NO APAGUÉIS EL FUEGO DEL ESPÍRITU

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No apaguéis el fuego del Espíritu

Objetivo: Destacar los principales elementos que ayudan a crecer en gracia de Dios y que a la vez alimentan el fuego del Espíritu y la pasión por el Evangelio, para ser ministros aprobados de la múltiple forme gracia de Dios.

Iluminación: “Despierta tu que duermes y a luz de Cristo te alumbrará” (Ef 5, 15). Despertarse para iniciarse en la búsqueda del bien, de la salvación de Dios.

Dios habla a los hombres para despertarlos del sueño de la muerte y llamarlos a la salvación. Quien escucha el llamado de Dios responde con espíritu de arrepentimiento, abandona o sale de la sepultura para ponerse en camino hacia la casa del Padre, siguiendo las huellas de Jesús, el Señor (cfr 1 Ts 1, 9).

1.      Don y respuesta

Pronto nos damos cuenta que la vida espiritual depende del Señor y no de nuestros esfuerzos, no obstante que todo es don, es también respuesta. La gracia de Dios y  nuestros esfuerzos se unen para hacernos decir con el Apóstol: “¿Qué tengo que no lo haya recibido de Dios?” (1 Cor 4, 7) “Hechura suya somos” (Ef 2, 10) “Todo es gracia” Después del encuentro con Jesús, “el hombre nuevo” decide consagrar totalmente su vida al Señor, viviendo para Aquel que lo amó y se entregó por él (Gál 2, 19-20). Desde su encuentro con Cristo, el cristiano camina de experiencia en experiencia, de obra en obra, de encuentro en encuentro, y va experimentando en su interior un fuego ardiente que ilumina y limpia su conciencia para que conozca cada vez más profundamente la voluntad de Dios y pueda crecer hasta alcanzar la estatura del hombre Cristo Jesús (Ef 4, 15).

2.      ¿Qué es lo que apaga el Espíritu?

·         Lo que apaga el Espíritu y termina con la vida espiritual es una vida impura, mundana y pagana, una vida de pecado: “Toda clase de maldad, engaño, hipocresía, envidia y maledicencia” (1 pe 2, 1).

·         De la misma manera que la lámpara se apaga cuando se le acaba el aceite. Así en nosotros se apaga el don de la gracia, y vamos quedando vacíos de amor, de paz, de alegría.  La llama muere también cuando no hay en nuestros corazones suficiente aceite en la lámpara, es decir, cuando nos cerramos a la caridad, al servicio, al amor al prójimo, a la oración y al encuentro con la Palabra de Dios..

·         Cuando no hay en nosotros frutos de misericordia. Cuando damos lugar al egoísmo, a los intereses personales, en vez de buscar la gloria de Dios y el bien de los hermanos. La caridad fraterna es la casa donde el Espíritu Santo se mueve a sus anchas.

3.      ¿Cómo se enciende en nosotros el fuego del Espíritu? ¿Cómo se manifiesta en nosotros la gracia de Dios?


  • ·         Lo primero es la iniciativa de Dios que irrumpe en nuestra vida de pecado para decirnos que andamos equivocados para invitarnos a  volver al camino que lleva a la Casa del Padre.


  • ·     Por la escucha de la Palabra de Dios (Os 2, 16) que habla a nuestros corazones para encendernos con el fuego de su amor (Lc 12, 49). Al leer la Escritura con espíritu de fe.


  • ·         Por la oración humilde, pobre y sencilla como la del publicano: “Señor Jesucristo ten piedad de mí soy un pecador”. Oración como expresión del deseo de conocer a Dios, amarlo y servirlo. .


  • ·    Por el arrepentimiento y la fe, la gracia desciende al corazón del pecador por el sacramento del bautismo o le es devuelta por el sacramento de la confesión. Todo sacramento es encuentro con Cristo, de manera que es él, quien enciende nuestros corazones con el fuego de su Amor. El deseo de Dios es encender los corazones fríos y tibios de los hombres con el fuego del Espíritu Santo para que sus corazones se conviertan en manantial desbordante de aguas vivas.

4.      ¿Qué es lo que sigue?

El Espíritu sopla donde quiere y trabaja en los corazones, según las disponibilidades interiores, de manera que, en todos aquellos que se abren a su acción amorosa, podemos decir,  va doblegando sus voluntades con la fuerza del amor para que se realice el Plan de Dios.

·         El Espíritu de la gracia conduce a concentrar las energías para buscar la propia santificación. Comienza la subida a la Montaña, por medio de los esfuerzos y las renuncias. Una búsqueda, más o menos consiente de la voluntad de Dios como guardar los Mandamientos, y por ende esto conlleva el alejamiento del mal y de los lugares o personas que pongan en peligro la gracia de Dios.

·         El corazón renovado, reconciliado, justificado, está ahora, en el camino del discipulado. Por la escucha y la obediencia a la Palabra de Cristo, la libre decisión de pertenecer al Señor y a su Grupo, el creyente se trasforma en discípulo misionero del Cristo, el Señor.

