LA VIRTUD TEOLOGAL DE LA ESPERANZA


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1.    El don de la Esperanza

El don de la Esperanza cuyo objetivo es afirmar la unidad admirable que existe entre la fe, la esperanza y la caridad para guiar nuestros pensamientos, actitudes y acciones hacia Dios en los momentos diversos de la vida, y así llegar a conocer el maravilloso Plan de Salvación ofrecido por el Dios Uno y Trino, realizado en la Historia por el Hijo y actualizado en nuestra vida por el Espíritu Santo.
Objetivo: Se quiere afirmar la unidad admirable que existe entre la fe, la esperanza y caridad para guiar nuestros pensamientos hacia Dios en los diversos momentos de la vida, y así llegar a conocer el maravilloso Plan de salvación ofrecido por el Dios uno y trino, realizado en la Historia por el Hijo y actualizado en nuestra vida por el Espíritu Santo.
Iluminación: Así pues una vez que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios. Y todo gracias a nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido, también mediante la fe, el acceso a esta gracia en la que nos hallamos, y nos gloriamos en esperanza de participar de la gloria de Dios. Más aún, nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia virtud probada, y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que Dios nos ha dado (Rom 5, 3-5).
1.       La esperanza Mesiánica.

El Pueblo de Israel, a lo largo de muchos siglos y en medio de opresiones, explotaciones y esclavitudes por las potencias extranjeras, tal como está dicho a lo largo del Antiguo Testamento, fue encarnando la “Esperanza Mesiánica” que significaba el fin de la dominación extranjera para dar paso al reinado del Mesías que haría de Israel un pueblo poderoso y rico. No todos lo entendieron así, los Profetas hablan de un “resto fiel”; “los pobres de Yahveh” que estaban a la espera de una liberación espiritual que sólo podía venir de Dios. Jesús el Señor llamó a este resto fiel: “Mi pequeño rebaño”, a quien eternamente le dice: “No temas, rebañito mío (Lc 12, 32); yo te amo, estoy contigo, y estoy en tu esquina para salvarte”.

2.       ¿Qué es la esperanza cristiana?

Es creer que tengo un Padre que me ama, me perdona, me salva y me da el don de su Espíritu.  La virtud de la esperanza nace de la fe, para luego convertirse en su dinamismo que nos orienta hacia el futuro de “los cielos nuevos y la tierra nueva” (cfr 2 3, 13; Apoc 21, 1). La carta a los Hebreos hace una síntesis de la unidad de las dos: “La fe es garantía de lo que se espera, la prueba de las realidades que no se ven” (Heb 11,1) De manera que podemos decir que nuestra esperanza no es un concepto, como tampoco es una ideología, sino, una presencia  que brota de la fe, de la cual es su substancia; y de la que el Papa Benedicto XVI afirma que es una persona, es Cristo Jesús, por quien hemos sido salvados en esperanza, en virtud de su sangre nuestros pecados han sido perdonados y hemos recibido el don del Espíritu Santo, que nos hace hijos adoptivos de Dios (Ef 1, 5). La esperanza es para los creyentes la substancia de la fe; es confianza que llega hasta el abandono en las manos del Padre.
La esperanza cristiana, es don de Dios a quienes hayan sido justificados por la fe en su Hijo amado. Nace del Encuentro con Cristo en la fe, y requiere de un corazón pobre y sencillo para desplegarse hacia los terrenos de la caridad, de la solidaridad, de la compasión y de la misericordia. Es por eso, fuente y causa de integración personal y comunitaria, de plenitud, felicidad y armonía, unificación y sencillez. Anima y motiva a cultivar la inteligencia, la libertad interior que viene de un corazón limpio y de una voluntad, cada vez más firme, férrea y fuerte para amar a Dios y al prójimo.
3.       ¿Cuáles son las bases de la esperanza cristiana?

Las bases son la Promesas del Dios de la Biblia y la Misión que es fruto del compromiso de la fe. El hombre de la esperanza cristiana se abre al compromiso con otros a favor de otros para ayudarlos a ser más y mejores personas.  El cristiano, llamado a ser profeta de la esperanza, es un defensor de los derechos de los demás y un promotor de los valores cristianos. Cum- pro- missio. Tres palabras latinas que traducen: Enviado con otros a favor de otros. La Promesa del Señor en esta obra siempre, fue, es y será: Yo estoy contigo como el que te protege, te defiende, te anima, te cuestiona y te desafía en el cumplimiento de la Misión.
Cristo Jesús es el cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento, esto nos hace pensar que el cristianismo es una Promesa que se hace  “acontecimiento”, al que Jesús llamó “Nuevo Nacimiento”. Promesa cumplida, fundamento de nuestra esperanza cristiana. Jesús ha entrado en nuestra vida; ha venido a traernos a Dios que ya habita por la fe en nuestros corazones (Ef 3, 15- 16).
Cristo trae en sus manos la Misión de mostrar el rostro de Dios Padre. El Dios que Jesús nos revela es misericordia, compasión, solidaridad, perdón, ternura, amor, libertad, vida, santidad; es el sumo Bien y la suma Bondad que ha tomado rostro humano para amarnos con un corazón de hombre. Jesús es la Esperanza encarnada que ha venido a traernos a Dios (cfr Gál 4, 4-6) De la misma manera los enviados por Cristo  llevan la Misión de continuar en la Historia la obra que el Padre encomendó a su Hijo. San Juan Nos describe la trasmisión de este poder de las manos de Cristo resucitado a sus apóstoles: Se acerca a ellos, los saluda, les da su Paz y les dice: “Todo poder se me ha dado en los cielos y en la tierra, así como el Padre me envió, yo los envío a ustedes. Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20, 19ss), él es la Promesa del Padre que los conducirá a la verdad plena (Jn 16, 13).
Esta Esperanza hace decir a san Pablo: “Yo no me siento un fracasado,   porque sé muy bien en quien he puesto mi confianza” (2 Tim 2, 12) Para el apóstol Cristo es Fiel por antonomasia, es la “Roca de la salvación”. Cumple lo que promete, es fiel a sus promesas, y es a la vez, el Señor de la historia, en la que continua su “Obra redentora” por medio de sus discípulos y Apóstoles.
4.       ¿Cuál es la promesa de Jesús a los suyos?

Jesús prometió a Pedro, y en él, a toda la Iglesia darles las llaves del reino de Dios, Promesa cumplida por Cristo resucitado, ahora la Misión de Jesús retoma su camino por medio de la Iglesia (Mt 16, 19; Jn 20, 22-23; 21, 15ss).

Jesús envía a sus discípulos con instrucciones bien precisas y les  promete estar con ellos  hasta la consumación de los siglos (Mt 28, 20ss). Promesa y Misión son inseparables. Ahora la Iglesia es Apóstol, Heraldo y Sacramento de Cristo.

Jesús promete enviar el Espíritu Santo y lo cumple el día de Pentecostés para dar inicio a la época de la Iglesia misionera encargada de continuar la obra de Jesús (Hech 2, 1ss).

5.       ¿Cómo mantener la esperanza viva?

