LA VIRTUD TEOLOGAL DE LA CARIDAD.

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1.               LA VIRTUD DE LA CARIDAD

El don de la caridad, como virtud teologal es la manifestación suprema de la fe y de la esperanza. Este capítulo nos presenta lo que es la caridad y cómo vivirla.
Objetivo: Enfatizar que la caridad es la reina de las virtudes cristianas y su importancia para conocer, amar y servir a Dios en esta vida, inseparable de la verdad y de la justicia, constituye el camino que nos lleva a la paz.
Iluminación. “Por la obediencia a la verdad habéis purificado vuestras almas para un amor fraternal no fingido; amaos pues con intensidad y muy cordialmente unos a los otros, como quienes han sido engendrados, no de semilla corruptible, sino incorruptible, por la palabra viva y permanente de Dios (1 de Pe 1,22- 23)

1.          Jesucristo es el revelador del Padre.

La fe, la esperanza y la caridad no son tres realidades diferentes, sino, tres dimensiones de la respuesta que los cristianos damos a Dios que nos amó primero. Dios que se nos ha manifestado en Jesucristo, su Hijo, en quien tiene sus complacencias, para realizar por medio de Él, hacer a los hombres partícipes del don del Espíritu Santo. Por Cristo y en Cristo, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones con el Espíritu Santo que él nos ha dado (cfr Rm 5, 5).
“Señor muéstranos al Padre y eso nos basta”. Jesús le respondió: “¿hace tanto tiempo que estoy con ustedes y todavía no me conoces Felipe? (Jn 14, 7-8) En Jesucristo Dios se ha revelado como el Dios del Amor que ama a todos los hombres. A la misma vez Jesucristo es el revelador de todo hombre. Él es lo que nosotros estamos llamados a ser. Por amor Dios nos ha enviado a su Hijo para hacernos partícipes de su naturaleza divina (2 Pe 1, 4) Para participar en el amor de Dios trino, el amor con que el Padre pronuncia su Palabra, el amor  con que la Palabra se entrega al Padre en el Espíritu Santo que nos ha dado, el Apóstol, nos recuerda la exigencia fundamental: Creer en Jesucristo y amar a los consagrados (Ef 1, 15; Col 1,9).

“Yo tengo un alimento que ustedes no conocen: mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre y llevar a cabo su obra”. La Obra del Padre es mostrar al mundo un Rostro de amor, compasión, misericordia, santidad, justicia, verdad y libertad. Hoy nosotros al ver a Jesús y creer en Él, podemos conocer, amar, obedecer y servir al Padre de toda misericordia y Dios de todo consuelo (2 Cor 1,3).

2.          ¿Qué es entonces la Caridad?

Resultado de imagen para IMAGENES DE LA VIRTUD TEOLOGAL DE LA CARIDADEl Catecismo nos dice: La caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas, por Él mismo, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Catic 1822). La caridad es la mismísima “Vida que el Padre” nos ha dado en Cristo Jesús, Salvador nuestro.
Las virtudes teologales disponen a los cristianos  a vivir en relación con la santísima Trinidad. Tienen como origen, motivo y objeto a Dios, conocido por la fe, esperado y amado por sí mismo (Catic 1840)

3.           El Mandamiento de la Caridad.

Mandamiento Regio porque es el Mandamiento del Rey. Mandamiento Nuevo porque para guardarlo exige la condición de estar en comunión con Cristo, salir del pecado y tener la Gracia de Dios: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 13, 34). ¿Cómo nos amó el Señor Jesús? Hasta la muerte hasta dar, libre y conscientemente, su vida por todos: “Habiendo amado a los suyos los amó hasta el extremo” (Jn 13,1).
Guardar el Mandamiento Regio, exige guardar primero los Diez Mandamientos, quien quebrante uno de ellos, se incapacita para amar como Jesús nos ha amado. Jesús no nos salvó con discursos bonitos. Él nos amó dándose y entregándose; padeciendo y sufriendo la muerte de cruz. Para el cristiano amar no es apapachar, sino “salir” fuera para ir en busca de una persona concreta e iluminarla con la luz del Evangelio: el Amor de Dios derramado en nuestros corazones (Rm 5, 5)

4.           La petición de Jesús a sus discípulos.

“Como el Padre me amó, yo  también os he amado; permaneced en mi amor” (Jn 15,9).  ¿Cómo permanecer en el amor de Cristo? Permanecer siendo amados, perdonados, reconciliados, liberados y promovidos por la acción amorosa, misericordiosa y liberadora del Señor. Permanecer amando, abiertos a la verdad, a la práctica de la justicia; atentos a la escucha de la Palabra y con la pronta disponibilidad de obedecerla: “Ustedes me aman si guardan mis Mandamientos; ustedes me aman si cumplen mis palabras” (Jn 14, 21. 23) Permanecer sirviendo, lavando pies como el Maestro lo ha enseñado (Jn 13, 13).

5.          La exigencia de la Caridad.

“Permanezcan en mi Amor” (Jn 15,9). Permanezcan en mis luchas, hagan suyos mis intereses, mis preocupaciones; miren conmigo en la misma dirección: la  gloria de mi Padre y la salvación de los hombres. Exigencia que nos pone en el camino del Amor que hizo decir a san Juan: “Todo el que ama ha nacido de Dios; conoce a Dios y permanece en Él. Quien no ama no conoce a Dios porque Dios es Amor” (1Jn 4, 7-8).

6.           Las dimensiones del Amor de Cristo.

Qué Cristo habite por la fe en vuestros corazones para que de este modo, arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender con todos los santos la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conozcáis el amor de Cristo que excede a todo conocimiento. Y así os llenéis de toda la plenitud de Dios” (Ef 3, 17-19).

Cuatro son las dimensiones del Amor. La primera apunta hacia arriba: Amar a Dios. La segunda apunta hacia abajo: amar la Creación de Dios. La tercera apunta hacia afuera: amar a los demás; la cuarta apunta hacia adentro: amarse a sí mismo. De las cuatro dimensiones sólo dos son Mandamientos: hacia arriba y hacia afuera: Amar a Dios y a los demás. Sin olvidar que el punto de partida es amarse a uno mismo.

V  Amar a Dios. El amar a Dios exige guardar sus mandamientos y amar lo que Él ama: “El que conoce mis Mandamientos y los guarda ese es el que me ama, y a ese lo ama mi Padre, y a ese lo amo yo, y venimos y nos manifestamos a él” (Jn 14, 21). “Si alguno me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14, 23).Para san Juan quien ama a su prójimo ama también a Dios, camina en la luz y no tropieza (cfr 1 Jn 2, 10)
V  “Estaremos seguros de conocerle si guardamos sus Mandamientos. Quien dice yo le conozco y no guarda sus Mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él” (1 Jn 2, 3-4).

V  Amar a los demás. “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y a la vez odia a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios quien no ve” (1 Jn 4, 20) “Y nosotros hemos recibido de Él este Mandamiento: quien ama a Dios ame también a su hermano” (1 Jn 4,21) “En esto podemos conocer que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus Mandamientos (1 Jn 5, 2) “Pues el amor de Dios consiste en guardar sus Mandamientos. Y sus Mandamientos no son pesados, pues todo lo que nace de Dios vence al mundo. Y la fuerza que vence al mundo es nuestra fe” (1 Jn 5, 3).

V  Amar a los enemigos. Jesús dijo a los que le escuchaban: “Han oído que se dijo: ama a tu amigo pero odia a tu enemigo. Pues yo les digo: Amen a su enemigos y rueguen por los que los persiguen para que puedan llamarse hijos de su Padre celestial, que es bueno hasta con los ingratos” (Mt 5, 38ss). Jesús nos había dicho: “No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13). Al final de su vida, el mismo Señor nos deja la más hermosa enseñanza al orar ante el Padre por sus enemigos: “Perdónalos Padre porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 14).

