EL ANUNCIO DEL EVANGELIO SEGÚN EL PAPA FRANCISCO

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El anuncio del Evangelio.

            Toda la Iglesia es Misionera.

1.      Todo el Pueblo de Dios anuncia el Evangelio. La Iglesia es ante todo un PUEBLO que peregrina hacia Dios. Pueblo peregrino y evangelizador que hunde sus raíces en la iniciativa de Dios (EG 111).

2.   La salvación que Dios nos ofrece es obra de su misericordia, don gratuito e inmerecido. Es pura gracia de Dios. El amor de Dios ha tomado rostro humano para llevarnos a Dios. Ha muerto para que nuestros pecados sean perdonados y ha resucitado para darnos vida eterna (Rm 4, 25; 5, 1-2) Envía su Espíritu a nuestros corazones para hacernos hijos de Dios. La Iglesia es enviada por Jesucristo como sacramento de salvación ofrecida por Dios para que a través de sus acciones colabore como instrumento de la gracia divina. Es importante saber que la primera palabra, la iniciativa verdadera, la actitud verdadera viene de Dios, y sólo si imploramos la iniciativa divina, podremos ser también, con Él y en Él, evangelizadores. (EG 112)

La salvación es para todos.

3.      La Salvación que realiza Dios y anuncia la Iglesia, es para todos. Dios ha gestado un camino para unirse a todos los hombres; ha elegido convocarlos como pueblo y no como seres aislados. Nadie se salva solo, y nadie, se salva con sus propias fuerzas. Este pueblo que Dios ha elegido y convocado es la Iglesia. Recordemos el “Gran Envío”. Dios a todos ama y a todos llama a la salvación, a los que están cerca y a los que están lejos, a buenos y a malos, a pobres y a ricos.

4.      Ser Iglesia es ser Pueblo de Dios, de acuerdo al gran proyecto del amor del Padre. Todos somos llamados a ser discípulos misioneros de Jesucristo; todos somos llamados a ser fermento de Dios en medio de la Humanidad. Estamos llamados a dar respuestas que alienten, que den esperanza, que den nuevo vigor en el camino. La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir la vida buena del Evangelio.
5.      Un Pueblo con muchos rostros. El pueblo de Dios se encarna en los pueblos de la tierra, cada uno de los cuales tiene su propia cultura. La cultura es la vida determinada que tiene una sociedad determinada. Un modo concreto de relacionarse con la realidad.

Todos somos misioneros.

6.      En todos los bautizados actúa la fuerza del Espíritu que impulsa a Evangelizar. El Espíritu Santo  guía al Pueblo de Dios a la verdad y lo conduce a  la salvación. El Espíritu no ayuda a discernir lo que viene realmente de Dios. EG 119).

7.      Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador, es por su bautismo discípulo misionero de Jesucristo. Todo cristiano es misionero en la medida en que sea encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús. La vida de los hombres se divide en dos, en un antes y en un después de conocer a Cristo. Antes éramos tinieblas, después somos luz, proclamadores del Evangelio: “Hemos encontrado al Mesías” ((Jn 1, 41), o como Pablo y la samaritana (EG 120).

Llamados a crecer como evangelizadores.

8.      Procuramos una mejor formación, una profundización en nuestro amor y en el modo de entender el Evangelio. Dejemos que los demás nos evangelicen, pero sin perder el celo misionero, sin dejar de comunicar a Jesús en el lugar en el que nos encontremos. Todos somos llamados a dar testimonio, aún a pesar de nuestras imperfecciones. ¡Qué es lo que debo comunicar a los demás? Lo que he descubierto de Cristo, lo que me ayuda a vivir y que me da una esperanza, es lo que se debe comunicar a los otros. La misión es un estímulo constante para seguir creciendo en la fe y a la vez ayuda  abandonar la mediocridad. (EG 121).

Persona a Persona.

9.      Es una forma de vivir una profunda renovación misionera. Se trata de llevar el Evangelio a las personas que cada uno trata, tanto a los más cercanos como a los desconocidos. Es la predicación informal que se puede dar en el encuentro con personas o en la visita a un hogar. Ser discípulos es tener la disponibilidad permanente de llevar a otros el amor de Jesús. (EG 127).

¿Cómo debe ser nuestra predicación?

10.  Siempre amable y respetuosa, es un diálogo personal, un intercambio de palabras experiencias, vida, alegrías, esperanzas, inquietudes de todos aquellos que llena el corazón. Sólo después de esta conversación es posible presentar la Palabra. Siempre recordando el amor personal de Dios que se hizo hombre, se entregó por nosotros y está ofreciendo su salvación y su amistad. Siempre con actitud de humildad y testimonial de quien siempre sabe aprender. Si se puede, es muy conveniente que el encuentro fraterno y misionero termine con una breve oración que refleje las inquietudes que se han manifestado (EG 128).

Carismas al servicio de la comunión evangelizadora.

La finalidad de los carismas: Manifestaciones de la gracia en favor de la Comunidad.
11.  Los carismas son dones para renovar y edificar la Iglesia. No son patrimonio de un grupo cerrado, son más bien regalos del Espíritu Santo integrados en el cuerpo Eclesial, atraídos hacia el centro que es Cristo.

Unidad en la diversidad.
12.  La diversidad ha de ser siempre reconciliada con la ayuda del Espíritu Santo. Sólo Él, y no nosotros,  puede lograr la unidad en la diversidad y pluralidad (EG 131).

La conversación de la madre
13.  La Iglesia es madre y predica al pueblo como madre que le habla a su hijo, sabiendo que el hijo confía que todo lo que se le enseñe será para bien porque se sabe amado. Es importante cultivar la cercanía con la gente, la calidez de su tono de voz, la mansedumbre del estilo de sus frases, la alegría de sus gestos.

La Preparación para la predicación.
14.  Es una tarea importante que conviene dedicarle un tiempo prolongado de estudio, oración, reflexión y creatividad pastoral. Un predicador que no se prepara no es espiritual; es deshonesto e irresponsable.

·         El culto  a la Verdad: la humildad del corazón que reconoce que la Palabra siempre nos trasciende, que no somos sus dueños, ni los árbitros, sino sus depositarios y sus heraldos. La verdad nos lleva al amor que hace arder nuestro corazón con el fuego del Evangelio.
·         La personalización de la Palabra: El predicador debe ser el primero en tener familiaridad  personal con la Palabra de Dios. Acercarse a la Palabra con un corazón dócil y orante, para que ella penetre a fondo en sus pensamientos y sentimientos y engendre en él una mentalidad nueva. “de la abundancia del corazón habla la boca” (Mt 12, 34)
·         Lo esencial es el testimonio personal  que brota del Encuentro personal con Cristo: “Dios me ama, Jesucristo me ha salvado, de que su amor tiene siempre la última palabra”.
·         Dejar que la Palabra tome posesión de todo mi ser para ser usado como instrumento vivo, libre y creativo de la Gracia de Dios. Para que El Espíritu Santo me posea y me conduzca, ponga en mis labios las palabras que yo no sabría encontrar: 




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