EL KERYGMA, PRIMER ANUNCIO APOSTÓLICO






“SEÑOR JESÚS, QUEDATE CON NOSOTROS”.

(Primera parte)






Después de mi Encuentro con Cristo ha nacido en mi el deseo de ayudar a volver a todos los hijos pródigos a los brazos misericordiosos del Padre, y vivir la experiencia de sentirse amados, perdonados, reconciliados, santificados y revestidos de Jesucristo, el Hombre Nuevo, es el propósito que tuve al escribir este folleto para todos aquellos que busquen el Encuentro amoroso con el Padre de toda misericordia que se nos ha revelado en Cristo Jesús, nuestro Salvador, Maestro y Señor.

Prólogo

El Mensaje que salva.
Querido lector, querida lectora, nuestra fe cristiana nos enseña que el Dios de Israel nos ha enviado un poderoso Salvador; el Señor en Persona ha venido a visitar y redimir a su Pueblo. (cfr Lc 1, 68) San Juan en el prólogo de su Evangelio nos dice: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.” (Jn 1, 14) Jesús es el “Dios que se hizo hombre para amarnos con un corazón de hombre”. Hombre como nosotros, igual en todo menos en el pecado. “Vino a los suyos, y ellos no lo recibieron” (Jn 1, 11).

Queremos presentarte el Mensaje que hoy conocemos como el Kerygma, que los Apóstoles anunciaban en forma de cuento, con sencillez, claridad y valentía: “Escuchad Israelitas”, dice el Apóstol Pedro en día de Pentecostés. Dios irrumpe con Poder en todos los que lo escuchan con atención, con disponibilidad y con sencillez. El  Mensaje es la semilla de la Fe. Su contenido es la persona de Jesús, el Cristo, y de sus acontecimientos salvíficos: su vida, su predicación, milagros y exorcismos,  su muerte y su resurrección, su ascensión al Cielo y el don del Espíritu Santo a su Iglesia.

Jesús de Nazaret, un hombre aprobado por Dios con signos y señales, (Hech 2, 22); recorrió todos los caminos de Galilea anunciado el Reino de Dios, curando a los enfermos, hizo caminar a los cojos, ver a los ciegos, abrió los oídos de los sordos e hizo hablar a los mudos; abrazó  y limpió a los leprosos, liberó a los oprimidos. (Lc 7,21) Dio de comer a los hambrientos y de beber a los sedientos. “Se pasó la vida haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el Mal” (Hech 10, 38) Al final de sus días, sus enemigos le dieron muerte de cruz por medio de gente malvada (Hech 2, 23), pero, Dios lo liberó de las ataduras de la muerte y lo resucitó de entre los muertos (Hech 2,24); para sentarse a la “Derecha del Padre” y ser constituido como “Señor y Cristo”. (Hech 2,36) Jesús de Nazaret es el hombre que recibió el Espíritu Santo sin medida, ahora Cristo resucitado, es Aquel que da el Espíritu Santo a los que creen en su Nombre.

Este es el relato salvador, la primera predicación Apostólica. Mensaje que tiene que escucharse, creerse, vivirse y ser anunciado. Mensaje poderoso, capaz de cambiar la vida de grandes pecadores, de llenar los vacíos del corazón y encender a los hombres y mujeres con el Fuego del Amor  divino. Hombres y mujeres que se apasionen por el Reino de Dios y su Justicia.

Nuestro Lema: “Señor quédate con nosotros”  Nos dice el Evangelio de san Lucas que Cristo resucitado se acercó a dos de sus discípulos que se alejaban de Jerusalén para volver a su aldea de Emaús, a la vida de antes. En sus palabras había tristeza, dolor, amargura, fracaso. Tres años siguiendo a Jesús, su amado Maestro, todo fue inútil, todo se perdió, sus esperanzas de haber encontrado al Mesías, al Liberador de Israel. Jesús se hace el encontradizo y entra en conversación con ellos, les abre la mente y les explica las Escrituras, a los discípulos les arde el corazón, vuelve a ellos la esperanza y el deseo de Dios, por eso piden: “Señor quédate con nosotros porque atardece y el día ya ha declinado” El grito, la súplica  manifiesta el “deseo de Dios,” oculto y reprimido en muchos corazones.

Jesús entró para quedarse, se sentó a la mesa con ellos y lo reconocieron al partir el pan (Lc 24, 29). Se les había caído el velo, lo reconocen, su grito es unánime: Es el Señor. Pero, Él desaparece. Ellos salen corriendo a toda prisa, llenos de alegría regresan a Jerusalén para dar testimonio de la Resurrección de Cristo. De esa primera Misa, había nacido la Iglesia Misionera, La “Obra del Señor ha retomado su Camino.”

El Camino de Emaús es nuestra vida, ¿cuántas veces caminos derrotados y sin esperanza? Diciendo el Señor no me escucha, las cosas no salen como quisiéramos y sentimos el deseo de abandonar el Camino.  El Señor se nos acerca para darnos su Palabra.

Él sólo espera una pequeña oportunidad para entrar en nuestra “casa” porque ha venido para quedarse. Las palabras de la Biblia: “Yo estoy a la puerta y llamo, si alguno escucha mi voz y me abre la puerta entraré en su casa y comeré con él y él conmigo” (Apoc 3, 20) son tan actuales hoy como ayer, y lo serán siempre. El Kerygma tiene poder para actualizar en nuestra vida la “Esperanza Mesiánica”. Es Buena Nueva, es Mensaje de Salvación, es Palabra de Vida.
Pretendemos al dar el Kerygma sembrar, despertar y ayudar crecer en la fe en “Aquel que nos amó y se entregó a la muerte para alcanzarnos el perdón de los pecados y resucitó para nuestra justificación.” (Rm 4,25)

Pido a María, Madre y Maestra, la primera Evangelizadora, Señora del Sagrado Corazón, que por su intercesión, el Padre de la Gloria,  por los méritos de su Hijo dé a cada uno de Ustedes, la gracia del Espíritu Santo, el fuego de Dios. Espero en el Señor que este folleto, sea una pequeña guía, que les ayude a vivir de encuentros con Jesús Resucitado, para que cada dia puedan conocerlo, amarlo y servirlo mejor.


María, Señora del Sagrado corazón, ruega por nosotros.








1.  LOS ROSTROS DE DIOS

OBJETIVO: Ayudar a remover las falsas concepciones de Dios y a tener claridad sobre el verdadero rostro de Dios para poder tener un conocimiento veraz y una comunión auténtica con uno mismo, con los demás, con la naturaleza y con Dios.

1.     El Plan de Dios en Cristo Jesús.

¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo!, quien por medio de Cristo nos bendijo con toda clase de bendiciones espirituales del cielo.

Por él, antes de la creación del mundo, nos eligió para que por el amor fuéramos consagrados e irreprochables en su presencia. Él nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo conforme al beneplácito de su voluntad para alabanza de la gloriosa gracia que nos otorgó por medio de su Hijo muy querido. Por él, por medio de su sangre obtenemos el rescate, el perdón de los pecados.

Según la riqueza de su gracia derrochó en nosotros toda clase de sabiduría y prudencia dándonos a conocer el misterio de su voluntad, establecido de antemano por decisión suya, que se realizaría en Cristo en la plenitud de los tiempos: que el universo, lo celeste y lo terrestre, alcanzaran su unidad en Cristo.

Por medio de él, y tal como lo había establecido el que ejecuta todo según su libre decisión nos había predestinado a ser herederos de modo que nosotros, los que ya esperábamos en Cristo fuéramos la alabanza de su gloria. Por él, también ustedes, al escuchar el mensaje de la verdad la Buena Noticia de la salvación, creyeron en él y fueron marcados con el sello del Espíritu Santo prometido, quien es garantía de nuestra herencia, y prepara la redención del pueblo que Dios adoptó: para alabanza de su gloria.

2.     ¿Podemos tener un dios a nuestra medida?
Quien tenga una falsa imagen de Dios, no dudamos en afirmar que también tiene una falsa imagen del hombre y una falsa imagen de la vida. Piensa con criterios torcidos, invierte el orden de las cosas, ignora el sentido de su existencia, no sabe vivir. Escuchemos a algunas personas decir:
Ø  Pórtate bien porque diosito te va a castigar.
Ø  Mostrando a un niño una imagen de Jesús, dicen: este es diosito.
Ø  Dios ama a los buenos, pero castiga  a los malos.

Muchísimas son las personas que tiene una falsa idea de Dios. Para ellas Dios es:
1.      Un dios castigador, que espera que los pecadores mueran para mandarlos al infierno. Para estas personas cualquier cosa negativa que les sucede es un castigo de Dios.
2.      Un dios policía, que se pasa el tiempo buscando a quien cometa un error o pecado para castigarlo o mandarlo a la cárcel.
3.      Un dios abuelito bonachón, que nos quiere mucho y nos da todo lo que le pidamos, nunca  nos niega nada.
4.      Un dios farmacéutico, solo lo buscamos en tiempo de crisis, cuando llega la enfermedad, los problemas, etc. Cuando nos va bien ni siquiera nos acordamos de él.

Empecemos recordando la frase: “A Dios nadie lo ha visto” (cf. Jn 1,1-18). En un momento esencial de su desarrollo, la Biblia ha dicho: “No te fabricarás escultura, imagen alguna de lo que hay arriba en los cielos, abajo en la tierra o en los mares por debajo de la tierra” (cf Dt 5, 8; Ex. 20,4). No se pueden hacer imágenes de Dios porque su verdadera imagen es el ser humano, por eso, amar a Dios significa amar a los hermanos descubriendo en ellos su presencia.

3.     ¿Podemos los hombres conocer a Dios?

Cuando Pedro confiesa que Jesús es el Hijo de Dios vivo, el Cristo de Dios, Jesús le dice: “Dichoso tú, Simón hijo de Juan, por que eso no te lo ha revelado la carne, sino mi Padre que está en los cielos” (Mt. 16, 16ss). La afirmación de Jesús nos dice que es posible conocer a Dios. El mismo se nos da a conocer, se nos revela y se nos manifiesta.

Decir que Dios tiene rostro es decir que Dios existe, que Dios es, y es decir que Dios actúa. Nosotros por la Revelación sabemos cual es el objetivo para nuestra vida: Conocer, amar y servir a Dios en esta vida, y después, la Gloria. Este conocimiento de Dios brota de la gracia que nos da la certeza de que Dios nos ama y nos transforma para que nosotros también lo amemos, es decir, lo veamos con los ojos del amor que nos ha dado en  Jesucristo mediante el don de su Espíritu. El Espíritu Santo nos da la certeza de que Dios es un Padre Misericordioso; es Amor y Perdón. Pero vayamos al Evangelio y leamos una de las tres parábolas de la misericordia divina que nos presenta el Evangelio de Lucas.


4.        Los Rostros de Dios en el Evangelio de Lucas. (Lucas 15, 11ss.)

A.    DIOS ES PADRE.

Padre es el Nombre personal de Dios que Jesús nos ha revelado en el Nuevo Testamento: “Padre, les he revelado tu Nombre” (Jn. 17, 6). Dios es Padre porque es Creador y fuente de vida. “Escucha Israel, el Señor que te creo te dice: no tengas miedo, yo te conozco y te llamo por tu nombre…” (Is. 43, 1-5). San Pablo en la carta a los Efesios nos dice: “Me pongo de rodillas delante del Padre de quien recibe su nombre toda familia, tanto en el cielo como en la tierra” (Ef. 3, 14). Dios es nuestro Padre porque nos ha llamado a cada uno por su nombre, es decir, nos llamó, movido por su amor, a la existencia: “Me formó en el seno materno”; pero el texto que mejor nos explica la paternidad de Dios nos dice de un amor muy viejo: “Desde antes de la creación del mundo Dios nos eligió en Cristo para estar en su presencia, santos e inmaculados en el amor”; “y nos destinó  a ser adoptados como hijos suyos mediante Jesucristo” (Ef. 1, 4-5).

En  la carta a los Gálatas nos dice la Sagrada Escritura: “Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu que clama en nosotros: “ABBA PADRE” (cfr. Gál. 4, 6).  El Mismo Jesús Nuestro Señor nos dice: “Todos ustedes son hermanos” (Mt. 23, 8). Ese es el Gran Deseo de Dios, tener una familia en la cual todos se sientan sus hijos, se reconozcan como hermanos; familia en la que ha de haber una solicitud mutua, una reconciliación continua y un compartir sin límites.

B.     DIOS ES AMOR. (1Jn. 4, 7-20).

El amor es el segundo rostro de Dios. Dios es amor, y conocer a Dios es amarnos los unos a los otros. Pues todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios (1 de Jn. 2,29). El amor es una gracia que nos antecede, no la hemos inventado nosotros, sino que es, don del mismo Dios de gracia. El amor no es algo que nosotros hacemos, no poder crear el amor. El amor es limpio, puro y divino. El amor de nuestro Padre celestial es además, incansable e incondicional, está siempre disponible a salir en busca de todos, de buenos y de malos.

En la Parábola del hijo pródigo vemos que toma la iniciativa para salir al encuentro del hijo menor que regresa, y hace una fiesta en su honor, pero también, su amor de Padre bueno, lo hace salir en busca del hermano mayor que lleno de celos se niega a entrar en la casa y encontrarse con su hermano que ha vuelto a Casa. “Hijo mío, todo lo mío es tuyo” (Lc. 15, 31). Lo que cuenta no  es saber que Dios es amor y nos ama, sino el de tener la experiencia de su amor.

Esta experiencia de encuentro con Dios nos deja una doble certeza: la certeza de que Dios nos ama y la certeza de que también nosotros lo amamos: Porque amar al prójimo es amar a Dios (1 Jn 4,11-12).

C.    DIOS ES PERDÓN.

El Perdón es el tercer rostro de Dios. Para Dios perdonar es amar. Es crearnos de nuevo. Dios nos perdona porque es misericordioso y tiene misericordia para con todos los pecadores. Dios nos perdona porque  nos ama.

Frente al pecado del hombre Dios manifiesta su Poder perdonando, dando de su misericordia a los pecadores que se decidan a volver a la “Casa del Padre”. No hay pecado que Dios no perdone cuando existe el arrepentimiento. Escuchemos a Dios hablarnos en la Sagrada Escritura:

a)      Dios perdona al pecador que se acusa (Sal. 32, 5).
b)      Es un Padre que perdona todo a sus hijos (Sal. 103, 8-14).
c)      Es el Dios de los perdones (Neh. 9, 17).
d)     Y de las misericordias (Dn. 9,9).

Por otro lado el mismo Señor nos enseña en la oración del Padre Nuestro que Dios no puede perdonar al que no perdona, y que para implorar el perdón de Dios hay que perdonar al propio hermano (Lc. 11, 4).

D.    DIOS ES LIBERTAD.

 La Libertad es el cuarto rostro de Dios, tal vez el que más nos cuesta comprender. Dios es el Totalmente libre. Libre para llamarnos a la existencia, libre para enviarnos a su Hijo, libre para redimirnos, libre para darnos el don de su Espíritu. Él es Libertad y fuente de toda verdadera libertad y filiación. “No habéis recibido un espíritu de esclavitud para volver otra vez al temor, sino un espíritu de filiación, por le cual clamamos: Abbá, Padre”. (Rom. 8, 12-17)

“Donde está el Espíritu del Señor allí está la libertad”  (2 Cor. 3, 17). El Espíritu Santo, no es espíritu de esclavitud, sino de libertad, de valentía que nos hace amar a Dios y acercarnos a todos los hombres para con valentía anunciarles el Evangelio de Cristo.

“Hermanos, habéis sido llamados a la libertad” (Gál. 5, 13). Para ser libres nos liberó Cristo de la esclavitud del pecado (Gál. 5,1). San Juan en su Evangelio dice a los que han abrazado la fe: Permanezcan unidos a mi Palabra y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn. 8, 31-32).

Libres ¿de qué?  Libres de la esclavitud del pecado. El Creyente es libre en cuanto que en Cristo ha recibido ya el poder de vivir en la intimidad del Padre sin las ataduras del pecado, de la muerte y de la ley. Libres ¿para qué? Libres para conocer la verdad, para servir al Señor y  amar a los hermanos.

Solo, y en la medida que seamos libres podemos conocer, manifestar y dar el amor de Dios a los demás. La experiencia del amor de Dios es el motor de arranque de la vida cristiana y de la vida familiar. Solo el amor llena los vacíos del corazón humano.


5.              ¿Cómo es el Amor de Dios?

Ø  El Amor de Dios a los hombres es “Personal y universal” a la misma vez. Ama cada uno de nosotros y ama todos los hombres.
Ø  Incansable e incondicional: Dios no se cansa de amarnos como tampoco nos pone condiciones.
Ø  Eterno e infinito: no tiene límites y no cambia, nos ama siempre y hasta siempre.

6.              ¿Cómo nos ha amado Dios?

Ø  Dios ha manifestado su amor en la Creación, al llamarnos a la existencia; el hombre ha sido creado por Dios con amor, por amor y para amar. El hombre descubre el sentido de su vida saliendo de sí mismo para darse, entregarse a los demás.
Ø  De manera especial nos ha manifestado su amor en la regeneración es decir, al hbgvbgfcenviarnos a su Hijo Jesucristo. San Pablo nos dice en este respecto: Dios nos manifestado su amor, cuando aún siendo nosotros pecadores Cristo murió por nosotros. (Rm 5,6) Por que Dios nos ama, nos perdona y nos hace libres. Libres de todo  lo que nos atrofia y libres para amar.
Ø  Dios nos muestra su Amor enviando el don del Espíritu Santo en nuestros corazones: Dios ha derramado su amor en nuestros corazones” (Rm 5, 5)
Ø  Cristo Jesús nos manifestado su amor al quedarse por nosotros y para nosotros en la Eucaristía.
Ø  Todo nos habla del amor de Dios. Todo rostro humano es un “don de Dios” para nosotros. Nosotros mismos somos regalo de Dios para los demás.

Nos dice Benedicto XVI: El encuentro con las manifestaciones visibles del amor de Dios puede suscitar en nosotros el sentimiento de alegría, que nace de la experiencia de ser amados. Pero dicho encuentro implica también nuestra voluntad y nuestro entendimiento. El reconocimiento del Dios viviente es una vía hacia el amor, y el sí de nuestra voluntad a la suya abarca entendimiento, voluntad y sentimiento en el acto único del amor. El Encuentro personal con el Amor de Dios es la fuente de toda espiritualidad cristiana e implica la totalidad de la persona, de sus dimensiones y de sus acciones individuales y comunitarias. El encuentro es liberador y gozoso. Es liberador por Dios nos quita las cargas y gozos por que experimentamos el triunfo de la Resurrección de Jesucristo.

7.              La voluntad de amar.

A partir de la experiencia, nos dice el santo Padre, la historia de amor entre Dios y el hombre, consiste precisamente en que esta comunión de voluntad crece en la comunión del pensamiento y del sentimiento, de modo que nuestro querer y la voluntad de Dios coinciden cada vez más: la voluntad de Dios ya no es para mí algo extraño que los mandamientos me imponen desde fuera, sino que es mi propia voluntad, habiendo experimentado que Dios está más dentro de mí que lo más íntimo mío. El cultivo de una voluntad para amar me hace mirar en la misma dirección con Dios: amar lo que el ama y amar como Él lo ama. Muchos tenían las mejores intenciones; parecían los mejores servidores, pero al no cultivar una voluntad firme, férrea y fuerte para amar, hoy día andan dando lástimas.

8.              Amar es darse, amar es entregarse.

El amor de “Eros es tan sólo el principio”, los sentimientos, los impulsos y los deseos humanos tiene que atravesar por un proceso de purificación, que dan al hombre un estado de perfección. “Ser perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48).Esta perfección es posible cuando se entiende el amor como un “ocuparse del otro y preocuparse por el otro”. Ya no se busca a sí mismo, sumirse en la embriaguez de la felicidad, sino que ansía más bien el bien del amado: se convierte en renuncia, está dispuesto al sacrificio, más aún, lo busca.

Amar exige salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, (con los demás), más aún, hacia el descubrimiento de Dios: «El que pretenda guardarse su vida, la perderá; y el que la pierda, la recobrará » (Lc 17, 33), dice Jesús en una sentencia suya que, con algunas variantes, se repite en los Evangelios (cf. Mt 10, 39; 16, 25; Mc 8, 35; Lc 9, 24; Jn 12, 25). Con estas palabras, Jesús describe su propio itinerario, que a través de la cruz lo lleva a la resurrección: el camino del grano de trigo que cae en tierra y muere, dando así fruto abundante. Describe también, partiendo de su sacrificio personal y del amor que en éste llega a su plenitud, la esencia del amor y de la existencia humana en general. Crece entonces el abandono en Dios y Dios es nuestra alegría (cf. Sal 73 [72], 23-28).


9.              El Rostro de Dios en el Magnificat  (Lc. 1, 46- 55)


En el canto de María encontramos cuatro nombres propios de Dios:

1)      Dios es Señor (Lc. 1, 46). Dios es, como indicaba el nombre de Yahvé, El -que– es, El- que-actúa. Propia del Señor es la grandeza salvadora: prometió salvación en otro tiempo, ahora la cumple. Señor significa Dueño absoluto
2)      Dios Salvador (Lc. 1, 47). Aquel que ofrece vida y perdón a los humanos. Ha comenzado a salvar en otro tiempo; ahora culmina su tarea, ofreciendo plenitud a los humildes de la tierra.
3)      Dios es Poderoso (Lc. 1, 49). El Poder de Dios no se manifiesta oprimiendo, destruyendo o aplastando a los seres humanos; se manifiesta recreando por amor, perdonando, sanando las heridas dejadas por el pecado, sirviendo a los débiles.
4)      Dios es Santo (Lc. 1, 49). Es limpio, es claro, fuente de luz y claridad para todos los humanos. Con su grandeza nos desborda, con su cercanía salvadora y santa nos recrea.

TESIS: Dios es Amor (1 de Jn. 4,16). No se trata de confundir a Dios con un amor cualquiera, sino de identificarlo con aquel amor que hemos descubierto en Jesús y que nos lleva a entregar la vida a los hermanos.

Señor, Dios de amor y de verdad,
me pongo en tus manos, dame una experiencia de tu amor.















2.             ¿Quién nos separará del amor de Dios?


Objetivo: Mostrar la más alegre de todas las noticias, manifestada en Cristo Jesús, nacido para nuestra salvación, para que los hombres creyendo en Él, tengan vida eterna, y puedan conocer el amor sin límites manifestado en Dios encarnado.

1.                     Elegidos por amor.

Dios los ama y los ha llamado a ser de Jesucristo y a formar parte de su pueblo Santo. (Rom. 1, 7) La noticia más alegre que un ser humano puede escuchar y que puede llenar su vida de esperanza, es saber que  Dios le ama. Dios me ama a mí así como soy. Por amor me pensó y eligió desde antes de la creación del mundo. Por amor me llamó a la existencia y me formó en el vientre de mi madre. No soy fruto del azar ni del destino, sino  una manifestación del amor de Dios.

Dios nos ha manifestado su amor al llamarnos a la existencia, al regenerarnos en Cristo nuestro Salvador y al promovernos para que seamos miembro vivos de su familia, de su pueblo. Nos manifiesta su amor haciéndonos hijos amados suyos. La Encarnación nos habla del amor de Dios por todos los hombres: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único” (Jn 3, 16). Aceptar esta hermosa verdad es medicina para sanarse cualquier tipo de neurosis, de lástimas de sí mismo, de complejos de culpa, de la vergüenza y del complejo de inferioridad.

