (Gál 5, 24).  Desde la Cruz vivimos las “Leyes del Reino”:  Pertenecer a Cristo, amar a Cristo y servir a Cristo.

Desde la cruz el cristiano, no sólo muere a la soberbia, a la envidia, a la impureza, a la pasión por la riqueza, sino también, es el lugar por excelencia para sufrir con Cristo y reinar con Él, dando vida al mundo. (cf 2 Tim 2, 11ss) Cruz y Resurrección no son dos acontecimientos, sino, dos momentos de un mismo acontecimiento: La Pascua de Cristo. Hoy, para nosotros esta pascua es un verdadero nacimiento espiritual al que Juan llama como un “Nacer de lo Alto”, un nacer de Dios (cf Jn 1, 11, 12; 3, 1-5) para entrar y abrazar la Nueva Alianza.

6.      La experiencia cristiana no es cosa del pasado.

El discípulo de Cristo sabe que esto no puede ser visto como algo sólo del pasado: No es algo que ya haya llegado a su plenitud o que ya se haya plenamente alcanzado. Pablo nos habla de su propia experiencia: “No es que haya alcanzado la meta ni logrado la perfección; yo sigo adelante con la esperanza de alcanzarlo, como Cristo Jesús me alcanzó… Olvidando lo que queda atrás, me esfuerzo en lo que hay por delate y corro hacia le meta, hacia el premio al cual me llamó Dios desde arriba por medio de Cristo Jesús” (Flp 3, 12ss) La espiritualidad del Reino nos prohíbe quedarnos estancados en el pasado; vivir de experiencias pasadas. “No se puede poner la mano en el arado y mirar hacia atrás, no sería apto para el reino de Dios” (cf Lc 9, 62) Seríamos como agua estancada que pronto pierde el color y se apesta.

7.      La advertencia de un testigo.

“Por tanto, si han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios, piensen en las cosas del cielo, no en las de la tierra. Porque ustedes han muerto y su vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, que es vida de ustedes, entonces también ustedes aparecerán con él, llenos de gloria” (Col 3, 1-4) ¿Cuáles son los las cosas de arriba? ¿Cuáles los bienes que se han de buscar? Son aquellas virtudes que nos configuran con Cristo; son las armas de luz que nos revisten de Cristo y nos identifican con él. Hablamos de los “Valores del Reino”: la Fe, la Esperanza y la Caridad convertidas en acciones concretas; en acontecimientos dentro de una historia personal y personalizadora de alguien que está respondiendo a los signos de los tiempos. Juan Pablo II afirmaba que la fe que no se hace cultura está vacía, está muerta.

8.      La Espiritualidad del Reino.

La espiritualidad el Reino, de acuerdo a todo lo que hemos dicho hasta aquí, es una vida iluminada y conducida por el Espíritu Santo. La espiritualidad responde a un estilo de vida, mediante el cual se vive, la Gracia de Dios recibida en los Sacramentos. Podemos imaginarnos un pantano lleno de verde yerba que ésta llena de rocío. ¿Qué es lo primero que vemos? Lo verde, la sabia, el rocío no lo podemos ver de lejos; de la misma manera, podemos ver la espiritualidad, la vida espiritual no la podemos ver; solo sus manifestaciones. Hay vida espiritual allí donde el Espíritu Santo ilumina, sacude, mueve, actúa, cambia, transforma, santifica a los creyentes. Recordando las palabras de Jesús: “Mi Padre siempre trabaja y yo también” (Jn 5, 17) Trabaja en la liberación de los hombres a quienes llama a la salvación en Cristo y por Cristo. La espiritualidad es el afuera de un adentro que sería la Gracia de Dios o la “Vida espiritual” recibida como “Don de lo Alto” que espera hacerse respuesta.

Esta espiritualidad encarna la “Oración del Padre nuestro”; el Padre del Cielo que nos hace partícipes de su naturaleza divina (2 Pe 1, 4b) Nos sumerge en su voluntad como respuesta al aceptar su Reino de Verdad, de Justicia y Misericordia en nuestra vida. Así entramos en la zona de salvación y comunión con Dios y con nuestros prójimos. Esto exige una actitud vital y reconciliadora de frente a la totalidad de nuestra vida: creencias, criterios, principios, convicciones, relaciones, vida pública y privada; familiar, eclesial y social; que lo que se crea sea lo que se viva. Una espiritualidad así, es necesariamente “liberadora” y “forjadora” de hombres y mujeres conscientes, libres, capaces de servir a sus semejantes.


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