V  Amar la Creación. Dios ama al hombre por lo que él es, y ama a la creación porque está al servicio del hombre. Dios en su gran sabiduría creó todo para todos y dio a los hombres un mandamiento acerca de la tierra: “Cultívenla y protéjanla” (Gn 2. 15). El hombre que ama la Creación la protege y la cuida, ya que ella es su propio hábitat.“Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces, pues, si algo odiases, no lo hubieras creado. Y ¿cómo podría subsistir cosa que no hubiese querido? ¿Cómo se conservaría si no hubieses llamado? Mas tú todo lo perdonas porque todo es tuyo, Señor que amas la vida” (Sb 11, 24- 26)

7.          Los frutos de la Caridad. (Catic 1829)

“Mirad que amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios pues lo somos” (1 Jn 3,1) “Quien no ama no conoce a Dios porque Dios es Amor” (1 Jn 4,8) La Caridad es el amor que el Padre comunica a su Hijo, y que el Hijo comunica a su Padre; este amor es tan perfecto que se personaliza en la tercera Persona de la Santísima Trinidad: el Espíritu Santo. La caridad es el amor, es la vida que por amor, el Padre derrama en nuestros corazones por la fe en su Hijo Jesucristo (Rm 5, 5)
“Quien no ama al hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Jn 4, 20). Dios quiere ser amado por lo que es: Amor que se entrega en Jesucristo, para que lo amemos con toda la mente, con todo el corazón y con todas las fuerzas, este es el primer mandamiento; el segundo es semejante a éste: amar al prójimo como a uno mismo (Mt 22, 37-40). Cuando se habla del “amor de Dios” se habla del amor con el cual él nos ama; pero también significa la poderosa presencia del amor de Dios, que en el Espíritu Santo nos da vida en Jesucristo. Para que con ese mismo amor, nosotros amemos a Dios, a los demás y a nosotros mismos, es decir, con el amor propio de él, sus hijos participan de su mismo amor. Los frutos del Amor son la paz, la alegría y la misericordia.









2.       La Caridad y la Venida de Jesús al Mundo.
La Caridad y la venida de Jesús al mundo y al corazón de los creyentes, porque solamente nace el Amor de un corazón limpio, lavado en la sangre de Cristo, que ha recibido el amor de Dios y se deja conducir por el Espíritu Santo.
Objetivo: Dar la respuesta a la pregunta de muchos sobre la venida de Jesús que vino a traernos a Dios y a llenar los vacíos de nuestro corazón para ayudar  a afianzarse en la fe y en la caridad a los creyentes.

Iluminación: “No hemos recibido espíritu de miedo o de esclavitud, sino el Espíritu que es Amor, Fortaleza y Dominio propio” (2 Tim 1, 7) “Si sabéis que él es justo, reconoced que quien hace lo justo ha nacido de él” (1Jn 2, 29)

1.          La Caridad y el fuego del Espíritu.

“He venido a encender un fuego y cuanto ardo en deseos que ya estuviera ardiendo” (Lc 12, 4). ¿De qué fuego se trata? Es el fuego del amor de Dios que arde en el corazón que se ha dejado trasformar por la acción del Santo Espíritu. Es la Caridad, es el Fuego de Dios que arde y purifica el corazón para erradicar de él la escoria del pecado (cfr Jer 15, 19). El Apóstol Pablo dijo a Timoteo y nos dice hoy a nosotros que “no hemos recibido espíritu de miedo o de esclavitud, sino el Espíritu que es Amor, Fortaleza y Dominio propio” (2 Tim 1, 7)
Decimos entonces que "La llama del Espíritu Santo” arde pero no quema. Y a pesar de ello, obra una transformación interior por la cual podemos decir que conocemos y amamos al Señor de la Gloria. Este efecto del fuego divino, sin embargo, nos asusta, tenemos miedo de "quemarnos", preferimos quedarnos como estamos. Esto es porque muchas veces nuestra vida está configurada según la lógica del tener, del poseer y no del darse como regalo de Cristo a los hombres. Tenemos miedo ser amor entregado. Por una parte queremos estar con Jesús, seguirlo de cerca, y por otra tenemos miedo de las consecuencias que comporta.

2.           La Caridad y la Verdad.

El Amor y la Verdad son inseparables. Jesús dijo a los judíos que habían creído en él: “Permanezcan en mi palabra y serán verdaderamente mis discípulos, conocerán la verdad y la verdad les hará libres” (Jn 8, 31-32) El distintivo de los discípulos es el amor que lleva a la verdad y ésta nos lleva al amor. Donde hay verdad no hay mentira. Pensemos por un momento el gran daño que hace la mentira: atrofia nuestra capacidad de amar. La gran mentira, la más usada por Satanás es hacernos pensar que el “hombre vale por lo que tiene”. Vale por la marca de ropa, de vehículo o de residencia. La persona que así piense cae en la “inversión de valores” que hace a los hombres amar más las cosas que a las personas, y amar más a las personas que a Dios. Sólo aman quienes viven en la verdad. Escuchemos al Apóstol san Juan decirnos:
 “Hermanos me ha dado mucha alegría enterarme de que muchos de ustedes viven de acuerdo con la verdad, según el mandamiento que hemos recibido del Padre: Les ruego pues, hermanos que nos amemos unos a otros. No se trata de un mandamiento nuevo, sino del mismo que tenemos desde el principio. El amor consiste en vivir de acuerdo con los mandamientos de Dios. Y el mandamiento consiste en vivir de acuerdo con el amor. Quien se aparta de la verdad y no permanece fiel a Cristo, no vive unido a Dios; el que permanece fiel a la doctrina de Cristo, ese si vive unido a Dios” (2 Jn 1, 4-9)
3.          La Caridad y la Justicia.

Para Santiago la religión pura y sin tacha ante Dios Padre es velar por los derechos de la viuda y del huérfano (cfr St 1, 27) La Caridad nos lleva la práctica de la justicia, sin la cual no somos gratos a Dios. Para Pablo revestirse de justicia equivale a revestirse de santidad (cfr Ef 4, 24) ¿de qué justicia se trata? Es la justicia fruto de la luz, la del hombre que está en Cristo, que ha sido justificado por la fe para realizar las obras que le fueron asignadas desde antaño (Ef 2, 10).

Jesús el Señor pone sobre aviso a sus discípulos al decirles: “Si vuestra justicia no supera la justicia de los fariseos, no entraréis en el Reino de Dios” (Mt. 5, 20) No se trata de la justicia que viene de la Ley, sino de la nueva justicia, la que viene de la fe.

“Si sabéis que él es justo, reconoced que quien hace lo justo ha nacido de él” (1Jn 2, 29) Justo es el que practica la justicia: se le hace justicia a Dios y al prójimo, de manera que se puede decir: “Todo el que practica la justicia ha nacido de Dios y conoce a Dios, permanece en Dios y Dios permanece en él” (cfr 1 Jn 4,7). Le hacemos justicia a Dios cuando cumplimos su mandamiento: “Que creamos en su Hijo Jesucristo y que nos amemos unos a otros, según el mandamiento que nos dio” (1 Jn 3, 23) Pensemos en tres mandamientos del Señor: Vayan por todo el mundo y enseñen todo lo que les he enseñado (Mc 16, 15s). “Ámense los unos a los otros como yo les he amado” (Jn 13, 34) “Hagan esto en memoria mía” (Lc 22, 19).