2.                     Dios quiere que nos amemos.

“El amor de Dios ha sido derramado  en nuestros corazones con el Espíritu Santo que Dios nos ha dado”. (Rom. 5,5) Dios no solo nos ama, sino que además nos da su amor, y de esta manera se nos da Él mismo, porque Dios es amor, nos dice san Juan (1 de Jn 4, 8). Al derramar su amor en nuestros corazones nos está haciendo partícipes de su naturaleza divina (2 de Pe 1, 4). Esta es la máxima expresión de amor, y debe ser también la causa y la fuente de nuestras alegrías. San Pablo lo entendió muy bien cuando en medio de sus muchas debilidades escuchó la voz de Dios que le dijo: “Mi Gracia te basta, mi Amor es todo lo que necesitas” (2 de Cor 12, 9ss). Cristiano es aquel hombre  que es portador del amor de Dios, que lleva a Dios en sus entrañas y lo comparte con los demás. Lo manifiesta con sus palabras, acciones, con su vida, sencillamente ama.

3.                     ¿Quién me separará del amor de Cristo?

“Estoy convencido que nada podrá separarnos del amor de Dios” (Rom 8, 37). Nadie puede creer que la vida cristiana esté libre de problemas, crisis, luchas o peligros. Pero también todo aquel que es testigo del amor de Dios, sabe y puede decir con Pablo: ¿Quién me separará del amor de Cristo?, Nada ni nadie podrá hacer que Dios deje de amarme o se arrepienta de querer salvarme. Porque me ama, me corrige; porque me ama, no me deja caer en pecado. Después de haber experimentado mis debilidades y darme cuenta que soy un pecador, me he dado cuenta que el amor de Dios es más grande que todos mis pecados, que su misericordia es eterna, que Él siempre está dispuesto a perdonarme y me invita a que también yo ame con el mismo amor con el que Él me ama. “Nada podrá separarnos del amor que Dios nos ha mostrado en Cristo Jesús nuestro Señor”. (Rom 8, 39) La prueba de que Dios nos ama es que siendo nosotros pecadores, Cristo murió por nosotros (Rm 5,6): “Me amó y se entregó a la muerte por mí” (Gál 2, 20) “Nos amó y se  entregó a la muerte por nosotros” (Ef. 5, 1) Ya el profeta Isaías nos había asegurado la verdad del Amor de Dios: “Aunque las montañas cambien de lugar y los cerros se vengan abajo, mi amor por ti no cambiará, ni se vendrá abajo mi alianza de paz, lo dice el Señor que se compadece de ti”. (Is. 54, 10)

4.                     Dios nos ama con amor de madre.

“Pero, ¿acaso una madre olvida o deja de amar a su propio hijo? Pues aunque ella lo olvide, yo no te olvidaré. Yo te llevo grabada en mis manos, siempre tengo presente tus murallas” (Is 49, 15). Que nadie piense o sienta que ha sido abandonado por Dios porque su Palabra nos conforta cuando dice a los abatidos: Nadie te ama como yo, nos dice un canto. Es Dios el que te habla. Ni todo el amor de todos los esposos, de todos los padres, de todos los novios, de todos los amigos, puede compararse con el amor que Dios tiene por todos y cada uno de nosotros. Su corazón es como un mar inmenso de amor, donde Él quiere que nosotros nademos y nos sumerjamos en su bondad, en su ternura, en su perdón.

El Profeta de la Misericordia en el Antiguo Testamento nos descubre el corazón de amor de Dios que ama a su pueblo a pesar de la rebeldía: “Cuando Israel era niño, yo lo amaba; a él que era mi hijo, lo llamé de Egipto…A Efraín yo lo enseñé a caminar. Con lazos de ternura, con cuerdas de amor, los atraje hacía mí; los acerqué a mis mejillas como si fueran niños de pecho, me incliné a ellos para darles de comer, pero ellos no quisieron volverse a mí” (Os. 11, 1-5). Dios nos ama con amor de la madre que a pesar de la rebeldía de su niño lo acoge, lo disculpa y le da la oportunidad de iniciar una nueva relación de vida.

Isaías, profeta aristócrata del Templo en Jerusalén nos habla del amor y de la predilección de Israel: Pero ahora Israel, pueblo de Jacob, el Señor que te creó te dice: “No temas que yo te he libertado; yo te llamé por tu nombre, tú eres mío; si tienes que pasar por el agua yo estaré contigo, sí tienes que cruzar no te ahogarás; si tienes que pasar por el fuego, no te quemarás, las llamas no arderán en tí…Porque te aprecio,(eres precioso a mis ojos)  eres de gran valor  y yo te amo”. (cfr Is. 43, 1-5)

También Jeremías nos habla del amor sin límites del Señor para los hombres: “Con amor eterno te he amado y tengo reservada gracia para ti” (Jer. 31, 3). Lo que cambia es lo temporal, lo que no es firme y seguro. Pero no pasa eso con el amor de Dios que es incondicional. Los amores humanos siempre son condicionados y por lo tanto son cambiables. Eterno significa que no cambia, es siempre el mismo, está siempre disponible para acoger, perdonar, servir, amar. Algo más, Dios, para querernos,  no se fija en aspectos, sino en la totalidad de la personas…nos ama como somos, y eso debe llenarnos.

Jesús en la oración sacerdotal nos revela la más hermosa de las noticias que podamos recibir: Qué el Padre, nos ama, pero nos ama con el mismo amor con el que ama a su único Hijo: “Que ellos sepan que los amas como me amas a mí” (Jn 17, 23). El Padre ama a su Hijo y se complace en Él. Pero también a nosotros nos ama con un amor eterno y eternamente nos dice: “Tu eres mi hijo y Yo te amo”. Estas palabras las podemos escuchar en lo más profundo e íntimo de nuestro corazón. Es Dios quien las pronuncia para cada uno de los seres humanos, manifestaciones de su amor a quienes ha llamado a la existencia y ha elegido para que estén en su presencia santos e inmaculados en el amor (Ef 1, 4).

5.                     Dios nos ama con amor de promoción.

“Miren como nos ama Dios que podemos llamarnos sus hijos y en verdad lo somos” (1 de Jn 3,1). ¿Cómo nos ama Dios? Nos ama con un amor de promoción, y nos promueve. De pecadores, esclavos y adversarios nos hace sus hijos muy queridos. San Juan en la primera de sus cartas nos dice: “Y si somos hijos somos también herederos de la herencia de Dios, con Cristo, (Rom 8, 17) nuestro hermano mayor que “ha dado su vida por nosotros” (1 de Jn 4, 9) y nos ha compartido su Espíritu que clama en nosotros “Abba” (Gál 4, 6).

Dios nos ama con un amor de promoción quiere decir que Dios no nos quiere dejar como estamos, Él quiere que vivamos con intensidad la vida que Jesús nos trae: “Vengo para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10). El Evangelio de Marcos nos descubre el corazón de Jesús: “Sintió compasión por ellos, y se puso a enseñarles muchas cosas”. ¿Qué enseñaba Jesús? Nuestro Señor enseñaba el arte de vivir en comunión; vivir en el amor de Dios, como sus hijos, como hermanos y como servidores unos de los otros. Dios quiere que seamos canales de su amor.

Jesús por amor busca a los pecadores hasta encontrarlos (Lc 15, 4); los invita a ir a él para liberarlos de sus cargas y compartirles su yugo de amor (Mt 11, 28); los invita a ser como él, manso y humilde de corazón (Mt 11, 29); quiere que estemos con él y compartamos su Misión. Nos da el don de su Espíritu (Jn 20, 23) Hoy podemos entender que el amor es la fuerza de Dios que actúa en el corazón del hombre para que pueda darse y entregarse en servicio a los demás, especialmente a los más débiles y necesitados. El amor se manifiesta en el servicio consiente, libre y voluntario a los demás. El amor es la luz que ilumina nuestra inteligencia y que nos capacita para que no hagamos acepción de personas.
El amor es el camino de la realización personal; es la puerta que se abre siempre hacia fuera, y es la vez, la fuerza que expande el corazón y nos libera de todas las opresiones.


María, Señora del Sagrado Corazón, ruega por nosotros.





3.             LOS ROSTROS DEL PECADO


Objetivo: Mostrar la realidad del pecado en nuestras vidas y en el mundo para que                  tomando conciencia de que somos pecadores busquemos la ayuda que Dios nos ofrece para poder vencerlo.
                                                                                                                

1.     La realidad del pecado.

 “Todos somos pecadores y el pecado nos priva de la gracia de Dios.” (cf. Rm. 3, 23) Encontramos que casi en cada una de sus páginas, la Biblia nos habla de la realidad del pecado. También nos habla de su verdadera naturaleza, de su malicia y de sus dimensiones. Decir que el hombre es pecador, significa que el hombre hace el mal en la presencia de Dios. Podemos comenzar esta reflexión diciendo que pecado, es lo que se opone a la verdad, al amor, a la misericordia y a la santidad de Dios. ¿Quién de nosotros no ha experimentado la dura y difícil realidad que nos explica san Pablo?: “Queriendo hacer el bien es el mal lo que se me presenta”. “Siempre hago lo que no quiero y lo que quiero no lo hago” “Me siento como vendido al poder del pecado” (Rm 7, 14ss).

En lo más profundo de sí mismo, el hombre encuentra el deseo puesto en él por Dios de ser feliz. Se pasa la vida buscando razones para ser feliz, para sentirse bien. En esta búsqueda, hombre se ha descompuesto la vida; ha derrochado sus mejores potencialidades; se ha atrofiado y ha desfigurado la imagen de Dios; ha hecho de su vida un “Caos”; en vez de caminar se arrastra; ha caído en situaciones que deshumanizan, que atrofian, que despersonalizan; situaciones de no salvación y que no son queridas por Dios. El pecado lleva a la confusión, al endurecimiento del corazón y al desenfreno de las pasiones, al hombre se le descompone la vida, se convierte en un ser que se hace daño así mismo y le hace daño a los demás.

Cuando escuchamos las noticias o leemos el periódico nos damos cuenta que el mundo anda con la cabeza hacia abajo: crímenes, robos, fraudes, divorcios, traiciones, pornografía, etc. Realidades que nos hablan de los rostros del pecado.

2.     Los rostros del pecado.

a)      El rostro de ancianos abandonados que son arrojados a vivir en la soledad y en la más completa pobreza.
b)      El rostro de los niños de la calle, expresión de una sociedad enferma por el des-amor y la opresión de la injusticia.
c)      El rostro de las madres solteras, mujeres muchas veces marginadas, juzgadas y condenadas por una sociedad que se rige por criterios mundanos o paganos.
d)     El rostro de familias golpeadas por el adulterio y por divorcio, causa y fuente de dolor y miserias humana para los hijos.
e)      El rostro de familias golpeadas por el alcoholismo, uno de los peores males de la sociedad, fuente de pobreza, esclavitud, etc.
f)       La brecha entre pobres y ricos; brecha  cada vez más ancha y profunda, por un lado una minoría de hombres cada vez más ricos, y una inmensa mayoría de gente cada vez más pobres. Lo podemos ver en barrios marginados al lado de urbanizaciones lujosas; por un  lado unos que lo tienen todo, y por otro lado, otros que no tienen lo indispensable para vivir con dignidad.
g)      El rostro del narcotráfico que genera enriquecimiento fácil y rápido, pero también muerte, sufrimiento, crímenes, consumismo, lavado de dinero, etc.
h)      El rostro de las guerrillas que siembran odio, pobreza, muerte en los pueblos y comunidades, con el pretexto de desestatizar a los gobiernos, cuando lo único que se llega a lograr es un cambio de opresor.
i)        El rostro del crimen organizado dedicado a la extorción, al secuestro, a los asesinatos, a sembrar miedos y odios. Tenemos una patria dañada por la violencia y dispersa por el miedo y la inseguridad.
j)        El rostro de indígenas marginados, hermanos que viven en situaciones infrahumanas, al margen de un desarrollo digno y humano.
k)      El rostro de la deuda externa que ha sometido a países pobres a una pobreza cada vez más acentuada y al enriquecimiento de unos pocos.
l)        El rostro de la prostitución de mujeres, hombres y niños: la trata de personas.
m)    El rostro de la guerra por el poder económico; realidad que manifiesta la sed de poder y de tener, a costa de la sangre de inocentes.

Jesús, el Salvador del pecado nos dijo: “De dentro del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Esto es lo que hace impuro al hombre” (Mt. 15, 19- 20). Según la enseñanza del Señor Jesús la raíz del pecado está en el corazón del hombre, en su libre voluntad.

3.     ¿Qué es el pecado?

El hombre no puede comprender lo que es el pecado, lo experimenta cuando lo comete, pero no lo entiende en su profundidad. Pensemos en las formas de manipulación entre los seres humanos, y digamos, que la manipulación es la peor ofensa contra la dignidad humana.

“Doble mal ha hecho mi pueblo: a mí me dejaron, Manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas agrietadas, que el agua no retienen” (Jer 2, 13). El pecado es una falta contra la razón, contra  la verdad y contra la conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. Ha sido definido como “una palabra, un acto o deseo contrarios a la Ley eterna” (San Agustín). (Catic. # 1849).

“De cualquier árbol del jardín puedes comer, más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio” (Gén 2, 16-17). Todo pecado, al igual que el primero, es una desobediencia, una rebeldía contra Dios por el deseo de hacerse “como dioses”, pretendiendo determinar y conocer el bien y el mal (Gn 3, 5; Catic. # 1850).

En la pasión de Cristo es donde mejor se muestra su violencia y su multiplicidad: incredulidad, rechazo y  burlas por parte de los jefes y del pueblo, debilidad por parte de Pilatos y crueldad por parte de los soldados, traición por parte de Judas, negaciones de Pedro y abandono de los discípulos. Sin embargo en la misma hora de las tinieblas y del Príncipe de este mundo, el sacrificio de Cristo se convierte secretamente en la fuente de la que brotará inagotable el perdón de nuestros pecados (Catic. # 1851).

“Contra ti, contra ti sólo he pecado, lo malo a tus ojos cometí” (Sal. 51, 6). El pecado es una ofensa a Dios. A Dios le ofendemos  cuando le hacemos daño a los que Él ama.

“Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino” (Lc 15, 13). La parábola del Hijo pródigo nos muestra que el pecado es: separación, lejanía, barrera; es ofensa a Dios. Es un poder misterioso de hostilidad a Dios y a su reinado.

4.     Las rupturas del pecado

El pecado mortal destruye la caridad en el corazón del hombre por una infracción grave de la Ley de Dios: aparta al hombre de Dios, que es fin último (Catic. # 1855). Cuatro son las rupturas del pecado:

1.      Con Dios: El hombre nació para ser hijo de Dios y el pecado lo convierte en su adversario; es él quien no quiere ya nada con Dios. Todo pecado nos excluye del reino de Dios. Lejos de Dios no hay acceso posible al “árbol de la vida” (Gn. 3, 22).
2.      Consigo mismo: El hombre nació para ser amo y señor, dueño de sí mismo y el pecado lo convierte en esclavo de los propios instintos y de los deseos desordenados de la carne. Adán y Eva gozaban de la amistad con Dios, después cuando se “dan cuenta que están desnudos, experimentan el desgarre interior y  se esconden de Dios entre los árboles” (Gn. 3, 8).
3.      Con los demás: El hombre nació para ser hermano, y el pecado lo convierte en lobo para sus hermanos: opresor, explotador, dictador. El pecado es ruptura entre el hombre y Dios; y entre los hombres. Apenas cometido el pecado, Adán se des-solidariza acusando a la mujer que Dios le había dado como auxiliar (Gn. 2, 18). En lo sucesivo esta ruptura se extenderá  a los hijos de Adán: ahí está el homicidio de Abel,  (Gn. 4, 8) luego el reinado de la violencia y la ley del más fuerte que celebra el canto de Lámec (Gn 4, 24).
4.      Con la naturaleza: El hombre nació para ser amo y señor de las cosas y el pecado lo convierte en esclavo de las mismas. En enemigo de la naturaleza. Bosques, mares y ríos, tienen la huella del hombre irresponsable que quiere destruir su propio hábitat.

 

5.                     Los efectos inmediatos del pecado


Ø  Desfigura el rostro del hombre y se pierde la semejanza con Dios (Gn 3,7).
Ø  Entorpece y destruye las relaciones humanas (Gn. 3, 16).
Ø  Esclaviza a los humanos, los oprime y priva de su verdadera libertad (Jn. 8, 38).
Ø  Paga con la muerte y genera el vacío existencial: sin vida, sin amor, sin Dios. (Rm. 6, 20).
Ø  Genera enemistad con Dios y entre los hombres: los divide y empobrece (Rm. 5,11).
Ø  Empobrece y deshumaniza para que lleven una vida arrastrada (Lc. 15, 11ss).
Ø  Endurece el corazón lo lleva a la pérdida del sentido moral y al desenfreno de las pasiones  (Efesios 4,18).

6.                     El pecado original


Para comprender lo que es el pecado hay que partir del relato que nos presenta la Sagrada Escritura. El pecado de nuestros primeros padres es presentado como una desobediencia, un acto consciente y deliberante por el que el hombre se opone a Dios violando uno de sus preceptos (Gn 3, 3). Pero es cierto, que detrás de este acto de rebeldía la Escritura habla  de un acto interior del que procede el pecado: “querer ser como dioses, es decir, ponerse en lugar de Dios y decidir por su cuenta “sobre el bien y el mal”. Lo que equivale a ser dueños de su destino y disponer de sí mismos; negándose a depender de su Creador; el pecado rompe la relación de dependencia y de amistad que existía entre el hombre y Dios.

7.   El pecado del mundo.

El pecado de los hombres es en primer lugar de incredulidad: no creer en Dios y no abandonarse a él. No se tiene fe en Dios; es invisible y lejano, se prefiere a un dios al alcance de las manos, que se pueda tocar y que se pueda manipular. El pecado de la incredulidad nos ha llevado a dar la espalda a Dios. Quien le da la espalda a Dios cae en el pecado de la idolatría, al culto a los ídolos, como en otro tiempo Israel recorrió en adoración al “becerro de oro” (Ex. 32, 1). Ídolo es todo aquello que ponemos en nuestro corazón en lugar de Dios. Los ídolos siempre serán opresores, nos quitan la libertad. Nos llevan  a la esclavitud. “Todo el que peca es esclavo”, dijo Jesús a los fariseos en el Evangelio de Juan (8, 38). El hombre cuando peca saca a Dios de su corazón y le abre las recámaras de su corazón al Malo: rompe la alianza con Dios y hace alianza con el dios del Mal, el dios de las opresiones.

La esclavitud de los hombres manifiesta el desorden en el que ha caído la humanidad: no fuimos creados para estar por encima de nuestros hermanos. Nadie puede vivir por encima de sus semejantes, sino hombro a hombro, codo a codo, con un sentido de igualdad. Fuimos creados para ser hermanos unos de los otros y para ser amos y señores de las cosas, es decir, para estar por encima de las cosas, pero nunca por encima de los otros.



8.                       El pecado de los hombres.

“Vino a los suyos y no lo recibieron” (Jn. 1, 12). “Vino la luz a los hombres y estos prefirieron las tinieblas a la luz” (3, 17-18). Para san Juan el pecado es no creer en Jesús; es no aceptar su Evangelio como norma para nuestra vida; es rechazar la gracia que Cristo nos ofrece en sus sacramentos (Jn 20, 23); es sin más, no amar (1 de Jn.2, 9); no lavar pies (Jn. 13, 13); No servir y no compartir; es no aceptar a los demás como hermanos, hijos de un mismo Padre.

9.       Todo hombre es un buscador. (Pecador).

El hombre se pasa la vida buscando razones para sentirse bien; Podemos decir que cuando se reza, se hace deporte, se trabaja, se comete adulterio, se va de vacaciones, se descansa; en todo lo el hombre realiza, lo hace buscando razones para sentirse bien. En el fondo lo que busca es ser feliz. En lo más profundo de los seres humanos existe el anhelo de ser feliz.

En relación al  pecado podemos decir que en su búsqueda de realización, el hombre lo hace al margen del Plan de Dios; quiere realizarse sin Dios, por su cuenta, comiendo del “árbol de la ciencia del conocimiento” (Gn. 2, 17). Negando el Plan de Dios, hace sus propios planes; pretende ser su propio salvador, en el fondo lo que busca es ser dios. En la raíz de la negativa del hombre a ser dependiente de Dios se anida la soberbia: Por soberbia el demonio siendo un ángel de luz se reveló contra Dios; por soberbia nuestros primeros padres fueron arrojados del paraíso, como en otro tiempo los ángeles caídos fueron arrojados del Cielo, y hoy día nosotros salimos, por nuestros pecados personales de la presencia de Dios.

Al grito de una triple negativa: no obedeceré, no amaré, no serviré, los ángeles, nuestros primeros padres y hoy nosotros, salimos de la presencia de Dios, rompemos la comunión con Él y con la comunidad. Esta negativa se levanta como una barrera que impide que los hombres se relacionen con Dios y con los hermanos; barrera que impide que el amor de Dios llegue a nosotros y que nosotros amemos a Dios y a los demás. En la parábola del hijo pródigo podemos descubrir la realidad del pecado, sus frutos y sus consecuencias. El hijo menor abandona la “casa de su Padre” para irse a un país lejano. Abandonar la casa paterna es una ofensa contra el padre y contra la familia; una ofensa que lleva el no querer ser hijo y el no querer ser hermano; es una ofensa porque además, lleva la negación a reconocer que en lo más íntimo no nos pertenecemos y por lo tanto, no podemos vivir al margen del Dueño de la vida.

El País lejano es otra casa, otra realidad, es el camino de la deshumanización y del derroche; es lugar de esclavitud, opresión y explotación; lugar de hambre y miseria, allí se vive en la apariencia: haciendo lo que otros hacen o lo que otros dicen; lugar donde no es sagrado lo que en “casa” es sagrado: El hombre, la familia, los niños, la virginidad, etc. Qué bien lo expresó Jeremías cuando dijo: Porque dos males ha hecho mi pueblo: me han abandonado a mí, fuente de aguas vivas, y han cavado para sí cisternas, cisternas agrietadas que no retienen el agua” (Jer 2, 13).


10.           Condiciones para que se dé un pecado mortal.

1.      Materia grave: precisada por los Diez Mandamientos, de manera especial en el Mandamiento Regio, en la Ley de Cristo (Jn. 13, 34).
2.      Plena conciencia y entero  conocimiento: Presupone el carácter pecaminoso del acto, de su oposición a la Ley de Dios.
3.      Implica también un consentimiento suficientemente deliberado para ser una elección personal: Querer hacerlo.

Es de fe católica que todos nacemos con la potencialidad de pecar; por el pecado original somos pecadores desde el seno de la madre; pecadores en potencia, al nacer, crecer y pecar, seremos pecadores en acto. Todo hombre es pecador y necesitado de redención; necesitado de un Salvador que Dios nos da en Cristo Jesús.

11.      Listas de pecados en la Escritura

La variedad de los pecados es grande, la Sagrada Escritura nos presenta algunas listas que nos ayudan a comprender lo anterior: Gálatas 5, 19- 22; Romanos 1, 28- 32; 1 Cor. 6, 9 –10: Efesios 5, 3- 5; Colosenses 3, 5- 8; 2 Tim 3, 2- 5.


María, Señora del Sagrado Corazón, ruega por nosotros.























