TODOS PECARON Y ESTÁN PRIVADOS DE LA GLORIA DE DIOS.

 


TODOS PECARON Y ESTÁN PRIVADOS DE LA GLORIA DE DIOS.

Iluminación: "Doble mal ha hecho mi pueblo: a mí me dejaron, Manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas, que el agua no retienen." (Jer 2, 13)

Todos pecamos porque somos pecadores, los únicos que no fueron esclavos del pecado son Jesús y su Madre, la Virgen María. "Pero ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado, atestiguada por la ley y los profetas, justicia de Dios por la fe en Jesucristo, para todos los que creen - pues no hay diferencia alguna; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios - y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús"(Rm 3, 21- 24)

"Por tanto, como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron;"(Rm 5, 12) Al pecado del hombre Dios responde con su Palabra echa carne: "Pero con el don no sucede como con el delito. Si por el delito de uno solo murieron todos ¡cuánto más la gracia de Dios y el don otorgado por la gracia de un solo hombre Jesucristo, se han desbordado sobre todos!" (Rm 5, 15) "¿Qué frutos cosechasteis entonces de aquellas cosas que al presente os avergüenzan? Pues su fin es la muerte. Pero al presente, libres del pecado y esclavos de Dios, fructificáis para la santidad; y el fin, la vida eterna. Pues el salario del pecado es la muerte; pero el don gratuito de Dios, la vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro."(Rm 6, 21- 23)

¿Qué es entonces el pecado? Es una ofensa, pues ofendemos a Dios cuando le hacemos daño a los que él ama. Es una desobediencia, Dios no quiere que pequemos, el hombre peca porque es pecador. El pecado es lejanía, es separación de Dios: "Mirad, no es demasiado corta la mano de Yahveh para salvar, ni es duro su oído para oír, sino que vuestras faltas os separaron a vosotros de vuestro Dios, y vuestros pecados le hicieron esconder su rostro de vosotros para no oír. Porque vuestras manos están manchadas de sangre y vuestros dedos de culpa, vuestros labios hablan falsedad y vuestra lengua habla perfidia. No hay quien clame con justicia ni quien juzgue con lealtad. Se confían en la nada y hablan falsedad, conciben malicia y dan a luz iniquidad." (Is 59, 1- 4) Un ejemplo claro del pecado es el del hijo pródigo:

"Dijo: «Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: "Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde." Y él les repartió la hacienda. Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. «Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos." (Lc 15, 11- 15) El pecado deshumaniza, despersonaliza, esclaviza, nos divide y nos da la muerte espiritual.

Todos, judíos y gentiles, somos pecadores: "Y a vosotros que estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales vivisteis en otro tiempo según el proceder de este mundo, según el Príncipe del imperio del aire, el Espíritu que actúa en los rebeldes... entre ellos vivíamos también todos nosotros en otro tiempo en medio de las concupiscencias de nuestra carne, siguiendo las apetencias de la carne y de los malos pensamientos, destinados por naturaleza, como los demás, a la Cólera..."(Ef 2, 1- 3)

La experiencia personal de Pablo: "Pues bien sé yo que nada bueno habita en mí, es decir, en mi carne; en efecto, querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero. Y, si hago lo que no quiero, no soy yo quien lo obra, sino el pecado que habita en mí. Descubro, pues, esta ley: aun queriendo hacer el bien, es el mal el que se me presenta. Pues me complazco en la ley de Dios según el hombre interior, pero advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte? ¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor! Así pues, soy yo mismo quien con la razón sirve a la ley de Dios, mas con la carne, a la ley del pecado."(Rm 7, 18- 25)

Pablo, el hombre nuevo: "Doy gracias a aquel que me revistió de fortaleza, a Cristo Jesús, Señor nuestro, que me consideró digno de confianza al colocarme en el ministerio, a mí, que antes fui un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero encontré misericordia porque obré por ignorancia en mi infidelidad. Y la gracia de nuestro Señor sobreabundó en mí, juntamente con la fe y la caridad en Cristo Jesús. Es cierta y digna de ser aceptada por todos esta afirmación: Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores; y el primero de ellos soy yo. Y si encontré misericordia fue para que en mí primeramente manifestase Jesucristo toda su paciencia y sirviera de ejemplo a los que habían de creer en él para obtener vida eterna. Al Rey de los siglos, al Dios inmortal, invisible y único, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén"(1 de Tim 1, 12- 17)

Al pecado de los hombres Dios les responde con su Palabra, Jesús, el Cristo que vino a salvarnos:  "Pero Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amo, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo - por gracia habéis sido salvados - y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús, a fin de mostrar en los siglos venideros la sobreabundante riqueza de su gracia, por su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es un don de Dios;"(Ef 2, 4- 8)

Reconocer nuestros pecados para ser candidatos para que el Poder Redentor de Jesucristo se manifieste en nuestra vida: “Pecamos contra el Señor, nuestro Dios, nosotros y nuestros padres, desde la juventud hasta el día de hoy, y no escuchamos la voz del Señor, nuestro Dios.”  (Jr 3, 25b)

Es necesario  el grito de los profetas que llega como luz a ILUMINAR NUESTRAS TINIEBLAS: “Grita a voz en cuello, sin cejar, alza la voz como una trompeta, denuncia a mi pueblo sus delitos, a la casa de Jacob sus pecados. Consultan mi oráculo a diario, muestran afán de saber mis caminos, como si fueran un pueblo que practicara la justicia y no hubiesen abandonado los preceptos de Dios (Is 58, 1-2ª) La Palabra de Dios nos hace reconocer lo que somos: pecadores.

Grito que nos invita al arrepentimiento para recibir el perdón de nuestros pecados: “Mi sacrificio es un espíritu contrito.  Un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias. (Slm 51, 19) Por la fe en Jesucristo somos justificados: Recibimos el perdón de nuestros pecados y el don de la Gracia, la Vida eterna con el Espíritu Santo (Rm 5, 1- 5) Pero recordemos al apóstol Santiago que nos dice:

Hermanos, ¿qué provecho saca uno con decir: «Yo tengo fe», si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo la fe? La fe, si no va acompañada de las obras, está muerta en su soledad. Pruébame tu fe sin obras que yo por mis obras te probaré mi fe. (St 2, 14. 17. 18b) Las obras de la fe son el amor, la paz, el gozo, la humildad, la mansedumbre, la fortaleza, la justicia y la verdad, la misericordia…(Gal 5, 22; Col 3, 12; Ef 5, 9)

La Fe llegada a su madurez es Caridad, ésta es la madre de todas las virtudes. Virtudes a las que se les llaman las “Obras de la Fe” Son lámparas de Luz que nos revisten de Jesucristo (Lc 12, 35; Rm 13, 14)



 

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