Cristo, es nuestra esperanza, y él es el objeto y fundamento de nuestra fe. Para permanecer en él, la vida del creyente, ha de estar cimentada y orientada hacia Cristo, la roca de nuestra salvación. La vida en Cristo es vida en esperanza, implica caminar con Jesús con un corazón alegre y agradecido, trabajando en la obra de la salvación, como actores libres y responsables, protagonistas en la construcción de la historia y de la “Civilización del amor”.
La esperanza del cristiano está marcada por la paciencia, la perseverancia y la fidelidad al llamado de vivir en la espera de la gloriosa venida del Señor al final de los tiempos y en la vida de la Iglesia y en la de cada cristiano. Esperanza activa, y no pasiva, para ser protagonistas de la propia historia y constructores del propio destino, recibido de Dios como herencia: ser hijos y coherederos con Cristo de la herencia de Dios (Rom 8, 15ss)
6.       ¿Qué es lo que esperamos?

Marcados y revestidos con un manto de alegría y agradecimiento, los hombres de esperanza colaboran con el Señor de la Historia en la construcción de cielos nuevos y tierra nueva. Esperan el cumplimiento de las promesas de Dios con una esperanza firme y activa que nace de la fe en Cristo Jesús y llega a su madurez en la caridad (Gál 5,6). Esperanza que anima, motiva y fortalece a la fe, extendiéndose hacia los terrenos de Dios: la justicia y la santidad, la participación solidaria de bienes y servicios; esperanza que hace al cristiano ser desprendido y generoso, amable y servicial, alegre y creativo. Me atrevo a decir que el hombre de esperanza sale de las manos de Dios como regalo para sus hermanos y para el mundo.
7.       Con esperanza firme y activa.

Esperamos cielos nuevos y tierra nueva: la construcción de una Comunidad fraterna, solidaria y misionera, en la que todos sean hijos de un mismo Padre, el Dios de Jesucristo. En la que todos sean hermanos y compartan entre ellos lo que tienen, lo que saben y lo que son. Una Comunidad que sea semilla y fermento del reino de amor, paz, gozo y justicia, en la cual Jesús muestre el rostro del Padre misericordioso, tierno y compasivo, paciente y providente que ama y da gratuitamente en abundancia a los que ponen en Él su confianza. Tres actitudes básicas deben acompañar a los hombres y mujeres de esperanza:

V  La preocupación por el bien de todos. Preocupación mutua de que nadie se vea privado de los bienes elementales para llevar una vida digna, actitud que responde al designio de Dios Creador de todo y para todos.
V  La reconciliación continúa con Dios y con los demás, para limpiar el manantial de la libertad interior que nos orienta a la comunión solidaria y al respeto de la dignidad humana.
V  El compartir permanente, como manifestación del Reino de justicia y de bondad, poniendo al servicio de los otros, tanto los bienes materiales, como intelectuales y morales.

V  Con la fuerza de la Esperanza, recordemos la exhortación del Apóstol Pablo: “Si realmente habéis resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba donde está Cristo sentado a la derecha del Padre; busquen las de arriba no las de abajo… porque vuestra vida está oculta con Cristo en Dios” (cfr Col 3, 1-4).


Oremos: (Col. 3, 1-4)





2.            Jesús, Profeta de la Esperanza

Este capítulo presenta a Jesús, Profeta de la Esperanza; La cual pertenece a las promesas de Dios y nos da el deseo de crecer y de ser, por encima del deseo de poder, tener o placer.
Objetivo: Resaltar la importancia de la Esperanza cristiana en la vida de los discípulos como fuerza motivadora en los senderos de la vida.

Iluminación: Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios.  Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria (Col 3, 1-4).

Por los Profetas, Dios forma a su Pueblo en la Esperanza de la salvación, en la espera de una Alianza nueva y eterna destinada a todos los hombres (Catic 64; Is 2, 2-4)

1.       Jesús el Profeta de la Esperanza.

De manera que el hombre de esperanza es un protagonista del cambio social y de su propia historia; es un buscador y promotor de valores y un defensor de los derechos de sus hermanos, los que no tienen voz, como tampoco, tienen lo necesario para vivir con dignidad. Podemos llamarle un profeta de la Esperanza. Esperanza que lo prepara y capacita para la Misión. Como Jesús, Esperanza de los hombres que instauró en la tierra la única revolución capaz de cambiar al mundo; la revolución del servicio: “ustedes me llaman Maestro y Señor, y lo soy, pues bien si yo siendo maestro y señor les he lavado a ustedes los pies, hagan ustedes lo mismo” (cfr Jn, 13, 13) Lavar pies es ayudar a los demás a crecer en la fe; a ser hombres y mujeres de esperanza, que aprendan a llevar una vida digna, mediante el cultivo de sí mismos y en el servicio a los demás

2.       El discípulo de la Esperanza.

“Bástale al siervo ser como su señor, y al discípulo, ser como su maestro” (cfr Jn 13, 16) Ser como el Maestro: humilde de corazón, desprendido de las cosas materiales, generoso, compasivo y misericordioso. El discípulo de la Esperanza ha de ser agradecido y servicial, capaz de mirar con los ojos de la fe que son: la esperanza y la caridad. Capaz de vivir en comunión solidaria con el pueblo de Dios. Es un hombre que no da las cosas por hechas, ni espera que otros las hagan, su vida y destino es abrir caminos, campos de acción para que otros busquen, encuentren y realicen el valor supremo de la “dignidad humana y cristiana”.
Discípulo es el hombre que se ha dejado lavar los pies por el Maestro y Señor (Jn 13), por eso puede compartir su esperanza y su vida en la entrega y la donación como servicio a los que se dejen lavar los pies por él. La fuerza de la esperanza lo pone en camino con una toalla en una mano y con una cubeta de agua en la otra, busca a quien lavarle los pies, es decir, a quien amar, ayudar y servir; su mente, voluntad, corazón y su imaginación creativa, siempre estará orientada a favor de los demás. Sólo entonces comprenderemos que la esperanza nace y crece en el corazón pobre y sencillo para desplegarse en la donación, entrega y servicio a los pobres.
3.       Exigencias de la esperanza cristiana.

Es la respuesta en la fe que el cristiano está llamado a dar. Es respuesta que pone en camino para salir del ”exilio”, poniéndose en éxodo hacia los terrenos de Dios, dejando atrás la servidumbre de la carne:

V  Exige ser hombres y mujeres de la escucha. Urge el cultivo de un oído atento para escuchar el clamor de los pobres y la voz de la propia conciencia que clama por ayuda y servicio a los menos favorecidos. Urge abrir los ojos de la fe: la esperanza y la caridad, para mirar la miseria y pobreza de muchos hermanos y hermanas que viven en situaciones infrahumanas.

V  Exige ponerse de pie, es decir, con los pies sobre la tierra, con dominio propio y libre de cualquier forma de manipulación, interna o externa, para ir hacia el encuentro de los excluidos de la sociedad.

V  Exige salir del exilio para ponerse en camino de éxodo. Sin éxodo no habrá liberación de los males que esclavizan, alienan, oprimen y explotan a los seres humanos. El éxodo cambia la mente negativa, pesimista y destructiva por una manera nueva de pensar que busca el bien de los demás, y no los éxitos personales.

V  Exige ser hombres y mujeres justificados, reconciliados y revestidos con la alegría de la liberación,  y a la vez, ser personas portadoras de paz evangélica que lleva por los caminos de la no violencia. Es decir son personas salidas de las manos de Cristo como regalo para los demás.