4.   JESÚS ES NUESTRA SALVACIÓN

OBJETIVO: Ayudar a conocer el Rostro de Cristo para poder dar una respuesta válida      de nuestra esperanza y anunciar al Evangelio con toda claridad.
                                                                                                                

1.     Jesús es la Esperanza Mesiánica.

Los hombres en su búsqueda por la felicidad se han complicado la vida, se les endurecido el rostro y han perdido sus mejores capacidades. Pero frente a la respuesta que el hombre ha dado a Dios, Él a su vez tiene una palabra que es Buena Nueva para todos los hombres: Jesús. Él es la respuesta que Dios da para todo ser humano. Escuchemos a la Sagrada Escritura decirnos: “Bajo las estrellas del cielo sólo en el Nombre de Cristo Jesús encontramos la salvación (Hechos 4,12)”. “Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores de los cuales yo soy el primero” (1 Tim 2, 15). “Él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1, 21). Él es el cumplimiento de las promesas que Dios nos hace a lo largo de todo el Antiguo Testamento.

El pueblo de Israel estaba a la espera del Mesías; su llegada significa el fin de la opresión y de la explotación por parte de las potencias extranjeras que habían oprimido al pueblo de Dios. Su llegada significaba también la vuelta al esplendor y a la gloria de los mejores días en tiempos de David y Salomón. Esta mentalidad estaba enraizada en la mente de los discípulos, es necesario que Jesús, la Plenitud de la Revelación nos descubra y realice el verdadero Plan de Dios.

2.     En la Plenitud de los tiempos.

“Llegada la plenitud de los tiempos Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva” (Gál 4,4).  La Plenitud de los tiempos hace referencia a Cristo Jesús, el enviado del Padre. Podemos decir sin más: “Él es la Plenitud”. La plenitud de los tiempos abarca desde la Encarnación hasta Pentecostés.

Mientras Jesús de Nazaret camina a orillas del río Jordán, Juan El Bautista muestra a sus discípulos al “Mesías de Israel”: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29). Jesús es el Cordero que porque se ofrece como víctima para rescatar a los hombres de la servidumbre delpecado.

San Juan en su Evangelio nos da la “Gran Noticia”: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo  único para que todo el que crea en él, no se pierda sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16). El mundo, es la humanidad, todos los hombres, de todos los tiempos y lugares, sin hacer distinción de personas. Cristo vino por todos. “Vengo para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10).

3.     Jesús quiere decir Salvador.

Él vino para destruir el pecado con su propio sacrificio Sacerdotal y para devolvernos la vida divina que habíamos perdido por el pecado. La salvación que Jesús nos gana y ofrece tiene dos dimensiones, por un lado nos quita el pecado y por otro, nos da el don de su Espíritu que nos hace hijos de Dios y herederos de la Herencia de Dios (Rom 8, 17). La voluntad de Dios es la salvación de y todos los hombres y para eso Dios actúa en la historia, irrumpe en ella. El Ángel del Señor le revela a san José la misión de Jesús: “María tendrá un hijo y le pondrás por nombre Jesús. “El salvará a su pueblo de los pecados” (Mt 1, 21). Jesús sin más significa Salvador. Él es el único que puede salvar a los hombres.

4.     ¿Cómo nos salva Jesús?

Dios en su gran amor ha otorgado a toda la humanidad la salud. Por la obra redentora de Cristo, el Padre nos presenta la posibilidad de salvación. Como posibilidad la podemos acoger o la podemos rechazar; ya no depende de Dios, sino de nosotros. Escuchemos a san Pablo:

“Pero ahora independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado, para todos los que creen, pues no hay diferencia alguna; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien Dios exhibió como propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia, pasando por alto todos los pecados cometidos anteriormente en el tiempo de la paciencia de Dios; en orden a mostrar su justicia en el tiempo presente, para ser el justo y justificador del que cree en Jesús” (Rom 3, 21-26).

La carta a los Efesios nos dice esta hermosísima verdad: “En Él tenemos por medio de su sangre la redención, el perdón de los pecados, según la riqueza de su gracia que ha prodigado  sobre nosotros en toda sabiduría e inteligencia dándonos a conocer el Misterio de su voluntad” (Ef. 1, 7- 8). Este Misterio es Cristo que nos descubre el deseo eterno del Padre: La salvación de todos los hombres. En cuatro pasos podemos decir cómo nos salva Jesús, es decir como el Señor lleva a cumplimiento las promesas del Antiguo Testamento de salvar a su Pueblo de la opresión y explotación porparte de las potencias extranjeras:
1.      La Encarnación. Dios envía su mensajero el ángel Gabriel a visitar a María (Lc 1, 16ss). Entre la doncella de Nazareth y el Ángel del Señor se da el diálogo más liberador de la historia que culmina con la hermosa respuesta de María: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según su palabra”. “Y el Verbo se hizo carne y puso su morada entre nosotros” (Lc 1, 26ss; Jn 1,18). El “fiat” de María une al cielo con la tierra; Dios ha tomado rostro humano para amarnos con corazón de hombre, lo que estaba separado ha sido unido.
2.      La vida pública de Jesús. Jesús crece, y llegado el tiempo de señalado por Dios baja al Jordán y es bautizado por Juan, es conducido por el Espíritu al desierto, para después comenzar su obra mesiánica. Con la predicación de la buena Nueva, nos enseña a vivir como hijos de Dios, como hermanos de los hombres y como amos y señores de las cosas. Reconcilia a los hombres con Dios (Mc 2, 5), les regresa su dignidad perdida (La mujer adúltera), y reconcilia a los hombres entre ellos (El caso de Zaqueo). Con su Palabra, con sus milagros, curaciones, exorcismos, y de manera especial con su testimonio de vida, Jesús siembra el reino de Dios en los corazones de los hombres (Jn 8, 1-11; Lc 19, 1-10; Lc. 15, 11, ss).
3.      La pasión y muerte. Jesús es el vencedor del pecado. Muere para que nuestros pecados sean perdonados Rm 4, 25). En virtud de la sangre de Cristo nuestros pecados son perdonados (Ef. 1, 7), y nuestras conciencias son lavadas de los pecados que llevan a la muerte (Heb 9, 14). Jesús con su muerte de Cruz es el Vencedor del mundo, del Maligno y del Pecado (Col. 2, 14- 15).
4.      La Resurrección. Es el triunfo de Jesús sobre la muerte. Jesús resucita para que tengamos vida en abundancia (Jn 10, 10). Con su resurrección ha vencido la muerte y nos ha abierto las puertas de la verdadera libertad: “Para ser libres nos liberó Cristo” (Gál 5, 1).

San Pedro en su primer discurso nos revela la hermosísima verdad, fundamento de nuestra salvación: “Israelitas, escuchad estas palabras. A Jesús de Nazareth, hombre acreditado por Dios con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros, como vosotros mismos sabéis, a éste que fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios, vosotros le matasteis colgándolo en la cruz por mano de los impíos; a éste, pues, Dios le resucitó, librándole de los dolores del Hades” (Hechos 2, 22- 24).

Por la obediencia de Cristo al Padre y por el amor de Cristo a los hombres hemos sido salvados. La salvación, es un don de Dios y una posibilidad para nosotros: Jesús ha pagado el precio por nuestra salvación, pero él, no nos salva a fuerzas, es por eso una posibilidad. Hoy día es una posibilidad para nosotros, si queremos podemos salvarnos aceptando el don de Dios  o podemos también perdernos, rechazando el regalo que Dios nos ofrece.

5.     El antes y el ahora.

La vida de los hombres está marcada con un antes y un después: antes de conocer a Cristo y después de conocerlo. El antes lleva el sello de la esclavitud, el después lleva el sello de la libertad: Para ser libres nos liberó Cristo” (Gál 5, 1). “Que no reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, ni deis vuestros miembros como armas de iniquidad al pecado, sino ofreceos a Dios y dad vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia” (Rom 8, 12-14). El antes es de muerte, el ahora es de vida: “pero Dios, rico en amor y en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo, por gracia habéis sido salvados” (Ef 1, 5). El antes es de separación, el ahora es de presencia, de unidad, de ser familia, se ser ciudadanos del reino de Dios (cf. Ef. 2,13).

6.     ¿Cómo nos llega la salvación realizada por el sacrificio redentor de Cristo?

“La voluntad de Dios es que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1ª Tim, 2,4). Podemos afirmar que los hombres llegan al conocimiento de la verdad por medio de la predicación de la Palabra de Dios, y a la misma vez decir que la salvación llega a los hombres por medio de los Sacramentos de la Iglesia.
El Concilio Vaticano II nos recuerda una gran verdad: “que Dios ha querido salvar y santificar a los hombres, no aisladamente y sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo que le confesara y sirviera santamente” (L. G. No. 9). “No se salvarán aquellos hombres que, reconociendo que la Iglesia católica fue instituida por Jesucristo como necesaria, sin embargo, se niegan a entrar o a perseverar en ella” (L.G. 3 14).
Este pueblo de Dios, es ahora la Iglesia de Cristo, “adquirida con su sangre”, pensada por Dios desde la eternidad, fundamento de la verdad e instituida por Cristo para que continuara en la historia su obra redentora. Iglesia que con toda propiedad es llamada: “Sacramento de Salvación” (Jn 20, 19- 23).
San Pedro en su primera carta nos dice que este pueblo de Dios es regio, sacerdotal y profeta: pueblo de sacerdotes, profetas y reyes (cf 1ª de Pedro 2, 9) Existe para evangelizar, es decir, para dar vida En esta gran verdad descubre la Iglesia su carácter Sagrado y Sacerdotal, orgánicamente estructurado en la comunidad eclesial y actualizada en la predicación, en la administración de los Sacramentos y en la práctica de las virtudes. (cf L.G. No. 11).
Los católicos tenemos que valorar cada día más la riqueza sacramental de la Iglesia y aprovecharla lo mejor posible, especialmente la Eucaristía, que es “fuente y cumbre de toda la vida cristiana”, como lo afirma el Concilio (L.G. # 11). Como tampoco debemos despreciar ninguno de los medios de salvación que nos dejó Cristo en su Iglesia: Su Palabra, sus Sacramentos, sus carismas, su oración, el Magisterio.


Señor Jesús, gracias por hacer de tu Iglesia un sacramento de salvación y de unidad.

María Señora del Sagrado corazón, ruega por nosotros.













5.   La Fe en Jesucristo


OBJETIVO: Ayudar a eliminar las falsas concepciones que se tengan de la fe y                      aportar nuevos elementos que ayuden a profundizar la auténtica fe en Jesucristo.
                                                                                                                

1.     Justificados por la fe.

Porque habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por medio de quien también hemos obtenido entrada a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios (Rm 5, 1-2). La justificación es la obra poderosa que Dios realiza en Cristo y por Cristo para que los hombres puedan participar de su “naturaleza divina”, sean transformados en hijos suyos y entre ellos formen una fraternidad universal. Es la salvación gratuita que Dios ofrece a todos los hombres para que podamos ser gratos y agradables a Dios, ya que sin fe nada es agradable a Dios (Hb 11, 6).


La fe es la exigencia esencial para salvarse, para conocer, amar y servir al Señor. Jesús en el Evangelio de Juan pide a sus discípulos creer en Él[1]. En la carta a los Efesios encontramos un hermoso himno a la misericordia de Dios manifestada en Cristo Jesús:
Y a vosotros que estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales vivisteis en otro tiempo según el proceder de este mundo, según el Príncipe del imperio del aire, el Espíritu que actúa en los rebeldes... entre ellos vivíamos también todos nosotros en otro tiempo en medio de las concupiscencias de nuestra carne, siguiendo las apetencias de la carne y de los malos pensamientos, destinados por naturaleza, como los demás, a la Cólera...
Pero Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amo, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo - por gracia habéis sido salvados - y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús, a fin de mostrar en los siglos venideros la sobreabundante riqueza de su gracia, por su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.
Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es un don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe. En efecto, hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos” . (Efesios 2, 1-8).

2.     ¿Qué es la fe?

Para comprender lo que es la fe, miremos a Jesús, el Autor y Consumador de nuestra fe Hb 12, 2)  Jesús el Siervo emprende el camino hacia Jerusalén para obedecer hasta la muerte[2]. En presencia de la muerte lleva la fe a su perfección mostrando una confianza absoluta en el que podía salvarlo de la muerte[3]. Para Jesús la fe es obediencia a su Padre, confianza ilimitada; abandono en sus manos y una vida entregada a favor de todos los hombres, especialmente a los menos favorecidos a quienes amó con predilección.

a.           Para nosotros…digamos primero lo que no es la fe:

1.      La fe no es un algo: un objeto, una cosa que podemos medir, pesar, abarcar y luego desechar.
2.      La fe no es un sentimiento. Los sentimientos humanos son neutros, es decir, ni buenos ni malos, depende la orientación que se les quiera dar.
3.      La fe no es una teoría como la de Darwin. Toda teoría es la manifestación de impresiones subjetivas.
4.      La fe no es un conjunto de normas que tengamos que obedecer para salvarnos. Caeríamos en un fariseísmo legalista, rigorista y perfeccionista. Hombres y mujeres sin misericordia

b.           Ahora digamos lo que sí es la fe.

1.      Es la respuesta que el hombre da al amor de Dios, a la Palabra que Él le dirige. Es la decisión de confiar y abandonarse en Jesús: Es una convicción que sólo en Cristo hay salvación… (Hechos 4, 12) Fuera de Él todo es muerte.
2.      La fe  es un don: “He sido yo quien los eligió a Ustedes” (cfr. Jn. 6, 70), nos ha dicho Jesús. La fe no se puede comprar.
3.      La fe  es un poder. Poder “para vencer el mal y para hacer el bien”, fuerza de Dios para cambiar la manera de pensar y los criterios mundanos y torcidos.  
4.      La fe es una vida: “El Padre nos ha dado vida, esa vida está en Cristo, quien tiene a Cristo tiene vida”. [4] Jesús mismo nos dice quien es Él: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. [5] “Yo soy la Resurrección y la vida”.[6]
5.      La fe es un Alguien que habita por la fe en el corazón del creyente[7]. Una persona divina que ha tomado rostro humano: Jesús. El Don de Dios a los hombres, La Palabra hecha carne mediante la cual fueron creados los mundos; la Vida que el Padre nos da para que tengamos vida en abundancia. Él es el Pensamiento, la Acción, la Sabiduría, la Impronta de su ser, es Emmanuel, Dios con nosotros.
6.      La fe es el camino para apropiarnos de los frutos de la Redención y de todo lo que Dios en su divina Gracia nos ha querido compartir. Sólo por el camino de la fe podemos conocer a Dios, penetrar sus Misterios y recibir sus bendiciones espirituales.[8]

Por la fe sabemos que en el nombre de Jesús, y por sus méritos, los pecados son perdonados; los demonios son expulsados, los enfermos son curados, y por Él, y en Él, somos hijos de Dios.


3.     ¿Qué tenemos que hacer para tener vida eterna?

La respuesta es de Jesús, y es breve: “Que crean en el que Dios ha enviado” (Jn. 6, 40). Pudiéramos hacer la pregunta en otra forma: ¿que tenemos que hacer para que Cristo perdone nuestros pecados? “Arrepentíos, pues, y convertíos para que sean perdonados vuestros pecados” (Hech. 3, 19). El Señor Jesús nos dejó un gran medio para quitar nuestros pecados en el Sacramento de la Reconciliación. El Señor dio a su Iglesia el poder de perdonar los pecados por medio de este Sacramento (Jn. 20, 22-23)

“Porque, si confiesas con tu boca que Jesús es el señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo”. (cf. Rom. 10, 9) Creer en Jesús implica: reconocerlo como nuestro Salvador personal, confiar en Él, obedecerlo, amarlo, pertenecerle, proclamarlo como Señor de nuestras vidas, consagrándole nuestra persona y nuestra vida para que la obra de la salvación crezca siempre en nosotros. La salvación que Jesús nos ofrece es integral, es decir, abarca a todo el hombre y a todos los hombres. No se limita a quitar el pecado y a darnos el cielo. Alcanza también todo nuestro ser y crece hasta perfeccionarse con la posesión eterna de Dios en el cielo. Escuchemos a san Pablo decirnos esta gran verdad: “a la Iglesia de Dios que está en Corinto: a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos, con cuantos en cualquier lugar invoquen el nombre de Jesucristo, Señor nuestro, de nosotros y de ellos.” (1 Cor. 1, 2)


4.     ¿Qué es creer en Jesús?

1.      Creer en Jesús es aceptar a Dios como Padre que nos ama, que nos perdona, que nos salva y que nos da su Espíritu Santo.
2.      Aceptarlo como nuestro único Salvador personal: “me amó y se entregó por mí” (Gál 2, 19). Es mi Redentor: con su sangre me ha comprado para Dios: “nos ha sacado del reino de tinieblas y nos ha llevado al reino de la luz” (Col. 1, 13).
3.      Creer en Jesús es adherirse a su persona: hacerse uno con él, buscando su rostro, su mirada, tener sus pensamientos, sus sentimientos, sus intereses, sus preocupaciones, sus luchas, para hacer nuestras las promesas y bendiciones del Padre que encontramos en la Biblia.
4.      Creer en es aceptar su Palabra como “Norma” para nuestra vida: Vivir según el Evangelio, es vivir como hijo de Dios, hermano de los hombres y servidor de los demás.

5.     Lo que implica el creer en Jesús:

“El hombre es justificado por la fe sin las obras de la ley”.[9] Significa que la salvación nunca es algo debido, sino una gracia de Dios acogida por la fe. De esta manera el creyente nunca puede gloriarse de sus obras o de su propia justicia ni apoyarse en sus obras como lo hacía Pablo el fariseo.[10] Creer en Jesús implica:

1.      Confianza infinita en Dios que se nos ha manifestado en Cristo Jesús que se entregó a la muerte por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación  (Rom 4, 25). Abandono incondicional en las manos del Padre. “Yo sé en quien he puesto mi confianza”. “Quien pone su confianza en Él, no queda defraudado” (2 Tim 1,12).
2.      Obediencia a su Palabra: “Haced lo que os diga” (Jn. 2, 5). Quien cree en Jesús hace de su Palabra la Norma para su vida.
3.      Disponibilidad  para servirle: “No he venido a ser servido, sino a servir” (Mt 20, 28) “L que quiera servirme que me siga” (Jn 12, 26).
4.      Sentido de pertenencia: “Somos del Señor, de Aquel que nos ha redimido, que ha pagado el precio por nosotros.[11] Le pertenecemos en la medida que lo amemos.

Una mirada a María, la Madre del Salvador, nos ayudará a comprender lo que es la fe. Para la Madre, la fe es “don de Dios”, “es apertura a la acción divina”, “es acogida de la voluntad de Dios”, es “confianza, y abandono en las manos del Padre”. La fe de la Madre es donación entrega y servicio a la Obra del Hijo. Podemos de esta misma manera comprender porque la Iglesia llama a María “la Madre de los creyentes”.

María, Señora del Sagrado Corazón, ruega por nosotros.
















 

6. La conversión cristiana según Jesús de Nazaret


OBJETIVO: Presentar la conversión según el Evangelio para que sea entendida como el paso del Antiguo al Nuevo Testamento; de la Antigua a la Nueva Alianza.

1. “Conviértanse y crean en el Evangelio”

La conversión para Jesús no es algo triste y doloroso para vivir quejándonos o suspirando por las cebollas de Egipto, con la mano puesta en el arado y la mirada hacia atrás. Eso no es la conversión. No es cambiar de costal, es decir, no es dejar de hacer algo malo porque nos conviene o por agradarle a la gente. Eso no capacita para el Reino de Dios. El anuncio gozoso de la Buena Nueva, proclamado por Jesús, es como el preludio de toda conversión cristiana: Para entrar al Reino de Dios exige “creer y convertirse” (cf Mc 1, 15).

La conversión predicada por Jesús es Buena Nueva, es anuncio gozoso y liberador. A quien lo escucha y lo acoge, Jesús pone en su corazón la “Esperanza” liberadora que realiza la conversión de mente vida y corazón. Nosotros creemos que Jesús ha venido a traernos a Dios: “Vengo para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10). La “Esperanza” que Jesús pone en nuestros corazones es Dios mismo que ha venido a iniciar en nosotros un proceso; el proceso de nuestra conversión que tiene como meta la “La vida íntima con Dios en Cristo Jesús, por la acción del Espíritu Santo”. El que responde al llamado y a la acción de Dios se convierte en “Testigo de la esperanza”.

El contenido fundamental del Antiguo Testamento está resumido en el mensaje de San Juan Bautista; <>. No se puede llegar a Jesús sin el Bautista; no es posible llegar a Jesús sin responder a la llamada del Precursor, es decir, sin convertirse a Cristo. No obstante, Jesús asumió el mensaje de Juan en la síntesis de su propia predicación: “Convertíos y creed en el Evangelio para que entréis en el Reino de Dios” (Mc 1, 15).

Para Él, la conversión, no es volver atrás, a la Antigua Alianza, sino, entrar en la Nueva Alianza, en la época de la Gracia, en la cual la salvación no se debe a las obras, sino a la bondad de Dios manifestada en Cristo Jesús, Salvador y Liberador del Hombre.


2. ¿Qué es entonces la conversión para el Señor Jesús?

a.                  Ir a Jesús.

“Vengan a mí los que estáis cansados y agobiados, tráiganme su carga” (Mt 11, 28). Lo primero es el encuentro con Jesús. No es que seamos nosotros los que vamos a Jesús, es él, quien nos busca como Buen Pastor (Lc 15, 4); se nos acerca para indicarnos que andamos equivocados e invitarnos a volver a la Casa del Padre. El punto de partida de la conversión es la iniciativa de Dios que nos amó primero: A nosotros nos toca dejarnos encontrar y aceptar el Camino que Él nos propone. El camino del Amor. El encuentro con Cristo es liberador y gozoso. Nos libera de la carga del pecado y nos da su gracia, su amor, su paz, su gozo. Hace de nuestro corazón un manantial de “aguas vivas”. Por el pecado habíamos abandonado la Fuente, ahora estamos de regreso, hemos vuelto al Señor, el Agua viva de nuestra Salvación” (Jer 2, 13). Para el Señor Jesús la conversión es cambiar el yugo de la esclavitud del pecado por el yugo del amor y caminar con Él; es por lo tanto cambiar de Padre, de Dueño, de Reino y de Patria (Jn 8, 36ss)

b.           Un Nuevo nacimiento. Volver a nacer.

 “En verdad, en verdad os digo, el que no nazca del agua y del Espíritu no puede ver el Reino de Dios” (Jn 3, 5). No basta tener ciertas devociones o algunas prácticas religiosas. No se puede depositar “el vino nuevo en odres viejos”, “a vino nuevo odres nuevos” (cf Mc 2, 22). No basta con ponerle un parche a nuestra vida o ponernos mascarillas para vernos bien ante los demás. Nos convertiríamos en simples “fachadas”. El oráculo divino dice: “Hay que nacer de nuevo”. Nacer de Dio, nacer de lo Alto (Jn 1, 11ss) ¿Cómo podrá ser esto? Escuchando la Buena Nueva para creer en Jesús  y aceptarlo a Jesús como nuestro Salvador, Maestro y Señor de nuestras vidas. Para nacer de Dios San Pablo nos invita a entrar en la “Muerte y resurrección de Cristo”, para nacer de nuevo y vivir una vida digna de Dios en Cristo Jesús (Rom 6, 10-11). Muriendo al pecado y resucitando con Jesús, para apropiarse de los frutos de la Redención de Cristo: el perdón y la paz, la resurrección y el don del Espíritu.

c.           Hacerse como Niños.

“Yo os aseguro que si no cambiáis y os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mt 18, 2). En verdad, puro está el niño de envidia, de odio o de ambición por los primeros lugares. El niño posee la mayor de las virtudes: la humildad unida a la sencillez y la transparencia. Aprender de Jesús que es Manso y Humilde de corazón (Mt 11, 29), es tarea para toda la vida. Si nos faltan estas virtudes nuestra salvación anda coja también en lo más importante.

