3.- LOS EFECTOS DEL BAUTISMO

 


3.- Los efectos del Bautismo

 

El primer efecto del Bautismo es apropiarse de la Redención y purificación de los pecados en virtud de la “Sangre de Cristo” (Ef. 1,7). Por el bautismo, el pecado original y todos los pecados personales son perdonados, así como las penas del pecado. (Catic. 1263) Podemos afirmar que por el Bautismo nos apropiamos de los “Frutos de la Redención de Cristo: El Perdón, la Paz, la Resurrección y el don del Espíritu Santo.

 

Todo ser humano nace “sin la Gracia redentora de Cristo, que nuestros padre no pudieron darla a sus hijos por el nacimiento natural.” En eso consiste el “pecado original”. La Biblia lo dice: Vino a los suyos, mas los suyos no la recibieron.  Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre;  éstos no nacieron de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino que nacieron de Dios. (cf Jn 1, 11-13)  Por el Bautismo “nacemos a la vida de la Gracia”. El nuevo nacimiento en el Espíritu Santo (Jn 3, 5) “Nacer de la voluntad de Dios” (Catic 1262). El primer nacimiento fue por la acción de nuestros padres. Por el bautismo nacemos a la vida de la Gracia.

 

Por el Bautismo, al recibir el  “Don del Espíritu Santo” somos hijos del Padre. (Ef 1, 5) “Hermanos de Jesucristo, Él es el Primogénito entre muchos hermanos” (cf Col 1, 15s)  “Templos vivos del Espíritu Santo”. (cf 1 Cor 3, 16; 2 Cor 6, 16) Por el Bautismo somos “Co-Herederos con Cristo de la Herencia de Dios. (Rm 8 17). La herencia de Dios es el mismo Señor que se nos da en su Palabra y en los Sacramentos.

 

Por el Bautismo “Somos Familia de Dios.” (cf Ef 2, 19) Miembros del “Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. (cf 1 Cor 6, 15) Somos la “Fraternidad” de Jesús y de todos los bautizados. Llamados a ser discípulos misioneros del Señor (cf Mt 28, 10- 20; Mc 16, 15s) Por ser hijo y miembro de la Iglesia el bautizado ya no se pertenece a sí mismo, sino que es de “Aquel que murió y resucitó por él para pertenecer al Señor” (Rm 14, 9; Gál 2, 19- 20). De esta hermosa verdad se desprenden algunos derechos, deberes y compromisos del cristiano bautizado.

 

¿Qué significa ser hijos de Dios?  Es un don y una respuesta: Significa, con la gracia de Dios,  irse configurando con Jesús para reproducir su “Imagen y semejanza.” Para tener su mente, sus sentimientos, sus preocupaciones, sus intereses y sus luchas (cf Flp 2, 5- 8) Es el camino para aprender de él que nos invita a ser mansos y humildes de corazón (cf Mt 11, 29) Hacerme discípulo de Cristo, el Señor, para hacerme hijo amado del Padre y hermano de Jesús y de sus hermanos. Un auténtico servidor del reino de Dios en favor de la humanidad redimida por Jesús, el Cristo de Dios.

 

Ser hijo no es un título ni un privilegio, ser hijo es don y respuesta. En Bautismo se nos da para que lo vivamos como hijos de Dios, como hermanos y servidores de los demás.(cf Gál 3, 27; Mt 23, 9; Jn 13, 13) Es una misión por cumplir: anunciar y llevar la fe a los demás para que creyendo se salven y se integren a la “Familia de Jesús”. (Mt 28, 19-20; Jn 20, 19, 23). Ser hijo exige ser discípulo de Jesús para amarlo y seguirlo. Todo un proceso de vida que nos pide vivir como Jesús que se pasó la vida haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el diablo” (Hech. 10, 38). Exige buscar siempre la voluntad de Dios en cada situación concreta de nuestra vida no obstante no lo entendamos. “No todo el que me dice Señor, Señor, entra en la casa de mi Padre, sino el que hace la Voluntad de Dios” (cf Mt 7, 21s)

 