4.           La Caridad y la Libertad.

Quienes guardan los mandamientos son amigos de Dios, han nacido de Él y lo conocen (Jn 15, 14) De la misma manera, “Todo el que peca es esclavo” (Jn 8,34) Esto nos hace comprender que la caridad es inseparable de la libertad. ¿Libres de qué? De todo aquello que nos atrofia y que nos impide amar a  Dios y a los hermanos. La pereza, el conformismo, el totalitarismo, el fariseísmo, los pecados capitales. ¿Libres para qué? Para conocer la verdad, para seguir a Cristo, Para ser creativos, responsables y libres para amar al prójimo y para hacer la voluntad de Dios. Solo aman los que son libres. El esclavo del pecado es un hombre atrofiado: ciego, mudo, cojo, sordo, es un alguien que no puede responder al amor. “Para ser libres nos liberó Cristo” (Gál 5, 1) Cristo nos ha liberado para que vivamos como hijos de Dios en Libertad, ésta es nuestra vocación.

 “Vosotros hermanos habéis sido llamados a la libertad. Pero no toméis de esa libertad pretexto para la carne; antes al contrario servíos unos a los otros por amor. Pues toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Gál 5, 13- 14) “Si pues el Hijo os da la libertad seréis realmente libres” (Jn 8, 36). Somos libres en la medida que estemos en Cristo, justificados y reconciliados, y le pertenezcamos (Gál 5, 24; 1 Cor 5, 17).

5.           La vida en Cristo.

“Vengo para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10). Cristo vino a traernos a Dios para que participáramos de su naturaleza divina: Ha venido a divinizarnos (cfr 2 Pe. 1, 4). Se trata de la Vida que el Padre nos da por amor en su Hijo Jesucristo (1Jn 5, 11-12) La vida en Cristo es amor con comunión del Espíritu que nos hace miembros vivos del Cuerpo de Cristo, del cual es cabeza (Col, 1,18). Para Pablo, la vida en Cristo es vida en el Espíritu, y por lo tanto es vida fraterna y solidaria que nos capacita para vivir la libertad de los hijos de Dios (Gál 5, 12-13), con la capacidad para buscar la unidad en el Espíritu con el vínculo de la paz. La vida en Cristo es vida en la verdad, exige huir de la corrupción para poder participar de la Gracia de Dios (cfr 2 Pe 1, 4).

6.          La exhortación de Pablo: Amor sin fingimiento.

“Ámense sin fingimiento” (Rom 12, 9), es decir, sin hipocresía. Amar sin fingimiento es amar de verdad, sin componendas, tal como Cristo lo hizo, buscando sólo la gloria de Dios y el bien de los demás. Amando así, el cristiano se viste  de “luz” y se reviste de Cristo, se llena y se empapa de él y es transformado en él por la acción del Espíritu Santo que llena nuestras vidas: ilumina la mente, fortalece la voluntad y santifica el corazón. El amor sin fingimiento es eficaz, sincero, fiel y veraz:

“Amen con sinceridad: aborrezcan el mal y tengan pasión por el bien. En el amor entre hermanos demuéstrense cariño, estimando a los otros como más dignos. Con celo incansable y fervor de espíritu sirvan al Señor” (Rm 12, 9- 11) Amar el bien con pasión es amar lo que Dios ama; amar la virtud que Dios nos propone como camino de conocimiento y de madurez humana.

Fuera toda hipocresía, para que el amor sea sincero, auténtico y eficaz. “Jesús nos enseñó que del corazón vienen los malos pensamientos” (Mt 15, 19) y Pablo, haciendo eco de las palabras del Señor nos dice: “El propósito de esta exhortación es suscitar el amor que brota de un corazón limpio, de una fe sincera y de una recta intención” (1 Tim 1, 5)

La caridad sólo puede nacer y crecer en  un corazón limpio, que se ha lavado en la sangre de Cristo, ha recibido el amor de Dios en su corazón(cf Rm 5, 1- 5) y ha renovado su manera de pensar por la acción del Espíritu Santo, para conocer y poner en práctica la voluntad de Dios. “Lo bueno, justo, lo perfecto” (Rm 12, 2- 3) Nuevamente a la luz de estos textos decimos: La justificación por la fe, acompañada por las obras de misericordia es salvación, vida, santidad y respuesta a la acción amorosa de Dios. Fe en Jesucristo y amor a los hermanos: con corazón limpio y renovado amemos con pasión todo lo que sea loable, todo lo que dé gloria a Dios. Hemos de querer el bien, desearlo y anhelarlo, para luego hacerlo sin fingimientos.

Nada serviría sin la caridad interior, aquella que Dios ha derramado en nuestros corazones (Rm 5, 5). Cuando la “caridad” no viene del corazón limpio, no es amor sincero, es tan sólo un simulacro del corazón. Recordemos que la caridad no es el Espíritu Santo, sino una virtud creada por Dios. Es don y respuesta.

7.          Dos rostros de la caridad.

La caridad interior (del corazón) nos impulsa a la caridad exterior (la de las buenas obras), no puede ni debe haber contradicción entre las dos. Cuando hacemos “buenas obras” sin amor, no sirve a quien las hace, pero si le quita el hambre a quien las recibe. Lo que se trata es de hacerlo bien, sin egoísmos ni hipocresías. Recordemos que el Señor Jesús nos enseñó que la caridad es el fundamento de todo: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22, 39). Nadie se ama a sí mismo con hipocresía o con fingimiento; amarse a sí mismo sin mentira. Amar al otro es hacerlo “prójimo”, acogiéndolo en el corazón; es darse a él, para que se realice como lo que es: persona e hijo de Dios. El amor sincero es reflejo del amor de Dios que nos lleva en su corazón y nos exhorta a cultivar una voluntad firme, férrea y fuerte para amar.

Según el himno del Amor de la primera carta a los corintios, toda acción apostólica sin caridad está vacía de su auténtico contenido (cf 1 Cor 13, 1- 3). Pablo, testigo, siervo, amigo y apóstol enamorado apasionadamente de su Señor nos dice:

“Que Cristo habite en sus corazones por la fe, que estén arraigados y cimentados en el amor, de modo que logren comprender, junto con todos los consagrados, la anchura, y la longitud, la altura y la profundidad, en una palabra, que conozcan el amor de Cristo que supera todo conocimiento. Así serán colmados de la plenitud de Dios” (Ef 3, 17- 19)

En esta palabra de la Escritura está el misterio de la caridad. Cuando Cristo habita en nuestros corazones, estamos en comunión con él, y nuestro corazón es a la vez: “manantial de agua viva”, según el Evangelio de Juan: “Del corazón del que crea en mí, brotarán ríos de agua vida” (Jn 7, 37) Amamos a los hombres con el mismo amor que Dios los ama a ellos y nos ama a nosotros. “De la misma manera podemos consolar a los que sufren, dándoles el mismo consuelo que Dios nos ha dado a nosotros” (1 Cor 1, 4) Consolamos y amamos con lo que hemos recibido de Dios. Amamos con el amor con el cual somos amados, el Amor de Cristo que se distingue de cualquier otro amor.

El fuego del amor que arde en nosotros, tiene un origen: el encuentro con Cristo en la fe: “He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y como ardo en deseos de verlo arder” (Lc 12, 49) Cristo ha venido a traernos el “don del Espíritu” (cf Gál 4,4s) Se trata del “Fuego del Espíritu Santo” que quema las impurezas del corazón y separa el metal precioso de la escoria, para que podamos ser canales del amor de Cristo que quiere extenderse a todos los corazones (cf Jer 15, 19) De su propia experiencia el Profeta saca una enseñanza y la pone a nuestra disposición: cultiven su corazón.