4.       Promesa y Misión confiadas a la Iglesia y a toda la Humanidad.

La esperanza cristiana pertenece a las Promesas del Dios de la Biblia, fuente de toda esperanza. Dice María en el Magnificat que Dios prometió salvación antiguamente y que en la plenitud de los tiempos la está cumpliendo (Lc 1, 67ss; Gál 4, 4) El
Padre envió a su Hijo a quien ungió en el Jordán con Espíritu Santo para que realizara el Plan de salvación a favor de toda la Humanidad. Jesús a su vez, envió a sus Apóstoles y en ellos a toda la Iglesia, haciéndoles partícipes del don del Espíritu Santo para que realizaran en la Historia la misma Misión que el Padre, en su designio de amor, le había confiado a Él.
La promesa de Jesús a los que envía está cimentada en tres palabras: “Te amo, estoy contigo y estoy en tu esquina”. Palabras que son la fuerza de la esperanza cristiana. Palabras llenas de amor, de vida, de ánimo, de fortaleza, capaces de poner de pie y hacer caminar con alegría y agradecimiento a quien las escucha con los oídos de la fe, es decir, del corazón. Estaré contigo para instruirte en la verdad, en la justicia, en la libertad, en tu lucha contra los poderes del mal. Jesús en cambio pide fidelidad a la alianza de comunión y de amor para realizar con la fuerza de la esperanza la obra encomendada: mostrar el rostro de Cristo a los hombres. A quienes caminan en comunión solidaria con Jesús y con su pueblo les da “sabiduría y discernimiento espiritual” para realizar la Misión.
5.       La esperanza cumplida.

En el encuentro con Cristo, la fe se hace acontecimiento de vida, de esperanza y de amor gratuito. La fe hecha experiencia permite que los conocimientos que tengamos en la cabeza bajen al corazón, dejando de ser conceptos vacíos, se convierten, por la acción del Santo Espíritu en vida y esperanza, luz y motor de la vida nueva. La experiencia de la fe, que es experiencia de la presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, es llamada por Monseñor Alfonso Uribe Jaramillo el Bautismo en el Espíritu Santo. Experiencia en la que Cristo deja en nuestro corazón una Presencia nueva: La gracia del Espíritu Santo a la que el Papa Benedicto XVI llama: Esperanza, motor de la vida nueva en Cristo Jesús.
Experiencia que nos pone en camino, nos lanza hacia el futuro, hacia el mundo de la Esperanza, como peregrinos que vamos hacia el Padre, y por la cual, esperamos la gloriosa venida del Señor Jesús al final de los tiempos, como también, su venida permanente y escatológica en cada cristiano y en  la Iglesia. Experiencia que pide la presencia de un Cristo vivo, que por la fe, la esperanza y la caridad habita en el interior del cristiano (Ef 3, 16-17).
Como promesa, la esperanza cumplida, nos hace participar ya desde esta vida de la “Gloria de Cristo” y ser “alabanza de su gloria”. Somos ya, desde esta vida, salvados en “esperanza”. No obstante, estamos en el “ya, pero, todavía no”. Hemos ya entrado en el Reino de amor, paz, gozo y justicia, pero todavía no plenamente. La Plenitud en Cristo exige salir del exilio en éxodo hacia la “Tierra nueva”, siguiendo a Cristo, Paz y Esperanza de los hombres que han sido justificados por la fe. Caminar con él por la senda del sufrimiento, de la pasión, muerte y resurrección, para participar de la esperanza pascual, de su reino y de su reinado, para decir con el Apóstol: “sufro dolores de parto por ver a Cristo formado en ustedes”.
La esperanza cristiana nos dice que por el camino permanente de éxodo, el cristiano conoce el crecimiento del reino de la esperanza en su corazón y en su ambiente; crecimiento que no es automático, es participación, gracia y respuesta, para crecer en libertad y en fidelidad creativas mediante el cambio permanente de mente y corazón. Sólo con la fuerza de la esperanza, el hombre que está en Cristo, puede aborrecer el mal y amar apasionadamente el bien (Rom 12, 9), pertrechado con la coraza de la esperanza, vencer con el bien el mal (Rom 12, 21).
6.       La esperanza es fuente de animación.

La esperanza nos da el deseo de crecer y el deseo de ser, por encima del deseo de poder, tener o placer. Nos da el deseo de madurar en la fe y como personas; pone la vida en movimiento, nos lleva de obra en obra descubriendo así, la novedad del Reino y lo que es grato a Dios y bueno para nuestra edificación personal. La esperanza cristiana es fuerza para luchar contra el propio egoísmo; contra nuestro propio pecado y el de los demás; es confianza y perseverancia en el camino de liberación de las fuerzas opresoras del mal. Fuente de esta esperanza es Dios que nos ama y nos  bendice a manos llenas para que permanezcamos fieles y en conexión con él. Permanecer fieles al amor y a la verdad reveladas en Jesús. Esta comunión con la vida Trinitaria nos ilumina la mente, fortalece nuestra voluntad y sana el corazón de las heridas del pecado para que en la presencia de Dios, reconocernos pobres y humildes de corazón; pecadores necesitados de su misericordia; aceptar con valentía las fallas de la vida; en alabanza gozosa y agradecida; en oración confiada, cálida, continua, agradecida e intercesora; en fidelidad a la Palabra y en la docilidad al Espíritu Santo. Sólo de esta manera el cristiano será capaz de “mirar con los ojos de la fe”.

La Iglesia necesita hombres y mujeres llenos de la esperanza cristiana que sean capaces de ver la realidad con los ojos de la fe para que puedan ser luz, sal y fermento en una humanidad amenazada por el desaliento y el derrotismo.

Oremos: (Mt 11, 25- 30)

3.            Con los ojos fijos en Jesús

Con los ojos fijos en Jesús, él es Salvador, Maestro y Señor, único Camino para ir al Padre. Aprender a vivir como Jesús vivió para configurarse con él y con su proyecto de vida.

Objetivo: Resaltar la importancia de la unidad de las tres virtudes: la fe, la esperanza y la caridad, para vivir un auténtico discipulado que nos otorgue la unidad de vida.

Iluminación: Mi esperanza está en  “Aquel que me amó y se entregó por mí, para que mis pecados fueran perdonados y darme el don del Espíritu Santo” (Gál 2,20; 4, 6)).

Tras la caída el hombre no fue abandonado por Dios. Al contrario, Dios lo llama y le anuncia de modo misterioso la victoria sobre el mal y el levantamiento de su caída (Gn 3, 15; Catic 410).

