JESÚS ES EL UNGIDO PARA SER EL MESÍAS DE DIOS.

 

JESÚS ES EL UNGIDO PARA SER EL MESÍAS DE DIOS.

 

"El espíritu del Señor Dios está en mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado a llevar la buena nueva a los pobres, a curar los corazones oprimidos, a anunciar la libertad a los cautivos, la liberación a los presos; "a proclamar un año de gracia del Señor, un día de venganza para nuestro Dios. A consolar a todos los afligidos," (Is 61, 1- 2)

¿De qué espíritu se trata? "Un brote saldrá del tronco de Jesé, un vástago surgirá de sus raíces. Sobre él reposará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fuerza, espíritu de conocimiento y de temor del Señor. En el temor del Señor se inspirará; no juzgará por lo que sus ojos vean, ni fallará por lo que oigan sus oídos;" (Is 11, 1- 3) Se trata del Espíritu del Señor, la tercera Persona de la Santísima Trinidad.

El cumplimiento de la Promesa. "Sucedió que cuando todo el pueblo estaba bautizándose, bautizado también Jesús y puesto en oración, se abrió el cielo, y bajó sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma; y vino una voz del cielo: «Tú eres mi hijo; yo hoy te he engendrado.»" (Lc 3, 21- 22) Se trata del “Gran acontecimiento” en la vida de Jesús que termina su vida oculta y da comienzo a la vida pública. "Tenía Jesús, al comenzar, unos treinta años, y era según se creía hijo de José, hijo de Heli" (Lc 3, 23) Después del desierto al vencer al diablo, Jesús se fue a invadir los terrenos de éste y a liberar a los oprimidos por el malo:


Vino a Nazará, donde se había criado y, según su costumbre, entró en la sinagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura. “Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor.” (Lc 4, 16- 19)

Bajó a Cafarnaúm, ciudad de Galilea, y los sábados les enseñaba. Quedaban asombrados de su doctrina, porque hablaba con autoridad. (Lc 4, 31) Jesús hablaba con autoridad porque había en él una armonía entre lo que él era lo que vivía y lo que decía. Los demonios al escuchar su Palabra se despertaban y se manifestaban, tal como lo dice la Escritura:

Jesús tiene autoridad sobre los demonios o espíritus impuros. “Había en la sinagoga un hombre que tenía el espíritu de un demonio inmundo, y se puso a gritar a grandes voces: «¡Ah! ¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios.» Jesús entonces le conminó diciendo: «Cállate, y sal de él.» Y el demonio, arrojándole en medio, salió de él sin hacerle ningún daño.” El hombre, un ser oprimido por el demonio de impureza, estaba ahí, en la sinagoga cada sábado, tal vez era un servidor de la comunidad, pero nadie lo sabía, es la Palabra de Jesús la que lo desenmascara, lo descubre y lo libera.

Quedaron todos pasmados, y se decían unos a otros: «¡Qué palabra ésta! Manda con autoridad y poder a los espíritus inmundos y salen.» Y su fama se extendió por todos los lugares de la región. (Lc 4, 32- 37)

 

Jesús tiene autoridad sobre la enfermedad. “Saliendo de la sinagoga, entró en la casa de Simón. La suegra de Simón estaba con mucha fiebre, y le rogaron por ella. Inclinándose sobre ella, conminó a la fiebre, y la fiebre la dejó; ella, levantándose al punto, se puso a servirles. (Lc 4, 38- 39) Sanó a la suegra de Pedro y la liberó para que se pusiera de pie y se pusiera a servir, así la que antes estaba enferma ahora se puede apropiar de las palabras de Jesús: el hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar vida a muchos (Cf Mt 20, 28) El servicio es la vocación de todos los creyentes, Jesús los sana para que sirvan a la causa del reino.

A la puesta del sol, todos cuantos tenían enfermos de diversas dolencias se los llevaban; y, poniendo él las manos sobre cada uno de ellos, los curaba. Salían también demonios de muchos, gritando y diciendo: «Tú eres el Hijo de Dios.» Pero él, conminaba y no les permitía hablar, porque sabían que él era el Cristo. (Lc 4, 40- 41) Jesús es el Ungido para anunciar el Reino de Dios, para dar vista a los ciegos, para liberar a los oprimidos por el mal. Ungido con el Espíritu del Señor para ser Profeta, Sacerdote y Rey. Para hacer la Obra del Padre: la liberación y la salvación de los hombres.