3.               La Caridad y el cultivo del corazón.

Este capítulo nos recuerda la recomendación de Jeremías para conocer los frutos de la Tierra prometida: el cultivo del corazón y la caridad son fruto de la acción del Espíritu y respuesta soberana del hombre.
Objetivo: Dar todo el énfasis posible a la exigencia fundamental del reino de Dios, la conversión, para poder llevar una vida digna del Señor, dando frutos de vida eterna, en el amor y servicio a los menos favorecidos.
Iluminación: Por lo tanto eliminen toda mentira; Si se enojan no pequen, fuera la ira; El que robaba no robe más; no salga de sus bocas ninguna palabra ofensiva; no entristezcan al Espíritu Santo; Eviten toda amargura, pasión, enojo, gritos, insultos y cualquier tipo de maldad. Fuera la inmoralidad sexual, y cualquier forma de impureza y codicia; obscenidades, las estupideces y groserías (Efesios  4, 25- 5, 5)

1.          Cultivar el barbecho del corazón. 

Sentimientos de lujuria, de envidia, de odio, de egoísmo… todo eso y más es la escoria que no me han permitido amar a los pobres, a las mujeres, amar al otro como Cristo los ama. Creo que con la luz del Espíritu he llegado a descubrir que viviendo “en la carne” nunca lo lograré.  La experiencia me lleva a apropiarme de las palabras de Jeremías: “Preparen los campos y no siembren cardos. Circuncídense para el Señor, quiten el prepucio de sus corazones” (Jer 4, 3- 4) Lo que se “siembra es lo que se cosecha” (Gál 6, 7) es ley, de la vida y es palabra de Dios. El cultivo del corazón pide, exige arrancar toda planta que el Padre de las luces no haya plantado: arrancar, echar fuera y quemar.

Miremos los campos sin cultivar que se llenan de cardos, maleza y otras malas hierbas. Cuando viene la temporada de lluvia y la época de la siembra, el campesino desmonta su tierra, apila los cardos y los espinos y les prende fuego. Nosotros tenemos que hacer lo mismo con el campo de nuestro corazón, remover el mal y con el fuego del Espíritu destruir todo aquello que no permite el crecimiento del Reino en nuestros corazones “Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios” (Mt 5, 8) La pureza del corazón nos capacita para toda obra buena.

Destruir el pecado, es destruir la enemistad entre nosotros los hombres como entre las naciones y las barreras que nos separan de Dios. Esto solo puede ser posible con la ayuda de la Gracia. Cuando el Espíritu Santo venga… (Jn 16, 8- 13) Dios me da la luz para que yo reconozca mis tinieblas, me lleva a un juicio donde Satanás es echado fuera y me conduce por los caminos de Dios. Separarse de las tinieblas es salir de la casa del pecado en la cual Satanás es rey y señor, para  entrar al reino de la “Luz”; es cambiar de dueño, de padre y de hogar: ser hombre nuevo, casa de Dios y sacramento de su amor.

2.          Hagamos algunas  hogueras.

Con algunas de las listas de pecados que nos presenta la Sagrada Escritura podemos descubrir los que llevamos dentro:

V  Romanos 1, 29 -31. Hombres…Llenos de toda injusticia: perversidad, codicia, maldad, envidia, homicidios, contiendas, engaños, malignidad, chismosos, detractores, enemigos de Dios, ultrajadores, altaneros, fanfarrones, ingeniosos para el mal, rebeldes a sus padres, insensatos, desleales, desamorados, despiadados.

V  Efesios  4, 25- 5, 5. Por lo tanto eliminen toda mentira; Si se enojan no pequen, fuera la ira; El que robaba no robe más; no salga de sus bocas ninguna palabra ofensiva; no entristezcan al Espíritu Santo; Eviten toda amargura, pasión, enojo, gritos, insultos y cualquier tipo de maldad. Fuera la inmoralidad sexual, y cualquier forma de impureza y codicia; obscenidades, las estupideces y groserías.

V  Colosenses 3, 5-9. Por tanto hagan morir en ustedes todo lo terrenal: inmoralidad sexual, la impureza, la pasión desordenada, los malos deseos, la avaricia; enojos, maldad, insultos y palabras indecentes.

V  2 Timoteo 3,1- 5. Ten presente que en los últimos días sobre vendrán momentos difíciles, los hombres serán: egoístas, avaros, fanfarrones, rebeldes, ingratos irreligiosos, desnaturalizados, implacables, calumniadores, disolutos, despiadados, enemigos del bien, traidores, temerarios, infatuados, amantes de los placeres, impíos y enemigos de la religión.

V  Romanos 1, 32 “…Los cuales aunque conocedores del veredicto de Dios que declara dignos de muerte a los que tales cosas practican, no solamente practican, sino que aprueban a los que las cometen”.

V  1 de Pedro 2, 1. ”Por lo tanto, despójense de toda clase de maldad, engaño, hipocresía, envidia y de toda clase de chismes”.


V  Apocalipsis 2, 7 “Busquemos el encuentro con Cristo, lavemos nuestros corazones en la fuente de su Misericordia, pidamos perdón por nuestros pecados y comencemos a comer de los frutos del Espíritu que son frutos del Árbol de la vida”.

3.          El camino que nos lleva al amor fraterno.

“Acepten mi yugo que es suave y ligero y aprendan de mi que soy manso y humilde de corazón" (cfr Mt 11, 29- 30) Aceptar el yugo de Jesús es unirse a Él para caminar con él, trabajar a su lado; compartir la vida con él, sufrir y padecer con él para también vivir y reinar con él. Sólo a su lado y compartiendo su yugo podemos aprender a ser como él: mansos y humildes de corazón. Es el camino para llegar a ser amables, generosos, serviciales con todos, especialmente con los de casa, la familia, la comunidad…también con los extraños y enemigos…Busquemos la guía que nos presenta la Sagrada Escritura:

V  “Sed más bien buenos entre vosotros, entrañables, perdonándoos mutuamente como os perdonó Dios en Cristo” (Ef. 4, 32)

V  “Revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador, donde no hay griego, y judío, circuncisión e incircuncisión; bárbaro, escita, esclavo, libre, sino que Cristo es todo y en todos” (Col 3, 10, 11)

V  “Revestíos pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, mansedumbre, paciencia, soportándoos mutuamente unos a otros, y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro…Y sean agradecidos” (Col 3, 12- 15)

V  “Alégrense en la esperanza… solidarios con los consagrados en sus necesidades…Bendigan a los que los persigan… Alégrense con los que están alegres… Vivan en armonía… No busquen grandezas. A nadie devuelvan mal por mal… No hagan justicia por ustedes mismos.   No te dejes vencer por el mal, por el contrario vence al mal haciendo el bien” (Romanos 12. 12- 21).

V  “Comprendan al que es débil en la fe sin discutir sus razonamientos. Uno tiene fe y come de todo; otro es débil, y come verduras.” (Romanos 14, 1).

V  “Dejemos de juzgarnos mutuamente. Procuren más bien no provocar el tropiezo o la caída del hermano”. Busquemos lo que fomenta la paz mutua (Romanos 14, 13. 19).

V  “Nosotros los fuertes, tenemos que cargar con las flaquezas de los débiles y no buscar nuestra satisfacción. Que cada uno trate de agradar a su prójimo para el bien y la edificación común” (Romanos 15, 1-2)

V  “El Dios de la paciencia y del consuelo les conceda tener los mismos sentimientos los unos para con los otros los sentimientos de Cristo Jesús, de modo, que con un solo corazón y una sola voz, glorifiquen a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 15, 5).