·         El Espíritu de la gracia nos conduce a la vida de piedad, a la comunión con Dios y con los hermanos por la obediencia a la Palabra y por la práctica del bien, especialmente, la práctica de las virtudes teologales y cristianas. (cf Col 3, 1- 4) De manera especial, la caridad, como expresión de una vida consagrada a Dios y al servicio de los demás. Nos lleva a abrazar el compromiso de la fe en favor de los demás, especialmente, de los menos favorecidos.

·         A otros los puede llevar a convertirlos en orantes: a una vida de oración más auténtica, íntima, cálida, extensa e intercesora. El hambre de oración, es una señal inequívoca de que la persona está en búsqueda de de Dios, de su voluntad, de una mejor calidad de vida espiritual.

·         Otras veces el Espíritu nos lleva a conocer el Evangelio, mediante la predicación, el estudio o una escucha más auténtica de la palabra de Dios. A estos el Espíritu los está preparando para el Apostolado, la Evangelización. Como en el caso de los Apóstoles que movidos por el Espíritu y llenos del fuego del Espíritu predicaron con valentía la Palabra de Dios (Hech , 2,1ss; 18, 25)

·         En todos aquellos en los que se encendió el fuego del Espíritu, va apareciendo el celo apostólico, como expresión de la caridad pastoral; celo de almas. Todo aquel que arde en el Espíritu trabaja con celo por el Señor, espera de él la realización de sus esperanzas, supera las tentaciones que encuentra, afronta pacientemente los ataques y apela sin cesar a la ayuda de la gracia divina”. Realidades que sirven para mantener el fuego, la llama viva y ardiente del Espíritu.

5.      Alimentar el fuego con una vida orientada a Dios.

Cuando sólo nos ocupamos de nuestros asuntos o de los asuntos de este mundo de la vida exterior, podemos decir que llevamos una vida en la carne: vida mundana y pagana que apaga el fuego del espíritu y nos permite profundizar en lo que es la vida espiritual, en la contemplación de las cosas de Dios y de su Reino. Lo que importa es comenzar a obrar de manera espiritual, bajo la guía del Espíritu Santo, para llevar una vida ferviente de donación y entrega a la salvación de los hombres.

El discípulo de Jesús alimenta su espíritu con la caridad pastoral, con su celo pastoral, con su vida de piedad, con su oración y meditación de la Palabra de vida, con una vida orientada hacia la Voluntad divina, siguiendo las huellas de Jesús. Con palabras del Apóstol afirmamos: “Rechacen el mal y amen apasionadamente el bien (Rm 12, 9).

6.      Un corazón que arde.

El hombre nuevo es aquel que está en camino, busca la madurez humana en el seguimiento de Cristo para revistiéndose de él, pueda estar cultivando su identidad de hijo de Dios, de hermano y servidor de los demás. Tres cosas son de vital importancia para que el corazón arda con el fuego del Espíritu:

La soledad o recogimiento interior para poder tener vida interior y crecer en ella. Sin el recogimiento interior el hombre, nunca tendrá dominio propio. En la vida cuando no hay recogimiento, cuando no se ama la soledad, nos complicamos la vida y aparece en nuestros corazones el reinado de las tinieblas, la tibieza espiritual, el desenfreno de las pasiones, la frustración y el vacío existencial.

La oración, más íntima, cálida y extensa echa a Dios Padre, a nuestro Señor Jesucristo en el Espíritu Santo. Con la conciencia de que el Señor está cerca y nos escucha. Oración que pronto nos hace progresar en la vida espiritual y saborear sus frutos. Esta oración es como el aire para los pulmones, sin ella, todo va quedando vacío, y el discípulo, va quedando sin Dios. En cambio la oración ofrecida al Señor desde el fondo nuestro corazón enciende en nosotros el fuego ardiente que nos purifica y nos trasforma en “llamas de amor”.

La meditación más dedicada y extensa de la Palabra de Cristo, pide de  una escucha más atenta de la Palabra que ilumine y disipe las tinieblas del corazón para que sólo reine en nosotros el recuerdo de Dios, de su voluntad, de su Plan de vida y de salvación. Cuando la inteligencia está orientada hacia Dios, se piensa en él, y su recuerdo es como un fiel compañero del estado de gracia que nos ilumina, nos consuela, nos fortalece, también nos corrige. Como también nos ayuda a profundizar en los misterios de Dios revelados en Cristo y por Cristo.

El corazón es la conciencia, la atención, el intelecto y la voluntad. Cuando el corazón está en Dios, en el amor, la verdad, la libertad, todo el hombre está en Dios y permanece en él, y con el Apóstol decimos “Que Cristo habite en ustedes por la fe” (Ef 3, 16- 17), para que el temor de Dios, guardián y defensor del estado de gracia, nos invada e inflame nuestro corazón para que ardamos con el celo apostólico y podemos entonces gastarnos por la causa de Jesús: La “Obra del Padre” (Jn 4, 34). El aceite espiritual que alimenta la lámpara de nuestro corazón es la oración. Cuando ésta se abandona, no hay aceite, no hay calor, no hay amor, y por lo tanto se deja el campo libre a los demonios para que hagan su obra.