1.       Ver con los ojos de la fe.

La mirada de la fe son la “esperanza y la caridad”. La esperanza es primero hacia arriba (Col 3, 1); luego hacia delante (Lc 9, 57ss) con los ojos puestos en Cristo que llama al seguimiento (Lc  9,23); después hacia los lados del camino para buscar a quien recoger (Lc 18, 35); se admite la mirada al pasado para recordar las “maravillas” que el Señor ha realizado en nuestra vida, para luego alabarlo, bendecirlo y darle gracias. Prohibido quedarse en el pasado.  Con los ojos de la fe podemos vernos como Dios nos ve. Dios nos mira con amor y como a hijos suyos, esa es la primera mirada de Dios; mirada capaz de inundar de esperanza a quien la reciba.
Me atrevo a decir, que los ojos de la fe, son los ojos del corazón que ha sido justificado por la misericordia de Cristo. Es la mirada que puede salvar al pecador, es la mirada de Cristo y de aquellos que llevan a un Cristo vivo en su corazón. Mirarse como Dios nos mira es verse con “esperanza y amor”, para aceptarnos y amarnos incondicionalmente; mirada que anima y motiva a escuchar la invitación de ponernos en camino a luchar por la propia liberación y la liberación de los demás, llevando como arma poderosa: “La esperanza cristiana” que hizo decir al Apóstol Pablo, y después de él a miles y miles de testigos de la esperanza: “Todo lo puedo en Cristo  Jesús que me fortalece” (Flp 4, 13). Cristo es fortaleza, paz y esperanza de sus amigos, discípulos y hermanos.
Tener los ojos de la fe para mirarme como Dios me mira, pensarme como él me piensa; valorarme como él me valora, aceptarme como él me acepta y amarme como él me ama. Dios nos mira con amor, como a hijos suyos. Con los ojos de la fe: la esperanza y el amor, podemos descubrir a Dios en la Creación, en todas sus criaturas y encontrar a Cristo en nosotros mismos y en los otros, aceptarnos como miembros de la familia y cargar con sus debilidad y ayudarles a levantarse, salir del exilio y ponerse en éxodo de realización personal y comunitaria. Es mirada sanadora y liberadora, llena de consuelo y de alivio espiritual.
2.        ¿En quién poner nuestra confianza?

Mi esperanza es “Aquel que me amó y se entregó por mí, para que mis pecados fueran perdonados y darme el don del Espíritu Santo” (Gál 2,20; 4, 6)). Aquel que me llamó desde el seno materno a ser su discípulo y su siervo, prometiéndome caminar conmigo todos los días. Ha sido fiel, a sus promesas, aún a pesar de mis muchas debilidades y de mis muchos errores, no se arrepiente de haberme llamado al servicio del Reino. Mi esperanza es saber que aún a pesar de que soy pecador, tengo un Padre que me ama, me perdona, me salva y me da su Gracia en abundancia; por los méritos de su Hijo he recibido el don de su Espíritu. Por eso cuando peco, me levanto a la escucha de su palabra y busco su Rostro de amor, de paz, de misericordia, y obtengo de Él su perdón. Así, en cada experiencia me voy trasformando en testigo de “La esperanza”.

Los testigos de la esperanza no dependen del qué dirán los otros; no les preocupa la alabanza o la critica que se haga de ellos; les preocupa el juicio que Cristo les haga; saben que donde falta la esperanza cristiana, la alabanza de los hombres infla, es veneno mortal,  y que la crítica desmorona, duele y quema, razón por la que la pueden aceptar con mansedumbre y sacar de ella una enseñanza para la vida; son hombres que aceptan la crítica como una corrección de la vida.
3.       ¿Cómo limpiar el manantial de la libertad y de la fidelidad creativa?

Dios en Cristo ha abierto una Fuente de “Aguas vivas” para que todo el que tenga sed, venga a beber gratis del Agua de la vida (Apoc 22, 18). Esta Fuente está presente en cada uno de los Sacramentos, verdaderas acciones de Cristo, son signos de esperanza mesiánica y cristiana. Cristo conociendo las debilidades de los suyos a quienes había ya redimido, quiso dejarnos por amor la “Fuente de la Misericordia” para darnos el perdón por los pecados cometidos después del Bautismo y renovar nuestra esperanza. No sólo eso, sino, que además quiso que su Iglesia fuera sacramento de esperanza y de reconciliación. ¿Cómo ir al encuentro de Cristo? Tres son las actitudes fundamentales que el pecador debe llevar consigo: de fe, esperanza y caridad. Pero además viene con todo: mente, voluntad, memoria y corazón.


a.       Actitud de fe. Es la fe en la Iglesia, que no es sinónimo de la fe en Cristo. Cristo es el Salvador y el Mediador entre Dios y los hombres, la Iglesia es su Cuerpo, es también su instrumento de liberación y de perdón, es su Esposa: Cristo Jesús, el que murió en la cruz y resucitó de entre los muertos dice a sus discípulos el mismo día de la resurrección: “Todo poder se me ha dado en el cielo y en la tierra, así como el Padre me envió, yo os envío a vosotros. Dicho esto sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quien perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20, 20ss). La Iglesia recibió de Jesucristo el Ministerio de la reconciliación, para escándalo de otros: “¿quién es éste que hasta los pecados perdona? Sólo Dios perdona” (Mc 2,7) y para admiración de muchos que alaban a Dios diciendo: “Jamás habíamos visto cosa parecida” (Mc 2, 12)

b.         Actitud de esperanza. El pecador vuelve a casa con un corazón contrito y arrepentido; se acera a un juicio en el cual esperan un juez, un fiscal y un abogado. Juicio en que Satanás va ser echado fuera, la piedra del sepulcro va a ser removida para que da la tumba salga un hombre nuevo, libre y reconciliado. La actitud de esperanza me garantiza que si voy a ese juicio con un corazón arrepentido, con deseos de abandonar el terreno de los ídolos para orientar mi vida hacia Dios, siguiendo a Jesús por los caminos de la vida, saldré libre, no pisaré las puertas de la cárcel. Libre en virtud de los méritos de Cristo, lavado en la sangre de Cristo y en la fuente de su Misericordia. El fiscal es el diablo; Cristo es Juez y el Espíritu Santo es Abogado que actualiza la Gracia redentora de Cristo en los Sacramentos de la Nueva Alianza.

c.        Actitud de caridad.  En esta actitud se encuentro un verdadero propósito de enmienda, como señal de un arrepentimiento verdadero. Disponibilidad para hacer la voluntad de Dios manifestada en sus Mandamientos y en su Palabra. La verdadera contrición implica apertura a la verdad, al amor y a la vida, realidad que nos lleva a guardar los Mandamientos de la Ley de Dios y a guardar las palabras de Cristo (Jn 14, 21- 23), es decir, “Las Bienaventuranzas” (Mt 5, 3,ss) Sin el deseo sincero de amar a Cristo para ser sus amigos, sus hermanos y discípulos, toda visita al sacramento de la penitencia sería una farsa.


4.       El contenido de la esperanza.

El contenido de la esperanza cristiana es Cristo, es la Vida espiritual o vida en el Espíritu. Hay vida espiritual allí donde se mueve el Espíritu Santo que guía a los creyentes a la verdad plena (Jn 16, 16, 8ss). Pablo pide al Padre que fortalezca en nosotros el hombre interior por la acción del Espíritu Santo y que Cristo habite por la fe, la esperanza y la caridad en nuestro corazón (Ef 3, 14- 19) para que sea un templo verdadero del Espíritu de la verdad que nos hace libres (Jn 8, 32), para poder vivir en   la libertad de los hijos de Dios (Gál 5,1). El Espíritu de Libertad, por la virtud de la esperanza, “guía nuestros corazones hacia el amor de Dios y la tenacidad en Cristo” (1 Tes 3, 4).

La mirada puesta en Jesús, siguiendo sus huellas, es actitud fundamental que engendra en el discípulo la “prudencia” como virtud esencial para permanecer en  la amistad evitando toda permisividad que lleva a la pérdida de la gracia, rompiendo así, la comunión con Él. El hombre viejo siempre está al acecho y quiere recuperar el terreno perdido. No podemos darnos permisos para hacer cualquier cosa que dañe la integridad, la armonía y destruya la paz interior. Urge recordar la palabra de Jesús Maestro: “Vigilad y orad para no caer en tentación” (Mt 26, 41). La tentación es un momento para dar gloria a Dios y fortalecer la voluntad en la práctica de la justicia, a Dios, a la Iglesia y a la familia. A la práctica de la justicia somos llevados de la mano de la verdad y la caridad, sólo entonces seremos capaces de conocer la Paz y el Gozo del Señor, para decir con el profeta Habacuc: “El gozo del Señor es mi fortaleza” (Hab. 3, 18).