Jesús les dijo: «Dejad a los niños y no les impidáis que vengan a mí, porque de los que son como éstos es el Reino de los Cielos (Mt. 19, 14). Hacerse como niños para el Señor Jesús es aceptar la salvación y el reino como don, como regalo, y nunca como algo merecido o como algo que se puede comprar y vender. Hacerse niño como Él, para luego hacerse servidor de los hermanos, discípulo misionero del Señor.

d.           Dar la media vuelta para volver a la Casa del Padre.

El hijo pródigo salió de la Casa del Padre para irse a un país lejano donde derrochó los bienes de fortuna viviendo como un libertino (cf Lc 15, 11ss). La conversión es darse media vuelta para volver a la Fuente del Amor, a Cristo, a la Casa del Padre. Volver dejando atrás el terreno de los ídolos y rompiendo con situaciones de injusticia, de fraude, de mentira, de no salvación; situaciones que no son queridas por Dios. Con la media vuelta comienza el acercamiento a Dios. El camino de regreso no es fácil porque tenemos mentalidad de esclavos: “Trátame como uno de tus sirvientes” (Lc 15, 19), y además tenemos mentalidad servil: “Soy un caso echado a perder, ya no tengo remedio, nada se puede hacer”. “No soy digno del perdón de Dios”, etc.

El camino de regreso a casa no es fácil, pero está lleno de experiencias de luz, de verdad que hacen tomar conciencia de pecado, de necesidad de Dios, de vacío. La mano amorosa de Aquel que nos hace regresar pone a nuestro paso personas incondicionales que nos van indicando por donde es que tenemos que ir, que es lo que no debemos hacer y que si es lo que hemos de hacer: seguir caminando, la fiesta está cerca.

e.   Actuar con misericordia.

“En verdad os digo, si vuestra justicia no supera la justicia de los fariseos no entraréis al Reino de los Cielos” (Mt 5, 20). La conversión es al amor y a la misericordia o no es conversión: “Misericordia quiero y no sacrificios” nos recuerda el Señor. La misericordia es amar con el corazón la miseria del otro, del pobre, del pecador, del próximo, excluyendo de nuestra vida los sentimientos de grandeza, los juicios despectivos, las actitudes de envidia, de egoísmo y de todo sentimiento de mezquindad. “Sólo los limpios de corazón pueden llegar a ser misericordiosos” (cf Mt 5, 7-8), razón por la cual, hemos de pensar que nuestra conversión, para que sea cristiana,  ha de ser radical, profunda y total,hasta llegar a cambiar de vestido, quitándose en traje de tinieblas para revestirse con la vestitura de la salvación (Rm 13, 11ss)

La conversión según Jesús, a la luz de la parábola del Sembrador, puede ser vista como el barbechar del corazón que nos pide el profeta Jeremías para arrancar la maleza: “Cultivad el barbecho y no sembréis entre cardos. Circuncidaos para Yahveh y quitad el prepucio de vuestro corazón” (Jer 4, 3-4). Cultivar el corazón exige arrancar los espinos, la mala cizaña y derrumbar las murallas que hemos levantado en nuestro interior impidiendo el sano acercamiento con Dios y con los demás. Convertirse es sacar fuera la vieja levadura de las pasiones que gobiernan nuestro corazón para dejar lugar a la nueva levadura de verdad, justicia, libertad y amor como las nuevas bases que hacen presente el Reino de Dios en nuestra vida.


3. ¿De qué nos hemos de convertir?

 La pregunta podría ser: ¿Qué es lo que hemos de erradicar de nuestro corazón? Todo aquello que impide que el Reino de Dios crezca en nosotros: la autosuficiencia, la manipulación, la mediocridad, la tibieza, la superficialidad, la vida mundana, tan llena de ídolos, los vicios, de la vida según la carne, de las supersticiones, del espíritu del servilismo y de toda miseria humana. (Ver los 7 pecados capitales).

La conversión cristiana implica pasarse del fariseísmo a Jesús; de las obras muertas de la carne a Cristo, fuente de vida nueva; convertirse del reinado de los ídolos al reinado de Jesús; salir de las tinieblas para ir a la luz; pasar de la esclavitud a la libertad; salir de la muerte para entrar en la vida; cambiar del padre de toda  mentira para ser hijos del Dios vivo y verdadero. El corazón humano cuando se encuentra bajo la esclavitud del pecado, es el “Odre viejo”, que para recibir el “Vino Nuevo”, hay que vaciarlo de la vieja levadura del espíritu de corrupción y de toda aquella negatividad, que impide que el hombre sea lo que debe ser. Vaciar el “viejo odre” para lavarlo con el “agua y la sangre” que brotan  del costado de Cristo para luego enjuagarlo en la Misericordia que es derramada en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos es dado (Rom 5, 5).


4. ¿Para qué nos hemos de convertir?

El Espíritu Santo saca de nuestros corazones la mentira y nos lleva a vivir en la verdad, nos hace libres y llena nuestros corazones de la “vida nueva” para que amemos y para que sirvamos al Señor Nuestro Dios como hombres y mujeres de verdad (cf 1Tes 1, 9). Convertirse para salir del conformismo y dejar de ser copia de los demás y títeres de otros. Nuestra conversión no será cristiana si no nos vaciamos de nosotros mismos para llenarnos de Cristo. Para orientar nuestra vida hacia Dios; hacia el bien; hacia el servicio a los demás como servidores de la vida, del amor, de la verdad. Convertirse para tener la manera de pensar, de mirar de Cristo; poseer sus virtudes y no engreírse por ellas; tener su manera de amar y servir, sin buscar el propio interés, sino la gloria de Dios y el bien de los demás. Reconocemos que la conversión cristiana es un verdadero camino de sanación interior: de miedos, inseguridades, complejos y de alteraciones de la mente.


5. ¿Qué exige la conversión?

Ciertamente la conversión es ante todo un proceso de personalización y de humanización: yo renuncio a vivir como todos para tomar decisiones propias. Ya no me siento justificado por el hecho de que todos hacen lo mismo que yo. En otras palabras busco otro estilo de vida, una vida nueva. La conversión cuando es verdadera humaniza y personaliza: nos hace personas. Cuando la fe no se hace cultura, se asfixia y se muere, es estéril y vacía. Por eso tengamos presente que la conversión cristiana es una socialización nueva y profunda; se pasa del yo al nosotros, del mío al nuestro; del individualismo a la Comunidad Fraterna. No hay duda, la conversión de cualquier hombre hace bien a todos. Cuando el corazón del hombre cambia, cambian también las estructuras: la familia, la educación, la política, la religión, etc. La conversión a Jesucristo exige el cambio radical de la mente y del corazón para ser discípulos y misioneros de Cristo; para que el mundo tenga vida en Él. Hoy podemos ver la conversión como “llamada y como respuesta”: “Levántate y sígueme” (Mc 2, 14) “Vayamos al encuentro de Dios y de los demás”.

¿Adónde vamos? Jesús siempre nos conducirá a la intimidad con Dios y al encuentro con los hermanos. Sólo se convierte el hombre quien vive de encuentros interpersonales, con Dios y con los demás… por eso la conversión es al amor o no es conversión. Es don y es respuesta.


Liturgia penitencial y Renovación de las Promesas Bautismales.

Hemos llegado al momento de renovar nuestro Bautismo. Momento de renunciar a todo aquello que es incompatible con el Reino de Dios en nuestra vida, pedir perdón por nuestros pecados y profesar nuestra fe en el Dios Uno y Trino.

Se ha de prepara un clima de recogimiento con cantos propios de una Liturgia Penitencial dirigida por el Sacerdote, ministro de Cristo y de la Iglesia.

Se ha de evitar caer en el emocional ismo y en el sentimentalismo o en provocar situaciones de euforia para luego echarle la culpa al Espíritu Santo.

Que nadie se sienta juzgado, acusado o sienta que le echan en cara sus pecados, porque Dios no lo hace así. Se pueden señalar situaciones de pecado, pero, sin acusar a nadie.

Se trata de iluminar la conciencia y ayudar a la persona, para que libre y generosamente  responda a la acción del Espíritu que con respeto y delicadeza actúa en el interior del hombre.

La repuesta es individual, pero, puede hacer también de manera comunitaria. De uno por uno o cuando es grupal, el sacerdote dirige el rito de las renuncias para responder a cada una con un firme y sonoro “Yo renuncio”.

1.     Las renuncias.
·        Yo, renuncio a Satanás, padre y autor de toda mentira. Porque me ha engañado haciéndome pensar que la felicidad estaba en la fama, el prestigio, el placer, las diversiones y en el poseer riquezas.
·         Yo, renuncio a Satanás y a todas sus seducciones. Porque me sedujo por medio de la pornografía, de la falsedad y el engaño para llevarme a una vida sensual según la carne que me hizo esclavo de mis pasiones, de mis instintos y de mis sentidos.
·         Yo renuncio al pecado para vivir en la libertad de los hijos de Dios:
Ø  …al odio, el egoísmo, la soberbia, la envidia, la avaricia, la lujuria, la ira, la envidia, la pereza.
Ø …al Individualismo que me llevó a pensar sólo en mis intereses; en vivir sólo para mi sin pensar y preocuparme de los demás.
Ø …al Farisaísmo rigorista,  legalista y perfeccionista que me hace creerme mejor y superior a los demás sin tomar en cuenta que son personas valiosas con dignidad y valores.
Ø …al relativismo que me hace valorar a las personas, no por lo que son, sino por lo que tienen, por el color de la piel, por la ropa que usan.
Ø …a vivir y a juzgar según las apariencias y preocuparme por el que dirá de la gente.
Ø …a los chismes, críticas, groserías, juicios despectivos hacia los demás, palabras obscenas, etc
Ø …al instrumentalismo que me ha llevado a ver de las personas como objetos, cosas…para luego hacer de ellas instrumentos de trabajo y de placer.
Ø …a toda forma de manipulación…que es la más grande las ofensas contra los seres humanos.
Ø …al machismo del hombre…y a la pasividad femenina. Ambos situaciones son deshumanizantes y despersonalizadores. Hombre y mujer son igual de valiosos, cada uno con distinta misión.
Ø  …a toda forma de irreligiosidad y de impiedad que me llevaron a vivir sin Dios y a perder mis valores religiosos.
Ø …al alcoholismo y drogadicción que son fuente de pobreza, miseria, dolor, enfermedad y sufrimiento.
Ø …a toda forma de fraude, chantaje, robo.
Ø …al consumismo que me hace derrochar lo que no tengo y gastar en lo que no necesito.
Ø …a gastar de manera vana y superflua para llenar los vacíos del corazón en lujos que no son necesarios, mientas que hay pobres que pasan hambre.
Ø …a toda forma de superstición:

§  …creer en la mala y en la buena suerte.
§  … a la brujería, hechicería y toda forma de encantamientos.
§  …al espiritismo y a la invocación de espíritus que son una mentira de Satanás.
§  …al espiritualismo que es una mezcla de espiritismo, ocultismo, filosofías persas, brujería, santería moderna y religión.
§  …a toda forma de ocultismo como  son todas las magias, lectura de la mano, la ouija, el tabaquismo, el poder mental, cultos satánicos.
§  …a creer en la reencarnación que niega el valor de la Redención.

2.     La Profesión de nuestra fe.

·         Creo en Dios Padre. Creador de todo cuanto existe en los cielos en el cielo y en la tierra. Creo en Dios, Fuente y Autor de la vida.
o   Creo que Dios es amor, me ama como soy incondicionalmente y desde siempre.    
o   Creo que Dios es Perdón, es rico en misericordia y me perdona todos mis pecados, los grandes y los pequeños.
o   Creo que Dios es Libertad y es liberador, me libera y me salva y me da el don de su Espíritu.

·        Creo en Jesucristo. El Hijo Unigénito y Primogénito de Dios.
o   El único Mediador entre Dios y los hombres.
o   Salvador y Redentor que nació de María la Virgen.
o   El Misionero del Padre que vino a traernos la Vida de Dios.
§  Qué murió para rescatar a los hombres del poder de las tinieblas y darnos el perdón de los pecados. 
§  Y resucitó para nuestra justificación.
§  Que ha sido constituido Señor y Cristo, es Emmanuel, Dios con nosotros.

·        Creo en el Espíritu Santo, Señor y Dador de vida.
o   Actúa en nuestro interior para darnos conciencia de que somos pecadores necesitados de redención.
o   Nos lleva al encuentro con Cristo.
o   Y  guía a los hombres por los caminos de Dios.

·        Creo en la Iglesia, Casa del Dios vivo y fundamento de la verdad.
o   Creo que la Iglesia es la Familia de Dios; Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo.
o   Creo que la Iglesia es la Comunidad fraterna en donde todos somos hermanos y donde se vive la Comunión de los Santos.

·        Creo en el Bautismo, puerta para entrar a la iglesia, el primero de los Sacramentos.
o   Nos perdona los pecados, nos hace hijos de Dios y hermanos de Jesucristo.
o   Nos apropiamos de los frutos de la Redención de Jesucristo: el perdón y la paz, la resurrección y el don del Espíritu.

·        Creo en Resurrección de los muertos y en la Vida eterna.
o   La muerte es la puerta para entrar a la eternidad.
o   Después de la muerte hay un Juicio donde daré respuesta de lo que hice en esta vida o de lo que dejé de hacer.
o   Mi meta es el Cielo, es Dios, es la Vida eterna.

Esta es nuestra fe. Es la fe de la Iglesia, que nos gloriamos de profesar, en Jesucristo Nuestro Señor.

Una fe Trinitaria, Cristológica, Pneumatológica, Pascual, Eclesiológica, Mariana y Antropológica. Una fe que nos muestra un Padre que nos ama; a Jesús que ha muerto y resucitado para nuestra justificación; al Espíritu que guía a los hijos de Dios; a La Iglesia Cuerpo Místico de Cristo a la que somos incorporados por el Bautismo que nos hace pasar de la muerte a la vida; María, Madre y Maestra, camina siempre con nosotros para recordarnos que estamos llamados a ser hombres nuevos.

3.     La entrega y la quema.

Se recomienda encender una fogata, cuando es posible, si no, un brasero con carbones encendidos, se bendice el fuego y se entonan cantos especiales que invitan a entregar nuestras cargas a Cristo, el “Basurero divino”.

Todas las personas presentes que han renovado sus Promesas Bautismales, escriben, en un ambiente de recogimiento y oración todas sus experiencias, cargas y debilidades que quieran poner a los pies de Cristo y en silencio pasan una a la vez a depositar sus papeles escritos sobre el fuego símbolo del “Fuego del Espíritu”.

La Oración del cristiano renovado.

Gracias, Padre Dios por el don de la vida, porque me llamaste por amor a la existencia, me elegiste para estar en tu presencia y me destinaste a ser hijo amado de tus complacencias. Gracias por el don de mi Familia: mis padres, abuelos, hermanos, tíos, primeros y demás familiares. Gracias también por mis padrinos de bautismo. Gracias por don de la fe. Gracias por darnos a tu Hijo Jesucristo que “nos amó y se entregó por nosotros”.

Señor Jesús, creó en Ti y te acepto como mi Salvador personal. Tú moriste y resucitaste por mí. Hoy y aquí te abro las puertas de mi corazón y te invito a entrar en mi vida que pongo en tus manos, porque yo decido pertenecerte con todo cuanto tengo y cuanto soy. Redentor y Salvador mío te pido con humildad el “Don del Espíritu Santo” para que me enseñe a amarte y a servirte toda mi vida.

María, Madre, ven Señora, tómame de la mano, enséñame a caminar en la fe; llévame siempre a tú Hijo para que como Tú, Madre yo también, sea su “Discípulo y su Misionero”. Amén

Se termina con cantos de gozo para celebrar la gran Misericordia de Dios, el regreso a casa y el nuevo Nacimiento. Pueden darse saludos y felicitaciones por la obra y las maravillas que el Señor a realizado en medio de su Pueblo.

“Todo el que está en Cristo es una nueva creación, lo antiguo ha pasado, lo que ahora hay, es lo nuevo” (cfr 2 Cor 5,17) Lo nuevo es un Cristo Vivo que vive en el corazón del creyente que lo ha aceptado como su Salvador personal.






Señor Jesús, quédate con nosotros.
(2ª parte)



“El Espíritu Santo, es el principal agente de la Evangelización”.



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El Espíritu Santo realiza la “Obra del Padre” en nuestra vida por medio de la Evangelización y de los Sacramentos, nos ilumina y vivifica. En virtud del Bautismo y la Confirmación, somos llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo y entramos a la comunión trinitaria en la Iglesia, la cual tiene su cumbre en la Eucaristía, que es principio y proyecto de la misión del cristiano. “Así, pues, la santísima Eucaristía lleva a la iniciación cristiana a su plenitud y es como el centro de toda vida sacramental” (Doc. de Aparecida 153).
PRÓLOGO

Un Mensaje que se pregonaNadie puede decir: “Jesús es Señor”, sino con el Espíritu Santo. (1 Co 12, 3)La obra del Divino Espíritu es llevarnos a Cristo, que a su vez nos lleva al Padre que nos da Espíritu Santo. Este llevarnos a Cristo, al “Encuentro personal” con Él, “Hasta que alcancemos todos la unidad en la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud en Cristo.” (Ef 4, 13)Es la obra que el Espíritu Santo realiza en los cristianos: actualiza en nosotros el Plan de Salvación realizado por Cristo hace más de dos milenios; nos lleva a la perfección en la caridad.

Querido hermano y querida hermana, pretendemos presentarte en esta segunda parte del Kerigma, los elementos necesarios que te lleven a descubrir las acción del Espíritu en tu vida y en la de otras personas dentro de la Comunidad Cristiana. Creemos con firmeza que a partir del “Encuentro personal con Cristo Resucitado”, Él mismo, nos abre la mente y nos explica las Escrituras” (cfLc 24, 27). Lo anterior nos ayuda a decir que Cristo no es solamente el objeto del Kerigma, sino el sujeto que lo dirige, lo proclama; es el anuncio en donde se oye a Dios revelarse: es actualización de la Promesa.

El Kerigma es Jesucristo mismo: toda su obra unida a su Persona. No solo hace referencia  a los últimos acontecimientos de la vida Jesús: muerte – resurrección y ascensión, sino que su predicación debe abarcar todo el Mensaje del Señorío de Dios, que irrumpió en Cristo, desde su Nacimiento (Lc 2, 10), vida pública del Señor, su pasión y su muerte, y sobre todo a partir de su Resurrección (Hch 10, 40-42) Kerigma es hacer qué Él reine“hasta que ponga todos sus enemigos bajo sus pies, y el último enemigo en ser destruido será la muerte” (1 Co 15, 25-26). La proclamación del Kerigma es la clave para entender el Antiguo Testamento; esa clave es Jesucristo, que su pueblo rechazó, y por lo mismo perdieron la clave para interpretar las Escrituras. (cfr. Jn 1, 11)

Kerigma es el Anuncio gozoso que Dios mismo predica por medio de sus pregoneros. Es “preparar los caminos del Señor, enderezar sus sendas, es proclamar la conversión.” (Mc 1, 2-4) “Y la necesidad de hacerse bautizar en el nombre de Jesucristo para que sean perdonados los pecados y recibir el Espíritu Santo” (Hch 2, 38; 26, 20b) Es anunciar y vivir el Mensaje de Salvación al cual Pablo pregona como “Misterio de Dios”. Kerigma es toda la predicación de Pablo que se identifica con Cristo; es la “Sabiduría de Dios, misteriosa,  escondida…” que se opone a la “sabiduría de este mundo”: el mensaje que proponían los judíos, quienes si lo “hubieran conocido no hubieran crucificado al Señor de la Gloria” (1 Co 2, 7-9) No basta hablar de Dios; no basta hacer milagros o expulsar demonios, no basta, es necesario vivir el Kerigma y encontrarse llenos de la Gracia de Dios mediante una intensa vida sacramentaria para no se réprobos el día de Juicio. (Mt 7, 22- 23) El pregonero del Kerigma está llamado a ser el primero en creerlo, el primero en vivirlo y el primero en pregonarlo, para la “Gloria de Dios Padre y en bien de toda la Iglesia.

1.  EL SEÑORÍO DE JESÚS.

OBJETIVO: Jesús es el Salvador y el Redentor de los hombres, pero él ha de ser además, Señor de nuestras vidas, centro de nuestros corazones. Con este tema pretendemos ayudar a conocer el camino que nos lleva  a la perfección cristiana
                                                                                                                                                      
1.     La fe de la Iglesia

“Nadie hablando con el Espíritu de Dios, puede decir: “Anatema sea Jesús”; y  nadie  puede decir: “Jesús es Señor”, sino con el influjo del Espíritu Santo” (1 Co 12, 3) Dios ha abierto a los hombres un camino que pasa por los acontecimientos de la salvación: muerte y resurrección de Jesús. Camino que no nace del silencio sino de la escucha. Es el camino del Kerigma: ¡Jesucristo ha muerto! ¡Jesucristo ha resucitado! ¡Jesucristo es el Señor!

Esta es la fe que los apóstoles trasmitieron a la Iglesia y que ella quiere hoy día despertar en cada uno de los bautizados e incluso en las mismas piedras. Jesús de Nazaret, el profeta que murió en la Cruz por los pecados de todos los hombres, ha resucitado y ha atravesado los cielos para sentarse a la derecha del “Trono de Dios” y ha sido constituido “Señor y Cristo” (Hch 2, 36).

2.     Por la Obediencia del Hijo

San Pablo nos dice que Jesús por su obediencia recibió el Nombre que está sobre todo nombre…y que toda lengua proclame y toda rodilla se doble “Jesucristo es Señor” para gloria de Dios Padre. (Flp 2, 8-11) Lo que Pablo quiere expresar con la palabra Señor es precisamente aquel Nombre que proclama el Ser divino. El Padre ha dado a Cristo su mismo  Nombre, y su mismo Poder. Está es la verdad inaudita que encierra nuestra fe cristiana: “Jesucristo es el Señor” “Jesucristo es “El que es”, el Viviente. Es Dios con nosotros.

Pero Pablo no es el único que proclama esta verdad: “Cuando levantéis al Hijo del Hombre, sabréis que YO SOY”, nos dice san Juan en su Evangelio. (Jn 8, 24). Y también dice: “Si no creéis que YO SOY, moriréis por vuestros pecados”. La remisión de los pecados tiene lugar ahora en ese Nombre, en esa Persona, en Jesús, el Hijo amado del Padre.

Para san Juan el Nombre divino está íntimamente ligado a la obediencia de Jesús hasta la muerte: “Cuando levantéis al Hijo del Hombre sabréis que Yo Soy y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado” (Jn 8, 28) Jesús no es Señor contra el Padre o en lugar del Padre, sino “para la gloria del Padre”.

Esta hermosa Verdad que es un secreto, que está vedada para el mundo, hoy la Iglesia nos la revela, nos la entrega a los que hemos creído en el que Dios ha enviado, lo hemos aceptado como nuestro Salvador y ahora nos invita a aceptar su señorío sobre nuestras vidas. Ese dominio de Dios que fue rechazado por el pecado ha sido sustituido por la obediencia de Cristo, el nuevo Adán. En Jesús y por Jesús Dios ha vuelto a reinar desde la “Cruz” por eso que toda rodilla se doble y que toda lengua proclame que Jesús es Señor: “Para eso murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos”. (Rm 14,9)


3.     “En el REINO DE DIOS nadie vive para sí mismo”.

El grito de alabanza que se escuchaba como un estallido en las asambleas cristianas después de Pentecostés, llenaba a unos de rabia y a otros de alegría: “Jesús es Señor” para gloria de Dios Padre. La alegría de los cristianos está en conocer, amar y servir a Cristo para decir con Santo Tomás: “Mi Señor y mi Dios”. Realidad que sólo puede ser posible, cuando,  por la acción del Espíritu Santo nos sumergimos en la Voluntad del Padre, haciendo de su Hijo el Principio, el Centro y el Fin de nuestra vida.