V  Terminamos nuestra reflexión con la “Regla de oro” del cristiano: “Traten a los demás como quieren que los demás los traten. En esto consiste la ley y los profetas” (Mt 7,12).

4.           Digamos que el fruto de la fe.

El fruto de la fe responde por excelencia al deseo de Dios de tener una familia en la que todos seamos sus hijos, y unidos, formemos una fraternidad solidaria, servidora y misionera, en la que nadie viva para sí mismo; en donde todo se ponga en común. El libro de los hechos nos menciona que todos participaban con alegría de la comunión, es decir, todos ponían al servicio de los demás sus bienes para que nadie pasara necesidades. “Compartían el pan con alegría” (Hech 2, 42ss) es darse, entregarse y compartirse con los demás al estilo de Jesús que nos dejó su hermoso legado: “Hagan esto en conmemoración mía”. Es la puesta en práctica del Mandamiento Regio: Ámense unos a los otros como yo los he amado” Mandamiento que se pone en práctica “lavándose los pies unos a los otros” en donación, entrega y servicio (Jn 13, 13. 34- 35).












4.               La Libertad al servicio de la Caridad

Objetivo: Mostrar la realidad existente donde se habla de muchas libertades cuando en realidad existen muy pocos hombres libres, para enseñar al hombre el camino de la libertad interior: del amor y del servicio.
Iluminación: Jesús dijo a los judíos que habían creído en Él: “Si permanecéis fieles a mi Palabra, seréis mis discípulos, conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres (Jn 8, 31-2).
1.          La libertad al servicio de la caridad.

La libertad es el poder, radicado en la razón y en la voluntad, de obrar o de no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar, de tal manera acciones deliberadas Catic 1731) La libertad hace al hombre responsable de sus actos en la medida que estos sean voluntarios (Catic 1734)
La libertad cristiana es una libertad que brinda nuevos vínculos interpersonales. (Rm 6, 16- 23) El hombre nuevo es libre, amable, generoso y servicial. Puede relacionarse con todos, su paz interior no depende del afuera, es decir, no depende de otros, como tampoco, depende del pasado o de las circunstancias que lo rodean. Puede estar rodeado de elementos extraños y adversos, pero en su interior mantiene la paz y la alegría de saberse hijo de Dios, hermanos de los demás y ciudadano del Reino.

Donde no hay caridad no hay libertad; donde no hay libertad no hay hombre. Sólo los hombres libres son capaces de amar. El amor es servicio, es lavar pies, es compartir. Un corazón lleno de apegos, de desorden, de impurezas, está falto de lealtad, honestidad, sinceridad, pero, por lo mismo, está atrofiado, estéril, vacío de toda libertad. Muchos de los comportamientos de algunos hombres, más que de hombres, parecieran de animales.

2.           ¿Qué es la libertad interior?

Es la libertad del corazón. Es la fuerza para salir de sí mismo para ir al encuentro del pobre o de cualquier persona en su situación concreta. El hombre es libre cuando hace las cosas con amor y alegría de manera espontánea, sin tantos pujidos y sin tantos esfuerzos. La libertad interior nos hace ser desprendidos, humildes y puros de corazón; compasivos y misericordiosos con la disponibilidad para amar a Dios y al prójimo; con la capacidad de servir a los demás y la capacidad de morir al egoísmo.

3.          Libertad y conciencia de la dignidad humana.

Son dos cosas correlativas, no se oponen una con la otra. Soy libre cuando me trato como un fin en sí mismo. Pero, además, he de tratar a los otros como seres dignos y valiosos, importantes y amados. Los otros son una posibilidad de vivir en libertad. Lo anterior implica tener una nueva mirada; una nueva manera de pensarse y de pensar a los demás; aceptarse, valorarse y amarse como Dios lo hace con cada uno de nosotros.
La dignidad del hombre, creado a “imagen y semejanza de Dios” (Gén 1, 26-27), ultrajada y despreciada por las múltiples opresiones culturales, políticas, raciales, sociales y económicas, constituye uno de las más grandes desafíos, para la Iglesia y los gobiernos actuales. Existe una poderosa aspiración en los hombres y mujeres a que se les reconozca su dignidad de personas, esta aspiración es también, aspiración a una vida justa, fraterna y pacífica en la que cada uno encuentre el respeto y el desarrollo de su vida espiritual y material. El hombre no fue creado por Dios para vivir en la miseria, que más bien es una violación intolerable a su dignidad humana.

4.           La libertad y la dignidad humana.

Cada ser humano tiene el derecho a tener los bienes necesarios para vivir con dignidad, como  personas, iguales en dignidad. Vemos la gran brecha entre ricos y pobres, brecha cada vez más ancha y más profunda; vemos la ausencia de igualdades  y la falta de solidaridad; vemos el derroche consumista de muchos frente a la situación de muchos pobres que no tienen lo mínimo para vivir dignamente; vemos a muchos, hombres y mujeres que pierden sus empleos, por el solo hecho de pensar distinto a quienes están en el gobierno; vemos un sentido de frustración cada vez más marcado en hombres y mujeres de nuestros días que no encuentran el camino o los medios para responder a las exigencia de la vida; personas marginadas y excluidas de la ciencia y de la técnica.

Si a lo anterior añadimos el creciente número de adicciones, fuente de pobreza para muchos y de riqueza para unos pocos, de familias destruidas, ancianos abandonados, niños de la calle, prostitución de niños, jóvenes y adultos, hemos de decir que todo esto y más, es manifestación de una sociedad enferma, masificada y masificadora, oprimida y opresora.

Frente a esta realidad tenemos el desafío de trabajar en la liberación del hombre para sacarlo de las múltiples formas de miseria en la que se encuentran muchos seres humanos a nuestro alrededor. Lo primero sería el preguntarnos: ¿De qué formas de opresión tendríamos que liberarnos nosotros mismos? ¿Qué tenemos que los demás necesitan? ¿Qué podemos hacer por ellos? ¿Qué valores o virtudes necesitamos para servir a los más pobres? ¿Cuáles son las armas que necesitamos para combatir, no sólo la pobreza, sino y sobre todo, la miseria humana que es mucho más grave?

5.           Jesús, el hombre libre, sede de toda libertad.
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Un modelo y ejemplo lo tenemos en Jesús que todo lo que hizo lo hizo por compasión y sin compasión no hizo nada. En su trato con mujeres enfermas, marginadas y oprimidas derrochó compasión, misericordia y solidaridad (Mc 1, 29s; Mc 4, 21s; Lc 7,24s; Jn 8, 1ss). Se dejó amar y amó a los más desposeídos de la sociedad: pobres, leprosos, ricos y poderosos. (Mc 1, 40s; Mc 6,35s; Lc 19,s) Su Mandamiento es: “Denle ustedes de comer” (Mc 6, 37) Compartir el pan, es compartir, no sólo lo material, sino todo aquello que hace referencia a la realización humana: valores, desde los creativos, hasta los intelectuales y morales. Es dar el tiempo para ayudarlos a liberarse de los obstáculos que impidan su realización y prestarles los medios que necesitan para ponerse de pie y caminar con dignidad. Esto nos pide ser portadores de una buena porción de libertad, solidaridad, compasión, generosidad y amor a todos, especialmente, a los menos favorecidos. Jesucristo no salvó al mundo con palabras bonitas, sino con su donación, entrega y servicio, hasta las últimas consecuencias: la entrega de su vida en la cruz.

6.          ¿Qué significa ser hombre?