No hay lugar para auto justificarse, nuestras debilidades son manifestación de ausencia de libertad, de amor, de justicia y de verdad. Ausencia de fe y por lo tanto de Dios. La auto justificación es el principio de decadencia espiritual, moral, familiar, eclesial y civil. Lo correcto sería reconocerse débil, arrepentirse, ponerse de pie y orientar la vida hacia Dios siguiendo las hullas de Jesús que nos lleva hacia la Pascua por el camino de la Cruz. Es el camino recomendado por san Pablo en  la lucha contra el pecado: “Fortaleceos en el Señor, con la energía de su poder” (Ef. 6, 10s).  El cultivo de la fortaleza espiritual pide cultivar las virtudes de la prudencia, la justicia, la templanza o dominio propio, la constancia, la tenacidad, la piedad, del amor fraterno y de la caridad (2 Pe 1, 5ss). Todo esto, mediante esfuerzos, renuncias y sacrificios por amor a Cristo, a su Iglesia, al reino de Dios.
















4.            La Fuerza de la esperanza es la Caridad

La fuerza de la Esperanza es la caridad. La Esperanza viene del encuentro con Cristo en la fe, a la vez exige un corazón pobre y humilde para nacer, crecer y manifestarse como Caridad.
Objetivo: Mostrar la exigencia de toda virtud cristiana: esforzarse para renunciar a todo lo que es incompatible con el crecimiento en la virtud para poder crecer en el conocimiento de Dios y revestirse del Hombre Nuevo.

Iluminación: “Tengo la esperanza de verme liberado de toda esclavitud, de toda corrupción y participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Rm 8, 6)
El Catecismo de la Iglesia Católica nos muestra dos de los pecados contra la Esperanza: La desesperación y la presunción (2091). Ni desesperarse para no caer en la neurosis que nos haría caer en el pozo de la muerte: la depresión; ni presumir de los dones o bendiciones que bien pueden ser intelectuales materiales o morales que hemos recibido de lo Alto, antes bien, se deben compartir con alegría (cfr 1 Cor 4, 7).
1.       La fuerza de la esperanza es la caridad.
“Aguardar con paciencia la manifestación de la Gracia de Dios” (Rm 8, 27). Aguardar con paciencia es vivir en esperanza, abiertos al futuro que pertenece a Dios. Soportando las contradicciones de la vida, animados por el amor de Cristo. El Apóstol nos anima y nos invita a aceptar con esperanza los desafíos del tiempo presente: “Porque el amor de Cristo nos apremia al pensar que si Cristo murió por todos, todos por tanto murieron, Y murió por todos para que los que viven, ya no vivan para sí mismo, sino para Aquel que murió y resucitó por todos” (Cor 5, 14-15). Tengo la esperanza de ser mejor persona, más amable, más libre, más servicial. Tengo la esperanza que todo cambiará para que los hombres sea más hermanos, más libres y más solidarios. Tengo la esperanza que el bien vencerá al mal para que los hombres sean más humanos.
Con Pablo quiero gritar al mundo: “Tengo la esperanza de verme liberado de toda esclavitud, de toda corrupción y participar de gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Rm 8, 6).
2.       ¿Cuál es el alma de la esperanza cristiana?

Me atrevo a decir que la Verdad es la vida de la esperanza, y ésta ayuda a encontrar y dar sentido a la existencia, la libera, la trasforma, de situaciones menos humanas a más humanas, y de situaciones humanas a situaciones fraternas, solidarias y cristianas. La Verdad, alma que anima a la esperanza para que los hombres pongan en Dios su confianza, sus preocupaciones, debilidades y necesidades, tal como lo recomienda la Sagrada Escritura (Flp 4, 4), es la misma Palabra de Dios, la Palabra de verdad (Jn 17, 17), en conexión con la oración filial y confiada en un Padre misericordioso, tierno y compasivo. Palabra y oración son el alimento de la fe: “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre y llevar a cabo su Obra” (Jn 4, 34) Oración y palabra me llevan a la “reconciliación” y a la paz, para que de mi corazón brote la libertad interior que abre las puertas del corazón hacia afuera y me proyecta en la búsqueda de la voluntad de Dios, aceptada con alegría, disponibilidad y buena voluntad.
La Palabra invita, llama, hace de la esperanza una vocación a salir del exilio para estar en éxodo permanente hacia la “casa del Padre”. La palabra de la esperanza llama  a salir de la mentira, de la falsedad y del engaño para vivir en la verdad, en el amor y en la libertad que nos lleva a la justicia y por ende  a la paz, llama a abrazar de manera libre y consciente “el compromiso de la fe”.
Tres textos de Pablo, tres de Pedro y tres de Santiago, me dicen que no estoy equivocado:
1)   “Huye de la fornicación y del adulterio” (1 Cor 6, 18), vacían el corazón de la gracia de Dios. “Y mantente firme en la gracia de Cristo Jesús” (2 Tim 2, 1)
2)   “Huye de las pasiones de tu juventud y corre al alcance de la justicia, de la fe, de la caridad y de la paz, en unión de los que invocan al Señor con corazón puro” (2 Tim 2, 22)
3)   Aborrece el mal y ama apasionadamente el bien. “No te dejes vencer por el mal, al contrario vence con el bien al mal” (Rom 12, 9.21)
4)   “Huye de la corrupción de las pasiones para que puedas participar de la naturaleza divina” (2 Pe 1, 4).
5)   “Por lo tanto ceñíos los lomos de vuestro espíritu y sed sobrios; poned toda vuestra esperanza en la gracia que se os procurará mediante la Revelación de Jesucristo” (1 Pe 1, 13)
6)   “Como hijos obedientes no os amoldéis a las apetencias de antes, del tiempo que eráis arrogantes. Al contrario que vuestra conducta sea santa en todo momento” (1 Pe 1, 14)
7)   “Feliz el hombre que soporta la prueba, porque una vez superada ésta, recibe la corona de la vida que ha prometido el Señor a los que le aman” (Snt 1, 12)
8)   “Desechad todo tipo de inmundicia y de maldad que abunda y recibid con docilidad la palabra sembrada en vosotros que es capaz de salvar vuestras vidas. Poned por obra la Palabra  y no os contestéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos” (Snt 1, 21- 22).
9)   “Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes. Someteos pues a Dios; resistid al diablo, y él huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros; limpien sus manos pecadores y purifiquen sus corazones. Humillaos ante el Señor, y él  os ensalzará” (Snt 4, 6-7.10)

3.       Para dar testimonio de la esperanza.

Como en todo lo que viene de lo Alto (Snt 1, 17), es don de Dios que pide una respuesta. Con la Gracia de Dios y nuestros esfuerzos se va construyendo el testimonio de nuestra esperanza, el testimonio cristiano, palabra experienciada, puesta en práctica, es promesa cumplida. Experiencia que clama por momentos de silencio. El corazón gime por la interiorización. La Esperanza nos orienta a la experiencia del desierto para el re-encuentro consigo mismo y con la Palabra que Dios nos habla al corazón (Os 2, 16).

