HABÉIS RECIBIDO ESPÍRITU DE AMOR, FORTALEZA Y DOMINIO PROPIO


“Habéis recibido espíritu de amor, fortaleza y dominio propio”
(2Tim 1, 7)

El único objetivo de aquellos que tienen celo por la vida espiritual es entrar en una verdadera relación con Dios. Y el camino para los que buscan ver el rostro del Señor es la oración íntima, confiada y perseverante. Orar es invocar el Nombre de Dios con la confianza de que Él se hace presente, nos ve, nos escucha y nos responde. La calidad de nuestra oración depende de la calidad de recogimiento interior que seamos capaces de lograr. El punto de partida de toda oración verdadera es concentrar la atención en el corazón. Los que desvían su atención, se salen del corazón que es el lugar donde nos encontramos con Dios; desviarse es perder el camino; es no ascender, no permanecer en él. La carta a los Hebreos nos dice: “Los ojos fijos en Jesús, Autor y Consumador de nuestra fe” (Heb 12, 2).

Descender de la cabeza al corazón. ¿De qué sirven los conocimientos de Dios en la cabeza? Los conocimientos inflan, sólo el amor trasforma. La experiencia de Dios nos pide bajar los conocimientos de la cabeza al corazón para que Dios, nuestra oración y todas acciones espirituales estén ahí. Es el modo como podemos vencer nuestros pensamientos y nuestra imaginación, la loca de la casa. Debemos prestar atención al corazón y no permitir que se ate o se apegue a las cosas, a las personas o se deje gobernar por la imaginación, entonces, todo quedaría en el exterior y se arrastraría por los suelos. La fe en la cabeza no nos salva, ni siquiera le podemos llamar fe a los conocimientos que tengamos en  la cabeza.

El secreto de la vida espiritual. La vida se encuentra en el corazón y es ahí donde se debe vivir. Concentrar el intelecto en el corazón significa volverse a Dios en oración de adoración, de alabanza, de acción de gracias, de súplica, y velando para que nada extraño entre al corazón y se apropie de él. Atentos al corazón para descubrir en él todo lo que es malo y echarlo fuera, con la fuerza del Espíritu que otorga la oración, para poder sumergirse en las aguas del Espíritu.

Cuando el intelecto está unido al corazón, se puede mantener el recuerdo de Dios, porque el Señor está cerca de todos los que lo buscan sinceramente (Jer. 29, 13)El lugar para encontrarse con  Dios es el corazón. Es el lugar elegido por Él para encontrarse con las almas (Mt 6, 6). Cuando, tanto  la voluntad como el intelecto se encuentran en el corazón, podemos decir que el Señor se encuentra en la conciencia del orante; con palabras del Concilio Vaticano, la conciencia es el núcleo más íntimo y sagrado donde el hombre se encuentra a solas con su Dios (GS 16)

La puerta del corazón debe estar cerrada para los malos pensamientos, los deseos mundanos y paganos; cerrada a la vida de impureza, razón por la que todo aquel hombre que quiera ascender en la vida espiritual debe huir de la corrupción (2Pe 1, 4;) Apartarse de las pasiones de su juventud (2 Tim 2, 22) y de las pasiones desordenadas (1 Cor 6, 18) como a la vez, debe trabajar con temor en su salvación con espíritu humilde contrito, arrepentido. En apertura a la acción del Espíritu Santo para que pueda llevar una vida digna del Señor, dar frutos de vida eterna y crecer en el conocimiento de Dios (Col 1, 10).

La clave del crecimiento espiritual ha de ser siempre: “Fortaleceos en el Señor con la energía de su poder” (Ef 6, 10), mediante la oración del corazón recomendada por el Señor Jesús (Mt 26, 41) y la práctica de las virtudes cristianas recomendadas por san Pablo en la carta a los Colosenses: “Como hijos amadísimos de Dios revestíos de entrañas de misericordia…”(3, 12) Y poder llegar a poseer una “voluntad firme, férrea y fuerte”, una mente lúcida iluminada por el Evangelio para ser hombres según el corazón de Dios.

La voluntad firme férrea y fuerte se logra mediante la ayuda de Dios y nuestros esfuerzos, renuncias y sacrificios, lo anterior es don y conquista, oración y amor a Dios y al prójimo, para que como discípulos de Cristo podamos seguir las huellas del Maestro que amó hasta el extremo y entregó su vida por todos para que con la fuerza del Espíritu hagamos lo mismo. Recordando las palabras del Señor Jesús al escriba del Evangelio, hoy nos dice: “Ve y haz tú lo mismo” (Lc 10, 37)

Lo anterior siempre será posible en la medida que nos aventuremos a entrar en el desierto espiritual, busquemos la vida interior y aprendamos hacer el silencio del corazón. Sólo entonces seremos capaces de anhelar y desear con ganas lo que Dios nos promete y seremos capaces de obedecer lo que el Señor nos manda. El silencio del corazón es fuente de “Esperanza” que nos motiva a ser positivos, alegres y optimistas en las cosas de Dios. El desierto espiritual es el lugar para purificar nuestro interior y escuchar la Voz de Dios en nuestro corazón de una manera nítida y clara.


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