Si el Señor Jesús nos amó hasta la muerte, surge una pregunta: ¿Qué significa ser hombre? El hombre es un “alguien”, no es una cosa. Un alguien amado por Dios y pensado por él desde antes de la creación del mundo. (Ef 1, 4) Su grandeza está en “ser imagen y semejanza de su Creador”. Ser hombre significa pertenecerse a sí mismo de una manera intransferible. El ser humano tiene que vivir en continuo proceso de liberación, para que pueda lograr su meta: ser persona, ya que la libertad es una actitud moral de la persona y a la misma vez, es un bien para la sociedad.
En cuanto persona, el hombre es un ser original, responsable, libre y capaz de amar. La libertad como toda otra virtud debe de ser amada en sí misma. Quien no ame la libertad no merece ser libre. Al mismo tiempo quienes aman la libertad y entregan sus fuerzas y se gastan en conseguirla, han logrado alcanzar las metas más sublimes y ver los más hermosos frutos en sus vidas.









5.                       Los Mandamientos de la Ley de Dios

Los Mandamientos de la Ley de Dios vistos como exigencia mínima para permanecer en el amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús. Su finalidad es el amor y el servicio a Dios y al prójimo.
Objetivo. Mostar la importancia de guardar los Mandamientos de Dios de parte, especialmente, de los que nos llamamos cristianos, como un acto de justicia a Dios y a los hombres, para que podamos apropiarnos de la “lluvia de bendiciones” que Dios derrama sobre la Iglesia y la Humanidad.
Iluminación. “Los que temen al Señor no desobedecen sus palabras, los que le aman guardan sus caminos. Los que le temen al Señor buscan su agrado, los que le aman quedan llenos de su Ley”  (Eclo. 2, 15- 16).
1.         La finalidad de los Mandamientos.

En el interior de todo ser humano Dios ha puesto como en una cajita dos principios fundamentales para la moral cristiana: “No hagas cosas malas y haz cosas buenas”. “Rechaza el mal y haz el bien”. Los diez Mandamientos están grabadas por Dios en el interior de cada ser humano (Catic 2072). El “decálogo” o Las “diez palabras”, resumen y proclaman la Ley de Dios y contienen las cláusulas de la Alianza establecida entre Dios y su Pueblo (Ex 31, 18). Por lo tanto pertenecen a la revelación que Dios hace de sí mismo, de su gloria y de su santa voluntad.

Las diez palabras son el don de Dios, no sólo a su Pueblo, sino también a toda la humanidad. Dios entrega los Mandamientos a su Pueblo después de que ha hecho Alianza con él, para expresar que al amor primero, el Pueblo debe dar una respuesta amorosa a Dios como amigo y como padre y al prójimo con respeto y dignidad.

Cuando se administra el sacramento del Bautismo se hacen las Promesas bautismales: “Renunciar al mal y la adhesión a las verdades de nuestra fe. Los Mandamientos del Señor,  expresan los deberes fundamentales del hombre hacia Dios y hacia su prójimo; son inmutables, valen siempre y en todas partes; no son una carga cuando se les ha encontrado el sentido y la finalidad que Dios les dio para nuestro bien y el de toda la Humanidad: El amor a Dios y el servicio a los hermanos. San Juan nos dice: Todo el que guarda sus Mandamientos conoce a Dios (1 de Jn 3, 24), ha nacido de Dios (1 Jn 4, 7), permanece en Él, y le pertenece a Dios. (1Jn 4, 12). Para Juan, el Apóstol, el amor es el fundamento de la comunidad fraterna. Dios es Amor y todo el que ama es de Dios.
2.         Las dimensiones del Amor.

Los Mandamientos son inseparables de la Alianza que por amor, Dios hace con su Pueblo en el monte Horeb, la montaña santa. A la luz de la Sagrada Escritura la Alianza es amor de Dios a los hombres que libera de la esclavitud de Egipto. Alianza es amor de los hombres a Dios y amor entre ellos. Quebrantar uno de los Mandamientos es dejar de ser fieles a la Alianza, que es comunión con Dios y entre los hombres; es violar  los derechos de Dios y los derechos del hombre.

 San Agustín hablaba de cuatro dimensiones: Una hacia arriba: amar a Dios con todo el corazón, con toda la mente y con todas las fuerzas; la segunda dimensión apunta hacia abajo, es decir amar la creación que Dios creó para que fuera el lugar donde habitaran los hombres; la tercera dimensión es el amor hacia fuera es decir, el amor a los hermanos (cfr Mt 22, 34ss); la cuarta dimensión es el amor hacia dentro, es decir, amarse a uno mismo. De las cuatro sólo dos son Mandamientos: Amar a Dios y amar al  prójimo. El Decálogo forma una unidad orgánica en la que cada “mandamiento” remite a todo el conjunto (Catic 2079). Trasgredir un mandamiento es quebrantar toda la Ley. Esto sólo será posible con la ayuda de Dios  cuando inflama nuestro corazón con el fuego de su Espíritu para que pensemos y actuemos según la voluntad de Dios. El Salmista nos dice: “Ten confianza en Yahveh y obra el bien, vive en la tierra y crece en paz, ten tus delicias en Yahveh y te dará lo que pida tu corazón” (Sal 37 (36).

3.         Jesús y los Mandamientos del Padre.

“No he venido a abolir la Ley ni a los Profetas. No he venido a abolir, sino a darles cumplimiento” (Mt 5, 17). Hablar de los Mandamientos del Padre de los Cielos es hablar de su voluntad, santa y bendita. Lo primero es: “Que creamos en el que Dios ha enviado, su Hijo Jesucristo” (cfr  Jn 3, 16; 6, 39) y “que nos amemos unos a los otros” (cfr 1 de Jn 3, 22). Para el Apóstol Pablo creer en Jesucristo implica aceptarlo, obedecerlo y amarlo. Estas son realidades inseparables, y a la misma vez son manifestaciones de una fe sincera (Gál. 5, 6; 1 Tim 1, 5). Ayudados por la Gracia de Dios es posible guardar los Mandamientos. Con la Gracia de Dios y nuestra cooperación trabajamos en la unidad entre inteligencia y voluntad, lo que las une es el amor. Cultivar una voluntad, firme, férrea y fuerte para amar a Dios y al prójimo es tarea para toda la vida. El punto de partida es amarse a uno mismo. Lo contrario es el divorcio entre fe y vida, y como resultado son nuestros comportamientos, neuróticos y hasta esquizofrénicos. Manifestación de que existen personas descompuestas en proceso de deshumanización o despersonalización.

Creer en Jesús quiere decir amar a Dios y a los hermanos. Esto es  la voluntad de Dios por excelencia: Fe en Jesucristo y amor para los que pertenecen a su Pueblo, son las dos exigencias fundamentales que el apóstol Pablo pide a los Efesios y a los Colosenses para que se hagan acreedores de las bendiciones espirituales que él pide para la Iglesia (Ef 1, 15; Col 1, 4). En la primera carta de Juan encontramos la inseparabilidad que hay entre fe y amor: “Su mandato es que creamos en su Hijo, Jesucristo, y nos amemos los unos a los otros, conforme al precepto que Dios nos dio” (1 de Jn 3, 22). Creer en Jesucristo y a amar a Dios y a los hermanos encierran toda la “obediencia de la fe” que llegada “ésta a su madurez es caridad” (Gál 5, 6).

4.           Los Mandamientos y los Derechos Humanos.

Los Derechos humanos son los Mandamientos de Dios dichos en forma negativa. El Derecho dice: todo ser humano tiene derecho a la vida, el mandamiento dice: no matarás; el derecho dice: todo ser humano tiene derecho a tener una familia, el Mandamiento dice: no desearás la mujer de tu prójimo y no cometerás adulterio; el derecho dice: todo ser humano tiene el derecho a tener lo necesario para vivir con dignidad, el Mandamiento dice: no robarás.