El desierto es el lugar donde habitan los demonios y a la misma vez el lugar de la victoria de Dios. Es un tiempo de Gracia para examinar las “opciones que corresponden al primer amor” (Apoc 2, 4). Es el momento para reconocer las infidelidades, los fallos y errores del pasado; es tiempo de gracia para renovar la Alianza y proyectarse con “la Esperanza renovada” hacia el futuro, hacia los terrenos de Dios, hacia los valores del Reino, e ir construyendo el testimonio, en el encuentro con los demás y con el mundo. El testimonio de la esperanza es una mezcla de la gracia de Dios y nuestros esfuerzos. Es una manifestación de la acción liberadora de Dios y una respuesta confiada y agradecida a Aquel que nos amó primero y nos llamó a ser uno de los “Testigos de la Esperanza”.

4.       El ideal de la esperanza cristiana.

El ideal no es otro que el Testimonio de vida que nace y crece como respuesta al amor de Cristo; es experiencia luminosa y gloriosa, dolorosa y gozosa; es mezcla de la acción del Espíritu Santo y de nuestros humildes esfuerzos y renuncias que nos llevan hasta el sacrificio, a la inmolación que se da cuando aceptamos la voluntad de Dios y nos sometemos a ella con alegría para ser  “buen olor de Cristo”; para ser “hostias vivas santas y agradables a Dios” (Rm 12, 1). El testimonio de la esperanza se construye en la “presencia de Dios”. Es Promesa cumplida en la experiencia del encuentro liberador con Cristo y es a la misma vez,  “Misión cumplida en la fidelidad a la Esperanza dejando que Cristo, sea lo que es: Dios y Señor” en nuestro corazón para que podamos inmolarnos con él, sacrificarnos con él, ofrecernos con él, y ser víctimas con él, para también ser con él, un Testimonio vivo del Amor celebrado en la Eucaristía y llevado a la existencia como “vida a favor de la humanidad”. 

5.       Promesa, Misión y Fidelidad.

Con cuánta razón san Juan nos dice: “Le basta al discípulo ser como su Maestro y al siervo ser como su Señor” (Jn 13, 16) El ideal de la Esperanza no busca los primeros lugares; no busca privilegios; no busca ser servido, no busca estar por encima de los demás. De la Mano del Maestro, acepta ser siervo para servir a su Señor en los otros, en la Iglesia, en el mundo (Mt 20,24- 28). Se siente y se sabe don, regalo, amor entregado de Cristo para los demás. Don que se convierte en “Promesa-Misión”. Don y respuesta, la tarea es realizar la “Utopía del Reino de amor, de paz y gozo”  (Rom 14, 17), en la construcción de una “Comunidad filial, fraterna, solidaria y misionera”. La gran Familia de Dios, en la cual, él es, el único Padre; Jesucristo es la cabeza; el Espíritu Santo es el alma; el Amor es la Ley; el reino de Dios su destino; María es la Madre, y todos somos hermanos, iguales en dignidad, miembros unos de los otros, “Somos Comunión”.
Familia en la que “nadie vive para sí mismo; tanto en la vida como en la muerte, somos del Señor” (Rm 14, 8). Escuchemos a san Pedro, voz del Espíritu de Dios hablar a los portadores de la “Esperanza cristiana”.
¿Quién puede haceros mal, si os afanáis por el bien? En cualquier caso, aunque sufráis por causa de la justicia, dichosos vosotros. No les tengáis ningún miedo ni os turbéis. Al contrario dad culto al Señor, Cristo, en vuestro interior; dispuestos siempre a dar respuesta a quien os pida razón de vuestra esperanza. Pero hacedlo con dulzura y respeto. Mantened una buena conciencia para que aquello mismo que os echan en cara sirva de confusión a quienes critiquen vuestra buena conducta de creyentes. Pues más vale padecer por hacer el bien, si esa es la voluntad de Dios que por hacer el mal (1 de Pe. 3, 13- 17).














6.            Las Columnas de la Esperanza Cristiana

Las Columnas de la Esperanza cristiana es lo que da consistencia al edificio espiritual y son a la vez, garantía de que está viviéndose una conversión sincera.

Objetivo: Afianzar los criterios y principios de la vida cristiana, buscando el crecimiento integral, para poder servir a dios en la Iglesia a favor de la Humanidad.

Iluminación: Cuando Dios se revela y llama al hombre, éste no  puede responder plenamente al amor divino. Debe esperar que Dios le dé la capacidad de devolverle el amor y de obrar conforme a los mandamientos de la caridad. La Esperanza es aguardar confiadamente la bendición de Dios con el temor de ofenderle (Catic 2090)

1.       Las columnas de la esperanza cristiana.

Hablar de las columnas de la esperanza es hablar del dinamismo de la fe, de las cosas de arriba que el Apóstol pide a los que han muerto y resucitado con Cristo: “Busquen las cosas de arriba donde está Cristo sentado a la derecha del Padre” (Col 3, 1). Es el llamado a llevar una vida digna del Señor (Col 1, 10). Es la manera como se deben comportar los creyentes en la Iglesia, Casa del Dios vivo, fundamento de la Verdad y sacramento de la esperanza (2 Tim 3, 15).

1)       La primera columna es la oración confiada, agradecida, cálida y perseverante.

Jesús recomendó a sus discípulos la oración continua y vigilante (Mt 26, 41). También recomendó la oración en común, pidiendo en su Nombre para conseguir del Padre lo que sea necesario para nuestra salvación (Mt 18, 19.20). La oración que se hace con esperanza confiada es aquella que se hace en comunión con Jesús: “Mi Padre siempre me escucha porque yo hago lo que a él le grada” (Jn 14, 31). Pero es en la oración del Padre Nuestro en que podamos orar como hijos y hermanos, y por lo mismo, lleva la esperanza de ser escuchada: Vosotros pues orad así: Padre nuestro… (Mt 6, 9)

2)       La segunda columna es la humildad.

Arma poderosa para sacar del corazón la soberbia, la hipocresía, la altanería y la prepotencia. La humildad verdadera tiene dos dimensiones, una es negativa y la otra es positiva. Por un lado el hombre humilde reconoce sus pecados y los confiesa (1 de Jn 1, 8-9) “Señor ten piedad de mi soy un pecador” (Lc 18, 13). Por otro lado el que es humilde reconoce que todo el bien que posee, tanto material como intelectual y moral,  ha sido don de lo alto. “¿Qué tengo de bueno que no lo haya recibido de Dios? Y si lo recibí de Dios para que presumir, ¿por qué no ponerlo al servicio de quien lo necesite?” (cfr 1 de Cor 4, 7) Para los humildes todo lo de Dios es don gratuito e inmerecido, por eso de sus labios siempre se escucha una plegaria agradecida.

3)       La tercera columna de la esperanza es la “virtud de la mortificación”.

“mortificad vuestros miembros mortales” (Col 3, 5) Para darle muerte al hombre viejo. Sin la renuncia a la vida mundana y pagana a la que Pablo llama “vivir según la carne”, la virtud de la esperanza, no pasa de ser un deseo bonito o también un buen propósito. La mortificación lleva a la muerte del pecado y a la vida en Cristo (Rm 6, 11) El mismo Señor la recomienda con insistencia: “Si tu ojo  te hace pecar sácatelo” “Si tu mano te hace pecar, córtatela; “Si tu pie te hace pecar córtatelo” (Mt 5, 27-30), es decir, niégate al placer de complacerte y no busques la ocasión del pecado.