En el Mundo el hombre vive para sí mismo; muchas veces bajo el dominio de las cosas, de las personas o de las ideologías. No así, en el Reino de Cristo, donde nadie vive para sí mismo: “Si vivimos para el Señor vivimos y sí morimos; para el Señor morimos, tanto en la vida como en la muerte somos el Señor (Rm 14, 8). Lo que realmente estamos diciendo que el hombre es un ser para la entrega, que nuestra vida no nos pertenece, su Dueño es el Señor. Es muy bueno que ya estemos diciendo que Jesús es nuestro Salvador, pero, es también necesario que reconozcamos a Jesús como SEÑOR DE NUESTRA VIDA Y DE NUESTRA HISTORIA.

El camino para vivir el Señorío de Jesús es: “Ser de Cristo” (1 Co 3, 23). Ser pertenencia de Cristo, que Jesús sea el “Mero, Mero” en tu vida. Ser de Cristo implica haberlo recibido como Salvador y haber recibido su perdón y su paz. ¿Ustedes de quien quieren ser? San Pablo en la carta a los Gálatas nos dice: “Para ser libres nos liberó Cristo”. (Ga 5, 1) Libres de toda esclavitud, y libres para servir a los hombres. Es la enseñanza del Maestro: “No he venido a ser servido, sino a servir” (Mc 10, 45). Jesús ha venido a nuestra vida para liberarnos del pecado, de la idolatría, destruir las obras del Diablo y darnos el don del Espíritu Santo.

La verdad es que el hombre ha sido puesto en mundo para ser amo y señor de las cosas: vivir por encima de ellas; no fue creado para vivir por encima de los demás, como tampoco fue creado para vivir por debajo de los otros. Los señores de la tierra son opresores, son explotadores, están llenos de mentira, fraude y engaño, quienes viven el Señorío de Cristo no son de esos.

El hombre existe para entregarse, para darse para servir a impulsos del amor. Con su voluntad el hombre se ata, se adhiere a “algo” o a “alguien”. El ser humano se ata o se une a lo que ama, aquello que la inteligencia le presenta como bueno. ¿Qué sucede si me ato al mal? ¿Qué sucede si me adhiero al bien? ¿Qué sucede si me uno a Dios? Si me uno al mal, me hago malo, si me uno al bien me hago bueno y si me uno a Dios me divinizo. Me hago uno con Él en Cristo Jesús, “Camino, Verdad y Vida”, y todo el que se une a Él,  vive en la verdad, practica la justicia, camina en la libertad y vive para amar. En pocas palabras se realiza plenamente como ser humano.

El hombre que se adhiere al error, es un oprimido y es esclavo del mal. En cambio  si se  adhiere al bien se hace siervo de Dios. De la misma manera que el hombre que vive para sí mismo se asfixia en su propio ego. No hay término medio, o frío  o caliente. Sólo hay dos caminos, uno lleva a la vida el otro al libertinaje y por ende a la muerte. No hay término medio, si tú me dices yo tengo mi propio camino, ese sería un camino, ni tan ancho ni tan angosto, ni frío ni caliente, más bien sería tibio y la Palabra de Dios nos dice que la tibieza espiritual no es grata a Dios. “Conozco tu conducta, no eres ni frío ni caliente; ahora bien puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mí boca”(Ap 3, 15- 16)

4.     ¿Cómo entiende la Biblia la palabra SEÑOR?

¿Qué significa la Palabra Señor? En primer lugar designa a la persona que tiene dominio sobre tierras o cosas, es dueño. Por ejemplo los señores feudales y los hacendados se creen dueños de vidas y haciendas. Jesús no es de estos, hoy día a esos señores nadie los quiere. Otra palabra muy semejante es la palabra “amo” que tiene casi el mismo significado, pero que hace referencia más bien a personas que son cabeza de la casa y que tienen uno  o varios criados. El Amo es el que hace y deshace.

Para los judíos el NOMBRE de Dios revelado a Moisés en el libro del Éxodo (3, 14) es tan SAGRADO que no se atrevían a pronunciarlo y encontramos que en la Biblia griega el NOMBRE es traducido por “Kyrios” (Señor). Señor se convierte desde entonces en nombre más habitual para designar la divinidad misma del Dios de Israel. El Nuevo Testamento utiliza en sentido fuerte el título de Señor para designar al Padre, pero también lo emplea, y aquí está la novedad, para Jesús reconociéndolo como Dios. (1 Co 2, 8;  Flp 2, 6-11)

1.      Hechos 2, 36. Independientemente de lo que digamos, Jesús es Señor, pues Dios lo ha constituido Señor y Mesías.
2.      Juan 13, 13-14. Ustedes me llaman Maestro y Señor, y en verdad lo soy….
3.      Mateo 20, 28. “Mi Señor y mi Dios” la frase más bella de la Biblia que mejor nos habla de lo que Jesús: Señor de señores. Dios de Dios.
4.      Colosenses 1, 15-18. Imagen de Dios Invisible. Es también la cabeza del Cuerpo que es la Iglesia. El es el Principio…
5.      Filipenses 2, 6-11. Jesús es de condición divina….que toda rodilla se doble…y toda lengua proclame que Jesús es  SEÑOR.

La experiencia nos dice muchísimos son los bautizados, muchos los creyentes, pocos los practicantes y poquísimos los comprometidos con la causa de Cristo. Quiero decir que con esto que muchos creyentes no viven bajo el Señorío de Cristo, más bien llevan una vida según la carne: vida mundana y pagana dando culto a los ídolos del poder, del placer o del tener. Podemos dividir nuestra vida en dos: antes y después de conocer a Cristo.
 





Antes de conocer a Cristo                  Después de conocer a Cristo           Jesús es Señor                                                            
El Yo es el centro                           Jesús ya está dentro…                         Jesús es el centro y
Cristo está fuera de la vida.           Pero el Yo sigue siendo el centro.       el Yo está a su lado.
A mi alrededor; dinero,                  A mi alrededor sigue el dinero,          Todo ha sido puesto
alcohol, sexo, etc.                        fama, el tabaco, diversiones.            bajo los pies de Cristo
                         

5.     ¿Cómo hacer a Jesús Señor de nuestras vidas?

Existen dos capitanes, dos señores, dos reinos: el de la luz y el de las tinieblas. En el Reino de  la luz, Cristo es el Rey, es el Capitán, mientras que el reino de las tinieblas, el Diablo es el jefe. ¿En cuál reino te encuentras? ¿Cómo saberlo? ¿Cuál voluntad estás haciendo? ¿Tú voluntad o la de Dios? En reino de la Luz sólo viven los que hacen la voluntad de Dios manifestada en Cristo Jesús. ¿Cómo hacer a Cristo Jesús Señor de nuestras vidas? Lo primero es:

1.           El encuentro personal con Jesús, Buen Pastor. Encuentro liberador y gozoso que divide la vida de los creyentes en dos: antes y después de conocer a Cristo. Antes yo era el rey, el centro de mi vida. Mi felicidad estaba en las cosas: dinero, sexo, alcohol, droga, amigos, carros, etc. El Señor estaba fuera de mi vida. Con el encuentro con Cristo se inicia el proceso, Él entra en mi vida y se experimenta el poder de Dios y lo bueno que es el Señor.

¨      La clave: “Hacer en todo la voluntad de Dios”. “Haced lo que Él os diga” (Jn 2, 5). Buscar y realizar su voluntad es poner a Jesús por encima de todo lo creado. El cristiano que camina con decisión por los caminos de Dios aprende a discernir entre el bien y el mal, y se hace adulto en la fe, capaz de vivir de una manera digna según el Señor, dando frutos buenos y creciendo en el conocimiento de Dios. (Col 1, 9-10)

¨      La Ley: Amar como Jesús, a todos y siempre. Cuando la Ley de Cristo reina en nuestros corazones, las cosas ya no se hacen por obligación ni por que toca; todo se hace con alegría y por amor al Señor, por eso se puede decir con san Pablo: “Todo lo que era importante para mí, lo considero basura y lo doy por pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo, mi Señor”. (cfr. Flp 3, 10-11).
¨      El compromiso: ser servidor de los demás. Jesús es Señor de los que permiten que Él  les lave los pies. Jesús dice: “Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y lo  soy, pues si yo que soy Maestro y Señor les he lavado los pies, haced vosotros lo mismo” (Jn 13, 13-14). El señorío de Jesús es para el servicio del hombre: “El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mt 20, 28)

2.           La purificación del corazón o destrucción de los Ídolos. El Señor Jesús no entra en nuestros corazones con sus manos vacías. ¿Qué lleva? La Espada de doble filo y viene a echar fuera de “Casa” todo lo que no sirve, lo que ocupa el lugar de Cristo; viene a destruir nuestros falsos dioses Entra también en nuestros corazones como Luz que ilumina todas dimensiones de nuestra vida. Paso a paso, de obra en obra, el Espíritu del Señor va rompiendo ataduras, destruyendo ídolos, limpiando la casa; espíritu de machismo…espíritu de brujería…espíritu de alcoholismo…espíritu de adulterio…espíritu de libertinaje…espíritu de grosería, fuera y al fuego.

3.                      La opción por Jesucristo y rompimiento con el mundo. El Señor Jesús no pide poco, tampoco pide mucho, Él lo pide todo. Pide pero no exige. Es un Caballero y respeta nuestra libertad: “Si tu quieres”… ¿Cuándo se hace la opción por Jesús? ¿en qué momento? La opción por Jesús es un momento de gracia, es don y respuesta…implica dos certezas: La certeza  que Dios me ama… “me amó y se entregó por mí”. Yla certeza que yo también lo amo…y hago alianza con Él.

Cuando esta doble certeza se enraíza en el corazón de los discípulos, entonces, libre y conscientemente se decide uno por Cristo y por su Evangelio. Es decir, se guardan los Mandamientos y se acepta libre y gozosamente la llamada al servicio. Jesús pregunta a Pedro: “¿Pedro, me amas”. El no hace alianza con esclavos…el mundo los odia porque ustedes me aman, si ustedes me  odiaran el mundo los amaría.

4.           Vida de pertenencia a Jesús. Mateo en el Evangelio nos presenta la parábola de la “perla preciosa”. (Mt 5, 45). La Perla no será nuestra si no estamos dispuestos  a darlo todo: familia, amigos, bienes materiales, morales, defectos, vicios, enfermedades. Entregar lo bueno y lo malo. Ponerlo todo a los pies de Cristo. Para que pueda ser el Señor  nuestro. No somos de las cosas, somos del Señor con todo y cuanto tenemos, por eso, lo que sabemos, tenemos y somos, todo lo ponemos con alegría al servicio de quien lo necesite. El Señorío de Jesús es el camino de desprendimiento y de comunión con Dios y con los demás especialmente los más pobres.

5.           Vida consagrada al Señor. La vida humana solo se hace cristiana cuando se gira en torno como siervo de Jesús; sólo entonces  es fuente de alegría cristiana. Sierva de Dios fue el título favorito de María: “He aquí la esclava del Señor”.(Lc, 1, 38) Pablo, siervo de Jesucristo por voluntad del Padre, se consagra totalmente y con alegría al servicio de la salvación de los hombres. Razón por la que puede vivir para Dios y confesarnos  que todo, lo que antes de conocer a Cristo era valioso para él,  después de haber experimentado lo sublime del amor de Cristo, lo considera basura, lo da por pérdida. (Flp 3, 7)

En la carta a los Romanos encontramos un texto que nos manifiesta en que consiste una vida consagrada al Señor: “Hermanos os exhorto por la misericordia de Dios a que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostias vivas, santas y consagradas a Dios; ese ha de ser vuestro culto espiritual” (cfr. Rm 12, 1-2)

Reconocer, aceptar y proclamar a Jesús como Señor es algo que solo puede ser fruto de la acción del Espíritu Santo en nuestra vida.

6.     Manifestaciones del Señorío de Cristo en nuestra vida.

La voluntad de Dios para nosotros es hacernos tener parte con Él. La voluntad del Señor manda siempre lo mejor para el hombre, aunque éste no lo alcance a ver  de esta manera: “Porque ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación” (1  Tes 4, 3). ¿Podrá existir algo mejor para nosotros que nuestra santificación? Las manifestaciones que podemos ver en nuestra vida, pueden ser, entre otras:

¨      Cambio de una  manera de pensar egoísta a una, con sentido comunitario. De mi carro a nuestro carro, del yo al nosotros, de lo mío al nuestro.
¨      Se pone lo que se tiene al servicio de quien lo necesite. El desprendimiento de las cosas y de realidades buenas para abrirse al servicio.
¨      La administración de la economía. Ya no se gasta en lo que no se necesita. No se derrocha en cosas innecesarias, en lujos superfluos. En cosas vanas.
¨      Disponibilidad para abrazar la voluntad del Padre. Disponibilidad para hacer el bien, sin buscar el propio  interés.
¨      El cultivo de los valores del Reino. La verdad, la justicia, el amor y la libertad.

Los Padres de la Iglesia de los primeros siglos nos dicen: “Todo gasto superfluo es un fraude a los pobres”. Todo derroche en vicios y en lujos innecesarios es fraude, es engaño….es darle el lugar de nuestra vida que le corresponde a Cristo, a las cosas, a los perros y a los cerdos.

María es el mejor ejemplo que tenemos de alguien que haya realizado en su vida el señorío de Cristo. Ella es la primera discípula, por eso es también hija predilecta del Padre y Sagrario del Espíritu Santo. En cada momento de su vida abrazó la voluntad de Dios hasta el fondo, por eso es Virgen fecunda y Madre Admirable.


Señora del servicio ayúdanos a conocer, amar y servir a Jesús, el Señor de cielos y de tierra, al único, al glorioso e inmortal, al Hijo de Dios













2.  SEÑOR Y DADOR DE VIDA


El objetivo: Dar a conocer al Espíritu Santo de Dios, su acción y sus manifestaciones para sea conocido y anunciado como lo que realmente es: Una Persona Divina que el Padre en Cristo comunica a los creyentes.

1.     Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida.

Jesús es el Mesías de Dios sobre quien posa el Espíritu Santo en Plenitud. En vida Jesús es Aquel que recibe de su Padre el Espíritu Santo sin medida. Después de su Resurrección, Cristo Jesús, es Aquel que da el Espíritu Santo a los que creen en su Nombre y lo obedecen. El Profeta Isaías nos había dicho: El Espíritu del Señor está sobre el Germen de David,  con sus siete dones (cfr.Is 11, 3) Dones que el Mesías hace partícipes a sus amigos, discípulos y hermanos, ya que Él, es el Nuevo santuario de Dios de donde brotan los “Ríos de agua viva” (cfr. Ez 47, 1). El don del Espíritu en la Antigua Alianza fue para unos cuantos: jueces, profetas, reyes, sacerdotes, pero en la Nueva Alianza podrá ser  para “toda carne” de acuerdo a las palabras del profeta Joel (cfr. Joel 3, 1-5)

2.     El Espíritu Santo en la vida de Jesús.

La humanidad de Jesús, “Ungida por el Espíritu Santo desde el seno de su Madre, la Virgen María que concibe a Cristo del Espíritu Santo (Mt 1, 18ss; Lc 2, 11), impulsa al anciano Simeón a ir al templo a ver al Cristo del Señor ((cfr. Lc 2, 26- 27), Cristo  lleno del Espíritu Santo es conducido al desierto. (cfr. Lc 4, 1), Cristo es el “Ungido con el Espíritu Santo para anunciar la Buena Nueva a los pobres, dar vista a los ciegos, liberar a los cautivos y proclamar  el año de Gracia del Señor (Lc 4, 16ss), el poder del Espíritu Santo emana de Cristo en sus curaciones y en sus acciones salvíficas (cfr. Lc 6, 19; 8, 46), Cristo se ofreció al Padre en la cruz por el Espíritu Santo (cfr. Hb 9, 14), es el mismo Espíritu Santo quien resucita a Jesús de entre los muertos (cfr. Rm 1, 4; 8, 11)

3.     El Espíritu Santo guía a los hijos de Dios.

Nadie puede decir es Señor, sino por influjo del Espíritu Santo” (1 Co 12, 3) “Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: Abbá, Padre” (Ga 4, 6). Él da testimonio en nuestro interior de que ya somos hijos de Dios”( Rm 15, 16).

El Divino Espíritu despierta en los hombres la fe, la precede y la lleva a su madurez. Nos inicia en la vida nueva que consiste en: “Que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo” (Jn 17, 3) La obra del Espíritu Santo es hacer que los hombres crean en Cristo, para que creyendo se salven. Uno de los padres de la Iglesia de los primeros siglos nos dejó este hermoso legado:

“El bautismo nos da la gracia del nuevo nacimiento en Dios Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo. Porque los que son portadores del Espíritu de Dios son conducidos al Verbo, es decir al Hijo; pero el Hijo los presenta al Padre, y el Padre les concede la incorruptibilidad. Por tanto, sin el Espíritu no es posible ver al Hijo de Dios, y, sin el Hijo, nadie puede acercarse al Padre, porque el conocimiento del Padre es el Hijo, y el conocimiento del Hijo de Dio s se logra por el Espíritu Santo.” (San Irineo, dem. 7)

Creer en el Espíritu Santo es, por lo tanto, profesar que el Espíritu Santo es una de las personas de la Santísima Trinidad, consubstancial al Padre y al Hijo, “que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria”. Él nos revela al Hijo, le da gloria, nos hace oír la Palabra del Padre, pero, a Él no lo oímos y no lo conocemos, sino en la obra que hace en nosotros, reproduce en el cristiano la “Imagen de Jesús” (Rm 8, 29) Los que son del Mundo no lo ven ni lo conocen, mientras que los que creen en Cristo lo conocen porque Él mora en ellos. (Jn 14, 17; CATIC 687)

4.     Lugares para conocer al Espíritu Santo.

La Iglesia comunión viviente de la fe de los Apóstoles que ella trasmite es el lugar de conocimiento del Espíritu Santo. Por eso podemos enumerar los lugares en los cuales podemos conocer las manifestaciones del Espíritu en la Iglesia:

·         En las Sagradas Escrituras que han sido inspiradas por Él.
·         En la Tradición, de la cual los Padres de la Iglesia son testigos siempre actuales.
·         En el Magisterio de las Iglesia, al que Él asiste.
·         En la Liturgia sacramental, a través de sus palabras y sus símbolos, en donde el Espíritu Santo nos pone en comunión con Cristo.
·         En la oración en la cual, Él intercede por nosotros.
·         En los carismas y ministerios mediante los cuales Él edifica la Iglesia.
·         En los signos de vida apostólica y misionera.
·         En el testimonio de los santos, donde Él manifiesta su santidad y continúa la obra de Salvación. (CATIC 688)

5.     Vida consagrada al Señor La vida humana solo se hace cristiana cuando se gira en torno a ella, como siervos de Jesús; sólo entonces es fuente de alegría cristiana, Sierva de Dios fue el título favorito de María: “He aquí la esclava del Señor”. (Lc, 1, 38) Pablo, siervo de Jesucristo por voluntad de Dios (Ef 1,1), consagrado totalmente y con alegría al servicio del Señorío de Jesús, puede decirnos antes yo era tinieblas, pero ahora soy luz en el Señor (Ef 5, 7- 8) Razón por la que puede vivir para Dios y confesarnos, que todo, en lo que antes de conocer a Cristo era valioso para él, después de haber experimentado lo sublime del amor de Cristo, lo considera basura, lo da por pérdida. (Flp 3, 7).





Nombres apropiados del Espíritu Santo

·         Espíritu Santo  es el nombre propio de Aquel que glorificamos y adoramos con el Padre y el Hijo. (Catic 691)
·         Paráclito. Se traduce habitualmente por Consolador, siendo Jesús el primer Consolador.(cfr. 1 Jn 2, 1) El mismo Señor llama al espíritu Santo: “Espíritu de Verdad”. (Jn 16, 13) (CATIC 692)
·         Abogado. Que pide por nosotros "con gemidos inefables" y por que defiende en los momentos de peligro. (Rm 8, 26)
·         Espíritu Creador: Dios envía el Espíritu Santo y las cosas son creadas por amor.
·         Virtud o Poder del Altísimo. Que en la Encarnación bajo sobre María para que el Verbo de Dios tomará rostro humano.
·         Huésped del alma: mora en nuestras almas en virtud del Bautismo Sacramental.
·         Unión, nexo, vínculo, beso: expresa la unión inseparable y estrechísima entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo.
·         Padre de los pobres, dador de dones. “No los dejaré huérfanos dice el Señor Jesús a sus discípulos”(Jn 14, 18)El Divino Espíritu llena nuestras almas pobres por el pecado y distribuye los dones espirituales.

En la enseñanza de san Pablo encontramos los siguientes apelativos: Espíritu de la Promesa”. (Ga 3, 14), Espíritu de adopción (Rm 8, 15), Espíritu de Cristo, llena por completo el alma del Señor Jesús (Rom 8, 11), Espíritu del Señor (2 Cro 3, 17) El Espíritu de Dios (Rm 8, 9.14; 15, 19; 1  Co 6,  11; 7, 40).


6.     Símbolos del Espíritu Santo.

1)      El agua. Significa y la fecundidad de la Vida en el Espíritu Santo. Es el agua viva que Jesús ofrece a la samaritana (Jn 4, 10) Es el agua que brota de Cristo crucificado (cfr. Jn 19, 34; 1 Jn 5, 8) Es el agua viva que brota del corazón de os que creen en Jesús (Jn 7, 38) (CATIC 694)
2)      La unción. El Espíritu Santo es la unción que Jesús recibió en su bautismo. Cristo significa ungido del Espíritu de Dios para ser sacerdote, profeta y rey. (Lc 4, 18- 19; Is 61,1) (CATIC 695)
3)      El fuego. Significa la energía transformadora y purificadora de los actos del Espíritu Santo. El profeta Elías que como surgió como fuego y cuya palabra abrasaba como antorcha (Eclo 48, 1), con su oración atrajo el fuego del cielo sobre el sacrificio del monte Carmelo (cfr. 1 Re 18, 38- 39). Juan Bautista anuncia que Jesús será el que bautice con Espíritu Santo y Fuego (cfr.Lc 3, 16). Jesús mismo, al hablar del espíritu dijo: “He venido a traer fuego  a la tierra, y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo” (Lc 12, 49). En Pentecostés el Espíritu Santo se derrama en la forma  “como de lenguas de fuego” (Hch 2, 3-4) (CATIC 696)
4)      La nube y la luz. Estos dos símbolos son inseparables. La Nube que guío a Israel en el desierto (Ex 40, 36- 38); que envolvió a María en la Encarnación (Lc 1, 35); vino sobre Jesús en la Transfiguración (Lc 9, 34- 35); en la Ascensión envolvió al Señor (Hch 1, 9). El Espíritu Santo es la Luz de Cristo, luz de la verdad, luz del evangelio, luz de los corazones. (CATIC 697)
5)      Sello. El sello es un símbolo cercano al de la unción. En efecto, es a Cristo a quien Dios ha marcado con su sello (Jn 6, 27). El Padre nos marca en Cristo con su sello (2 Co 1, 22; Ef 1, 13; 4, 30) marcados con el sello, pertenecemos a Cristo para el día de nuestra plena salvación. (CATIC 698)
6)      La mano de Dios. Jesús impone la manos sobre los enfermos y los cura (cfr. Mc 8, 23); bendice a los niños (cfr Mc 10, 16). En su Nombre los Apóstoles harán lo mismo. (cfr  Mc 16, 18; Hch 5, 12; 14, 3)) (CATIC 699)
7)      Dedo de Dios. Significa  toda la potencia constructiva y creadora. Por Él se verifican todas las maravillas de Dios, principalmente en el orden de la gracia y de la santificación. Por el dedo de Dios “Jesús expulsa a los demonios” (Lc 11, 20; las Tablas de la Ley, son escritas “por el dedo de Dios” (Ex 31, 18) (CATIC 700)
8)      La paloma. Aparece al final del diluvio como símbolo de que la tierra es habitable de nuevo (Gn 8, 8- 12). Cuando Cristo sale del agua el día de su bautismo el Espíritu Santo baja y se posa sobre Él en forma de paloma (Mc 1, 12; Lc 3, 22) (CATIC 701)

Oración: Ven Espíritu Santo a renovar la faz de la tierra. Ven a encender nuestros corazones con el fuego de tu amor. Ven a renovar nuestra fe, esperanza y caridad. Ven y ayúdanos a ser fieles discípulos del Misionero del Padre, Jesús, el Señor.















