La armadura de la fe
Objetivo. Mostrar la importancia de las armas espirituales en el combate de la fe cristiana para poder alcanzar la Meta reservada a los que perseveren hasta el fin.
Iluminismo.“Hijo mío, si te llegas a servir al Señor prepárate para las pruebas; mantén el corazón fuerte” (Eclo 2, 2).
1. La armadura de la fe
La armadura de
la fe, es en otras palabras el “vestido de los cristianos”, sin el cual estamos
desnudos y desprovistos de toda ayuda espiritual, expuestos a cualquier viento
de doctrinas y a las fuerzas espirituales del mal. La armadura de la fe, el
cerco espiritual que se construye alrededor del campo o de la viña para evitar
ser saqueados por los ladrones. Consiste en revestirse de Cristo, tener sus
mismos pensamientos, sus mismos sentimientos, sus mismas preocupaciones, sus
mismos intereses y sus mismas luchas. En otras palabras nos pide un estilo de
vida que nos identifique con Jesús el Señor, para que podamos reproducir su
imagen y realizar sus obras (Rom 8, 29). ¿Cómo podemos alcanzar esta meta,
siendo aún débiles, frágiles y pecadores? La respuesta la encontramos en la Sagrada
Escritura.
2. La unidad de las tres
“Por eso, también yo, al tener noticia
de vuestra fe en el Señor Jesús y de
vuestra caridad para con todos los
santos, no ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mis oraciones.
Así, pido al Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, que os
conceda espíritu de sabiduría y de revelación para conocerle perfectamente, que
ilumine los ojos de vuestro corazón para que conozcáis cuál es la esperanza a que habéis sido llamados por él, cuál la
gloriosa riqueza otorgada por él en herencia a los santos”
(Ef 1, 15- 18).
La
fe en nuestro Señor Jesucristo. El amor para todos los que pertenecen al pueblo
de Dios. A causa de la esperanza que les está reservada en los Cielos
2. La fuerza de la Palabra
Si
se mantienen fieles a mi Palabra. Serán realmente discípulos míos. Conocerán la
verdad y la verdad los hará libres. Por lo tanto si el hijo les da la libertad,
serán realmente libres (Jn 8, 31-32. 36).
La Palabra de
Dios es liberadora, poderosa y creadora, tiene Poder para cambiar nuestras
vidas de las obras de las tinieblas a las obras de luz, de justicia, de
misericordia. Tiene poder para llevarnos a la salvación por la fe en Cristo
Jesús, y a la perfección cristiana (cfr 2Tim 3, 14-17). ¿Cuál es el estilo de
vida que nos presenta la Sagrada Escritura? Es el estilo de Jesús que por un acto
de obediencia al Padre y por un acto de amor nos ha comprado para Dios, el
Padre de sus complacencias. La invitación es hacer como Jesús. “Aprendan
de mí que soy manso y humilde corazón y encontrarán descanso para vuestras
almas” (Mt 11, 29).
3. Una vida en Cristo
Conocer plenamente la voluntad de Dios. Mediante los dones de sabiduría y entendimiento que Dios da a los que creen en su Hijo y aman a sus hermanos. Que lleven una vida digna del Señor. Esta vida es la vida según el Espíritu Santo. Agradándole en todo. Haciendo en todo su Voluntad. Dando frutos de buenas obras: amor, paz, justicia, etc. (Gál 5, 22). Creciendo en el conocimiento de Dios: Mediante la práctica de las virtudes. Con fortaleza y paciencia: Virtudes sin las cuales no seremos testigos de Cristo. Con alegría, dando gracias al Padre que los ha preparado para compartir la suerte de los consagrados en el reino de la luz. La alegría es señal de que somos cristianos (Col 1, 9-12).
Cristiano es aquel que cree en Jesús, que espera todo de él y que ama al Señor y a los hermanos. El cristiano sabe que todo aquel que se decide vivir en Cristo Jesús, acuerdo a la voluntad de Dios, padecerá persecuciones. Los sabios de la Biblia así lo entendieron al decirnos: “El Señor azota a todo al que por hijo acoge” (Heb 12, 5). Si queremos ser acogidos nos hemos de preparar para la lucha; para luchar contra nuestro propio pecado y poder dar muerte al hombre viejo. Urge que se grite a los cuatro vientos y con toda la fuerza del Espíritu: “Hijo mío, si te llegas a servir al Señor prepárate para las pruebas; mantén el corazón fuerte” (Eclo 2, 2). A quienes se decidan a vivir de acuerdo a la voluntad de Dios, Él no promete: riquezas, vivir cómodamente, ser personas importantes y famosas según el mundo. Él nos promete luchas y persecuciones en esta vida.