4)       La cuarta columna de la esperanza es la virtud de la mansedumbre.

La recomendación de Pablo es sabia e ilumina la vida en esperanza: “Hermanos, si alguno de ustedes incurre en alguna falta, corregirle con espíritu de mansedumbre” (Gál 6, 1) Ser manso significa creer que el amor es más fuerte que la violencia y que el odio. Por la mansedumbre el cristiano rechaza la violencia y la agresividad, acepta poner la mejilla derecha cuando ha sido golpeado en la izquierda para evitar el escándalo; sabe que la violencia engendra violencia, mientras que la mansedumbre recurre a las armas de luz: la verdad, la justicia, la misericordia, la compasión, la fe y la oración.


2.       Los caminos de la esperanza.

Los caminos de la esperanza son virtudes que nacen de ella y la fortalecen en el cultivo de la identidad cristiana, sacerdotal, conyugal, familiar, profesional etc. Bastaría escuchar a Jesús para conocer el origen, el desarrollo y la madurez de etas virtudes. El criterio de oro para discernir la autenticidad de todo ministro, está ahí, en sus frutos, según lo ha dicho el Maestro: “Por sus frutos los conoceréis” (Mt 7, 12). El camino de la Esperanza, es un Camino lleno de experiencias religiosas, y por lo tanto, liberadoras y gozosas:

V  La hermosa prudencia, sin la cual, las mejores esperanzas mueren y terminan en frustraciones. El hombre prudente, reconoce sus limitaciones, evita los peligros, no se acerca al fuego, sabe discernir los tiempos y camina con los pies sobre la tierra. La prudencia me hace pensar las cosas antes de hacerlas y examinar las palabras antes de decirlas. Con cuánta razón dice el refrán popular: “El que tenga cola de paja que no se arrime al fuego por que se le quema la cola”. El hombre prudente no busca los lugares, como tampoco a las personas donde, y con quienes,  ponga en peligro la gracia de Dios.

V  La hermosa constancia, sin la cual, toda espiritualidad y todos los amores son “llamaradas de petate”. “sed constantes en la enseñanza”   (Hech 2, 42) “sed constantes en la oración”  (1 Ts 5, 1) “sed constantes en la tribulación”  (Rm 12, 12) Ser constantes en toda obra emprendida, lo que Dios ha comenzado, que se lleve a feliz término. La constancia activa mira y se abre hacia el futuro para hacer de quien la cultive una persona convencida, responsable y libre, con identidad, fiel a sus principios y a las opciones del principio. La constancia engendra la perseverancia, la templanza y el dominio propio.

V  La hermosa continencia, sin la cual, los hombres de Dios damos lástima al llevar vidas arrastradas. La continencia es hija de la fe y fuerza de la esperanza. Es madre de la castidad, de la templanza y del dominio propio, camina de la mano de la prudencia, de la constancia y del discernimiento espiritual; es sello de autenticidad en la vida de los discípulos de Jesús, a quien ayuda a ser sencillos y limpios de corazón para poder alcanzar los anhelos del corazón: la santidad.

V  La hermosa fortaleza, sin la cual no habrá continencia, ni justicia, ni prudencia; sólo habrá fachadas y apariencias, nada será auténtico. “Fortaleceos en el Señor con la energía de su poder para poder resistir las tentaciones, las pruebas, los embates del Enemigo; para poder resistir el día malo y estar capacitados para toda obra buena (Ef 6, 10ss). ¿Cómo fortalecerse? La clave está en trabajar en los ejercicios de la esperanza: la oración, la escucha de la palabra, en la comunión solidaria, en la fracción del pan (Hech 2, 42), en la fidelidad a la vocación y al compromiso de la fe, permaneciendo fieles al amor de Jesús en solidaridad de comunión con el Pueblo de Dios  (Jn 15, 7-9).

3.        Los enemigos de la virtud de la esperanza.

Podemos afirmar que los siete pecados capitales son pecados contra la esperanza. Todo el que peca da la espalda a Dios y cae en la idolatría. De la confianza en un Padre bondadoso y tierno se pasa a confiar en las cosas, en las personas, un uno mismo. Por el pecado se rompe la amistad con Dios para entrar en alianza con el dios personificado del Mal

V  Pecados directos contra la esperanza son la desesperación que ha llevado a muchos al suicidio, la arrogancia que es hija de la soberbia y la desilusión que hunde en la aflicción y en la tristeza; la inmediatez, la impaciencia, la superficialidad, la irresponsabilidad, la mediocridad y la charlatanería, son enemigos que destruyen la confianza sana, e impiden llevar una vida llena de esperanza en Dios, en uno mismo y en los demás. Podemos decir que contra la esperanza se levantan estilos de vida que nada tienen que ver con la realización humana:
V  Fracasar en conseguir ser un signo de esperanza en un mundo bañado de esperanza.
V  Buscar sólo la salvación individual sin la preocupación por los demás.
V  Vivir como fariseos legalistas, rigoristas y perfeccionistas; una vida sin amor es vida sin esperanza.
V  El culto al dinero: el amor a las riquezas, olvidando las necesidades de otros. La búsqueda de poder y placer. Pablo nos alerta diciendo: “Las tendencias de la carne llevan al odio a Dios” (Rm 8,6) y al prójimo.
V  Toda forma de cosificación manipulación, explotación y opresión que atentan contra la dignidad humana son pecados contra la esperanza.
V  Negarse a ser compasivos y misericordiosos para quitarle el hambre a los pobres.
V  Cuando por apatía o por pereza nos negamos a comprometernos a favor de una causa noble.
V  Negarse a aceptar los riesgos inherentes a la vida, prefiriendo la comodidad, el lujo, la seguridad y aferrarse desesperadamente al pasado, en vez de comprometerse con el futuro.
V  Poner la confianza en el éxito político, económico, social, dándoles, más importancia que al amor; al cerrarse a la justicia se niega la ayuda a los más débiles de la sociedad.
V  Los que esperan cosas que jamás han sido prometidas por Dios, y a la misma vez, se rechazan las promesas divinas para conseguir una vida digna en la verdad que nos hace libres.
V  Los que esperan las promesas de Dios con los brazos cruzados sin hacer algo por sí mismo o por los demás. Estos viven al margen del camino.
V  Uno de los pecados más graves contra la virtud de la esperanza es el compromiso desmesurado con el activismo, el éxito, el desarrollo y el progreso material, descuidando al mismo tiempo los fundamentos de la esperanza: la contemplación, la oración confiada y el reposo de Dios.
V  Los que no quieren molestarse en mantener limpio el manantial de la libertad y de la fidelidad creativa, pecan en contra de su esperanza y contra la esperanza del mundo.














7.            LA HUMILDAD, SEDE DE LA ESPERANZA CRISTIANA


Objetivo: dar a conocer la necesidad que tenemos todos de la humildad como virtud, sede de la esperanza cristiana, que nos ayuda crecer como personas y como cristianos y como camino para alcanzar la perfección cristiana en la caridad.
Iluminación. “No os estiméis más de lo debido (…) no seáis altivos, antes bien poneos al nivel de los sencillos. Y no seáis autosuficientes” (Rm 12, 3. 16).
1.       La humildad bíblica.  