3.                  EL ESPÍRITU SANTO ALMA DE LA IGLESIA.


Objetivo: profundizar en el conocimiento de la Persona del Espíritu Santo y su acción en la Iglesia, para que fieles a las mociones del Divino Espíritu podamos vivir como hombres nuevos.

1.     El Espíritu Santo y la Iglesia.


Todos nosotros, que hemos recibido el único Espíritu, a saber, el Espíritu Santo nos hemos fundido entre nosotros y con Dios. Ya que por mucho que nosotros seamos numerosos separadamente de Cristo y que Cristo haga que el Espíritu del Padre y suyo habite en cada uno de nosotros, este Espíritu único e indivisible lleva por sí mismo a la unidad a aquellos que son distintos entre sí…y hace que todos aparezcan como una sola cosa en Él. Y de la misma manera que el poder de la santa humanidad de Cristo hace que todos aquellos en la que ella se encuentra hace que formen un solo Cuerpo, pienso que también de la misma manera el Espíritu de Dios que habita en todos, único e indivisible, los lleva a todos a la unidad espiritual.(san Cirilo de Alejandría, Jo, 12 CATIC 738)

Este bellísimo texto de san Cirilo de Alejandría nos hace decir que el Espíritu Santo es el alma de la Iglesia. Y nos hace reconocer que la Iglesia no tiene vida en sí misma, sino en Dios, es por su Espíritu, fuente de vida que hace que la Iglesia sea un “Organismo viviente y vivificador.” La nueva creación solo puede nacer del Espíritu, del que tiene su nacimiento todo lo que nace de Dios (cfr. Jn 3, 5ss). La Iglesia y el Espíritu son inseparables: la experiencia del Espíritu se hace en la Iglesia y da acceso al misterio de la Iglesia.
San Irineo decía que donde está la Iglesia está el Espíritu Santo, fuerza que anima y lanza a la Iglesia con ardor misionero hasta los confines de la tierra, para que los fieles demos testimonio de Cristo, Nuestro Salvador. Escuchemos el testimonio de la Escritura y de la Iglesia decirnos:

2.     El Testimonio de la Escritura

1.      “¿No sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye ese santuario de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el santuario de Dios es Sagrado, y vosotros sois ese santuario”. (1 Co 3, 16).
2.      Por esta razón Pablo ora al Padre pidiendo que el Espíritu Santo fortalezca en los fieles al hombre interior (cfr. Ef 3, 14-15).
3.      El Espíritu Santo guía a los hijos de Dios (Rm 8, 15) ¿A Dónde los lleva?
4.      Santifica a la Iglesia y vivifica  a los hombres, muertos por el pecado, hasta que resucite sus cuerpos mortales en Cristo (Rm 8, 10-11).
5.      El Espíritu  habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo      (1 Co 3, 16; 6,19).
6.       Ora y da testimonio de su adopción como hijos de Dios (Ga 4, 6); guía a la Iglesia a la verdad completa (Jn 16, 13).
7.      La unifica en comunión y ministerio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos carismáticos y la embellece con sus frutos (Ef 4,11-12; 1 Co 12, 4; Ga 5, 22).
8.      El Espíritu Santo es Espíritu de unidad; nos une e integra  porque es el Espíritu de Dios: “Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos” (Ef 4,4ss.). Solo conoceremos a Dios si vivimos en comunión con Él y con los hermanos por Cristo Jesús en el Espíritu Santo. Dios es Unidad.
9.      El Espíritu consagra porque es el Espíritu Santo de Dios: “Y el que nos marcó con su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones.” (2 Co 1, 22). Dios nos elige, nos llama, nos consagra y nos envía, de manera que Él siempre toma la iniciativa para hacernos instrumentos y ministros que lo hace presente en medio de su pueblo.
10.  La Iglesia guiada y conducida por el Espíritu Santo es “Es Casa del Dios vivo, y soporte y columna de la verdad (cfr. 2 Tm 3, 15) La falsedad, la mentira y el engaño, contradicen la verdad, por lo tanto, el cristiano, guiado por el divino Espíritu vive, honra y camina en la verdad.
11.  Por el Espíritu conocemos y confesamos  que Jesús es Señor (1 Co 12, 3.). Oramos a Dios (Rm 8, 2). Y lo llamamos por su nombre: “Abbá, Padre” (Rm 8, 15). La obra del Espíritu Santo es hacer que la gente crea en Jesús; lo acepte como Maestro y Señor de sus vidas. El nos lleva a reconocer la divinidad de Jesucristo.
12.   “Porque en un solo Espíritu hemos sido bautizados, para no formar mas que un solo cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un mismo Espíritu” (1 Co 12, 13), para entrar en la Presencia del Padre, según el don recibido (Ef 2, 18)

3.     El Testimonio de la Iglesia


No podemos entender la belleza y vitalidad de la Iglesia si no la vemos llena del Espíritu Santo: Evangelización, sacramentos, catequesis, virtudes, frutos, carismas y dones espirituales y práctica de la caridad, todo con miras a edificar una comunidad fraterna revestida de la Santidad de Cristo.       
·      “Consumada la obra que el Padre encomendó realizar al Hijo sobre la tierra, fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés a fin de santificar indefinidamente a la Iglesia y para que de este modo los fieles tengan acceso al Padre por medio de Cristo en un mismo Espíritu. El es el Espíritu de vida o fuente de agua que salta hasta la vida eterna.” ( LG 4)
·      Con la fuerza del Evangelio la Iglesia se rejuvenece, se renueva incesantemente y es conducida a la unión consumada con su Esposo.(LG 4)
·      Los Católicos recibimos el Espíritu Santo el día de nuestro Bautismo (CATIC 1265) y por la Confirmación nos vinculamos más estrechamente a la Iglesia y nos enriquece con una fuerza especial que nos capacita para difundir y defender la fe como verdaderos testigos de Cristo, por la Palabra juntamente con las obras. (CATIC 1316)
·      Toda la acción del Espíritu es el darnos acceso a Dios, en ponernos en comunicación viva con Dios, en introducirnos en sus profundidades sagradas y en comunicarnos los secretos de Dios. (LG 4)
·      “Y para que nos renováramos incesantemente en Él, nos concedió participar de su Espíritu quien, siendo uno solo, en la Cabeza y en los miembros, de tal modo vivifica todo el cuerpo, lo une y lo mueve, que su oficio  pudo ser comparado por los Santos Padres con la función que ejerce el principio de vida o alma en el cuerpo humano”
      (LG  7)
·      El carácter sagrado y orgánicamente estructurado de la comunidad sacerdotal se actualiza por los sacramentos y por las virtudes. Los fieles incorporados a la Iglesia por el Bautismo, quedan destinados por el carácter del Sacramento al culto de la religión cristiana, y, regenerados como hijos de Dios, están obligados a confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios mediante la Iglesia. (LG 11)
·      El Espíritu Santo es Espíritu, derramado en los corazones, es el don supremo de la Caridad; (Rm 5, 5) su primer efecto en nuestra vida es la remisión de los pecados. Es el Espíritu de la comunión que vuelve a dar, en la Iglesia, a los bautizados la semejanza divina perdida por el pecado. (CATIC. 734)
·      Por la comunión con Él,  el Espíritu Santo nos restablece en el Paraíso, nos lleva al Reino de los Cielos y a la adopción filial, nos da la confianza de llamar a Dios Padre y de participar de la gracias de Cristo, de ser llamado hijo de la Luz y de tener parte en la gloria eterna. (San Basilio, Spir. 15, 36; CATIC 736)
·      El Espíritu Santo que Cristo, Cabeza, derrama sobre sus miembros, construye, anima y santifica a la Iglesia. Ella es el Sacramento de la comunión de la Santísima Trinidad con los hombres. (CATIC 747)

Desde el momento que recibimos el Espíritu, todo cambia en nuestra vida, nada puede perdernos, puesto que Dios se nos ha dado y nosotros vivimos en El. Seamos dóciles a las mociones del Divino Espíritu.  Hoy nosotros podemos ver al Señor Jesús; podemos amarlo y servirlo gracias  a la acción del Divino Espíritu en nuestras vidas. El Espíritu Santo quiere renovarnos y lo hará sí de veras le entregamos nuestro ser sin reservas y nos dejamos conducir por El. “El nos lleva a la verdad plena” (cfr. Jn 16, 9). Trabaja constantemente por la unidad del Cuerpo de Cristo y por la santificación de los corazones. “Por Él, el Padre, vivifica a todos los muertos por el pecado hasta que resuciten en Cristo sus cuerpos mortales” (Rm 8, 10- 11)

Juntamente con la remisión de los pecados, el Padre, derrama su Amor en nuestros corazones con el Espíritu Santo que Él nos ha dado”. (Rm 5, 1- 5) este amor, la caridad es el principio de la vida nueva en Cristo, ahora, porque hemos recibido la fuerza del Espíritu Santo,  (Hch 1, 8) podemos ser los testigos, amigos, discípulos y misioneros de Cristo de Cristo, es posible reproducir la imagen de Jesús. (Rm 8, 29).

La Conferencia de aparecida nos ha dicho que en Espíritu Santo que el Padre nos regala nos identifica con Jesús Amor (Camino), nos sumerge en el Misterio de Dios y nos hace sus hijos.  Nos identifica con Jesús Verdad enseñándonos a renunciar a nuestras mentiras y a nuestras ambiciones. Nos identifica con Jesús Vida, enseñándonos a abrazar su Plan de amor y entregarnos para que otros “tengan vida en Él.” Nos llena con la “Fuerza del Espíritu” y nos lanza como los testigos de Cristo a llevar la Buena Nueva hasta los rincones de la tierra. (Aparecida 137)

4.     La Experiencia Personal.
Podemos saber muchas cosas sobre Dios y su doctrina, pero, no basta, es necesario que seamos testigos con poder, de la muerte y resurrección de Jesucristo padeciendo en nosotros la acción del Espíritu Santo que nos guía a la verdad plena, haciendo de cada creyente un hombre nuevo. Un enamorado de la voluntad del Señor; una persona apasionada por el Reino de Dios que movida por el agradecimiento por lo que Dios está haciendo su vida responde con generosidad a la invitación que Dios le hace de estar en estrecha comunión con Él y con todos los que han sido llamados a pertenecer a su Pueblo Santo que es la Iglesia.
Dios no nos llama a unirnos a un puñado de normas o decretos, sino a una Persona, a vivir en íntima comunión con Dios mismo, en Cristo Jesús por la acción y presencia del Espíritu Santo. Los testigos de la Resurrección somos llamados a vivir una estrecha y profunda amistad con el Señor. A quienes vivan esta hermosa experiencia Él amorosamente les dice: “No los llamo siervos, sino amigos”  A ellos les revela los misterios del Reino, pero también les exige fidelidad a la Alianza: “Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les digo” (Jn 15). La amistad con Cristo está cimentada en tres bases:

·         Le escucha atenta de su Palabra. Él siempre habla a nuestros corazones.
·         La obediencia a la voluntad del Padre manifestada en su Amado Hijo.
·         Aceptar “ser de Jesús” y pertenecer a su Grupo, para vivir en comunión con los Doce; de esta manera participar de la misma Misión y del mismo Destino del Maestro. (Aparecida 131)
Sólo entonces la vida del Maestro fluye en la existencia de sus amigos a quienes está llamando a ser sus discípulos, para que conducidos por el Espíritu Santo sean enviados a sembrar las “semillas del el Reino de Dios en el corazón de los hombres y de las culturas.

Oración

Por un renovado Pentecostés en la Iglesia y en el mundo.
Por una experiencia renovada de la acción del Espíritu en nuestra vida.
Para pedir al Señor el discernimiento del Espíritu para poder leer los signos de los tiempos.

Ven Espíritu Santo enciende nuestros corazones con el fuego de tu amor
4. LA PROMESA DEL ESPÍRITU SANTO


Objetivo: Ayudar conocer de manera más personificada  a la persona del Espíritu Santo, de quien somos templo los bautizados que hemos sido incorporados a Cristo.
 
1.     El Término espíritu.

La palabra espíritu en hebreo se traduce por “rúaj”, en griego por “pneuma” y en latín por “spiritus” y quiere decir “soplo” o “viento”. Con la palabra espíritu significamos lo que es real pero no corporal. Cuando decimos Espíritu Santo nos estamos refiriendo a lo más íntimo de Dios, es Dios mismo que se dona y se entrega a la Humanidad para hacernos semejantes a Él.

2.     El Hombre tiene una necesidad.

El hombre, todo hombre tiene necesidad del Espíritu Santo, de sus dones y de sus carismas, no sólo para su vida espiritual privada, sino también para su contribuir a la curación de los males de una sociedad enferma. La sociedad de consumo, hoy gasta muchas energías en inventar necesidades para el hombre. Lo quiere hacer sentir bien, que sea feliz consumiendo y derrochando en cosas y lujos superfluos, tratando de ahogar la única y realidad necesidad que el hombre, su necesidad de Dios. El Señor desde la eternidad ha conocido está pobre realidad: El hombre pretende llenar los vacíos de su corazón con “cosas”; recurre a la “química para ser feliz”. Mientras el hombre quiere apagar su sed de Dios bebiendo del agua que el mundo le ofrece. El Señor le tiene una Promesa.

3.     El deseo eterno de Dios.

La Promesa del Padre responde al “Deseo” eterno que llena su corazón de Dios: “Darnos Espíritu Santo” para que participemos de su naturaleza divina. El profeta Ezequiel nos explica en qué consiste el deseo de Dios: “Dar Vida a los huesos secos”. Así dice el Señor Yahveh: “He aquí que yo abro vuestras tumbas; os haré salir de vuestras tumbas, pueblo mío, y os llevaré de nuevo al suelo de Israel. Sabréis que yo soy Yahveh cuando abra vuestras tumbas y os haga salir de vuestras tumbas, pueblo mío. Infundiré mi Espíritu en vosotros y viviréis; os estableceré en vuestro suelo, y sabréis que yo, Yahveh, lo digo y lo hago, oráculo de Yahveh”  (Ez 37, 12- 14)

Es una Promesa de salvación para tiempos Mesiánicos. Para realizar su promesa Dios envía a su Hijo que nace de mujer, (Ga 4, 4) se hace uno de nosotros para con su muerte y resurrección sacarnos de la tumba, en la cual sólo hay muerte y huesos secos. (Ez 37) Realizada la Obra del Padre por el Hijo, nos envía el Espíritu Santo que nos guía a nuestro suelo: el Cuerpo de Cristo, la Comunidad cristiana. En la  Iglesia, el Padre nos da el don del Espíritu Santo. El Espíritu que habita en la Iglesia y en los corazones de los fieles como en un templo (1 Co 3, 16; 6, 19). Es el Espíritu de la vida o fuente del agua que brota hasta la vida eterna (Jn 4, 14), por quien el Padre vivifica a los muertos por el pecado. (Rm 8, 10)

Para nosotros muchas veces hacer promesas equivale a decir mentiras, no así Para Dios. Pará Él hacer una promesa es comprometerse, es un compromiso que cumple a fidelidad. Antiguamente prometió salvación, hoy la está cumpliendo, canta María en el Magnificat. Dios promete dar a los hombres el don de su Espíritu, la cumple en Pentecostés. Él es el Dios fiel a sus promesas.

4.     La Alianza del Sinaí.

Yahvé, Dios, por medio de Moisés sacó a Israel de Egipto, liberándole de la esclavitud del Faraón: “Extiende tu mano sobre el mar, y las aguas volverán sobre los egipcios, sobre sus carros y sobre los guerreros…y no se escapó ni siquiera uno de ellos” (Ex 14, 20)

Moisés recibió la orden de Yahvé de llevarse el pueblo al desierto rumbo a la “Montaña de Dios” para hacer alianza con él. Dios primero libera y luego hace alianzas. Lo que nos hace pensar que nuestro Dios no hace alianza con esclavos (cfr. Ex 19, 1). El Pueblo comprende que la liberación y la alianza exigen una conversión de corazón y una fidelidad en el cumplimiento de la Ley que esclarece la relación con Dios y las relaciones fraternas y respetuosas con los demás (Ex 20, 1-17)

En la Alianza de Dios con su Pueblo encontramos cuatro elementos: Dios que elige y llama; el Pueblo que acepta lo que Dios le propone; el sacrificio de toros y de machos cabríos, con su sangre rocían al pueblo y al altar; y el signo de la alianza, las tablas de la Ley. Dios se compromete con su Pueblo y éste se compromete a ser fiel a la Alianza para gozar de los cuidados de su Dios. “Yo soy tu Dios y tu eres mi pueblo”. De la experiencia de la alianza nace la fe de Israel

EL Dios de la Alianza es ante todo un Dios vivo y personal que llama al hombre a un encuentro personal con Él; un amigo muy cercano que camina con su Pueblo, lo defiende, le da de beber, de comer, lo corrige para manifestarle abiertamente su amor y le invita a corresponder. Este Dios que se va revelando es un Dios Único, que se revela  a su pueblo como fuente de amor y de vida. El pueblo es su propiedad, y por eso le exige: “No tendrás otro Dios fuera de mí” (Ex 20,3)

5.     La Ley del Sinaí

En el Sinaí Dios  dio a los hombres su Ley, que es para todos y para siempre. El Pueblo se comprometió a cumplirla como señal de que tendría, en verdad a Yahvé como su Dios. La Ley es buena y santa, fue dada al hombre para que entendiera que es lo bueno y que es lo malo. El pueblo se comprometió a cumplirla como una señal que aceptaba la voluntad de Dios, pero no pudo ser fiel y rompió la alianza, sin embargo, la Ley ayudó al hombre a descubrir que lleva el pecado dentro de él. Los Mandamientos de la Ley de Dios son expresiones del amor a Dios a los hombres (Dt 10,12ss). Si Israel quiere vivir debe de poner en práctica las palabras de la Ley (Dt 29, 28), porque son salidas de la boca de Dios. La Ley es fuente de vida (Dt 32, 29). El sentido de la Ley no es otro que el amor y el servicio a Dios y al prójimo (Dt 4, 29). Fe y obediencia son de parte de Dios las cláusulas de la Ley.

6.     La Nueva Ley del Espíritu.

Dios promete hacer una Nueva Alianza con su Pueblo. Esta nueva Alianza pide también un sacrificio, pero, no de toros ni de machos cabríos, será sellada con la sangre del Cordero de Dios. La nueva ley, la ley del Espíritu, significa que el Espíritu Santo es la Nueva Ley, la Ley del Amor, llamada también la “Ley de  Cristo”. Esta ley es el Espíritu de Cristo que nos llena con su Poder extraordinario, y que actúa en el interior del corazón de cada uno, nos capacita para guardar los mandamientos de la ley de Dios por amor y con amor. Porque el don de Cristo se convierte en nuestro interior en “Manantial de aguas vivas” en “Tierra que mana leche y miel”. Desde este momento los Mandamientos no serán una carga y Dios no será un freno, un obstáculo en nuestra vida, sino, un Padre amoroso y compasivo, sus Mandamientos manifestaciones de su Amor.

En Pentecostés toman vida las profecías de Jeremías y Ezequiel: “Ésta es la alianza que haré con el pueblo de Israel después de aquellos días, oráculo del Señor: pondré mi ley en su interior, la escribiré en su corazón” (Jr 31, 33) Ya no será en tablas de piedra como en la alianza del Sinaí, sino en los corazones; ya no será una ley externa, sino, una ley interior.

¿De qué días se trata? Son las siete semanas transcurridas desde la Pascua, desde la muerte y resurrección del Señor Jesús. A los 50 días se da el cumplimiento de la Promesa, durante la fiesta de las siete semanas. Era la fiesta grande en que  judíos celebraban  el “don de la Torah”.

¿De qué ley se trata? Escuchemos a Ezequiel explicarnos la profecía de Jeremías: “Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo, os arrancaré el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que viváis según mis mandamientos, observando y guardando mis leyes” (Ez 36, 26- 27) Esta nueva ley interior que da vida, es la ley del Espíritu que nos libera por medio de Cristo de la ley del pecado y de la muerte. (Rm 8, 2)

Una promesa mas, la encontramos en el profeta Joel: “Sucederá que yo derramaré mi espíritu sobre toda carne: vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán, vuestros ancianos soñarán sueños  y vuestros jóvenes tendrán visiones. Hasta en los siervos y en las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días. Y realizaré prodigios en el cielo y en la tierra. (Joel 3, 1- 3)

Este Espíritu de Dios que nos es dado, tiene también manifestaciones externas, su donación no es exclusiva para un grupo o ciertas personas, sino, todos podemos recibir en precioso don. Las exigencias fundamentales son proclamadas con la fuerza del Espíritu el día de Pentecostés a los creyentes, que preguntan: “Qué tenemos que hacer:” La respuesta de Pedro es clara y concisa: “Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hch 2, 38)


7.     La Promesa de Hijo.

Jesús de Nazaret en su vida terrena hizo promesas que lleva a cumplimiento después de su Resurrección.

·         “Y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros para siempre” (Jn 14, 26)

Otro Paráclito, lo que podemos entender que hubo uno que vino primero, es Cristo Jesús, Nuestro, Salvador, Maestro y Señor, nuestro Abogado y defensor que con su sangre abrió el camino para que viniera el segundo Paráclito, el Espíritu Santo y pudiéramos todos entrar en la “Casa del Padre en mismo Espíritu”.

·         Cuando venga el Paráclito que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad que procede del Padre, él dará testimonio de mí” (Jn 15, 26)

Paráclito significa Consolador, Maestro y Abogado. Él es el Poder de Dios que nos hace caminar sobre las nubes y caminar sobre las aguas. Esto quiere decir que por la presencia del Espíritu podemos amar incondicionalmente a Dios y a los demás; Él es nuestra fuerza para rechazar el mal y vencer nuestro pecado. Sin el Espíritu Santo la misma Palabra es letra muerta, los Mandamientos una carga, el servicio y la oración, tiempo perdido, necesitamos al Divino Espíritu para dar testimonio de un Cristo vivo y verdadero que “habita por la fe en nuestros corazones” (Ef 3, 17)

·         “Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy no vendrá a vosotros el Paráclito, pero si me voy os lo enviaré…” (Jn 16, 7- 11)

 Cuando Él venga…viene a actualizar en nuestra vida el Plan de Salvación realizado por Cristo. “No los dejaré huérfanos, volveré para estar con vosotros” (Jn 14, 18) A la luz de la acción del Espíritu en el Antiguo Testamento el Divino Espíritu se revela como Espíritu de  firmeza, santidad, buena voluntad, contrición, humildad, sumisión a la voluntad de Dios, enderezamiento de sendas, rectitud, justicia y paz, conocimiento de la  voluntad divina y don de sabiduría. En el Nuevo Testamento, podemos añadir que se manifiesta como don de lo Alto, amor, paz, gozo, dominio propio. Él es “Dulce huésped del alma” que nos consuela en todas nuestras tribulaciones y nos confirma en la Verdad. Sobre todo aparece la plena revelación del Espíritu Santo como el Don del Padre a su Hijo, Amor derramado en el Corazón de los fieles y como la Tercera Persona de la Trinidad.