4. ¿Es posible conocer plenamente la voluntad de Dios?
Sólo cuando Cristo resucitado en nuestros corazones. Por medio de su Espíritu, nos abre la mente y nos explica las Escrituras como a los testigos de Emaús (Lc 24, 13ss). Dios nos revela su voluntad, pero realmente sólo será comprendida cuando la “Vivimos”. Cuando nos abrimos a su Espíritu y hacemos lo que Él nos dice y nos pide. Es cierto este principio: Dios a todos ama, pero no en todos se manifiesta, solo en quienes creen y aman a su Hijo. Escuchemos la Palabra de Dios. Recordemos la exhortación del Apóstol Pablo:
No se acomoden a este mundo, por el contrario. Transfórmense interiormente con una mentalidad nueva, (por la acción del Espíritu). Para discernir la voluntad de Dios, lo que es bueno y aceptable y perfecto (Rom 12, 2). Una mente mundana y pagana no puede conocer a Cristo, no puede conocer la voluntad del Padre (cfr Ef 4, 17). Dejarse trasformar interiormente por la acción del Espíritu significa tomar “la firme determinación de seguir a Cristo”, rompiendo a la vez, toda amistad con el mundo de los ídolos y de los vicios. Recordando que Cristo, Salvador y Redentor nuestro nos llama a vivir en el amor y a seguir sus huellas. Escuchamos a San Pablo recordarnos estas hermosas verdades.
5. Ser Hombres de esperanza.
Arrancados del poder de las tinieblas (en virtud de la sangre de Cristo). Los hizo entrar en el Reino de su Hijo querido. Por el Hijo obtenemos el rescate, el perdón de los pecados (Col 1, 13-14).
Ahora somos
pecadores redimidos, con una
“esperanza”, crecer en el conocimiento de Dios, hasta identificar nuestra vida
con Jesús, el Hombre Nuevo. Antes estábamos lejos, ahora estamos cerca. Ahora
somos familia, pueblo de Dios (cfr Ef 2, 11-13). Somos hombres y mujeres con
“futuro y con una misión”. Hemos sido “Redimidos” en virtud de la sangre de
Cristo: “Antes éramos tinieblas, ahora somos luz, en el Señor” (Ef 5, 8). Para que realicemos las obras que
El Señor nos tiene reservadas desde antes de la creación del mundo (cfr Ef 2,
10). Somos el Pueblo de la Nueva Alianza: “Pero
vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido,
destinado a anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a
su admirable luz; vosotros, que si en un tiempo no fuisteis pueblo, ahora sois
Pueblo de Dios: ésos de los que antes no se tuvo compasión, pero que ahora son
compadecidos” (1 Pe 2, 9-10)
6. Ciudadanos del Cielo
“Antes, a causa de sus pensamientos y sus malas obras, ustedes eran extraños y enemigos de Dios; Ahora en cambio, por medio del cuerpo carnal de Cristo, entregado a la muerte, han sido reconciliados, y presentados ante él: santos, intachables, irreprochables” (cfr Ef 2, 13-20). Esto requiere de ustedes que se mantengan firmes y bien fundamentados en la fe, sin abandonar la esperanza que conocieron por la Buena Noticia” (Col 1, 21-24).
Firmes y cimentados en la fe, en la esperanza y en el amor para vivir nuestra consagración en la verdad de los hijos de Dios; en la práctica de la justicia; como personas que han sido rescatadas y liberadas para hacer el bien, para amar, para seguir a Cristo en los caminos de Dios y en el servicio a los hermanos, especialmente a los menos favorecidos, como los pobres, los ancianos, los migrantes, los presos, los enfermos. Ese es también el deseo del Apóstol de Cristo que oró al Padre diciendo: Por eso doblo mis rodillas delante del Padre, de quien recibe su nombre toda familia, tanto en los cielos como en la tierra. Que el Padre se digne según la riqueza de su gloria, fortalecerlos internamente con el Espíritu. Que Cristo habite en sus corazones por la fe. Que estén arraigados y cimentados en el amor. Que conozcan el amor de Cristo. Así serán colmados de la plenitud de Dios (cfr Ef 3, 14-19).
7. ¿Qué hacer para ser colmados de la Plenitud de Dios, y poder así reproducir la imagen de Cristo?