Los padres, los esposos  y los hijos tienen todos, el derecho a la intimidad, a la privacidad, al mutuo reconocimiento y al mutuo respeto, el Mandamiento dice: honra a tu padre y a tu madre. Este mandamiento hace referencia a toda la familia: los esposos deben honrarse y respetarse, los padres deben honrar y respetar a sus hijos y estos deben honrar y respetar a sus padres. Cuando el padre o la madre abandonan el hogar están violando los derechos de los hijos. Cuando el padre no es responsable con el sustento de sus hijos, está violando sus derechos, y lo mismo, hace todo hombre que engendra hijos fuera de su hogar, es un violador ya que todo ser humano tiene el derecho a nacer dentro de una familia. Lo mismo los derechos humanos son violados cuando no se reconoce la “dignidad de las personas”, se les ignora, se les instrumentaliza o se les desecha. Dios se declara en defensa de la persona y de sus derechos al recordarnos la unidad indisoluble que existe entre Mandamientos y Derechos humanos ya que ambos tienen la misma fuente: Dios mismo: “Tuve hambre, tuve sed, estuve desnudo, preso y enfermo” y me diste de comer, de beber, me vestiste, me visitaste y fuiste a verme” (Cfr Mt 25ss)

5.         Velar por los Derechos de los pobres.

Pensemos en los derechos fundamentales de toda persona: el derecho a la vida, a la comida, al vestido, a la medicina, a la vivienda… Dios se levanta por los derechos de los pobres y dice a sus amigos: “Dadles vosotros de comer” (Mc 6, 34). Velar por los derechos de la viuda, del huérfano, del extranjero nos lleva a compartir el pan, la casa y el tiempo con ellos. Para la Biblia no basta con saber lo que es bueno o es malo, se debe hacer lo bueno y rechazar lo malo. Por lo anterior podemos afirmar que guardar los Mandamientos y velar por los Derechos humanos caminan de la mano, hacen referencia a una misma realidad: practicar la voluntad de Dios.

En la enseñanza de Jesús, en el Evangelio de san Juan, encontramos una referencia a dos tipos de mandamientos: Los de Dios y los del Diablo: “Vosotros hacéis las obras de vuestro Padre; vosotros sois hijos del Diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre” (Jn 8, 41. 44). No olvidemos que en la enseñanza de Jesús encontramos esta lapidaria verdad: “Todo el que peca tiene por padre al diablo” (Jn 8, 34- 44).

En cambio el que es de Dios escucha las Palabras de Dios (Jn 8, 47). Cuando las pone en práctica honra y da gloria al Señor y hace el bien a su prójimo, dando así,  fruto de vida eterna y configurándose como discípulo de Jesús, el Señor (Jn 15, 8).

Unos son los criterios cristianos y otros son los criterios mundanos; mientras que Jesús dice: “Ámense como yo los he amado” (Jn 6, 34) El mundo dice: sed poderosos y ricos (cfr 1 Jn 2, 15). Con razón el profeta Isaías nos dejo dicho: “Vuestros criterios no son mis criterios; vuestros pensamientos no son mis pensamientos y vuestros caminos no son mis caminos” (cfr Is 55, 9-10). La diferencia es impensable. No pensamos como Dios; como tampoco nos miramos, aceptamos y valoramos como Dios nos mira, nos acepta y nos valora…

6.         La Obediencia al Señor: condición para salvarse.

Para el Señor Jesús la obediencia a los Mandamientos de Dios es una condición para que podamos ver las manifestaciones de Dios en nuestra vida y para que Dios habite por la fe en nuestros corazones (cfr Jn 14, 21. 23; Ef 3, 17). Hay en el Evangelio de Juan dos textos que así lo demuestran: “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre y llevar a cabo su obra” (Jn 4, 34) y “Pero ha de saber el mundo que yo amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado” (Jn 14, 31). Jesús tiene plena confianza en su Padre porque él siempre hace lo que a Dios le agrada. En el mismo Evangelio de san Juan, Jesús nos indica el camino para permanecer en su amor: “Si guardáis mis mandamientos como yo guardo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15, 10).

Pero es la oración del huerto de Getsemaní donde queda mejor establecida la obediencia de Cristo a su querido Padre del Cielo: “Padre, si quieres aleja de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc  22, 42). Para san Pablo la obediencia de Cristo al Padre está en la base de nuestra salvación: “Se anonadó, se humilló a sí mismo, se hizo obediente hasta la muerte de cruz, por eso Dios lo resucitó y le concedió el Nombre que está sobre todo nombre” (cfr Flp 2, 6-11).

Para Mateo la obediencia al Padre es la exigencia fundamental para que los hombres entremos en la “Casa de Dios”: “No todo el que me dice señor, señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre celestial” (Mt 7, 21). San Lucas nos ilustra esta verdad al decirnos: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo os digo”? (Lc 6, 46). Ahora bien la voluntad del Padre está manifiesta en sus Mandamientos, ya  que estos son Palabras santas de Dios que Él reveló a su pueblo en la montaña santa. Las escribió con su Dedo (Ex 31, 9. 24). El Decálogo es un camino de vida: “Si amas a Dios, si sigues sus caminos y guardas sus mandamientos sus preceptos y sus normas, vivirás y te multiplicarás (Ex 30, 16). No basta con decir que se acepta la voluntad de Dios, nos hemos de someter a ella libre, consiente y voluntariamente que este sea el sacrificio de nuestro culto espiritual.

Lo mínimo que se le puede pedir a un creyente que quiera vivir a la luz de las virtudes teologales es que guarde los Mandamientos de la Ley santa de Dios. Quien los conoce y pone en práctica, ese es el que realmente conoce a Dios, lo ama y lo sirve. Quien no lo hace se engaña a sí mismo y la verdad no está en él.



6.       Para vivir las virtudes teologales.

Descubrir el cómo vivir la integridad que nos pide la “Vida en Cristo” para que sea grata y agradable al Señor, nuestro Dios, mediante el cultivo de actitudes, acciones, manifestaciones y comportamientos, tanto a nivel personal como comunitario.

1.          ¿Qué es lo que realmente nos pide el vivir las Virtudes Teologales?
¿Cuáles son las manifestaciones de la Fe, la Esperanza y la Caridad como respuesta a la acción de Dios manifestada en Cristo y actualizada en nuestra vida por la acción del Espíritu Santo? ¿Qué es lo que Dios, en su infinito amor, nos propone para que lo podamos conocer, amar y servir en esta vida?
2.          Lo que se pide es la fidelidad.
“De un administrador lo que se pide es que sea fiel”  (1Cor 4,2) qué hermoso será aquél día escuchar las palabras de Jesús: “Ven, siervo bueno y fiel a participar de la alegría de tu Señor” (cfr Mt 25, 34) “Ven siervo bueno y fiel a participar del Reino que mi Padre os tiene reservado desde antes de la creación del mundo” (cfr Mt 25, 23) “Ven siervo bueno y fiel a participar de la Herencia que comparto contigo”  (cfr Rom 8, 15-17). La fidelidad pertenece al ámbito de la fe, es la fuerza de la esperanza y encuentra su coronamiento en la práctica de la caridad. Fidelidad que pide la armonía que debe existir en la integración existencial de las tres virtudes teologales.
3.          Lo que se pide es obediencia a la Palabra de Cristo.
Para Pablo, el Apóstol y Siervo de Jesucristo, la fe, consiste sobre todo en la “obediencia de la fe”. Salvados por la gracia de Dios manifestada en Jesucristo, Salvador, Redentor de la Humanidad, Señor de la Historia. Para Pablo Cristo es Paz, Esperanza, Sabiduría, Salvación y Redención (1 Cor 1,30). Sólo en su Nombre hay salvación (Hech 4, 12). En Cristo todos somos uno; somos hijos de Dios, hermanos de los hombres y llamados a servir a los demás (cfr Jn 13, 13). Para el Apóstol somos benditos en Cristo. Elegidos desde la eternidad en él; destinados a ser hijos de Dios por Jesucristo; redimidos en virtud de su sangre; poseídos en Cristo por el Espíritu Santo para ser alabanza de la gloria de Dios (Ef 1, 3- 10).