·         “Mucho tengo aún que deciros, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga él, el espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa”. (Jn16,12-15)

Espíritu de verdad: el verdadero Espíritu de Dios se opone al espíritu del mundo y a la sabiduría mundana. Los que son del mundo no pueden recibirlo (Jn 14, 17). Los discípulos aún no podían comprender las palabras de su Maestro, es necesario que venga el Maestro interior, los guíe por los caminos de Dios hasta la verdad completa. Cristo es la verdad, y la Verdad completa es el mismo Cristo Crucificado y Resucitado. La verdad no es un concepto, es una persona Dios mismo que se nos da conocer  y por la acción del Espíritu Santo  en nuestra vida podemos al ver sus manifestaciones decir: “Hemos visto al Señor.

·         “Sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra” (Hch 1, 8)

 Jesús en vida es aquel que nos hizo promesas, Cristo resucitado es Aquel que cumple sus promesas. Antes de ascender al Cielo para ser confirmado como Señor y Cristo, reúne a sus discípulos y les asegura que dentro de pocos días cumplirá su Promesa y los bautizará con Espíritu Santo y Fuego, con el Poder de lo Alto. Él hará de cada discípulo un testigo con poder de la misión que el Padre le confió a su Hijo, y que ahora Él se las confía a sus Apóstoles: “Todo poder se me ha dado en el cielo y en  la tierra”, (Mt 28, 18), “así como el Padre me envió yo los envío a ustedes”  (Jn 20, 21).


8.     La Promesa es para todos.

“Pues la Promesa es para vosotros y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuántos llame el Señor Dios nuestro” (Hch 2, 39)

En la doctrina del Antiguo Testamento no sea revelado todavía como una persona sino como “fuerza divina” que crea de la nada y transforma personalidades humanas para hacerlos capaces de realizar gestos excepcionales como en los jueces, los reyes y en los profetas. Personas que fueron invadidas por el “Ruaj de Yahvé” para gobernar, conducir, defender y confirmar al pueblo de Dios, y hacerlo servidor y asociado al Dios Santo. En la doctrina del Nuevo Testamento qué nadie se sienta excluido del amor de Dios porque,  Él a todos llama a la salvación y su don es para todos los que lo pidan con fe. Lo único que hemos de tener presente es el recibir al Primer Paráclito que es Cristo Jesús.

9.     La Promesa es para ti.

Dios te piensa con amor desde antes de la creación del Mundo y te eligió para estar en su presencia (Ef, 1,4) Te destinó a ser adoptado como hijo suyo mediante Jesucristo (Ef 1, 5)

Dios te está llamando a la una vida de comunión con Él, a una vida de santidad, de donación y de entrega, pero quiere darte a ti su precioso don: “Su Espíritu”, que es Santo porque santifica, consagra y hace que todo llegue hasta Dios y que las cosas de Dios lleguen a los hombres. El Espíritu Santo actúo en la Creación, en la Iglesia y en cada uno de los creyentes para que lleguemos a reproducir a Cristo en nosotros, es decir, nos consagra y nos santifica. Te ama incondicionalmente y Él tiene “Un regalo para ti: El don de su Espíritu. Dios nos piensa llenos de su Espíritu dando frutos de vida eterna; nos mira sin mancha y sin arruga, por eso quiere darte de lo suyo, lo que Él realmente es y tiene.

10.    Los Dones del Resucitado para su Iglesia.

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerrada, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz con vosotros” Dicho les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron al ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: “La paz con vosotros”.

“Como el Padre me envió, también yo os envío.” Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo a quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.” (Jn 20, 21ss)


·         “La Paz con vosotros”. El primer regalo es la paz, fruto del amor y fuente de alegría. No es la paz según el mundo, sino la paz que sólo Cristo, el Príncipe de la paz,  puede darnos.

·         “Nos participa su misma misión” Nos da de lo suyo, nos promueve por el camino de la donación y  de la entrega. La Misión de Cristo es dar vida a los hombres. Nos hace sus discípulos y misioneros para que el mundo tenga vida en Él.

·         “Recibid el Espíritu Santo”. No envía a su Iglesia con las manos vacías, la llena y reviste con su Espíritu Divino y le confía el Ministerio de la Reconciliación con Dios y con los hombres.

·         “El perdón de  los pecados” La Iglesia recibió del Señor resucitado un Poder que sólo le corresponde a Dios: El poder de perdonar los pecados, en el Nombre de Dios Uno y Trino y no por méritos propios, sino en virtud de los méritos de Jesucristo.

·         “La experiencia de la Resurrección”. La experiencia de ser hombre nuevo: perdonado, amado, reconciliado, responsable, libre y capaz de amar. Experiencia indeleble que no puede ser explicada con palabras humanas, hay que vivirla para ser testigos de la Resurrección del Señor.

·         El poder para edificar la Iglesia mediante la Evangelización, la oración y los Sacramentos. Todos somos llamados a trabajar en la edificación de la Iglesia. Todos somos llamados a construir el Reino de amor, de paz y de justicia.

5.  EL BAUTISMO EN EL ESPÍRITU SANTO



Objetivo: Ayudar a comprender y a profundizar  la experiencia de Dios en nuestra vida para responder con generosidad y solidaridad como testigos, discípulos y misioneros.   

“Por eso te recomiendo que reavives el carisma de Dios que está en ti por la imposición de las manos. Porque no nos el Señor a nosotros un espíritu de timidez, sino de fortaleza, caridad y templanza” (2 Tm 1, 6-7)


1.     Pentecostés: El cumplimiento de las profecías.

Cristo definió Pentecostés como una experiencia de "bautismo en el espíritu". Es el cumplimiento de una promesa: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo y seréis mis testigos” (Hch 1, 8) Este acontecimiento fue definitivamente una experiencia religiosa: estaban en oración, recibieron el bautismo con manifestaciones externas y gran gozo, hablaron en lenguas y una poderosa unción para la predicación que traspasaba los corazones.(Hch 1,5)

Juan el Bautista había profetizado que sólo “Jesús puede bautizar con Espíritu Santo y fuego” (Lc 3, 16). El Señor mismo ansiaba este momento al descubrirnos los anhelos de su Corazón: “He venido a arrojar un fuego sobre la tierra, y cuanto desearía de que ya estuviera encendido” (Lc 12, 48), es el fuego del Amor; el fuego de la Evangelización; es el “Fuego de Dios” que quema las impurezas de nuestros corazones para hacernos hombres nuevos. Mientras ese fuego no arda en nosotros, seguiremos en tinieblas, llenos de pecados y esclavos de la carne con sus pasiones desordenadas. Nuestro corazón seguirá siendo de piedra.


2.     ¿De qué bautismo se trata?

La Iglesia nos enseña que el bautismo solamente es uno: “Un solo Cuerpo de Cristo, un solo Espíritu, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre que está en todos” (Ef 4, 4-5). Nuestra Madre la Iglesia nos ha enseñado que son siete los Sacramentos instituidos por Cristo. No se trata de un nuevo Sacramento, como tampoco se pretende decir que no se haya recibo antes al Espíritu Santo. El cristiano posee el Espíritu Santo desde el don del bautismo y la confirmación, pero, el Espíritu no siempre lo posee a él. Es decir, falta la integración a la vida del don que se ha recibido de Dios y de su presencia. De ahí la urgencia de pedir a Dios que renueve la gracia recibida en los Sacramentos, como también, fuera de ellos.

 Se trata de una experiencia, más o menos profunda, de la presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en nuestra vida. Experiencia que es el motor de la “Nueva Vida”, de la vida en Cristo o de una vida según el Espíritu Santo que nos enseña a vivir según Dios. Esta experiencia viene a renovar todas las gracias recibidas en los Sacramentos ya recibidos. Porque el Espíritu de Cristo al entrar en el creyente actualiza en él la muerte y Resurrección de Cristo le quita el corazón de piedra y le da el corazón nuevo.

Esta experiencia de Dios es como la inmersión en el agua viva del Espíritu Santo, una nueva alegría de existir para Dios, de adorarle y servir a los demás. Nos deja una sensación de paz, un deseo de conversión, de valentía para anunciar a Cristo a los hermanos; experiencia de liberación interior y de determinación para seguir a Cristo en todas las circunstancias de la vida. Lo que más cuenta son los frutos del Espíritu: “Caridad, alegría, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y continencia” (Ga 5, 22). Para algunos constituye una experiencia profunda de conversión; para otros un lento progreso espiritual que lleva a la experiencia de una vida auténticamente cristiana.

Digamos también que la experiencia del “bautismo del Espíritu Santo” mantiene vivo el recuerdo de Jesús, es el que lo “glorifica”, es Él, quien lo da a conocer. (Jn 16, 4). A través de esta gracia la persona experimenta un nuevo amor y un nuevo deseo de servir a Cristo. Entra en una relación personal con Él, porque el Espíritu hace que amemos la “voluntad de Dios” y nos abracemos a ella.

Para entender esta experiencia recordemos las palabras de Juan el Bautista: “Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”. (Lc 3, 16) La experiencia personal me ha enseñado que Cristo bautiza con su Espíritu a todo creyente que le abre la puerta de su corazón y se deja conducir por Él. Jesús el Señor,  no entra en nuestro interior con las manos vacías: lleva con Él el “Don, la gracia de su Espíritu”, la “Nueva Ley”.

Para mí, el Bautismo del Espíritu es una “Nueva efusión del Espíritu que irrumpe en nuestra vida”. Se trata de un “verdadero avivamiento” de todas las gracias recibidas por medio de los Sacramentos, de la escucha de la Palabra y de la oración. Este avivamiento de la gracia recibida con anterioridad, nos lleva al “Encuentro personal con Cristo”. Encuentro liberador y gozoso, Motor de la “Vida Nueva”. Puede darse dentro de la recepción de un Sacramento, durante un retiro espiritual o en los acontecimientos de la vida. En la medida que nos abramos a la acción del Espíritu de Cristo. (cfr. Rm 5, 1- 5)

San Juan nos recuerda la  promesa de Jesús: “Del corazón del que crea en mí, brotarán “ríos de agua viva” (Jn 7, 37)El apóstol Pedro revestido con el poder del Espíritu nos dice: “Todo el que se arrepienta y se bautice en el nombre de Jesucristo, recibe el don del Espíritu. (Hch 2, 38)El apóstol Pablo nos enseña el camino para recibir está Gracia: “Por la fe en Jesucristo ustedes recibieron el don del Espíritu” (Ga 3, 1-4) Fe en Jesucristo y conversión, sin esto,  seguiremos siendo sepulcros blanqueados.


3.     La Oración para recibir la efusión del Espíritu.

La oración por efusión del Espíritu Santo, (efusión derramar sobre, entrar de fuera) o por la liberación del Espíritu (avivamiento) en nuestro interior recibido en nuestro Bautismo; (infusión es desbordamiento, de dentro hacia fuera) efusión o infusión son fruto de la acción de Dios. La oración consiste en una petición dirigida al Padre o al Señor Jesús para que abra las puertas del Cielo y derrame el don de su Espíritu, renueve los portentos de Pentecostés en la vida de la Comunidad o del hermano o hermana por quien se ora.

Una oración llena de fe y caridad fraterna que la comunidad eleva a Dios en virtud de los méritos del Señor Jesús para pedir su Espíritu, de manera nueva y en mayor abundancia, sobre la persona por la que se ora.Esta oración se hace generalmente mediante la imposición de manos, la cual no es un rito sacramental, ni mágico, sino, una gesto de amor fraterno, una expresión de comunión fraterna, un signo externo de solidaridad en la oración, con el deseo ardiente, sometido a la voluntad de Dios, de que Jesús libere o derrame sobre nuestro hermano/a el don del Espíritu Santo que El nos ha comunicado.


4.     Manifestaciones del Pentecostés individual.

El gran acontecimiento de Pentecostés comenzó en Jerusalén hace ya más de dos mil años, pero Dios quiere darnos a la experiencia individual a cada uno de sus hijos. Si entendemos la Experiencia individual de Pentecostés como Encuentro personal con Cristo por la acción del Espíritu, podemos pensar y decir que se trata de un “Encuentro” entre la “Ternura de Dios y la miseria del pecador que vuelve a casa”. Es un momento de gracia dentro del proceso vivencial de la fe o del camino que se ha recorrido. Es el don de Cristo a quien se haya dejado encontrar por Él. Momento de plenitud, de llenura (vestido nuevo, anillo a  la medida, sandalias nuevas, fiesta… Hijo pródigo). Dios no solo perdona, sino que llena el corazón del “Vino Nuevo”: Amor, Paz y Gozo en el Espíritu.

La experiencia puede ser sensible, audible, palpable, pero no explicable, puede darse con signos externos, pero no necesariamente, ya que el Espíritu sopla como quiere y donde encuentra acogida y apertura, disposición para secundar sus mociones. (cfr. Jn 3, 8) Para algunos viene como una brisa suave y para otras como viento huracanado: irrumpe con fuerza, pero, en todos viene como principio de renovación y vida nueva. Sus manifestaciones o frutos brotan  de un “corazón renovado, de una fe sincera y de una conciencia recta” (1 Tm 1, 5) Son manifestaciones de un corazón que se ha convertido en “Fuente de Aguas vivas” (Jn 7, 38)

Esta una nueva apertura a la acción, movimientos, dirección, inspiración, del Espíritu Santo abarca a toda la persona, mente, sentimientos, pensamientos y voluntad son tocados por la acción de Dios de manera que  manifestarán los frutos para edificar nuestras almas y dones o carismas para edificar la Iglesia. Algunos de los frutos:

1)      Conversión interior y transformación de vida. El creyente que se ha recibido el amor de Dios en corazón se convierte una persona apasionada por el Reino de Dios que hace de la voluntad del Señor la delicia de su vida. Guardar sus Mandamientos ya no es una carga porque se sabe y se siente amado por Dios, perdonado y salvado por Él.
2)      El amor a Cristo y un compromiso personal con Él. El hombre nuevo es un enamorado de Cristo. Vive de encuentros con Él. Se sabe su testigo, su amigo, su discípulo y su misionero. Lo escucha, lo obedece y se deja conducir por Él.
3)      Amor a la lectura de las Sagrada Escrituras El amor a la Palabra de Dios. Antes de que el Espíritu de Cristo irrumpiera en su interior, la Biblia era un “libro empolvado” que sólo se le tenía como adorno. Ahora siente un amor a la Palabra: es leída, escuchada, meditada y cumplida, como respuesta al hambre y a la sed por conocer al Amigo y saber de su Voluntad. La lectura asidua de la escritura nos llena de “Una Luz poderosa para comprender mejor el misterio de Dios y su plan de salvación.”
4)      El amor a la oración. Tanto individual como comunitaria; espontanea como litúrgica. La Experiencia de Dios nos convierte en orantes con poder a favor de los demás y de la Iglesia.
5)      El amor a la Iglesia  y amor a los Sacramentos. Esto enriquece el sentido de ser Iglesia y el compromiso de la misión.
6)      El amor fraterno. Es por excelencia la señal de la Nueva Ley. Podemos afirmar sin miedo que donde hay amor fraterno actúa como en su propia casa el Espíritu Santo.
7)      El amor y la devoción a la  Virgen María. La Madre de Cristo y de la Iglesia. 
8)      El deseo creciente de apertura a la acción del Espíritu Santo  que guía a los hijos de Dios y les da la fuerza para dar testimonio con poder.
9)      Ejercicio y crecimiento de las virtudes humanas y cristiana junto con la entrega generosa al servicio en favor de las débiles.(apostolado)
10)  Aparecen los carismas: Dones del Espíritu para conducir, gobernar, santificar la Iglesia. Entre otros aparecen en la comunidad los profetas, los maestros, los apóstoles, los evangelizadores que son verdaderos discípulos y misioneros de Cristo para que el mundo tenga vida en Él.
11)  El gozo inefable. No es el gozo que nos da los sentidos, sino, el “Gozo” profundo que sólo puede venir del Espíritu de Dios. Es la señal que seguir a Cristo, Luz del mundo es una fiesta. Es el gozo que brota de la donación, de la entrega, del servicio.

Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor ahí está la libertad. Más todos nosotros con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos, así es como actúa el Señor que es Espíritu”. ( 2 Co 3, 17- 18)



“Ven Espíritu Santo a renovar los corazones de tus fieles y enciende en sus corazones el fuego de tu amor. Envía Señor tu Espíritu y todo será renovado.”








6.  LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO Y LOS CARISMAS.

En aquel tiempo Jesús llegó a Nazaret, el lugar donde se había criado, y, como tenía por costumbre, entró el sábado en la sinagoga y se puso en pie para leer las Escrituras. Le dieron el libro del Profeta Isaías, y, al abrirlo, encontró el pasaje que dice: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para proclamar el año de gracia del Señor.

Cerró luego el libro, lo devolvió al ayudante de la sinagoga y se sentó. Todos los presentes le miraban atentamente, y él comenzó a hablar. Les dijo: Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír. (Lucas 4, 16-21)

1.     La Iglesia existe para servir.
San Pablo enseña que Cristo ofrece al hombre una nueva vida en el poder del Espíritu Santo. Una vida nueva que hace del cristiano un regalo de Cristo para su Iglesia y para el mundo. En esta vida el que no sirve, no sirve para nada. Tanto en la Iglesia como en el Reino de Dios “Nadie vive para sí mismo, somos del Señor, tanto en la vida como en la muerte”.

Recuerdo a una señora que pasaba ya de los sesenta años de edad, cayó gravemente enferma, la familia llamó al sacerdote para que le diera los últimos auxilios espirituales. Al terminar el sacerdote de administrar la unción de los enfermos le preguntó a la señora, llamándola por su nombre: “¿Para qué quiere seguir viviendo? La señora con una voz débil, pero a la misma vez con mucho convencimiento le respondió: “Quiero vivir para seguir sirviendo a la Iglesia”. El sacerdote enmudeció, no volvió a decir palabra y se retiró en silencio: había recibido una enseñanza, una palabra llena de luz, de amor y de verdad que nos hace decir: La fe que no se hace donación, entrega y servicio, es una fe muerta, sin obras (Stg 2, 14).

Este servicio a la Iglesia, manifestación del amor, brota de un “corazón limpio, de una fe sincera y de una conciencia recta” (1 Tm 1, 5). Su finalidad es la gloria de Dios y el bien a los demás. No hay cristiano en la Iglesia que no tenga uno o más carismas.
2.     Somos el Pueblo de Dios.
Los bautizados, por el nuevo nacimiento y por la unción del Espíritu Santo, quedamos consagrados como "casa espiritual" y "sacerdocio santo". Este sacerdocio común de los fieles, por el cual todos estamos llamados a la santidad, lo ejercemos a través de la oración, de la ofrenda de nuestras vidas y del testimonio que debemos dar de Cristo en todas partes. Y se alimenta y expresa en la participación en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía.
El pueblo de Dios participa también del carácter y de la misión profética de Cristo dando testimonio de Él con su vida de fe y de amor. Para que pueda dar este testimonio, el Espíritu suscita y sostiene en todo el pueblo el sentido sobrenatural de la fe, con el que, bajo la dirección del magisterio eclesial, acoge la palabra de Dios, se adhiere a la fe transmitida, la profundiza con un juicio recto y la aplica cada día más plenamente a su vida.
El pueblo de Dios participa en la misión real de Cristo. Por eso, los cristianos ejercen su realeza sirviendo a Cristo en sus hermanos, sobre todo en los más pobres, y llevándolos con paciencia y humildad al Rey, para quien servir es reinar.

3.     Los carismas del Espíritu Santo.

¿Qué es el carisma? Es una manifestación de la Gracia de Dios que el Espíritu Santo distribuye en la Iglesia para el bien común. (karis: gracia: ma: manifestación)Para el Apóstol Pablo, carismas son esos dones o gracias, cualidades o aficiones, que Dios da a cada uno para que los pueda poner al servicio de los demás. Y cita dos o tres listas en las tres cartas a los de Corinto, Roma y Éfeso (1Co 12-14; Rm 12,3-8; Ef 4, 11-12)
El Espíritu Santo enriquece la Iglesia con sus dones gratuitos, sus carismas. Son gracias que, aunque sean concedidas a una persona, tienen siempre una utilidad eclesial, ya que están ordenadas a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las necesidades del mundo. Son los dones de enseñar, de cuidar a los enfermos, de preocuparse por los más pobres, de construir la fraternidad, de penetrar el misterio divino…
¿Cuántos son los carismas? El carisma responde a una necesidad concreta de la Iglesia. Antes de responder a la preguntar sobre ¿Cuántos son los carismas? Hemos de preguntarnos: ¿Cuántas necesidades y debilidades hay en nuestra comunidades? De frente a cada necesidad, el Señor tiene un carisma, una manifestación de su Gracia. A Dios no le vamos a ganar en generosidad. Imaginemos que una comunidad necesita ser evangelizada, el Señor dará a esa comunidad el carisma de la evangelización, de la predicación, de la catequesis, etc. Pensemos que abundan los enfermos, nuestro buen Dios suscita en la comunidad el misterio de los enfermos dando el carisma de curación, de consuelo, etc. San Pablo en sus cartas nos presenta como nadie en el Nuevo Testamento la acción del Santo Espíritu de Dios:

1)      Es el espíritu de Poder y Fortaleza.  (1 Co 2, 1-16; Rm 8, 15) Si el cual estamos expuestos al dominio de la carne  y de todo mal.
2)      Nos ayuda y enseña a orar (Rm 8, 26). Se une a nuestra oración y ora en nosotros.
3)      Nos libera de la carne y el pecado (Rm 8, 5-8)
4)      Nos revela la sabiduría de Dios (1 Co 2; Jn 14)
5)      Él es quien santifica,  perfecciona a los cristianos. Su gran misión es la de santificar el alma, haciéndola a imagen de Cristo, con sus mismos sentimientos, palabras, acciones (Flp 2, 5; Rm 8, 29)
6)      El que da testimonio en los cristianos, alienta y dicta las palabras que es necesario decir ante el Sanedrín, procónsules o ante los gobernadores de Roma, como también en la predicación diaria.
7)      El que inspira las audacias apostólicas: El Espíritu Santo dijo a Felipe: acércate y ponte junto a ese carro. (Hch 8, 26ss)
8)      Es la fuerza de los mártires: "pero él (Esteban) lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba de pie a la diestra de Dios" (Hch 8)
9)      Conduce: a Pedro a la casa de Cornelio: "le dijo el Espíritu Santo, ahí tienes unos hombres que te buscan". (Hch 10, 1ss)
10)  El Espíritu Santo escogió a los apóstoles: "dijo el Espíritu Santo: separadme ya a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado".(Hch 13, 1ss)
11)  Es la alegría de los perseguidos y su seguridad: “Pablo y Bernabé perseguidos se llenan de gozo y del Espíritu Santo".
12)  Preside las decisiones sobre el porvenir de la Iglesia naciente: "El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido no imponeros otras cargas" (Hch 15).
13)  Traza la ruta de los apóstoles, los guía, los mueve y los detiene: " El Espíritu Santo les había impedido predicar la palabra en Asia". (Hch 16).
14)  Dirige la acción misionera de Pablo: "solo sé que en cada ciudad el Espíritu Santo me testifica que me aguardan prisiones y tribulaciones.