Despójense de la conducta pasada, del hombre viejo que se corrompe con sus malos deseos. (Cuando el corazón del hombre está lleno de los malos deseos, está en poder del Maligno).Renuévense en su espíritu y en su mente, (Para llegar a pensar con la mente del Hijo). Y revístanse del hombre nuevo, creado a imagen de Dios con justicia y santidad auténticas” (Ef 4, 22-24). Despojarse ¿de qué? Despojarse del traje de tinieblas; quitarse el vestido sucio; abandonar las obras muertas, para vestirse con el “traje de bodas”, para revestirse de Cristo. (Rm 13, 13- 14) Para comprender un poco más profundamente esta verdad, vayamos nuevamente a la Sagrada Escritura. Dios nos quiere poner en movimiento, en acción, en la búsqueda de la verdad que nos hace libres.
“Por lo tanto, si han resucitado con Cristo, busquen las cosas del cielo, Donde Cristo está sentado a la derecha de Dios, Piensen en las cosas del cielo, no en las de la tierra. Porque ustedes están muertos y su vida está escondida en Cristo, que es vida de ustedes, Entonces también ustedes, aparecerán con él, llenos de gloria” (Col 3, 1-4).
¿Cuáles son las
cosas del cielo? y ¿Cuáles son las cosas de la tierra? La respuesta nos diría
que existen dos estilos de vida: la vida en Cristo que es vida según el
espíritu y es vivir según Dios, y por otro lado, está la vida mundana, vida
pagana, vida de pecado (cfr Gál 5, 16). Los que pretenden vivir los dos estilos
a la misma vez, resultan llevando una vida doble, que les da doblez de corazón,
son tibios y por lo tanto no son gratos a Dios (cfr Rom 8, 8). La vida en el
Espíritu, propia para los hijos de Dios, es una vida llena de experiencias,
liberadoras, gozosas, gloriosas, luminosas y también dolorosas, ya que exige,
separación, rompimiento y abrazar la voluntad de Dios hasta el fondo, es decir,
hasta la muerte de cruz.
8. Exigencia de la Vida Nueva.
Por
medio de la ley, he muerto a la ley para vivir para Dios. He quedado
crucificado con Cristo. Y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Y mientras
vivo en carne mortal, Vivo de la fe en
el Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”
(Gálatas
2, 19- 20) Morir al pecado y vivir para Dios. Desnudarse de las tinieblas y
revestirse de luz. Es posible gracias a la acción del santo Espíritu. La meta
es ser un hombre nuevo, reconciliado con Dios y con los demás, para vivir como
amigo de Dios y de los hombres en toda justicia, bondad y verdad (Ef 5, 9).
Realizando las Obras que Dios de antemano dispuso para aquellos que ha llamado
a la salvación (Ef 2, 8). Son las obras de la fe, llamados también frutos del
Espíritu Santo. La Sagrada Escritura lo afirma diciendo:
9. Despertarse del sueño
“Reconozcan el momento en el que viven, que ya es hora de despertar del sueño. Ahora la salvación está más cerca que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada, el día se acerca: abandonemos las acciones tenebrosas, Y vistámonos con la armadura de la luz. Actuemos como en pleno día: Basta de banquetes y borracheras, basta de lujuria y libertinaje, no mas envidias o peleas. Revístanse del Señor Jesucristo y no se dejen conducir por los deseos del instinto. Revestirse de luz, ponerse la armadura de la fe, llamada también armadura de Dios” (Ef 6, 11; Rom 13, 11-14).
Revestirse de
luz significa, ante todo, “revestirse de Jesucristo”, de acuerdo a la enseñanza
del Apóstol Pablo, sin esta vestidura, estamos expuestos a la muerte, a la
esclavitud a volver a ser extraños y enemigos de Dios. No podremos sentarnos a
la Mesa con el Padre Celestial, es decir, no participaremos con Cristo de la
“herencia” de Dios.
Preparase para la lucha.
“Por
tanto, como elegidos de Dios, consagrados y amados, Revístanse de sentimientos
de profunda compasión, de amabilidad, de humildad, de mansedumbre, de
paciencia, sopórtense mutuamente; perdónense si alguien tiene queja contra
otro. El Señor los ha perdonado, hagan ustedes lo mismo. Y por encima de todo
el amor, que es el broche de la perfección. Y que la paz de Cristo dirija sus
corazones. La Palabra de Cristo habite en ustedes con toda su riqueza” (Col 3,
12-16).
10. Con sentido de Comunidad
En esta obra no estamos solos, no somos seres solitarios, somos equipo, somos familia, somos comunidad. Somos importantes, valiosos y necesarios. Nos necesitamos unos a otros, que nadie se vea privado de la gracia de Dios:
“Instrúyanse unos a otros con toda sabiduría. Con corazón agradecido canten a Dios, salmos, himnos y cantos inspirados. Todo lo que hagan, háganlo invocando al Señor Jesús, Dando gracias a Dios Padre por medio de Él” (Col 3, 16b-17).