7.      El Espíritu de Dios, es espíritu de Orden.

“Ya sin el velo que nos cubría la cara vamos reflejando como en un espejo la gloria del Señor” (2 Cor 3, 18) y nuestra vida, después de haber abandonado el desorden de las tinieblas, el vacío y el caos consecuencia del pecado que reinaba en nuestras vidas, es ahora convertida por la acción del Espíritu en “universo ordenado”. Universo en que Cristo ocupa el lugar central de nuestras vidas, todo ha sido sometido bajo sus pies a él le pertenecemos, lo amamos y le servimos.

Para todo aquel que es de Cristo lo viejo ha pasado y ha comenzado lo nuevo (1Cor 5, 17) El fuego ha sido encendido en el corazón para disipar los malos pensamientos, sentimientos o deseos. Ahora podemos distinguir entre lo bueno y lo malo, entre la mentira y la verdad, entre lo que es de Dios y lo que viene de los demonios (Rm 14, 23); podemos decir que ahora poseemos la vida espiritual auténtica, viva y eficaz; vida iluminada por la caridad (Gál 5, 6). Ahora la inteligencia y la voluntad, divididas y divorciadas por la desorden de una vida en la carne, están unidas por el corazón, en el que encuentran su unidad para que Dios permanezca en el hombre y éste permanezca en Dios.

La conquista de la Conciencia Moral

En la unidad de tres: inteligencia, voluntad y corazón, el hombre encuentra la luz para discernir, tanto las realidades internas como las externas; unidad en la que también encuentra la fuerza para rechazar lo malo y para hacer lo bueno. Se experimentan fuerzas que no se conocían, con el fuego ardiente del Espíritu ha comenzado la purificación del corazón, la separación de la escoria del metal precioso (Jer 15, 19) Ahora el hombre que en otros tiempos era esclavo de sus instintos y de sus impulsos,  está en camino de conquistar la “libertad interior”, mediante la cual podrá amar, hacer el bien, darse y entregarse sin pujidos y sin lamentos. 

La razón es que el Señor, Luz del mundo (Jn 8, 12), ha venido a derramar su luz en el entendimiento para purificarlo y guiar todas nuestras actividades dentro de un justo orden. La verdad es que ahora la Palabra de luz, es centro y norma para la vida (Slm 105). Los criterios humanos han pasado de moda para aquel que está en Cristo. Con la fuerza del Espíritu puede gobernarse a sí mismo, ser su propio dueño y estar siempre en camino de éxodo, hacia la liberad interior, para apropiarse de las palabras de la Sagrada Escritura: “Si el Hijo los hace libres, seréis realmente libres” (Jn 8,36).

8.      Todo está en las manos de Dios.

La fe que mueve montañas es aquella que está en las manos de Dios. Como respuesta a este estado de gracia, el Espíritu Santo enciende el corazón con el fuego del Amor a Cristo y a la Iglesia; realidad que llamamos caridad pastoral, madre del celo apostólico, disponibilidad para gastarse por el Evangelio, buscando el bien material y espiritual en favor de los demás.

La verdad es que la gracia de Dios dirige nuestra mirada, nuestra mente y nuestro corazón hacia los terrenos del Señor, nos introduce en su Reino y nos hace permanecer en él. No tengamos miedo en pedirle una conciencia limpia y pura que sea siempre alimentada con el don de la oración interior, la oración del corazón: “Señor Jesucristo Hijo de Dios, ten piedad de mí soy un pecador”.

El gran descubrimiento que hice en mi vida fue el darme cuenta que la vida cristiana depende de la unión con el Señor, como también de los esfuerzos personales, pensamientos y disposiciones del corazón para mantener en unidad la inteligencia con la voluntad, y convertir la debilidad en fortaleza: “Fortaleceros en el Señor con la energía de su poder” (Ef 6, 10) Es la exhortación del Apóstol para todos los que quieran dejar la vida mediocre, la tibieza espiritual, la superficialidad y la palabrería para caminar hacia la conquista de la libertad interior, del reino interior de Dios, hacia una vida plena y madura en la fe. Gozando de la libertad de los hijos de Dios (Gál 5, 1); por que el hombre ha recibido de Dios la fuerza para gobernar sus pasiones y entregarse a Dios con todas sus fuerzas como un sacrifico vivo, santo y agradable a Dios (Rm 2,1).

Tenemos una compañera de camino, está siempre con los discípulos de su Hijo, es la Madre que constantemente nos recuerda su evangelio: “Hagan lo que él les diga” (Jn 2, 5). Maestra y Modelo para todos los Misioneros. Por su Fiat, es la Virgen Oyente; la Virgen orante, la virgen Madre y la Virgen oferente. Mujer creyente, abierta siempre a la acción del Espíritu Santo que estuvo presente en los momentos más esenciales de la vida del Señor Jesús, desde su nacimiento, (lc 2, 1- 8) hasta la muerte de cruz (Jn 19, 25). Y más tarde el libro de los Hechos la presenta en medio de los Apóstoles en espera del cumplimiento de la Promesa del Paráclito.

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