Jesús el Misionero, el Predicador del Padre: “Al hacerse de día, salió y se fue a un lugar solitario. La gente le andaba buscando y, llegando donde él, trataban de retenerle para que no les dejara.” Salió para ir hacer oración. Para orar con su Padre, eran muy temprano, era de madrugada, tanto los discípulos como la gente lo buscaban, y le decían: ¿Qué estás haciendo aquí? Vente, ayer hiciste muchos milagros y expulsaste demonios. Vente hazte famoso y rico… Era una tentación demoniaca quería que Jesús cambiara el Mesianismo de su Padre por el mundano y populista. Pero él no cayó en la trampa. Pero él les dijo: “También a otras ciudades tengo que anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, porque a esto he sido enviado.” E iba predicando por las sinagogas de Judea. (Lc 4, 42- 44)

Jesús sana a un leproso. Y sucedió que, estando en una ciudad, se presentó un hombre cubierto de lepra que, al ver a Jesús, se echó rostro en tierra, y le rogó diciendo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme.» El extendió la mano, le tocó, y dijo: «Quiero, queda limpio.» Y al instante le desapareció la lepra. (Lc 5, 12- 13) Los leprosos en Israel eran gente que vivía al margen de la sociedad. Cuando salían a los caminos para pedir limosna, eran apedreados, no podían entrar en las ciudad, ni en el Templo ni en los comercios, eran expulsados y obligados a vivir en solitario. Jesús no le tuvo miedo al leproso que se le acerca, se postra ante él y le suplica: «Señor, si quieres, puedes limpiarme» El extendió la mano, le tocó, y dijo: «Quiero, queda limpio.» Y al instante le desapareció la lepra. Extender la mano es compartir el don que se tiene. Lo toca con su mano y lo atrae hacia él, y con su palabra lo sana. Su fama se extendía cada vez más y una numerosa multitud afluía para oírle y ser curados de sus enfermedades. Pero él se retiraba a los lugares solitarios, donde oraba. (Lc 5, 13. 16)

Jesús tiene autoridad sobre la naturaleza. "Subió a la barca y sus discípulos le siguieron. De pronto se levantó en el mar una tempestad tan grande que la barca quedaba tapada por las olas; pero él estaba dormido. Acercándose ellos le despertaron diciendo: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!» Díceles: «¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?» Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza. Y aquellos hombres, maravillados, decían: «¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?» (Mt 8, 23. 17)

Jesús tiene autoridad sobre la muerte. "Cuando llegó Jesús, se encontró con que Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Betania estaba cerca de Jerusalén como a unos quince estadios, y muchos judíos habían venido a casa de Marta y María para consolarlas por su hermano. Cuando Marta supo que había venido Jesús, le salió al encuentro, mientras María permanecía en casa. Dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aun ahora yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá.» Le dice Jesús: «Tu hermano resucitará.» Le respondió Marta: «Ya sé que resucitará en la resurrección, el último día.» Jesús le respondió: «Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?» Le dice ella: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo.

«¿Dónde lo habéis puesto?» Le responden: «Señor, ven y lo verás.» Jesús se echó a llorar. Los judíos entonces decían: «Mirad cómo le quería.» Pero algunos de ellos dijeron: «Este, que abrió los ojos del ciego, ¿no podía haber hecho que éste no muriera?» Entonces Jesús se conmovió de nuevo en su interior y fue al sepulcro.

Era una cueva, y tenía puesta encima una piedra. Dice Jesús: «Quitad la piedra.» Le responde Marta, la hermana del muerto: «Señor, ya huele; es el cuarto día.» Le dice Jesús: «¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?» Quitaron, pues, la piedra. Entonces Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: «Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Ya sabía yo que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho por estos que me rodean, para que crean que tú me has enviado.» Dicho esto, gritó con fuerte voz: «¡Lázaro, sal fuera!» Y salió el muerto, atado de pies y manos con vendas y envuelto el rostro en un sudario. Jesús les dice: «Desatadlo y dejadle andar.»" (Jn 11, 17- 44)

Qué hermosas verdades: “Yo soy la resurrección y la vida.” “El que crea en mi no morirá para siempre.” “Tú eres el Cristo, el Mesías que tenía que venir al mundo.” “Jesús se echó a llorar.” Lo que nos dice que era realmente humano, igual a nosotros en todo menos en el pecado. Por eso Jesús oró para pedir luz verde a su Padre para hacer el milagro. “Padre, te doy gracias por haberme escuchado.” “Dicho esto, gritó con fuerte voz: ¡Lázaro, sal fuera!”

Jesús con su Palabra poderosa resucita a Lázaro, calma la tempestad, sana a los enfermos y expulsa a los demonios. Podemos escuchar a Pedro decirle a Jesús: “Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros  sabemos y creemos que tú eres el santo de Dios” (Jn 6, 68- 69)

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