1. LA DEVOCIÓN AL DIVINO NIÑO


1.   La devoción al Divino Niño

Objetivo: dar a conocer el auténtico sentido de la devoción al Divino Niño, para evitar posibles deviaciones, malos entendidos y ayudar a los fieles devotos a crecer en la fe, esperanza y caridad.

1.       Justificación Teológica
La oración del cristiano, ofrecida al Padre, por su Hijo en el Espíritu Santo, siempre se basará en una cierta relación con la humanidad de Jesús. Siempre será en beneficio de toda la Comunidad Eclesial.

Todas las variadas formas de oración cristiana encuentran justificación teológica y tienen como común denominador el hecho de que nos ponen en contacto con Dios a través de algún aspecto determinado de la humanidad de Jesús. Dios se ha unido con la Humanidad de Jesús en el vientre virginal de María (Lc 1, 26- 38). Lo que Dios ha unido no lo podrá separar el hombre (Mt 19, 4). Jesús es Emmanuel, Dios con nosotros (Mt 1, 23), Dios a favor de nosotros y Dios entre nosotros. Con toda autoridad Jesús nos puede decir: “Sin mí nada podéis hacer” (Jn 15, 5) Por Jesús y con Jesús podemos hacer hoy la “Voluntad del Padre” con alegría y con libertad interior. Todo conocimiento del Padre, todo don que Dios en su gran bondad quiere dar a los hombres, puede ser nuestro en medida que estemos en comunión con Jesús (1  Cor 3, 21- 23). El mismo Señor nos dice en su Palabra: “Nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Jn 11, 27)

2.       ¿Por qué la humanidad de Jesús?

La humanidad de Jesús es el sacramento, el signo eficaz de la unión del hombre con Dios, nos basta estar unidos por la fe de la Iglesia a ella para encontrarnos en comunión con Dios. Para el católico el “Cristo de nuestra fe”, no es distinto, es el mismo que el “Jesús histórico”. Es decir, el Jesús que nació de la Virgen María, que murió en la cruz y que resucitó, para sentarse a la derecha del Padre (Col 3, 1- 4), es el mismo ayer, hoy y siempre (Hb 13, 8) Podemos hoy meditar sus palabras y sus hechos, imitarlo en sus comportamientos y seguirlo en el camino hacia la Pascua.

Todos los misterios de la vida de Jesús, aunque acaecidos en el tiempo, siguen siendo realidades vivas y vivificantes para quien los contempla con los ojos de la fe de la Iglesia.

La fe, movida por el amor, es la adhesión de todo el ser a Cristo Jesús, manifestación del amor de Dios, por quien hemos sido redimidos (cf Ef 1, 7). Todas las palabras y acciones de Jesús, desde su Encarnación hasta su muerte de cruz, tienen un sentido salvífico y redentor para bien de toda la Humanidad, hoy podemos apropiarnos de su “obras salvíficas”.

3.       ¿Cómo hacer presente la salvación de Dios a favor nuestro y de todos?

Lo primero para saber es que esta salvación es gratuita e inmerecida. No es un premio o recompensa por buenos comportamientos, todo es Gracia, en Cristo Jesús nacido para nuestra salvación. Pero, además, es preciso plantear la perpetuidad de estos misterios en una determinada forma:

·         Ocurrieron en ciertas circunstancias y duran, están presentes y son perpetuos en otra determinada forma: “Podrán pasar el cielo y la tierra, pero mis palabras no pasarán” (cf Mt 5, 17)

·         Pasaron en cuanto a su ejecución, pero están presentes en cuanto a su fuerza, su fuerza no pasa nunca, ni pasará nunca el amor con que fueron realizados. Recordemos que el amor de Dios es eterno (Jer 31, 3).

·         El espíritu, el estado, la fuerza, el mérito del Misterio están siempre presentes… y a nuestro alcance, como don gratuito, y para todos.

·         Eso nos obliga a tratar las cosas y los misterios de Jesús, no como cosas pasadas y extinguidas, sino como cosas vivas y presentes de las que tenemos también que recoger un fruto presente y eterno. (Tiempo para Dios. Pág. 63. Jacques Fillipe, Ed Patmos)

4.       La Infancia del Señor Jesús.

La infancia de Jesús es un estado pasajero, pues las circunstancias de esta infancia han pasado, y ya no es un niño. >>Jesús nació, creció, murió, resucitó y se sentó a la derecha del Padre<<. No obstante, hay algo divino en este misterio que persevera en el cielo y que obra de un modo de gracia semejante en las almas que están en la tierra, que Jesús gusta de asignar y dedicar a ese humilde primer estado de su persona. ¿Quién puede negar que el Niño Jesús fuera honrado en su persona, cuando la misma Biblia lo proclama? Primero por su propia Madre y su padre José, después por los pastorcitos, los magos de oriente, el anciano Simeón y la profetiza Ana (cf Lc 2).