En los hechos de los apóstoles vemos con claridad la actividad del Espíritu Santo en la Iglesia naciente. Al libro de los Hechos se le ha considerado muchas veces, el evangelio del Espíritu Santo. Desde la primera página el Espíritu Santo se manifiesta de forma sorprendente, incluso extraña, pues sus intervenciones son, no solo numerosas, sino inesperadas, fulgurantes a veces. Visiblemente, Él es quien pone en juego y anima tanto a los apóstoles como a la comunidad de fieles. Interviene en los detalles de la vida cotidiana de la Iglesia y de su expansión por el imperio romano. Dirige a los apóstoles a donde ir, a quien predicar, bautizar, en que pueblo entrar o no ir. Conduce el gran proyecto apostólico.

Volviendo nuevamente sobre la finalidad de los carismas y de su uso correcto, hacemos referencia a la enseñanza del apóstol Pedro:

“Que cada cual ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios. Si alguno habla, sean palabras de Dios; si alguno presta un servicio, hágalo en virtud del poder recibido de Dios, para que Dios sea glorificado en todo por Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el poder por los siglos de los siglos” (1Pe 4, 10-11)

Fuera de San Pablo, que habla de los “carismas” tan abundantemente, los ha mencionado sino el apóstol San Pedro con esas palabras que hemos escuchado, tan acertadas, tan estupendas, tomadas indiscutiblemente de su colega Pablo.

Hoy en la Iglesia hablamos mucho de los carismas. Es algo que está felizmente de moda y que hace tanto bien. Porque ha despertado la conciencia en muchos cristianos de que los dones que se han recibido de Dios hay que ponerlos a disposición de todos.

No todos valemos para todo. Pero todos valemos para algo. Y puesto al servicio de los demás aquello para lo cual cada uno vale, es cuando todo el Pueblo de Dios está perfectamente servido y camina con facilidad y alegría hacia el Señor.

San Pablo cita, entre otros, los siguientes carismas como más significativos:

1)      Sabiduría y ciencia, con las que se penetra en los misterios de Dios y se saben exponer.
2)      Fe entusiasta, capaz de emprender obras grandes confiadas sólo en Dios.
3)      Curaciones y milagros, para sanar enfermos.
4)      Profecía es el don de enseñar y predicar para edificar, exhortar y consolar.
5)      Discernimiento de espíritus, que ve en las almas y capacita para dar consejos acertados.
6)      Apostolado y evangelización, para difundir la fe y hacer conocer al Señor.
7)      Pastoreo y gobierno, propio de los que Dios elige y pone al frente de la Iglesia.
8)      Doctorado, que enseña con gran competencia la doctrina de Dios.
Revelaciones de misterios o verdades de Dios para bien de la Iglesia.
9)      Ejercicio de la misericordia, con tantas obras a favor de los necesitados.
10)  Caridad, que reparte los propios bienes.

Como se ve, son muchos y se pueden añadir otros y otros. Al Espíritu Santo no le ata nadie la mano y los prodiga en abundancia insospechada. Sin embargo, ¿qué es lo que ocurría en tiempos de Pablo, en las Iglesias que él había fundado, y lo que ha ocurrido hoy en las asambleas carismáticas? Pues, una equivocación que Pablo se encargó de aclarar. Se entusiasmaron los cristianos con carismas llamativos, como el don de lenguas, que era el menos importante.

Valían mucho más otros carismas menos espectaculares y que se ejercitan con mucha humildad, como el ejercicio de la caridad o misericordia y el servicio en las cosas materiales de la Iglesia.

Para Pablo, era un carisma muy bueno la profecía, o sea, el hablar, predicar o enseñar de parte de Dios las verdades de la fe, que instruyen, edifican, exhortan y reparten consuelo. Como lo es también el carisma de gobierno o de la conducción, tan propio de los pastores y de quienes dirigen grupos o comunidades.

Estos dones y gracias no son de santificación personal, sino de servicio social y eclesial. Se emplean y se ejercen para bien de los demás. El que los ejerce se santifica por el amor a Dios y al hermano con que los realiza.
Ponemos un ejemplo que vale por muchas explicaciones: el de la catequista que enseña a los niños la doctrina cristiana.
La catequista desempeña un carisma extraordinario y magnífico. El fruto es todo para los niños a los que ilustra y forma y lleva hacia Jesús. Y ella, ¿no gana nada para sí misma? Con el carisma, no. Pero crece mucho en santidad y en mérito para la gloria, por el amor a Dios, a la Iglesia y a los niños con que lo ejercita.

El Espíritu Santo reparte los carismas para bien de todos. A unos les da unos y a otros les da otros. Y entre los carismas de todos se llega a conseguir el bien de la Iglesia entera. ¡Qué rica es la Iglesia con tanto carisma como el Espíritu reparte entre sus miembros! Que nadie, que se haya acercado al Señor piense que Él lo envía a trabajar con las manos vacías. Los carismas son los instrumentos de trabajo, con ellos se puede todo, sin ellos nada tenemos, iremos atrabajar con las manos vacías.

Unos carismas son extraordinarios, como el de Karol Wojtyla para convertirse en Papa Juan Pablo II, o el de Margarita María para ver al Corazón de Jesús y enseñar su devoción. Otros son ordinarios como el de la señora que quería vivir para seguir sirviendo a la Iglesia. Pero todos son, y sirven para hacer que la Iglesia crezca en santidad ante Dios y aparezca ante el mundo como la esposa privilegiada de Jesucristo.

Pablo intuyó esto como nadie; y él, que estaba cargado de carismas, pudo decirnos:

Ponga cada uno al servicio de la Iglesia sus cualidades. ¡Aspiren a tener los mayores carismas! Y háganme caso cuando les enseñe yo el camino mejor: ¡Amén! ¡Tengan un corazón abrasado en amor! Que con mucho amor dentro, harán maravillas…

¿Qué hacer en nuestra comunidades o grupos de oración? Digamos una gran verdad sin miedo. “Sin Evangelización nuestra Iglesia se empobrece”. La Evangelización engendra nuevos agentes de pastoral, y es a la misma vez, un “Camino” para descubrir los carismas que el Señor está dando a su Iglesia. Los carismas, en cuanto manifestación de la multiforme gracia de Dios, hay que descubrirlos, liberarlos y fomentarlos con el uso de su ejercicio. Se ha de abrir campos de acción para que sean puestos en práctica, hay que pulirlos y educarlos para su mayor y mejor rendimiento.

No demos lugar a la envidia o a los celos entre nosotros, cuando vemos surgir algún carisma en algún hermano, si tenemos salud espiritual nos llenaremos de alegría y escuchemos la voz del Dador de los dones: “Mi Gracia te basta, mi Amor es todo lo que necesitas”. Tengamos la seguridad que el Señor quiere que su Cuerpo crezca donde se encuentra. Si el Cuerpo de Cristo está en nuestra Parroquia, aquí, Él tiene sus instrumentos para hacerlo crecer, en santidad, en amor, en el conocimiento de la verdad. Estos instrumentos son Ustedes, y cada uno de los bautizados, también los que no vienen a la Iglesia; hemos de buscarlos, invitarlos, traerlos y formarlos. Entonces estaremos escuchando y poniendo el práctica el Mandamiento del Maestro: “dadles vosotros de comer”.


Invoquemos, una vez más, al Espíritu Santo para que nos regale sus luces y su fuerza y, sobre todo, nos haga fieles testigos de Jesucristo, nuestro Señor.
7.  LOS CARISMAS EN LA COMUNIDAD


1.     La Iglesia continúa hoy la Misión de Cristo

Sabemos que el Espíritu Santo guía a la Iglesia en su misión, la acompaña con signos y prodigios sorprendentes en su acción que dan testimonio del Señor resucitado, y se deja constancia de su acción continua, manifestada especialmente en la comunión fraterna de las comunidades cristianas. Dios nos habla por medio de esos maravillosos regalos que son la Palabra y los Sacramentos. También, la vida cristiana es una vida que está llamada a la plenitud, a la santidad. Tú estás llamado a ser santo. El Espíritu Santo es quien va haciendo en tu vida esa santidad. Para ello te concede sus frutos y sus dones.
El pueblo de Dios es uno y único, y ha de extenderse por todo el mundo a través de los siglos para que se cumpla el designio de Dios. En este pueblo único, todos sus miembros tienen la misma dignidad, ya que, renacidos en el mismo bautismo, todos tienen la misma gracia de hijos, la misma fe, un amor sin divisiones y la misma vocación a la santidad. Por eso, en la Iglesia no hay ninguna desigualdad por razones de raza o nacionalidad, de sexo o condición social.
En la Iglesia, pueblo de Dios, todos los miembros tenemos la misma dignidad e igualdad, pero el Espíritu Santo nos da dones diferentes para que los pongamos al servicio del bien común. También suscita ministerios y tareas diferentes en la Iglesia
El consumismo del mundo de hoy lleva a mucha gente a pedir una religión a la carta: tomo lo que me sirve o me apetece. Hay quien quiere hacerse un Evangelio y una Iglesia a su medida… Muchos ven en la Iglesia como una oficina de servicios religiosos a los que se acercan cuando hay necesidad: bautizos, bodas, entierros… ¡Cuán lejos se está de vivir y disfrutar la Iglesia como el pueblo de Dios que Él se ha elegido para que continúe la misión de su Hijo y sea comunidad de hermanos al servicio de toda la humanidad!
La Iglesia existe para seguir realizando la misión de Cristo: servir a todos y cada uno de los hijos de Dios. Todo cristiano es servidor no por voluntad propia, sino por aquel que lo ha constituido en hijo: por Dios. Sin embargo, dentro de esta dignidad e igualdad, el Espíritu llama para servicios diferentes: sacerdotes, religiosos y laicos todos hemos recibido el Espíritu para la edificación de la Iglesia.
Dios ha querido salvar a los hombres constituyendo un pueblo: la Iglesia. A la Iglesia, pueblo de Dios, pertenecen todos los que creen en Cristo y han sido bautizados. La identidad de este pueblo es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios. Su ley es el mandamiento nuevo de amar como el mismo Cristo nos ha amado. Su misión es acoger la salvación y llevarla a todos los hombres. Su destino es el Reino definitivo de Dios.
Cristo ha comunicado la misma unción del Espíritu Santo al pueblo por él fundado, convirtiéndolo en pueblo mesiánico y haciéndolo partícipe de su dignidad y misión sacerdotal, profética y real.


2.     Ministerios y servicios en la Comunidad.


Ahora bien, dentro de esta igualdad fundamental, el Espíritu Santo, reparte una diversidad de dones que capacitan para distintos ministerios, servicios y actividades, en orden a construir y renovar al mismo pueblo. El Espíritu reparte multitud de carismas especiales, personales o colectivos, para subvenir a las necesidades concretas del pueblo de Dios.

Toda esta diversidad no destruye ni anula la unidad del Pueblo de Dios ni la igualdad fundamental de sus miembros, sino que la enriquece y potencia.


3.     Obispos, sacerdotes y Diáconos.


El mismo Señor instituyó a algunos como "ministros" (servidores), que tuvieran la sagrada potestad de actuar en su nombre y con su autoridad de Cabeza de la Iglesia. Este ministerio fue instituido por Jesucristo cuando llamó a los doce Apóstoles y los envió como el Padre lo había enviado a él. Y el mismo Señor quiso que estos Doce formaran una especie de "colegio" o grupo estable, al frente del cual puso al apóstol san Pedro, a quien entregó las llaves de la Iglesia y nombró pastor de todo el rebaño con la potestad de atar y desatar.

Como esta misión divina confiada por Cristo a los Apóstoles tiene que durar hasta el fin del mundo, los mismos Apóstoles se preocuparon de nombrar sucesores, a los que transmitieron el don del Espíritu. Y este ministerio eclesial, que hereda y continúa el ministerio apostólico, está ejercido ya desde antiguo por tres grados: obispos, presbíteros y diáconos, que son conferidos por el sacramento del Orden. Los obispos y presbíteros participan del sacerdocio de Cristo y tienen capacidad de actuar "en persona de Cristo cabeza": por eso son llamados "sacerdotes". Los diáconos tienen la misión de ayudarles y servirles en este cometido.

Entre estos ministerios, ocupa el primer lugar el de los obispos, que son los transmisores de la semilla apostólica. Por eso, forman un colegio que tiene por cabeza al obispo de Roma y sucesor de Pedro, el Papa. Éste ejerce la potestad suprema, inmediata y directa sobre todos los fieles, y su magisterio goza del privilegio de la infalibilidad cuando enseña, como supremo maestro, una verdad revelada para que sea aceptada por todos los creyentes.
Cada obispo es puesto al frente de una iglesia particular, la diócesis, para que sea principio y fundamento visible de su unidad y para que ejerza en ella los oficios de maestro de la fe, gran sacerdote, y pastor propio. La función ministerial de los obispos ha sido encomendada también a los presbíteros. Pero ellos no tienen la plenitud del sacerdocio como los obispos, sino que dependen de éstos en el ejercicio de su ministerio. Son los colaboradores necesarios del Orden episcopal para realizar adecuadamente la misión apostólica confiada por Cristo.

En el grado inferior están los diáconos a quienes también se les imponen las manos para servir a la Iglesia en el ministerio de la Liturgia, de la Palabra y de la caridad. Por el carácter que reciben en la ordenación, el Espíritu Santo les configura con Cristo, el servidor de todos. Por eso, los diáconos son el signo eclesial del amor al prójimo.


4.     Los Laicos, su vocación a la santidad y al Apostolado.


Llamamos laicos a todos los miembros del pueblo de Dios que no son ministros ordenados ni religiosos. Participan plenamente por el Espíritu Santo de su dignidad profética, sacerdotal y real, y ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo de Dios con plenitud de derechos y obligaciones. Por eso están llamados a compartir la común vocación a la santidad.

Esta común vocación a la santidad presenta en los laicos una modalidad propia: su carácter secular. Los laicos viven en medio del mundo y de los negocios temporales, y allí les llama Dios para que busquen su Reino ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios. La vocación propia de los laicos exige, en primer lugar, que participen de forma peculiar en la tarea de evangelización o apostolado: deben trabajar para que el mensaje de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres. A ellos les corresponde testificar, con obras y palabras, que la fe cristiana constituye la única respuesta plenamente válida a los problemas y expectativas que la vida plantea. Y lo pueden realizar, además de individualmente, reunidos en diversas comunidades o asociaciones.

Los laicos son llamados por Cristo y ungidos por el Espíritu Santo para servir a las personas y a la sociedad, es decir, a esforzarse para que las exigencias de la doctrina y de la vida cristiana impregnen la familia y las realidades sociales, culturales, políticas y económicas. Su compromiso es indispensable para que la Iglesia pueda cumplir su misión en el mundo.

En todos los tiempos el Espíritu Santo concede con abundancia estos dones a todo tipo de cristianos. Los carismas han de ser acogidos con gratitud y alegría, tanto por parte de quienes los reciben como por parte de toda la Iglesia. El juicio sobre su autenticidad y sobre su ordenado ejercicio, pertenece a aquellos que presiden la Iglesia, a quienes especialmente corresponde no extinguir el Espíritu, sino examinarlo todo y retener lo que es bueno, para que los carismas cooperen de verdad al bien común.


5.     La Vida Consagrada.

La vida consagrada se caracteriza por la profesión de los consejos evangélicos en un estado de vida estable y reconocida por la Iglesia. Los que asumen libremente este estado se comprometen a practicar la castidad en el celibato por el Reino, la pobreza y la obediencia. Se proponen, bajo el impulso del Espíritu, seguir más de cerca a Cristo, entregarse a Dios amando por encima de todo y, persiguiendo la perfección de la caridad en el servicio del Reino, significar y anunciar en la Iglesia la gloria del mundo futuro.

Entre las distintas formas de vida consagrada destaca la vida religiosa, que se distingue por el aspecto cultual, la profesión pública de los consejos evangélicos, la vida fraterna llevada en común y por el testimonio dado de la unión de Cristo y de la Iglesia.

Otra forma de vida consagrada es la de los institutos seculares, en los que sus miembros, asumiendo también los consejos evangélicos y una vida de fraternidad específica, viven en el mundo, aspiran a la perfección de la caridad y se dedican a procurar la santificación del mundo desde dentro de él. Existen también las sociedades de vida apostólica, cuyos miembros, sin votos religiosos públicos, buscan un fin apostólico específico y, llevando una vida fraterna en común, aspiran a la perfección de la caridad por la observancia de sus constituciones.
















El Decálogo del Espíritu Santo en el Evangelio de san Lucas.
1. El Espíritu Santo llena a los profetas para que hablen al pueblo en nombre de Dios."El ángel dijo: - No temas, Zacarías, tu petición ha sido escuchada. Isabel, tu mujer, te dará un hijo al que pondrás por nombre Juan. Te llenarás de gozo y alegría, y muchos se alegraran de su nacimiento, porque será grande ante el Señor. No beberá vino ni licor, quedará lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre" (Lc 1, 13-15) "Zacarías, su padre, se llenó del Espíritu Santo y profetizó" (Lc 1, 41. 67).
2. El Espíritu Santo es sombra protectora, potencia de Dios y fuerza de vida. "El ángel le contestó a María: - El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que va a nacer será santo y se llamará Hijo de Dios" (Lc 1, 35).
3. El Espíritu Santo nos hace reconocer la presencia y las acciones de Dios. "Cuando Isabel oyó el saludo de María, el niño saltó en su seno. Entonces Isabel, llena del Espíritu Santo exclamó a grandes voces: Bendita tú entre las mujeres!" (Lc 1,41).
4. El Espíritu Santo es fuente de esperanza en medio de las dificultades de la vida. "Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías enviado por el Señor" (Lc 2, 25-26).
5. El Espíritu Santo es el fuego purificador de Dios."Entonces Juan les dijo: -Yo los bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no soy digno de desatar la correa de sus sandalias. El los bautizará con Espíritu Santo y fuego" (Lc 3, 16).
6. El Espíritu Santo llena y conduce al Mesías para que realice su obra liberadora en favor de los pobres."Un día cuando se bautizaba mucha gente, también Jesús se bautizó. Y mientras Jesús oraba se abrió el cielo, y el Espíritu Santo bajó sobre él en forma visible, como una paloma, y se oyó una voz que venía del cielo: -Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco" (Lc3, 21). "Jesús, lleno de la fuerza del Espíritu, regresó a Galilea, y su fama se extendió por toda la región" (Lc 4,14).
7. El Espíritu Santo nos hace superar las pruebas y vencer el mal."Jesús regresó del Jordán lleno del Espíritu Santo. El Espíritu lo condujo al desierto, donde el diablo lo puso a prueba durante cuarenta días" (Lc 4,2).
8. El Espíritu Santo nos dona la capacidad de alabar gozosamente a Dios por sus obras maravillosas y sorprendentes."En aquel momento, el Espíritu Santo llenó de alegría a Jesús, que dijo: -Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los sencillos. Sí, Padre, así te ha parecido bien" ( Lc 10,21).
9. El Espíritu Santo es el gran Don que el Padre da los que se lo piden. "Pues si ustedes, aún siendo malos, saben dar a sus hijos cosas buenas, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?" (Lc 11, 13).
10. El Espíritu Santo nos auxilia y nos da palabras de sabiduría en las pruebas y en elmomento de la persecución."Quien hable mal del Hijo del hombre, podrá ser perdonado, pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no será perdonado. Y cuando los lleven a las sinagogas, ante los jueces y autoridades, no se preocupen cómo defenderse, ni de lo que van a decir; el Espíritu Santo les enseñará en ese mismo momento lo que deben decir" (Lc 12, 11-12)


ORACIÓN PARA INVOCAR
AL ESPÍRITU SANTO.

“¡Ven Espíritu Santo!
Espíritu Santo tú que eres luz, líbranos de la oscuridad del pecado.” Ilumina nuestro camino de cada día. Ayúdanos a discernir la voluntad del Padre y a cumplirla a través de nuestra vida.

¡Ven Espíritu Santo!
El Padre no rechaza jamás a aquellos que piden en su nombre. Espíritu Santo tú que eres la alegría, arroja de nuestros corazones la tristeza. Invádenos en tu felicidad, de la felicidad verdadera que da el sabernos hijos de Dios, hijos bien amados, no importa cuáles y cuántas sean nuestras miserias. ¡Qué toda nuestra vida cante las maravillas de Dios!

¡Ven Espíritu Santo!
Tú aseguras que somos los hijos de Dios que dentro de sí claman: “¡Abba Padre! Espíritu Santo, tú eres Bondad, Amor, Benevolencia, ven abrir nuestros ojos y nuestro corazón. Enséñanos a conocer las necesidades de nuestros hermanos, a oír sus llamados, a responder a ellos generosamente. ¡Qué nos amemos generosamente como nos amó Jesús!

¡Ven Espíritu Santo!
Tú que nos recuerdas todo lo que nos enseñó Jesús; tú eres la verdad, condúcenos a la “verdad total”. Haz que penetre nuestros corazones la Palabra de Dios. Enséñanos a orar. Esclarece nuestra fe y haz de nosotros fieles testigos de la Iglesia.

¡Ven Espíritu Santo!
Ven en auxilio de nuestra debilidad. Ilumina nuestra inteligencia; fortalece nuestra voluntad y santifica nuestros corazones.

Recibe, ¡oh Espíritu Santo!, la consagración perfecta y absoluta de todo mi ser, que te hago en este día para que te dignes ser en adelante, en cada uno de los instantes de mi vida, en cada una de mis acciones: mi Director, mi Luz, mi Guía, mi Fuerza y todo el Amor de mi corazón.
Yo me abandono sin reservas a tus divinas operaciones y quiero ser siempre dócil a tus santas inspiraciones.
¡Oh Espíritu Santo!, dígnate formarme con María y en María según el modelo de vuestro amado JESÚS. Gloria al Padre Creador; Gloria al Hijo Redentor; Gloria al Espíritu Santo Santificador. Amén.


Índice

1.                      Primer Prologo……………………………………………………..….Pág. 02

2.                      Los Rostros de Dios……………………………………………………Pág. 04

3.                      ¿Quién nos separará del amor de Dios?............ ……………………  Pág. 10

4.                      Los rostros del pecado…………………………………………………Pág. 13

5.                      Jesús es nuestra Salvación……………………………………………. Pág. 19

6.                      La Fe en Jesucristo……………………………………………………Pág. 23

7.                      La conversión según Jesús de Jesús de Nazaret……………………  Pág. 26

8.                      Liturgia Penitencial……………………………………………………Pág. 31

9.                      Segundo Prologo……………………………………………………….Pág. 36

10.                  El Señorío de Jesús………………………………………..…………..Pág. 37

11.                  Señor y dador de Vida……………………………….……………......Pág. 43

12.                  El Espíritu Santo Alma de la Iglesia………………………………....Pág. 47

13.                  La Promesa del Espíritu Santo………………………………….…....Pág. 51

14.                  El Bautismo del Espíritu Santo…………………..…………………. Pág. 57

15.                  La acción del Espíritu Santo y los Carismas…………………………Pág. 61

16.                  Los Carismas en la Comunidad……………….……………………..Pág. 66

17.                  El Decálogo del Espíritu Santo…………………………………... …Pág. 70

18.                  Oración para invocar al Espíritu Santo……………………………  Pág. 71




Una Presencia del Espíritu Santo

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Sin el Espíritu Santo, Dios es lejano,
Cristo permanece en el pasado,
El Evangelio es letra muerta,
la Iglesia una simple organización,
la autoridad un poder,
la misión una propaganda,
el culto un arcaísmo
y la actuación moral una conducta de esclavos.

En cambio, en Él:

El cosmos se encuentra ennoblecido
y movilizado por la generación del Reino,
Cristo resucitado se hace presente,
el Evangelio se vuelve potencia y vida,
La Iglesia realiza la comunión trinitaria,
La autoridad se transforma en servicio liberador,
la acción humana es deidificada.

Patriarca Atenagoras 1
(1886- 1972)





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