LA PROMESA DE JEREMÍAS SOBRE LA ALIANZA NUEVA

 

La promesa de Jeremías sobre la Alianza Nueva.

"He aquí que días vienen - oráculo de Yahveh - en que yo pactaré con la casa de Israel (y con la casa de Judá) una nueva alianza; no como la alianza que pacté con sus padres, cuando les tomé de la mano para sacarles de Egipto; que ellos rompieron mi alianza, y yo hice estrago en ellos - oráculo de Yahveh. Sino que esta será la alianza que yo pacte con la casa de Israel, después de aquellos días - oráculo de Yahveh -: pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrán que adoctrinar más el uno a su prójimo y el otro a su hermano, diciendo: «Conoced a Yahveh», pues todos ellos me conocerán del más chico al más grande - - oráculo de Yahveh - cuando perdone su culpa, y de su pecado no vuelva a acordarme." (Jer 31. 31- 34)

Las dos Alianzas. En la Antigua Alianza existen cuatro elementos: Dios que hace alianza con su pueblo. El pueblo que hace alianza con Dios. El sacrificio de toros y de machos cabríos y el signo de la alianza que es exterior. Los diez mandamientos escritos en tablas de piedra.

En la Nueva Alianza también hay cuatro elementos: Dios que hace alianza con el pueblo. El pueblo que hace alianza con Dios. El sacrificio, que ya no es de toros y de machos cabríos, sino el sacrificio de Cristo que entregó su vida para hacer la Nueva Alianza. El signo que ya no es exterior, sino interior, es el Espíritu Santo. “pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.”

Jeremías habla de la nueva alianza como una Promesa que encontrará su cumplimiento en el acontecimiento de Cristo. En su muerte y su resurrección instaurando el “Culto Nuevo” y el “Sacerdocio Nuevo” “Un Mandamiento Nuevo y una “Ley Nueva” Se trata de la Ley del Amor que es el Espíritu Santo que conduce a la Iglesia hacia la Plenitud de Cristo por la fe y la conversión (cf Col 2,9) Quien crea y se convierta entra en  la Plenitud de Cristo, el que no crea y no se convierta se excluye de la Nueva Alianza, de la Plenitud de Cristo (cf Mc 16, 16)

Muerte y Resurrección de Cristo es el “Origen de la Nueva Creación” (2 Cor 5, 17) y de la “Justificación de los hombres que crean en Jesús” (Rm 4, 25; 5, 1- 5; Gál 2, 16) Al creer en Jesús como el Hijo de Dios, envidado por el Padre para salvar a los hombres, se entra en la Nueva Alianza, se incorpora a Cristo por el Bautismo (Gál 3, 26) Lo acepta como su Salvador, como su Maestro y como su Señor. Es una Nueva Creación, es un hijo de Dios, un hermano de Jesús y un servidor de la Nueva Alianza, es del Señor, le pertenece. Ahora es discípulo de Cristo Jesús, cuando se encuentre con él y acepté su Palabra como Norma de su vida, será enviado, será un apóstol. Será enviado con la misma Misión de Cristo y con su mismo destino: "Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.» (Mt 28, 18- 20) Jesús no envía a los suyos con las manos vacías, los llena de los regalos para toda su Iglesia:

"Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.» Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.» Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»" (Jn 20, 19- 23) Los Apóstoles reciben de las manos de su Fundador la Paz, el Gozo, la Misión, el don del Espíritu Santo y el Ministerio de la Reconciliación, para que edifiquen la Iglesia, semilla y germen del Reino de Dios.

El Concilio Vaticano 11, nos dice: Mas como Jesús, después de haber padecido muerte de cruz por los hombres, resucitó, se presentó por ello constituido en Señor, Cristo y Sacerdote para siempre (cf. Hch 2,36; Hb 5,6; 7,17-21) y derramó sobre sus discípulos el Espíritu prometido por el Padre (cf. Hch 2,33). Por esto la Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador y observando fielmente sus preceptos de caridad, humildad y abnegación, recibe la misión de anunciar el reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los pueblos, y constituye en la tierra el germen y el principio de ese reino. Y, mientras ella paulatinamente va creciendo, anhela simultáneamente el reino consumado y con todas sus fuerzas espera y ansia unirse con su Rey en la gloria. (LG 1,5,2) Los dones de Jesús a la Iglesia son fruto de la Nueva Alianza, fundada por Jesús, tal como lo dice el Apóstol san Pablo:

"Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada." (Ef 5, 25- 27)

En la Nueva Alianza existen Ministerios que manifiestan la Misión de la Iglesia como servidora y como misionera: "El mismo «dio» a unos el ser apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelizadores; a otros, pastores y maestros, para el recto ordenamiento de los santos en orden a las funciones del ministerio, para edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo." (Ef 4, 11- 13) En la primera carta de Pedro nos enseña como Cristo nos comparte todo lo suyo: "Pero vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz, vosotros que en un tiempo no erais pueblo y que ahora sois el Pueblo de Dios, de los que antes no se tuvo compasión, pero ahora son compadecidos." (1 de Pe 2,9- 10)

Todo lo de Cristo es nuestro si nosotros somos de Cristo (1 de Cor. 3, 23) Somos hijos de la Nueva Alianza, le pertenecemos, lo amamos  le servimos. Lo que se nos pide es que seamos fieles como servidores a su Palabra, a sus Mandamientos, a su Destino y a su Misión. "Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres.»" (Jn 8, 31- 32)

"Por tanto, que nos tengan los hombres por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que en fin de cuentas se exige de los administradores es que sean fieles." (1 Cor 4, 1- 2). Nuestro destino es el mismo que el de Jesús, tal como lo dice el Apóstol a su discípulo Timoteo:


"Es cierta esta afirmación: Si hemos muerto con él, también viviremos con él; si nos mantenemos firmes, también reinaremos con él; si le negamos, también él nos negará; si somos infieles, él permanece fiel, pues no puede negarse a sí mismo. Esto has de enseñar; y conjura en presencia de Dios que se eviten las discusiones de palabras, que no sirven para nada, si no es para perdición de los que las oyen. Procura cuidadosamente presentarte ante Dios como hombre probado, como obrero que no tiene por qué avergonzarse, como fiel distribuidor de la Palabra de la verdad." (2 Tim 2, 11- 15)



 

 

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