La vida
cristiana, es don de Dios y es la vez lucha y cultivo. Siempre amenazada por
elementos extraños a la verdad y al amor gratuito de Dios Padre. La Palabra de
Dios nos pone de sobre aviso: “Estén
despiertos; velen y oren para no caer en tentación” (Mt 26, 41). Velar y
orar significa estar preparados para resistir las asechanzas del Malo. La
Escritura nos dice:
11. La batalla espiritual
12. Con la Fuerza del Espíritu.
“Por lo demás fortalézcanse con el Señor y con su fuerza poderosa. Vístanse la armadura de Dios para poder resistir los engaños del Diablo. Porque no estamos luchando contra seres de carne y hueso, sino contra las autoridades, contra las potestades, contra los soberanos de estas tinieblas, contra las fuerzas espirituales del mal. Por tanto tomen las armas de Dios para poder resistir el día funesto y permanecer firmes a pesar de todo. Cíñanse con el cinturón de la verdad.” (Ef 6, 10- ss) “Fuera toda mentira” (Ef 4, 25). Vistan la coraza de la justicia. “Justicia a Dios y justicia a los hermanos” (cfr 1Jn 3,10).Calcen las sandalias del celo para propagar la Buena Noticia de la Paz (Mt 5, 9). Tengan siempre en la mano el escudo de la fe, en los que se apagarán los dardos incendiarios del maligno (1Jn 5, 4). Pónganse el casco de la salvación. Y empuñen la espada del Espíritu que es la Palabra de Dios (Lc 4, 4. 8. 12).Vivan orando siempre, oren en toda ocasión animados por el Espíritu (Fil 4, 4-6). Permanezcan despiertos y oren con perseverancia por todos los consagrados.
Para el Apóstol Pablo, solo hay un camino para revestirse con la “armadura de la fe”: No se embriaguen con vino, que engendra lujuria, más bien llénense de Espíritu Santo (Ef 5, 18). Sin la docilidad al Espíritu de Dios no tendremos ningún crecimiento espiritual, seremos casas en ruinas; nuestros corazones serán cuevas de ladrones. Sólo si somos dóciles a la acción del Espíritu haremos nuestra la “Victoria de Cristo”, el Vencedor del Maligno, recibiremos el premio prometido a los vencedores.
Escuchemos la Palabra de Dios:
“Al Ángel de la
Iglesia de Éfeso. Al vencedor le permitiré de comer del árbol de la vida que
está en el Paraíso de Dios” (Apoc 2, 7).
“Al Ángel de la
Iglesia de Esmirna. El vencedor recibirá la corona de la vida y no padecerá la segunda
muerte” (Apoc 2, 10-11).
Al Ángel de la
Iglesia de Pérgamo. Al vencedor le daré el maná escondido, le daré una piedra
blanca y grabado en ella un nombre nuevo que sólo conoce el que la recibe”
(Apoc 2, 17).
”Al Ángel de la
Iglesia de Tiatira. Al vencedor le daré poder sobre las naciones: los
apacentará con vara de hierro, los quebrará como vaso de arcilla, “Es el poder
que recibí de mi Padre”, y le daré la estrella matutina (Apoc 2, 26-28).
”Al Ángel de la
Iglesia de Sardes. Al vencedor lo vestiré de blanco y borraré su nombre del
libro de la vida; lo confesaré ante mi Padre y ante mis ángeles” (Apoc 3, 5).
Al Ángel de la
Iglesia de Filadelfia. Al vencedor lo haré columna en el templo de mi Dios y no
volverá a salir (Apoc 3, 12);
Al Ángel de la iglesia
de Laodicea. Al vencedor lo haré sentarse en mi trono, junto a mí, igual que yo
vencí y me senté junto a mi Padre en su trono (Apoc 3, 21).
Oremos: Ilumina Señor con tu luz y con tu verdad,
nuestra mente y nuestra mirada; haz resplandecer tu Rostro de amor, de paz y de
justicia en nuestras vidas; defiéndenos con la fuerza de tu brazo poderoso;
libéranos de todo aquello que impida el crecimiento de tu reino en nosotros;
danos un corazón grande lleno de Esperanza; orienta Señor nuestras vidas hacia Ti,
Trinidad Santísima; permite que caminemos hacia la Pascua de la mano de María,
nuestra Madre y Señora.
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