“No os estiméis más de lo debido”. La humildad bíblica es primeramente la modestia que se opone a la vanidad. El modesto, según el libro de los Proverbios, tiene por norma la prudencia y no se fía de su propio juicio: “No te tengas por sabio” (Prov 3, 7). El Apóstol Pablo nos dice: “No tengan pretensiones desmedidas, más bien, sean moderados en su propia estima, cada uno según el grado de fe que Dios le haya asignado” (Rm 12, 3.16).
Otra realidad que se opone a la humildad es la soberbia. Es la actitud de la creatura que se levanta contra su Creador, el tres veces santo. El humilde reconoce que todo lo que tiene lo ha recibido de Dios (1Cor 4, 7), se sabe siervo inútil (Lc 17, 10), no es nada para sí mismo (Gál 6, 3), se sabe pecador (Is 6, 3ss), reconoce su necesidad de Dios (Salmo 63), y se abre a la gracia (St 4, 6), y a los demás también.
2.       La humildad del Hijo de Dios.

Jesús es el Mesías humilde anunciado por Zacarías (Zac 9, 9s). La humildad en Jesucristo es donación, entrega, es servicio incondicional a su Padre y los hombres, a sus hermanos. Podemos decir de Él que es el Mesías de los humildes, a los que proclama bienaventurados (Mt 5, 3-4), como el estilo de vida que él propone a los hombres y especialmente a sus discípulos.
Jesús es modelo de humildad (Mt 11, 29). No busca su gloria, al contrario se humilla hasta lavar los pies a sus discípulos (Jn 13, 14ss), y se humilló a sí mismo hasta la muerte de cruz por nuestra redención (Flp 2, 6ss) para destruir la fuerza del pecado. Él no nos salvó con discursos o palabras bonitas, sino, y ante todo por medio de su pasión, muerte y resurrección. Pablo lo afirma diciendo: “Se anonadó”, “Se humilló a sí mismo” (Flp 2, 6-8).
El hombre, nosotros, pareciera que tenemos dos vidas: una es la verdadera y otra es la imaginaria que está en nuestras opiniones o en la de la gente. Al soberbio le preocupa mucho el qué dirán. Por eso trabaja hasta el cansancio para embellecer y conservar su ser imaginario, descuidando su ser verdadero.
El soberbio si tiene una virtud o mérito se apresura a darlo a conocer, de un modo u otro para enriquecer su ser imaginario. Generalmente vive en las apariencias, se hace pasar por valiente y, veces hasta pasa como un ser desprendido para que se hable bien de él. No acepta la corrección, venga de quien venga. Le arde la cara cuando alguien lo critica, pero en cambio, saborea las alabanzas que recibe. Fácilmente cae en situaciones de rencor, odio, venganza, aún, hacia su familia o amigos que no hacen las cosas como él las quiere. Es un manipulador que busca que los demás le rindan culto.
3.       La gran empresa de llegar a ser humildes.

El hombre es un buscador de perlas preciosas (Mt 5, 45); la perla preciosa por excelencia es la humildad que solo se puede encontrar si bajamos y volvemos a bajar hasta el fondo de nuestra existencia y logramos poner los pies sobre la verdad. El Señor Jesús nos ha dicho a los que hemos creído en él: “Si se mantienen fieles a mi palabra, serán realmente discípulos míos, conocerán la verdad y la verdad los hará libres” (Jn  8, 31-32). Quien vive en la verdad se hace humilde, de la misma manera que quien vive en la mentira se hace soberbio.
El ser humilde nos hace ser humanos. Hombre y humildad proceden de la misma raíz: “humus” que significa tierra. El humilde ama, perdona, disculpa, reconoce sus defectos y sus cualidades, es realmente un hombre, sin máscaras y sin necesidades artificiales. En nuestro trabajo de buscar la humildad necesitamos un guía que conozca el camino y nos haga llegar a nuestro destino con la fuerza del Espíritu Santo. Nuestra guía será San Pablo, más aún, la Sagrada Escritura. Lo primero que el Apóstol nos hace, es una invitación a la moderación.
4.       No ser altivos ni autosuficientes.

“No os estiméis más de lo debido (…) no seáis altivos, antes bien poneos al nivel de los sencillos. Y no seáis autosuficientes” (Rm 12, 3. 16). Para San Pablo, la humildad es el camino que hemos de trabajar para renovar nuestra vida en el Espíritu. Podemos usar nuestra inteligencia y nuestra voluntad como armas de doble filo. Podemos ser altivos con nuestra inteligencia y con nuestra voluntad ambicionar los mejores puestos y tareas de prestigio, de esta manera damos muerte a la esperanza cristiana que nos invita a ser como Jesús: “mansos y humildes de corazón” (Mt 11, 29). Decimos con el Apóstol que la presunción de la mente y la ambición de la voluntad son modos antagónicos a la vida según el Espíritu (Gál 5, 16), y por lo tanto, de toda auténtica humanización.

5.       Amables, humildes y veraces.

La invitación de la Biblia a ser humildes hunde sus raíces en la verdad: Dios ama al humilde porque el humilde está en la Verdad que nos guía al amor, y éste, nos lleva a la verdad que a la vez nos lleva al justicia que nos hacer ser buscadores y portadores de la Paz evangélica. El humilde es por eso un hombre real, estable y verdadero porque Dios está con él. El hombre de Dios es portador del amor, de la verdad y de la vida, por eso puede ser un testigo de la Esperanza (cfr Jn 14, 6). Es capaz de levantar su mirada y ver el rostro de aquellos que lo interpelan, pero no responde con agresividad a quienes lo insulten porque la “mansedumbre” llena su corazón. Es capaz de responder con una bendición a quien blasfeme contra él. La mansedumbre, la verdad y el amor son las armas de los humildes, de los que esperan en el Señor. Ellos, con el bien, vencen el mal (Rm 12, 21).

6.       Dios da su Gracia a los humildes.

Mientras que Dios castiga la soberbia: “Derriba del trono a los poderosos y  eleva a los humildes” (Lc 2, 52). El cristiano instruido sabe que más allá de la arrogancia, todo es mentira, falsedad y apariencia. De manera que en el hombre todo lo que no sea verdad, es mentira. Por esta razón, Pablo invita a los cristianos a no hacerse una idea equivocada y exagerada de sí mismos, sino a valorarse, más bien, de manera justa y sobria; de manera que el hombre, es sabio, en cuanto es humilde, y, es humilde en cuanto es sabio. Para el apóstol la humildad es sobriedad y es a la vez sabiduría. Dios da su gracia a los humildes porque solo el humilde es capaz de reconocer el don de Dios y de saberse “don” de Dios para sus hermanos.

“Ámense sin fingimiento” es la exhortación del Apóstol, “aborrezcan el mal y amen apasionadamente el bien” (Rm 12, 9). Cuando se vive en la verdad, el cristiano llega por el camino de la humildad y de la mansedumbre a ser honesto, sincero, íntegro, leal, y fiel. Puede encontrar la armonía interior entre mente, voluntad y corazón, unidad de tres que la teología ha llamado “Conciencia Moral”. Quien logre poseerla es “hombre nuevo”, lleva con él un “arma poderosa” en la lucha contra el “Ego” y una “Luz que lo lleva a Puerto seguro”.

Oración: (Mt. 11, 28-29)




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