EL AMOR FRATERNO ES LA CASA DEL
ESPÍRITU SANTO.
La
Palabra es la semilla del Reino, el que la escucha, la guarda y la obedece se
convierte en él, en Amor, Verdad y Vida, en Justicia y Santidad (Jn 14, 6; Ef
4, 24) Así lo dice el apóstol Pedro: “Por la obediencia a la verdad habéis
purificado vuestras almas para un amor fraternal no fingido; amaos, pues, con
intensidad y muy cordialmente unos a otros, como quienes han sido engendrados
no de semilla corruptible, sino incorruptible, por la palabra viva y permanente
de Dios”. (1Pe 1, 22-23)
El
apóstol Pablo nos dice lo mismo, está de acuerdo con el apóstol Pedro: “Vuestra
caridad sea sin fingimiento; detestando el mal, adhiriéndoos al bien; amándoos
cordialmente los unos a los otros; estimando en más cada uno a los otros; con
un celo sin negligencia; con esp1ritu fervoroso; sirviendo al Señor; con la
alegría de la esperanza; constantes en la tribulación; perseverantes en la
oración; compartiendo las necesidades de los santos; practicando la
hospitalidad”. (Rm 12, 9- 13)
El
apóstol Juan sigue el camino de Pedro y de Pablo al deciros el Legado de Cristo
a los suyos: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros.
Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En
esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los
otros.” (Jn 13, 34- 35) Para Juan el amor es darse, es donarse, es entregarse
en servicio a Dios y a los hombres, por eso puede decirnos: “Quien no ama no ha
conocido a Dios, porque Dios es Amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos
tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de
él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en
que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Queridos,
si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros”.(1
de Jn 4, 7- 11)
Por
eso podemos afirmar con confianza y esperanza que el amor fraterno es la Casa
del Espíritu Santo, tanto el Amor como el Espíritu habitan en nuestro corazón
(Rm 5, 5). Si el Espíritu Santo habita en nuestro corazón, somos su Casa, y en ella
él se mueve a sus anchas. Lo que nos queda es ser dóciles a sus mociones, para
que pueda conducirnos en la Verdad, en la Santidad, en la libertad y en el
Amor. (cf Rm 8, 14; Jn 8, 16) Para reproducir en nosotros la “Imagen de Cristo”
(Rm 8, 29) Y por ende en nosotros, somos hijos de Dios y hermanos unidos por el
amor.
El
Espíritu Santo es el Espíritu de Libertad que nos hace libres (2 de Cor 3, 17)
Con la libertad de los hijos de Dios que
nos ha ganado Cristo ( Gál 5, 1) Pero sin mezclar la Libertad con el libertinaje
(Gál 5, 13) Dios es Libertad y nos hace libres, el libertinaje nos lleva al
pecado que deshumaniza y despersonaliza.
Donde
hay Libertad hay Amor que nos lleva a la Unidad, al Conocimiento de Dios y a la
Madurez en Cristo (Ef 4, 13) Nos conduce por los caminos de la conversión para
que seamos “hombres nuevos”, al igual que Cristo, el primogénito de los hermanos
(Col 1, 15) Ser Casa del Espíritu Santo es ser conducidos a la Santidad: ¿O no
sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros
y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? ¡Habéis sido bien
comprados! Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo. (1 de Cor 6, 19-
20)
“Mas
el que se une al Señor, se hace un solo espíritu con él. ¡Huid de la
fornicación! Todo pecado que comete el hombre queda fuera de su cuerpo; mas el
que fornica, peca contra su propio cuerpo” (1 de Cor 6, 17- 18)
El
amor fraterno es inseparable de otras virtudes como la prudencia, la justicia,
la templanza, la fortaleza, la piedad, el amor fraterno y la caridad.(2 de Pe
1, 5- 8) Son de la Familia de la Fe, y garantizan el conocimiento de Dios, es
decir, el amor a Dios y a los hermanos. Entre estas virtudes nacen y crecen la
sencillez de corazón, la pureza y la santidad. Y de manera especial nos lleva al supremo criterio
de toda espiritualidad: “Jesucristo es el Señor”. El Señorío de Cristo se
manifiesta en el Servicio por amor y con amor.
¿Cómo hacer del Espíritu Santo nuestra
Casa?
1.
El encuentro personal con Jesús, Buen Pastor.
Encuentro liberador y gozoso que divide la vida de los creyentes en dos: antes
y después de conocer a Cristo. Antes yo era el rey, el centro de mi vida. Mi
felicidad estaba en las cosas: dinero, sexo, alcohol, droga, amigos, carros,
etc. El Señor estaba fuera de mi vida. Con el encuentro con Cristo se inicia el
proceso, Él entra en mi vida, en la escucha de su Palabra (Rm 10, 17), y se
experimenta el poder de Dios y lo bueno que es el Señor. Jesús viene a
liberarme, a reconciliarme y hacer de mi una Nueva Creación (2 Cor 5, 17) Tres
realidades son necesarias en el “Reinado de Cristo:” La clave, la ley y el
compromiso.