La exigencia fundamental: Es creer en Jesús: Creer significa confiar en él, obedecerlo, amarlo y pertenecerle para seguir y servir a Jesús, hasta las últimas consecuencias. (ccf Lc 9, 23) Seguir a Cristo es la mejor y única manera de vivir nuestro Bautismo: “Muriendo con él al pecado, para vivir para Dios” (Rm 6, 10- 11) Quién se baja de la cruz abandona la fe y no vive su Bautismo (cf Gál 5, 24). Veamos por un momento a Jesús, él Unigénito de Dios, y escuchemos su Palabra: “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre y llevar a cabo su obra (Jn. 4, 34); escuchemos a María, la hija predilecta del Padre decirnos: “Hágase en mi según su Palabra” (Lc 1, 38) En la obediencia al Padre seguimos a Jesús y abrazamos con amor su Voluntad y nos sometemos a ella, éste es nuestro sacrifico espiritual (cf Rm 12, 1)

 

Los que no viven su Bautismo no viven como hijos de Dios. Es una verdad que muchísimos son los bautizados, muchos los creyentes, pocos los practicantes y poquísimos los que realmente están comprometidos con su Bautismo. A la luz del Bautismo podemos decir que las obras de la fe o las obras de la carne, dicen sobre la realidad de nuestro padre (cf Gál 5, 19- 22). Si las obras son las obras de la fe, Dios Padre de Jesucristo es nuestro Padre. Si nuestras obras son las obras de la carne, nuestro padre sería entonces el diablo (cfr Jn 8,41)

 

 

El Espíritu de Dios nunca nos llevará a un lugar donde podamos perder la gracia de Dios. Que nos quede claro: recibimos el Sacramento del Bautismo para vivirlo en la “Comunión con Cristo y con todos los “miembros de su Cuerpo”; buscando la “purificación del corazón”; siendo “Dóciles a la acción del Espíritu”; en la donación, entrega y servicio, especialmente a los menos favorecidos, en la Iglesia y desde la Iglesia. Para vivir el Bautismo la Biblia nos presenta una “espiritualidad” que la puede vivir quien tenga “Vida espiritual” para que sea conducido por el Espíritu Santo. (cf Rm 8, 14). Ésta espiritualidad tiene algunas condiciones para vivir en la Luz como hijos de Dios.

 

Primera condición: romper con el pecado.  Si decimos: «No tenemos pecado», nos engañamos y no hay verdad en nosotros.  Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia. Si decimos: «No hemos pecado», hacemos de él un mentiroso y su palabra no está en nosotros. (1 de Jn 1, 8-10) Al reconocer y confesar nuestros pecados nos convertimos en candidatos para se manifieste el poder redentor de Jesucristo. (cf 1 de  “Tim 1, 16)

 

Segunda condición: guardar los mandamientos, sobre todo el de la caridad.  Estaremos seguros de conocerle si cumplimos sus mandamientos. Quien dice: «Yo le conozco» y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él. (1 de Jn 2, 3- 4) El mandamiento del Padre es “que creamos en su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros” (1 de Jn 3, 23) “Queridos, amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios.  Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor.” (1 de Jn 4, 7-8

 

Tercera condición: guardarse del mundo. Os escribo a vosotros, hijos míos, porque vuestros pecados han sido perdonados en virtud de su nombre. No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo cuanto hay en el mundo —la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas— no viene del Padre, sino del mundo. El mundo y sus concupiscencias pasan; pero quien cumple la voluntad de Dios vivirá para siempre.(1 de Jn 2, 12-13. 16- 17)

 

Cuarta condición: guardarse de los anticristos.  Hijos míos, ha llegado la última hora. Habéis oído que vendría un Anticristo; y la verdad es que han aparecido muchos anticristos. Por eso nos damos cuenta que ha llegado la última hora.  Salieron de entre nosotros, aunque no eran de los nuestros. Pues si hubiesen sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Así se ha puesto de manifiesto que no todos son de los nuestros.  Vosotros habéis recibido la unción del Santo, y todos vosotros lo sabéis.(1 de Jn 1, 18- 20)

 

 

 

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