5.       ¿Cómo podemos entrar en comunicación con el misterio insondable de Dios?

No podemos con la mera especulación de la inteligencia ni por medio de rezos prolongados, sino, mediante la fe; la fe como virtud teologal, la fe animada por el amor en la persona del Verbo del Padre que tomó nuestra condición humana (Rom 5, 1- 5). Solo ella tiene el poder, la fuerza necesaria para hacernos entrar realmente y tomar en posesión del misterio de Dios a través de la persona de Jesús, en quien Dios se nos da. La fe teologal es don y es camino para conocer, amar y servir a Dios en esta vida. Cristo Jesús es el misterio de Dios revelado en los últimos tiempos (Ef 1,8). Tal como lo dice san Pablo: “llegada la Plenitud de los tiempos Dios envió a su Hijo, nacido de mujer para liberar a los oprimidos por la ley, y para traernos al Espíritu Santo” (Gál 4, 4- 6).

6.       ¿Qué es lo que nos permite apropiarnos plenamente de la humanidad de Jesús?
Volvemos a lo anterior: Por la fe movida por el amor, el cristiano, puede comunicarse con la humanidad de Jesús a través del pensamiento, de la mirada, de actos de la voluntad y según distintas vías, a cada una de las cuales corresponde, un distinto método de oración. Podemos destacar además lo siguiente en referencia a la humanidad de Jesús:

·         Contemplar sus hechos y sus gestos. (dando de comer a la multitud (Mc 6, 34ss); sanando a los enfermos Mc 1, 29- 45))

·         Meditar sus enseñanzas (Mc 1, 21- 28), su comportamiento y sus palabras frente a la mujer adúltera, frente a los leprosos y frente a los niños (Jn 8, 1-11; Mc 1, 38ss; Lc 18, 16)

·         Conservarlos en nuestra memoria al igual que María su Madre (Lc . 2, 19).
·         Mirar con los ojos de la fe su rostro en una imagen.

·         Adorarle en su Cuerpo en la Eucaristía.

·         Pronunciar su Nombre con amor y guardarlo en nuestro corazón. (Jesús, mí Señor y mí Dios (Jn 20, 28). Sagrado corazón de Jesús en Ti confío. O con las palabras del cura de Ars: “Oh mí Jesús, yo te amo”
·         Vivir en compañía de Jesús como con un amigo con el que se dialoga, al que se escucha y al que se le ama… mirando con él en la misma dirección.

·         Cristo resucitado, se hace por la fe, la esperanza y la caridad, un contemporáneo de nosotros y habita en nuestro interior, ama, camina, trabaja, padece, sufre, muere y resucita en nosotros.

Por la fe, animada por la caridad nos podemos apropiar de la “Humanidad de Jesús” y de los “Frutos de la Redención”.  A esto nos quiere llevar la devoción al Niño Jesús… a comer de los frutos del Árbol de la Vida que está en el Paraíso de Dios (Apoc 2, 7)… el amor, el perdón, la paz, el gozo, la justicia, la misericordia… La devoción al Divino Niño no es el Fin… es el medio… el Fin es el Señor Jesús para conocerlo, amarlo, servirlo y darle culto.

7.       La devoción al divino niño.

Lo que se honra con la devoción al Niño Jesús son sus años de infancia, sus primeros doce años de existencia en esta tierra; las imágenes no hacen milagros porque son seres muertos. Pero la imagen nos recuerda al Jesús que está en el cielo con su “humanidad y con su divinidad”, y a Él es a quien honramos con esta devoción. No podemos quedarnos con la “imagen”, nuestra mirada debe trascender y elevarse, pasar de lo material a lo espiritual.

La oración va dirigida en primer lugar a Dios Padre: “Todo lo que quieras pedir, pídelo por los méritos de mi infancia, y nada te será negado”. Pedir al Padre en el Nombre de Jesús tiene un trasfondo bíblico: “Les aseguro que todo lo que pidan a mi Padre, Él se los concederá en mi Nombre” (Jn 16, 23). Por la fe en la “Encarnación de Dios” y por su “Nacimiento como hombre” podemos afirmar que a Dios le agrada mucho que honremos la infancia de su Hijo Jesús. Tal como lo hicieron los Pastorcitos y los Magos de Oriente, que ofrecieron al Niño de Belén sus presentes: oro, incienso y mirra (Mt. 2, 1- 11).
8.       Las tres cosas que pide la devoción al Niño Jesús:

1.       Hacer los nueve domingos: con santa Misa, fervorosamente asistida. Asistir a Misa cada domingo es uno de los Mandamientos de la Santa Madre Iglesia, haciendo eco al tercer Mandamiento: “Santificar el día del Señor”.
2.       En uno de los nueve domingos confesarse y comulgar. En el Sacramento de la Confesión renovamos nuestro Bautismo y nos apropiamos de los frutos de la Redención: Perdón de Dios, la Paz y el Don del Espíritu Santo (Jn 20, 19- 25) ¿Quién podrá negar que a Dios no le agrada que nos confesemos y que recibamos a Jesús en la Comunión?

