TODO BAUTIZADO ESTÁ LLAMADO SER HIJO DE DIOS Y HERMANO DE LOS DEMÁS-

 


TODO BAUTIZADO ESTÁ LLAMADO SER HIJO DE DIOS Y HERMANO DE LOS DEMÁS-

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta. Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin antes haber visto llegar al Hijo del hombre con majestad.» (Mt. 16,24-28)

Todo creyente y todo bautizado está llamado a ser discípulo de Jesús. Discípulo es aquel que tiene como Maestro al Señor Jesús, le pertenece, no para cierto tiempo, sino para toda la vida. El estilo de vida es la Comunión, estar uncidos con su Maestro. Vive de encuentros con él: "«Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.»"(Mt 11, 28- 30) En el encuentro con Jesús se da un intercambio, el discípulo se desprende de su carga, su miseria, y recibe el yugo de Jesús. El yugo es aceptar la voluntad de Dios y someterse a ella. Es decir, recibir la misericordia de Dios y compartirla con otros.

En Comunión con el Maestro, el discípulo camina con él, Trabajan juntos, Oran juntos, Sirven juntos y Viven el uno para el otro. “Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón.” Este es el fruto que estamos llamados a dar, ser como nuestro Maestro para poder amar como él nos amó (cf Jn 13, 34) Esto es posible si seguimos las huellas del Maestro que nos invita: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” Negarse es darle muerte al hombre viejo. Lo que implica renuncias, esfuerzos y sacrificios que vienen a ser los rostros del amor. “Niégale a tus ojos el placer de complacerse”  Negarse es dejar de dar de comer al hombre viejo que entra por los sentidos. Es darle muerte. Como lo dice el apóstol Pablo: "Por tanto, mortificad vuestros miembros terrenos: fornicación, impureza, pasiones, malos deseos y la codicia, que es una idolatría,"(Col 3, 5) Lo que equivale a morir al  pecado para poder vivir para Dios (cf Gál 5,24)

“Que cargue con su cruz y me siga.” La cruz de Jesús hoy día no es de madera, ni de metal ni de perlas preciosas, es un estilo de vida que nos lleva a aceptar la voluntad de Dios y a someternos a ella. "«Estén ceñidos vuestros lomos y las lámparas encendidas,"(Lc 12, 35) Lo que equivale a decir con palabras de Pablo: “Aborreced el mal y ama apasionadamente el bien” (Rm 12, 9) Rechacen el mal y hagan el bien. Con palabras de Pedro podemos afirmar lo anterior: "Por lo tanto, ceñíos los lomos de vuestro espíritu, sed sobrios, poned toda vuestra esperanza en la gracia que se os procurará mediante la Revelación de Jesucristo. Como hijos obedientes, no os amoldéis a las apetencias de antes, del tiempo de vuestra ignorancia, más bien, así como el que os ha llamado es santo, así también vosotros sed santos en toda vuestra conducta," (1 de Pe 1, 13-15)

Dos estilos de vida, ¿Cuál eliges? Eres libre para hacerlo: la carne y el Espíritu (cf Gál 5, 16) Uno lleva a la muerte y el otro lleva a la vida (cf Rm 6, 23) Uno es el camino angosto y el otro es el camino ancho: "Entrad por la entrada estrecha; porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella;"(Mt 7, 13) El camino angosto nos lleva al reino de Dios, es el camino al que Jesús nos invita a seguirlo para entrar en la Comunión con Dios y con los pecadores para amarlos y servirlos. ¿En cuál camino estás? ¿Cuál voluntad estás haciendo, la tuya o la de Dios? Si estás haciendo la voluntad de Dios, estás en el Reino de Dios. Y la voluntad de Dios es que creamos en Jesucristo y que nos amemos los unos a los otros (cf 1 de Jn 3, 23) El otro camino nos lleva al individualismo que reza: “Estando yo bien, los demás, me vale.”

La voluntad de Dios que creamos en el que él nos ha enviado. En Aquel que nos amó y se entregó por nosotros para rescatarnos del reino de las tinieblas y llevarnos al reino del Hijo de su Amor (Col 1, 13) Y que resucitó para darnos vida eterna y darnos Espíritu Santo (Rm 4, 25) Creer es aceptar a Jesús como Maestro, como Salvador y como nuestro Señor de nuestra historia y de nuestra vida. Creer es aceptar la persona de Jesús, aceptar, su Obra, su Misión y su Destino. "Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.»"(Mt 28, 18- 20)


¿Qué nos enseño Jesús? “hagan discípulos míos” “Conságrenlos al Padre al hijo y al Espíritu Santo” y “Enséñenles el camino del amor y del servicio” y “Yo estaré en todo lo que ustedes hagan hasta el fin del mundo” Jesús enseñó a sus Apóstoles y a nosotros, el “arte de amar” el “arte de servir” y “el arte de compartir” Tres caminos que nos llevan al “Camino” que nos lleva al Padre y a la Comunidad para vivir en Comunión, en Participación y en Misión. Jesús con sus palabras y con su vida nos enseño a vivir como hijos de Dios, como hermanos y como servidores. Nos enseñó a vivir en Comunidad fraterna, solidaria y servicial. Por eso con autoridad nos dice: "No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos.»"(Mt 20, 26- 28)

¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? No busquemos ser los más poderosos y los más ricos. El poder, unido con el tener y el placer nos lleva a la idolatría, a ponerlos en nuestro corazón en lugar de Dios. Jesús nos recomienda a buscar primero el Reino de Dios y lo demás viene por añadidura (Mt 6, 3) La riqueza no es mala, lo malo esta en no compartir justamente con los otros. Lo mismo podemos decir de los tres: el poder, el tener y el placer, no son malos, son medios para nuestra realización, lo más es hacer de ellos un fin, un dios, y entonces, nos oprimen y nos esclavizan.

Vayamos todos al encuentro del Señor que viene a dar a todos según nuestras obras. Qué hermoso será llevar en nuestras manos los frutos de la fe: "En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí; contra tales cosas no hay ley. Pues los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias. Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu."(Gál 5, 22- 25)

Vivir según el Espíritu es un vivir en Cristo, es vivir en la voluntad de Dios. Jesús nos dice cómo hacerlo: “Permanezcan en mi amor, como yo permanezco en el amor de mi Padre” (Jn 15,9) El apóstol Pablo, discípulo de Cristo Jesús nos dice lo mismo, pero con otras palabras: “No te bajes de la Cruz” Porque ahí se acaba el discipulado, el seguimiento a Jesús y comienza una etapa de frustración y de muerte. Permanezcan en mi amor para paraqué no se sequen, estén siempre verdes, y estén dado fruto los doce meses del año, es decir, siempre. Cómo los árboles que están sembrados al lado de un río, sus raíces están siempre en el agua. De las raíces al troco, y del tronco a las ramas y de éstas a los frutos.

Lo más importante es la “Opción fundamental por Jesucristo.” Ésta es el “Tronco” de las que brotan las ramas, como nuestras actitudes, brotan de la comunión con Cristo. De las actitudes vienes las acciones que son los frutos. Tronco, actitudes y acciones alimentadas por la “Sabia del Espíritu Santo” que vienen de las raíces que están siempre en el agua, es decir, en Dios.


Gálatas, 5 - Bíblia Católica Online

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