La clave: “Hacer en todo la voluntad
de Dios”. “Haced lo que Él os
diga” (Jn 2, 5). La voluntad de Dios es que creamos en Jesús y que nos amemos
unos a los otros (1 Jn 3, 23) Somos de Cristo si lo aceptamos como nuestro
Dueño y como Señor.” Buscar y realizar su voluntad es poner a Jesús por encima
de todo lo creado. Es aceptar que le pertenecemos. Que Él es nuestro Cabeza,
nuestro Jefe y nuestro Rey. El cristiano que camina con decisión por los
caminos de Dios aprende a discernir entre el bien y el mal, y se hace adulto en
la fe, capaz de vivir de una manera digna según el Señor, dando frutos buenos y
creciendo en el conocimiento de Dios. (Col 1, 9-10) Conocimiento que depende de
actitudes de frente al Reino de Dios y de Cristo.
La Ley: Amar como Jesús, a todos y
siempre. Cuando la Ley de Cristo
reina en nuestros corazones, las cosas ya no se hacen por obligación ni por que
toca; todo se hace con alegría y por amor al Señor, por eso se puede decir con
san Pablo: “Todo lo que era importante para mí, lo considero basura y lo doy
por pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo, mi Señor”. (cfr. Flp
3, 10-11). La Ley de Cristo manifestado en el Mandamiento regio que el mismo
Jesús nos lo legó: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 13,
34)
El Compromiso: ser servidor de los
demás. Estamos entrando en el
corazón del “Reinado de Cristo, el servicio. El servicio que se hace sin amor o
con amores fingidos, es falso (Rm 12, 9) Jesús es Señor de los que permiten que
Él les lave los pies. Jesús dice: “Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y
lo soy, pues si yo que soy Maestro y
Señor les he lavado los pies, haced vosotros lo mismo” (Jn 13, 13-14). El
señorío o reinado de Jesús es para el servicio del hombre: “El Hijo del Hombre
no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por
muchos” (Mt 20, 28) El compromiso es con Jesús y con los Doce, consiste en
vivir y en ser para el Reino.
2.
La purificación del corazón o destrucción de los Ídolos. El Señor Jesús no entra en nuestros corazones con sus
manos vacías. ¿Qué lleva? La Espada de doble filo y viene a echar fuera de
“Casa” todo lo que no sirve, lo que ocupa el lugar de Cristo; viene a destruir
nuestros falsos dioses Entra también en nuestros corazones como Luz que ilumina
todas dimensiones de nuestra vida. Paso a paso, de obra en obra, el Espíritu
del Señor va rompiendo ataduras, destruyendo ídolos, limpiando la casa;
espíritu de machismo…espíritu de brujería…espíritu de alcoholismo…espíritu de
adulterio…espíritu de libertinaje…espíritu de grosería, … fuera y al fuego.
3.- La opción por Jesucristo y
rompimiento con el mundo. El Señor Jesús no
pide poco, tampoco pide mucho, Él lo pide todo. Pide pero no exige. Es un
Caballero y respeta nuestra libertad: “Si tu quieres”… ¿Cuándo se hace la
opción por Jesús? ¿en qué momento? La opción por Jesús es un momento de gracia,
es don y respuesta…implica dos certezas: La certeza que Dios me ama… “me amó y se entregó por mí”.
(Gál 2, 20)Y la certeza que yo también lo amo…y hago alianza con Él. Cuando esta doble certeza se enraíza en el
corazón de los discípulos, entonces, libre y conscientemente se decide uno por
Cristo y por su Evangelio. Es decir, se guardan los Mandamientos y se acepta
libre y gozosamente la llamada al servicio al Reino de Dios. Jesús pregunta a
Pedro: “¿Pedro, me amas”. Él no hace alianza con esclavos…el mundo los odia
porque ustedes me aman, si ustedes me
odiaran el mundo los amaría. El Señor primero nos libera y nos
reconcilia, luego hace alianza con los creyentes. (cf Jn 15, 18)
4. Vida
de pertenencia a Jesús. Mateo en el
Evangelio nos presenta la parábola de la “perla preciosa”. (Mt 5, 45). La Perla
no será nuestra si no estamos dispuestos a darlo todo: familia, amigos, bienes
materiales, morales, defectos, vicios, enfermedades. Entregar lo bueno y lo
malo. Ponerlo todo a los pies de Cristo. Para que pueda ser el Señor nuestro y
nosotros echemos raíces en el reinado de Jesús, el Rey. No somos de las cosas,
somos del Señor con todo y cuanto tenemos, por eso, lo que sabemos, tenemos y
somos, todo lo ponemos con alegría al servicio de quien lo necesite. El Señorío
de Jesús es el camino de desprendimiento y de comunión con Dios y con los demás
especialmente los más pobres.
5. Vida
consagrada al Señor. La vida humana
solo se hace cristiana cuando se gira en torno como siervo de Jesús; sólo
entonces es fuente de alegría cristiana.
Sierva de Dios fue el título favorito de María: “He aquí la esclava del
Señor”.(Lc, 1, 38) Pablo, siervo de Jesucristo por voluntad del Padre, se
consagra totalmente y con alegría al servicio de la salvación de los hombres.
Razón por la que puede vivir para Dios y confesarnos que todo, lo que antes de conocer a Cristo
era valioso para él, después de haber
experimentado lo sublime del amor de Cristo, lo considera basura, lo da por
pérdida. (Flp 3, 7)
Todo lo anterior lo logramos, sólo,
con la ayuda del Espíritu Santo, que actualiza la obra redentora de Cristo
en nuestras vidas.
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