MIRA, YO PONGO HOY ANTE TI VIDA Y FELICIDAD, MUERTE Y DESGRACIA.

 

MIRA, YO PONGO HOY ANTE TI VIDA Y FELICIDAD, MUERTE Y DESGRACIA.

Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni en la senda de los pecadores se detiene, ni en el banco de los burlones se sienta, mas se complace en la ley de Yahveh, su ley susurra día y noche! Es como un árbol plantado junto a corrientes de agua, que da a su tiempo el fruto, y jamás se amustia su follaje; todo lo que hace sale bien. ¡No así los impíos, no así! Que ellos son como paja que se lleva el viento. Por eso, no resistirán en el Juicio los impíos, ni los pecadores en la comunidad de los justos. Porque Yahveh conoce el camino de los justos, pero el camino de los impíos se pierde. (Slm 1)

La Sagrada Escritura divide a la humanidad es dos: los que hacen el bien y os que hacen el mal. En Justos y en Impíos. Los justos viven en comunión con Dios y los otros viven al margen de Él, y se hacen esclavos del mal.

El Justo, “Es como un árbol plantado junto a corrientes de agua, que da a su tiempo el fruto, y jamás se amustia su follaje; todo lo que hace sale bien.”

El impío, ¡No así los impíos, no así! Que ellos son como paja que se lleva el viento. Por eso, no resistirán en el Juicio los impíos, ni los pecadores en la comunidad de los justos.

San Juan divide a los hombres entre los que creen en Cristo y los que no creen; en luz y tinieblas; en el que ama y en el que odia. En los que “guardan los Mandamientos y en los que no los guardan. “ En esto sabemos que le conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo le conozco» y no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él. Pero quien guarda su Palabra, ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él.” (1 Jn 2,3- 5) Esto responde a la palabra del Deuteronomio: “Mira, yo pongo hoy ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia. Si escuchas los mandamientos de Yahveh tu Dios que yo te prescribo hoy, si amas a Yahveh tu Dios, si sigues sus caminos y guardas sus mandamientos, preceptos y normas, vivirás y multiplicarás; Yahveh tu Dios te bendecirá en la tierra a la que vas a entrar para tomarla en posesión.” (Dt 30, 15- 17) En pocas palabras: haz el bien y rechaza el mal.

San Pablo nos confirma lo anterior al decirnos: “Vuestra caridad sea sin fingimiento; detestando el mal, adhiriéndoos al bien;” (Rm 12, 9) Que nuestra caridad sea sincera, alegre y hospitalaria. Aquel que hace el mal se hace esclavo del mal y se hace malo; mientras el que hace el bien, se hace generoso y se hace hijo de Dios.  Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor. (1 Jn 4, 7- 8)

Todo hombre tiene la capacidad de hacer el bien y de  hacer el mal: “frente al hombre está la muerte y la vida, la felicidad o la desgracia.” El hombre es libre para decidir lo que le parezca, él decide salvarse o perderse. Puede vivir y crecer o puede morir y perderse. Ésta es nuestra decisión. A esto le llamamos libre albedrío, un don de Dios a los hombres. Dios nos propone y nosotros elegimos hacer una cosa u otra. Dios respeta nuestras decisiones: Dios no obliga nadie a hacer el bien, como tampoco nos amarra las manos para que no  hagamos cosas malas. El hombre es libre para hacer una cosa u otra.

Lo que Dios propone: “Pero yo os digo a los que me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica.” (Lc 6, 27- 29) La respuesta a la Palabra de Dios nos da el fruto bueno. “Porque no hay árbol bueno que dé fruto malo y, a la inversa, no hay árbol malo que dé fruto bueno. Cada árbol se conoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos, ni de la zarza se vendimian uvas. El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca lo bueno, y el malo, de su corazón saca lo malo. Porque de lo que rebosa el corazón habla su boca.” (Lc 6, 43- 45)

San Pablo nos presenta las obras  de la carne y los frutos del Espíritu: dos estilos de obras, unos vienen del Ego, y los otros vienen del Amor. Son antagónicos entre sí.  “Por mi parte os digo: Si vivís según el Espíritu, no daréis satisfacción a las apetencias de la carne. Pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne, como que son entre sí antagónicos, de forma que no hacéis lo que quisierais.” (Gal 5, 16- 17) El fruto de la carne, no es gato a Dios (Rm 8, 8)

Ahora bien, las obras de la carne son conocidas: “fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios.” (Gál 5, 19- 21)

Los frutos de la fe, llamados también los frutos del Espíritu, llamados por que han sido cultivados con la ayuda de Dios y los esfuerzos de la conversión, son entre otros:  “En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí; contra tales cosas no hay ley. Pues los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias. Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu. No busquemos la gloria vana provocándonos los unos a los otros y envidiándonos mutuamente.”  (Gál 5, 22- 25)

Vivamos, pues según el Espíritu para que el pecado no reine en nuestros corazones. “Efectivamente, los que viven según la carne, desean lo carnal; mas los que viven según el espíritu, lo espiritual. Pues las tendencias de la carne son muerte; mas las del espíritu, vida y paz, ya que las tendencias de la carne llevan al odio a Dios: no se someten a la ley de Dios, ni siquiera pueden; así, los que están en la carne, no pueden agradar a Dios. (Rom 8, 6).

Frente al hombre está la vida y la muerte, el ego y el amor. El ego es el padre de todos los vicios, mientras que el amor es el padre de todas las virtudes. Frente al hombre está la felicidad o la desdicha. Elige lo que tú quieras. Tú decides hacer el bien o decides hacer el mal. De lo que decidas tú eres responsable. A lo anterior san Pablo nos dice: “Aborrece el mal y ama apasionadamente el bien” (Rm 12, 9) La felicidad o la desdicha son fruto de una decisión continua y permanente.

A la luz de lo anterior podemos entender la gran lucha que sostenemos en nuestro interior entre el ego y el amor. ¿Quién ganará? Sin duda, ganará aquel al que nosotros alimentemos. Por eso recomiendo que al hombre viejo le demos muerte, no le demos de comer. Alimentemos al amor para que seamos fuertes en el Señor (Ef 6, 10)

 

 

 

 

 

 

 

 

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