4.          Lo que se pide es responder al Amor entregado de Dios.
Para Pablo, la fidelidad a Cristo, será la respuesta generosa que le demos al Evangelio de Jesucristo; como siervos estamos llamados a pertenecerle y a ser dóciles al Espíritu Santo (Gál 5, 24- 25) que guía a los hijos de Dios (Rom 8, 14). Conducidos a tomar posesión de la Esperanza que nos da su llamamiento (Ef 1, 18). Nuestra Esperanza es el mismo Dios, que se nos revela en Jesucristo como amor, verdad, vida, luz y fuerza poderosa para que realicemos el Plan de Salvación: Ya desde aquí y ahora, gracias a la Fe, podemos conocer, amar y servir en esta vida, para ser alabanza de la gloria de Dios, teniendo presente “El ya, pero, todavía no”. El aquí, está lleno de esperanza, sello de una fe auténtica; esperanza que orienta nuestra vida hacia la caridad; esta experiencia, ilumina nuestra vida cristiana como don y tarea. El Paraíso sigue siendo don y conquista.
Para Pablo, entonces, el corazón del hombre, se convierte en campo de batalla, en la que todo cristiano está llamado a ser protagonista y, no siempre espectador, en la lucha contra el mal. Tanto en la vida como en la lucha, para el cristiano, la victoria sobre el mal y los frutos de la fe a los que Pablo llama frutos del Espíritu (Gál 5, 22), son garantizados por la calidad de la confianza y de la esperanza que se ponga en Cristo: “Yo sé en quien he puesto mi esperanza, no quedaré defraudado” (1 Tim 1, 22).

5.          Lo que se pide es la práctica de las Virtudes Cristianas.
Para Pablo, las virtudes teologales son inseparables y son verdaderas armas en la lucha contra el mal, de la unidad de las tres: fe, esperanza y caridad, dependerá la victoria y los frutos de la vida espiritual. Para el Apóstol, el amor a Cristo y al prójimo, sólo se dará en la medida que tengamos un corazón limpio, una fe sincera y una conciencia recta (1Tim 1, 5). La fidelidad a Cristo, garantiza la armonía de las tres: ser hombres nuevos en Cristo (Ef 4, 22ss); hombres capaces de conocer, amar y obedecer la voluntad de Dios, manifestada en Cristo, para llevar una vida digna del Señor; llena de frutos buenos (Gál 5, 22); creciendo en toda obra buena; fortalecidos en Cristo; llenos de alegría y dando siempre gracias a Dios (Col 1, 9- 12).

6.          Lo que se pide es guardar los Mandamientos.

Para el Apóstol san Juan, la fidelidad a  la obediencia de la fe se manifiesta en el amor a Jesucristo, manifestación del amor de Dios (Jn 3, 16-17). Fidelidad que garantiza la comunión y amistad con Dios; en la guarda de los Mandamientos y de sus Palabras, el cristiano se convierte en una Manifestación de Dios y en Casa del Dios uno y trino (Jn 14, 21-23). Para el discípulo del Amor, la fe es comunión con Dios en Jesucristo, sin él, la fe es estéril, todo es inútil. Jesús invita a ser hombres de esperanza: “Permanezcan en mi amor para que puedan dar gloria a mi Padre”. Palabras llenas de esperanza: “Si ustedes guardan mis Mandamientos permanecen en mi amor como yo permanezco en el amor de mi Padre” (Jn 15, 1-10).
Tanto para Pablo como para Juan, Jesucristo es Señor y Mesías por su obediencia al Padre (Flp 2, 6-11; Jn 14, 31) Las palabras de María en san Juan integran las tres virtudes teologales: “Hagan lo que él, les diga”. Obedezcan, esperen y amen, al único que les pueda dar vida eterna, Jesús, el Hijo de Dios. Creer sin amar, es engañarse a sí mismo; pero amar, sin esperar, lleva a la fe a la frustración. Esto lo comprendo mejor,  cuando los dones de Dios se entienden como realidades  que piden una respuesta. Dios nos da sus dones como semillas que deben ser cultivados, hay que esperar su crecimiento y su madurez, como don y respuesta. Teniendo presente las palabras del Apóstol: “El que poco siembra, poco cosecha; el que mucho siembra, mucho cosecha (2 Cor 9, 6). Podemos decir, teniendo presente la pedagogía de la Biblia, “el que nada siembra, nada cosecha”. Con Palabras de Pablo: “El que no trabaje que no coma” (2 Tes 3, 10).

7.          Lo que se pide es que se anuncie la fe.

Es el mandamiento de Jesús a sus discípulos: Todo poder se me ha dado en el cielo como en la tierra: Vayan y anuncien a todo el mundo, todo lo que yo les he enseñado, todo el que crea y se bautice se salvará” “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (cfr Mt 28, 20ss: Mc 16, 15ss). Pablo, el Misionero de Tarso,  exhorta a Timoteo: Hijo mío mantente firme en la gracia de Cristo Jesús; y cuanto me has oído en presencia de muchos testigos confíalo a hombres fieles, que sean capaces, a su vez de instruir a otros (2Tim 2, 1-2).
El grito misionero del Apóstol: “Hay de mí si no evangelizara, si no predico el Evangelio”. Predicarlo gratuitamente, renunciando al derecho  que confiere su predicación. (cfr 1 Cor 9, 17 ss). El apóstol Pedro exhorta con la firmeza y la autoridad que le da el haber sido elegido para ser Heraldo, Mensajero y Apóstol de la Buena Nueva diciendo: “por tal motivo, estaré siempre recordándoos estas cosas, aunque ya las sepáis y os mantengáis firmes en la verdad que poseéis (2 Pe 1, 12).

8.          Lo que se pide es dar testimonio de la fe.

Somos discípulos de Jesús en la misma medida que seamos sus testigos. Testigos del Crucificado- Resucitado, para poder ser “alabanza de la gloria de Dios”. Testigo es aquel que ha padecido la “acción del Espíritu Santo”; aquel que por Cristo, es capaz de negarse a sí mismo, para dar vida; testigo es aquel que con la fuerza del Espíritu acepta, reconoce y proclama a Jesús como Señor de su visa y de su historia (cfr Hech 1, 5-8). Testigo significa mártir. Dar la vida por Cristo y por el Reino implica a toda la persona: mente, voluntad, corazón, imaginación y memoria.
De la Mano de María, Figura, Madre y Modelo de la Iglesia, nos proponemos hablar de lo que creemos. La primera creyente, discípula y primera evangelizadora nos ha legado su Evangelio, aunque breve, resume en sí toda la Biblia: “Haced lo que él os diga” (Jn 2, 5) para que sean sus amigos, sus discípulos y sus mensajeros; para que llevemos una vida plena, fértil, llena de frutos que deben ser puestos al servicio del bien común. Pedimos con sencillez a la Madre que interceda ante su Hijo, el Verbo del Padre,  para que hoy tengamos el “Vino del Consuelo y el aceite de la Esperanza y del Amor”.

Pbro Uriel Medina Romero





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