3.       Dar una limosna para los pobres. Pero una limosna que cueste para dar de comer a los pobres, entre ellos especialmente a los más débiles: los ancianos y los niños, migrantes y los indigentes. Quienes estén al frente recolectando las ofrendas del Niño Jesús, han de tener presente las palabras del cura más santo que ha tenido Francia: San Juan María Vianney. “Darlo todo y no quedarse con nada”. Todo para Dios y todo para los pobres. ¿quién puede negar que a Dios no le agrada que amemos a los pobres? No se puede hacer con la devoción al Niño Jesús ni con la fe de los pobres “un negocio” particular. En referencia a los pobres Jesús nos dice: “Dadles vosotros de comer” (Mc 6, 43s).

No es una opción es un Mandamiento del Señor que la devoción pone hoy en labios del Divino Niño. Es Él quien pide a sus devotos que den de comer a los débiles, necesitados y marginados de nuestras parroquias, como lo hizo en otro tiempo con sus discípulos (cf Mc 6, 34ss). El Señor quiere dar a los suyos un corazón grande para amar y servir, a Dios en los pobres de la tierra.

Muchos católicos que no iban a misa regularmente, después de hacer los nueve domingos, continuaron asistiendo a la Eucaristía de una manera fervorosa y perseverante. La Novena al Divino Niño fue el “gancho” usado por la Misericordia de Dios para atraer a los pecadores con cuerdas de ternura y con lazos de misericordia” (Os 11, 1-5) Dios escribe derecho en renglones torcidos, y se vale de cualquier detalle para hacer que los hombres se conviertan a su Reino de Amor, de Paz y de Justicia. Podemos recordar la devoción de las tres “Aves Marías” que prometen la confesión antes de la muerte a quienes las recen diariamente, soy testigo, es una verdad, yo lo hice por más de veinte años en medio de situaciones de pecado. Quienes hagan oración se convierten y se salvan de acuerdo a las palabras de Jesús: “Oren para no caer en tentación” (Mt 26, 41) Las devociones de la gente sencilla son una bendición y una riqueza para la Iglesia.

(Soy fruto de la devoción sencilla de mi familia, especialmente de mi madre, que oró por mi conversión por más de 20 años, con la oración de los pobres: el santo rosario; ofrecido a la Virgen María. Oró para que volviera a la Iglesia y después por mi vocación al sacerdocio. Tengo toda la conciencia que soy un “regalo de mi madre para la Iglesia”. Desde su fe sencilla al Niño Dios y a María nuestra madre, ella tenía conciencia que yo no le pertenecía, lo dijo con estas palabras: Uriel no me pertenece, ese es propiedad de la Iglesia, yo se lo consagré al Señor desde antes que naciera, que se vaya a servirla, y entre más pronto mejor).

9.       Lugares apropiados para el encuentro

Si ponemos un poco de atención a lo que nos pide la devoción al Niño Jesús encontramos varios lugares recomendados por los Documentos Oficiales de la Iglesia para encontrarnos con el Señor: La fe recibida y vivida en la Iglesia (DA 246). La Palabra de Dios leída en el seno de la Iglesia (DA 247) En el Sacramento de la Reconciliación (254) y la Sagrada Eucaristía (DA 251) En la Comunidad viva que se reúne en el Nombre del Señor,  para compartir las oraciones en casa o en comunidad: “Donde dos o tres se reúnen en mi Nombre… (Mt 18, 20; DA 256), el encuentro con los pobres: “Tuve hambre y me diste de comer” (Mt 25, 35; DA 257) En la Piedad Popular (DA 258- 265) y añadimos también, la propagación de la “devoción”, mediante el testimonio y el apostolado (Mt 28, 20s). El amor es difusivo, quien ha recibido un beneficio, no debe callarlo, que lo dé a conocer. Recordemosla Palabra de Dios: “Todo el que práctica la justicia se hace justo” Practicamos la justicia cuando hacemos a otros partícipes de los dones de Dios.

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